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Resumen
Palabras clave: historia de la educación, perspectiva transnacional, historia conceptual, CREFAL, desarrollo comunitario.
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Área temática 02. Historia e histografía de la educación
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Introducción
Para ese cometido, primero presentaré algunos elementos de la historia conceptual, impulsada por el historiador
alemán Reinhart Koselleck (1923-2006) a mediados del siglo XX; posteriormente, comentaré a grandes rasgos
la perspectiva transnacional en la historia de la educación, desarrollada sobre todo a partir de los 90 (Fuchs y
Roldán, 2019), y por último, hablaré sobre la sensibilidad etnográfica hacia las fuentes históricas que podría ser
de gran utilidad para quienes nos estamos formando para estudiar fenómenos educativos del pasado (Stoler,
2010). Estos elementos me servirán para retomar mi propia investigación en la maestría, que en términos
generales trata sobre la emergencia y persistencia del concepto de desarrollo comunitario en la primera mitad
del siglo XX, como ejemplo de cómo se puede ampliar la mirada hacia este tipo de procesos.
II. Algunos elementos teóricos para complejizar los fenómenos educativos del pasado
En este apartado, presentaré sucintamente las perspectivas teóricas ya señaladas y retomaré algunos
elementos que me parecen centrales de cada propuesta.
Historia conceptual
La historia conceptual es un método heurístico o historiográfico (Bödeker, 2009; Sheehan, 1978) elaborado
inicialmente por Reinhart Koselleck a mediados del siglo XX. La Begriffsgeschichte, como es denominada
en alemán, tiene por objeto analizar los usos y transformaciones de un concepto en períodos y contextos
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sociopolíticos determinados, por medio de la indagación de fuentes documentales pero también otros materiales
diversos con la intención de cubrir tantas formaciones sociales como sea posible (Richter, 1987). Lo que resulta
interesante de esta propuesta es que, más allá de intentar desentrañar un solo significado de un concepto
determinado en un período elegido, permite mostrar que un concepto puede albergar significados ambiguos
y hasta contradictorios (Sheehan, 1978, p. 317), cuestionar el alcance social de los conceptos, y articular estos
con los actores sociales y los momentos históricos en los que son empleados (Bödeker, 2009, pp. 132-133). Al
tomar los conceptos como unidades de análisis, la historia conceptual también permite vislumbrar el ámbito de
experiencia (que refiere lo que ya ha sido experimentado) y el horizonte de expectativa (muy vinculado a lo que
se espera del futuro) de la época en la que se les confiere un sentido determinado (Koselleck, 1993, p. 113).
Asimismo, al emplear tanto el análisis sincrónico para dar cuenta de la función social y política de los conceptos
en momentos determinados, como el análisis diacrónico para identificar patrones, cambios y variaciones
experimentados por un concepto a largo plazo (Koselleck, 1993, pp. 113-114), la historia conceptual permitiría
desplazar nuestro enfoque de los actores protagónicos y las trayectorias particulares, hacia conceptos concretos
que encierran significados diversos según el contexto sociopolítico en el que se usen. Los conceptos son, pues,
tanto “concentrados de experiencia histórica” como “dispositivos de anticipación de las experiencias posibles”
(Fernández, 2009, p. 27). En los países hispanohablantes, la propuesta más llamativa de historia conceptual ha
sido la impulsada por el historiador español Javier Fernández Sebastián con el grupo de Iberconceptos, quienes
en 2009 editaron un diccionario sobre conceptos políticos de los siglos XVIII y XIX (por ejemplo, ciudadano,
pueblo, nación, opinión pública, entre otros) (Fernández et al., 2009).
En resumen, prestar atención a los conceptos involucrados en ciertos fenómenos educativos, podría permitirnos
descubrir actores, discusiones y propuestas que de otro modo tal vez estarían invisibilizadas, más aún cuando
los conceptos en cuestión persisten en nuestro presente.
