Educar en El Silencio
Educar en El Silencio
Educar en El Silencio
1. ¡Silencio, se rueda!
3. Silencio no es silenciar
–V engo de una reunión de amigas. Hemos tenido una comida por todo lo alto
como final de nuestras reuniones... Sólo mujeres. Calculo, por encima, que lo
que lo que cada una llevaba encima (vestido, bolso, joyas...) sería de no
menos de cien mil pesetas por persona... ¡Si vieras! Tres mesas preciosas con su
mantelería y vajilla haciendo juego. ¡Vamos, un derroche, un sueño! Y ¡qué bien
servidas por camareros profesionales! «Si, señora», «Lo que la señora guste», «¡Cómo
no!, señora». Si me preguntas de qué hemos hablado te puedes responder tú mismo
con los datos que te acabo de contar... Lo que nos reviste por fuera es lo que nos da
conversación... o refleja la conversación que nos ocupa. Y en el fondo, yo sé que allí
había personas con problemas tremendos: alcoholismo, separaciones, insatisfacción
personal (la arruga, la menopausia no aceptada, ¡la edad, casi todas en los cincuenta!,
problemas familiares gordísimos..., matrimonios ‘estéticos’... Bueno, qué decirte... No
hablar es como olvidar o decirse que no existen los problemas... Silenciamos las cosas
porque nos aterra hablarlas. Silenciar no es arreglar nada. Es no querer afrontar la
realidad. Silenciar no tiene nada que ver con hacer silencio... Estos encuentros son,
entre otras cosas, momentos para silenciar... No quiero ser pesimista; hay otros
aspectos muy positivos... Yo me preguntaba: ¿En esto acaban nuestras reuniones en
las que hemos intentado hablar de Jesús? Jesús no entra fácilmente. Jesús tiene
mucho que tirar por el suelo de nuestras mesas de cambistas... Y, para que no lo tire,
preferimos no dejarle entrar de verdad... Nos asomamos a él de lejos; es como un
«tranquilizante»; le vemos, pero a distancia, sin que se acerque mucho. No sé si es
que no le entendemos o no le queremos entender para seguir donde estamos... Nos
sentimos ya con cierta seguridad con nuestra asistencia a alguna de sus lecciones...
Asistimos, pero no vamos a aprender, ni a convertirnos... ¡Y menos a interiorizar y a
hacer silencio y oración! ¡Faltaría más!
4. Mi constatación
Un encuentro como tantos otros. Aquella tarde, al final del día, leí de otra
manera la «anécdota» desde la clave del silencio. Me di cuenta de mis palabras, mejor,
de mi bullicio interior: ruidos, ansias de acabar (justo casi antes de comenzar),
secretas intenciones... Me descubrí poblado de ruidos, de ansias, de haceres, de
quehaceres. Me pregunté ¿soy yo esto? ¿Quién soy yo? Yo era cosas, muchas cosas
inconfesables, muchas cosas que no tenían nombre. Descubrí: todo lo que había en mí
y no tenía nombre o ni sabía casi que me habitaba, era debido a la ausencia de
silencio. El silencio nombra y pone nombre; el silencio ordena y hace “señor” de las
cosas. Cuando las cosas se confunden con mi persona, yo me hago cosa. Yo descubrí
aquella tarde que estaba fusionado con las cosas que dependían de mí y de mis
manos... Yo era cosa. Al final, cuando se acaba lo que mis manos hacen, ¿me he
acabado yo?, ¿sigo teniendo sentido, sin tener nada que hacer? Si el sentido de mi
vida es lo que tengo que hacer, ¿qué sentido tiene mi vida?
L a vida se impone, ¡y de qué manera! Un día, en medio de las prisas, los hechos
llegan y nos rompen los esquemas. Aparece lo inesperado: un accidente, la
decisión incomprensible de una persona que rompe la lógica de lo que
esperábamos de ella... Sólo nos queda decir: ¿Nos ha dejado sin palabras! ¡No tengo
palabras, no sé qué decir! Por un instante, descolocados, nos quedamos sin palabras.
Quedarnos sin palabras no es el silencio. Quizá sí una puerta para entrar en el silencio.
