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Algunas Tesis Equivocadas Sobre Teoría Literaria

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ALGUNAS TESIS EQUIVOCADAS SOBRE TEORÍA LITERARIA1

Miguel Ángel Huamán Villavicencio

En nuestro ambiente educativo circulan diversidad de textos y no todos


ellos responden a una seria labor de investigación. A pesar de gozar de
fama e inmerecido éxito, desnudan muchas falencias. Las mismas que van
de la ausencia de referencias bibliográficas adecuadas al uso esquemático
de conceptos o categorías de diversa índole. Todas estas fallas pasan
desapercibidas porque la difusión de dichos libros ha sido inducida
directamente por sus autores cuando, al ejercer la docencia, obligan a sus
estudiantes a adquirir los ejemplares.

Estas obras dan en la yema del gusto de los alumnos porque precisamente
les simplifican o ahorran el esfuerzo de leer textos de mayor nivel o el
trabajo que implica recurrir a fuentes de primera mano y especializadas,
lamentablemente escasas o nulas en la enseñanza superior. De ahí que el
joven aprendiz de maestro pase por alto la pobreza de las definiciones, su
ambigüedad o talante tautológico, la alusión vaga a autores y obras que no
aparecen en la bibliografía o que simplemente se citan mal. Estas
deficientes referencias bibliográficas imposibilitan la función básica de las
mismas, esto es que el lector pueda recurrir a la fuente originaria (artículo o
libro) para profundizar lo desarrollado.

Más allá de la buena o mala voluntad de los involucrados, resulta


fundamental la toma de conciencia del gran daño que esta práctica acarrea
a la propia imagen de la labor educativa. Muchas veces nos quejamos de
que no se valore y aprecie como debe ser al maestro del colegio y en
particular a los de la especialidad de lengua y literatura, pero no nos damos
cuenta de que gran parte de la responsabilidad la tienen los propios
docentes y estudiantes universitarios.

Si el entusiasmo y el empeño puesto por el autor en la publicación de un


libro, sobre todo del tipo manual de enseñanza universitaria, fueran
suficientes nuestra realidad educativa sería otra. Lamentablemente no
bastan porque muchas veces se reproducen y perennizan en la misma
elaboración del texto prácticas o costumbres intelectuales que precisamente
hay que combatir para poder avanzar. Si el memorismo, la ausencia de
hábitos de lectura y la carencia de perspectiva crítica son los males más
graves de nuestra educación, los instrumentos que usamos para forjar a los
futuros maestros no deben caer en dichos errores.

1 Publicado en Gonzalo Espino Relucé: Literatura. Lima, Univ. F. Villarreal, 2000, pp. 231-243. Recogido
en M.A.Huamán Problemas de Teoría Literaria. Lima, Signo Lotófago, 2001.
Hay que cambiar esa mentalidad del estudiante de educación que prefiere
manuales, diccionarios, balances, resúmenes y cualquier lectura que
implique menos páginas o que sea menos voluminosa. Los jóvenes
alumnos de pedagogía tienen una fascinación por los seminarios,
simposios, encuentros, mesas redondas, charlas o cualquier actividad de
difusión que además de resultarles más cómoda (solo tienen que sentarse y
escuchar) redunda en su beneficio al otorgarles un certificado que, aunque
no hayan aprendido nada, les “engorda” el currículum. Hay toda una
“cultura oral” mal entendida que distorsiona un hecho esencial y
fundamental para la formación en la educación superior: la necesidad de
investigar y leer textos especializados.

Generalmente los manuales que “empeñosos y hábiles maestros


universitarios” publican caen en una actitud complaciente ante esta
costumbre mental. Son como extensiones de dichas actividades de difusión.
Aunque sirven como libros de cabecera para los cursos formativos poseen
como característica el reforzar el memorismo, no incentivar la lectura e
impedir el desarrollo de una postura crítica. Con la excusa de ser
didácticos, caen en una simplificación y vulgarización de los contenidos
que solo facilita en recurso de la memoria para dar ilusión de que se conoce
un tema.