La perspectiva transnacional
La perspectiva transnacional en la historia de la educación tiene un auge a partir de la década de los 90, como
consecuencia de la difusión mundial de procesos educativos, muchas veces resultantes de distintas estrategias
económicas implementadas a nivel global (Droux y Hofstetter, 2014). La investigación educativa transnacional
se ha preocupado sobre todo por los procesos de transferencia, traducción, transformación, intercambio y
recontextualización de modelos educativos o aspectos concretos de estos, en los que organizaciones como
el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos han jugado un papel central, pero sin estar limitada a ello (Fuchs, 2014, p. 18). La perspectiva
transnacional incluso permite complejizar fenómenos educativos de épocas previas a la creación de estas
instituciones, y también previas a la interconexión económica propia de la globalización (Roldán Vera, 2013).
Lo interesante es que, más allá de fijar la mirada en quiénes “prestan” y quiénes “toman prestado” en estos
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intercambios, esta perspectiva permite vislumbrar que las interacciones entre modelos, ideas, conceptos, y
propuestas educativas no son lineales, ni tampoco obedecen necesariamente a los movimientos de países
centrales hacia países periféricos, o de países del norte hacia países del sur; antes bien, son multidireccionales e
incluso poseen cierta circularidad, en la que ambas partes involucradas en la difusión, movimiento, intercambio
o como se le llame, podrían verse igualmente transformadas (Roldán Vera, 2013, p. 176; Steiner Khamsi, 2002,
p. 153).
Como campo historiográfico, la historia transnacional permite poner el foco en las relaciones, interdependencias
y discusiones implicadas en cierto fenómeno que no podrían explicarse solamente con la escala nacional, y al
mismo tiempo, posibilita reenfocar o complejizar el contexto de lo que sucede en dicho nivel (Ydesen, 2019, p. 9).
Una manera de unir estas dos propuestas, la de la historia conceptual y la de la perspectiva transnacional,
podría ser identificando los procesos de transferencia e intercambio de ciertos elementos de un contexto a
otro, en el entendido de que estos no ocurren en un solo sentido, aunque muchas veces se insista en
representarse así (véanse las suposiciones que son criticadas por Steiner-Khamsi, 2002). El aparente paso de
la formulación “supranacional” a la aplicación “local” de una idea o concepto es mucho más complejo, y es un
proceso en el que, además, se tendría que cuestionar “quiénes, cómo y cuándo deciden si un actor, institución
o proceso es local, estatal o global” (Acevedo Rodrigo, 2019, p. 114).
Quisiera terminar este apartado con algunas reflexiones sobre un aspecto de orden metodológico
que, considero, puede ser provechoso al momento de trabajar con fuentes históricas. La etnografía, como
método y perspectiva, está más bien ligada a la antropología y ciencias sociales afines y es considerada
como una herramienta basada en la observación y muchas veces participación del investigador en los
fenómenos que pretende analizar, e implica, más allá de la producción de un texto que dé cuenta de la
complejidad del contexto material y simbólico de los sujetos, la formación de una relación de compenetración
y entendimiento entre sujeto que investiga y sujeto que es investigado (Schensul y LeCompte, 2013, p. 29).
Por supuesto, esto no quiere decir que neecesariamente tengamos que crear rapport con nuestras
fuentes, y mucho menos que el trabajo del historiador sea hacer etnografías del pasado. Sin embargo, una
mirada etnográficamente sensible hacia el contexto de producción de las fuentes podría servir de guía para el
trabajo de archivo y evitar convertir esta actividad en una mera extracción de fragmentos, recortes y
pasajes que únicamente sirvan para confirmar relaciones, sucesos y procesos que ya han sido planteados
(Stoler, 2010, p. 468). Esto implica considerar las fuentes, y de manera particular, los archivos que las
sistematizan, como objetos y lugares donde se han solidificado ciertas formas de procesar y categorizar la
realidad, y que permiten dilucidar cómo se está representando el conocimiento (Stoler, 2010, p. 471; p. 490).
