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José Muñoz Santonja
Newton
El creador de la física matemática moderna
Grandes genios de las matemáticas - 10
ePub r1.0
Skynet 13.02.2020
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Título original: Newton
José Muñoz Santonja, 2016
Retoque de cubierta: Skynet
Editor digital: Skynet
ePub base r2.1
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Para Ernesto, un hijo maravilloso.
Ojalá tengas toda la suerte que mereces.
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Introducción
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El científico inglés realizó aportaciones imprescindibles. En primer lugar,
una nueva teoría de la luz y los colores que, durante todo el siglo XVIII, no fue
discutida. En segundo lugar, el descubrimiento del cálculo diferencial e
integral, que permitía resolver problemas generales como el trazado de
tangentes, la resolución de problemas de máximos y mínimos, o el cálculo de
áreas y volúmenes. Por último, descubrió las leyes de la naturaleza, cuya
índole matemática ya había sido advertida por Galileo Galilei. Unió la física
terrestre de Galileo con la de Johannes Kepler y la matematizó, estableciendo
un sistema del mundo que duró hasta la llegada de Einstein, dos siglos
después. Sus bases, partiendo de las matemáticas, fueron la fuerza y el
movimiento.
Newton se dio cuenta de que la física requería de un fundamento sólido
que solo podía encontrarse en las matemáticas. No en vano, la máxima que
sintetizó el espíritu de la revolución científica fue: «Primero inventar, luego
demostrar».
El genio inglés publicó libros esenciales para entender la ciencia
contemporánea. Por un lado, obras magnas como los Principia (Principios
matemáticos de la física) y la Óptica; por otro, numerosos manuscritos y
textos matemáticos que fueron recopilados en su Análisis mediante series,
fluxiones y diferencias. Además, como ya hiciera Descartes en el Discurso
del método. Newton incluyó importantes apéndices en su Óptica: un texto
sobre el cálculo diferencial y otro sobre las curvas cúbicas.
Sorprendentemente, el libro que tuvo más ediciones a lo largo del
siglo XVIII fue Arithmetica universalis, una obra escrita entre 1673 y 1683 y
que, probablemente, recogía sus clases en la Universidad de Cambridge.
Debe tenerse en cuenta que Newton era muy reacio a publicar sus
resultados. Prácticamente todos sus libros salieron a la luz por la insistencia
de sus amigos en que divulgara sus descubrimientos. Sin ir más lejos, el
Tractactus de methodis serierum et fluxionum fue publicado sesenta y cinco
años después de haber sido escrito. Esta aversión al texto impreso no era
exclusiva de Newton; a otros matemáticos, como Fermat o Gilles de
Roberval, les ocurría lo mismo.
Aunque puede considerarse a Newton el precursor de la ciencia moderna,
su mentalidad parecía arraigada en los cánones clásicos. En este sentido, el
economista John Maynard Keynes (1883-1946), que realizó importantes
estudios sobre Newton, afirmaba lo siguiente: «Fue el último de los magos, el
último de los babilonios y sumerios, la última gran mente que se asomó al
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mundo visible e intelectual con los mismos ojos que aquellos que empezaron
a construir, hace 10 000 años, nuestro patrimonio intelectual».
En cualquier caso, con solo veinticuatro años había descubierto las tres
grandes teorías científicas que le hicieron famoso, dedicando el resto de su
vida a revisarlas y perfeccionarlas.
Su otra gran pasión al margen de la ciencia fue la religión. Newton estaba
convencido de que la Biblia había sido corrompida por los encargados de las
copias y traducciones. También, de que la Iglesia había introducido el
misterio de la Santísima Trinidad en fechas muy posteriores a los textos
bíblicos originales. Por ese motivo, se interesó por el arrianismo, corriente
religiosa no trinitaria que consideraba a Jesucristo desligado de la divinidad.
Newton mantuvo en secreto estas creencias durante toda su vida, ya que, de
haberse conocido, podría haber perdido sus cargos y prebendas.
Newton no era solamente un genio en el plano intelectual, sino también en
el manual. Ya en su niñez, diseñaba y construía con sus propias manos
molinos de viento, relojes de sol y diversos juguetes para sus amistades.
Incluso pulía sus propios prismas y lentes, los mismos que, más tarde, le
permitieron demostrar sus ideas. Cabe recordar que alcanzó la celebridad con
la construcción de un telescopio que despertó la admiración de sus
contemporáneos.
Su intelecto rayó a gran altura, no así su personalidad. A su puritanismo
religioso y un sentimiento de culpa enfermizo se le sumaba su dificultad para
entablar amistad con los demás, así como una cólera incontrolable cuando se
sentía atacado. El historiador estadounidense Richard S. Westfall resalta su
falta de contemplaciones a la hora de defenderse: «Cuando atacaba, agachaba
la cabeza y cargaba». Dicha ira pudieron vivirla en sus carnes personalidades
del siglo XVII como el científico Robert Hooke, el astrónomo John Flamsteed
o el filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz. Por otra parte, tendió
siempre a la soledad y el aislamiento. Solo en su vejez, reconocido su genio y
gozando de cargos institucionales, se abrió un poco a los demás.
Las aristas en la personalidad de Newton, lejos de desmentir su genio, lo
convierten en una figura aún más interesante. En las próximas páginas se
abordan todas las facetas de un personaje universal, que fue despedido por la
sociedad inglesa con el boato típico de un rey. Sin embargo, el verdadero
protagonista será su obra. En primer lugar, se hablará de la revolución del
cálculo, que se levantó sobre uno de los terrenos matemáticos más sugerentes
de la época: las series infinitas. A continuación, el libro se adentrará en la
contribución de Newton a la estructura del universo, plasmada en su obra
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clave, los Principia, y que no varió hasta la llegada de Einstein. El tercer
capítulo, por su parte, se centrará en su enorme contribución a la física, que
no es otra que la teoría de los colores. Por último, el capítulo cuarto relatará el
descubrimiento del cálculo infinitesimal, que constituye otro de sus grandes
logros. Además, asistiremos a un completo retrato de las matemáticas de la
época y de los decisivos cambios que se operaron en ella.
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1642 Nace el 25 de diciembre (4 de enero de 1643 según el calendario gregoriano) en
Woolsthorpe, Lincolnashire, hijo póstumo de Isaac y Hannah, de soltera Ayscough. Esta,
poco después de la muerte de su marido, vuelve a casarse y deja al pequeño Isaac al cuidado
de sus abuelos.
1653 Su madre enviuda y regresa al hogar. Pronto, Newton ingresa en la escuela de Grantham.
Vive en casa del boticario Clark, cuya biblioteca despierta su interés por la ciencia.
1661 Ingresa en el Trinity College de la Universidad de Cambridge.
1665 Una epidemia de peste asuela Inglaterra y la universidad cierra sus puertas. Newton vuelve a
su casa y, durante los dos años siguientes, realiza sus grandes descubrimientos en óptica,
astronomía y matemáticas. Este período es conocido como annus mirabilis newtoniano.
1669 Es nombrado catedrático lucasiano de matemáticas en el Trinity College, en sustitución de
Isaac Barrow. Escribe De analysi.
1672 Ingresa en la Royal Society gracias a la fama adquirida con su telescopio. Envía a la
sociedad un texto sobre su teoría de los colores. Surgen las primeras acusaciones de plagio,
que le acompañarán toda la vida.
1664 Tras la visita del astrónomo Edmund Halley, retoma los estudios sobre el movimiento
celeste. Halley lo convence para que presente sus teorías en un libro. Se trata del origen de
los Principia.
1687 Se publican los Philosophiae naturalis principia mathematica (Principios matemáticos de la
filosofía natural). En esta obra Newton reordena los conocimientos sobre mecánica celeste y
gravitación universal y ofrece una explicación física a las mareas, la precesión de los
equinoccios y otros fenómenos naturales. En definitiva, funda el sistema del mundo como lo
conocemos hoy.
1696 Es nombrado director de la Casa de la Moneda.
1703 Newton accede a la presidencia de la Royal Society, cargo que conservará hasta su muerte.
1704 Publica su Óptica, acerca de la luz y sus propiedades, que incluye dos apéndices sobre
matemáticas.
1714 La Royal Society respalda a Newton en la controversia sobre el descubrimiento del cálculo
infinitesimal.
1727 Muere el 20 de marzo (31 de marzo según el calendario gregoriano). Es enterrado con gran
boato en la abadía de Westminster.
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CAPÍTULO 1
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Isaac Newton nació el 25 de diciembre de 1642 en Woolsthorpe, una pequeña
aldea del condado de Lincolnshire, en el norte de Inglaterra. Su llegada al
mundo fue un tanto accidentada; nació tres meses después de la muerte de su
padre y, por si fuera poco, de forma prematura. Según le contó su madre,
nadie creyó que fuese a sobrevivir, pues su constitución era tan frágil que
habría cabido «en una jarra de cuarto».
Muchos seguidores de Newton destacan que su nacimiento se prodigo el
mismo año que la muerte de Galileo Galilei (1564-1642), como si el destino
hubiese fraguado un relevo entre los dos grandes científicos. Sin embargo, la
coincidencia no es real: el calendario que regía entonces en Inglaterra era el
juliano y, según el gregoriano, vigente en Italia, Newton nació el 4 de enero
de 1643. En cualquier caso, nadie discute que durante los ochenta años que
vivió Galileo y los ochenta y cinco de Newton tuvo lugar casi por completo la
que quizá sea la revolución científica más importante de todos los tiempos.
El padre de Newton, también de nombre Isaac, provenía de una familia de
labradores que en el último siglo había mejorado ostensiblemente su posición
económica. Isaac Newton padre era lo que se conocía como «lord» de su casa,
rango superior a la consideración de terrateniente. En abril de 1642 se casó
con Hannah Ayscough, perteneciente a una familia de mayor estatus social,
pero que, a la sazón, atravesaba grandes dificultades económicas. Las
penurias sufridas por Hannah condicionaron su carácter, mostrándose muy
estricta con los gastos durante el resto de su vida.
Desde su nacimiento, el pequeño Isaac fue considerado un niño con un
futuro prometedor, ya que se pensaba que a los hijos póstumos les esperaba
una vida de dicha y fortuna. De sus primeros años apenas conocemos nada,
salvo unos pocos datos referidos por el propio Newton. De ello se deduce que
no debió de ocurrirle nada relevante, puesto que el científico inglés era muy
aficionado a tomar anotaciones de todo lo que le acontecía. En aquella época,
al menos entre las personas cultivadas, era frecuente dejar constancia por
escrito de cualquier detalle, por nimio que fuese. Por ejemplo, el astrónomo
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Johannes Kepler (1571-1630), en un estudio biográfico-astronómico escrito a
los veintiséis años, llegó a indicar el día y la hora en que fue concebido por
sus padres.
Si su padre no hubiera muerto, es probable que Newton hubiese seguido
los pasos de la familia paterna, una estirpe de labradores ricos, pero
analfabetos. Por suerte, la rama materna formada por clérigos y universitarios,
fue la encargada de encauzar la formación del futuro genio.
EL PRIMER DESCONSUELO
La felicidad de Newton no iba a durar mucho: cuando contaba tres años de
edad, su madre se volvió a casar, con Barnabas Smith, un rector del cercano
pueblo de North Witham. A pesar de sus sesenta y tres años, el clérigo llegó a
tener tres hijos con Hannah. Su holgada situación económica por otra parte,
benefició a Newton, que vio ampliados sus dominios gracias a las tierras que
le entregó el padrastro.
El conflicto surgió al marcharse Hannah con su nuevo esposo a North
Witham. Dado que Barnabas no quería cargar con Isaac, dejaron al pequeño
al cuidado de sus abuelos. Para un niño sin padre ni hermanos, y tan apegado
a su madre, la separación debió de suponer un auténtica conmoción. Según
uno de los principales biógrafos de Newton, Frank E. Manuel, la marcha de
su madre generó en él un fuerte sentimiento de «angustia, agresividad y
miedo». Este suceso le marcó profundamente, convirtiéndole en un feroz
egocéntrico. Así, cada vez que alguien intentaba arrebatarle lo que estimaba
suyo, respondía con violencia y desmesura. Llegó a escribir un cuaderno en el
que, además de recoger minuciosamente sus pecados, relataba su plan de
quemar la casa de sus padres con ellos dentro. Estos bandazos emocionales le
acompañarían hasta el final de sus días.
Por lo que conocemos, Newton, a pesar de contar con tíos y primos que
vivían cerca de su casa, padeció una infancia solitaria, lo que le preparó para
una vida de aislamiento.
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Tras la muerte de Barnabas, cuando Isaac Newton tenía diez años, su
madre regresó a la casa familiar de Woolsthorpe. Lo hizo acompañada de los
tres hijos que había tenido con el clérigo; Mane, nacida en 1647. Benjamín,
en 1661, y Hannah, en 1662. La madre también se trajo consigo la biblioteca
del difunto Barnabas. Seguramente este, que nunca evidenció interés alguno
por los estudios, debió de heredarla de su padre, que también era clérigo. De
hecho, había dado tan poco uso a una libreta destinada a sus reflexiones que
Newton la llamó «el cuaderno baldío», aprovechando el espacio libre para
tomar sus propias notas. Lo que parece seguro es que Newton halló
suficientes lecturas en la biblioteca como para fundamentar sus propias ideas
religiosas.
La alegría por el reencuentro con su madre, no obstante, fue efímera: un
par de años más tarde, cuando contaba doce años, fue enviado a estudiar a la
escuela primaria de Grantham, a unos once kilómetros de su casa natal.
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Al parecer, Newton apenas se relacionaba con los niños de su edad, y solo
abandonaba su aislamiento en contadas ocasiones. Las únicas privilegiadas
con su trato eran la hija de la señora Clark y sus amigas, a quienes regalaba
muñecas que hacía con sus propias manos. Tampoco se tomaba muy en serio
sus estudios, hasta el punto de que en clase, donde los alumnos se sentaban
según su rendimiento, Newton se encontraba al fondo del aula
Aquellos días tuvo lugar un episodio llamativo. Una tarde, al salir del
colegio, se enfrascó en una pelea con un compañero que le había golpeado. A
pesar de que su adversario le doblaba en tamaño, el muchacho logró
derrotarle. No contento con ello, Newton quiso vencerle también con el
intelecto y, partir de ese momento, estudió día y noche hasta convertirse en el
primero de la clase. La anécdota revela un rasgo crucial de su carácter: la
capacidad de superarse ante los rivales que consideraba inferiores.
En su nuevo hogar, Newton pudo disfrutar de la biblioteca científica del
farmacéutico. Sus estantes, presumiblemente, permitieron al joven científico
iniciarse en los rudimentos de la filosofía natural o, como se le llama hoy,
física. Su interés por la ciencia era cada vez mayor, y no tardó en aplicar los
conocimientos que iba adquiriendo. Durante una tormenta, por ejemplo,
comprobó que el viento le servia para dar saltos más largos de lo
acostumbrado. Poco después, ganó una carrera aprovechando lo que había
aprendido sobre la fuerza del viento.
WILLIAM STUKELEY
Otra de sus pasiones fue el dibujo, como atestiguan las paredes de la casa del
señor Clark, adornadas con retratos, animales, flores y dibujos geométricos.
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En la vivienda tampoco escaseaban los relojes de sol, por los que Newton
sentía verdadera devoción. Prueba de ello es que llegó a diseñar el suyo
propio con tan solo nueve años de edad.
VUELTA A CASA
En 1659 la madre de Newton decidió que su hijo no debía continuar con sus
estudios. Siendo terrateniente, tenía el deber de regresar al hogar y consagrar
el resto de sus días a las labores propias de su rango. Sin embargo, como se
sabe, al muchacho le aguardaba un futuro bien distinto.
