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Educar en El Silencio

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EDUCAR EN EL SILENCIO

Álvaro Ginel Vielva

Álvaro Ginel Vielva es salesiano, director de la revista ‘Catequistas’ y


profesor del Instituto Superior de Pastoral de la U.P. de Salamanca y del
Instituto Superior de Teología «Don Bosco».

Síntesis del artículo:


Vivimos agitados, atareados, zarandeados por infinidad de actividades y tareas. Hemos llegado
al extremo de identificarnos con lo que hacemos y no con lo que somos. «Soy mis actividades, el
producto de mi trabajo». Y sin embargo, una identidad construida sobre esos pilares es
extremadamente frágil. Cualquier eventualidad, cualquier ruptura «nos deja sin palabras»,
perplejos, mudos. Ese no es el silencio que enriquece, que forma, que da vida. Es, más bien, el
silencio fruto del vacío y de la nada. El auténtico silencio nos educa; pues es un silencio
pedagógico. Nos sumerge en los abismos de nuestra propia interioridad, nos pone cara a cara
con lo más secreto de lo que somos y vivimos, nos descubre menesterosos y frágiles. Y, sobre
todo, nos abre a la Voz que resuena en la Palabra auténtica, la Palabra de la Vida, la Palabra de
Dios. Nos hace oyentes de la Palabra. Sin silencio no hay escucha y, en consecuencia, no hay
proceso de fe. El autor nos propone en su sugerente reflexión pautas para que, como
educadores, suscitemos todo un camino de educación en el silencio capaz de generar personas
maduras y cabales.

1. ¡Silencio, se rueda!

C omenzaba el rodaje. Hasta entonces, todo era ir y venir, preparativos, charlas


y risas, esperas y órdenes. En un momento sonó la voz del director:
–¡Silencio, se rueda!
Todos comprendieron, y callaron, cada uno a su tiempo... Había palabras que
no se pudieron cortar en el acto... Siguieron en voz baja, o con miradas, o con
gestos... Palabras prolongadas... Poco a poco se hizo silencio...
¡Silencio, se rueda! La señal: la hora de lo definitivo, de lo que queda plasmado para
que se vea.
En el silencio se iban desarrollando las escenas. El silencio hacía posible y
visible lo seleccionado como bueno y válido.

¡Silencio, se rueda! es la contraseña de que algo importante comienza. La


escena se abre a los protagonistas. A un lado, sin protagonismo, queda todo lo demás,
oculto, disciplinado...
¡Silencio, se rueda! Calla todo, todos. Toman la escena los protagonistas.

¿No es algo así como la parábola de la educación en el silencio?


Siempre, a la hora de la verdad, en la vida de cada persona se oye la contraseña:
¡Silencio, se rueda! Si todo nuestro interior obedece, la escena la ocupará el
protagonista: la persona. De lo contrario, en escena aparecerá un gran desorden que
nos impedirá contemplar la trama de la vida.

2. ¡Qué poco espacio para el silencio!

–¿Qué poco tiempo dejáis para el silencio en la convivencia?


–Si dejamos más de cinco minutos de silencio, las señoras que participan se
aburren. Lo que quieren es que les digan cosas o hacer cosas. No saben
hacer silencio.
No saben hacer silencio. Nos cuesta hacer silencio. El silencio no es asignatura en
los programas de enseñanza en la escuela. No tenemos educación general sobre el
silencio. El silencio es materia extraescolar. Sólo la cursan algunos. Es una optativa.
¡Lástima! Hay optativas que son esenciales... pero no nos hemos enterado... O no nos
dejan enterarnos. ¡Por algo será! Privar de una educación en el silencio tiene ventajas
para el consumo. El silencio es austero, se basta con nada porque ya es todo el mismo
silencio que hace tocar lo esencial que hay en ti... Donde no hay silencio, un vasto
campo se abre y hay que llenarlo, amueblarlo de cosas.