Por otro lado, como en la comunicación oral, se alude con ligereza y en


términos vagos a las opiniones o al pensamiento de otros autores, de los
que se hace un uso casi literal sin darse el esfuerzo de elaborar
discursivamente en forma autónoma los propios temas que se están
desarrollando. Diferenciar nuestra escritura de lo escrito por los otros nos
exige la tarea de ordenar un conjunto de lecturas que se requiere manejar
mínimamente para abordar con seriedad cualquier asunto. Esto es, si
menciono o aludo a determinado autor o libro, el lector debe tener claro por
qué ese y no otro, dónde se ubica cronológicamente o conceptualmente en
concordancia con la exposición que se está haciendo.

El utilizar las palabras de otros autores y mezclarlas con las nuestras en una
suerte de paráfrasis tiende a reforzar en los estudiantes la idea de que existe
“una verdad”, casi siempre dicha en pocas palabras y en forma ambigua o
tautológica. No se trata de no citar o no mencionar las opiniones de otros
autores, sino que cuando se hace en realidad se dialoga con los demás en el
seno de una comunicación científica o académica. Todo texto requiere
respaldar su punto de vista con otros autores, diferir de lo aceptado por
algunos escritores, interpretar críticamente algún argumento o simplemente
encontrar que la forma como otra persona esboza una idea que comparte es
la más adecuada. Para todo ello, uno se ve en la necesidad de citar. En estos
casos, necesariamente se debe diferenciar lo que es nuestra palabra y
ofrecer los elementos textuales suficientes para que el lector siga la
argumentación, pueda confirmar o diferir de nuestro punto de vista, así
como simplemente elaborar sus propias ideas sobre el tema o de los
fragmentos citados.

Esta práctica tiene la ventaja de no solo acostumbrar al estudiante a


discernir, comprender y apreciar que sobre un asunto o tema se pueden dar
diversas versiones, con la toma de conciencia de la importancia de la
elaboración lingüística, pues esta es inseparable del pensamiento y de la
formulación de la verdad. Sino que al obligar a asumir actitud activa y
crítica sobre el problema, para lograr su propio punto de vista al respecto,
se dé cuenta que ninguna opinión es verdadera y que solo alguna es menos
falsa que las otras. Comprender así que el conocimiento no está hecho de
verdades absolutas sino de aproximaciones. Una cosa es la verdad y otra
muy distinta la validación.

Asimismo, somos enemigos de compendiar o seleccionar profusamente


fragmentos de textos sobre un tema porque además de condicionar a los
lectores a la propia interpretación del que ha compendiado los libros, esto
incide en la actitud pasiva del estudiante y lo aleja de la lectura de las
fuentes u obras primarias. Esta práctica tan profusa y frecuentemente
utilizada en la formación superior se justifica con la afirmación de que
lamentablemente no hay libros ni bibliotecas suficientes. También produce
casos asombrosos de libros de pocas páginas donde uno encuentra toda la
literatura universal, la peruana, o la teoría literaria desde la antigüedad a la
postmodernidad, títulos generalmente ligados a los cursos o a la “vasta”
especialidad del autor.