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Otro frente que puede beneficiarse de la sensibilidad etnográfica, y que está muy relacionado con el estudio
de las transferencias educativas transnacionales y de la historia conceptual, es el estudio de los procesos de
apropiación. Esta noción hace énfasis en cómo los actores toman algo en primera instancia externo a su propio
contexto, y cómo le otorgan ciertos sentidos que pueden diferir de los planteados inicialmente. La apropiación
refiere a las formas en que un individuo o grupo moldea y resignifica en la práctica un aparato cultural o discursivo
ya existente, a la forma en que ciertos agentes reinterpretan y retoman ciertos elementos de una política,
un programa, o una propuesta más amplia, y a cómo incorporan dichos recursos discursivos en sus propios
intereses, motivaciones y acciones (Levinson, Stutton y Winstead, 2009, p. 367). Lo que resulta llamativo de
esta noción, es que reconoce que en el proceso de apropiación puede haber transformaciones no sólo en el
“receptor” de cierta idea o propuesta, sino también en la parte que la elabora (Levinson, Sutton y Winstead,
2009, pp. 366-368).
Mi propia investigación para la maestría se está nutriendo de las perspectivas teóricas ya señaladas, y
quisiera a continuación plantear la forma en que estas me han permitido fijar la mirada en ciertos aspectos del
fenómeno. A grandes rasgos, el objetivo de mi trabajo es dilucidar los procesos de emergencia y consolidación
del concepto “desarrollo comunitario” a partir del quehacer de una institución particular, el Centro Regional de
Educación Fundamental para la América Latina (CREFAL), fundada en 1950 como parte de una estrategia de
cooperación internacional entre la UNESCO, el gobierno mexicano y otros países de la región para capacitar en
la llamada educación fundamental a actores educativos como maestros y promotores provenientes de distintos
países, para que a su retorno pudieran implementar proyectos afines en sus propios contextos. Me interesa,
por un lado, explorar las discusiones que dieron impulso al desarrollo comunitario en relación con la educación
fundamental, y por el otro, conocer cómo el CREFAL se apropió de dicho concepto. Al momento de escribir esta
ponencia, me encuentro en la fase de revisión de fuentes, que datan de la década de los 40, 50, 60 y 70.
La hipótesis sobre la cual estoy trabajando es que el concepto de desarrollo comunitario se abrió paso en el
discurso de instituciones como el CREFAL al tiempo que ciertos actores políticos de la posguerra impulsaban
proyectos de transformación social en distintas regiones del mundo. Detrás de la formulación del concepto
de desarrollo comunitario, hay una serie de procesos y relaciones transnacionales entre actores de distintas
escalas (desde la UNESCO y los ministros de educación, hasta los promotores locales) que permitieron su
habilitación y pervivencia.
Entrar a este fenómeno desde la perspectiva transnacional, me ha permitido aproximarme a una institución
que en sus orígenes combina antecedentes y discusiones posibles de ubicar en distintas escalas, desde la
“transnacional” hasta la “local”. Por un lado, el establecimiento del CREFAL en México podría analizarse a la luz de
la tendencia seguida por el gobierno nacional de brindar servicios educativos a poblaciones diferenciadas, sobre
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todo rurales e indígenas, desde al menos la década de los 30. Asimismo, podría examinarse como parte de la
movilización de diplomáticos mexicanos que ocuparon rangos importantes en los primeros años de la UNESCO
(como Jaime Torres Bodet, quien fue su segundo director general) (Lazarín Miranda, 2014; Civera, 2013). Por el
otro lado, los antecedentes del CREFAL pueden verse enraizados en las discusiones vinculadas a las paranoias
propias de lo que empezaba a perfilarse como Guerra Fría en las inmediaciones de la Segunda Guerra Mundial,
y en el impulso cada vez mayor de proyectos educativos que estuvieran alineados a los valores “democráticos”
de “libertad”, “paz” y “solidaridad”, pensados en oposición a las propuestas educativas comunistas (Dorn y
Ghodsee, 2012; Boel, 2016).