3. Silencio no es silenciar

–V engo de una reunión de amigas. Hemos tenido una comida por todo lo alto
como final de nuestras reuniones... Sólo mujeres. Calculo, por encima, que lo
que lo que cada una llevaba encima (vestido, bolso, joyas...) sería de no
menos de cien mil pesetas por persona... ¡Si vieras! Tres mesas preciosas con su
mantelería y vajilla haciendo juego. ¡Vamos, un derroche, un sueño! Y ¡qué bien
servidas por camareros profesionales! «Si, señora», «Lo que la señora guste», «¡Cómo
no!, señora». Si me preguntas de qué hemos hablado te puedes responder tú mismo
con los datos que te acabo de contar... Lo que nos reviste por fuera es lo que nos da
conversación... o refleja la conversación que nos ocupa. Y en el fondo, yo sé que allí
había personas con problemas tremendos: alcoholismo, separaciones, insatisfacción
personal (la arruga, la menopausia no aceptada, ¡la edad, casi todas en los cincuenta!,
problemas familiares gordísimos..., matrimonios ‘estéticos’... Bueno, qué decirte... No
hablar es como olvidar o decirse que no existen los problemas... Silenciamos las cosas
porque nos aterra hablarlas. Silenciar no es arreglar nada. Es no querer afrontar la
realidad. Silenciar no tiene nada que ver con hacer silencio... Estos encuentros son,
entre otras cosas, momentos para silenciar... No quiero ser pesimista; hay otros
aspectos muy positivos... Yo me preguntaba: ¿En esto acaban nuestras reuniones en
las que hemos intentado hablar de Jesús? Jesús no entra fácilmente. Jesús tiene
mucho que tirar por el suelo de nuestras mesas de cambistas... Y, para que no lo tire,
preferimos no dejarle entrar de verdad... Nos asomamos a él de lejos; es como un
«tranquilizante»; le vemos, pero a distancia, sin que se acerque mucho. No sé si es
que no le entendemos o no le queremos entender para seguir donde estamos... Nos
sentimos ya con cierta seguridad con nuestra asistencia a alguna de sus lecciones...
Asistimos, pero no vamos a aprender, ni a convertirnos... ¡Y menos a interiorizar y a
hacer silencio y oración! ¡Faltaría más!
4. Mi constatación

E l silencio no es asignatura en la escuela... La escuela del silencio es la vida, el


propio proceso personal de crecimiento. Si quieres crecer y madurar, tienes
que hacer silencio a partir de la vida, de la propia vida y de la vida de los
demás... La vida te deja muchas veces en silencio. No tienes palabras para ti, no
tienes palabras para otros, no tienes palabras para entender muchas cosas... Sólo te
queda el silencio. Te cuento...
El plazo vencía. Tenía que entregar el artículo a la redacción. De nuevo las
prisas. Pasé la tarde en el despacho. Llegó Ángeles. Hacía calor.
–Comencemos el trabajo; cuanto antes empecemos, antes terminamos, y
preveo que será largo...
–Espera, no corras. Déjame respirar. ¡Mira cómo vengo! Este calor es agotador.
Además, el principio no es lo que tenemos que hacer; lo primero de todo es que
estamos aquí.
–Vale. Pongo al aire acondicionado.
Esperamos. Hablamos. Después trabajamos.

Un encuentro como tantos otros. Aquella tarde, al final del día, leí de otra
manera la «anécdota» desde la clave del silencio. Me di cuenta de mis palabras, mejor,
de mi bullicio interior: ruidos, ansias de acabar (justo casi antes de comenzar),
secretas intenciones... Me descubrí poblado de ruidos, de ansias, de haceres, de
quehaceres. Me pregunté ¿soy yo esto? ¿Quién soy yo? Yo era cosas, muchas cosas
inconfesables, muchas cosas que no tenían nombre. Descubrí: todo lo que había en mí
y no tenía nombre o ni sabía casi que me habitaba, era debido a la ausencia de
silencio. El silencio nombra y pone nombre; el silencio ordena y hace “señor” de las
cosas. Cuando las cosas se confunden con mi persona, yo me hago cosa. Yo descubrí
aquella tarde que estaba fusionado con las cosas que dependían de mí y de mis
manos... Yo era cosa. Al final, cuando se acaba lo que mis manos hacen, ¿me he
acabado yo?, ¿sigo teniendo sentido, sin tener nada que hacer? Si el sentido de mi
vida es lo que tengo que hacer, ¿qué sentido tiene mi vida?