Las tierras que poseía le convertían en terrateniente, pero su mente se
encontraba en otra parte. En lugar de vigilar las ovejas de la granja, se
dedicaba a construir maquetas de molinos de agua, con lo que el rebaño
terminaba escapándose e invadiendo los terrenos vecinos. También era
frecuente que, en vez de ir al mercado, mandase a un sirviente en su lugar
mientras él se sumergía en los libros del señor Clark.
Por fortuna, hubo varias personas que, además de advertir que Newton no
estaba hecho para las tareas rurales, detectaron el potencial científico del
muchacho. Por un lado, el hermano de su madre, William Aysoough, insistió
en que debía continuar estudiando para, más tarde, ir a la universidad. Para
ello, contó como aliado con el hermano de la señora Clark, el clérigo
Humphrey Babington, que acabaría entablando una gran amistad con Newton.
Por otro lado, su maestro en Grantham, el señor Stokes, también lamentaba
que el joven malgastase su talento en labores que podía desempeñar cualquier
sirviente. Tan convencido estaba, que se mostró dispuesto a correr con los
gastos escolares del muchacho y a acogerlo en su casa hasta que terminase su
formación.
Finalmente, Hannah dio su brazo a torcer y, un año más tarde, aceptó que
su hijo retomara sus estudios. Para ella, en realidad, debió de ser un descanso
que Newton se fuera, porque todo hace suponer que su estancia en la casa
había resultado un verdadero infierno.
Newton nunca abandonó la costumbre de recoger en sus notas todo lo que
se cruzaba por su mente. Sus cuadernos podían contener desde ideas,
experimentos o dibujos hasta el dinero gastado en el propio cuaderno. Tras
concluir la formación primaria, Newton se matriculó en la universidad,
dejando atrás un mundo rural por el que nunca había sentido el más mínimo
interés.
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EL CUADERNO DE MORGAN
EL TRINITY COLLEGE
Newton llegó a Cambridge el 4 de junio de 1661 y, un día más tarde, ingresó
en el Trinity College, al que permanecería vinculado los siguientes cuarenta
años. Los colleges eran colegios universitarios que gozaban de cierta
autonomía. La elección de este, considerado el mejor de la ciudad, pudo
deberse a varias razones. Por un lado, William Ayscough había estudiado en
él y, por otro, Humphrey Babington era fellow del centro. Los fellows eran
posgraduados que tenían concedida una beca de investigación.
Newton se matriculó en el college como subsizar, pintoresca categoría
que designaba a los alumnos sin recursos que realizaban trabajos para los
estudiantes acaudalados. Básicamente, los subsizar eran sirvientes que, a
diferencia de los sizars, debían costearse su propia comida.
No está muy clara la razón por la que el heredero de una importante
hacienda empezó sus estudios universitarios de esta forma. Es posible que la
madre, no siendo muy partidaria de que su hijo estudiara, mostrase su enojo
restringiéndole la paga. Por otra parte, cabe recordar que, debido a las
privaciones de su infancia, Hannah ejercía un riguroso control sobre los
gastos, con lo que quizá pensó que su hijo no necesitase más. Otros
historiadores apuntan que, tal vez, entrara como subsizar del propio
Babington.
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Lo cierto es que, para alguien que estaba acostumbrado a tener sirvientes,
pasar de la noche a la mañana a servir a otros debió de significar un trauma,
potenciando aún más su aislamiento. La relación con los compañeros no fue
muy distinta de la que mantuvo en primaria. Newton tenía un par de años más
que el resto de los alumnos e intereses que no coincidían con muchos de ellos.
Los estudiantes de la época eran, en ocasiones, más amantes de la juerga y la
bebida que de los libros. No ayudaba el hecho de que Cambridge estuviera
repleto de tabernas donde se podía conseguir fácilmente alcohol y entablar
relación con mujeres de dudosa reputación. Aunque la universidad había
promulgado edictos prohibiendo la visita a esos lugares, ni alumnos ni
profesores se tomaban muy en serio la prohibición. No es de extrañar que solo
se graduara aproximadamente, una tercera parte de los alumnos que llegaban
a Cambridge.
Una anécdota explica cómo fue la relación de Newton con sus
compañeros. Debido a su estatus universitario, se veía obligado a compartir
habitación con otro alumno. Sin embargo, no soportaba a quien le habían
asignado, por lo que cambió en cuanto pudo; el afortunado fue John Wickins,
con quien sí congenió a la perfección. El hijo de este último relató años más
tarde cómo fue el encuentro:
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biblioteca que necesitasen. En el caso de Newton, le correspondió el profesor
de griego Benjamin Pulleyn, quien, aunque supo ver el potencial del joven, no
ejerció gran influencia sobre él.
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clásicos griegos y latinos y a los conocimientos medievales.
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En esa época, la prioridad de Newton era continuar con sus estudios
indefinidamente, única manera de satisfacer sus ansias de conocimiento. Para
ello, debía lograr una beca (scholarship) que asegurase su continuidad en el
Trinity. Aunque hasta ese momento no había destacado en los estudios,
decidió probar suerte.
En 1664 se convocaron las scholarships, oportunidad que no se
presentaba todos los años. Para prepararse aparcó sus estudios e
investigaciones paralelas, y se centró en los que debería estar siguiendo. Su
tutor, Pulleyn, le aconsejó examinarse con Isaac Barrow, pensando que este
seria el único capaz de reconocer las capacidades de Newton. Sin embargo, el
plan no salió según lo previsto.
ISAAC BARROW
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sobre todo, le garantizaba cuatro años más de estudios hasta conseguir el
titulo de Master of Arts, lo que equivalía a la licenciatura en Artes.
Durante esta época, Newton había abandonado totalmente la filosofía
aristotélica y se había adentrado en la nueva filosofía mecánica. Las
anotaciones en el cuaderno Quaestiones reflejan los asuntos que le
interesaban, como el movimiento, la presión, la luz, los colores, el espacio, la
gravitación o la materia. Se considera que fue por aquel entonces cuando la
experimentación cobró un papel protagonista en sus investigaciones.
Newton se convirtió en un estudioso febril que se olvidaba de comer y de
dormir. Su compañero de cuarto, Wickins, relata que muchas mañanas se lo
encontraba trabajando después de haber pasado toda la noche enfrascado en
sus estudios. Por ejemplo, en 1664 dedicó varias noches en vela estudiando la
aparición de un cometa, anotándolo todo en su cuaderno Quaestiones. Otra
muestra de su actividad febril la constituye su investigación sobre los colores,
para la que se quedó mirando al Sol hasta verlos distorsionados. Su
imprudencia le obligó a pasar varios días en la oscuridad para recobrar la vista
normal. En otra ocasión, también estudiando los colores, se introdujo un
punzón entre el ojo y el hueso, presionó el globo ocular para alterar la retina,
y observó los círculos coloreados que esta acción provocaba. Aunque hoy en
día parezcan prácticas insensatas, en la época era frecuente que los filósofos
cometieran este tipo de excesos. Por ejemplo, Robert Hooke, mientras
estudiaba el mundo microscópico, tuvo varios días sin comer a un piojo. A
continuación, le permitió alimentarse de su sangre para ver cómo esta fluía
por el aparato digestivo del insecto.
Por otra parte, en 1663 Newton había descubierto ya las matemáticas, en
las que se volcaría con auténtica pasión. Así lo recordó más de treinta años
más tarde en sus notas:
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calculé el área de la hipérbola en Boothby, Lincolnshire, de 52
cifras por el mismo método.
En poco más de un año, Newton había sido capaz de asimilar por si solo
todo el fundamento de análisis del siglo XVII y, a partir de ahí, seguir su
camino, que le conduciría al descubrimiento del cálculo. Este interés
repentino por las matemáticas coincidió en fechas con un hecho importante:
en 1663 se creó la cátedra Lucasiana en Cambridge, la primera dedicada a las
matemáticas y la filosofía natural de las ocho existentes en Inglaterra. Su
profesor, a partir de febrero de 1664, fue Isaac Barrow y, según las
anotaciones de Newton, es posible que también asistiera a sus conferencias.
Estas pudieron abrirle un camino que hasta el momento, dado su
desconocimiento de la matemática clásica, no había vislumbrado.
LA CÁTEDRA LUCASIANA
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cerró y se envió a los alumnos a sus casas. Newton se marchó a Woolsthorpe,
de donde regresaría habiendo revolucionado la ciencia.
LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
Las ideas de Newton revitalizaron un mundo científico que, lejos del
esplendor experimentado en la Antigua Grecia, había entrado en decadencia.
Gracias a los sabios árabes se recuperó gran parte de ese conocimiento, pero
no fue hasta la invención de la imprenta cuando Europa lo descubrió de
nuevo.
Durante la época medieval, casi todos los saberes científicos
permanecieron supeditados a los cánones griegos, con lo que la ciencia
apenas avanzó. A mediados del siglo XVII, en las universidades aún se seguían
planes de estudios herederos del esquema clásico y latino. Sin embargo, la
ciencia volvió a florecer en el Renacimiento. Desde mediados del siglo XVI, y
durante un par de siglos, se desató en Europa una revolución científica que
constituiría el nacimiento de la ciencia moderna. En particular, esa revolución
tuvo lugar entre la publicación del De revolutionibus de Copérnico, en 1543,
y los Principia de Newton, en 1687.
El nacimiento de la física moderna estuvo unido al desarrollo de la
astronomía y es precisamente en ese campo donde todo cambió. Los
astrónomos griegos, árabes y cristianos, en su mayoría, habían aceptado la
cosmología aristotélica y la astronomía de Ptolomeo. Esta última se encargaba
principalmente del cálculo, y la cosmología indicaba las leyes generales que
regían el universo. Para Aristóteles, el universo era cerrado y finito, con la
tierra inmóvil en el centro, y el Sol y los planetas girando, de forma circular,
alrededor de ella. Todo el sistema se dividía en dos partes: la terrestre, que
comprendía la Tierra y los planetas, y la celeste, correspondiente a una esfera
que albergaba a las estrellas fijas.
NICOLÁS COPÉRNICO
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la Tierra giraba alrededor del astro rey, afirmación
que iba en contra de las sagradas escrituras y de la
cosmología de la época. El texto, de solo una
docena de páginas, llevaba por titulo De
hypothesibus motuum coelestium a se constitutis
commentariolus (Breve exposición de las hipótesis
acerca de los movimientos celestes), y no llegó a
ser impreso. Copérnico escribió posteriormente la
obra que revolucionó la astronomía: De
revolutionibus orbium coelestium (De la revolución
de los orbes celestes). A pesar de las peticiones de
amigos; e incluso de las autoridades eclesiásticas,
se negó rotundamente a publicarla. Por fortuna,
apareció en su vida una figura que le convenció de
lo contrario: el astrónomo austríaco Georg Joachim von Lauchen (1514-1574),
conocido por su nombre latinizado, Rhetico. Ambos se volcaron en preparar la
publicación de De revolutionibus, que vería la luz en la primavera de 1543. Copérnico
llegó a ver un ejemplar, pero pocos días antes de morir. El libro se difundió por toda
Europa, pero sus ideas no fueron bien recibidas. No obstante, incluso sus detractores
terminaron aceptando sus métodos de cálculo, muy superiores a los de Ptolomeo.
Hubo que esperar a la aparición de Kepler y Galileo para que sus teorías tomasen
fuerza; sin embargo, solo se consolidaron cuando Newton estableció las leyes que
regían los planetas.
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1620 publicó su obra Novum organum, en la que estableció las reglas que
rigieron el método científico experimental. La obra obtuvo una gran
repercusión y sentó las bases del pensamiento científico moderno. Su fama
fue tal que Jonathan Swift parodió sus ideas en Los viajes de Gulliver. No
obstante, el mayor error de Bacon fue no ser capaz de intuir que las
matemáticas, cuyo estudio relegó, serian imprescindibles en la concepción
moderna de la ciencia.
Como se ha dicho, los científicos potenciaron el conocimiento empírico y
la experimentación, en detrimento de la formulación teórica y razonada de los
resultados. Más que emprender nuevas investigaciones científicas, se echó la
vista alrededor para aplicar la ciencia en el entorno, actitud que quedó
refinada en la siguiente frase de Descartes: «He decidido abandonar la
geometría abstracta, es decir, la consideración de cuestiones que solo sirven
para ejercitar la mente, para estudiar otro tipo de geometría que tiene por
objeto la explicación de los fenómenos de la naturaleza».
En dos siglos se sucedieron todo tipo de avances científicos: Galileo creó
la nueva mecánica con su estudio del movimiento; el físico y matemático
neerlandés Christiaan Huygens (1629-1695) definió la fuerza centrífuga y
calculó la ecuación exacta del período de un péndulo, que le condujo al
cálculo exacto del valor de la gravedad; la teoría de los colores prosperó
gracias a las aportaciones de Hooke y del propio Newton; se inventaron el
microscopio y el telescopio, y Galileo revolucionó la astronomía con la
observación de los cielos; Andrés Vesalio (1514-1564) expuso en 1543, por
primera vez, la anatomía humana al completo, a partir de la observación de
cadáveres; Marcello Malpighi (1628-1694) descubrió con ayuda del
microscopio los vasos capilares y los alveolos en vísceras como los pulmones;
Antón van Leeuwenhoek (1632-1723) fundó la microbiología al estudiar los
seres microscópicos, y fue el precursor de la biología celular…
Las ciencias de la Tierra comenzaron a describir las características de la
corteza terrestre, siguiendo su evolución a lo largo del tiempo. Se dieron los
primeros pasos para la fundamentación de la cristalografía por Stenon y
Bartholin. Asimismo, se comenzaron a relacionar los fósiles con las capas
sedimentarias. Hooke vinculó especies de Inglaterra con las de los trópicos.
Y, a finales del siglo XVII, John Ray definió el concepto de especie biológica
Gracias a Robert Boyle (1627-1691), la química comenzó a desarrollarse
como ciencia independiente, desligándose de la medicina. Por su parte, la
alquimia potenció el trabajo de laboratorio, especialmente el manejo de
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balanzas y el proceso de destilación. Por ultimo, en 1675, Lemery consolidó
la literatura química.
Las labores de investigación y experimentación, por tanto, abrieron
horizontes hasta el momento desconocidos. Los científicos estrecharon más
sus relaciones e, intercambiando el resultado de su trabajo, potenciaron el
conocimiento de tal modo que en un par de siglos se avanzó mucho más que
en los quince anteriores. Es cierto que, al carecer del purismo de los clásicos,
muchos de los resultados se revelaron erróneos. Pese a ello, desbrozaron el
camino para el resto de investigadores, perfilando la ciencia tal y como la
conocemos hoy.
Retrato de Isaac Newton realizado por Godfrey Kneller (1646-1723), artista que fue
pintor en las cortes de varios monarcas ingleses. En esta obra el científico contaba con
cuarenta y seis años de edad.
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EL ÁLGEBRA SIMBÓLICA
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En la obra Historia general de las ciencias, de René Taton (1915-2004),
se encuentra un ejemplo de traducción de una ecuación moderna. Viète
escribía la ecuación x3 - 3bx2 + (3b2 + d)x = c + db + b2, de la siguiente forma
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logaritmos.
El escocés John Napier (1550-1617), barón de Merchiston, se interesó
sobre ramas concretas de las matemáticas, especialmente la aritmética, y fue
el creador de los logaritmos. A pesar de descubrirlos veinte años antes, los dio
a conocer en su obra Mirifici logarithmorum canonis descriptio, publicada en
1614. Su intención inicial era crear unas tablas de números que le permitieran
realizar con facilidad operaciones complicadas.