Nada más. Cuando el silencio no nos precede y envuelve, las palabras se nos borran;
no tenemos palabras. Los que habitan el silencio descubro que siempre tienen
palabras, porque están cerca de la Palabra. ¿Qué es el silencio sino la intimidad con la
Palabra? Los que tienen palabras son los que habitan el silencio porque dialogan con lo
esencial. ¿La expresión «me he quedado sin palabras» no será un termómetro de
nuestro morar en el silencio?
7. La chispa de la vida
U na vez escuché esta historieta. Es una historieta. El sentido está abierto, y tú
la puedes recibir como quieras... Dice así:
«En otro tiempo, hace mucho, cuando Dios había terminado la creación del
mundo, quiso dejar al hombre una parte de su propia divinidad, una chispa de su ser,
una promesa hecha al hombre de lo que podría llegar a ser, si lo quería con todas sus
fuerzas. Buscó un sitio donde esconder esta chispa divina, porque, decía, lo que el
hombre encuentra muy fácilmente no lo aprecia en su justo valor.
–Entonces, tenéis que esconder la chispa divina sobre la cima más alta del
mundo, le dijo uno de sus consejeros.
Dios movió la cabeza.
–No, porque el hombre es un ser aventurero y aprenderá pronto a escalar el
pico más alto.
–Escondedla, oh Eterno, en las profundidades de la Tierra.
–No creo que eso convenga, dijo Dios. Un día u otro el hombre descubrirá que
puede cavar hasta lo más profundo de la tierra.
– ¡En medio de los océanos, entonces, Maestro!
Dios movió de nuevo la cabeza.
–Vosotros sabéis que he dado la inteligencia al hombre y un día u otro
aprenderá a construir barcos y a cruzar los océanos más fuertes.
– ¿Pero, dónde entonces, Maestro?
Dios sonrió.
–La esconderé en el lugar más inaccesible, un lugar a donde el hombre no irá a
buscar fácilmente. La esconderé profundamente en el mismo hombre».
8. Silencio educativo
H ay un silencio que educa, es decir, que te hace sacar lo mejor que hay en
dentro de ti1. Hay un silencio que hace camino hacia donde sólo se puede ir sin
palabras. Las mejores palabras no son las que aprendemos fuera, sino las que
brotan de dentro, las que ya están ahí, dentro de ti, esperando la oportunidad de ser
pronunciadas. Hay palabras exteriores que ahogan la palabra interior. Callar, no decir
palabras, no hacer ruido es sólo un entorno para ir al silencio y dejar que suene la
palabra que te habita. Eso, la palabra (y la Palabra) te habita, está dentro de ti, como
en gestación. El silencio es siempre encuentro, nacimiento, palabra. Somos manantial.
Somos palabra. El silencio es el portal de Belén donde nace tu palabra. No callas para
no tener palabra. Callas para escuchar, en el silencio, la palabra, la tuya y la que te
habita desde el inicio y es más íntima que tú mismo. O, si quieres, callas para
pronunciarte.
1
Álvaro GINEL, Interioridad y fe cristiana, en Misión Joven 263(1998)25-32.
Tiene poco sentido «estar callados». Es necesario callar. Pero sólo es
camino para el silencio que deja hablar...«¡Cállense! ¡Dejen hablar!», es una
orden para oír la palabra que nos llega de fuera. «Me callo. Dejo de hablar»
tiene otro sentido bien distinto. Soy consciente de que dentro mí hay palabras
mías que sólo las puedo pronunciar si hago un camino y creo un ambiente de
parto. La verdadera palabra es un alumbramiento, un parto.
Callas, primero. Respiras. Sigues callando y descubres la barahúnda de
tu vida. Sigues callando, respiras. Y poco a poco viene el silencio (horas, días,
años... no sé). Sigues en silencio, en espera, sin decir nada, es cuando, sin
forzar, nace la palabra: tu palabra.
Ahora lee: No está Dios en el ruido (1 Re 19).