5. Al principio era el silencio

S í, en todo lo divino, en todo lo que es esencial, el silencio precede. El silencio es


el umbral de la creación, de la existencia ante la que puedes decir: “todo era
bueno”. En el silencio es donde el aliento de Dios prepara la creación.
Antes de que oyéramos la Palabra, la Palabra estaba en Dios (Jn 1,1) «en
silencio callado durante muchos siglos» (Rm 16,25) existía la Palabra.
Silencio callado durante muchos siglos para amanecer creadoramente, con novedad.
Observa nuestros modos de hacer, nuestras palabras y nuestra
animación de grupos. El animador dice: «Vamos a hacer». Y comienza todo:
distribución de roles, de material, de planes... Te paras un poco y es horrible, el
grupo siente el vacío. No tener nada que hacer es como no tener sentido:
«¿Qué hacemos aquí? ¿Para esto hemos venido?».
En la creación, el silencio precedió a todo. En la acción que llevamos, el
silencio parece el vacío más espantoso. ¡Menos mal!, todavía queda el ejemplo
del tenis donde se pide silencio en las gradas para permitir la concentración de
los tenistas; los deportistas hacen silencio (se concentran) para dar lo mejor de
sí mismos.
¿Cómo sacaremos la mejor agua de nuestro pozo si no entramos en el
silencio, si el silencio no precede todo lo nuestro?

6. Nos ha dejado sin palabras

L a vida se impone, ¡y de qué manera! Un día, en medio de las prisas, los hechos
llegan y nos rompen los esquemas. Aparece lo inesperado: un accidente, la
decisión incomprensible de una persona que rompe la lógica de lo que
esperábamos de ella... Sólo nos queda decir: ¿Nos ha dejado sin palabras! ¡No tengo
palabras, no sé qué decir! Por un instante, descolocados, nos quedamos sin palabras.
Quedarnos sin palabras no es el silencio. Quizá sí una puerta para entrar en el silencio.
Nada más. Cuando el silencio no nos precede y envuelve, las palabras se nos borran;
no tenemos palabras. Los que habitan el silencio descubro que siempre tienen
palabras, porque están cerca de la Palabra. ¿Qué es el silencio sino la intimidad con la
Palabra? Los que tienen palabras son los que habitan el silencio porque dialogan con lo
esencial. ¿La expresión «me he quedado sin palabras» no será un termómetro de
nuestro morar en el silencio?

Seguro que conoces muchos casos de la vida ordinaria en los que tú o


tus conocidos os habéis quedado sin palabras. A lo mejor has asistido a un
funeral por un joven segado en plena vida. Los compañeros, silenciosos, no
entienden, están, lloran, se desmoronan..., tocan su inconsistencia. Por lo
general, es algo que dura poco. Enseguida vuelve la vida de siempre. La
ausencia de palabras, en ellos, es simplemente una rebelión contra la lógica de
la vida. ¿Por qué la muerte o la enfermedad, si tiene la vida por delante, o es
tan necesaria para sus hijos pequeños? ¿Por qué? Desconcertados formulan
preguntas sin ir más allá... sin buscar una respuesta. Buscamos respuestas
desde nuestra lógica, y no las encontramos. Entrar en el silencio es situarnos en
la orilla de la lógica de lo inefable, del misterio.
Estamos reduciendo la vida al funcionamiento del mercado: tengo lo que
compro. Puedo tener todo lo que puedo comprar. Y lo tengo cuando quiero.
Hay cosas que no se compran. Tú no puedes comprar el silencio. Sí
puedes comprar el ruido. El silencio en ti existe sólo si tú lo haces, si tú lo
modelas, si poco a poco entras en el secreto del silencio.

7. La chispa de la vida
U na vez escuché esta historieta. Es una historieta. El sentido está abierto, y tú
la puedes recibir como quieras... Dice así:

«En otro tiempo, hace mucho, cuando Dios había terminado la creación del
mundo, quiso dejar al hombre una parte de su propia divinidad, una chispa de su ser,
una promesa hecha al hombre de lo que podría llegar a ser, si lo quería con todas sus
fuerzas. Buscó un sitio donde esconder esta chispa divina, porque, decía, lo que el
hombre encuentra muy fácilmente no lo aprecia en su justo valor.
–Entonces, tenéis que esconder la chispa divina sobre la cima más alta del
mundo, le dijo uno de sus consejeros.
Dios movió la cabeza.
–No, porque el hombre es un ser aventurero y aprenderá pronto a escalar el
pico más alto.
–Escondedla, oh Eterno, en las profundidades de la Tierra.
–No creo que eso convenga, dijo Dios. Un día u otro el hombre descubrirá que
puede cavar hasta lo más profundo de la tierra.
– ¡En medio de los océanos, entonces, Maestro!
Dios movió de nuevo la cabeza.
–Vosotros sabéis que he dado la inteligencia al hombre y un día u otro
aprenderá a construir barcos y a cruzar los océanos más fuertes.
– ¿Pero, dónde entonces, Maestro?
Dios sonrió.
–La esconderé en el lugar más inaccesible, un lugar a donde el hombre no irá a
buscar fácilmente. La esconderé profundamente en el mismo hombre».