Cuando uno tiene una práctica de investigación y de lectura constante se da


cuenta de que nunca hay libros suficientes. Una cosa es que siempre
estemos necesitando leer los nuevos aportes dentro de nuestra comunidad
científica y académica, que precisamente por algo dinámico está en
permanente producción intelectual, y otra cosa es que los libros que existen
en nuestra biblioteca institucional o personal se lean. La lectura de un libro
especializado por más obsoleto que sea y a pesar de sus limitaciones
constituye una experiencia incanjeable, valiosa e insustituible. Uno dialoga
con esa experiencia presentada en forma estructurada y coherente, aprende
no solo ciertos juicios que jugaron un papel en determinado momento, sino
al mismo tiempo cómo se trata o aborda un tema, la coherencia expositiva
y las referencias bibliográficas.
También así se participa de una tradición de pensamiento, que hace del
discurso del conocimiento un diálogo, una búsqueda, un permanente
mecanismo de interrogación y no la obtención solipsista o individual de
una verdad absoluta y dogmática. El camino de la investigación científica
está lleno de preguntas más que de respuestas, supone una dimensión
consensual y el reconocimiento de los demás para la aceptación de nuestras
propuestas como las más útiles o vigentes en un momento dado. Asimismo,
leer un libro especializado permite hallar vacíos en nuestra visión histórica,
o proyectar conjeturas sobre el tema; en pocas palabras, entrar en un
proceso vivo de actividad intelectual.

Esta perspectiva convierte en factor esencial de la formación académica la


elaboración de nuestras propias ideas y el ejercicio de nuestra competencia
de lenguaje. Este aspecto constituye precisamente uno de nuestros
objetivos primordiales como docentes de lengua y literatura. No podemos
exigir a los estudiantes algo que no practicamos. Si acostumbramos a los
jóvenes a repetir de manera simplista definiciones o esquemas y no a
construir sus propios discursos críticos, estamos empobreciendo la
educación al entenderla como mera instrucción. Al mismo tiempo
reforzamos la dependencia y la actitud pasiva que fomenta o convalida los
diversos autoritarismos de los que renegamos en nuestra vida cotidiana.

Por otro lado, me pregunto: si todo dependiera de tener los libros más
actuales o la bibliografía última en la ilusión falsa de que se pudiera lograr
aquello, puesto que siempre van a aparecer nuevos libros y propuestas, ¿por
qué han surgido en nuestro Perú en zonas apartadas y en lugares con escaso
acceso a la información grandes pensadores o investigadores? Pensemos en
los casos de Julio C. Tello, César Vallejo o Antúnez de Mayolo y en
general en todos nuestros maestros en campos disciplinarios diversos,
puesto que nuestro propio país y nuestro continente son también periféricos
frente a Occidente.

Desde otro ángulo, ¿cómo es que en los países que gozan de ingentes
recursos bibliográficos y materiales para la educación superior no todos
terminan siendo mentes innovadoras y pensantes? Los libros por sí solos no
sirven para nada; solo la actitud mental, la disposición a la interrogación
permanente, el espíritu crítico y la voluntad de relacionar ciertas ideas con
nuestros problemas genera una dinámica de conocimiento. Ello implica
trabajo sistemático y constante, dedicación y esfuerzo. Uno va a la
universidad no a que le llenen de información como si fuera un tanque
vacío, sino a ejercer y desarrollar su capacidad cognoscitiva, a aprender a
aprender y eso supone adecuarnos a una búsqueda ordenada y programada.
Esa es la idea de un plan de estudios, de un currículo y de un sílabo, nos
disciplinamos para seguir inquiriendo e interrogándonos. El libro aislado o
disperso, la repetición de memoria de definiciones o fórmulas, la
acumulación de cursos aprobados pero no asimilados puede darnos la
sensación de que avanzamos, de que estamos llenos, pero no nos nutre, no
logra la meta de interiorizar un método que nos permita producir nueva
información frente a situaciones o problemas cambiantes.

En este contexto, hemos podido constatar la permanencia de ciertas ideas


que, como tesis equivocadas sobre teoría literaria, se reiteran en estos
manuales de formación universitaria en la especialidad de lengua y
literatura. Creemos necesario dilucidar su carácter confuso y errado, que es
indispensable confrontar con el estado actual de la investigación teórica en
los estudios literarios para orientar a los interesados en los peligros que
conllevan dichas posiciones.

