Capítulo 3 El Verbo Como Luz
Capítulo 3 El Verbo Como Luz
Capítulo 3 El Verbo Como Luz
“Aquél era la Luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”
-Juan 1:9.
N0 VALE la pena que nosotros alabemos la Luz. ! Qué admirable fue esta concepción de la
mente de Dios! ¡ Qué delicado el telar de aquella pericia criadora en que se construye de
día en día! !Cuán completo el argumento en favor de la obra divina, el que es suministrado
por la adaptación entre el elemento de Luz y la puerta cristalina del ojo por la cual entra en
el alma del hombre! (Lucas 11:34-36).
Temas como éstos convienen mejor a nuestro gran bardo épico, cuya ceguera le hizo más
sensible al valor de lo que había perdido, y cuyo sublime ingenio sólo pudo hallar términos
para describir su valor. 0, mejor aun, la Luz podría bien ser el asunto de un soneto com-
puesto por aquel bardo angélico que hizo el majestuoso Salmo de la Creación que se canta
perpetuamente delante del trono (Apocalipsis 4:11). Sin embargo, ni el uno ni el otro podría
proseguir mucho con su tarea sin elevarse de la substancia material-porque por más etérea
que parezca ser la Luz a nuestro embotado sentido, es, no obstante, material-a aquel
glorioso Ser, quien la hizo como símbolo y parábola de su naturaleza Divina-"Dios es luz, y
en él no hay ningunas tinieblas" (1 Juan l:b).
Sin embargo, la gloria de la naturaleza del Padre es de un esplendor tan insoportable que
sería imposible para cualquiera criatura que El ha hecho mirarla y gozar de ella; y es muy
consolador que se digs en los primeros versículos de la Epístola a los Hebreos que nuestro
Señor Jesús es "la refulgencia de su gloria" (Hebreos 1:3, Versión Moderna). El ojo
humano no podría soportar todo esplendor del corazón del sol ni de su superficie de nubes
áureas, pero sí puede soportarla venido desde lejos y como diluído; así, aunque no
podríamos mirar la naturaleza de Dios en su manifestación directa y original, sí podemos
mirar su gloria en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6). Por esta razón recibimos con
gratitud y adoración el anuncio de que el Verbo es la Luz.
I. Las características de la Luz. -La Luz es pura-Es tan pura que el mal no puede
mancharla o la impureza corromperla. Pasará por una atmósfera fétida y venenosa sin
alterarse o llevar consigo ni un germen de veneno, cuando sale para seguir en su ministerio
de misericordia más a11á de las regiones maleadas. Tan puro era nuestro bendito Señor. El
mal huyó avergonzado de delante de El. Midió el poder de la tentación, no cediendo en lo
más mínimo, sino resistiéndola y venciéndola. Cuando murió, después de tener íntimo
contacto durante treinta y tres años con los hombres, su espíritu era tan absolutamente
inmaculado como cuando nació de una virgen pura. Y el efecto inmediato de su vida en
nuestros corazones será el de encender una pureza tan dulce y casta y espiritual como la
suya propia.
La Luz es apacible-En cada aurora sus rayos nos visitan después de haber atravesado el
abismo con rapidez inconcebible; pero sus olitas se rompen tan suavemente que no sacuden
el rocío del tallo de zacate ni el tembloroso pétalo de la rosa que ya abrió su botón.
Aun el hilo de la telaraña no se mueve cuando el rayo del sol lo hiere. ¡ Cuán apto es el
símbolo que tenemos aquí de aquella dulce bondad que engrandeció al joven pastor, que
conduce al rebaño a delicados pastos, y sopla con ansioso cuidado una chispa, casi apagada,
de pabilo que humea! Y cuando su amor está derramado' en nuestros corazones, engendra
una mansedumbre en el juicio, lenguaje y conducta. Todos los verdaderos cristianos son
gente mansa (gentle folk). "La sabiduría que es de lo alto, primeramente es pura, después
pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia" (Santiago 3:17).
La Luz penetra en todo-Enciende una línea de fuego sobre las cumbres de los Alpes; y, sin
embargo no descuida los declives de los cerros donde las aves frías siguen sus últimos
rayos que van retirándose. Dora los techos áureos del palacio; pero se desliza por las rejas
de la cárcel para brillar en las lágrimas del arrepentido. Alumbra al hombre bueno al it a su
trabajo, y al hombre malo a su casa después de las impías orgías de la noche. No es distinta
la dulzura de Cristo, que no omite nada de su ministerio diario, por más pobre y triste y
solitario que sea; que incluye a los malos y los buenos, a los justos y a los injustos; que
"alumbra a todo hombre que viene a este mundo." Así es también en aquellos en quienes su
vida se repite. De ellos también se dice que son "sin predilección." Sus vidas se parecen al
sol y a la lluvia (Mateo 5:45).
La Luz revela. -Reveló a Jacob la decepción practicada por Labán en las tinieblas. Reveló a
las huestes de Madián la mezquina fuerza delante de la cual habían huído acometidas de un
terror pánico, engañadas por el ruido de los cántaros que se quebraban y el brillo de las tres
cientas teas. En la obscuridad el viajero se acuesta para pasar la noche a campo raso por
temor de llegar a la orilla de la barranca; pero la alborada, con rosáceos dedos, le revela que
ha estado durmiendo no muy distante de su casa. Así revela Cristo. El es la luz por la cual
lo vemos todo. No sólo alumbra nuestra vista interior, sino que arroja luz sobre Dios, la
providencia, la verdad, y los misterios de la redención, que, aparte de El, no obstante toda
nuestra inteligencia, habrían sido obscuros y desconocidos. En su luz vemos la luz. Luz es
todo lo que manifiesta. Levantemos nuestras almas a Aquel que es luz, para que seamos
llenos y saturados con su naturaleza y su sér, a fin de que resplandezcamos en este mundo
obscuro; así como cierta clase de diamante que he visto, el cual después de haber estado
expuesto por un corto período a la luz del sol, ha seguido brillando como una estrella al ser
llevado a un aposento obscuro. "Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados (esto es, transfigurados, es la misma pa-
labra griega que se usa en Mateo 17:2) de gloria en gloria en la misma semejanza, como por
el Espíritu del Señor" (2 Corintios 3:18).