8. Silencio educativo

H ay un silencio que educa, es decir, que te hace sacar lo mejor que hay en
dentro de ti1. Hay un silencio que hace camino hacia donde sólo se puede ir sin
palabras. Las mejores palabras no son las que aprendemos fuera, sino las que
brotan de dentro, las que ya están ahí, dentro de ti, esperando la oportunidad de ser
pronunciadas. Hay palabras exteriores que ahogan la palabra interior. Callar, no decir
palabras, no hacer ruido es sólo un entorno para ir al silencio y dejar que suene la
palabra que te habita. Eso, la palabra (y la Palabra) te habita, está dentro de ti, como
en gestación. El silencio es siempre encuentro, nacimiento, palabra. Somos manantial.
Somos palabra. El silencio es el portal de Belén donde nace tu palabra. No callas para
no tener palabra. Callas para escuchar, en el silencio, la palabra, la tuya y la que te
habita desde el inicio y es más íntima que tú mismo. O, si quieres, callas para
pronunciarte.

1
Álvaro GINEL, Interioridad y fe cristiana, en Misión Joven 263(1998)25-32.
Tiene poco sentido «estar callados». Es necesario callar. Pero sólo es
camino para el silencio que deja hablar...«¡Cállense! ¡Dejen hablar!», es una
orden para oír la palabra que nos llega de fuera. «Me callo. Dejo de hablar»
tiene otro sentido bien distinto. Soy consciente de que dentro mí hay palabras
mías que sólo las puedo pronunciar si hago un camino y creo un ambiente de
parto. La verdadera palabra es un alumbramiento, un parto.
Callas, primero. Respiras. Sigues callando y descubres la barahúnda de
tu vida. Sigues callando, respiras. Y poco a poco viene el silencio (horas, días,
años... no sé). Sigues en silencio, en espera, sin decir nada, es cuando, sin
forzar, nace la palabra: tu palabra.
Ahora lee: No está Dios en el ruido (1 Re 19).

9. Silencio pedagógico

H ay una privación de palabra, de comunicación con el otro que es silencio


pedagógico. «Dejo de hablarte, te niego la palabra hasta que recapacites un
poco y tengas palabra. Así, tal como estás, tal como te comportas, no merece
la pena hablar contigo. No tienes palabra...». Tú entiendes bien de qué hablo; has
utilizado esta pedagogía del silencio con tus amigos, con los que más quieres... Es una
pedagogía que sólo funciona con cercanos y con íntimos. La negación de la palabra al
otro es pedagogía de silencio entre los que se comunican, entre los que se quieren.
Restringimos o anulamos la palabra temporalmente para que broten de verdad
palabras personales, para reavivar el diálogo personal.

Lo entendió bien Israel en el Antiguo Testamento. ¿Por qué Dios, tan hablador
como es, no nos habla? Si nuestro Dios guarda silencio, es que nos está invitando a
buscarle, nos está invitando a descubrir que adoramos dioses falsos. Un Dios hablador
no es un Dios palabrero. Un Dios hablador quiere interlocutores capaces de mantener
con Él una conversación de tú a tú. Dios nos toma en serio. Nos toma tan en serio que
nos recuerda que, en lo más profundo de nosotros mismos, cada ser humano es
«palabra de Dios». Hemos sido pronunciados por Dios y existimos. Hemos sido
pronunciados por Dios y tenemos «aliento de Dios». Somos capaces de mantener
conversación con Dios si nos habitamos, si estamos «en casa», en nuestra propia piel,
si somos realmente la «palabra pronunciada» por Dios. Dios no nos quiere palabreros,
nos quiere con palabra. Dios se comporta con nosotros como íntimo. Las personas
vacías, que no tienen nada que decir llegan a ser insoportables. Y estar con ellas se
nos hace insufrible...

Tanta crítica al silencio de Dios, ¿no deberíamos interpretarla desde esta óptica
como un «silencio pedagógico» de Dios con cada uno de nosotros?
(Si puedes y encuentras el librito Escucharás la voz del Señor, tu Dios, Juan José
Bartolomé, CCS, Madrid 1984, 97 pp., léelo despacio, al menos el capítulo primero y
segundo).