Inicialmente, consideró una progresión de razón muy simple cercana a 1,
en concreto 1-107, y para no obtener muchos decimales multiplicó por 107.
Mediante interpolaciones, consiguió diseñar una tabla que se acercaba
bastante a la actual. En ella se usan los logaritmos naturales o neperianos,
basados en el número trascendente e, ya que la expresión:
Sin embargo, realizar las cálculos con esos valores resultaba harto
complicado. Por ello, el clérigo y matemático Inglés Henry Briggs
(1561-1630), conocido por ser el primer titular de la cátedra Saviliana de
Geometría en Oxford, convenció a Napier de que modificara la base de los
logaritmos trabajando con el número 10. Aparecieron así los logaritmos
decimales. Su compromiso fue tal, que él mismo se encargó de crear una tabla
para los 31 000 primeros números con 14 decimales.
Por su parte, el matemático y relojero suizo Joost Bürgi (1552-1632),
colaborador del astrónomo Johannes Kepler, publicó en 1620 una tabla de
antilogaritmos. Estos permitían, conocido el valor del logaritmo de un
número, hallar ese mismo número. Bürgi realizó la tabla muchos años antes
que Napier.
Para entender el concepto de logaritmo, debe tenerse presente la base con
la que se trabaja. Si b es la base, para hallar el logaritmo de un número
cualquiera a debemos encontrar a qué número n debemos elevar la base para
obtener el número buscado. Esto expresado mediante símbolos es lo
siguiente:
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Por ejemplo, el logaritmo en base 2 de 32 vale 5 (log232 = 5), ya que 25
vale 32.
Igual que la diferencia es la operación inversa de la suma, y la división la
operación inversa del producto, el logaritmo es la operación inversa de la
potencia. La única diferencia es que la suma y el producto son operaciones
simétricas, es decir, da igual el orden en que se coloquen los sumandos o
factores, mientras que la potencia no lo es. Por ese motivo, la potencia tiene
dos operaciones inversas. Si tenemos un número p y un número q,
supongamos naturales, podemos calcular pq multiplicando q veces el número
p por sí mismo.
Es decir, podemos encontrar el número r resultado de esa operación:
pq = r. Si conocemos el resultado r y el exponente q de la potencia, y
queremos calcular la base, deberemos resolver la ecuación xq = r, lo que
equivale a calcular una raíz:
Los logaritmos, pues, simplifican la operación que debe hacerse: los productos y
divisiones se convierten en sumas y restas, y las potencies en productos. De esta
forma, para dividir dos números basta buscar en las tablas sus logaritmos y restarlos,
para luego hallar el antilogaritmo de la solución. En el momento de la creación de los
logaritmos, cuando no existían las calculadoras, esto tenía una gran importancia.
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La invención de los logaritmos se difundió con rapidez, pues suponía un gran
avance para el cálculo. Por ejemplo, resultó muy útil para los pesados
cálculos astronómicos. El matemático Pierre-Simon de Laplace (1749-1827)
llegó a decir. «Con la reducción del trabajo de varios meses de cálculo a unos
pocos días, el invento de los logaritmos parece haber duplicado la vida de los
astrónomos».
LA GEOMETRÍA ANALÍTICA
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«Siempre que en una ecuación final aparezcan dos
cantidades incógnitas, tenemos un lugar geométrico, al
describir el extremo de una de ellas una línea, recta o
curva».
— PRINCIPIO FUNDAMENTAL DE LA GEOMETRÍA ANALÍTICA
SEGÚN PIERRE DE FERMAT.
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curva definida por ellas. En general, la geometría analítica estudia, por un
lado, la extracción de las ecuaciones de los lugares geométricos que dan lugar
a una curva, y por otro, las propiedades de esas ecuaciones. Descartes trabajó
más lo primero, y Fermat, lo segundo.
Tengamos presente que la geometría analítica no era tal como hoy la
conocemos. Por ejemplo, René Descartes nunca planteó dos ejes
perpendiculares. De hecho, para él, las coordenadas de los puntos no eran
números, sino que representaban segmentos, debido a su gran fundamento
geométrico. En su geometría no existían fórmulas para hallar distancias,
división de segmentos en partes, pendientes o ángulos entre rectas. En
general, la exposición de Descartes es más bien teórica, sin intención de
aplicarse en la práctica, por lo que no trabajó curvas nuevas. Solo calculó con
exactitud un lugar geométrico relacionado con el llamado «problema de las
tres o cuatro rectas», propuesto por Apolonio de Pérgamo
(ca. 262-ca. 190 a. C.), y que él llamó «problema de Pappus». Tampoco se
preocupó demasiado por la representación de las curvas. Así, nunca llegó a
aceptar las coordenadas negativas. Tampoco Fermat lo hizo.
La geometría de Fermat es más parecida a la actual, ya que él sí
consideraba normalmente los ejes perpendiculares. Sin embargo, no siempre
utilizaba el eje vertical de las ordenadas. Además de estudiar numerosas
ecuaciones, llegó a la conclusión de que las ecuaciones de grado tres o cuatro
se podían resolver por medio de las cónicas, aspecto que también trató
Descartes. Ambos trabajaron con lo que llamaban curvas geométricas o
algebraicas, es decir, aquellas que estaban relacionadas con dos variables tales
que ƒ(x, y) = 0 fuese una ecuación algebraica. Por otra parte, no aplicaron su
método a las curvas mecánicas.
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La geometría analítica fue importante para las matemáticas, pero también
para la física. Tareas como los cálculos del calendario, las predicciones
astronómicas, la dinámica de proyectiles o el diseño de lentes necesitaban
unas herramientas cuantitativas que se podían encontrar en la nueva
geometría.
LA TEORÍA DE NÚMEROS
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Esto permite, por ejemplo, garantizar la seguridad de las conexiones en
internet, así como la del dinero cuando se realizan transacciones digitales.
No obstante, el matemático más importante de la época fue Pierre de
Fermat, al que se puede considerar el padre de la teoría moderna de los
números. Aunque el genio llevó a cabo su trabajo en distintas ramas de las
matemáticas, parece que la teoría de números fue su preferida.
Fermat, que trabajó con números primos, buscó una forma de generarlos,
un objetivo perseguido por muchos matemáticos. Conjeturó que los números
n
de la forma 22 - 1 son todos primos, y lo comprobó con los cinco primeros:
desde n = 0, hasta 4, obteniendo los primos 3, 5, 17, 257 y 65 537. Sin
embargo, a partir de ahí, no se cumple la propiedad, pues en 1732 el
matemático suizo Leonard Euler (1707-1783) demostró que para n = 5 se
obtenía un número compuesto.
Fermat llegó a demostrar un resultado tan solo planteado como conjetura
por Albert Girard. Esta sostenía que los primos de la forma 4n + 1 pueden
expresarse como suma de dos cuadrados de forma única. Por ejemplo, para
n = 7, el número 29 = 22 + 52. También aventuró, aunque no demostró, otro
resultado conocido como «pequeño teorema de Fermat». Si p es primo y a > 0
es un número primo con p, entonces ap - 1 - 1 es divisible por p. Esta conjetura
fue demostrada más tarde por Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), pero
nunca llegó a publicarla, cosa que si hizo Leonhard Euler (1736).
EL CÁLCULO DE PROBABILIDADES
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cualquier caso, la obra fue publicada un siglo más tarde, cuando el cálculo de
probabilidades ya había sido descubierto y popularizado.
Alrededor de 1654, el escritor francés (y jugador empedernido) Antoine
Gombaud, caballero de Méré (1607-1684), propuso a Pascal un problema con
el que se topaba en sus partidas: «¿Qué es más probable, sacar al menos un 6
en cuatro lanzamientos de un dado, o sacar un doble 6 en veinticuatro
lanzamientos de dos dados?». Pascal consultó por carta el problema con
Fermat y, entre los dos, crearon la moderna teoría de la probabilidad. Aunque
no publicaron nada, en 1657 vio la luz un breve estudio llamado Sobre los
razonamientos relativos a los juegos de dados, que recogía los resultados
incluidos en esa correspondencia. La publicación fue posible gracias al
matemático Christiaan Huygens.
EL TRIÁNGULO DE PASCAL
El triángulo aritmético, que durante muchos años se llamó de Tartaglia y que hoy recibe
el nombre de Pascal, es una distribución numérica cuya ley de formación es muy
simple. En la imagen de la izquierda puede verse el triángulo de Pascal y al lado una
disposición en pirámide para apreciar mas fácilmente sus propiedades. Vemos que
cada fila, en este segundo esquema, comienza y termina en 1, siendo los restantes
términos, la suma de los dos que están en la fila superior.
Otra propiedad es que cada fila tiene como secundo y penúltimo término el orden de la
fila correspondiente. Resulta evidente que la disposición es simétrica. Ademas, la suma
de todos los elementos de una fila es 2n, donde n es el número de la fila. Aunque el
triángulo aritmético se conocía desde hacía seis siglos. Pascal lo relacionó con la
probabilidad y descubrió varias propiedades hasta entonces inéditas. Por ejemplo, si se
eligen dos números cualesquiera consecutivos en una misma fila, la proporción, entre
el mayor y el menor, es la mismo que entre el número de términos que hay desde el
mayor a un extremo de la fila respecto del equivalente para el menor. Por ejemplo, si
elegimos en la fila séptima el 21 y 35 como desde el 21 al extremo hay 3 números, y
del 35 al otro hay 5, se verifica que:
Como puede verse, el triángulo aritmético está relacionado con los números
combinatorios, y tiene una gran importancia en el desarrollo de la potencia de un
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binomio.
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Si tenemos una serie geométrica general
para sumar los primeros n términos basta multiplicar toda la suma por r y
restar:
y despejando se obtiene:
EL MÉTODO DE EXHAUCIÓN
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buscada todo lo que se quiera. El procedimiento se basa en lo que se conoce como
principio de Eudoxo, que aparece en los Elementos de Euclides: dadas dos magnitudes
desiguales, si de la mayor se resta una magnitud mayor que su mitad y de lo que
queda otra magnitud mayor que su mitad y se repite continuamente este proceso,
quedará una magnitud menor que la menor de las magnitudes dadas. Para hallar el
área del círculo, se inscribe un cuadrado (con superficie mayor que la mitad del circulo)
y se le resta su área al círculo. De los segmentos circulares, se construyen triángulos
sobre el punto medio y, luego, se le restan esos triángulos. Esto último se vuelve a
hacer con los segmentos circulares restantes, y así, sucesivamente, se llega tan cerca
del área del círculo como se desee. En las figuras se aprecia que la operación consiste
en insertar, cada vez, polígonos con mayor número de lados, y cuya área se encuentre,
en cada ocasión, más cerca de la buscada. Se razona igual desde un cuadrado
exterior. De esta forma, se acota progresivamente el valor del área circular por arriba y
por abajo.
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números naturales equivalente a sustituir en la última serie r por 1— era
divergente, es decir, su suma era infinita. Su proceso fue agrupar términos y
comprobar que las fracciones obtenidas eran todas mayores que 1/2, por lo
que la suma tenía que ser infinita.
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Sangamagrama (1350-1425) ya había descubierto muchas senes infinitas,
entre ellas las de las funciones trigonométricas del seno y el coseno. También
calculó la serie de la arcotangente:
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Wallis también profundizó en las series. De hecho, su libro Arithmetica
infinitorium, publicado en 1655, fue uno de los primeros libros que estudió
Newton, y en él se calculaban numerosas cuadraturas de funciones.
Recordemos que, en aquella época, la cuadratura de una función era lo mismo
que el área limitada por ella. En concreto, halló la cuadratura de las series de
orden k, como él las llamaba, que correspondía a
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En él, los coeficientes A, B, C, etcétera, representan, respectivamente, el
término anterior. De esta manera,
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CAPÍTULO 2
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Antes del siglo XVII existían muy pocos matemáticos profesionales. Lo
habitual era que personas que se ganaban la vida con otros oficios, o que
procedían de familias acomodadas, se dedicaran a las matemáticas por
vocación y no por necesidad. Así, Copérnico era administrativo, Viète y
Fermat trabajaban de juristas, Napier pertenecía a la aristocracia escocesa,
Descartes se dedicaba principalmente a la filosofía, etcétera.
Por otra parte, desde el Renacimiento, los nobles europeos se aficionaron
a la ciencia y muchos se convirtieron en mecenas de científicos. Suponía un
grado de distinción apadrinar a intelectuales de renombre, que acostumbraban
a realizar calendarios, pronósticos astrológicos o informes sobre cualquier
asunto que les encargaran.
No obstante, durante mucho tiempo los científicos fueron trabajadores
solitarios que desconocían lo que se investigaba en otros lugares. Por esta
razón, era frecuente que distintos científicos llegasen a las mismas
conclusiones de manera independiente. Aun con la invención de la imprenta,
los libros de ciencia y, especialmente, los de matemáticas, se difundían poco
comparados con otros. Las obras se daban a conocer casi exclusivamente
entre los aficionados a la ciencia y sus resultados no obtenían la repercusión
deseable. Además, era usual que los libros apareciesen de forma póstuma,
ofreciendo resultados que habían sido descubiertos décadas atrás o ya
presentados por otros autores. Esta situación desató numerosas polémicas
sobre quién había sido él descubridor de una u otra teoría.
Sin embargo, en el siglo XVII, todo cambió con el surgimiento de círculos
y sociedades que contaban con un importante medio de difusión; las revistas
científicas.
ANNUS MIRABILIS
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Tras abandonar Cambridge a causa de la epidemia de peste, Newton regresó a
su casa natal en Woolsthorpe. Allí pasó dos años sumergido en una frenética
creatividad. También se quedó una temporada en Boothby Pagnell, un pueblo
cercano a cargo de cuya rectoría se encontraba su amigo Humphrey
Babington. Como el propio científico indicó, fue durante aquella estancia
cuando calculó el área de la hipérbola con una precisión nunca antes
alcanzada.
Newton regresó a Cambridge en marzo de 1666, pues, al parecer, la plaga
había remitido y la universidad abrió de nuevo sus puertas. Sin embargo, un
par de meses después, la peste rebrotó y se cerró la universidad hasta la
primavera del año siguiente.
El bienio formado por 1665 y 1666 es conocido como «los años
maravillosos», pues fueron los más fructíferos en la historia de la ciencia.
Newton modificó los cimientos de la matemática y la física e inauguró la era
de la ciencia moderna. Él mismo explicó, en una nota escrita cincuenta años
después, cómo realizó aquellos cruciales descubrimientos:
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matemáticas y la filosofía me ocupaba más de lo que lo harían
nunca después.
Y DE LA MANZANA, ¿QUÉ?
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se basaba en el rigor y la constancia, por lo que parece más probable que, tras
observar la Luna durante meses, extrajese la hipótesis y luego la demostrase
mediante ecuaciones. Ya en 1664, según comentaba Wickins, su compañero
de cuarto, había pasado incontables noches en vela estudiando la aparición de
un cometa, actitud que encaja mejor con la idea que tenemos de Newton.
REGRESO A LA UNIVERSIDAD
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fellow. Posiblemente, mientras Newton vivía obsesionado con sus
investigaciones. Wickins contaba una anécdota que da fe de la entrega de
Newton: tenían un gato en la habitación que llegó a engordar varios kilos solo
con la comida que el científico dejaba en el plato sin tocar.
EL ALQUIMISTA
LA ALQUIMIA
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convirtiéndose en los primeros medicamentos artificiales producidos en laboratorios.
Sin embargo, en el siglo XVIII, los sucesivos avances en el campo de la química, cada
vez más rigurosa y racional, acabaron por desterrar definitivamente esta disciplina.
