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EL Castellano EN America: Prosa Literaria

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S21.

ECCJON SAMPER ORTEGA DE LITERATURA COLOMBIANA

PROSA LITERARIA
1, I

N.O 2

EL CASTELLANO
EN AMERICA

POR

D. RUFINO JOSE CUERVO

TERCERA EDICION
EDITORIAL MINERVA S. A.
BOGOTA - 19H

Este libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia
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DON RUFINO )OSE CUERVO
y SU OBRA

La muerte de los grandes hombre,


siempre es prematura.

ZEFERINO GONZALEZ

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1
EL HOMBRE

Queremos representamos la inmensa agru-


pación de nuestros grandes hombres desapare-
cidos desde el día de la Colonia hasta el pre-
sente, como esa gigantesca crestería blanca de
los Alpes que a Taine antojábasele una hilera de
nubes en reposo; y de ellas se nos ocurre pre-
ferir la más pura y luminosa para simbolizar
la vida y la obra de aquel varón sapiente y
virtuoso, que se llamó Rufino J osé Cuervo.
Ninguna ciudad americana y muy pocas de
Europa, han llevado en su matriz dos hijos de
este porte, porque de ellos no se dan semejan-
tes sino de siglo en siglo: su gestación es ar-
dua y silenciosa, a la manera de esas islas es-
condidas que, grano a grano, van formando
los mares hasta que un día asoman a la flor
de las aguas para admiración del Universo.
Hombres como Cuervo presentan doblemen-
te su grandeza; una, por su estatura intelec-
tual, espiritual y moral que los eleva muchos

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codos sobre el nivel de los más altos ejempla-
res de la especie; otra, por la humildad y mo-
destia, que los hace aún más grandes, pues si
hay algo sublime en lo humano, es esa casi
imposible dualidad, que podríamos equiparar
con la de un monte desmesuradamente vasto
y alto, que desdeñando su corona de tempes-
tades y de rayos desgajada' de los cielos, se
doblase, en el silencio nocturno, a cogerla, he-
cha de soles y de estrellas, del fondo de un
lago que a sus plantas reposara.
Hablar de Cuervo vale tanto como referir-
nos a la patria; él era la lengua, y la lengua
es la patria dijo él mismo.
J

Pero como estos elogios podrían hacer agi-


tar en su humildad las sagradas cenizas del
hombre que los inspira, pensamos. al recordar-
lo, como desagravio de la ofensa, si la hubie-
re, en la pequeñez y apartamiento de la reta-
ma del desierto, que así quiso él pasar, aun-
que no pudo, por entre la indiferencia de los
hombres y las vanidades de sus glorias.

* **
Parece que la especie humana lleva razón
para quejarse contra el empeño ciego y duro
de la muerte, que así hiere a los dilectos por
el talento y la virtud, que debieran tener pre-
rrogativas naturales de supervivencia, como a
los infelices por el espíritu y a los perversos

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EL CASTELLANO EN AMERICA 9

por el corazón, cuyos momentos pudieran que-


dar contados en cualquier manaña de su vi-
da. Como que no debíamos resignamos fácil-
mente con esta igualdad inexorable, por más
que la diaria experiencia nos esté diciendo
que, por cuanto hubimos de nacer, ya sere-
mos huéspedes del sepulcro. y nos quedará
como triste consolación el recuerdo del que
fue, representado en algún monumento que si
perdura en la memoria de los hombres, no por
eso escapará mañana a la acción funesta del
olvido con su cortejo de sombras y de eter-
nidad.
Los grandes hombres se van. Aun tiembla el
suelo colombiano por la caída de aquel roble-
Caro-que señoreaba nuestra selva sagrada;
luégo se desploma con estrépito continental,
Cuervo, el otro árbol que elevó tanto el rama-
je como para que lo viese todo el mundo. Y
para desgracia común, alguna de las encinas
que ya tocaba las primeras ramas de aquellos ro-
bles, fue a rodar al abismo: aquel sembrador de
ideas, Carlos Arturo Torres, no verá el fruto
de sus altos empeños, pcrque la tumba re-
clamó para sí la envoltura de ese grande espí-
ritu, todo luz y armonía, ecuanimidad, justi-
cia y patriotismo, que lo hicieron apóstol del
ideal y Caballero del Santo Espíritu.
y después Suárez--gue fue otra cumbre de
sabiduría y bondad, en cuya cima maduró el
sol de la inteligencia maravillosas cosechas es-

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10 R. j. CUERVO

pirituales-desapareció del escenario nacional,


sin que por ningún lado asome ni la sombra
del prodigio que ha de venir a reemplazarlo.
y Concha, Carrasquilla, Eatsman y Qiego
Mendoza, y toda la pléyade que a estas horas
discurre por el campo de los asfodelos.
Ante las losas de aquellos varones, que el
dolor nacional tiene aún cubiertas de cendales;
ante el claro, por mucho tiempo inllenable,
que han dejado en la fila de nuestros escogi-
dos; ante el vacío intelectual y moral que su
desaparición trae consigo, no es posible callar,
y es deber común nuéstro deshojar en memo-
ria de ellos las flores que la alabanza, el do-
lor, la gratitud hayan hecho brotar en nues-
tras almas 'w

.•..•.*
De ese grupo egregio, que se nos antoja
ver allende el sepulcro empeñado en piatónico
diálogo por la suerte de la patria, destacamos
la eminente personalidad de D. Rufmo para
rendirle este -breve tributo, ya que no es po-
sible acercar a su tumba el homenaje intelec-
tual que se debe a las frentes eximias.
Don Rufino José Cuervo murió en París el
17 de julio de 1911, a las seis de la mañana.
De su muerte como ninguna otra ejemplar,
escribió por tan sentida manera Boris de Tan-
nemberg, en el Bulletin Hispanique, de Bur-

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deos que sus palabras enternecen. Sintiéndose


morir el insigne maestro, él mismo preparó el
altar de su casa con cirios y flores y vistióse
de gala como para asistir a una gran fiesta:
iba a recibir la visita del Creador. No de otra
manera se condujo el hidalgo castellano padre
de don Carlos de Araoz, que en Humos de Rey,
de Ricardo León. se nos ofrece como uno de
los últimos representantes de la tradición, la
caballerosidad, la entereza y la catolicidad es-
pañolas; con lo cual dio prueba Cuervo de
que no por ser americano dejaba de poseer en
toda su intensidad e integridad las virtudes de
sus ascendientes. De esta manera, el que en-
señó a dos mundos con la palabra, los edifi-
có ('on el ejemplo a la hora de la muerte; vi-
vir y morir que sobrecogen el espíritu, así co-
mo la luz y la pureza de aquella alma des-
lumbraban los ojos.
Nació Cuervo en Bogotá el 19 de septiem-
bre de 1844: sus padres, don Rufino Cuervo
y doña María Francisca Urisarri, de noble ce-
pa española y lusitana. La sabiduría y la vir-
tud son como palmas que se alzan a sombrear
de muy atrás la heredad de sus mayores, y
aun extienden el follaje en la noble casa sola-
riega que blasona su nombre.
Diremos, pues, que perteneció a la célebre fa-
milia que dilató famoso el nombre de su ge-
nitor, de cuya vida nos dicen dos de sus hijos
con aquella unción respetuosa, con aquel amor

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12 R. J. CUERVO
extremado, con aquella manera clásica, diserta
e históricamente documentada, donde la gala.
nura del estilo, y la verdad de los hechos co-
rren a las parejas, propia de esos dos gallar-
dos escritores. Esta obra, por todo concepto
interesantísima, lo es más por el aspecto, de
la historia nacional, porque allí se desenvuel-
ven con amplias radiaciones les acontecimien-
tos más salientes relacionados con la vida de
D. Rufino, el padre. Es obra insuperable, aca-
so no debidamente conocida y estudiada, de
que luégo hablaremos.
No hemos de seguir paso a paso a D. Ru-
fino, el hijo. Su vida puede decirse cifrada en
el trabajo constante, en el «tesón y ardua por-
fía:. de Quintana, pues a su sabiduría porten-
tosa se aunaban la paciencia benedictina y el
amor ilimitado a la ciencia, y si fue eximio
por ello, no lo es menos por su talento sobe-
rano. Austero y firme, modesto como ningún
otro grande hombre, su sér intelectual y mo-
ral es para Colombia, que lo ha perdido, pa-
ra la América que lo deplora-porque era glo-
ria suya viva, y para la especie humana-,
que se había dado cuenta de su nombre, pues
respondía a un tipo raro de la raza-; es, de-
cimos, visto a través de su obra y de su vi-
da, como una de esas pirámides que marcan
cierta etapa en el progreso de la humanidad.
Muy niño recibió lecciones de D. Rufino,
que se dio a la tarea de orientar sus hijos a

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EL CASTELLANO EN AMERICA 13

la ciencia, cuando los jesuítas, sus maestros,


fueron extrañados del país. Muerto el padre,
tocóle a la madre educar los hijos menores~
Rufino José practicó gramática y literatura en
el colegio de don Lorenzo L1eras, en el del doctor
Santiago Pérez, y tuvo por maestro de fran-
cés al profesor Bergéron. De tal padre, tales
hijos: Luis Marí~, Antonio B., Angel y Rufino
José, dieron lustre al país con la espada o con
la pluma. El último había de ser máximo en.
tre los mayores- de su tiempo. Dedicóse luégo
a la filología.
Hacen los maestros modernos diferencia en-
tre filología y lingi.iística, entendiendo por la
primera el estudio de todos los monumentos
de un cierto pueblo, mayormente de los litera~
ríos, para calar más a fondo en el ingenio y
las ideas, en el espíritu y la cultura, o sea en
la civilización de ese mismo pueblo: y por la
segunda, como hija de aquélla, el ~studio es-
pecial del lenguaje y de las lenguas, que hoy
se llama la «Ciencia del Lenguaje». Sinteti-
zando: el lenguaie es medio para el filólogo, y
objeto propio de estudio para el lingi.iísta, di-
ce el P. Cejador.
Según eso, Cuervo fue lo uno y lo otro,
fuera de su saber en otros campos, por lo cual
no habla a humo de pajas el profesor mejica-
no Agustín Aragón, cuando lo llama el gran le-
xicógrafo, el poderoso historiador, el diserto
filólogo y el profundo linguísta.
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T ocóle, pues, a nuestro sabio estudiar la
más noble de las ciencias, en cuanto tiene por
instrumento lo más alto y digno de la vida:
la palabra, el verbo que se hace carne en J e-
sucristo, eternidad en la historia, alma inmor-
tal del alma de las razas en el sepulcro de
los pueblos y sello portentoso de divinidad en la
boca del hombre. Os homini sublime dedil. Es-
tudiar la palabra, fijarla y luégo decide al
hombre: tomadla, es vuestra, es sangre de mi
sangre, es espíritu; servíos de ella a manera
de consejo o a manera de espada para con-
quistar el mundo o para congregar las almas
en torno de la verdad; tejed con ella una red
infinita de ideas y arrojadla a través del es-
pacio y del tiempo tras de las conquistas es-
pirituales de la justicia, el derecho, la sabidu-
ría y el bien .... Esto hace y dice el filólogo,
y en verdad que níngún rey ni profeta han
heredado jamás con tesoro semejante a sus súb-
ditos, ni se oyó bajo el sol mensaje que más
pródigo en promesas fuera, ni que apareciese
más cargado de savias providenciales y fecun-
das para pueblos y razas.
Para empresa semejante, cumplida en la
magna obra que llevó a término (cuya consi-
deración haremos luégo), se preparó con el es-
tudio y conocimiento de idiomas y de lenguas,
a lo Wiseman y a lo Bopp, cuya sola enun-
ciación produce asombro: fue así como pudo
zahondar magistralmente en ese mar sin fon-
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EL CASTELLANO EN AMERICA 15