Hay pedagogías tan profundas que no están escritas, nos las dicta el
corazón. Dejamos de hablar a quien queremos para decirle lo que sólo él se
puede decir cuando se pregunte y eche de menos nuestra palabra... Te retiro
mi palabra hasta que seas persona de palabra, hasta que busques tu palabra...
Hay un silencio provocativo que se hace silencio pedagógico.
Hay palabras que sólo pueden brotar de una provocación. Caemos en la
cuenta de nuestro vacío cuando somos provocados por el silencio del que antes
hablaba tanto con nosotros...

10. Educar en el silencio

E n Dios, lo primero es el silencio. En nuestra época agitada y ruidosa el silencio


es raro, aparentemente imposible para muchos. De ahí que sea importante
educar en el silencio. Sigue siendo verdad que el silencio precede a toda vida, a
todo lo que alienta la vida y la hace crecer.
No se trata de realizar actos aislados de silencio, sino de llegar al silencio por una
educación sistemática en el silencio.
Educar en el silencio exige un camino que conduzca al silencio. «Hay un tiempo para
callar, hay un tiempo para hablar» (Qo 3,7). Se prepara el hablar con el callar. Aquí te
pongo referencias para un camino sistemático de educación en el silencio.

■ Momentos de estar solos para poder estar presente a ti mismo y a los demás.
Respira. Toma conciencia de lo que te habita, de tus sentimientos, de tu soledad...
hasta que descubras que estás habitado por ti mismo y por una presencia que te
precede: «el aliento de Dios» (Gn 2,7).

■ Momentos de callar para entrar en el silencio y acercarse a la escucha del corazón:


«tengo que hacer...: calla»; «tengo ganas de...: calla»; «ahora recuerdo...: calla»;
«me da vueltas esta idea...: calla». Calla y respira. Calla y espera. Calla y unifícate.
Calla y no desees nada. Calla y, como mucho, rumia una palabra: paz. Calla y no
tengas miedo al vacío... Ese vacío que sientes es ya palabra profunda que anhela lo
que hay dentro y no te atreves a mirarlo. No digo a pensarlo. Las cosas más
importantes no se piensan: se contemplan.

■ Momentos admirar y contemplar. Es importante enseñar a ver y a mirar para


admirarse: contemplar. Hay maravillas muy pequeñas: gestos humanos, rostros... Y la
naturaleza nos sorprende a cada paso. ¡Cuánta maravilla dejamos de contemplar! El
consumismo nos lleva a reducir todo a consumo. Un jardín, una flor, una gota de agua
no es para nada, basta contemplar... Sólo vemos lo que llevamos ya dentro o lo que
otros nos muestran... Despierta hoy con ánimo de contemplación, de descubrimiento
de pequeñas grandes cosas... Edúcate y educa en la admiración y contemplación de
todo lo que te rodea. Donde parece que todo es igual es posible que un día, hoy,
descubras un secreto oculto (Mt 13,44).

■ Momentos para contemplar la realidad. No se trata de saber noticias, sino de


contemplar la realidad. Esto exige mirar desde diversos puntos. La realidad, como cada
persona, es mucho más de lo que vemos. Siempre hay algo oculto que se nos escapa.
Nunca las cosas son simples, reductibles a blanco o negro. Juicios apresurados son
siempre parciales y, por eso, pueden estar cargados de error.
■ Momentos para descubrir los procesos de las cosas. Las cosas no comienzan en el
lugar donde las «compramos». Las patatas no nacen en el supermercado, sino en la
tierra. Allí el agricultor las sembró, germinaron, fueron cultivadas, regadas, mimadas,
sacadas, envasadas, transportadas... Todo un largo proceso que da otra perspectiva de
la vida menos puntual... Viendo los procesos, las cosas cambian, tienen más
densidad... Cuando aparece algo es porque ya estaba hace mucho tiempo latente...
Los procesos de lo que nos pasa se entenderían mejor si descubriéramos, en silencio,
el hacer silencioso que crea y da fruto paso a paso.

11. La persona educada en el silencio

¿Cómo es la persona educada en el silencio y acostumbrada a alimentarse del


silencio? Posiblemente la respuesta a esta pregunta tendría una variedad de
representaciones imaginarias muy amplia. Te propongo aquellos rasgos que me
parecen más destacables.