EL GENIO SE DA A CONOCER
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Newton escribió así De analysi per aequationes numero terminorum
infinitas (Sobre el análisis por series infinitas). En él demostraba que
empleando el desarrollo en series de potencias se podían calcular series
armónicas mediante logaritmos. En pocos días se lo envió a Collins, a través
de Barrow, sin indicarle quién era el autor y solicitándole, además, que
devolviera el manuscrito una vez leído. Collins se entusiasmó al descubrir la
genialidad de los métodos que se explicaban en él. Tras la insistencia a
Barrow, Collins descubrió que el autor era Newton. Como dio por sentado
que Newton estaría deseoso de ver reconocidos sus méritos, Collins copió el
manuscrito y empezó a mostrarlo sin permiso. Así, se lo envió a matemáticos
con los que mantenía correspondencia, como David Gregory, René Sluse o
Giovanni Alfonso Borelli. Luego, escribió a Newton preguntándole si podía
leer la obra en una reunión de la Royal Society. Tras recibir la negativa del
científico, Collins se dio cuenta de que se había extralimitado y mantuvo en
secreto las copias que había realizado.
Tanto Collins como Barrow trataron de convencer a Newton de que
publicara su trabajo. Ambos le sugirieron que el texto figurase como apéndice
de un libro de Barrow que estaba a punto de ver la luz, pero el genio se
mostró inflexible.
La práctica sugerida por Collins y Barrow no era inusual. Cuando un
matemático publicaba un libro, solían añadirse apéndices con textos de otros
matemáticos que guardasen relación con el asunto de la obra. Esto sucedía así
por la dificultad que entrañaba publicar un libro sobre matemáticas en aquella
época.
En cualquier caso, los tímidos signos de apertura de Newton fueron
aprovechados por sus colegas. Barrow le pidió que revisara y anotara una
traducción al latín del Álgebra, de Gerard Kinckhuysen que pretendía publicar
Collins. Las observaciones que hizo Newton aumentaron su fama entre los
matemáticos. Sin embargo, una vez más, exigió que su nombre no apareciera.
JOHN COLLINS
El inglés John Collins (1625-1683) contribuyó a difundir por el continente europeo los
descubrimientos matemáticos de la época. Tras la guerra civil inglesa, se dedicó a la
navegación durante siete añosos, sin dejar de profundizar en las matemáticas.
Posteriormente, ejerció de maestro hasta 1660, año en que aceptó un puesto de
administrativo. Fundador de una librería, se dedicó a publicar libros propios y ajenos.
Entre los suyos figuran obras sobre aritmética, relojes de sol o trigonometría aplicado a
la navegación. Publicó las Lecciones de Barrow y el Álgebra de Wallis, así como
ediciones de obras de Apolonio y Arquímedes. Pero la labor por la que ha pasado a la
historia es por haber sido el nexo de unión entre los matemáticos del momento. Desde
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su puesto de bibliotecario en la Royal Society,
enviaba libros recién publicados a todo aquel que
lo deseaba, acumulando una impresionante
correspondencia entre matemáticos como Wallis,
Barrow, Leibniz, Gregory o, por supuesto, Newton.
En 1712 la Royal Society compiló las misivas y las
publicó con el título de Commercium epistolicum.
La obra fue utilizada como prueba en la polémica
en torno al descubrimiento del cálculo entre
Newton y Leibniz. Pero, sobre todo, fue la primera
persona que dio a conocer al mundo el genio de
Isaac Newton.
ROMPER EL AISLAMIENTO
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College Royal. Gracias a ello, cuando debía defender su plaza frente a otros
candidatos cada tres años, siempre podía proponer problemas que estaba en
disposición de resolver. No obstante, al no publicar apenas nada en vida, la
autoría de sus descubrimientos quedó en entredicho.
Esto explica que las teorías pudieran tardar meses o años en ser conocidas
por otros científicos. Sin embargo, la situación comenzó a cambiar en ese
mismo momento. En primer lugar, empezaron a surgir los círculos, en los que
una serie de científicos se reunían para intercambiar información sobre
cualquier descubrimiento del que tuvieran noticia, fuese suyo o de otros. Uno
de los más conocidos fue el Círculo de Mersenne, un grupo matemático que
se reunía en torno al sacerdote francés Marín Mersenne, teólogo, matemático
y descubridor de los números primos que llevan su nombre. En su celda del
convento de L’Annonciade de París se congregaban de forma periódica una
serie de matemáticos para intercambiar ideas y conocimientos. Aunque no
todos podían asistir físicamente a las reuniones, al círculo pertenecieron, entre
otros, matemáticos como Descartes, Pascal, Roberval, Desargues, Fermat y
Gassendi.
El grupo de Mersenne acabó fusionándose con uno similar formado por
los bibliotecarios reales Pierre y Jacques Dupuy, cuya unión constituyó el
germen de la Academia de las Ciencias de París. Un caso parecido fue el del
círculo inglés surgido en torno al diácono alemán Theodore Haak
(1605-1690), conocido como Grupo 1645, y que más tarde dio lugar a la
Royal Society.
Otro círculo relevante se formó alrededor del filósofo y teólogo francés
Nicolás Malebranche (1638-1715), sacerdote de la congregación del Oratorio
de San Felipe Neri. Este se reunía en la propia congregación con figuras de la
talla de Pierre Varignon, el marqués de L’Hòpital o Johann Bernoulli.
Malebranche no solo dio a conocer los descubrimientos de Newton y Leibniz
en Europa, sino que editó la obra de L’Hòpital, la primera que se imprimió
sobre el cálculo.
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auspiciada por el príncipe Federico Cesi y su labor se prolongó hasta la
muerte de este en 1630. La figura más prominente de la academia fue Galileo
Galilei. En 1623 esta publicó una de las obras mayores de Galilei, El
ensayador, que incluía una de sus frases más celebres: «Las matemáticas son
el alfabeto con el que Dios ha escrito el universo».
En 1657 el duque de Toscana, Fernando II, y el príncipe Leopoldo crearon
en Florencia la Accademia del Cimento (Academia del experimento). A ella
pertenecieron dos discípulos de Galileo: Evangelista Torricelli, inventor del
barómetro, y el físico y matemático Vincenzo Viviani, a quien se debe el
teorema que anuncia que la suma de las distancias desde un punto a cada uno
los lados de un triángulo equilátero es igual a la altura del triángulo. Otros
integrantes fueron el físico y matemático Giovanni Alfonso Borelli o el
médico Marcello Malpiaghi.
En 1666 Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luís XIV, creó en París la
Académie des Sciences, que llevó a cabo sus actividades hasta la Revolución
francesa. Entre los objetivos fundacionales figuraba «Animar y proteger el
espíritu de la investigación, y contribuir al progreso de las ciencias y sus
aplicaciones». Entre sus fundadores se contaban Descartes, Fermat o Pascal.
Como en otras academias, incorporó a miembros extranjeros. Así, en 1669
ingresaron en ella Bernoulli, Viviani y el propio Newton.
A finales del siglo XVI se creó en Berlín la Academia Prusiana de la
Ciencias a instancias de Leibniz, su primer presidente. Fue respaldada por el
príncipe Federico III, elector de Brandenburgo. A diferencia de las anteriores,
esta academia se preocupo tanto de las ciencias como de las humanidades, y a
ella llegaron a pertenecer Voltaire, Diderot o Immanuel Kant.
LA ROYAL SOCIETY
Pero, sin duda, la sociedad científica más importante que se creó en esa
época, y que sigue vigente en la actualidad, es la Royal Society.
A principios de la década de 1650, había surgido en Oxford un círculo
filosófico alrededor del clérigo naturalista inglés John Wilkins (1614-1672), a
la sazón director del Wadham College. En sus propias dependencias se
reunían una serie de científicos interesados en debatir sobre la nueva ciencia,
especialmente sobre el método experimental. A ese círculo pertenecían, entre
otros, John Wallis, Robert Boyle, Robert Hooke o el filósofo y teólogo
alemán Henry Oldenburg. Mención aparte merece el matemático y arquitecto
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Christopher Wren, quien diseñó algunos de los mejores edificios londinenses
tras el gran incendio de Londres de 1666.
Tras la restauración de los Estuardo (1660), el círculo de Oxford se
disolvió y muchos de sus miembras se instalaron en Londres, donde siguieron
las reuniones de manera informal. Varios de los científicos entraron como
profesores en el Gresham College. Allí fundaron la Royal Society of London
for the promotion of natural Knowledge (Real Sociedad de Londres para la
promoción del conocimiento natural). Durante los primeros quince años su
director fue el matemático aficionado lord Brouncker y la sociedad cosechó
éxito rápidamente: solo entre el 20 de mayo y el 22 de junio de 1662 se invitó
a 119 miembros.
A diferencia de otras academias, la Royal Society no contaba con el
respaldo económico de ningún tipo. Esto les hizo atravesar con frecuencia
apuros económicos, sobre todo al principio. En cambio, no les afectó cuando
menguaron las fuentes de financiación, como les ocurrió a las academias
italianas, lo que contribuyó a su longevidad.
Desde el principio, uno de los intereses de la Royal Society fue el estudio
y el desarrollo de las ciencias más experimentales. Su filosofía se resumía en
el lema de la sociedad: Nulluis in verba (En palabras de nadie). Esto
significaba que, con independencia del prestigio del investigador, solo se
aceptaría aquello que pudiera ser demostrado. Se planteó que en cada reunión
se presentaran varios experimentos y se creó la figura del curator para
planificarlos, cargo que recayó en Robert Hooke. Asimismo, se nombró
bibliotecario a John Collins y secretario a Henry Oldenburg. Este último, que
ocupó el cargo hasta su muerte, realizó una labor primordial haciendo de nexo
de unión entre los científicos de toda Europa. Todas las cartas le llegaban a
Oldenburg, quien, tras guardar una copia, las remitía a sus destinatarios. De
esta manera, quedaba constancia de quién trataba por primera vez un asunto
determinado, evitando disputas posteriores sobre su autoría.
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Este escollo lo salvó la aparición de las revistas científicas, con frecuencia
vinculadas a las sociedades. La primera revista de divulgación como tal fue el
Journal des Sçavans, aparecida en París en enero de 1665 y fundada por el
asesor parlamentario Denis de Sallo bajo los auspicios del ministro de
Luis XIV Jean-Bapatiste Colbert. En realidad, no era solo científica e incluía
legislación y necrológicas de personas influyentes. En ella se publicaron
trabajos de Descartes. Huygens, Hooke o Leibniz.
ROBERT HOOKE
Uno de los científicos más completos del siglo XVII es el inglés Robert Hooke
(1635-1703), quien abordó disciplinas como la astronomía, la química, la biología, la
geología, la anatomía, la cristalografía, la meteorología, la mecánica, la óptica, la
arquitectura, etcétera. Diseño multitud de instrumentos científicos, algunos de los
cuales se siguen utilizando en la actualidad. Comenzó su carrera científica como
ayudante de Robert Boyle, hasta que fue elegido curator de la Royal Society. También
fue secretario, pero solo durante un breve período, y trabajó como arquitecto junto a
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Christopher Wren diseñando edificios para la
reconstrucción de Londres tras el incendio de
1666. Lamentablemente, muchas de estas obras
se han perdido. Era un científico con una inventiva
extraordinaria, pero abarcaba tantos temas que
sufría carencias en muchos de ellos, con lo que
sus brillantes ideas no siempre llegaban a buen
puerto. Debido a ello, se vio envuelto en
numerosas polémicas a lo largo de su vida. Si
algún científico presentaba una nueva teoría, era
frecuente que a él se le hubiera ocurrido antes,
aunque no la hubiese formalizado. Eso fue lo que
le ocurrió con Newton en sus disputas sobre los
colores o la gravitación. También protagonizó
sonoras polémicas con Oldenburg y Huygens. La relación de Hooke con Newton
recuerda, en ocasiones, a la de Salieri respecto a Mozart. En este caso, sin embargo,
Newton, a la muerte de Hooke, se encargo de hacer desaparecer prácticamente todo
rastro de los logros de Hooke. En cualquier caso, su valía como científico resulta
innegable, y llegó a ser bautizado como El Leonardo de Londres.
DE ESTUDIANTE A PROFESOR
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de que el año anterior había comprado varios prismas con los que estaba
realizando experimentos sobre la luz. De hecho, las primeras clases que
impartió fueron sobre óptica. Conviene recordar que por aquel entonces la
óptica, así como la astronomía y la estática, se consideraban parte de las
matemáticas aplicadas.
Como profesor no se puede decir que Newton cosechara un éxito
apoteósico. A pesar de la fama que alcanzó como científico, muy pocas
personas recordaban sus clases, que contaban con muy poca asistencia. Es
probable que las dedicase a los experimentos o teorías que estaba
desarrollando, con lo que casi nadie debía de poder seguir sus razonamientos.
El teólogo y matemático William Whiston (1667-1752), discípulo de Newton
y su sustituto en la cátedra, comentó que había asistido a algunas de sus
conferencias, pero que apenas entendió nada. Por su parte, su ayudante,
Humphrey Newton, confirmó su escaso poder de convocatoria: «Cuando
Newton impartía sus conferencias, eran tan pocos los que iban a escucharle, y
menos aun los que le entendían que, a menudo, a falta de oyentes, leía para
las paredes».
No obstante, no parece que Newton se explicara mal, ya que lo mismo le
ocurría a la mayoría. El propio Barrow se había quejado de que a sus
conferencias acudían muy pocos alumnos, y lo mismo comentaban otros
catedráticos. Y es que en la época los alumnos no tenían obligación de asistir
a las clases y, cuando la tenían, no se la tomaban muy en serio.
Lo cierto es que la labor de profesor no constituyó una carga para
Newton: en época escolar viajaba con frecuencia a Londres para asistir al
Parlamento. A pesar de que durante cinco años no residió en Cambridge,
mantuvo su plaza hasta 1701.
NEWTON, INVENTOR
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Ya en su juventud, Newton se había caracterizado por su facilidad para
construir objetos con sus propias manos: maquetas, relojes de sol y casas de
muñecas para sus amigas, entre otras creaciones. Esta habilidad no le
abandonaría nunca, lo que le permitió construir aparatos con los que pulir
cristales con una perfección insólita hasta entonces.
Incluso al final de su vida recordaba con orgullo aquella construcción, y
así se lo refirió a Conduitt, su biógrafo: «Le pregunté a quién se lo había
encargado y me dijo que lo había hecho él mismo. Cuando le pregunté dónde
había conseguido las herramientas, me dijo que las había hecho él mismo, y,
riendo, añadió que si hubiera tenido que confiar en otras personas para que le
hicieran sus herramientas u otras cosas, nunca hubiera hecho nada».
En 1671 Barrow asistió a una reunión de la Royal Society y presentó el
telescopio de Newton, que causó asombro entre los asistentes. También se lo
mostró al rey Carlos II. Fue tal el revuelo que ocasionó que los socios
ausentes no tardaron en pedir información sobre el aparato. La propia Royal
Society, a fin de asegurar la paternidad del descubrimiento, elaboró un
detallado informe y lo envió a todos sus miembros. También contrataron a
una persona para que reprodujera el artefacto, pero fue un desastre: no
pudieron conseguir espejos con la perfección alcanzada por Newton.
El telescopio superó tan ampliamente a las herramientas que se tenían
hasta el momento que permitió a Newton entrar en la Royal Society por la
puerta grande.
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No obstante, el primero en dirigir el telescopio hacia el cielo o fue
Thomas Harriot (1560-1621), astrónomo y matemático a quien se atribuye la
teoría de la refracción y la creación de numerosos símbolos matemáticos. En
1609, meses antes de hacerlo Galileo, enfocó su telescopio hacia la Luna, lo
que le permitió dibujar cráteres y mares de la superficie lunar.