Por su parte, con la historia conceptual he podido acercarme a las discusiones que se tenían en el seno de la
UNESCO al menos desde 1947 sobre la pertinencia de movilizar proyectos de “educación fundamental”, término
con el que se propuso denominar a la educación pensada para que niños y adultos aprendieran no sólo a leer y
escribir, sino nociones básicas y fundamentales para ganarse la vida, mejorar su estatus económico, expresarse
artística y culturalmente, mejorar sus condiciones salubres, y llevar vidas más plenas y mejor integradas, por
medio de campañas, cursos, y el empleo de distintos medios de comunicación (UNESCO, 1947). Si bien el
término estuvo en uso hasta finales de los 50, a lo largo de esos años hubo cierta polémica por el parecido
de este con el de “desarrollo comunitario”, definido a grandes rasgos como “los procesos por los cuales las
comunidades locales pueden mejorar sus propios estándares de vida” (UNESCO, 1956). El resultado de esta
polémica fue la desaparición del término de educación fundamental y su sustitución por otro que no diera
cabida a la confusión que se reconocía entre objetivos y orientación de los proyectos catalogados como parte
de una u otra iniciativa (UNESCO, 1959; Boel, 2016), pero se podría argumentar que al menos durante la primera
década de funcionamiento de la UNESCO, ambos conceptos estuvieron en disputa y pertenecieron a la misma
constelación semántica. Lo que queda por ver, son las razones por las que uno logró imponerse sobre el otro, y
qué significados se le atribuyeron en décadas posteriores.
Por último, la sensibilidad etnográfica, y en especial la atención sobre la forma en que ciertos registros
documentales son sistematizados desde distintos centros epistémicos de poder, me ha sido útil para abordar
los archivos tanto del CREFAL como de la UNESCO con una mirada crítica, más aún cuando por consecuencia
de la pandemia sólo he tenido acceso a lo que está digitalizado. Esta mirada crítica implica ser consciente de que
lo que está “disponible” puede no contar la historia completa de determinado fenómeno, y que puede dirigir la
mirada del investigador hacia el relato que quien sistematiza ha decidido contar.
Con esta ponencia, he pretendido traer a esta línea temática la discusión de cómo algunas perspectivas
teóricas pueden contribuir a ampliar la mirada del historiador de la educación. Estas nos sugieren cómo
podríamos seguir complejizando el campo tan vasto e interesante que es la historia de la educación, o aún
más, cómo podríamos añadir cierta impresión histórica y transnacional a ciertos fenómenos educativos que
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observamos e investigamos en el presente. Esto no quiere decir que sean las únicas ni las mejores propuestas;
antes bien, he decidido exponer las que me han parecido sumamente estimulantes en esta última etapa de mi
formación, para entrar en diálogo con otras que sean presentadas en estos espacios.
Considero que, además, otras maneras de estudiar fenómenos educativos aún contemporáneos podrían
retomar algunas herramientas de la historia de la educación para añadir complejidad a su análisis. Al respecto,
tal vez valdría la pena recordar lo que Josefina Granja Castro (2009) llamó el pensar histórico, que refiere a una
perspectiva que se preocupa por desentrañar los procesos de emergencia y cambio de determinado fenómeno
social, y que enfatiza la pertinencia de reconstruir desde nuestro presente algunas experiencias del pasado
que se nos muestran fragmentadas, ininteligibles o que incluso han sido invisibilizadas. Al estar formada como
antropóloga social, le encuentro mucho sentido a identificar circunstancias actuales y luego querer mirar hacia
atrás para comprender cómo es que han llegado a ser, y considero que las propuestas teóricas aquí presentadas
podrían apuntar justamente a ello.
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