■ La persona educada en el silencio es consciente de lo que ha llegado a ser. ¿Qué


quiere decir esto? Quiere decir que el silencio hace que seamos capaces de ver nuestra
vida como historia (proceso) en la que percibimos acontecimientos raíces, hechos
importantes en los que se apoya nuestra existencia. Y no sólo los percibimos, sino que
descubrimos que unos hechos son cimiento y base de otros. No somos caos ni «lo que
sale». Nuestra vida tiene hilo conductor. Unos hechos explican otros y posibilitan el
futuro. Hemos llegado donde ahora estamos porque una trama de acontecimientos lo
permitió. El silencio nos permite ordenar nuestro caos y dar nombre a lo que la vida
nos ha regalado. Es todo lo contrario de vivir en la superficialidad, en el ruido, en una
interminable sucesión de «cosas» que no tienen trabazón lógica.
El silencio de cada día nos lleva a «ordenar» lo que nos pasa y a descubrir la
corriente de agua por la que navegamos día tras día: sentimientos, luces que se
encienden, gustos que tenemos, opciones que hacemos...

■ La persona educada en el silencio reconoce sus límites. Reconocer los propios límites
es sabiduría. Cuando lo único que nos alimenta es lo que hacemos con nuestras
manos, la gran tentación es hacer mucho, no tener huecos libres en la agenda para
«no hacer nada». El final suele ser un gran vacío o una ruptura personal por falta de
sentido... Es insoportable hacerse la pregunta: «¿quién soy yo?» y encontrarse con
que «yo soy lo que hago». Cuando yo soy lo que hago, la tragedia es que no soy. Es lo
que hoy rompe a muchas personas interiormente. Se ha identificado ser y hacer, y el
hacer ha eclipsado al ser. El silencio nos lleva a reconocernos personas con
sentimientos, deseos, amor, fragilidad, capacidades personales, límites... Aceptar lo
que soy y los límites que tengo es básico para quererme y para no pretender
grandezas que superan mi capacidad (Sal 130). Si queremos saber en qué consiste de
verdad «no pretender grandezas que superan mi capacidad», hay que hacer silencio y
encontrar el cimiento de nuestra vida. Para el creyente, ese cimiento no es otro que el
Dios en quien confía. San Agustín lo expresó, como confesión personal, curando
escribió: «Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más
elevado que lo más sumo mío» (Confesiones 3,6,11).
■ La persona educada en el silencio es una persona abierta a la realidad. Hay
esquemas de representación que nos llevan a imaginar la persona silenciosa como una
persona mojigata que no abre los ojos, que no es de este mundo, una persona
asustadiza, que no pisa tierra. Nada más lejos de la verdad. La persona educada en el
silencio es una persona que, justamente porque sus bases están en tierra sólida, no se
asusta de nada ni por nada. No son las cosas su columna vertebral, por eso las cosas
no le tambalean. La persona profunda no tiene miedo a lo que pasa y no se queda en
lo que pasa, sino que sabe analizarlo, situarlo, reorientarlo... La persona silenciosa es
profunda y mira sin ser mirona; mira sin ser fisgona. Mira para contemplar, para llegar
al corazón de la realidad. Por eso admira y es admirable. Nadie como la persona de
hondo silencio sabe comprender a las personas y sabe discernir la paja del grano. En lo
más corriente de lo que acontece, sabe formular preguntas importantes, sabe
interrogarse e interrogar a otros... El silencio que lleva a la interioridad nunca es
evasión porque las cosas nos van mal o porque nos estorban los hombres. El silencio
no es huida de nadie ni de nada. Es búsqueda de nosotros mismos porque, estando en
contacto con nosotros mismos, es como mejor podemos relacionarnos con Dios, con
los otros, con la realidad.

■ La persona educada en el silencio es amante de la verdad. La verdad no se equipara


a una categoría de razón ni se puede reducir a pura lógica. La verdad es alcanzar la
completa posesión de sí mismo, la plenitud. La verdad es conocer y, sobre todo,
conocerse. Pero en la persona humana el conocimiento es más que fórmulas. El
conocimiento es amor, libertad, íntimos deseos, duda, búsqueda, camino, futuro, tierra
prometida... Siempre caminando hacia ella y siempre más allá... La verdad no es
posesión, es camino. Los que hacen de la verdad posesión, se estancan. Poseedores de
la verdad, ya no buscan y enjuician todo, a todos... desde su posición. La verdad es
tarea. Se alcanza desbrozando las pequeñas verdades absolutizadas. La verdad es
camino por el que se circula con la propia luz interior y con la Luz que nos viene de
fuera; hay tramos que sólo son transitables con ayuda de otras luces, de otra Luz. Ver
la verdad pide aceptar iluminación...