Pero quien mayor rendimiento le sacó al telescopio fue el propio Galileo,
quien descubrió cuatro satélites de Júpiter, las montañas de la Luna, estrellas
desconocidas en Orión y las Pléyades, y la estructura de la Vía Láctea. El
telescopio de Galileo estaba formado por dos lentes: el objetivo, que es la que
se dirigía al objeto observado, de forma convergente, y la ocular, donde se
colocaba la vista, de forma divergente.
El astrónomo Johannes Kepler diseño otro telescopio similar, aunque
utilizando dos lentes convexas. Nunca llegó a construirlo, pero, años más
tarde, lo hizo el astrónomo alemán Christopher Scheiner (1575-1650),
inventor del pantógrafo. Este tipo de aparatos son conocidos como
«telescopios de refracción». La refracción es el cambio de dirección que sufre
un rayo de luz cuando pasa de un medio a otro de distinta densidad. Es muy
fácil de observar, pues basta colocar un lápiz en un vaso de agua y comprobar
cómo este parece quebrado. En el esquema básico del telescopio de refracción
la lente ocular puede ser convergente, como en Kepler (figura 1), o
divergente, como en Galileo.
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Gregory diseñó su telescopio en 1663, pero no encontró a nadie capaz de
construirlo hasta diez años después. Quien lo hizo posible fue Hooke, pero
por entonces ya se había dado a conocer el de Newton.
El científico inglés tuvo noticias del telescopio diseñado por Gregory y,
tras mejorar su diseño, construyó uno con sus propios medios. En el
telescopio newtoniano, el espejo parabólico no está agujereado y el segundo
espejo, de forma plana, está colocado en diagonal. El esquema podría ser el
de la figura 3.
Las lentes, en general, suelen ser de dos tipos: convergente, los rayos convergen hacia
el foco de la lente, situado detrás de ella; en la divergente, los rayos divergen como si
partieran de un foco virtual colocado delante. Los rayos que atraviesan el centro óptico
de la lente no se desvían. Los demás se refractan según la ley de Snell, que indica que
es constante el producto del índice de refracción de una lente por el seno del ángulo
que forman los rayos con la normal. El gran problema de las lentes es que sufren de
aberración cromática. Cuando un rayo de luz incide en un prisma, se descompone en
colores primarios. Lo mismo ocurre en los bordes de las lentes. Por eso, es casi
imposible volver a unir los colores en un mismo lugar, y las imágenes terminan con una
corola difuminada alrededor que empaña su visión. Aunque se intentó ampliar el
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tamaño o probar con distintos tipos de lentes, como hizo Kepler, la aberración podía
reducirse pero no eliminarse.
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La carta refleja la preocupación por los plagios antes mencionada. Pero,
sobre todo, es llamativo el carácter marcadamente nacionalista que recorre la
misiva. Al parecer, lo que más les preocupaba era que un extranjero pudiera
copiar el diseño.
Lo importante, en cualquier caso, era que en la carta se invitaba a Newton
a formar parte de la Royal Society. Ingresó en la sociedad el 11 de enero de
1672 y, más tarde, fue su presidente durante casi cinco lustros.
«A HOMBROS DE GIGANTES»
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ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes». La sentencia,
sin embargo, no es original de Newton, pues ya en el siglo XII había aparecido
en la obra Metalogicon, de Juan de Salisbury.
Pero las críticas de Hooke no fueron las únicas. Christiaan Huygens,
considerado el mejor científico europeo de la época, alabó su teoría en un
primer momento, pero poco a poco fue encontrándole reparos. Quizá la
disputa más encendida fue la que sostuvo con el jesuita inglés Francis Hall,
que se prolongo con sus discípulos tras la muerte del sacerdote. Las críticas
coincidían en tachar de hipótesis las aseveraciones de Newton. Esto le
encrespaba y, como reza una de sus máximas. Hyphoteses non fingo, defendía
que él no realizaba hipótesis. Lo cual, sin embargo, no siempre era cierto.
La desesperación se apoderó de Newton, que veía que las polémicas
inacabables le quitaban tiempo para lo fundamental: sus estudios. Su enfado
llegó al punto de que pidió a Oldenburg que le dieran de baja de la Royal
Society, pero la petición nunca se hizo efectiva.
DE DESGRACIA EN DESGRACIA
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en las curas de esa enfermedad, con mayor entrega de la que
nunca había demostrado en sus experimentos más interesantes.
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una estrella más y que el universo era infinito y homogéneo. En su obra La
cena de las cenizas, planteó el movimiento de la Tierra con argumentos
físicos, que solo fue superado con la llegada de Galileo. Desgraciadamente,
no pasó a la historia por sus logros, sino porque la Inquisición lo quemó en la
hoguera. Aunque las acusaciones fueron principalmente de índole religiosa,
su herética concepción del universo contribuyó a su triste final.
Otra de las figuras imprescindibles de la segunda mitad del siglo XVI fue
el danés Tycho Brahe (1546-1601), que realizó las observaciones
astronómicas más perfectas hasta el momento. El rey de Dinamarca financió
la construcción de lo que se considera como el primer observatorio
astronómico de la historia. En la isla de Hven se levantó el palacio conocido
como Uraniborg, que albergaba instrumentos astronómicos diseñados por
Brahe. Pese a que en la época no existían los telescopios astronómicos, Brahe
alcanzó una precisión en sus observaciones nunca igualadas. Era un pésimo
teórico, pero un excelente observador, y contribuyó a la destrucción del
cosmos aristotélico. Y ello a pesar de no ser copernicano. Brahe oponía al
enfoque de Copérnico uno propio según el cual la Tierra permanecía fija
rodeada por la Luna y el Sol y los restantes planetas giraban alrededor de este.
Sin embargo, desde el punto de vista de las matemáticas, su sistema era
similar al de Copérnico. Brahe fue el primero que planteó que las
observaciones debían ser sistemáticas, y no reducirse a fenómenos
extraordinarios.
Pero la figura más destacada en la astronomía del siglo XVI es, sin duda, el
astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630). Desde su infancia se
interesó por los fenómenos del cielo y, con solo cinco años, observó el cometa
que cruzó los cielos en 1577. Estudió con el astrónomo y matemático Michael
Maestlin, quien lo introdujo en la teoría heliocéntrica. En 1596 publicó un
primer libro, El secreto del universo, en el que defendía la teoría copernicana
y relacionaba la creación de Dios con los planetas. Creía que solo existían los
seis planetas que se conocían en ese momento porque estaban relacionados
con los sólidos platónicos. Construyó un sistema en el que cada poliedro
regular se encontraba dentro de una esfera y lo explicó de la siguiente manera:
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inscribe en la Tierra un icosaedro. El círculo inscrito en este
será Venus. Inscribe en Venus un octaedro. El círculo inscrito
en él será Mercurio. Tienes la razón del número de los planetas.
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Esquema de la segunda ley del movimiento de Johannes Kepler.
La tercera ley de Kepler no apareció hasta 1619 en La armonía del
mundo, su obra magna, que recogía muchos de sus trabajos sobre poliedros,
música, astrología y astronomía. Sostenía lo siguiente: «El cuadrado del
tiempo empleado por un planeta en recorrer su órbita es proporcional al cubo
de la distancia media entre ese planeta y el Sol».
En esta ley se encuentra la fórmula T2 = Kd3 en la que T es el tiempo de
rotación medido en años, y d la distancia entre el planeta y el Sol medida en
unidades astronómicas (es decir, la distancia entre el Sol y la Tierra). Según
esta ley, cuanto más lejos está el planeta del Sol, más lentamente recorre su
órbita.
EL COMETA DE 1680
A finales del año 1680, el cielo despertó el interés de numerosos científicos.
Sin embargo, esta vez el asunto no tenía nada que ver con la religión, sino con
la aparición de un «nuevo» cometa. El primero en observarlo fue el
astrónomo alemán Gottfried Kirch (1639-1710), que más tarde fue astrónomo
real en el Observatorio de Berlín También fue pionero en descubrir un cometa
utilizando el telescopio.
El cometa fue visible durante cuatro meses, por lo que pudo ser observado
por muchos científicos. El uso del telescopio se había generalizado entre los
investigadores, sobretodo por las mejoras aportadas por Newton, lo que
permitió que la evolución del cometa fuese seguida con más precisión. Es
conocido que el científico inglés siguió su trayectoria a diario.
Sin embargo, las características de estos cuerpos aún no estaban claras.
Muchos científicos seguían considerando que su naturaleza era más
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atmosférica que celeste, es decir, que guardaban más relación con el entorno
de la Tierra que con el propio espacio. Esta opinión era defendida, por
ejemplo, por Robert Hooke o por el astrónomo real John Flamsteed
(1646-1719). Este último mantuvo una fuerte discusión con Newton sobre el
cometa avistado aquel año: mientras que él sostenía que el cometa había
girado, dentro de su órbita, antes de llegar al Sol, Newton defendía que lo
había rodeado antes de seguir su camino.
Algunas anotaciones hacen pensar que, por esos años, Newton aún no
había extendido sus fuerzas gravitatorias a todos los cuerpos celestes. En este
sentido, es muy probable que no aplicase aún a los cometas las leyes de los
planetas.
Poco antes, en 1679. Robert Hooke, nombrado secretario de la Royal
Society tras la muerte de Oldenburg, había escrito a Newton para convencerle
de que se carteara con el resto de científicos. En ta misiva, además, planteaba
al genio una sugerente cuestión: ¿cómo serian las órbitas de planetas
afectados por la inercia y por una atracción hacia el cuerpo que se hallaba en
el centro de su giro? Newton planteó una ley de inercia, según la cual los
cuerpos se desplazan en linea recta si ninguna fuerza modifica su
movimiento. Además, desechó el concepto de fuerza centrifuga y se centró en
otra que denominó fuerza «centrípeta», que definió como la que provoca que,
en un movimiento circular, el cuerpo sea atraído hacia el centro de
revolución.
Newton respondió proponiendo un experimento para estudiar la rotación
de la Tierra alrededor de su eje. Tal vez por la rapidez en contestar, cometió la
torpeza de suponer que los cuerpos que cayesen hacia el centro de la Tierra lo
harían trazando una espiral. Hooke, que detectó el error de inmediato, sugirió
que la trayectoria fuera una elipse. Pese a que, en un principio, Newton
rechazó la idea, más tarde se sirvió de ella para rehacer sus cálculos.
EL GENIO DESPIERTA
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En enero de 1684 en uno de estos locales tuvo lugar una curiosa reunión.
En él se encontraban Robert Hooke, Christopher Wren y Edmund Halley, que
solían debatir con frecuencia sobre el movimiento planetario. En aquella
ocasión, discutían sobre una propuesta de Hooke, que sostenía que el Sol
atraía a los planetas con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de
la distancia. Tanto Wren como Halley se mostraban de acuerdo con Hooke. El
problema que se les planteaba era cuál podría ser la órbita que siguiera un
planeta con la influencia de esa fuerza. Amparándose en las leyes de Kepler,
imaginaban que la respuesta seria una elipse, pero carecían de herramientas
para demostrarlo.
Siguiendo su costumbre, Hooke se jactó de tener la solución, pero se
negaba a revelarla hasta que los otros no se diesen por vencidos. Tanto Halley
como Wren, impotentes, reconocieron su fracaso. Sin embargo, pasaban los
meses y Hooke no desvelaba el secreto. Halley, entonces, para salir de dudas,
se decidió a preguntar a otro de los mayores científicos de Inglaterra, Isaac
Newton.
El matemático francés Abraham de Moivre (1667-1754), amigo de
Newton y uno de los que mejor guardó sus recuerdos, fue testigo del
encuentro: «El doctor Halley le pidió su opinión sobre cómo pensaba que
sería la curva descrita por los planetas, suponiendo que la fuerza de atracción
hacia el Sol fuese reciproca al cuadrado de su distancia de este. Sir Isaac
respondió inmediatamente que seria una elipse». Tras la rápida respuesta, el
doctor, sorprendido le preguntó cómo lo había sabido. «Lo he calculado»,
contestó él. Sin embargo, cuando Halley le pidió ver los cálculos, Newton
aseguró que los había perdido. En su biografía del inglés, Richard S. Westfall
sostiene que aquella excusa era falsa, ya que en la actualidad se conservan los
manuscritos con los citados cálculos. Seguramente Newton, dado su
perfeccionismo, no estaba dispuesto a mostrar su trabajo sin haberlo revisado.
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Newton para comentar la obra en la Royal Society. También logró arrancarle
el compromiso de revisar el tratado para que fuera registrado en la sociedad.
No obstante, aquella revisión tardó más de lo que pensaba Halley, pues
Newton paso dos años volcado en cuerpo y alma en la que iba a ser su obra
magna: los Principia.
Tras solicitar a Flamsteed los datos que necesitaba para fundamentar sus
resultados, se dedicó a ampliar el tratado añadiendo todo lo que había
averiguado previamente sobre el mundo celeste. En el verano de 1686,
Newton escribió a Halley contándole que, durante el invierno, había
terminado el primer libro pero, al alargarse más de lo previsto, había decidido
dividirlo en dos partes. Cuando consideró que el primer tomo estaba
completo, encargó a su amanuense que lo copiara en limpio y lo envió a la
Royal Society. Ni que decir tiene que la acogida fue magnífica, y los
miembros cubrieron de elogios su labor.
No obstante, un incidente empañó en parte la alegría de Newton. Mientras
se encontraba organizando el material del tercer libro, recibió una carta de
Halley para informarle del extraordinario recibimiento obtenido por el
primero. De soslayo, también le contentó que Hooke aseguraba que muchas
de las ideas que aparecían en la obra eran suyas. Esto era cierto, pero solo en
parte: Hooke había entrevisto las posibilidades del movimiento planetario,
pero fue Newton quien hizo las demostraciones y les otorgó entidad.
Conociendo el temperamento del genio, es probable que su furia hirviera
como uno de sus calderos alquímicos. No en vano su primera reacción fue
abandonar ña redacción del tercer libro, que se encontraba ya en proceso de
revisión. Afortunadamente, gracias a las tácticas diplomáticas de Halley,
aceptó continuar con el trabajo.
A pesar de los problemas de financiación que atravesaba en ese momento
la Royal Society, Halley consiguió el respaldo de la sociedad para publicar el
libro. La única condición fue que él mismo fuera quien se encargara de la
publicación. Halley aceptó, convirtiéndose así en editor de los Principia.
En otoño del 1686 Newton había concluido el libro segundo, en el que
atacaba sin piedad las teorías cartesianas, sobre todo su filosofía natural.
Halley tenía prisa en que el libro saliera a la venta porque era consciente
de la importante obra que tenía entre las manos. Por este motivo. Por este
motivo, entregó el segundo tomo a un editor distinto para que fuera
editándose a la vez que el primero, operación que repitió cuando tuvo en su
poder el tercer volumen.
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Por fin, el 5 de julio de 1687, la obra vio la luz. Su grado de complejidad
excedía el de la media universitaria. Se cuenta que un estudiante, al cruzarse
en Cambridge con Newton, comentó: «Ahí va el hombre que ha escrito un
libro que nadie, ni siquiera él, comprende».
Halley presentó la obra final con una oda dedicada a Newton, en la que
destaca esta apasionada estrofa:
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sustituyendo en la fuerza y simplificando llegamos a la fórmula de la fuerza
centrífuga:
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proporcionales al cuadrado de las distancias medias de los planetas al Sol.
