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La Mayordomía en La Biblia, en La Iglesia Y en La Vida

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La mayordomía en
La BiBLia,
en La igLesia y
en La vida
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La mayordomía
en La BiBLia,
en La igLesia y
en La vida

Justo L. González

EDITORIAL MUNDO HISPANO


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Editorial Mundo Hispano


130 Montoya Road
El Paso, Texas 79932, EE. UU. de A.
www.editorialmundohispano.org

Nuestra pasión: Comunicar el mensaje de Jesucristo


por medios impresos y digitales, a fin de animar y
apoyar la formación de sus discípulos.

La mayordomía: en la Biblia, en la iglesia y en la vida. © Copyright 2022,


Editorial Mundo Hispano, 130 Montoya Road, El Paso, Texas 79932,
Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Prohibida
su reproducción o transmisión total o parcial, por cualquier medio, sin el
permiso escrito de los publicadores.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas
de la Santa Biblia: Versión Reina-Valera Actualizada, Edición 2015.
© Copyright 2015, Editorial Mundo Hispano. Usada con permiso.

Diseño de portada: Adriana Chavez Hyslop

Primera edición: 2022

Clasificación Decimal Dewey: 248.6


Tema: Mayordomía

ISBN: 978-0-311-15059-5
EMH Núm. 15059

1 M 3 22

Impreso en Colombia
Printed in Colombia
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Contenido

Capítulo 1: Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

Primera parte: La mayordomía en el Antiguo Testamento

Capítulo 2: La mayordomía en la antigüedad pagana . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Capítulo 3: Tenga dominio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

Capítulo 4: El séptimo día. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

Capítulo 5: La mayordomía del maná . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

Capítulo 6: Escasez, exceso y suficiencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

Capítulo 7: El gozo de la mayordomía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

Segunda parte: La mayordomía en las enseñanzas de Jesús

Capítulo 8: La Oración del Señor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

Capítulo 9: La parábola de los talentos:

(1) El amo ausente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

Capítulo 10: La parábola de los talentos:


(2) El riesgo de la mayordomía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

Capítulo 11: La parábola de los talentos:

(3) ¿Qué son los “talentos”? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93


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Capítulo 12: La parábola del rico insensato: “¿Qué haré?” . . . . . . . . . . 101

Capítulo 13: La parábola del mayordomo infiel: “¿Qué haré?” . . . . . . . 109

Tercera parte: La mayordomía en la iglesia antigua y hoy


Capítulo 14: La mayordomía en tiempos del Nuevo Testamento . . . . 121

Capítulo 15: La mayordomía hasta el fin de la antigüedad . . . . . . . . . . 133

Capítulo 16: La mayordomía hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145


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introducción

H ay pocos elementos en la fe y la enseñanza cristianas que


hayan sido mal interpretados con tanta frecuencia como la
mayordomía. Aun cuando sabemos que tal no debería ser el caso, el
hecho es que en la mayoría de nuestras iglesias, cuando hablamos acerca
de un “domingo de mayordomía”, la gente entiende que vamos a hablar
principalmente acerca del dinero y del apoyo que la iglesia necesita. Si
hablamos de una “campaña de mayordomía”, se trata de todo un plan
para cubrir el presupuesto de la iglesia, estimulando a los creyentes a
contribuir con liberalidad. Por mucho que digamos y repitamos que la
mayordomía también tiene que ver con el tiempo y los talentos, tales
reclamos parecen ser solamente un trasfondo para la verdadera agenda,
que tiene que ver con dinero.
Ciertamente, el manejo del dinero es un elemento fundamental de
la mayordomía cristiana. Pero la mayordomía es mucho más que eso.
Lo que es más, y por mucho que nos sorprenda, en el resto de este libro
veremos también que la mayordomía es mucho más que la cuestión de
cómo manejamos el tiempo, los talentos y el dinero. Bien puede decirse
que en la Biblia la mayordomía es uno de los principales modos de
describir la relación entre el ser humano y Dios, así como también la
relación de ese ser humano con el resto del mundo.