La primera tesis equivocada tiene que ver con la definición de literatura. La


podemos enunciar así: existe una definición científica y real de lo que es
literatura. Para tal efecto se utiliza en forma indistinta términos como:
Estética, Teoría, Ciencia, Poética, Arte, Belleza, Comunicación, etc., para
supuestamente precisar lo literario; obviando que cada uno de esos
conceptos tiene tras de sí una larga historia y antecedentes complejos de
acuerdo a los diferentes enfoques epistemológicos. Algunos ejemplos de
esta vocación simplificadora por la definición de la literatura serían los
siguientes:

La literatura es una manifestación de la cultura que, utilizando el lenguaje, ya sea en su


forma oral o escrita, adquiere autonomía como expresión artística específica y
diferenciada de otras formas humanas de lograr la belleza. (Rodríguez:1991,17)

La literatura busca comunicar mediante imágenes verbales estéticas, aquello que refleja
de la realidad (objetiva y subjetiva). La literatura refleja la vida, la realidad natural,
social y el pensamiento; pero mediante imágenes artísticas verbales. (Chamorro: s/f, 19)

La literatura (…) forma orgánicamente 0arte del sistema completo de conciencia social
vigente en cada periodo históricamente independiente de desarrollo de la humanidad.
(Timofeiev: 1979, 7)

Aunque reconocemos que toda definición es provisional y por lo mismo


preferimos propiciar que cada uno elabore su propio concepto sobre el
tema, es necesario recordar que el término literatura no existió siempre ni
tenía antes la acepción que para nosotros tiene. En lugar de reforzar el
memorismo y el dogmatismo, como hacen muchos manuales que
comienzan por definir lo literario, deberían recordar que dicho concepto no
existió siempre, sino que surgió con nuestra cultura moderna. Posee por lo
tanto tres acepciones que no conviene confundir.
El término “literatura” designa, en primer lugar, la práctica de la escritura;
es decir, la creación o producción de estructuras verbo-simbólicas orales o
escritas. En segundo lugar, denota la actividad cognoscitiva de los estudios
literarios; en otras palabras, también llamamos literatura a la disciplina
humanista que intenta incorporar la práctica escritural o de producción
discursiva al conocimiento. Finalmente, en tercer lugar, literatura se
entiende asimismo como una institución social, dicho de otra manera, se
alude con ese nombre a un conjunto de actividades, normas y valores
ligados a la reproducción social o al sistema educativo.

Es necesario, pues, precisar cuándo utilizamos el término “literatura” a qué


nos estamos refiriendo: a las obras o productos verbales de los escritores y
sus actividades creadoras, a los discursos críticos que forman parte de los
estudios literarios en las ciencias humanas o a los componentes de la labor
educativa vinculada a formas sociales de institucionalidad.

La segunda tesis errada la podemos formular así: la literatura como arte


forma parte del campo estético que tiene que ver con la belleza. Puede
aparecer de varias formas, como en los ejemplos siguientes:
La estética es una ciencia que estudia las leyes más generales del desarrollo del hombre
en constante relación con su realidad. El arte es la creación de la belleza por el hombre
en sus diversas formas y grados. La belleza artística creada por el hombre se diferencia
de la belleza natural. (Chamorro: s/f, 17)

La literatura es el arte de expresar belleza a través de la palabra. (Sánchez:1979, 24)

La literatura es una forma artística creada mediante imágenes estéticas verbales.


(Chamorro: s/f, 18)

Afincar lo estético a lo bello o centrar su campo de interés en la belleza


corresponde a una concepción premoderna, antigua o clásica y denota, en el
mejor de los casos, un idealismo trascendental de raigambre hegeliana. No
se puede considerar lo bello o la belleza como una idea o esencia universal
de existencia autónoma, ni algo inefable o indescifrable que intuitivamente
captaría el escritor o artista.