■ La persona educada en el silencio es feliz. Los santos tristes hacen mucho daño al
Evangelio. Los santos que no son de este mundo tienen poco atractivo. Necesitamos
santos de a pie, de los viven con la gente, de los que aman a la gente y se dan a la
gente, de los que marcan caminos en medio de la niebla, de los que tienen ojos de
profetas y agua del pozo de la samaritana... Necesitamos santos que vivan nuestra
vida y la vivan desde el silencio y la contemplación para que nos den razones para
vivir. Necesitamos gente a quien el Evangelio le haga feliz. Felicidad, santidad y alegría
no están reñidas con nada de lo verdaderamente humano o humanizable. ¿Qué más
fuente de felicidad y alegría que beber el agua fresca del propio pozo? ¿Qué mejor
aliento para vivir que el aliento del Dios de la creación?

12. Al cierre

«E l hombre no puede saber lo que es profundidad sin quedarse en silencio y


reflexión sobre sí mismo. Sólo cuando deja de preocuparse de lo circundante, puede
experimentar la plenitud del momento aquí y ahora; de aquel momento en que
despierta en él la pregunta por el sentido de su vida»2 .

El silencio es sólo soportable un tiempo... El silencio no es estación de término.


El silencio es camino para un encuentro: personal y con todo lo existente.

Si hoy sentimos urgencia y necesidad de silencio es porque estamos


amenazados de ruido, de palabras de otros, de miles de solicitudes para estar siempre
«fuera de casa», mirando hacia fuera (todo se hace escaparate y provocación), sin
tiempo para mirarnos, para mirar hacia dentro.

Educar en el silencio y mantener la espera. Lo esencial no se toca con la mano,


sin más. Hay que prepararse para estar en presencia de lo esencial sin temor. Si
temes, si te tienes miedo, aún es tiempo de espera. No se trata de saber la verdad ni
de que te digan la verdad. Se trata de que descubras de verdad tu verdad. Descubrir
es más que saber. Descubres y comienzas a ser de verdad, a hacer la verdad, poco a
poco, como se hacen las grandes creaciones.

Tres palabras

Hay tres palabras muy cercanas: interioridad, silencio, soledad.

□ Interioridad: Hace relación a lo que cada persona lleva dentro de sí, en lo más
profundo: sentimientos, deseos, proyectos, futuro, amor, odio, libertad. La persona
que llega a tocar esas realidades personales y se maneja bien en ellas, ha llegado
al centro, al interior, al secreto más íntimo de su persona. Todas las personas
tienen interioridad, pero no todas llegan a ella. Por eso podemos hablar de
personas profundas, interiores y personas superficiales.

□ Silencio: Aquí lo entendemos como el camino que lleva al adentro, a la


profundidad, a la interioridad de la persona. El silencio del que tratamos es más
que ausencia de ruidos, o de palabras. Si callamos, es para hacer posible el
nacimiento y el descubrimiento de la riqueza que la persona es y tiene. El silencio
no es un lugar donde habitar, sino un camino para llegar a la interioridad de la
persona, que sí es un lugar donde habitar. De todas formas, no se entiende una
realidad, interioridad, sin la otra, silencio.

□ Soledad: Carencia voluntaria o involuntaria de compañía dice el diccionario. Aquí,


por soledad, entendemos el encuentro de la persona con su realidad más original

2
P. TILLICH, La dimensión perdida, Ed DDB, (Bilbao 1970) pág. 15
de libertad y de opciones. Al fondo de su interior llega la persona y llega sola. Le
pueden acompañar, pero, en el secreto de sí misma, sólo ella puede entrar. En
soledad la persona tiene que tomar decisiones y responsabilidades. La persona
puede estar acompañada hasta un determinado kilómetro. Pero llega un momento
en que la única responsable de sus acciones es ella, como llega la muerte y es ella
sola la que muere. Para entendernos, soledad es esa situación vital en la que la
persona toma opciones, arriesga su vida, orienta su existencia. En este sentido, por
duro que parezca, la soledad es una riqueza, un valor e indica que estamos ante
una persona madura. Sin un cierto grado de soledad, la persona no puede madurar,
todo se le da hecho, ella es poco protagonista de su vida.