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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

El sentido que hoy le damos a la palabra “mayordomía” en muchas


de nuestras iglesias tiene su origen particularmente en Norteamérica.
El cristianismo llegó al hemisferio occidental procedente de Europa,
donde era costumbre que el sostén de las iglesias estuviera a cargo del
estado. Tal era ciertamente el caso de las colonias españolas y por-
tuguesas, en las cuales regía el sistema del “patronato real”, en el que,
por decreto pontificio, las coronas de España y Portugal tenían la
responsabilidad de sostener todo el trabajo eclesiástico en sus colonias.
Para ello podían emplear lo que se recibía por razón de ofrendas y
diezmos, así como por otros servicios de la iglesia, todo lo cual iba a
formar parte del fisco real. La mayor parte de los gastos de la iglesia
venían a ser entonces responsabilidad de ese fisco. Además de esto,
había la costumbre —traída también de Europa— de que los ricos
construyeran y costearan capillas, monasterios e instituciones de be-
neficencia. Pero, ya fuera del fisco real o de la hacienda de los ricos,
la iglesia se sostenía sin tener que recibir mayores contribuciones de la
feligresía común; esto es, contribuciones aparte de los cargos por diver-
sos servicios. Lo mismo era generalmente cierto de la mayoría de las
iglesias protestantes venidas de Europa a Norteamérica. Las iglesias
luteranas, reformadas y anglicanas contaban en Europa con el apoyo
del estado. Luego, las únicas iglesias que en Europa tenían la necesidad
de sostenerse mediante las ofrendas de sus miembros eran iglesias
de disidentes tales como los bautistas, los cuáqueros y los metodistas.
En las colonias españolas y portuguesas en América este sistema
continuó por algún tiempo; hasta que la independencia, los regímenes
liberales en muchas de las nuevas naciones y varias revoluciones des-
hicieron —o al menos limitaron— esa unión estrecha entre la Iglesia
Católica Romana y el estado, sobre todo en lo económico. Pero en las
colonias británicas en Norteamérica la situación fue muy diferente. La
Iglesia Anglicana contó por algún tiempo con el apoyo del estado; pero
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INTRODUCCIÓN

ese apoyo cesó al independizarse las colonias del régimen británico. Las
iglesias disidentes, que fueron las que rápidamente encontraron mayor
arraigo en las colonias británicas, trajeron consigo la costumbre de sos-
tenerse a sí mismas, y la trasplantaron a las nuevas tierras. Más tarde,
los inmigrantes procedentes de países protestantes —donde todavía el
estado sostenía a la iglesia— se vieron en la necesidad de buscar ellos
también un modo de sostenerse que no fuera el apoyo del estado. En
pocas palabras, en Norteamérica no pudo continuar el viejo sistema
europeo en el que las iglesias se sostenían sin un fuerte apoyo financiero
del común de su membresía. Por lo tanto, fue necesario llevar a Nor-
teamérica los sistemas de sostén que habían surgido en Europa entre
las iglesias disidentes, y emplearlos ahora no solamente en esas iglesias,
sino también entre anglicanos, luteranos, reformados y católicos.
Fue en ese contexto que cobró auge el tema de la mayordomía
como un modo de sostener a la iglesia y su ministerio. Naturalmente,
el tema mismo de la mayordomía era antiquísimo, pues —como vere-
mos en el resto de este libro— se remonta a las primeras páginas de
Génesis y continúa a través de todo el canon bíblico. Pero no había
sido tema que se hubiera explorado ampliamente, y buena parte de lo
que la Biblia dice al respecto se expresaba empleando otras imágenes,
y no la de “mayordomía”; o, como se dice en inglés, de stewardship. Lo
que era nuevo era darle al tema mismo una dimensión mayormente
económica, aunque comúnmente se hablaba también de la mayordo-
mía del tiempo y de los talentos.
La mayoría de las iglesias evangélicas en América Latina tuvieron
su origen en Norteamérica, de donde recibieron también su entendi-
miento de la mayordomía. Las iglesias que procedían directamente de
Europa, aunque en sus tierras de origen hubieran tenido el apoyo del
estado, en América no lo tenían y, por tanto, se vieron obligadas a tomar
prestado de Norteamérica el tema de la “mayordomía” como modo de
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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