do y sin orillas que se llama la filología com-:-


parada.
Pero no desviemos la pluma del objeto de
este artículo, en que estudiamos al hombre
que fue Cuervo.
Cuervo fue patriota en grado superlativo, y
10 probó con hechos, tanto en vida conno a
tiempo de morir. Su amor por los suyos,
que fue innnenso, ganaba en intensidad y ex-
tensión referido a Colombia. Dígan10, entre
otros varios casos, la devolución al gobierno
venezolano de la condecoración del <Busto del
Libertador», cuando ese mismo gobierno hizo
objeto de igual distinción a Candiani, el cual
había venido a las costas colombianas a inti-
mar bloqueo y amenazar con la ocupación de
Cartagena, por motivo del asunto de Cerruti;
el destino que dio a la Cruz de la Legión
de Honor que le había otorgado Francia, cuan-
do ésta reconoció la separación de Panamá;
el ofrecimiento de su fortuna al gobierno de
Colombia para la defensa de la patria, cuan-
do ocurrió la mutilación; y por fin, la cesión
de sus bienes, de sus obras y de su biblioteca
a la ciudad nnaternal.
A fuer de sabio, como Pasteur fue católico
práctico y se anegó en el annor de Dios con
el fervor encendido de los nnísticos; despojába-
se de lo propio para socorrer al desvalido; su
bondad y dulzura eran proverbiales en el ex-
~tremo que Borís de T annemberg dice en elogio
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16 R. J. CUERVO

suyo, que la nota característica de sus últimos


años era una dulzura como la de San F ran-
cisco de Sales, conquista gloriosa de la volun-
tad; sabía perdonar, no juzgaba a nadie y la
rectitud de su conciencia era inflexible.
Llegaban a él los títulos y distinciones co-
mo las cartas de consulta y de felicitación, que
a semejanza de un deshojamiento otoñal en
las selvas, le llovían de todas partes; tal un
Erasmo redivivo, a quien se dirigían las gen-
tes en el siglo XV con este único lema: Al
astro de Germanía, al sol de los estudíos, sin
temor de que la carta se extraviase o no lle-
gara a su destino, porque no había otro que
mereciese esos dictados.
Si como expositor científico no admite seme-
jante, como escritor dificultamos de que algu-
nos de nuestros prosadores antiguos y moder-
nos, peninsulares o americanos, puedan hom-
brearse con este gigante de la pluma, cuando
echa a volar el águila divina de su ingenio.
Lo hacen superior a todo encomio su sabidu-
ría lingiiística, su conocimiento profundo de
la historia, de las literaturas y de la filosofía,
su saber en otras ciencias y aquel tacto de
artista que le iba guiando la pluma. Se acuer~
da uno de Platón cuando, dejándose llevar por
el caudal cristalino y manso de la prosa de
Cuervo, en balanceo rítmico de ideas y senti-
mientos, como que traspasa los límites prosai-
cos de la edad actual y aparece, a manera del
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EL CASTELLANO EN AMERICA 17

Dante, en mundos de placidez y armonía, de


fraternidad y esperanza, de amor y ensueño
patriarcal.
De mediana estatura-dice Gómez Restrepo-
de complexión endeb]e, algo cargado de espal-
das, quizá por ]a costumbre de llevar inclina-
da la cabeza pensadora, de tez pálida, de bar-
ba negra cruzada por algunos hilos blancos,
.de ojos expresivos. aunque amortiguados por
las vigilias, de frente despejada, a la cual da-
ba mayor amplitud la calva prematura que
permitía apreciar la vasta bóveda del cráneo.
No tenía las líneas correctas ni el gallardo
continente de sus hermanos; pero su rostro,
de facciones algo irregulares, se animaba con
un aire de benevolencia, con un destello de
gracia que le daban singular atracti va. Su voz
que era de poco volumen, cambiaba repenti-
namente de diapasón, cuando don Rutina que-
ría acentuar alguna observación irónica, algún
gracejo de tradicional sabor bogotano. Aun-
que modesto en su vida, guardaba en su ca-
sa y en su vestido un completo decoro, de
acuerdo con su posición social. Cuando reci-
bía a un huésped, lo atendía con exquisita
dignidad. La sabiduría no le sirvió de pretex-
to para autorizar descuidos o rarezas del hom-
bre de sociedad. Fue en vida y en muerte un
perfecto caballero.
Su testamento es obra de genio y de bon-
dad, la postrer maravilla de su corazón y de

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su mente, tan pródigos en dádivas, que aún
están y estarán ofreciendo con largueza dones
invaluables. Allí, más que en otra parte, ve-
mos la huella de la integridad de su espíritu,
romo en el Diccionario de Construcción y Ré-
timen. la de su sabiduría y diligencia.
Muerto su padre, muertos sus hermanos uno
a uno, quedó él solo, en aquella soledad gran-
diosa, preñada de gloria y de paz, donde le
veían con asombro grandes y pequeños. Cuan-
do don Angel, su hermano, pasó de esta vida.
después de memorar don Rufino sus virtudes
y loar su clara inteligencia y desvelos frater-
nales, al despedido tuvo la unción compasiva
y sagrada de los discípulos de Sócrates: «Al
privarme el cielo-dice-de este apoyo huma-
no y de estos ejemplos confortadores, he sen-
tido que me falta la mejor parte de mí mis-
mo, y no me queda más consuelo que el cul-
to de la memoria adorada a la cual consagro
en estas líneas ofrenda de gratitud y de jus-
ticia.
A nuestro turno diremos que ido Cuervo,
el mayor, quedó huérfana la lengua de Cer-
vantes, la lengua del autor del Diccionario de
Construcción y Régimen; pero los monumentos
que nos deja y el perfume de sus virtudes,
atenúan la intensidad del dolor que ha senti-
tido la raza española, porque el 17 de julio
de 1911 entregó Cuervo su alma al Creador
y su memoria a las edades.

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su OBRA
Ardua y prolija labor sería el análisis de caw
da una de las obras de Cuervo, que todo el
mundo debiera conocer. De e!Ias se ha escrito
mucho, aunque no lo suficiente, pues cada
una daría materia para estudios que no cabrían
en estos apuntes y que no sabríamos desempeñar
cumplidamente.
Los más importantes de sus trabajos pueden
reducirse a estos: en el «Anuario de la Acade-
mia colombiana> publicó entre otros estudios
filológicos, «Los usos del sufijo o en castella-
no> y «El infinitivo>. refundidos después en
las «Notas» a la Gramática de Bello. En aso-
cio del señor Caro, escribió por 1867, la «Gra-
mática Latina» (Cuervo, la Analogía y Caro
la Sintaxis). Las «Notas> en 1874. Las «Apun-
taciones críticas sobre el lenguaje bogotano>.
en 1867-72. El «Diccionario», tomo 1, A. B.
en 1886, y tomo 11, 1893. lo estampó una ca-
sa editorial de París, lo mismo que «La vida
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20 R. J. CUERVO

de don Rufino Cuervo y Biografía de don An-


gel Cuervo>. En preparación dejó «Disquisi-
ciones sobre Filología Castellana. y «Caste-
llano Popular y Castellano Literario>. Sus
opúculos más conocidos son: «Las segundas
personas del plural en la conjugación castella-
na., «Los casos enclíticos y proclíticos del
pronombre de tercera persona en castellano.,
cDisquisiciones sobre antigua ortografía y pro-
nunciación castellanas», primeramente publi-
cadas en la «Romania'> y en la «Revue his-
panique» y reasumidas después en las «Notas
a Bello».
De las «Apuntaciones> decía en 1879 don
Rafael M. Merchán que una obra de tal na-
turaleza no se acaba de estudiar nunca y
que los periódicos debían transcribir un párra-
fo de ella todos los días. Don Juan Montal-
va encarecía en términos laudatorios su alta
importancia. El autor de «Profesores de Idea-
lismo. escribe que aquéllas y la Gramática de
Bello con «Notas> de Cuervo, deberían ser
los libros de todos los días y de todas las ho-
ras para quienes tienen vocación de escritores.
Las sucesivas ediciones de tal obra, corregidas
y aumentadas considerablemente por el autor
poco antes de su muerte, pregonan la general
acogida que tuvo en todo el mundo español;
y viene a ser como el ancho pedestal, labrado
a fuerza de estudio, de paciencia y de calor
científico, en que debía colocar después aquel
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EL CASTELLANO EN AMERICA 21

otro monumento llamado «Opus magnum, por


Menéndez y Pelayo, el «Diccionario de Cons-
trucción y Régimen de la Lengua Castella-
na». Esta obra consumió sus días, y ahondó
tanto en su materia, se preparó de tal modo
a ella, que su erudición y método, más que la
asidua labor, pasman a los ojos mismos de la
ciencia.
Para llevar a la realidad sus propósitos, co-
nocedor como el que más de la sociología de
estos países, semilleros de turbulencias demo-
cráticas y centros de inestabilidad política, des-
pués de un viaje que con su hermano Angel
hizo por toda Europa. se estableció Cuervo en
1882 en París, donde al propio tiempo que se
ponía a distancia de nuestras agitaciones, en-
contraba centro científico digno de su vida y
de su obra. Para ello contaba con buen caudal
pecuniario adquirido honrosamente y, sobre
todo con un nombre ya célebre en los círculos
literarios de habla española.
Tarea sobre ponderación difícil sería la de
seguir al filólogo, y ello pertenece a su biógra-
fa; por ahora, cúmplenos decir que los mu-
chos opúsculos y prólogos que escribió, su muy
extendida correspondencia epistolar, sus estu-
dios históricos, su atenta y constante lectura
de los clásicos y de los nuevos ungidos de la
ciencia, sus obras de piedad, dan alguna idea
de lo que haría la diligencia incansable de
nuestro autor, cuya vida entera, según ya di-