En realidad, Newton había ido gestando su teoría del movimiento
planetario a lo largo de los años. Así, en el período de la epidemia de peste
comenzó a estudiar la atracción del Sol sobre los planetas. Luego se pasó al
estudio de la Luna, pero, con los datos que en ese momento tenía sobre la
Tierra, no le salían los cálculos. Cuando en 1675 se publicaron cálculos más
exactos de las medidas terrestres, realizadas por el astrónomo francés Jean
Picard (1620-1682), pudo retomar sus cálculos y comprobar que sus hipótesis
se cumplían. Inicialmente, se encontró con un problema: considerar que la
fuerza de atracción de un planeta esférico se puede estimar como si toda la
masa estuviera concentrada en su centro. Esto, que es aplicable a las fuerzas
que se basan en cuadrados inversos, no es fácil de demostrar. Planteó incluso
varios experimentos con péndulos para comprobar cómo la fuerza influía en
el movimiento; experimentos que, más tarde, incluyó en el primer libro de los
Principia. Estos ensayos, y otros realizados con esferas, le llevaron a desechar
el enfoque adoptado por Descartes en los vórtices.
Su visión del movimiento de los cuerpos celestes siguió cambiando y a
mediados de la década de 1680, Newton había generalizado la acción a
distancia a casi todos los fenómenos de la naturaleza, según plantea Richard
S. Westfall en su biografía del científico. Fueron los días en que el científico
se encontraba inmerso en la gran obra de su vida.
LOS PRINCIPIA
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Es decir, se debe siempre corroborar las hipótesis a partir de los datos y la
experimentación.
En los Principia Newton fundamentó matemáticamente el movimiento en
el universo. Escarmentado de polémicas y de objeciones de científicos que no
consideraba a su altura, escribió el libro en latín, de forma que solo pudiese
ser leído por los miembros del mundo científico.
Ya en el pequeño manuscrito De motu corporum, germen de los
Principia, Newton demostraba que la trayectoria que genera una fuerza de
atracción inversamente proporcional al cuadrado de la distancia es una
cónica; en concreto, una elipse para velocidades por debajo de cierto límite.
En Los movimientos del cuerpo, el primer tomo de los Principia, Newton
desgranó las tres leyes del movimiento. La primera ley afirmaba que todo
cuerpo continúa en un estado de reposo, o de movimiento en línea recta, a
menos que sea obligado a cambiar ese estado por fuerzas impuestas sobre él.
La segunda, que el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz
impresa, y ocurre según la línea recta en que se imprime dicha fuerza. Por
último, la tercera sostenía que a cada acción se opone siempre una reacción
igual y opuesta. Es decir, la acción mutua de dos cuerpos, el uno sobre el otro,
es siempre igual y dirigida hacia las partes contrarias. Las dos primeras leyes
las dedujo de las leyes de Galileo y Kepler, pero la tercera le pertenece por
entero. Esta, aplicada a la Tierra y la Luna, demuestra que ambos cuerpos se
influyen mutuamente, lo que explica el fenómeno de las mareas
condicionadas por el satélite.
Es en este libro donde Newton utilizó por primera vez la palabra «masa»
en su significado actual: «La cantidad de materia es aquella que surge por la
conjunción de su densidad y magnitud. La cantidad de un cuerpo con el doble
de densidad en el doble de espacio es cuatro veces mayor. Designo esta
cantidad por el nombre de cuerpo o masa». Es decir, la masa es la cantidad de
materia que posee un cuerpo independientemente de su volumen. Además,
comprobó que dicha masa era proporcional a su peso. En concreto, la fuerza
es igual a masa por aceleración.
También definió la fuerza centrípeta; «Fuerza centrípeta es aquella por la
cual los cuerpos son arrastrados o impelidos, o tienden de cualquier modo
hacia un punto como hacia un centro». Asimismo, se incluyen en el libro los
teoremas sobre la atracción de esferas, experimentos a los que había dedicado
gran atención. De ellos dedujo que la fuerza de atracción entre cuerpos
esféricos debe producirse desde sus centros. Newton definía la cantidad de
movimiento como el producto de la masa por la velocidad. Y, en ese
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movimiento, incluía dos tipos de fuerzas: la vis insita, proporcional a la masa,
que provoca que el cuerpo mantenga su estado de reposo o movimiento
rectilíneo, y la vis impressa, encargada de cambiar el estado del cuerpo. Esta
última puede ser debido a un choque, una presión o la fuerza centrípeta.
Finalmente, incluyó algunos de sus experimentos con la luz, dedicando
una sección al movimiento de las partículas diminutas.
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la velocidad. También estudió la forma que deben tener los cuerpos para
ofrecer menor resistencia, el movimiento ondulatorio y una fórmula para la
velocidad del sonido en el agua. En alguna proposición, como la XXIII,
intuyó una teoría cinética de los gases. Asimismo, dedujo la ley fundamental
de la velocidad expresada por la raíz cuadrada de la elasticidad entre la
densidad, lo que le permitió distinguir entre tres tipos de fluidos, el
comprensible, el incomprensible y el viscoso.
El título del tercer libro es muy descriptivo: El sistema del mundo. El
propio Newton explicó lo que pretendía en él:
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(1) Portada de la primera edición de los Principia de Newton, publicada en latín (en
inglés no apareció hasta décadas más tarde).
(2) Modelo el sistema solar según el libro del astrónomo Johannes Kepler, El secreto del
universo (Mysterium cosmographicum).
(3) Representación de Isaac Newton como «geómetra del universo», obra del poeta,
pintor y grabador inglés William Blake (1757-1827).
Por otro lado, dedujo que la Tierra estaba achatada por los polos, lo que
contradecía a René Descartes, ya que el filósofo francés defendía justo lo
contrario. La cuestión se dilucidó un siglo después. En 1733, la Academia de
las Ciencias de París envió dos expediciones, una a Laponia y otra a Perú,
para medir los dos meridianos. En ellas participaron, entre otros, los
españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, y los franceses Charles Marie de La
Condamine y Louis Godin. Después de sufrir un sinfín de penalidades,
corroboraron los postulados de Newton. En este sentido, Voltaire le comentó
a La Condamine: «Usted lo ha encontrado después de largos ensayos mientras
que Newton lo encontró sin salir de su casa».
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De hecho, no solo calculó con precisión los equinoccios, sino también el
radio entre el eje de la Tierra y su diámetro en el ecuador. Debido a la forma
de la Tierra, Newton demostró que la atracción no era constante en su
superficie y calculó el movimiento cónico del eje terrestre. Explicó cómo
obtener el valor de la masa del Sol y del resto de los planetas en función de la
masa de la Tierra.
Además, fue el primero que trabajó el movimiento de los cometas como si
fuesen planetas girando alrededor del Sol.
El hallazgo más destacado del tercer libro fue aplicar una fuerza común a
todos los fenómenos terrestres y celestes, que denominó «ley de gravitación
universal» y que definió así:
Su expresión sería
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Considerando que aquellos que no hubiesen entendido
correctamente los principios no podrían fácilmente discernir el
alcance de las consecuencias, ni dejar de lado los prejuicios a
los que habían estado acostumbrados durante años, y para
prevenir las disputas que podrían derivarse de ello, decidí
reducir el contenido de este libro en forma de proposiciones de
corte matemático, las cuales solo podrán ser leídas por aquellos
que previamente hubiesen dominado los principios establecidos
en los libros precedentes.
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También demostró el conocido como «problema de las cuatro rectas» de
Pappus, que ya había demostrado parcialmente Descartes. Newton aclaró que
su solución «no consiste en un cálculo analítico, sino en una composición
geométrica tal como exigían los antiguos». Este problema lo planteó en el
lema XIX, cuya demostración puede verse gráficamente en la figura 6:
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Si en cualquier figuraba AaE, delimitada por las líneas rectas
Aa, AE y curva acE, se inscribe cualquier número de
paralelogramos Ab, Bc, Cd, etcétera, comprendidos bajo bases
iguales AB, BC, CD, etcétera, y lodos Bb, Cc, Dd, etcétera,
paralelos al lado Aa de la figura, y se completan los
paralelogramos aKbl, bLcm, cMdn, etcétera, si la anchura de
esos paralelogramos se supone que irá disminuyendo y su
número aumentando infinitamente, afirmo que las últimas
razones que guardarán entre la figura inscrita AKbLcMdD, la
figura circunscrita AalbmcndoE y la figura curva AabcdE son
razones de igualdad. Porque la diferencia de las figuras inscritas
y circunscritas es la suma de los paralelogramos Kl, Lm, Mn,
Do, esto es —por la igualdad de todas sus bases—, el
rectángulo bajo una de sus bases Kb y de altura la suma de sus
alturas Aa, esto es, el rectángulo ABla. Pero este rectángulo,
dado que su anchura AB se supone disminuida infinitamente, se
hace menor que cualquier espacio dado. Y por tanto —según el
lema I— las figura inscritas y circunscritas se hacen en última
instancia iguales entre sí, y mucho más la figura curva
intermedia. Quod erat demonstrandum.
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igualdad, y antes de terminar ese tiempo se aproximan una a otra más que
ninguna diferencia dada, acaban haciéndose en última instancia iguales».
Véase otro ejemplo tomado del tercer libro, en este caso el lema II. En él,
se pide lo siguiente:
Cortar tres líneas rectas dadas en posición con una cuarta línea
recta que pase por un punto dado en cualquiera de las tres de
forma que sus partes interceptadas estén en razón dada entre sí.
Sean AB, AC, BC las tres lineas rectas dadas en posición, y
supóngase que D es el punto dado en la línea AC. Trácese DG
paralela a AB, encontrándose con BC en G; llevando GF a BG
en la razón dada, trácese FDE, y FD será a DE como FG a BG.
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CAPÍTULO 3
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A pesar del reconocimiento de que gozan en la actualidad, durante la década
de 1670 las teorías de Newton estuvieron sujetas a múltiples controversias.
Ello fue alejándole poco a poco del mundo científico, limitándose a rebatir
por carta a los que discutían sus logros. En sus cartas a Collins y Oldenburg
aludía sin cesar al tiempo que le restaban estas disputas. En una de ellas
confesó que había pospuesto un tratado sobre los colores porque unos
«asuntos propios» ocupaban casi todo su tiempo. Se refería al estudio de la
alquimia y la religión.
Newton mantenía en secreto sus trabajos alquímicos, pero aún más sus
creencias religiosas. Cabe suponer que en su infancia tomó contacto con la
religión a través de la biblioteca de su padrastro Barnabas. Newton se crio en
pleno auge del puritanismo, una rígida corriente religiosa que surgió en
Inglaterra cuando triunfó la revolución de Cromwell. Sus principales
características eran la austeridad, la creencia en Dios, la pasión por el trabajo
y la represión de los instintos. Por su forma de comportarse, Newton debió de
ser un convencido puritano.
Newton nunca dejó de creer en Dios. En los Principia, por ejemplo,
atacaba duramente las teorías de Descartes, que intentaban explicar la
naturaleza sin la necesidad de un ser divino. Su obsesión por la Biblia fue tal
que llegó a leerla en su versión hebrea. Aplicando los mismos razonamientos
que en sus estudios científicos, llegó al convencimiento de que las Sagradas
Escrituras habían sido manipuladas entre los siglos III y IV por san Atanasio, y
que el misterio de la Santísima Trinidad era falso.
Alrededor de 1670, Newton se convirtió al arrianismo. Esta doctrina,
fundada por el sacerdote alejandrino Arrio (250-336), defendía la unicidad de
Dios y que Jesucristo, pese a haber sido creado por Dios Padre, no era eterno
ni procedía de la misma sustancia. En el Concilio de Nicea del año 325 fue
considerada herejía.
En Inglaterra se prohibió a los seguidores del arrianismo ejercer cargos
públicos. Esto supuso un grave problema para Newton. Los fellowships como
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él debían tomar órdenes religiosas o abandonar el puesto a los siete años de su
nombramiento. Newton estuvo a punto de renunciar a su trabajo como
profesor en Cambridge, pero, posiblemente con el respaldo de Barrow,
consiguió una dispensa que le permitió seguir con su labor sin ordenarse
sacerdote.
DE CAMBRIDGE A LONDRES
Desde que en el siglo XVI el monarca Enrique VIII rompiera con la Iglesia
católica, los encontronazos entre esta y la protestante fueron continuos en
Inglaterra. Cuando subía al trono algún rey que tenía especial predilección por
la religión católica, brotaban los enfrentamientos por muchos frentes. Algo de
esto ocurrió durante la época de Isaac Newton, aunque, desde finales de la
década de 1650, en que tuvo lugar la restauración de los Estuardo tras la
revolución puritana de Oliver Cromwell, los reyes católicos estaban muy
controlados por el Parlamento, que ostentaba un gran poder.
En 1685, tras la muerte de Carlos II, accedió al trono de Inglaterra
Jacobo II, católico recalcitrante, quien tuvo numerosos encontronazos con la
Universidad de Cambridge al amenazar la soberanía académica con varias de
sus decisiones. Newton fue especialmente activo en contra de la intervención
real. Tras el exilio de Jacobo II y la toma del poder de su sucesor,
Guillermo III, se creó un Parlamento provisional para elaborar las leyes que
debían regir la nueva situación política. Para ese Parlamento fue elegido
Newton entre otros representantes universitarios.
NEWTON EN EL PARLAMENTO
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A causa de la notoriedad alcanzada tras su paso por el Parlamento, a su
vuelta a la Universidad de Cambridge directivos del college o nobles de la
ciudad solicitaban reunirse con él. Por otra parte, en Londres había tenido la
oportunidad de relacionarse con científicos a los que consideraba sus iguales,
lo que resultaba imposible en la universidad.
Newton había cambiado. Su estancia en Londres y los contactos que allí
había entablado lo tornaron más extrovertido, y volvió a relacionarse con
científicos y eruditos. Así, por esa época se reunió en varias ocasiones con
Christiaan Huygens, al que debió de conocer en una reunión de la Royal
Society. También entró en contacto con el filósofo John Locke (1632-1704),
con quien mantuvo una nutrida correspondencia. Esta giró en tomo a asuntos
religiosos y, en especial, sobre sus creencias arrianas, que compartía con
Locke.
En la misma época se relacionó con una de las personas que mas influyó
en él: Nicolas Fatio de Duillier. Es probable que se lo presentaran el mismo
día que conoció a Huygens, pues Fatio había trabado amistad con este en los
Países Bajos.
Alrededor de 1691 Newton trabó conocimiento con quien fue uno de sus
principales seguidores, David Gregory (1659-1708), al que recomendó para la
cátedra Saviliana de Astronomía de Oxford. Lo hizo en detrimento de Halley,
que también aspiraba al puesto.
Otro científico que trató por esas fechas a Newton fue William Whiston
(1667-1752), que se convirtió en profesor adjunto del genio en la cátedra
Lucasiana. Whiston poseía las mismas inclinaciones religiosas que Newton,
pero no fue tan discreto como él: tras hacer públicas sus creencias, fue
acusado de hereje y apartado de la enseñanza.
EL ANNUS HORRIBILIS
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incluido el que se considera su trabajo más importante sobre el asunto,
titulado Praxis.
Aunque las causas últimas no están claras, parece que en torno a 1693
Newton vivió una serie de acontecimientos que menoscabaron su estado de
ánimo. La tensión por la autoría del cálculo, el trabajo de laboratorio
extenuante que acarreaba su pasión por la alquimia y, sobre todo, la brusca
ruptura de su amistad con Patio condujeron a Newton a una tensión psíquica
que desembocó en un estallido de locura. El episodio se refleja en un par de
cartas escritas en el mes de septiembre.
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Más drástica fue la carta dirigida a Locke días después, en la que
mostraba pulsiones en verdad inquietantes:
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Sin embargo, quien llevo más lejos esta teoría, más cerca de la realidad
que la de Newton, fue Huygens. Siguiendo a Descartes, defendió el
movimiento de la luz de forma similar a las ondas sonoras, otorgando un
fundamento matemático definitivo a las leyes de la reflexión y la refracción.