Proposiciones para educadores

Tú eres educador. Tú tienes en las manos una posibilidad de educar a los niños y
adolescentes en el silencio. Tú, si quieres, puedes ejercitarles en el uso de la llave
que abre la puerta del silencio personal.
Tú eres educador. Tú eres necesario para que el otro haga su camino de silencio
hacia el tesoro que está oculto en él mismo.
Tú eres educador, eres necesario porque el camino del silencio es difícil, largo, lleno
de peligros. Las realidades más profundas se desvelan muy lentamente y tras un
esfuerzo personal perseverante. El silencio está siempre amenazado: miedos,
cansancio, proceso largo, desorientación, aceptación o rechazo de lo que uno se
encuentre en el camino...
Tú eres educador. Tú eres necesario. Tú tienes en tu mano muchas pequeñas cosas
para poner en camino y hacer caminar...

□ Ayuda a hacer preguntas y deja tiempo para las respuestas. Hay respuestas que
sólo son verdad si no se dan en el acto.

□ Lanza preguntas, espera la respuesta, pero no olvides la pregunta lanzada.


Recuérdala. Una cosa es exigir respuesta inmediata y otra olvidar y abandonar la
pregunta. Si abandonas la pregunta, quizás no estabas convencido de que era
pregunta fundamental.

□ Ayuda a callar y calla. No lo digas todo. Es imposible. Además, lo más importante


es tu aportación para que el otro se diga su verdad. No llenes el espacio de
palabras. Haz gestos. Deja silencios. Es posible que no te entiendan al principio. No
te entenderán jamás si descubren que tu silencio está vacío. Pero si perciben que,
después del silencio, al menos tú tienes palabra nacida en el silencio, aprenderán a
callar y palparán la riqueza del silencio.

□ No permitas la palabrería. Detén la conversación, la discusión, el diálogo cuando


algo importante suena y se pronuncia. Di: «Silencio, por favor. Vamos a dejar que
cale en nosotros esta palabra. No todo es igual. Hay palabras que están cargadas
de vida y hay que dejar que la vida nos empape».

□ Ayuda a que salga la palabra personal. Demuestra tu desacuerdo cuando


escuchas «palabras hechas», «palabras rutinarias», «palabras que no dicen
nada»... Pregunta: «Esto que dices, ¿es tuyo, te sale del corazón o es el ‘disco’ que
te han metido dentro y ahora has puesto? Yo no quiero hablar con discos ni con
magnetófonos. A mí me gusta hablar con personas... Yo quiero hablar contigo. Yo
quiero tu palabra».

□ Abre a la admiración, a lo bello, a la contemplación, a lo diferente...

□ Ayuda al silencio haciendo «preguntas que no están en el libro», preguntas que


exigen elaboración personal con datos de fuera y con el propio punto de vista.
Pregunta lo que no está en el libro y valóralo para que tengan una idea de lo que
son capaces de hacer, de reflexionar...

□ Exponte al riesgo de decir a cada persona no sólo lo que sabes de ella, sino lo que
percibes, lo que sientes...

□ Ayuda a que el otro adquiera ritmo, repetición, ensayo continuo de caminar por el
sendero del silencio. Es posible que te tomen un poco el pelo. Pero, si saben por
qué lo haces y dónde les llevas, descubrirán que eres educador de verdad.

□ No tengas miedo en decir que no lo sabes todo, no lo conoces todo... Afirma que
hay misterios... No todo es explicable... Una sonrisa, un guiño de ojos, un beso no
tienen explicación. Son reflejos de un misterio oculto en nosotros: el amor.

□ Ayuda a reflexionar con frases breves que se entiendan, pero que necesiten ser
pensadas.

□ Recuerda: no sólo ayudas a caminar por el silencio. Tú también eres ayudado a


entrar en tu silencio ya sea con la palabrería del otro o con el silencio. Nos
educamos todos.

□ Ayuda a invocar. Si hay silencio, es posible la invocación, la postración ante el


misterio, la adoración, la oración. Calla e invoca. En lo más hondo de ti está el
gemido del Espíritu que quiere gritar a pleno pulmón: «¡Abba, Padre!»

Álvaro Ginel Vielva


estudios@misionjoven.org

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