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R. J. roERVO

jimos, se resume en estas dos hermosas pala-


bras: virtud y trabajo. Y estimaba él en tan
poco este obrar fecundísimo, que alguna vez
decía a su compañero y amigo el señor Caro,
que en sus ocupaciones procedía «a modo del
viajero que se entretiene en cualquier cosa
mientras suena el pito que anuncia la marcha
del tren a su. destino.
«El Diccionario» es la obra genial de Cuer-
vo, que D. Miguel Cané comparaba con los
antiguos «glaciers> de Lucerna. Con el prólo-
go no más. hay para rato, y para estudiado
con provecho se necesitan, no sólo atención y
buena voluntad, sino cierta preparación, que
solamente puede dar el constante estudio en
disciplinas semejantes. Cuanto, al fondo, bas-'
ta abrirlo en cualquier parte para darse cuenta
de la sapiencia del que en buena hora puso
mente y manos en obra de tal fuste, la cual
por estudiar perfectamente la construcción y
el régimen es obvio que no entra en el rol
común de los léxicos vulgares, de los cuales
está a cien leguas por el desempeño y por el
fin. El de Cuervo iba a llenar un vacío de
sintaxiá, de etimología y aun de sinónimos; al
quedar 'inconcluso, no tanto por desaliento y
desencanto de su autor, como por intervención
de la muerte, no vemos quién pueda darle fe-
liz cabo, ni siquiera cuándo podamos soñar
con que viva algún filólogo que siga esas hue-
llas excelsas. Cuando al «Castellano popular

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EL CASTELLANO EN AMERICA :U

y Castellano literario:. de que dejó mues-


tras en el prólogo que escribió para el «Dic-
cionario de Costarriqueñismos", por Carlos
Gagini, empresa ante la cual son un fragmen-
to las «Apuntaciones:t, que muestra la evolu-
ción del Castellano en sus anchos dominios
tras de investigaciones largas y escrupulosas,
«obra ya muy adelantada> (y que parece se
ha perdido) es de esperarse que para bien de
las letras, honra de la patria y mayor glo-
ria de su autor, no vaya a quedar por mucho
tiempo o por siempre en las tinieblas (1).
De sus trabajos históricos y críticos, de su
obra poética, que no dio a conocer, pues era
alumno, aunque oculto, de las musas-dice
Caro-, de todo lo demás que en relación con
la vida y obra de Cuervo, que no fue sólo un
filólogo, pues el poder de sus facultades era
múltiple, y en todas las esferas del saber pe-

(1) Esperamos ver pronto publicadas las cDisquisi.


ciones filológicas., Luis E. Nieto Cabal1ero, abogado
de toda causa noble, fiel a la memoria de Cuervo, ha
escrito en el sentido de conseguir que pronto vea la
luz aquel trabajo. Pero no ha habido quien abogue por
la publicación de las papeletas que dejó el autor como
continuación del Diccionario (aunque sea en la forma
incompleta en que hubieron de quedar), ni por la pu~
blicación del Epistolario ni por tratar de recoger el sin-
número de cartas literarias que Cuervo escribió a cuan-
tos le consultaron sobre puntos de lenguaje.

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24 R. J. CUERVO

netraba intrépida y afortunada su curiosidad


(1), dirá prolijamente alguna pluma nuéstra,
que con calor amoroso y gran caudal cientí-
fico y literario tome sobre sí la magna empre-
sa de sacar a plena luz la figura eximia de
este «eremita de la ciencia>, que no ambicio-
naba otra cosa de lo humano que vivir oculto
y en olvido entre sus libros bajo la penum-
bra de su estancia.
Del movimiento de la filología acaso pudie-
ra darse alguna idea recordando que los eru-
ditos de los siglos XVI, XVII Y XVIII, aun-
que poseían a fondo las lenguas clásicas, la
admirable perseverancia de sus investigaciones
no conducía casi más que a resultados su-
perficiales; que los eruditos modernos de la
escuela de Wolf, Boeckh y Otfrido Muller,
en Alemania, de Letronne en Francia, amplia-
ron más tarde de modo singular la concepción
misma de aquella ciencia; que aplicando to-
das las formas de la erudici6n a la historia po-
lítica, a la arqueología monumental, al estu-
dio de las lenguas, a la ciencia de los mitos
y de las religiones, el método del espíritu crí-
tico que había previsto el genio tan compren-
sivo de Leibnitz y que Alemania usó, la pri-
mera, estaba llamado a renovar, y renovó en
todos los puntos, el conocimiento de las ideas
y de los hechos; que aun cuando en los pe-

(1) Palabras del señor Caro.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 25

ríodos anteriores como en la antigi.iedad, se


identificaba la filología con los estudios pura-
mente gramaticales, limitándola a la exégesis
de los textos arcaicos (1), en adelante trata
nada menos que de comprender el espíritu
antiguo, griego u oriental, todo íntegro en
sus desarrollos filosóficos, literarios, artísticos,
en sus obras de fe, de razón, de sentimiento
y de imaginación. Hasta dónde la filología ha
contribuído al progreso de las otras ciencias,
solucionando problemas vitales de etnología,
antropología, religión, etc., no hay para qué
probarlo, ni entraría en los planes de este es-
crito. Sólo recordaremos que, por ejemplo, en
la Edad Media, la admirable sucesión de las
canciones de gesta, de trovas, de cantos que
con formas casi idénticas popularon en Fran-
cia, en Italia, en España, en Alemania, en
Inglaterra, ha confirmado la unidad profun-
da de las naciones occidentales; que la eru-
dición moderna ha encontrado en la compara-
ción de los mitos babilónicos con los primeros
capítulos del Génesis bíblico, tema para los
estudios más atractivos, desde que el sabio
inglés George Smith descubrió la historia de
la creación, escrita extensamente en las ta-
blillas asirias de la Biblioteca de Assurbanipal,

(1) Renán: «Mélanges d'histoire et de voyages~. His-


toire de la philologie cJassique daos l'antiquité:t.

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26 R. J. CUERVO

en Nínive; que nos ha dado a conocer la co-


munidad de origen de los arios, de los arme-
nios, de los griegos, de los latinos, de los cel-
tas,' de los germanos y de los eslavos, hacien-
do ver que la base del sistema gramatical de
sus idiomas es una misma .... en fin tantas
adquisiciones preciosas que han dado ser y
auge a la fi Josofía de la Historia.
Que desfilen delante de nuestro sabio, pues-
to que de honrarlo tratamos, los más altos
representantes de la filología moderna; démo-
nos el placer de vedos pasar para que salu-
den al maestro de los maestros hispanos. Ya
vienen un Pott y un Oozy, príncipe éste de
los arabistas modernos, decano aquél entre los
cultivadores de la linguística indoeuropea; éste
que pasa es Max Muller, el de la ciencia del
lenguaje; aquel otro es Witney, autor de la
Vida del lenguaje; ahora viene un De Brosse,
que escribió la Formaci6n mecánica de las
lenguas; un Hermann Paul, de los PrincipioJ
de lingi..iística histórica; un Hovelacque, de la
linguíslica; un Renán, un J\¡Hchel Bréal, un
ScheIeicher, un Farrar, un Díez, un \Vegwood,
un Leibnitz, un Egger, un Henry, un Lubbock,
un Fick, un Oelbruck, un Lefévre, un Me-
nfndez Pidal y mil más, hasta que viene, se-
rena la actitud y la frente sublime, un Her-
vás, aquel jesuíta español, misionero en Amé-
rica, autor del famoso catálogo que reunió
300 vocabularios y 400 gramáticas, descubrió
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EL CASTELLANO EN AMERICA 21

la unidad del grupo malayo, la independencia


del vasco, las relaciones del húngaro, del la-
pón y del finés, y supuso el parentesco del
griego y el sánscrito.
Rendido el primer honor a la memoria del
sabio colombiano por sus hermanos en gran-
deza y en gloria, debemos proseguir la tarea.
Hagámonos cargo, primero, del caudal cien-
tífico que hubo de aportar a su obra este
constructor intelectual. Contad ahora nues-
tros clásicos: Cervantes, Granada, León, Ma-
riana. Salís, Quevedo, Santa Teresa, Rivade-
neyra, Lope, Calderón, Moratín, Tirso, Mo-
reto, Rojas, Saavedra, Jovellanos, Garcilaso,
Alarcón, Ercilla, Coloma, lriarte, Isla, Men-
daza, Quintana .. y cien más. Pues a todos los
estudió y leía y releía nuestro autor para au-
torizar más el resultado definitivo de sus lu-
cubraciones cientíhcas, y al citados lo hace
con fidelidad y precisión. Esta labor de in-
vestigación pacientísima con que iba preparan-
do al Diccionario, le dio materia para anotar
cumplida y sabiamente la gramática de don
Andrés Bello, la primera en su clase, «obra
clásica> como la llama el anotador, no supe-
rada por 'nadie, y que es alta columna de
ciencia filológica. Sólo don Rufino pudo po.
ner manos de padre en la obra de Bello. Oja-
lá-dice-consiguiera que el nombre de Bello
fuera siempre el símbolo de la enseñanza cien-
tífica del castellano, como hasta ahora lo ha

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28 R. ]. CUERVO

sido, y que su obra se conserve en las manos


de la juventud como expresión de las doctri-
nas más comprobadas y más recibidas entre
los filólogos.
En el prólogo de sus apuntaciones nos ha-
bla de la «utilidad que viene de aprender las
lenguas madres y otras de distinto genio:
aquéllas para conocer los elementos y éstas a
fin de abrir, con la novedad de las expresio-
nes el campo de la comparación y rastrear
con mayor sagacidad los caminos frecuenta-
dos por el entendimiento para llegar a dar
cuerpo a sus concepciones ~. y oyendo a
Goethe, que en este sentido dijo (y con fun-
damento añade Cuervo) que nada sabe de su
propia lengua quien ignora las extranjeras, se
dio a la tarea de superar el concepto del gran
alemán estudiando las lenguas. Consideremos
el asunto en este aspecto y recordemos, an-
te todo, que para aquilatar su saber en latini-
dad escribió nuestro autor con el señor Caro
la Gramática Latina, <l'obra magistral y la
mejor en su género en nuestro idioma>, dice
la Academia Española. Luégo nos diréis si pa-
ra citar a cada paso los autores griegos en
el original; si para determinar analogías, de-
rivaciones y vinculaciones de esa lengua res-
pecto de la nuéstra y otras, basta con sólo
conocer el alfabeto y unas cuantas nociones
para poder salir del apuro y sentar plaza de
poligloto concienzudo. Esto en cuanto al grie-