II. El Ministerio de la Luz.-El Verbo era la Luz del hombre no caído en el Paraíso-En los
valles de Edén fueron plantados dos árboles; el uno era el árbol de vida, el otro era el árbol
de ciencia del bien y del mal. Es imposible no ver en éstos una viva representación de
Aquel que es Vida y Luz, el cual desde el principio debió de haber sido el órgano y el
conducto de la comunicación divina con la humanidad.
En la persona del Hijo fué en la que el bendito Dios andaba con nuestros primeros padres al
aire del día; platicaba con ellos; anunció la memorable prohibición; los buscó después de
caídos; y con triste previsión de todo lo que costaría, predijo el triunfo final de la simiente
de la mujer. Aún entonces se holgaba en la parte habitable de su tierra, y sus delicias eran
con los hijos de los hombres. Aun entonces era la Luz de la naturaleza moral del hombre,
enseñándole todo lo que sabía, y preparado a revelarle poco a poco las cosas profundas que
estaban ocultas como un panorama bajo la niebla de la mañana. Aún entonces el Hijo había
comenzado su ministerio favorito de manifestar el Nombre de su Padre (Mateo 11:27; Juan
17:26).
El Verbo era Luz en el mundo en medio de los obscuros y largos siglos que precedieron la
Encarnación."La Luz en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron."
Hay dos métodos por los cuales se producen las tinieblas. El uno es por la ausencia de luz;
el otro por la pérdida de la vista. Está obscuro cuando el sol se pone, y la obscuridad
primitiva recupera por un breve paréntesis su antiguo dominio; pero también está obscuro
cuando el ojo está ciego. Y la obscuridad que se menciona aquí no es la primera, sino la
segunda.
Nunca ha habido una época en que la Luz Divina no haya brillado sobre nuestro mundo. No
la luz del Evangelio, no la luz de la revelación, no la luz como nosotros la tenemos; y, sin
embargo, Luz. Y sea cual fuere la luz que ha existido fué debida a la presencia y obra del
Señor Jesús. El brilló en el bien que hizo; dándonos lluvia del cielo, tiempos fructíferos, y
en el mantenimiento y alegría con que llenó los corazones de los hombres, de modo que no
se dejó a si mismo sin testimonio (Hechos 14:17). Brilló en el claro testimonio dado desde
la creación, por las obras de la naturaleza, a la eterna potencia y divinidad de Dios
(Romanos 1:20). Brilló en las intuiciones de la verdad, a las cuales llamamos nosotros
conciencia, y son su voz en el pecho humano, y son tan evidentemente aludidas aquí como
la verdadera luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Romanos 2:14, 15).
Brilló también en aquellos grandes movimientos hacia la justicia, que parecen haber
prevalecido de tiempo en tiempo en el mundo pagano. Cuanto hubo de verdad en algo de
esto tiene que atribuirse a El. Era de los paganos de lo que habló el Apóstol cuando dijo:
"Lo que se conoce de Dios es manifiesto dentro de ellos mismos; pues que Dios se lo ha
manifestado" (Romanos 1:19, Versión Moderna).
Sin embargo la luz brilló en medio de corazones ciegos y obscurecidos que no pudieron
comprenderla. Aunque los hombres conocieron a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias; y como resultado "se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de
ellos fué entenebrecido" (Romanos 1:21). Por cuanto no querían creer, se le permitió al dios
de este mundo cegar sus ojos.
Es característica de este Evangelio, y bien conviene su tema, que se haya dado tanto
espacio a la historia del hombre que nació ciego (Cap. 9), porque tal es realmente la
condición de la raza; y es significativo que aquella historia tuviera como prefacio el
anuncio tan constantemente reiterado por el Señor, "Yo soy la luz del mundo" (9 :5; Véase
también 8:12; 12:35, 46). Una familia nacida ciega; una raza herida de ceguera, como fue el
caso con Saulo, y que anda alrededor buscando quien la conduzca por la mano; una bóveda,
como aquellas en que son sepultados los muertos, al rededor de la cual brilla el sol, aunque
ni un solo rayo puede entrar -tal es una representación de nuestra raza. "La Luz en las
tinieblas resplandece."
El Verbo era la Luz del Pueblo Escogido.-Todo el tiempo de su historia Dios les envió
profetas oportunamente, para que diesen testimonio de la Luz venidera. No eran aquella
Luz, sino que vinieron para dar testimonio de ella (Juan 1 :8) ; justamente como la luna y
los planetas dan testimonio del sol mientras éste esté ausente, aunque a cada momento le
trae más cerca para acabar su reino. De éstos que se refieren aquí, Juan el Bautista es citado
como el más grande y el último.
En cuanto al linaje, se revela que todos los tales pueden trazar su ascendencia más a11á de
sus antepasados terrenales-"no . . . . de sangre" ; no del instinto o deseo-"ni de la voluntad
de la carne"; tampoco de la volición humana-"ni de la voluntad de varón”; sino por el
pensamiento, y propósito, y gracia del Padre Eterno, a quien sea gloria por los siglos de los
siglos.
www.danilooneto.org