No obstante, sus idea, quedaron eclipsadas por las de Newton y no fueron
valoradas hasta el siglo XIX.
EL GENIO EXPERIMENTAL
Según la teoría de Newton, la luz estaba formada por pequeñas partículas,
llamadas «corpúsculos», que se movían a la velocidad imprimida por los
cuerpos emisores de dicha luz.
Newton comenzó muy pronto a estudiar los colores, como refleja su
cuaderno Quaestiones, de principios de la década de 1660. En él cuestionó los
planteamientos expuestos por Descartes, recordando que «la luz no puede
producirse por presión, ya que entonces veríamos por la noche tan bien o
mejor que durante el día». Asimismo, ponía en entredicho los argumentos de
Hooke. Mientras este defendía en su Micrographia —publicado en 1665 y
considerado el primer bestseller científico— que los colores procedían de las
presiones de distinta forma sobre el ojo, Newton los atribuía al movimiento de
los globos oculares.
Descartes había recuperado el uso de los prismas para el estudio de la luz,
procedimiento que fue retomado por Newton, Robert Boyle y Hooke.
Descartes y los dos últimos hicieron pasar un rayo de luz a través de un
prisma obteniendo una mancha de luz, ligeramente circular y coloreada en los
bordes.
Newton hizo lo mismo, pero alejando el prisma. Así, dejó la habitación en
completa oscuridad salvo una pequeña rendija por donde entraba la luz y, tras
pasar esta por el prisma, la recogió en una pared a 22 pasos de distancia. De
esta forma, obtuvo espectro que era cinco veces más largo que ancho. En su
libro Óptica aparece un gráfico de aquel experimento (figura 1).
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Newton cuestionaba con ello la teoría imperante en ese momento, es
decir, que la luz era homogénea y que los colores provenían del movimiento
ondulatorio. En el primer experimento pensó que la consecución de esa
especie de elipse oblonga podía depender de irregularidades en el prisma.
Esto le condujo a utilizar otro prisma con el que obtuvo un haz redondo, y a
organizar lo que él llamó el Experimentum crucis.
En otro de sus experimentos colocó una lente tras el prisma, que recogía
los colores refractados. Según donde colocara un tablero destinado a recoger
dichos colores, se obtenían distintos resultados. Si el tablero estaba cerca, se
obtenía el espectro de luz inicial (lo cual puede verse en la primera línea HI
de la figura 1); si lo alejaba un poco, los colores volvían a refundirse (en la
segunda línea de la misma figura); por último, si lo retiraba un tanto, se
obtenía el espectro alargado inicial, pero invertido (tercera línea).
Incluso colocó una rueda más allá de la lente, de forma que los radios
recogieran colores individuales refractados por el prisma. Al girar la rueda
con la suficiente velocidad, los colores volvían a producir la luz blanca.
Continuó su investigación ampliando el número de prismas en línea por
los que se refractaba la luz: al mover la pantalla los colores de los prismas se
mezclaban y se producía un nuevo haz de luz de color blanco.
LA ÓPTICA DE NEWTON
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En el año 1670 Newton tenía prácticamente completada su teoría sobre la luz.
Las objeciones planteadas por el resto de científicos no le hicieron variar sus
supuestos. El único aspecto que incorporó tras las criticas fue el de la
difracción, es decir, la desviación que se produce en la luz al pasar por un
cuerpo opaco o por una abertura muy pequeña.
Siete años más tarde, Newton tenía listo un texto más extenso sobre su
óptica, pero se perdió en el incendio de sus aposentos. Por otra parte, a
principios de los años 1690 había reunido todo su saber sobre el asunto en un
libro, pero finalmente decidió no publicarlo.
A diferencia de sus escritos sobre el cálculo, el material que Isaac Newton
presentaba en esta ocasión contaba con treinta años antigüedad. Sin embargo,
como nadie había reproducido su teoría, esta obra significó igualmente una
revolución en el mundo científico.
EL EXPERIMENTUM CRUCIS
Para llevar a cabo el Experimentum Crucis, Newton oscureció una habitación e hizo un
agujero en la pared por cual entraba un rayo de sol, que era refractado en un primer
prisma. Detrás de este, colocó un tablero con otro agujero que dejase pasar solo parte
de la luz refractada. Esa luz iba a dar a otro tablero con un nuevo agujero, con lo que la
luz resultante pasaba por un segundo prisma que la refractaba y, finalmente, era
proyectada en la pared. Girando el primer prisma, Newton conseguía que fueran
diferentes los rayos de luz que se refractaban, proyectándose en distintos lugares de la
pared. De todo ello, dedujo que la luz consistía en rayos con distinta refrangibilidad.
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referencia eran las que había mantenido con Robert Hooke, muerto en el año
anterior.
A diferencia de los Principia, se trata de un texto más asequible, con gran
profusión de experimentos y dibujos. Y es que, al prescindir de complicados
planteamientos matemáticos, podía ser entendido por cualquier persona
medianamente culta.
Inicialmente, la obra iba a componerse de cuatro libros, pero decidió
eliminar el cuarto, que iba a dedicar a los movimientos de la luz. Compensó la
supresión incluyendo una serie de cuestiones en forma de preguntas en las
últimas páginas de la obra. Hay quien sospecha que se decantó por esta
fórmula, más literaria, porque no había sido capaz de demostrar sus
aserciones adecuadamente.
Además de la naturaleza de la luz y de los colores, el libro de Newton
abordaba muy variados asuntos: las lentes, la construcción de su telescopio, la
visión humana (recuérdese su experimento introduciéndose un punzón en el
ojo), el nervio óptico, los reflejos o la difracción. Por último, no reparó en
incluir otros aspectos menos relacionados con la óptica como cuestiones
filosóficas, historias bíblicas e, incluso, una interpretación del sueño de los
locos.
El libro tercero lo completó con las preguntas antes citadas. En la primera,
de un total de 31, planteó que los aspectos ópticos exigían una serie de fuerzas
que actuaran a distancia, como la gravedad: «¿Acaso los cuerpos no actúan a
distancia sobre la luz y, con su acción, curvan los rayos; y acaso esta acción
(caeteris paribus) no es más fuerte a menor distancia?». En la última
cuestión, el genio llevaba más lejos que nunca sus especulaciones sobre estas
fuerzas: «¿No poseen las pequeñas partículas de los cuerpos ciertos poderes,
virtudes o facultades con los que actúan a distancia no solo sobre la luz,
reflejándola, refractándola e inflexionándola, sino también unos sobre otros,
para producir una gran parte de los fenómenos de la naturaleza?». En palabras
de su biógrafo Westfall, este argumento constituye «el producto más
avanzado de la química teórica del siglo XVII».
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mismo aclaró, se había encontrado con copias de sus trabajos y quería dejar
constancia del material original. El otro texto, llamado Enumeratio linearum
tertii ordinis, es decir, La clasificación de las cúbicas, había sido escrito poco
antes de 1670, pero aún no había visto la luz.
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y semicúbica, que, entre otros, habían tratado John Wallis y William Neill
(1637-1670).
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El caso segundo comprende las cúbicas tridentes: D = 0, G = 0 y E ≠ 0,
xy = ax3 + bx2 + cx + d. Un ejemplo de las mismas puede verse a
continuación.
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Véase ahora, con un poco más de detalle, el tercer caso. Este abarca las
denominadas «cúbicas parabólicas divergentes», cuando D = 0 y G ≠ 0,
y2 = ax3 + bx2 + cx + d. En este conjunto de cúbicas, Newton encontró «una
parábola cuyas ramas infinitas están al mimo lado del eje de ordenadas,
extendiéndose en direcciones opuestas. Su diámetro es el eje de abscisas y no
tiene asíntotas (rectas con las que coincide la gráfica en el infinito). A veces
aparece un óvalo».
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(1) Ilustración que muestra uno de los experimentos que con la luz realizó Isaac Newton.
(2) Página del diario de Isaac Newton donde pueden observarse sus reflexiones sobre la
visión humana y el famoso experimentos con el punzón.
(3) Dibujo realizado por Newton que muestra la demostración de la refracción de la luz
blanca a través de unos prismas.
Newton realizó el estudio en este bloque atendiendo al número de
soluciones de la ecuación ax3 + bx2 + cx + d = 0. Como, entre los casos 1 y 2,
había mostrado 66 especies distintas, en este bloque empezó por la 67.
Especie 67: Cuando las tres raíces de la ecuación son reales y desiguales.
Se obtiene una parábola divergente campaniforme, con un óvalo.
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En el caso de que dos de las soluciones sean iguales, se obtienen dos
especies distintas:
Especie 68: En este caso, se obtiene una parábola «anudada», tocando al
óvalo.
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Especie 70: Si las tres raíces son iguales, se obtiene la parábola
«acuminada» en el vértice; es la conocida como «parábola semicúbica».
Newton presento 65 especies del primer tipo, una del segundo, cinco del
tercero, y una del cuarto. En total, 72.
Su Óptica significó una gran revolución, pues, aunque ya eran conocidos
muchos de sus resultados, aún no habían sido asimilados ni desarrollados por
nadie más. Por otra parte, su Enumeratio también causó sensación. Siguiendo
la estela de Descartes en lo que se refiere a las cónicas, Newton afrontó el
desafío, inédito hasta entonces, de clasificar todas las cúbicas. Casi lo logró,
ya que solo se le escaparon seis casos. Fue, además, una de las primeras
ocasiones en que se utilizaron los dos ejes de coordenadas, que se trabajaron
indistintamente con los valores positivos y de las variables. Pese a todo, aun
existe otro campo en el que el genio mostró lo mejor de sí: el cálculo.
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CAPÍTULO 4
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A finales del siglo XVII Charles Montagu (1661-1715), duque de Halifax y
gran amigo de Newton, fue nombrado canciller para la Hacienda Real. Como
otros de sus compañeros, llevaba tiempo intentado conseguir un puesto en
Londres para su amigo. No debe extrañar, por tamo, que Newton accediera
poco después, en abril de 1696, al puesto de interventor de la Casa de la
Moneda. Esto supuso una mejora sustancial en su estatus, tanto económico
como social.
Al contrario que sus predecesores en el cargo, Newton se tomó muy en
serio su labor. Como interventor, llegó a encarcelar a un centenar de
falsificadores. Para lograrlo, organizó una red de informadores repartidos por
toda la ciudad, especialmente en las tabernas, donde trababan amistad con los
posibles infractores.
El genio conservó el puesto hasta su muerte. Sin embargo, con la
precaución que le caracterizaba, no abandonó su cátedra Lucasiana hasta
1701, dejándola en manos de William Whiston, su sustituto mientras vivió en
Londres.
Su tarea como interventor, no obstante, no le alejó del mundo matemático.
En este, por aquellos días, estaba de moda retarse unos a otros con ejercicios
de difícil solución. De esta manera, los matemáticos se ponían a prueba y
demostraban su propia valía. Así, en 1696 Johann Bernoulli (1667-1748), a
través de la revista científica Acta Eruditouum, lanzó un desafío matemático a
sus colegas: hallar el camino por el que un cuerpo pesado descendería más
rápidamente desde un punto a otro que no estuviera directamente debajo. Este
dilema era conocido como el «problema de la baquistócrona». El plazo fijado
por Bernoulli expiró sin que hubiera recibido ninguna solución. Poco después,
sin embargo, Leibniz le escribió para informarle de que lo había resuelto.
También le pedía que ampliara el plazo hasta la Pascua de 1697 para que
pudieran participar científicos de otros países europeos. Así lo hizo Bernoulli,
que añadió otro problema: encontrar una curva con la propiedad de que
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cualesquiera que fueran los segmento de una linea trazada para interceptarla,
sumados y elevados a cualquier potencia, fuese constante.
La solución era una cicloide invertida y solo fue presentada correctamente
por cinco personas: los hermanos Bernoulli, Leibniz, L’Hòpital y un
científico que mandó la respuesta de forma anónima. Al leer esta última,
Bernoulli exclamó: «por sus garras se conoce al león». Efectivamente, el
autor de aquella contestación era Isaac Newton.
Sabemos por su sobrina Catherine Barton que Newton, pese a que recibió
el problema después de una dura jornada laboral, no durmió hasta que lo hubo
resuelto, lo que ocurrió a las cuatro de la madrugada.
Por cierto, no parece casual que todos los que hallaron la solución
poseyeran conocimientos de los nuevos métodos de cálculo aportados por
Newton.
A pesar de que seguía en contacto con sus colegas, Newton apenas frecuentó
la Royal Society mientras vivió en Londres. En una de sus escasas visitas,
mostró un sextante de navegación en el que había estado trabajando. Sin
embargo, tras asegurar Hooke que él ya había inventado uno similar, treinta
años antes, dejó de asistir.
Cuando en 1703 murió Hooke, Newton fue elegido presidente de la Royal
Society, cargo que ocuparía hasta su muerte. Newton permaneció al frente de
la entidad casi cinco lustros, mientras que los anteriores presidentes, en
general, no solían pasar de los cinco años.
Por aquellos días la sociedad se encontraba en horas bajas. En las tres
últimas décadas, el número de socios se había reducido a la mitad y la entidad
carecía de la seriedad científica de antaño.
Newton se volcó en cuerpo y alma en la Royal Society. En primer lugar,
asistió a todas las reuniones mientra fue presidente, algo que no hicieron sus
predecesores. Asimismo, también potenció la figura del encargado de
experimentos, puesto que había ocupado inicialmente Robert Hooke,
nombrando a varias personas para que los resultados presentados fuesen más
diversos e interesantes.
También hizo limpieza de los miembros que no estaban al día de las
cuotas y promovió la incorporación de socios extranjeros. Por otra parte, no
descuidó la vertiente diplomática, e invitó a la sociedad a muchos príncipes y
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nobles interesados en la ciencia. Por último, bajo su mandato se llevó a cabo
el traslado de la Royal Society a su sede actual.
Al año siguiente de haber sido elegido presidente de la Royal Society,
Newton presentó allí su Óptica. El texto, gracias a la fama alcanzada por
Newton, tuvo una gran acogida. Su primera edición estaba escrita en inglés,
con un lenguaje mucho más asequible que los Principia. Basta decir que,
durante la vida de Newton, se publicaron dos ediciones en francés y dos en
latín, para que pudieran leerla científicos de otros países.
JOHN FLAMSTEED
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John Flamsteed (1646-1719) estudió astronomía
de forma autodidacta y, con el apoyo de Henry
Oldenburg, secretario de la Royal Society, fue
nombrado primer astrónomo real de Inglaterra.
Como tal se encargó de la creación del
Observatorio Real de Grennwich, cuyo diseño
corrió a cargo del científico y arquitecto inglés
Christopher Wren. Al no recibir los fondos
necesarios para el material, se vio obligado a
adquirirlo con sus propios medios. En 1680, predijo
que el conocido como «gran cometa» —el primero
que pudo verse con telescopio—, volvería a verse
meses después alejándose del Sol. También fue
de los primeros científicos que realizó
observaciones del planeta Urano. Fue ordenado
sacerdote y encargado de una parroquia en Surrey,
cargo que, junto con el de astrónomo real, mantuvo hasta su muerte. La obra principal
de Flamsteed, que trabajó durante treinta y cinco años en el Observatorio Real, fue un
catálogo de estrellas del cielo británico que triplicó el número de astros clasificados
hasta entonces. En 1712 apareció su monumental Historia coelestis britannica (Historia
británica de los cielos), financiada por la Corte.
Por aquella época, Newton acometió la revisión de los Principia para lanzar
una segunda edición. En la primera, atribuyó las carencias en el estudio lunar
a Flamsteed, que le había entregado con cuentagotas la información
solicitada. Ahora que ya disponía de ella, podía intentarlo de nuevo.