referirse al sostén necesario para la iglesia misma y para su misión. Esto


se volvía tanto más necesario por cuanto la misionología de la época
insistía en la importancia de que cada iglesia nacional pudiera gober-
narse, propagarse y sostenerse por sí misma: los llamados tres “autos”,
que se tomaban como señal de madurez en cualquier iglesia: autogo-
bierno, autopropagación y autosostén.
Por las mismas razones algunas iglesias comenzaron a subrayar la
importancia del diezmo, basándose en los muchos pasajes del Antiguo
Testamento que lo estipulan. Pero otros veían en ese énfasis en el
diezmo un legalismo peligroso, que parecía dar a entender que se le
daba a Dios la décima parte de lo recibido sencillamente porque Dios
así lo manda. Como modo de evitar los peligros de tal legalismo, se le
dio mayor importancia al tema de la mayordomía según se lo había im-
portado de Norteamérica.
Ese tema importado también traía consigo lo esencial del bosquejo
del sermón típico sobre mayordomía. El punto de partida de tal bos-
quejo era —y frecuentemente sigue siendo— la afirmación de que todo
cuanto tenemos es don de Dios; por tanto, nos corresponde usarlo o
administrarlo para la obra de Dios. Esto incluye el tiempo, los talentos
y los bienes físicos; pero normalmente el énfasis ha recaído sobre el
último de estos elementos: los bienes físicos, entre los cuales sobresale
el dinero. Como veremos en el resto de este libro, hay buenas razones
para afirmar mucho de lo que normalmente se incluye en tal sermón
de mayordomía; pero también veremos que hay razones igualmente
fuertes para, por una parte, ampliar el tema y, por otra, cuestionar algu-
nas de sus premisas fundamentales.
Dicho todo eso, es necesario insistir en el punto principal de este
libro: que la mayordomía bien entendida es fundamental para entender
nuestro lugar dentro de la creación y los designios de Dios. Y que esto
significa que sin un entendimiento claro de la profunda realidad y de
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INTRODUCCIÓN

las diversas dimensiones la mayordomía se nos hace difícil escuchar y


entender buena parte del mensaje bíblico.
En las páginas que siguen abriremos nuestra discusión tratando
algo acerca del tema mismo de la mayordomía, de la etimología de esa
palabra, y del modo en que se entendía la mayordomía en la antigüe-
dad grecorromana. De ahí pasaremos a lo que tomará la mayor parte
de nuestro libro, considerando temas tales como el de la mayordomía
en Génesis y su relación con el sábado y el jubileo, el de los milagros
del maná en el desierto, las diversas dimensiones de la mayordomía
en el Antiguo Testamento, las enseñanzas de Jesús —particularmente
en sus parábolas—, la mayordomía en el resto del Nuevo Testamento
y la mayordomía en la antigüedad cristiana. En medio de todo esto
tocaremos temas tales como la mayordomía y los derechos de pro-
piedad, la mayordomía y los recursos económicos, la mayordomía y
la ecología, la mayordomía y la política, y otros parecidos. Viendo
todos esos temas en conjunto, quedará claro que la mayordomía im-
plica mucho más que lo que normalmente imaginamos. Para promo-
ver la verdadera mayordomía no basta con algún que otro sermón de
mayordomía o con una campaña anual de mayordomía, pues nuestra
función como mayordomos de Dios es parte fundamental de la visión
bíblica tanto del propósito de la humanidad como de la vida cristiana.