Por el contrario, el término “estética” en la modernidad alude a la


percepción y está ligado al campo de lo cognoscitivo. Precisamente porque
lo bello o la belleza son valores humanos que varían de acuerdo a las
propias determinaciones culturales. Una cosa para una colectividad puede
ser bella y para otra algo horrible o feo. Asimismo, el propio arte y la
literatura en su proceso de constitución en la modernidad cuestionan el
ideal clásico de la armonía, la belleza y la unidad para reivindicar una
“estética de lo feo” desde Baudelaire hacia adelante. En él, como en todo el
pensamiento contemporáneo, el término estética alude al conocimiento, a la
percepción y al desciframiento de lo real.

Muchos que se reclaman materialistas dialécticos y que terminan siendo


materialistas vulgares, caen sin darse cuenta en la estética de Hegel. En su
sistema, como en todo filósofo idealista, la ciencia es sinónimo de verdad y
conocimiento que da leyes sobre los diversos ámbitos de la realidad,
incluido el ideológico y el estético. Por eso hablan de la ciencia estética,
dado que para el hegelianismo las imágenes artísticas son formas
puramente particulares del conocimiento sensorial, que quedan en la
apariencia fenoménica sin coronar en lo universal, de ahí que para esa
perspectiva la filosofía sea una forma superior de conocimiento.

Que algunos hayan cambiado el espíritu absoluto por la práctica social de


una ciencia marxista no altera la ubicación degradada de lo literario y el
arte en su concepción, más bien reafirma la pervivencia de la otra forma
que en el sistema de Hegel se encuentra después de la filosofía y antes de lo
estético: la religión. En gran medida son también teólogos, pero no de un
dios sino de una supuesta ciencia supra humana vista como natural y
objetiva. En su dogmatismo han remplazado a dios por la ciencia.

La tercera tesis equivocada la podemos formular así: la literatura y el arte


son imágenes estéticas cuyo rasgo esencial es su ficcionalidad. Esta idea
precisamente tiene que ver con la concepción de lo estético como un campo
subordinado no regido por la racionalidad. Se puede hallar formulada de
este modo:
Las obras literarias contienen la fantasía, la imaginación y el poder ficcional de sus
creadores. De allí que la literatura no es real ni verídica. Tampoco está sujeta a
demostraciones ni verificaciones. La literatura no es una ciencia. Su naturaleza ficcional
es de verosimilitud. Aparenta ser la vida, pero no es la vida misma (Chamorro, s/f , 20)

El escritor plasma su concepción del mundo y su concepción artística en sus obras y


siempre asume una posición consciente o inconsciente. Finalmente, es necesario decir
que la literatura no es ni puede ser calco ni copia de la realidad, tiene algo que define su
naturaleza: es obra de ficción con plasmación estética. (Chamorro: s/f, 19)

No se puede reducir lo literario a la ficción, dicha equivalencia resulta


totalmente falsa. En primer lugar, porque el rasgo ficcional no es privativo
ni exclusivo de la literatura. Tiene que ver con los modos de decir
inherentes a la lengua. Está presente en todo lenguaje verbal que puede
usarse no solo para referir y en situaciones reales, sino que también se usa
en situaciones imaginarias para referirse a sí misma. Un contador de
chistes, el relato de la abuela a su nieto para que duerma o la simple
mentira que utilizamos para escapar de un problema son ejemplos de usos
ficcionales propios e inherentes a toda lengua natural. Esta no solo se usa
para dar cuenta de las cosas, sino para inventar cosas imaginarias.

En segundo lugar, la literatura puede (y de hecho lo hace) utilizar en su


registro textos o discursos no ficcionales como cartas, noticias,
resoluciones e incluso informaciones del mundo real. Lo que diferencia a la
literatura de otros discursos no es su carácter ficcional, sino el uso que hace
de dicha función. La ciencia también hace uso de fantasía y la imaginación,
construye también dispositivos de lenguaje, pero con otros objetivos, con
otra utilidad: manipular los fenómenos que nos rodean. Sin embargo, la
ciencia como discurso tampoco está exenta de “ficciones”; muchos
enunciados que ahora son vistos como ilusiones fueron en su momento
asumidos como científicos. Ejemplo; la concepción del “flogisto” como
elemento que producía la combustión y la teoría de la generación
esrealidadpontánea que pretendía explicar el origen de la vida.