9. Silencio pedagógico
Lo entendió bien Israel en el Antiguo Testamento. ¿Por qué Dios, tan hablador
como es, no nos habla? Si nuestro Dios guarda silencio, es que nos está invitando a
buscarle, nos está invitando a descubrir que adoramos dioses falsos. Un Dios hablador
no es un Dios palabrero. Un Dios hablador quiere interlocutores capaces de mantener
con Él una conversación de tú a tú. Dios nos toma en serio. Nos toma tan en serio que
nos recuerda que, en lo más profundo de nosotros mismos, cada ser humano es
«palabra de Dios». Hemos sido pronunciados por Dios y existimos. Hemos sido
pronunciados por Dios y tenemos «aliento de Dios». Somos capaces de mantener
conversación con Dios si nos habitamos, si estamos «en casa», en nuestra propia piel,
si somos realmente la «palabra pronunciada» por Dios. Dios no nos quiere palabreros,
nos quiere con palabra. Dios se comporta con nosotros como íntimo. Las personas
vacías, que no tienen nada que decir llegan a ser insoportables. Y estar con ellas se
nos hace insufrible...
Tanta crítica al silencio de Dios, ¿no deberíamos interpretarla desde esta óptica
como un «silencio pedagógico» de Dios con cada uno de nosotros?
(Si puedes y encuentras el librito Escucharás la voz del Señor, tu Dios, Juan José
Bartolomé, CCS, Madrid 1984, 97 pp., léelo despacio, al menos el capítulo primero y
segundo).
Hay pedagogías tan profundas que no están escritas, nos las dicta el
corazón. Dejamos de hablar a quien queremos para decirle lo que sólo él se
puede decir cuando se pregunte y eche de menos nuestra palabra... Te retiro
mi palabra hasta que seas persona de palabra, hasta que busques tu palabra...
Hay un silencio provocativo que se hace silencio pedagógico.
Hay palabras que sólo pueden brotar de una provocación. Caemos en la
cuenta de nuestro vacío cuando somos provocados por el silencio del que antes
hablaba tanto con nosotros...
■ Momentos de estar solos para poder estar presente a ti mismo y a los demás.
Respira. Toma conciencia de lo que te habita, de tus sentimientos, de tu soledad...
hasta que descubras que estás habitado por ti mismo y por una presencia que te
precede: «el aliento de Dios» (Gn 2,7).
■ La persona educada en el silencio reconoce sus límites. Reconocer los propios límites
es sabiduría. Cuando lo único que nos alimenta es lo que hacemos con nuestras
manos, la gran tentación es hacer mucho, no tener huecos libres en la agenda para
«no hacer nada». El final suele ser un gran vacío o una ruptura personal por falta de
sentido... Es insoportable hacerse la pregunta: «¿quién soy yo?» y encontrarse con
que «yo soy lo que hago». Cuando yo soy lo que hago, la tragedia es que no soy. Es lo
que hoy rompe a muchas personas interiormente. Se ha identificado ser y hacer, y el
hacer ha eclipsado al ser. El silencio nos lleva a reconocernos personas con
sentimientos, deseos, amor, fragilidad, capacidades personales, límites... Aceptar lo
que soy y los límites que tengo es básico para quererme y para no pretender
grandezas que superan mi capacidad (Sal 130). Si queremos saber en qué consiste de
verdad «no pretender grandezas que superan mi capacidad», hay que hacer silencio y
encontrar el cimiento de nuestra vida. Para el creyente, ese cimiento no es otro que el
Dios en quien confía. San Agustín lo expresó, como confesión personal, curando
escribió: «Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más
elevado que lo más sumo mío» (Confesiones 3,6,11).
■ La persona educada en el silencio es una persona abierta a la realidad. Hay
esquemas de representación que nos llevan a imaginar la persona silenciosa como una
persona mojigata que no abre los ojos, que no es de este mundo, una persona
asustadiza, que no pisa tierra. Nada más lejos de la verdad. La persona educada en el
silencio es una persona que, justamente porque sus bases están en tierra sólida, no se
asusta de nada ni por nada. No son las cosas su columna vertebral, por eso las cosas
no le tambalean. La persona profunda no tiene miedo a lo que pasa y no se queda en
lo que pasa, sino que sabe analizarlo, situarlo, reorientarlo... La persona silenciosa es
profunda y mira sin ser mirona; mira sin ser fisgona. Mira para contemplar, para llegar
al corazón de la realidad. Por eso admira y es admirable. Nadie como la persona de
hondo silencio sabe comprender a las personas y sabe discernir la paja del grano. En lo
más corriente de lo que acontece, sabe formular preguntas importantes, sabe
interrogarse e interrogar a otros... El silencio que lleva a la interioridad nunca es
evasión porque las cosas nos van mal o porque nos estorban los hombres. El silencio
no es huida de nadie ni de nada. Es búsqueda de nosotros mismos porque, estando en
contacto con nosotros mismos, es como mejor podemos relacionarnos con Dios, con
los otros, con la realidad.