Para Considerar, refLexionar y disCutir


Al final de cada uno de los capítulos que siguen habrá una breve
sección bajo el título: “Para considerar, reflexionar y discutir”. El propósito
es que este libro pueda servir de base para el estudio de grupos en la
iglesia. Si está usted leyendo ese libro en privado, al terminar cada capí-
tulo y llegar a esta sección, tómese unos minutos para pensar acerca de
ella. Si lo está haciendo como parte de un grupo, ese período de reflexión
y discusión bien podría ser el elemento más importante en su estudio.
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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

Por lo pronto, referente a esta introducción, considere los siguientes


temas:

• Fuera del contexto de la iglesia, rara vez se habla de “mayor-


domía”. La palabra “mayordomo” es más común. Si usted
hablara con alguien a quien conoce que no es parte de la
iglesia y se refiere a un “mayordomo”, ¿qué entenderá esa
persona? Si esa persona le pregunta por qué en la iglesia se
habla de “mayordomos” y de “mayordomía”, ¿cómo se lo
explicaría usted? (Imagine, por ejemplo, que va usted en
transporte público leyendo este libro y alguien le pregunta
acerca de su título. ¿Qué le diría usted?).
• Algunas iglesias llaman “diáconos” a quienes manejan sus
asuntos económicos y administrativos; otras los llaman
“ancianos”; otras les dan el título de “mayordomos”. ¿Qué
valores y que desventajas ve usted en cada uno de sus títu-
los?

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Primera Parte

La mayordomía en
el antiguo testamento
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La mayordomía en la
antigüedad pagana

L a palabra griega que frecuentemente nuestras biblias castella-


nas traducen por “mayordomo” es oikonómos. Esa palabra se
deriva de dos raíces griegas: oikós y nómos. La primera de ellas quiere
decir “casa”, no solamente en el sentido de un edificio, sino también
de toda una familia en el sentido más amplio: como cuando decimos
“la casa del rey David”. Cuando en la antigüedad se hablaba de una
“familia”, por lo general esto no se refería —como hoy— a un matri-
monio, sus hijos y algunos parientes cercanos, sino que incluía además
a todas las personas que de algún modo dependían del jefe de esa fa-
milia. Así, por ejemplo, cuando en Filipenses 4:22 Pablo envía a sus
lectores saludos de “los que pertenecen a la casa del César”, no está
refiriéndose necesariamente a algún personaje importante en el go-
bierno imperial, sino que bien pueden ser esclavos u otras personas de
algún modo dependientes del César. Lo que es más, la “casa” también
incluía no solamente a los esclavos, sino también las posesiones y tierras
del mismo amo. La segunda raíz, nómos, quiere decir “ley”. Es por eso
que el quinto libro de la Biblia se llama Deuteronomio, es decir, segunda

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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

ley o segunda expresión de la ley. Luego, un oikonómos era el encargado


o administrador de las propiedades del amo.
Cuando Jerónimo, en el siglo IV, tradujo la Biblia al latín, produ-
ciendo la “Vulgata”, usó varios términos para traducir oikonómos. Por
ejemplo, en Lucas 12:42, donde nuestras biblias hablan del “mayordomo
fiel y prudente”, la Vulgata dice: “fidelis dispensator, et prudens”. Y en
Lucas 16:1, donde nuestra traducción dice que el rico tenía un “mayor-
domo”, la Vulgata dice “habebat villicum”. Tanto un dispensator como
un villicus eran quienes administraban los bienes de un dueño.
Nuestra palabra castellana “mayordomo” viene de raíces latinas
paralelas a las raíces griegas a que ya nos hemos referido. El término
latino domus, como el griego oikós, quiere decir “casa”. Y major es seme-
jante al castellano “mayor” o principal. Luego, un major domus era el
encargado de dirigir o administrar la “casa” de su jefe. Originalmente
se usaba como acabamos de citarlo, es decir, en dos palabras separadas.
Es bastante más tarde que esas dos palabras se unieron como título for-
mal, para a la postre darle origen a nuestro “mayordomo” en castellano.
Lo importante que debemos recordar de todo esto es que cuando
en la Biblia se habla de un “mayordomo” se trata de algo muy diferente
de los mayordomos que vemos hoy en el cine o la televisión. En el uso
contemporáneo de la palabra, un mayordomo es el jefe de los criados
de una casa aristocrática tradicional, al estilo de hace un siglo. Una de
las principales funciones de tales mayordomos es servir de intermedia-
rios entre el amo o ama de la casa y el resto de la servidumbre; esta
función a veces corresponde al ama de llaves. Su otra función principal
es servir de intermediarios entre el amo o ama y el mundo exterior, y
ocuparse de que se sigan las reglas de etiquetas protocolares. Por esa
razón, es el mayordomo quien recibe a las visitas y les da entrada a la
casa. Puesto que tales costumbres han caído en desuso, para muchas
personas hoy un “mayordomo” es una anomalía correspondiente a
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LA MAYORDOMÍA EN LA ANTIGÜEDAD PAGANA

tiempos pasados, y frecuentemente objeto de ridículo.