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EL CASTELLANO EN AMERICA 29

go y al latín de la raza indoeuropea a que per-


tenecen también el sánscrito, el celta, el ger-
mano, el eslavo, el lético, las cuales, si no
todas, las conocía en su mayor parte. De
nuestra propia lengua, cuyo estudio fue su
constante ocupación, ¿qué podremos decir sino
que fue maestro supremo en ella, por encima
de la misma Academia española, algunas de
cuyas doctrinas en cuanto a gramática corri-
gió y puso en punto muchas veces? Y cuenta
que conocía también el vascuence y como era
natural, para sus estudios comparativos, todos
los dialectos o ramas del tronco español, a
saber, el' gallego, el asturiano, el valenciano,
el catalán, el mallorquín, y aun tenía que ver
con el caló de los gitanos, con el levantino y
el retorrománico. Del grupo semita sabemos
que, entre otras cosas, conocía el árabe y el
hebreo; y, por úl timo, todas las de la Eu-
ropa moderna y unas cuantas indígenas; ca-
ribe, chibcha, mejicana, quichua y otras. En
punto de idiomas tenemos, pues, a nuestro
sabio armado de todas armas: era un verda-
dero poligloto, no inferior a los más sabios.
Con esos materiales de construcción que
apercibió para su obra, claro está que no se
proponía estudiar únicamente el castellano pa-
ra levantarle suntuoso y eterno palacio, sino
extender su radio de acción a la etimología y
al estudio comparado de las lenguas, en su
asombrosa multiplicidad y en su evolución a
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30 R. J. CUERVO

través del espacio y del tiempo, resumida en


los cuatro estados de monosilabismo, aglutina-
ción, flexión y analitismo. Y como cada árbol
linguístico se ha ramificado aisladamente, en
sentir de Lefévre, cada familia sólo puede ser
estudiada en sí misma y cada unidad en par-
ticular comenzando por la embriogenia y de-
teniéndose en la semántica hasta agotar el
estudio completo de cada una. Y notad que
todas las evoluciones particulares desiguales,
de innumerables lenguajes se han realizado
bajo el imperio de las mil circunstancias na-
turales e históricas que determinan la marcha
de las sociedades, lo que ha inducido a con-
siderar el lenguaje y las lenguas como otros
tantos organismos que crecen, mejoran, vege-
tan o se destruyen por sus propias cualidades
o sus propios vicios; y como la ciencia del
lenguaje puede considerarse particularmente
ciencia antropológica y etnográfica, por todo
esto comprenderéis la ímproba tarea de un
filólogo que como el nuéstro fincaba su buen
nombre en la exactitud, en la aplicación de
todas sus facultades a la enorme labor que le
embebía el espíri tu. Si en sentir de Ruskin,
no basta la vida de un hombre para apren-
der una lengua, ¡cómo supondrá de estudio.
paciencia y vocación el estudio de la filología!

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III
LA LENGUA Y SU PORVENIR-LA MAGNA LA-
BOR DE NUESTRO FILOLOGO

En el fil6logo moderno hay-dice García


Calder6n, el peruano ilustre, hermano en el
decir y en el pensar de Rod6 y de Carlos Ar-
turo Torres-hay en el fil610go moderno, tan
distinto del antiguo gramático, principios de
muchas disciplinas. gérmenes de curiosidad
universal. Es historiador, porque la lengua,
en sus evoluciones. en la indecisi6n de sus
formas, en las supervivencias, revela luchas
de razas, dominaciones seculares, cambios de
direcci6n colectiva. Es erudito, para allegar
materia científica, para recoger formas de
otras lenguas, para entrar en la obra lumino-
sa de los paralelos. Es artista, para adivinar
las armonías hist6ricas, para descubrir el prin-
cipio de unidad de una cultura. para vislum-
brar en el balbuceo de una lengua informe,
la centella perdida en el alma nacional. Y es
fil6sofo, no s610 por el espíritu crítico y la
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n BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

plena objetividad, sinoporque cad a fragmen-


to de historia que e1 filologo revela, va susti-
tuyendo al tipo del hombre abstracto, e1 con-
ceptode hombre hist6rico, retofio de una ra-
za, flor de la tierra, en quien la variedad de
los caracteres oscurece los primitivos linea-
mientos. Esta muchedumbre de facultades se
simboliza en la magnitud de las adquisicio-
nes. En e1 acervo cientifico del siglo XIX, la
Filologia ha sido much as veces la <Cenicien-
ta» de Spencer, la hermana olvidada en e1
triunfo y en la gloria. El fen6meno de este
desden injusto se funda en la psicologia de
los hombres de ciencia: los que aspiran a las
sintesis y crean doctrinas, olvidan la meritisi-
ma tarea de los analistas y e1 esfuerzo de las
investigaciones eruditas. Desconocen en la ma-
jestad del tronco centenario el principio os-
curo y fecundo del germen y la Filologia, reacia
a las investigaciones, continua su obra, aniqui-
lando teorias ambiciosas y haciendo la selec-
ci6n de los sistemas. El dato crea la sintesis
y la derriba.
Y eso fue Cuervo: historiador, erudito, ar-
tista y fi16sofo de la lengua castellana, como
ninguno de los pasados, como ninguno de los
actuales filologos de habla espanola. Los mis-
mos espafioles como Valera, Cejador, dona
Emilia Pardo Bazan, Menendez Pidal, con esa
vasta legi6n de lumbreras cientificas extran-
jeras que tanto 10 encomiaron y admiraron,

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EL CASTELLANO EN AMERICA 33

.así lo declaran sin ambages. Pocos en Colom-


bia se han dado cuenta cabal de 10 que fue
Cuervo y de lo que perdimos con su muerte:
cuando se publiquen sus obras completas, en-
tre ellas los epistolarios y las piez.as laudato-
rias, podremos saber quién fue aquel hombre
y cuál su obra; mientras tanto, debemos de-
dicamos a admirar el estilo y la ciencia de
los novísimos forjadores de la grandeza nacio-
nal.
La Filología adquiere cada día mayor im-
portancia. El campo del filólogo es tan inde-
finido corno el del filósofo, había dicho Renán
en L'avenier de la Science, y él mismo la de-
finió: «ciencia de los productos del espíritu
humano». Tarea noble y grande, en verdad,
la del filólogo, que rastreando el hilo de una
palabra por bajo el polvo de los tiempos idos,
alcanza conclusiones sorprendentes que deter-
minan el valor histórico de los hechos y po-
nen en su punto la verdad, como aconteció
con nuestro autor, quien con sagaz penetra-
ción y guiado por la más aguda crítica, des-
cubriS que el Centón EjJistolario, atribuído a
Cibdad Real, que pasaba entre los eru-
ditos y maestros por cuerpo homogéneo y
monumento de una época determinada, vie-
ne a ser un conjunto heterogéneo, produc~
to de distintos tiempos. De tal manera pene-
tró en el conocimiento del castellano, que no
se le escapó ni un solo matiz ni descuidó el
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R. J. CUERVO

pormenor más leve, en cuanto hubieran de


servirle para plantear alguna hipótesis o pa-
ra llegar a una conclusión evidente y lumino-
sa: y era de ver cómo defendía sus doctrinas:
le sobraban verdad, claridad,· sabiduría; lo
patentiza fuera de otros casos, en la página
249, nota segunda de las apuntaciones, don-
de se las ha bizarra y triunfalmente con un
académico <cuyo nombre no se da>; que atri-
buyó a sutilezas la diferencia que se estable-
ce respecto de las frases <Dibujar A pluma>
<Pintar A LA aguada>; es decir, la supresión
o empleo del artículo, según se denote el ins-
trumento, como en el primer ejemplo o el pro-
cedimiento, como en el segundo. De acuerdo
con Bello, encarece 10 poco a que queda redu-
cida la esencia de la Gramática general de
que nos han hablado los filósofos. Demuestra
que la Gramática tiene que aliar prudente-
mente el análisis psicológico con ]a investiga-
ción de los hechos externos del lenguaje. En
sus notas a la gramática de Bello, campea el
más alto espíritu de crítica científica, revalúa
doctrinas de aquel autor, abre o cierra hori-
zontes, allana caminos inexplorados, rompe
minas de erudición, en una palabra, prueba
que no en vano pasan los años, que también
influyen en el lenguaje; que no en vano el
uso ha sido llamado árbitro del idioma y, so-
bre todo, que no en vano el anotador, dedica

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CUERVO: EL CASTELLANO EN AMERICA 3;

sus vigilias al estudio de las ciencias y al ex-


purgo del idioma,
En materia de analisis y de critica filo16giea
adopt6 los modernos metodos, que tienden a la
profundidad; sigui6 un criterio muy amplio y
10 divulg6 en sus obras «para que, penetrando
las personas estudiosas la raz6n elevada de las
reglas y cambiando la servil y ciega sujeci6n
por aquel criterio franco y atinado que sabe
valerse aun donde faltan gramaticas y diccio-
narios, cesen de ser partidarios rigoristas de tal
o eual sistema, para alcanzar un conocimiento
mas fecundo e interes ante del idioma». A fuer
de sabio, no podia escaparsele que en todos
los casos, y especialmente en la aplieaci6n de
las ciencias-e-que par efectos de su desenvolvi-
miento no seran definitivas-no se debe tem-
plar demasiado el arco, porque hay el peligro
de quedarse atras del blanco 0 de traspasar los
lirnites precisos. Asi 10 practic6 el mismo, co-
mo se puede ver cotejando las varias ediciones
de sus obras: son sus guias el usa doeto y la
ciencia del lenguaje.
En tal estima era tenido por los sabios de
Europa y America, que entre muchos casos el
mismo Cejador, portento de ciencia filo16giea
en Espana, cuyas obras no son conocidas, re-
c1amaba para portada de ellas (v. el Dicciona-
rio y Gratruuica del Quijote) la palabra admira-
ble, serena y sabia del maestro; los escritores
americanos que acometian estudios filol6gicos