Para la labor contó con el patrocinio del director del Trinity College.
Richard Bentley (1662-1742), un reputado filólogo y helenista. Este encargó
el trabajo a Roger Cotes (1682-1716), un científico que ocupaba la cátedra
Plumiana de Astronomía. Cotes trabajó con Newton varios años, siendo
conocida en análisis numérico la fórmula de Newton-Cotes para un tipo
interpolatorio de integración numérica. Pese a ello, Cotes no recibió ninguna
remuneración por el trabajo y las ganancias se las llevó Bentley. Por si fuera
poco, ni siquiera se reconoció su labor en la edición, ya que un prefacio en el
que Newton agradecía sus correcciones no fue incluido.
La segunda edición salió a la venta en 1713. Las polémicas en torno a la
prioridad del cálculo impidieron que se publicara antes. En cualquier caso, al
igual que la primera, fue un éxito inmediato, hasta el punto de que en los años
siguientes aparecieron diversas ediciones pirata.
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LA GUERRA POR EL CÁLCULO INFINITESIMAL
Uno de los pasajes más negros de la historia de la ciencia del siglo XVIII fue la
cruel disputa por el descubrimiento del cálculo.
Newton había creado su método de cálculo a mediados de la década de
1660. Le mostró su manuscrito De analysi a John Collins, quien, antes de
devolvérselo, lo copió sin su permiso. En 1676, Leibniz, que un año antes
también había descubierto el cálculo con su propio método, viajó a Londres.
En casa de Collins tomó anotaciones sobre las series infinitas que aparecían
en De analysi. En el cuaderno de Leibniz no figuran notas sobre el cálculo de
Newton, pues, al contar con su propio método, no debió de interesarle.
Poco tiempo después, trascendió que Leibniz había encontrado un método
general para los problemas del cálculo, por lo que Collins animó a Newton a
que se escribiera con él. Así, ese mismo año, Newton envió una breve carta a
Leibniz, conocida como Epistola prior, donde le explicaba su método para
desarrollar la potencia de un binomio de cualquier exponente. También le
mostraba resultados de sumas de series, pero sin especificar los métodos que
había seguido.
Leibniz quedó asombrado de los conocimientos de Newton y le escribió
solicitándole más información. El científico inglés le remitió entonces la
conocida como Epístola posterior, la carta más extensa que escribió nunca
sobre matemáticas. En ella le explicaba todo lo que sabía sobre series
infinitas. aunque estuvo a punto de contarle sus secretos sobre el cálculo, al
final se contuvo uy le envió un criptograma. En la carta decía:
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GOTTFRIED WILHELM LEIBNIZ
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Leibniz de plagiario. En este caso, escritos por John Keill (1671-1721), otro
de los seguidores de Newton.
Por su parte, Leibniz, acuciado por los hermanos Bernoulli, publicó una
crítica anónima del libro Óptica, en la que aseguraba que el cálculo de
fluxiones de Newton no era más que el cálculo diferencial con otro nombre, y
acusaba a Newton de plagio.
A partir de ahí, la situación fue caldeándose hasta el punto de que, en
1711, Leibniz exigió por carta a la Royal Society que mediara en el conflicto
y decidiera quién tenía razón. Teniendo en cuenta que el presidente de la
sociedad era Newton, no fue una decisión muy atinada. Este formó una
comisión que, integrada por sus seguidores más cercanos, publicó un informe
conocido como «Commercium epistolicum». Al parecer redactado por el
propio Newton, en él se apoyaban totalmente sus tesis y sentenciaba que él
había sido el inventor del cálculo.
La polémica continuó incluso a la muerte de Leibniz, derivando en un
enfrentamiento entre Inglaterra y el continente. Así, mientras Inglaterra siguió
los pasos de Newton, el resto de Europa respaldó las tesis de Leibniz. Estas
últimas fueron ampliamente desarrolladas, entre otros, por los hermanos
Bernoulli, Jakob y Johann, y por el marqués Guillaume de l’Hôpital
(1661-1704), el primero en publicar un libro dedicado al nuevo cálculo:
L’analyse des infiniment petits pour l’intelligence des lignes courbes (Análisis
de los infinitamente pequeños para el entendimiento de las líneas curvas). Lo
anterior, unido a que el método de Leibniz era más claro y asequible, hizo que
las matemáticas en el continente avanzaran mucho más que en Inglaterra, que
quedó rezagada durante más de un siglo.
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El cálculo que originó aquellas disputas no se refiere, como una persona poco
versada en matemáticas podría suponer, a las operaciones numéricas básicas
que se aprenden en la escuela y que solemos utilizar a diario. Esa parte de la
matemática es la que se denomina aritmética. Ya los antiguos matemáticos
griegos diferenciaban entre esta última, que era la teoría abstracta de los
números, y la logística, que eran los cálculos numéricos aplicados.
Resulta conveniente, pues, aclarar qué se entiende por cálculo. Desde el
siglo XVII, el cálculo, conocido a partir de Newton y Leibniz como cálculo
infinitesimal, es el estudio relacionado con curvas, es decir, las gráficas de las
funciones, sean del tipo que sean. Estas comenzaron a estudiarse desde un
punto de vista cinemático o, lo que es lo mismo, considerándolas como un
punto en movimiento, lo que hizo que se ampliara mucho el panorama de
curvas con respecto a los griegos antiguos.
Antes de descubrir el cálculo, sin embargo, muchos matemáticos
estudiaron diversos aspectos de este, enfrentándose a muy variados
problemas.
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El segundo gran problema es obtener la tangente a una curva en un punto
dado. Para los griegos, la tangente era una línea recta que tocaba en un solo
punto a una curva y dejaba toda la función a un lado. Esto servía para las
secciones cónicas, pero como el panorama de las curvas se había ampliado
considerablemente en el siglo XVII, ese problema se había agudizado.
Además, este cálculo tenía aplicaciones directas en la física cotidiana. Es el
caso de un cuerpo cuando se encuentra en movimiento: su dirección es
siempre la de la tangente a su recorrido. Por ejemplo, en una competición
olímpica, el lanzador de martillo da vuelta sobre sí mismo haciendo girar en
círculo el martillo. En cuanto el lanzador lo suelta, el martillo no sigue
girando, sino que sale volando en la dirección de la tangente. La recta que es
perpendicular a la recta tangente en el punto de tangencia se llama «recta
normal». Esta es importante en óptica, pues cuando un rayo de luz toca en la
lente, para aplicar la ley de refracción debe tenerse en cuenta el ángulo
significativo, que es el que forma el rayo de luz con la normal.
El tercer problema era el cálculo de medidas, en concreto la longitud de
una línea curva, el área bajo una función y el volumen de un cuerpo. También
se buscaba hallar el centro de gravedad de un cuerpo, así como la atracción
gravitatoria de un cuerpo sobre otro. Calcular la longitud de una curva era
aplicable, por ejemplo, a problemas físicos como hallar la distancia recorrida
por un planeta. Los antiguos griegos habían sido precursores, calculando
áreas y volúmenes de muchas figuras con el método la exhaución.
El cuarto y último problema consistía en el cálculo de máximos y
mínimos de una función. Este también tenía muchas aplicaciones prácticas,
como la posibilidad de estudiar la máxima y mínima distancia de un planeta al
Sol, o la máxima altura y distancia a la que podía llegar un proyectil
disparado por un cañón, problema que resolvió Galileo. Pero existían, incluso,
aplicaciones más prácticas. Kepler publicó en 1615 un libro titulado
Estereometría de los toneles de vino, en el que abordó el problema de
optimizar la forma de un barril. Como curiosidad, el matemático alemán tuvo
la idea de este estudio al comprar unos barriles para su boda y comprobar que
la medida del vino que contenían no guardaba relación con la forma de los
barriles.
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Más allá de los grandes nombres, fueron muchos los matemáticos que
pusieron su grano de arena en el desarrollo del cálculo. Por ejemplo, el
francés Pierre de Fermat inventó un método para hallar tangentes o calcular
máximos y mínimos. El problema es que seguía siendo un procedimiento muy
dependiente de la geometría y servía solo para casos especiales. Véase una
aplicación con un caso concreto: partiendo de un segmento AB, Fermat se
propuso dividirlo en dos partes, de forma que el rectángulo cuyos lados
fuesen esas dos medidas tuviesen la mayor área. Básicamente, consistía en
encontrar C de forma que el rectángulo AC × CB fuese de área máxima
(figura 1).
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conjunto de elementos que formaban un área los llamaba omnes lineae (todas
las líneas). Básicamente, para hallar un valor sumaba todos los indivisibles.
En su libro Exercitationes geometricae, de 1647, explicaba que una línea
estaba compuesta por puntos, como un collar de perlas; un plano estaba
constituido por líneas, igual que un vestido de fibra, y un sólido estaba
formado por áreas planas, como las páginas de un libro. Cualquier área está
formada por un número indefinido de segmentos paralelos, como puede verse
en el ejemplo de la figura 2.
Según este principio, si, como vemos en la figura 3, se cortan por planos
paralelos un cono y una pirámide, y las áreas de esos cortes quedan iguales, se
puede concluir que las dos figuras tienen el mismo volumen.
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Explicación gráfica del llamado «principio de
Cavalieri», donde puede verse que ambas figuras
tienen volumen.
Utilizando los indivisibles, Cavalieri obtuvo el área de las curvas del tipo
xk para k entre 6 y 9. Utilizando la expresión actual, llegó demostrar que
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Una figura también relevante fue la del francés Gilles de Roberval
(1602-1675), miembro de la Academia de las Ciencias de París. Sustituyó las
líneas de Cavalieri por rectángulos de amplitud muy pequeña. Trazaba un
conjunto de rectángulos de la misma anchura y partía del supuesto de que el
área bajo la función podría acercarse al área de esos rectángulos. Para ello, iba
aumentando el número de rectángulos, que cada vez tenían menor amplitud.
Cuando el número de rectángulos se hacía muy grande, la suma de sus áreas
equivalía, prácticamente, al área bajo la función. Quería hallar el área bajo la
parábola, es decir, la cuadratura de x2. Por ejemplo, lo que en términos
actuales se expresaría así:
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Si se sumaban todos los rectángulos, el área era:
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aritmética que geométrica.
Por ejemplo, para hallar el área de la parábola, y = x2, entre 0 y 1, tomó un
triángulo rectángulo isósceles y un cuadrado de la misma base, y vio la
proporción de sus líneas. Si solo consideraba dos líneas, la primera del
triángulo valdría 0 y la segunda, 1. Como en el cuadrado las dos valdrían 1, se
obtendría la igualdad.
Se observa que el resultado era siempre la fracción 1/3, más otra fracción
que se iba haciendo cada vez más pequeña a medida que aumentaban las
líneas. Por tanto, si se ampliaba indefinidamente el número de líneas, el valor
del área terminaba siendo 1/3. Así calculó Wallis lo que hoy se escribiría
como
JOHN WALLIS
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Considerado el más importante matemático inglés
anterior a Newton. John Wallis (1616-1703) ocupó
la cátedra Saviliana de Geometría en Oxford.
También fue criptógrafo real, y escribió sobre
teología, lógica, filosofía y gramática. Además, fue
uno de los creadores de la Royal Society, así como
el introductor en Inglaterra del lenguaje de
sordomudos. Su libro más importante fue
Arithmetica infinitorum, publicado en 1656, en el
que presentó su método de cuadraturas basado en
los indivisibles de Cavalieri. Amplió el cálculo de
potencias hasta las de exponente fraccionario y fue
el primero en hablar de fracciones continuas. Junto
con su discípulo William Neile (1637-1670) rectificó
la parábola semicúbica x2 = ay2, planteando un
método general que permitía calcular la longitud de
una gran cantidad de curvas. Fue el primero en
utilizar el símbolo ∞ para representar el infinito
dentro de nuestro contexto actual. En su Tratado de álgebra admitió las raíces
negativas y complejas, práctica que no se aceptaba en la época. Era un nacionalista
inglés furibundo, con que no debe extrañar que apoyara ardientemente a Newton y
atacase a Leibniz. Su patriotismo era tal, que llegó a defender que la geometría
analítica de Descartes la había plagiado del matemático inglés Thomas Harriot
(1560-1621). afirmación carente de sentido.
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Retrato de un maduro Isaac Newton atribuido a la escuela inglesa y realizado en los
últimos años de la vida del científico, entre 1715 y 1720.
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resolver uno para invertir el proceso y hallar el otro. Este resultado es lo que
se conoce como «teorema fundamental del cálculo». Barrow y Gregory
habían intuido este teorema, pero nunca llegaron a estructurarlo.
A pesar de la polémica suscitada entre Newton y Leibniz, sus métodos
tenían diferencias claras. Para comenzar, para el primero las curvas eran
puntos en movimiento, mientras que el segundo consideraba que las funciones
estaban formadas por infinitos segmentos rectilíneos infinitesimales, cada uno
de los cuales daba lugar a una tangente a la función (figura 7).
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EL CÁLCULO DE NEWTON
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En esa igualdad, se divide por o, y resulta
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Primero, se desarrollaba la expresión siguiente y después se eliminaba la
ecuación inicial:
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La primera regla indica que, si se tiene la función y = axm/n, entonces el
área limitada por la función, es decir, el área ABD seria:
Página 124
La princesa de Gales tuvo conocimiento de la cronología en la que estaba
trabajando Newton y le solicitó que le enviara lo que llevase escrito. Para salir
del paso, Newton escribió un extracto conocido como Breve cronología.
Un año después de la muerte de Newton, en 1728, Conduitt publicó el
volumen completo llamado The Chronolngy of Ancient Kingdoms Amended
(Cronología corregida de los reinos de la Antigüedad). Pese a que la obra
cosechó un éxito rotundo, muy pocos advirtieron en ella las inclinaciones
religiosas del autor. También vio la luz póstumamente su obra Observaciones
sobre las profecías de Daniel y el Apocalipsis de san Juan.
Durante aquellos años de estudio religioso, la salud de Newton sufrió un
considerable menoscabo. A problemas menores como cálculos renales o
debilidad de los esfínteres, se le sumó una inflamación pulmonar y un severo
ataque de gota. Los problemas espiratorios le obligaron a trasladarse al
campo, donde mejoró sensiblemente. Sin embargo, sus dolencias fueron
agravándose, y murió el 20 de marzo de 1727 (el 31 de marzo según el
calendario gregoriano).
Newton falleció rico y con un alto estatus social. Era una de las personas
más conocidas y respetadas de toda Inglaterra, lo que ratificó su fastuoso
funeral. Su féretro, expuesto en la abadía de Westminster, fue acompañado
hasta el santuario por duques, condes y altos dignatarios ingleses.
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ocurre en el mundo de la ciencia. Así, no es inmerecido que ocupe un lugar
preeminente en la historia de la ciencia y, por tanto, de la humanidad.
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Lecturas recomendadas
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JOSÉ MUÑOZ SANTONJA, es profesor de instituto desde hace 35 años.
Utiliza en sus clases materiales muy diversos, no solamente la magia, sino
también recursos digitales, audiovisuales o manipulativos como la
papiroflexia. Aparte del libro Ernesto. El matemago, ha escrito un par de
libros de divulgación histórica sobre Leibniz y Newton. Ha sido coautor de
libros de texto de matemáticas y de materiales digitales para la enseñanza.
También, José, ha hecho teatro matemático ganando algún premio nacional.
Participa en el proyecto ESTALMAT Andalucía dirigido a alumnos con
especiales talentos para las matemáticas. Es actualmente codirector de la
revista UNO de didáctica de las matemáticas. En los últimos años dedica gran
parte de su tiempo a la enseñanza de adultos en la modalidad semipresencial.
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