Muy diferente era el caso en tiempos de la hegemonía romana y,
por tanto, del advenimiento del cristianismo. Un oikonómos —lo que en
nuestras biblias se traduce como un “mayordomo”— era un personaje
importante. Literalmente, era el “administrador de la casa”. Pero, puesto
que tal “casa” podía constituir una gran expansión de tierras, quien
llevaba ese título tenía amplios poderes. Durante los últimos años de
la república romana y durante varios siglos del régimen imperial,
aumentaban los latifundios. Sus propietarios eran generalmente aris-
tócratas que preferían vivir en una cómoda villa en la ciudad más bien
que en los campos de donde provenía buena parte de sus riquezas.
Tales dueños ausentes tenían entonces administradores a quienes en
latín se conocía por varios títulos, mientras en griego se les daba el título
de oikonómoi (u oikonómos, en singular).
La literatura romana de la época incluye varios tratados importan-
tes acerca de la agricultura y su belleza. Marco Porcio Catón, un par de
siglos antes de Cristo, escribió un famoso tratado acerca de la agri-
cultura en el que instruye a su hijo acerca del manejo de las tierras. Allí
ofrece abundantes informes acerca del cuidado de los animales y de los
cultivos, de la producción del aceite y del vino, y hasta recetas culinarias.
Pero Catón da por sentado que ni él ni su hijo han de ocuparse direc-
tamente de tales cosas. Algo después, en España, Columela escribió
un tratado Acerca de las cosas rústicas, que es la mejor descripción que
tenemos de la agricultura en aquellos tiempos. Allí se refiere, al igual
que antes Catón, a toda clase de cuestiones agrícolas, incluso el cul-
tivo de árboles frutales, la apicultura y piscicultura, dando numerosos
detalles acerca de estas y muchas otras actividades agrícolas. De los
muchos autores importantes que trataron acerca de la agricultura en
aquel tiempo, solamente él, Columela, vivía en sus propias tierras. Los
demás —Catón, Plinio el Viejo, Cicerón, Séneca y otros— se quejan
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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

en sus escritos del modo en que los latifundios han resultado en menor
productividad agrícola y en la falta de atención que reciben por parte
de sus dueños, pero ellos mismos residían en villas urbanas y rara vez
visitaban las tierras que estaban a cargo de sus administradores. Lo
mismo sucedía, en grado aun mayor, con las tierras imperiales, cuyos
augustos dueños rara vez las visitaban, dejándolas en manos de “procu-
radores”, que a su vez las subarrendaban a “conductores”, quienes su-
pervisaban el trabajo en las tierras bajo su administración.
A través de la antigüedad, quienes empleaban el latín se referían
a quien tenía ese cargo y responsabilidad con palabras que hoy se po-
drían traducir como “administrador”, más bien que como major domus.
Cuando se le daba ese título a alguna persona, normalmente consistía
en dos palabras separadas: major domus: jefe de la casa. Esas dos palabras
separadas vinieron a ser un título de honor, particularmente a partir del
siglo V —después de las invasiones germánicas— cuando muchos de
entre los jefes o reyes germánicos, dedicados principalmente a la guerra
y al saqueo, no eran muchos ni tenían mucho interés en la adminis-
tración de sus posesiones. Por esa razón, colocaban la administración
de los asuntos tanto del fisco como del gobierno en general en manos
de quienes tenían experiencia en la administración de tales asuntos. La
mayoría de estas personas se contaban entre los conquistados por los
pueblos germánicos, y su lengua era principalmente el latín; esta len-
gua se hacía también necesaria para poder hacer transacciones con otros
territorios germánicos, en los que se hablaba una multitud de idiomas.
Por eso, frecuentemente se les daba el título de major domus. Así lo
emplea a fines del siglo V o principios del VI el obispo Avito, de la ciu-
dad de Viena en Galia (lo que hoy es el sur de Francia). Es debido a
este uso, y a la creciente influencia de tales administradores de los
reinos germánicos, que cuando estudiamos el surgimiento de la di-
nastía carolingia entre los francos se nos dice que lo que sucedió fue
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LA MAYORDOMÍA EN LA ANTIGÜEDAD PAGANA