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36 R. J. CUERVO

no los daban a la luz sin que se escribiera pa-


ra ellos, a modo de pórtico suntuoso, el prólo-
go por Cuervo, (v. el que dio para la segunda
edición del Diccionario de costarriqueñismos por
don Carlos Gagini); y cuando alguno de esos
sabihondos envidiosos, que se dan en todas las
latitudes, atacaba en sus doctrinas, inconsidera-
da e injustamente, a nuestro autor, ya vendría
un amigo como Caro, de alto saber y esclare·
cida fama, a desagraviar los fueros de la ver-
dad de tal modo embestidos.
Ha dicho Cuervo y lo mismo Unamuno, Sil-
va, el Argentino, y otros, que los americanos
tenemos tanto derecho como los más castella-
nos a influír en el desarrollo de la lengua. Ello
parece asunto de poco momento, pero ahon-
dando, hallaremos que ahí finca nada menos
que la vida del castellano, acerca de cuyo por-
venir disertó entre nosotros con alteza y pers-
picuidad de juicio don Baldomero Sanín Cano.
Desde el Cabo de Hornos hasta el país deios
esqUImales-nos dicen los linguistas-se hablan
500 icnguas aglutinantes. En la hora actual se
está formando en la Argentina y en otras na-
ciones americanas una especie de dialecto con-
vencional entre el alemán, el inglés, el italia-
no y el español; con perjuicio y detrimento
de la belleza y también con sumo perjuicio
de la lengua española. Bien se ve que siguien·
do los veinte pueblos indo-españoles de esa ma-
nera, es decir, en banda suelta por lo que ata-
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EL CASTELLANO EN AMERICA 37

ñe al lenguaje dentro de medio s:iglo no sabrán


entenderse unos con otros, ni con E5'paña; por
lo cual ya que conservamos la unidad de la
raza, a pesar de la amalgama creciente y arro-
lladora por la inmigración, debemos propender
por hacer solidaria la causa de la lengua, ame-
ricanos y españoles, sin reservas ni suprema-
cías, aportando nosotros al léxico oficial nues-
tros provincial ismos y términos indígenas, y
ellos el fondo común del idioma y sus neolo-
gismos para formar un gran diccionario inter-
nacional, patrimonio de tantos pueblos, fuente
viva de una raza que, cónsono con nuestra
grandeza presente y futura, venga a ser eficaz
motivo de vinculación generosa y patriótica, pa-
ra apretar fuertes lazos que nos hagan supe-
riores a la potencia imperialista de razas absor-
bentes y conquistadoras. T

Alto deber patriótico que merecerá perpetua


loa, fue, pues, el de Cuervo, cuando en buena
hora enderezó todas sus fuerzas al estudio del
castellano y su depuración científica: a ese em-
peño vigoroso y fecundo parará, no hay duda,
la ola arrolladora de la corrupción de nuestra
lengua en América. La lengua española no
puede perecer: de ella afirman los ingleses que,
por la extensión y la influencia, es la segunda
del mundo civilizado, hasta el punto, si no
existiera la inglesa-dicen ellos·-, de ser la
española la unica que tiene derecho a preten-
der la universalidad. Cómo va a perecer, si

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38 R. J. CUERVO

hoy mismo la hablan como propia cien mi-


llones de hombres, o sea la décima quinta
parte de la población mundial: ¡cómo va a
perecer si reune todas las excelencias en gra-
do supremo: tiene la energía y concisión del
inglés, la complexión arquitectónica del alemán,
las armonías del italiano, las finuras. las cla-
ridades, los primores del francés; y junto a
todo esto y sobre todo esto, dos cualidades
casi exclusivas: la libertad de construcción y
la maravillosa adaptación a la poesía en todos
sus géneros y manifestaciones!
Sin embargo, en sus ultimas días el excelso
maestro fue inquietado por un negro pensa-
miento que, como sombra funesta en un pla-
no de luz, le sugirieron su saber, su pensar y
su experiencia en las cosas de la lengua. Vio
el pontífIce de ella, apoyado en un hecho de
la Historia-que Caro había formulado de es-
te modo: ~<Iamultiplicación dialéctica es una
ley de procreación inherente al lenguaje huma-
no:.,-lo que con dolor de su alma escribió el
vate argentino Francisco Soto v Calvo. en
una carta-prólogo para su libro Ñastasio:'
«Estamos-le dice- en vísperas (que en la
vida de los pueblos pueden ser bien largas)
de quedar separados como lo quedaron las hi-
jas del Imperio Romano: hora solemne y de
honda melancolía en que se deshace una de
las mejores glorias que haya visto el mundo,

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EL CASTELLANO EN AMERICA 39

que nos obliga a sentir como el poeta. ¿Quién


no sigue con amor el sol que se oculta?
Ese pensamiento, repetido aunque en forma
algo velada, en el prólogo reformado de sus
apuntaciones (Edición-la última que corrigió
él mismo-del año de 1914), dio margen a la
célebre polémica que tuvo con don Juan Vale-
ra, quien negó rotundamente la posibilidad de
la disgregación dialectal del castellano en Amé-
rica, e inspiró a Cuervo aquella página por-
tentosa El Castellano en Amtrica, (Bulletin
Hispanique), en que probó con argumentos de
todo orden y con la aplastante mole de su
erudición casi imposible que le sobraban mo-
tivos y razones para hacer esos presagios. (1)
No fue pues, Cuervo un simple gramático,
cual han creído muchos que desdeñan la lec-
tura de sus obras. Tuvo la amplitud del ver-
dadero hombre de ciencia, de lo cual dio prue-
bas como esta: «Persuadámonos de q\1e fuera
de la correción gramatical, la obra literaria
debe de tener algún valor intrínseco y que
ese valor paliará los deslices aparentes en el
mayor número de casos, pues raros son los dis-

(1) No obstante la identidad de títulos, lo que hoy


publicamos en el presente volumen es el pr610go inédito
que Cuervo tenía listo para una nueva edición de sus
«Apuntaciones críticas al lenguaje bogotano).
D. S. O.

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40 R. J. CUERVO

parates de esta especie que lo sean per se sino


en virtud del uso y la opinión locales. Una
fruslería poco vale, aunque salga muy atilda-
da y correcta; y al contrario, que importancia
tienen en el Quijote los que parecen descuido!
de lenguaje a gramáticos de dos o tres siglO!
después?, o ¿en que se menoscaba el valor de
de las novelas de W Scott, porque a los in-
gleses les parezca que el autor, como escocés,
no fue siempre puntual en el uso de los auxi-
liares del futuro? Cuando produzcamos obras.
de subidos quilates no será gran pecado el que
en los demás países algo cause novedad».
Acaso por este criter.io, que no comprendi6
el padre Juan Mil' y Noguera, cuyas obras no
cita Cuervo en las suyas, por lo cual se le vie-
ne encima insultándolo, ese cancerbero de la
lengua osó desconceptuar la magna empresa del
Maestro, a quien ames había elogiado, y no
tuvo reparo ni rubor en llamarlo después .¡;ior-
na1ero del matorral literario>, frase menguada
que sólo puede ser inspirada por la envidia.
Conocía la literatura española ..-dice Gómez
Restrepo-, no sólo en sus líneas generales si-
no hasta en sus recónditos detalles eruditos,
de tal manera que, después de Menéndez y
Pela yo, cuya memoria prodigiosa podría ser
comparada con la de Cuervo-agregamos nos-
otros-, nadie sabría historiarla con mayor co-
nocimiento de causa y más alto sentido esté-
tico.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 41

La figura de Cuervo no puede quedar en


plano reducido, toda vez que en su vida, cuyas
líneas generales quedan esbozadas, dominó con
absoluta majestad de rey coronado, los vastos
horizontes que se abren por cima de cien mi-
llones de' hombres de habla española. Ante el
infinito de eternidad y de gloria que corre la
muerte, ¿ quién osará labrar el ancho pedestal
que pide la estatua?
Duerma su paz eterna el varón privilegiado,
gloria de su siglo y orgullo de su raza, y viva
su nombre para siempre en la lengua de Cas-
tilla, que a manera de hilo de oro se desenvuel-
ve por los siglos, desde ias más remotas cróni-
cas y gestas, en los balbuceos del romance,
pasando por el autor de la Celestina, Manrique,
Cervantes, Granada, Jovellanos, Unamuno,
Caro, Suárez, Carrasquilla, MartÍnez Ruiz, Me-
néndez Pelayo, Menéndez Pidal, León, Cejador
y Ganivet. hasta que se rompa en boca del úl-
timo superviviente de la raza o en la pluma
vigilante de algún cronista del futuro.

MANUEL ANTONIO BONILLA

Este libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia
«Los espafioles americanos, si dan todo
el valor que dar se debe a la uniforrni-
dad de nuestro lenguaje en ambos hemis-
ferios, han de hacer el sacrificlo de ate-
nerse, como a centro de unidad, al de
Castilla, que le dio el ser y el nombre.»

PUIGBLANCH

I
Es el bien hablar una de las mas claras se-
fiales de la gente culta y bien nacida, y con-
dici6n indispensable de cuantos aspiren a uti-
lizar en pro de sus semejantes, por medio de
la palabra 0 la escritura, lostalentos con que
la naturaleza los ha favorecido: de ahi e1 em-
pefio con que se recomienda e1 estudio de la
gramatica. Pero como esta materia es sobre-
manera abstrusa segun la explican las obras
que de ella tratan y segun' se ensefia en los
colegios, tal que debe mirarse como ramo de
alta filosofia: y ademas, como esas obras son
insuficientes para 10 que promete su definici6n
pues que nada 0 casi nada nos dice sobre la

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44 R. J. CUERVO

propiedad y pureza de las voces, acontece que


los alumnos muy escaso provecho sacan de
: las aulas, y fuera de ellas pocos tienen el va-
lor o el tiempo necesarios para consagrarse a
semejantes disquisiciones. Sin duda, pues, será
útil un libro no escrito en el estilo grave y es-
tirado que demandan los tratados didácticos,
ni repleto de aquella balumba de reglas gene-
ralmente inútiles en la vida práctica, por ver~
sar en su mayor parte sobre puntos en que
nadie yerra; antes bien amenizado con todos
los tonos, y en el cual se contengan y seña-
len, digámoslo así, con el dedo, las incorrec-
ciones a que más frecuentemente nos desliza-
mos al hablar y al escribir. Varias veces an-
tes de ahora se ha acometido entre nosotros
con mayor o menor acierto llevándose a cabo
esta empresa, y a satisfacer la misma necesi-
dad nos hemos esforzado en estas Apuntaciones.
Sin la presunción de oscurecer a nuestros an-
tecesores, reconocemos a cada cual su mérito, y
confesamos serIes deudores de observaciones
que acaso se nos hubieran escapado.
Dichos sumariamente el motivo y objeto de
esta obra, nos extenderemcs algo más sobre
su espíritu y el modo como hemos querido
darle cima.