La cuarta tesis equivocada la podemos precisar así: la literatura refleja la


objetiva y subjetiva. El mundo material se refleja artísticamente en la
literatura. Podemos encontrar esta tesis expresada así:
La forma específica del reflejo en el arte es la imagen artística. Proposición que es
extensivo (sic) a la literatura. En las ideas y en el contenido mismo de la obra literaria se
refleja lo intrínseco, lo esencial, lo general. Las imágenes artísticas de las auténticas
obras literarias no reflejan el aspecto circunstancial o externo de la realidad, sino su real
contenido, su esencia; pero lo expresan y traducen en forma concreta sensual,
particularizada. La obra literaria será artística y tendrá calidad estética, si los hechos
reales son reflejados de manera particularizada, individualizada en compatibilidad con
la ley objetiva del arte (literatura). Particularizar entraña tipificar. (Chamorro: s/f, 36)

Las causas del surgimiento y desarrollo de las formas artísticas verbales, también fueron
los múltiples procesos y fenómenos del mundo real. También los diferentes modos y
tareas del reflejo y transformación estética de la realidad. (Chamorro: s/f, 18)

La literatura no solo refleja y representa la vida en imágenes verbales, también reflejan


su concepción del mundo, su ideología y su ideal artístico-literario de cada escritor. (…)
La literatura busca sensibilizar al hombre, desarrollar sus capacidades de imaginación y
fantasía, ampliar sus conocimientos mostrándole el espectáculo de los grandes
acontecimientos sociales e históricos, en la constante búsqueda de la transformación
social y el embellecimiento de la vida. (Chamorro: s/f, 20)

Esta categoría medular de la concepción mecánica y vulgar de la literatura


no solo atañe al terreno estético, sino al científico. Para la teoría del reflejo
nuestras representaciones de la realidad son verdaderas y objetivas. Tanto
la ciencia como el arte representan la realidad: la ciencia a través de
imágenes reales, que dan cuenta de la esencia general de los fenómenos y
que ofrecen un conocimiento racional objetivo e infalible. El arte a través
de imágenes artísticas que solo captan lo particular que el conocimiento
sensorial ofrece en la forma.

Esta es una concepción prelingüística del conocimiento. Asume que las


palabras expresan y reflejan la realidad en forma inmediata y cabal. Entre
la cosa y el signo hay una relación de motivación, necesidad e identidad.
Las palabras son más que simple etiqueta variable, son las cosas mismas,
dicen lo que los contenidos son. Por supuesto que la sola existencia de
términos distintos en lenguas diferentes para designar los mismos objetos
pone en evidencia lo errado de tal concepción.

Ningún lenguaje, signo, palabra o discurso, verbal o en imagen, refleja lo


real tal como es, son simples construcciones que nos permiten manipular su
fenomenología, pero que van cambiando y modificándose en su alcance y
sentido. El gran cambio en la idea del conocimiento que se da gracias a la
lingüística moderna y al estructuralismo, que nos dicen que a diferencia del
realismo ingenuo del positivismo y el mecanicismo del siglo XIX, entre el
sujeto que conoce y la cosa conocida existe la intermediación de los signos.

Las lenguas naturales no son simples etiquetas, son formas que configuran
el mundo, de ahí que se hable de visiones cognoscitivas diferentes entre
culturas diferentes. Ni el discurso de la ciencia ni el del arte reflejan lo real
objetivo. Más que reflejar los lenguajes humanos construyen realidad,
organizan y estructuran la experiencia humana y lo real. Otorgan a lo
continuo de la fenomenología de lo existente un rasgo de discontinuidad y
de sentido para poder manipularlo. Pero siempre son falibles y más pobres
que la complejidad de lo real.