que los “mayordomos de palacio” fueron aumentando su poder e in-


fluencia a tal grado que a la postre depusieron y sucedieron a los reyes
de la dinastía merovingia. Aquellos “mayordomos de palacio” no eran
como los “mayordomos” de las familias aristocráticas en el siglo XIX,
cuyas responsabilidades eran mayormente protocolares y de etiqueta.
Eran en realidad administradores de toda la “casa” —es decir, todas
las propiedades— del rey que les contrataba. Por esa razón, se les hizo
relativamente fácil llegar al punto en que derrocaron al último rey
merovingio y uno de ellos vino a ocupar el trono.
Es a todo esto que se refiere la palabra griega oikonómos y, por tanto,
también su traducción “mayordomo”. Por tanto, es así que debemos en-
tender lo que la Biblia dice al referirse a alguien como un “mayordomo”.
Normalmente, tales mayordomos eran esclavos que gozaban de la
confianza del amo y tenían bajo su supervisión no solamente las tierras
y negocios del amo, sino también sus esclavos. Se trataba, por tanto, de
esclavos privilegiados. Tal parece ser el caso, por ejemplo, en Lucas
12:36, 37, 43-47, donde la palabra “siervo” o “esclavo” (doûlos) aparece
nueve veces, y al mismo tiempo se habla de uno de ellos como “mayor-
domo”. Por esa razón, aunque en las parábolas de Jesús la palabra
“mayordomo” no aparece sino en Mateo 20, Lucas 12 y Lucas 16, sí
hay numerosas parábolas cuyo tema es la mayordomía en las que se
habla más bien de siervos o de esclavos que sirven de mayordomos o
administradores de los intereses del amo.
En lo que se refiere al Antiguo Testamento, la cuestión es algo más
complicada. Hay varias palabras hebreas que pueden traducirse por
“mayordomo”; pero también, en diversos contextos, esas mismas pala-
bras pueden traducirse mejor por “jefes” o alguna palabra parecida. Las
más comunes son śar, que quiere decir jefe, oficial o representante, y el
verbo paqad, que significa, entre muchas otras cosas, encomendar. Por
esa razón, en nuestras traducciones castellanas del Antiguo Testamento
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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

la palabra “mayordomo” aparece frecuentemente, no siempre tradu-


ciendo la misma palabra hebrea, pero generalmente con el mismo
sentido, de un sirviente que goza de la confianza de su amo, o un go-
bernante que maneja los asuntos del soberano. En Génesis 15:2, lo que
en la RVR traduce por “el mayordomo de mi casa”, y la RVA llama “el
heredero de mi casa”. La traducción de RVA parece más acertada, pues
en el pasaje se está discutiendo acerca de quién ha de heredar a Abram,
quien no tiene hijos. En Génesis 39:4, donde la RVR dice que Potifar
hizo a José “mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que
tenía”, la RVA dice que “le puso a cargo de su casa y entregó en su poder
todo lo que tenía”. También en este caso, la RVA da una idea más acer-
tada de las tareas y responsabilidades de quienes la RVR normalmente
llama “mayordomos”. Por la misma razón, lo que RVR traduce como
“mayordomo” en Génesis 43:16 la RVA traduce por “administrador”.
Lo mismo es cierto de todo el resto de ese capítulo en Génesis, así
como del que sigue. De manera semejante, en Rut 2:5 y 6, donde
RVR habla del “mayordomo de los segadores”, RVA dice “el encar-
gado de los segadores”. Si continuamos comparando estas dos ver-
siones, veremos que la RVA consistentemente evita referirse a tales
personas encargados de los negocios de otro —o a gobernantes que
sirven al soberano— como “mayordomo”, y prefiere usar términos tales
como “administrador”, “encargado”, “magistrado”; aunque no siempre,
como se ve en Isaías 22:15, donde lo que RVR traduce como “este
tesorero, con Sebna el mayordomo”, la RVA traduce como “ese mayor-
domo, a Sebna, administrador del palacio”. Aparentemente, los editores
de la RVA han tratado de evitar que el lector contemporáneo entienda
que se trata sencillamente de un sirviente elegante y respetuoso, como
los “mayordomos” que hoy vemos en el cine o la televisión. Por otra
parte, al tiempo que la RVA evita esa confusión, también corre el peligro
de que perdamos algo de la fuerza de la metáfora que presenta al ser
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LA MAYORDOMÍA EN LA ANTIGÜEDAD PAGANA