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II

La patria para el que no ha visto más que


su aldea ni ha oído hablar de comarcas situa-
das fuera del horizonte que alcanza a divisar,
no representa más que una corta parentela,
un reduciJo círculo de conocidos apegados al
terruño. A medida que la cultura crece, los
límites se ensanchan, el corazón se abre a nue-
vas aspiraciones; y cuando las letras y las
ciencias han fecundado cumplidamente un es-
píritu, ya la patria no cabe en las demarca-
ciones caprichosas de la nacionalidad. Porque
a la manera que nuestro corazón se siente li-
gado al suelo donde nacimos por los afectos
que en el hogar despertó la voz maternal, así
también la razón, hermana gemela de la len-
gua nativa y compañera suya casi inseparable,
mira como pr-::pio cuanto le llega bajo los sig-
nos conocidos de su infancia; de suerte que por
un sentimiento instintivo somos en cierto mo-
do compatricios de cuantos hablan nuestra
misma lengua, y es la literatura vaciada en
ella el alimento en que más de grado se apa-
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46 R. ). CUERVO

cienta nuestro espíritu. Por eso mejor que den-


tro de ficticios linderos se agrupan las inteli-
gencias en torno de nombres como los de Cer-
vantes, de Shakespeare y de Goethe; y por
eso cuando varios pueblos gozan del beneficio
de un idioma común, propender a la unifor-
midad de éste es propender a avigorar sus sim-
patías y relaciones, hasta hacerlos uno solo;
que la unidad de la lengua literaria es sím-
bolo de unidad intelectual y de unidad en las
aspiraciones más elevadas que pueden abrigar
los pueblos. De aquí la conveniencia de con-
servar en su integridad la lengua castellana.
medio providencial de comunicación entre tan-
tos millones de hombres que la hablan en Es-
paña y en América.
Sin embargo, cumple observar que este con-
cepto de la lengua, como otros que nos pare-
cen concretos, tiene mucho de abstracto. Los
signos de que cada hombre se vale para ex-
presar sus pensamientos son más o menos nu-
merosos según la educación que ha recibido,
la profesión y otra circunstancias de su vida
física, intelectual y.moral. y en ocasiones tan
peculiares del gremio o agrupación a que per-
tenece, que para un extraño pueden muchos
de ellos ser ininteligibles. Recorre cualquiera
algunas páginas del diccionario de su lengua
nativa, y echará de ver que es incomparable-
mente mayor la cantidad de voces que no
conoce o que jamás usa, que el de las voces.
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EL CASTELLANO EN AMERICA 47

que diariament~ emplea, con lo cual no se con-


vecerá de que ese enorme caudal no es pose-
sión de ningún individuo solo, sino que se ha
recogido acá y allá de muchísimos, dlferentes
en época, comarca y profesión. El censor más
acerbo (injusto a cada paso) que ha tenido el
diccionario de la AcademIa, saca de sola la le-
tra A «seiscientas y pico de palabras» que ca-
lifica de inútiles y desconocidas casi por ente-
ro, tal que pudieran parecer desencajadas de
un vocabulario chino o recogidas por algún
misionero en la isla más salvaje de la Poli-
nesia. Por nuestra parte podemos decir que de
ellas hemos oído unas cuantas, y sin duda que
a otros sucederá lo mismo con otras; y cada
cual, según su cultura literaria irá advirtien-
do: tales han sido usadas por Cervantes, ta-
les por Mariana, tales por Mendoza, tales por
Quevedo; tales se hallan en la Celestina, cua-
les en Arcipreste de Hita, y al fin y al cabo
todas (si no es alguna rarísima excepción) ha-
brán de quedar en Diccionario, ya como ele-
mentos de lengua viva, ya como monumentos
del pasado cuya interpretación es indispensa-
ble, o cuya forma pertenece a la historia del
lenguaíe. Por el contrario, de la lista que el
mismo crítico contrapone en seguida de voces
que dice que faltan, poquísimas hemos oí-
do o visto escritas, tal que, a no verlas
tan recomendadas, tomaríamos muchas de ellas
por disparates o extravagancias, como él hace
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48 R. J. CUERVO

con las otras: prueba de la libertad de espíri-


tu con que ha de entrarse en estas investiga-
ciones.
La lengua se halla pues fragmentariamente
en los individuos, o mejor dicho en la familias
y agrupaciones especiales; pero a medida que
éstas se comunican y se cruzan, se nivela y
uniforma el lenguaje, pegándose y trasladán-
dose de aquí para allí las peculiaridades, bien
para quedar revueltas y persistir juntas, o bien
para ahogar las unas a las otras y suplantarlas.
Sin embargo, semejante compenetración no es
absoluta, y obra con más eficacia en cuanto
al entenderse recíprocamente los individuos,
que no en la aceptación completa, para uso
propio, lo del que al extraño oímos; así, en el
habla íntima y familiar guardamos con bas-
tante fidelidad el vocabulario y las frases que
con el nacimiento y la educación nos fueron
impuestos, hasta el punto de que, así como
por el metal de voz conocemos a las personas
con que tratamos, así también podríamos mu-
chas veces distinguidas por sus expresiones fa-
voritas. Y todavía aun en los autores se des-
cubre en ocasiones una personalidad sorpren-
den te: después de leer unas páginas de Cer-
vantes, pnr ejemplo, es preciso recogerse y ha-
cer un e~fuerzo para penetrar bien los escri-
tos de Santa Teresa; y el día que se publi-
quen trabajos formales sobre la frase y el es-
tilo de nuestros grandes escritores, saltarán a
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EL CASTELLANO EN AMERICA 49

los ojos las diferencias que los separan. Por


manera que si el diccionario es la congerie de
10$ vocabularios, las gramáticas usuales son
como el término medio en. que se convienen
los diversos individuos reputados como repre-
sentantes del idioma; y se da por real la uni-
dad de éste con tal que todos se acomoden
.aproximadamente a cierto sistema de pronun-
ciación, de formas y combinaciones.
Conforme va extendiéndose el estudio de las
reglas gramaticales, y, sobre todo, con la di-
fusión de unos mismos libros y con' el aplauso
de que disfrutan ciertos escritores. fórmase
para cada época un lenguaje literario en que
nos esforzamos, no siempre lográndolo com-
pletamente, por evitar las divergencias locales
y personales; y aunque este lenguaje no es el
mismo que usamos en el hogar, tiene en él su
base, de €J recibe sus elementos y su vida
misma, en términos que, rompiendo brusca-
mente con él, descaece y muere.
Pero cuenta con pensar que la uniformidad
a que tiende el habla literaria se imponga del
todo en el habla común¡ ni que sea definitiva
en el tiempo ni completa en el espacio; que
nunca se logrará fijar, como impropiamente
se dice, la lengua familiar o literaria, ni tam-
poco impedir que existan provincialismos. Las
lenguas están siempre en perpetuo movimiento
de transformación, tal que en cualquiera épo-
ca de su vida que las estudiemos, las hallare-
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50 R. J. CUERVO

mos caracterizadas por diferencias más o menos


notables, aunque no abruptas sino suaves y
graduales con respecto al período anterior y
al siguiente. En este concepto las lenguas
tienen historia, y para conocerlas de raíz lo
pasado ha de ser clave de 10 presente. Son
muy complexos y caen ordinariamente fuera
de la voluntad individual las excusas yel pro-
greso de semejante movimiento. Rapidísimo,
según afirman algunos, en las lenguas de los
salvajes, se retarda notablemente en los pue-
blos cultos, gracias a la estabilidad de las fa-
milias, a la facilidad y frecuencia de las co-
municaciones, al inflUjo de importantes centros
de cultura y a la constante y uniforme acción
administrativa y legal. Pero siempre surgen
alteraciones, cuya suma en un período largo
constituye modificaciones importantes en la
gramática y en el diccionario. Si observamos
la lengua de nuestra edad clásica, desde las
églogas de Garcilaso hasta Hado y Divisa de
Calderón, advertiremos que en ella se efectua-
ron cambios profundos en la fonética, en la
morfología y en la sintaxis, ninguno de los
cuales se generalizó sin que vacilaran los es-
critores, adelantándose unos, quedándose otros
en zaga, según los lugares o la edad. Enton-
ces desaparecieron la s y la z sonoras (la prime-
ra de las cuales correspondía a la francesa de
rose), y quedaron sólo las sordas que hoy
tenemos; se confundieron entre sí las espirantes
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CUERVO: EL CASTELLANO EN AMERICA 51

i sonora y x sorda (correspondientes a la j


y la ch francesas), para convertirse Iuego en la
espirante velar j (x griega); hizose declinable
quien e indeclinable excepto, mediante, obstan-
te, embarganie; las segundas personas del plu-
ral, que al acabar eI siglo XV, eran en dis,
eis, is, agudos (lleruiis, tenets, decls) y en ades,
edes, esdrujulos (deciades, arruuades, quisiera-
des), se fueron igualando hasta parar a fines
del siglo XV 1I en las formas hoy comunes,
arrastrando en su movimiento la misma for-
ma del preterite, que antes era siempre en tes;
se conglutinaron definitivamente los elementos
del futuro y pospreterito de indicativo que to-
davia separaba Cervantes (tomaros he y ama-
rraros he); introdujeronse unas voces, olvida-
ronse otras, y algunas tomaron su forma actual
v. gr. apacible, intr incar, apariencia (antes
aplacible, intricar, aparencia).
ASl, pues, cad a epoca es por fuerza neolo-
gica con respecto a las precedentes; ni es po-
sible que suceda de otro modo, supuesta la
naturaleza del lenguaje y Ia relaci6n necesaria
en que se encuentra con las costumbres y con
la sociedad, de que siempre es reflejo; no
perrnaneciendo ellas jamas estacionarias, me-
nos podra esperarse que el otro se quede in-
m6viI. En consecuencia, cada epoca va dej an-
do alguna contribuci6n al caudal comun de
la lengua, como un rastro de sus gustos e ideas;
y si hoy no hacemos melindres a expresiones

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52 R.]. CUERVO

astrológicas como sino, estrella, desastre, desas-


trado, jovial, saturnino; si llamamos al agua.
al aire y fuego elementos, y nos actuamos o in-
formamos de un asunto y hablamos de predi-
camentos y categorías, sin que se nos pase ya
por la imaginación el peripato o la escuela;
tampoco habrán de condenamos los venidero~
si oportunamente empleamos imágenes o tér-
minos suministrados por las ciencias modernas.
Proscribir el neologismo frisa es insensatez: lo
que importa y se puede es moderarlo, cortan-
do las alas a la pedantería novelera, y hacer-
lo entrar en la corriente de la lengua, como lo
practicaron nuestros mayores. adaptando jui-
ciosamente lo nuevo a ]a tradición V a la for-
ma de lo viejo ..
Como varía la lengua según las épocas, así
varía según las comarcas; y el castellano, ni
más ni menos que todos los idiomas que do-
minan en un extenso territorio, ofrece diver-
gencias provinciales. Fr. Martín Sarmiento, en
la segunda mitad del siglo XVIII asestaba el
hecho de que la le"1gua castellana es vulgar, se
escribe y se habla en las dos Castillas, León,
Extremadura, las Andalucías, Aragón, Navarra
y Rioia, con más o menos cultura, según los
lugares, y ~con estos u otros idiotismos, o
de voces, o de pronunciación o de acento,
que acá llamamos tonillo, pero sin llegar a