■ La persona educada en el silencio es feliz. Los santos tristes hacen mucho daño al
Evangelio. Los santos que no son de este mundo tienen poco atractivo. Necesitamos
santos de a pie, de los viven con la gente, de los que aman a la gente y se dan a la
gente, de los que marcan caminos en medio de la niebla, de los que tienen ojos de
profetas y agua del pozo de la samaritana... Necesitamos santos que vivan nuestra
vida y la vivan desde el silencio y la contemplación para que nos den razones para
vivir. Necesitamos gente a quien el Evangelio le haga feliz. Felicidad, santidad y alegría
no están reñidas con nada de lo verdaderamente humano o humanizable. ¿Qué más
fuente de felicidad y alegría que beber el agua fresca del propio pozo? ¿Qué mejor
aliento para vivir que el aliento del Dios de la creación?
12. Al cierre
Tres palabras
□ Interioridad: Hace relación a lo que cada persona lleva dentro de sí, en lo más
profundo: sentimientos, deseos, proyectos, futuro, amor, odio, libertad. La persona
que llega a tocar esas realidades personales y se maneja bien en ellas, ha llegado
al centro, al interior, al secreto más íntimo de su persona. Todas las personas
tienen interioridad, pero no todas llegan a ella. Por eso podemos hablar de
personas profundas, interiores y personas superficiales.
2
P. TILLICH, La dimensión perdida, Ed DDB, (Bilbao 1970) pág. 15
de libertad y de opciones. Al fondo de su interior llega la persona y llega sola. Le
pueden acompañar, pero, en el secreto de sí misma, sólo ella puede entrar. En
soledad la persona tiene que tomar decisiones y responsabilidades. La persona
puede estar acompañada hasta un determinado kilómetro. Pero llega un momento
en que la única responsable de sus acciones es ella, como llega la muerte y es ella
sola la que muere. Para entendernos, soledad es esa situación vital en la que la
persona toma opciones, arriesga su vida, orienta su existencia. En este sentido, por
duro que parezca, la soledad es una riqueza, un valor e indica que estamos ante
una persona madura. Sin un cierto grado de soledad, la persona no puede madurar,
todo se le da hecho, ella es poco protagonista de su vida.
Tú eres educador. Tú tienes en las manos una posibilidad de educar a los niños y
adolescentes en el silencio. Tú, si quieres, puedes ejercitarles en el uso de la llave
que abre la puerta del silencio personal.
Tú eres educador. Tú eres necesario para que el otro haga su camino de silencio
hacia el tesoro que está oculto en él mismo.
Tú eres educador, eres necesario porque el camino del silencio es difícil, largo, lleno
de peligros. Las realidades más profundas se desvelan muy lentamente y tras un
esfuerzo personal perseverante. El silencio está siempre amenazado: miedos,
cansancio, proceso largo, desorientación, aceptación o rechazo de lo que uno se
encuentre en el camino...
Tú eres educador. Tú eres necesario. Tú tienes en tu mano muchas pequeñas cosas
para poner en camino y hacer caminar...
□ Ayuda a hacer preguntas y deja tiempo para las respuestas. Hay respuestas que
sólo son verdad si no se dan en el acto.
□ Exponte al riesgo de decir a cada persona no sólo lo que sabes de ella, sino lo que
percibes, lo que sientes...
□ Ayuda a que el otro adquiera ritmo, repetición, ensayo continuo de caminar por el
sendero del silencio. Es posible que te tomen un poco el pelo. Pero, si saben por
qué lo haces y dónde les llevas, descubrirán que eres educador de verdad.
□ No tengas miedo en decir que no lo sabes todo, no lo conoces todo... Afirma que
hay misterios... No todo es explicable... Una sonrisa, un guiño de ojos, un beso no
tienen explicación. Son reflejos de un misterio oculto en nosotros: el amor.
□ Ayuda a reflexionar con frases breves que se entiendan, pero que necesiten ser
pensadas.