humano como “mayordomo” de Dios y que, por tanto, se nos haga más
difícil entender tanto esa metáfora como el concepto mismo de “mayor-
domía”.
En vista de todo esto, en algunos de los capítulos que siguen mos-
traremos que los pasajes del Antiguo Testamento que pueden inter-
pretarse en términos de mayordomía son numerosísimos, aunque al
mismo tiempo tendremos que aclarar repetidamente que lo que la
Biblia entiende por “mayordomo” y “mayordomía” es muy diferente de
lo que esas palabras dan a entender en el día de hoy. En consecuencia,
sobre todo al tratar acerca del Antiguo Testamento, tendremos que dis-
cutir algunos pasajes que, sin usar el término “mayordomo”, se refieren
en realidad a la mayordomía. Al leer e interpretar tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento tendremos que recordar continuamente
que lo que en tiempos bíblicos se llamaba “mayordomo” era en realidad
un administrador, la persona de confianza a quien el amo hacia respon-
sable de sus propiedades y negocios; esto implica responsabilidades
y autoridad mucho mayores que las que tiene quien hoy se llama
“mayordomo”. Al mismo tiempo, para no caer en el error de darnos
demasiada importancia como “mayordomos”, tenemos que recordar que
lo más común era que el mayordomo, con todo y gozar de la confianza
del amo, siguiera siendo su esclavo, o al menos su sirviente. Comparado
con los demás esclavos, el mayordomo se asemeja al amo o al soberano
a quien sirve. Pero comparado con ese amo o soberano, el mayordomo
sigue siendo esclavo o sirviente del amo o jefe.

Para Considerar, refLexionar y disCutir:


• Puesto que en el uso corriente de hoy un “mayordomo” es lo
que vemos en las historias que se refieren a la aristocracia de
los últimos siglos, y frecuentemente se le estereotipa como
objeto de ridículo, conviene pensar en otros títulos que
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LA MAYORDOMÍA: EN LA BIBLIA, EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA

pudiéramos darle en el día de hoy a quien tiene funciones


semejantes a las de los mayordomos de los tiempos bíblicos.
¿Qué otras palabras se nos ocurren que sirvan para expresar
lo que se ha dicho arriba acerca del mayordomo bíblico y
sus funciones?
• Piense en la sociedad en torno suyo y las personas a quienes
usted conoce o de quienes oye hablar, y considere quiénes
entre esas personas tienen funciones semejantes a las de un
mayordomo en la antigüedad. ¿A quién representan? ¿Sobre
quiénes y sobre qué tienen autoridad? ¿Qué límites tiene su
autoridad? ¿Qué privilegios?
• ¿Tiene usted alguna función o relación que podría compa-
rarse con la mayordomía según se entendía en los tiempos
bíblicos? ¿A quién representa usted en esa mayordomía?
¿Cuánto queda incluido en ella? ¿En qué se parece su po-
sición a la de aquellos mayordomos que en la antigüedad
manejaban las posesiones de sus dueños? ¿En qué se dife-
rencia?
• ¿Está usted en algún modo sujeta o sujeto a otra persona
cuyas funciones son semejantes a la mayordomía que hemos
descrito? ¿Es esa persona libre para tomar cualquier decisión,
o tiene límites que no puede traspasar, como los mayordo-
mos de antaño? ¿En qué consisten esos límites?

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