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EL CASTELLANO EN AMERICA 53

hacer diferente dialecto de la castellana, en


que se escribe:. (1).
En comprobación de que hoy sucede 10 mis-
mo, baste recordar que la fonética andaluza
ha sido para doctos extrajeras objeto de estu-
dios importantes, y añadir que en cada parte
abundan locuciones y términos que sin duda
o no son entendidos en las demás, o por lo
menos causan extrañeza al forastero. Ya a
principios del siglo XVI escribía Gabriel Alon~
so de Herrera: «Escardar o sellar son, según
tierras, diferentes maneras de nombres, porque
cada suerte de gente tiene diferentes vocablos».
(2) Cosa de ochenta años después ponderaba
Gregario de los Ríos las diferencias que se no-
taban en los nombres de las plantas: <tenSe-
villa, decía, las llaman de una manera, en

(1) Memorias para la historia de la poesía 'Y poeta,


españoles, p. 94 (Madrid, 1774).
(2) Agricultura general, 1, 9. En el Diccionario de
Autoridades y en las tres primeras del vulgar está sa-
llar, como provincial de las Montañas de Burgo; desa-
parecido en la 4a, reapareci6 en la 12" como de As-
turias y Santander; en la 13" no lleva calificativo
alguno, con remisi6n a sachar: las dos formas de por
sí indican que en su origen pertenecieron a regiones
diferentes. De anotación al cap. 24 del mismo libro de la
agricultura de Herrera y del Diccionario de Autorida-
des resulta que una misma legumbre se ha llamado al-
garroba en Castilla la Nueva, garroba en Castilla la
Vieja, lenteja en Arag6n y arveja en otras partes.
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54 R. J. CUERVO

Madrid de otra, en Castilla la Vieja dife-


rentemente, y en Valencia diferencian tam-
bién» (1). Decía don Vicente de la Fuente,
aragonés, haber apuntado más de cien voces
estupendas de las que oía mientras era ca-
tedrático en Salamanca; y el primer vocabu-
lario aragonés se publicó con ocasión de ha-
berse burlado de su autor en la corte porque
usó la voz ternasco (recental), olvidada en una
lista de ciento cincuenta que un paisano le
había formado, aconsej ándole que no las usase
allí (2). Más que verosímil es que vocablos
diferentes que trae el diccionario con significa-
ción objetiva idéntica, no son usados por unas
mismas personas en un mismo lugar (3). Pero
de su peso se cae que términos que designan
cosas propias y peculiares de ciertos lugares
y no tienen nobre en la lengua común, no
pueden rechazarse como dialécticos, ni tildarse
de impura o no castiza la frase en que ocu-

(1) Agricultura de jardines, ff. 21-2, (Madrid, 1592).


(2) Borao, Diccionario de voces aragonesas, pp. 90,
135. '
(3) Po:os días há, conversando con un docto caba-
llero español, se sorprendió mucho éste de oímos nom-
brar el orozuz, que es como se dice en Bogotá, él lo
llamaba regaliz, que acaso ningún Bogotano entendería.
Tampoco había oído nunca la voz ralo comunísima
entre nosotros.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 55

rran, como no lo hacemos cuando se emplean


los términos que denotan los caracteres de im-
prenta, las piezas de un telar, o las manipula-
ciones dei vino o de la sidra, por más que
sean desconocidos fuera del lugar o gremio en
que se ejercen tales industrias.
De los provincialismos unos son formas dia-
lécticas, provenientes de lenguas colindantes
o autóctonas (v. gr.) en Aragón biela por bledo,
que refleja el catalán biet; en Asturias y San-
tander llar, lladral, con la palatalizaci6n pe-
culiar de algunos lugares de aquella regi6n)
(1); otros son vocablos netamente forasteros,
como aquellas palabras moriscas que en T 0-
ledo, al decir de Villalobos, ofuscan en el si-
glo XVI y ensuciaba la «polideza y claridad
de la lengua castellana» (2), Y las de la mis-
ma fuente que son hoy propias de algunos lu-
gares de Andalucía; otras son formaciones
ana16gicas con elementos de la lengua común,
pero no aceptadas por la generalidad, como el
ternasco arriba mencionado, que nace de tier-
no, como ternero, pero con un sufijo mucho
menos frecuente (v. gr., peñ-asco, verd-asca);
hubon, supon, dijon, vinon, quison, que en lu-

(l) Canella Secades, Estudios asturianos, p. 252.


(Oviedo, 1886); Munthe, Antec"ningar 0m folkmalet en
trakt af v;!stra Asturien, p. 34 ,Upsala, 1887.)
(2) Biblioteca de Rivadeneyra, tomo XXXVI. p. 434.

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56 R. ). CUERVO

gar de hubieron, supieron, díjeron, vímeron,.


quisieron, dicen casi todos en Extremadura,
Soria, Santander y en Salamanca mismo, ex-
traviados por esta proporción: sabe: saben: su-
po: supon; otros, finalmente, fueron de uso
general en tiempos anteriores, pero arrinco-
nados por otro uso nuevo o provincial que se
extendió después, apenas han sobrevivido en
algunas partes. Ejemplos de esto tenemos en
desmamparar, ascuchar, piadad, que aun se
oye en Andalucía, mientras que entre las per-
sonas cultas de fuera estas voces apenas son
conocidas de los que manejan libros viejos;
rabaño por rebaño es tenido hoy por aragone-
SIsmo, pero a más de hallarse en los diccio-
narios gallegos, se lee en libros de otras pro-
cedencias, como en el de Vita beata de Juana
de Lucena (1), en los Conceptos espirituales
del segoviano Ledesma (2) Y en la traducción
de T erencio por Pedro Simón Abril, alcala-
reño (3). Parece reducido hoy a Vizcaya (4)

(1) Bibliófilos españoles, tome XXIX, p. 144.


(2) p. 52, Madrid 1609.
(3) p. 165. Zaragoza, 1577, y p. J 14, Alcalá, 1583.
La concordancia de las dos ediciones, m:;y diferentes
en su redacción, parece probar que la fOlma proviene
del autor o que no chucaba en Castilla: se debe aca"o
a influencia local en los Nombres de CI isto, Pastor (f.,1.
54), Barcelona, 1587; pues las ediciones de Salamanca.
dan rebaño.
(4) Mujica. Dialectos castellanos, p. 42.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 57

atriaca por triaca, antes de uso tan corriente


que lo encontramos en Calila y Dymna (Bib!.
de Rivad., Ll, p. 49b). en las Letras de Fer-
nando del Pulgar (V 1), en el diccionario de
Nebrija y en el Símbolo' de la fe de Fr. Luis
de Granada (pte. V, l. ca,b. 1, parág. 1). Pro-
bablemente en ninguna parte fuera de las is-
las Canarias se oye la singular combinación
del acusativo del pronombre con el interroga-
tivo dó, adó, (¿dóla? ¿adólos? ¿dónde está ella?'
iaónde están ellos? ) que todavía era común
en el siglo XVI (1).
Tampoco es una e idéntica la lengua en su
forma social, si cabe decirlo así. En todos
los pueblos cultos aparece el idioma nacional
en tres [armas diferentes: el habla común, de
que se vale para el trato diario la gente bien
educada, el habla literaria, que tiene por base
el habla común, de la cual es la forma artís-
tica y en cierto modo ideal, y el habla del
vulgo, que reputamos como grosera y chaba-
cana. En castellano el habla vulgar de nues-
tros días, dejada aparte la arbitrariedad con

(1) Zerolo, La len.~ua, la Academia y los Académicos,


p. 66 (París, 1889), o Legajo de Varios, p. 173 (París,
1897). t'so antiguo: Arcipre~te de Hita, 1568 (Duca-
min); Juan del EnciJ'1a, Teatro. p.p. 351, 390; Lope de
Rueda, Obras, I, p. 48 (Madrid, 1908); Malón de
Chaide, Sermón de Orígenes (Bibl. de Rivad., XXVII,
p. 412b).
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58 R. J. CUERVO

que desfigura vocablos individuales, tiene un


fondo arcaico que representa la evolución ge-
nuina de la lengua, libre de influencias ex-
tranjeras. Muchas de las peculiaridades que
la caracterizan datan de los primeros siglos
de nuestra era, y se conforman con lo que
vemos en oeras voces de todos bien recibi-
das. Así, la conversión de e en i antes de vo-
cal (linia biata Tiófilo) no sólo ocurre en criar
(creare), Dios, (Deus), olio (oleum) , sino en
manuscri tos e inscri pciones antiquísimas (l),
de modo que ya pertenecía al habla popular
de los romanos; la conversión de i. u, protó-
nicas, en e, o (recebir, menistro, E(igenia, mor-
murar, sepoltura) aparece en infinitas voces
cultas (temer, concebir. gobernar, lograr), y se
halla igualmente en manuscritos e inscripcio-
nes de la baj a latinidad. Lo mismo exacta-
mente acontece con la pronunciación de gn
como n (dino, inorante. sinijicar, [nacía), con
la de ct como t (dotar, dotrina, letor.) de cc
como c (satisfación, jurisdición), de mn como
n (coluna, solenidad), de ns como s (costitu-
ción, istruído, mostruo) de x como s (escusar,
testo, complisión, reflaión.) Fueron generales
estas pronunciaciones entre sabios e ignoran-
tes hasta el siglo XVI, aunque en la orto-
grafía hubo alguna vacilación; y es 10 singu-

(1) Véase Diez, Gramm. I. 167; Schuchardt, Vokal.