Quinta tesis equivocada: existe la verdad, la belleza y lo bello es una forma


de verdad. Podemos encontrar esta tesis expresada de la siguiente manera:

La teoría constituye un reflejo, una representación mental de la realidad objetiva.


(Chamorro: s/f, 25)

1..La ciencia parte de los hechos y crea modelos para transformar en la realidad. 2. La
objetividad de la ciencia se comprueba en la práctica social. (Alvarado: 1996, 16)

La literatura es una forma de conciencia social. (Chamorro: s/f, 27)

El reflejo es relación dialéctica la entre realidad y el individuo, ocasionando una


respuesta frente al estímulo: surge la literatura en esta interacción. (Chamorro: s/f, 31)

Teoría Literaria: los signos como componentes de una estructura pensamental. (sic)
algunos la llaman “Crítica Literaria” en cuanto describe cómo se examina una obra
literaria). Varillas-Rojas: 1997, 15-16.
El arte es la búsqueda de la forma para expresar la verdad. La verdad artística en la
literatura consiste en reflejar lo típico. (Chamorro: s/f, 30)

Esta manera de enfrentar lo real y el conocimiento, preñada de realismo


mecanicista y materialismo vulgar, es conocida como representacionismo
ingenuo. La idea es la siguiente: dado que las palabras reflejan lo real,
podemos conocer y llegar a la verdad. Cada forma de lenguaje nos ofrece
una parte de la verdad. Cada forma de lenguaje nos ofrece una parte de la
verdad, siendo la más confiable, más objetiva y más real la verdad de las
representaciones de la ciencia. De ahí que se trate de enunciar las leyes o la
teoría científica que permita conocer el proceso de evolución y desarrollo
del conocimiento de sus formas más simples a las más complejas. Así
como nos permite establecer el método más adecuado para el
conocimiento. Esa verdad, esa ciencia y ese método ya está descubierto y
se trata sólo de aplicarlo: el marxismo o materialismo dialéctico.

Hay que tener más respeto por la filosofía de Marx y no confundirla con
esta versión vulgar, totalmente equivocada. Si eso fuera así, si existiera una
verdad y la ciencia la hubiera descubierto, dejaría de ser precisamente
ciencia, abandonaría su permanente búsqueda e investigación. La verdad no
es una cosa, ni algo que se descubre, sino un discurso que se construye y
siempre limitado. Lo científico es interrogarse permanentemente, dudar e
intentar superar los problemas y paradojas de nuestra experiencia. Como ha
demostrado Thomas Kuhn, el camino de la ciencia no es acumulativo, sino
que las revoluciones científicas se dan por cambios y conjeturas
innovadoras. ¿Si existiera la verdad absoluta para qué investigar y estudiar?
Bastaría con repetir como un dogma dicha verdad. Eso es lo que
lamentablemente muchos hacen.

Podríamos hablar de otras tesis que están ligadas a las enumeradas, como la
que supone como ley de la contradicción de la teoría literaria la existencia
de una literatura proletaria y una burguesa, dando a la primera un rasgo
revolucionario y otro decadente a la segunda, o aquella otra tesis implícita
que cree extender la idea de evolución del campo de la naturaleza al de la
cultura para santificar aquellas formas u obras que coinciden con su
posición ideológica, pero que no puede explicar por qué sobreviven textos
literarios como la Ilíada o El Cid que niegan dicho mecanicismo extremo.
También aquella otra tesis que habla de una crítica revolucionaria y de la
función al servicio de las causas populares que debe tener el arte,
interpretado bajo los criterios de un partido supuestamente al servicio del
cambio social. El problema es cómo diferenciar quién tiene la razón o no,
dado que muchos se dicen ser representantes de los sectores populares o
más simplemente por qué negar a los propios explotados su voz propia;
lamentablemente, el tiempo nos resulta corto, así que dejaremos estos
temas para otra ocasión.

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