l. 424.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 59

lar que nuestros grandes humanistas de aquel


tiempo, un Valdés, un Antonio Agustín, un
Ambrosio de Morales sostuvieron el uso po-
pular castellano y la ortografía consiguiente.
Pero no bien cayó el conocimiento de las hu-
manidades, la pedantería que lo reemplazó
fue poco a poco generalizando la ortografía e
introduciendo la pronunciación del latín clá-
sico; todavía a principios del siglo XV 1II (se-
gún testimonio de la Academia Española en
el discurso proemial del Diccionario de Au-
toridades) estaba dividido el uso de los caste-
llanos cultos en cuanto al modo de pronun-
ciar las palabras mencionadas, diciendo unos
dotor, letor, y otros doctor, lector, unos leción,
satisfación, y otros lección, satisfacción, unos
espresión, estremo y otros expresión, extremo.
Por razones fáciles de colegir la Academia
se ladeó entonces a la etimología, con lo cual
insensiblemente han ido quedando relegadas
al vulgo muchas de aquellas pronunciaciones,
y prefiere hoy, a pesar de la resistencia que
opone todavía la masa de los pueblos que ha-
blan castellano, la x antes de consonante (ex-
cavar, extraño) y en algunos casos las combi-
naciones ns, bs (transponer, substancia). No se-
rá raro que llegue a pronunciarse así entre la
gente bien educada, por más que ahora no se
haga sin asomos de afectación; pero nada de
. esto obsta a que el habla vulgar se manten-
ga constante en sus antiguos usos con nota-

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60 R. J. CUERVO

ble uniformidad en todos los países que ha-


blan castellano. Así que no lo aciertan los
que discurriendo sobre las modificaciones de
nuestra lengua, dicen que el pueblo corrompe
hoy tales vocablos; lo que debe decirse es que
los que pretenden que hablemos latín o fran-
cés, han introducido aquellas combinaciones
de letras y exigen con mayor o menor éxito
que se pronuncien. Preferencias de la misma
índole descubre la Academia en otros casos,
como al imponer el uso exclusivo de voces por
el estilo de cañafíslula, artemisia, vagabundo,
vagabundear. Cañafístola se halla en todos los
diccionarios castellanos desde el de Nebrija
hasta la 5. a edición del de la Academia (1817),
en la cual se mudó la o en u produciendo
una voz híbrida, pues que caña no fue resti-
tuído a su forma latina; altamisa es el único
nombre con que se conoce esta planta en gran
parte de los dominios del castellano. tanto en
España como en América, y está r.ancionado
en once ediciones del Diccionario de la Aca-
demia, la cual trae en la primera un ejemplo
de la Jerusalén de Lope para autorizarlo, y
pudo traer otros de las Agriculturas de He-
rrera y Gregario de los Ríos; más grave es lo
que pasa con vagamundo, que no sólo ha fi-
gurado en las mismas ediciones del Dicciona-
rio, sino que ha sido voz técnica consagrada
por todos los códigos le,!ales desde las Orde-
nanzas Reales hasta la Novísima Recopilación,
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EL CASTELLANO EN AMERICA 61

y se halla en Tirso de Molina, en Lope, en


la portada del Buscón y en el Quijote mismo:
infinitas son las voces que figuran en el Dic-
cionario con menos derechos. En cuanto a va-
.tabundear, posible es que no se haya dicho ni
en el seno mismo de la Academia. Pero lo
singular es que no hay consecuencia en esta
.animadversión a las formaciones populares; en
la 12.a edición se ha escrito sabihondo en vez
de sabiondo con la explicación de ser com-
puesto de sabio y hondo: prescindiendo de que
ideológicamente tal aglutinación no hace jue-
go con otros compuestos legítimos de dos ad-
jetivos, como agridulce, verdinegro, verdiseco,
hay un argumento histórico que convence la
falsedad de esta idea; y es que hallándose ya
ejemplos en verso de principios del siglo XVI,
época en que precisamente se aspiraba la h
proveniente de f, siempre está escrito y pro-
nunciado sabiondo como trisílabo; probable-
mente no hay ejemplos anteriores al siglo
XVIII de la pronunciación sl1bihondo, la que,
a no dejar duda, es caso de etimología popu-
lar idéntico a vagamundo (1).

(1) Ejemplos en verso de sabiondo: Question de Amor,


égloga estro 45 (1512); Lucas Fernández, Farsas y égb ..
gas. pp. 87,140 (1514); La fuerza del natural, I. 1 (R.
XXXIX, p. 209); Castillo Solórzano (en el Dice. Au-
tor.); Jovellanos Jácara a Huerta; ejemplo de sabihondo:
Vargas y Ponee, Proclama de un .solter6n (1808); así

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62 R. J. CUERVO

Decidan otros sobre la conveniencia de ahon-


dar cada día más y más la divisi6n entre
el lenguaje familiar y el literario, especialmen-
te cuando no se trata de representar ningún
uso, sino más bien de introducir una especie
de gongorismo prosódico. Pero como quiera
que sea, el espíritu conservador, ya que no
arcaizante, es benéfico para la unidad del idio-
ma, porque el lenguaje literario ejercita para
con el familiar oficios de nivelador y modera-
dar; 10 primero, ofreciendo un tipo uniforme a
las distintas comarcas, 10 otro templando la
rapidez con que, entregada a sí misma, co-
rre toda lengua a la desviación dialéctica. Co-
mo a su vez el lenguaje familiar es base del
literario, y las mudanzas que en él se han
generalizado, tarde o temprano penetran en

se halla también escrito en el D. Quixote de la Man-


chuela, Pp. 25, 90, 129 (fecha de la licencia, 1767).
«Do la sabidora Urganda» es el 7. verso del romance 0

que empieza «En aquel siglo dorado~, según el Roman-


cero general (Madrid, 1614, fol. 403 v.o), el cual verso
se halla torpemente adulterado en ks tomos XVI (p.
520) Y XXXII (p. 548) de la colección de Rivadeney-
ra por el cambio de sabidora, que es reminiscencia de
los libros de caballerías, en sabijonda. De hallarse el
tetrasílabo en la Proclama y en el D. Quixote, obras de
andaluces, y no en la contemporánea de Jovellanos,
puede suponerse que fue o es andalucismo. De la his-
toria del vocablo se deduce que es de formación rú!-
tica, forjado a imitación de verriondo, butiondo, hediondo,
cachondo.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 63

el otro, vienen ambos a encontarse en depen-


dencia necesaria. El escritor negará su bene-
plácito a intempestivas e inconvenientes alte-
raciones populares; la familia rechazará lo fo-
!"astero y extravagante que con tanta frecuen-
cia introduce y hace circular la prensa.
Si es cierto lo que dejamos apuntado sobre
el carácter· artificial, o artístico si se quiere,
del lenguaje literario, podremos ya colegir que
obedece al influjo de causas muy diversas, y
que conforme se8!'!/ estas, puede en ocasiones
o levantarse a un grado sumo de belleza, o
padecer plagas que lo afean y aun condenan
a inevitable ruina. Así los latinizantes del si-
glo XV llegaron a tal grado de exageración
cual sólo puede estimarse leyendo las obras
de don Enrique de VilIena y otros; pasó esta
moda, y embellecida el habla común por una
imitación razonable de los clásicos antiguos y
de algunos italianos, para la cual se atendía
más a las formas artísticas de la composición
que a la introducción de voces y giros, nos
dieron muchos escritores modelos incompara-
bles de lenguaje y de estilo. Tampoco duró
esto, merced al culteranismo, que apartándo-
se de lo natural, obligó el idioma a extrava-
gantes contorsiones. Muerta la lengua litera-
ria a tiempo que la nación misma estaba a
los últimos, la mudanza política, producida
por el advenimiento de otra dinastía, trajo
consigo grandes novedades para las letras: de-
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R. J. CUERVO

jaron de ser modelos el griego y el latín, y


los reemplazó el francés, que por tantas razo-
nes se llevaba en todo la palma.
Esté floreciente la lengua literaria o arrás-
trese por los suelos. su vida o su resurrección
dependen de su contacto con la naturaleza,
que no es aquí otra cosa que el habla del ho-
gar y de la calle, pura, animada, vigorosa. En
esa habla estarán siempre las fuentes de restau-
ración literaria, pues en ella se atesoran los re-
cuerdos y los afectos, ella es la que caracteri-
.'~a la nacionalidad intelectual, enlazando las
generaciones e igualando en un elemento co-
mún al sabio con el que no 10 es, y la que,
siendo instrumento propio para dar expresión
a las concepciones más personales, lo será
también para crear obras geniales impregnadas
de sentimiento y originalidad. De poner cada
escritor en su obra, con sabia selección, la ma-
nera de expresarse que le es propia, la que
ha oído en su casa, y de boca de sus paisanos,
resulta la variedad y riqueza de la literatura
patria, la fusión en ella de los sentimientos
nacionales, la abundancia del vocabulario y la
holgura de la gramática. Para formar una
obra artística, en prosa o en verso, con los
elementos que nos ofrece el lenguaje común,
S? requieren condiciones de un orden más ele-
vado que las que bastan a discernirlos y esti-
mados. La gramática y la retórica vulgares
él duras penas habilitarán para dar a cada voz
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EL CASTELLANO EN AMERICA 6S

() locución su significación precisa y combinar-


las de modo que expresen el concepto con cla-
ridad completa; menos para dar a los perío-
dos la extensión o amplitud correspondiente
o para construírlos de la manera más enfáti-
ca, elegante o armoniosa; y menos todavía
para crear una obra de justas y nobles pro-
porciones. Sm un entendimiento enriquecido
con sólida y varia doctrina y una sensibilidad
educada con el estudio de los grandes mode-
los, fecundados ambos con la práctica constan-
te y reflexiva, difícilmente se poseerá el arte
de escribir. Si en los pueblos que hablan cas-
I

tellano no estuviesen tan de caída los estudios


de humanidades, podría recomendarse una vez
más el mcesante manejo de griegos y romanos,
maestros eternos del bien decir; ya que los
tiempos no lo consienten, antes que a los fo-
rasteros volvamos los ojos a los tesoros que
en casa tenemos, y leamos y releamos nues-
tros escritores de la edad de oro. Guardémo-
nos eso sí, de interpretar perversamente el es-
píritu de los autores clásicos, no tomando co-
mo digno de imitación en sus obras sino aque-
llo que se aparta del uso actual, para agrupar en
un solo período trasposiciones y vocablos que no
se hallan en.veinte páginas de Cervantes o Gra-
nada. En el estilo, igualmente que en las crea-
ciones de las bellas artes, es la afectación a
manera de pecado contra la naturaleza, que
en sí mismo lleva su castigo; los grandes es-
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R. J. CUERVO

critores, como los grandes artistas, no se han


acercado al ápice de la perfección sino tenien
do ante los ojos por dechado la misma natu-
raleza, y escogiendo de ella lo más animado"
lo más puro, para ordenado del modo más
adecuado a producir un conjunto armónico.
De formas y actitudes comunes sabiamente
combinadas se sacaron el Apolo del Belvedere
y el Pasmo de Sicilia: de voces comunes, co-
rrientes en su tiempo, sabiamente combinadas
sacaron los antiguos sus más valientes perío-
dos, y en nuestros días se han dado mues-
tras de estilo acabado sin acudir a la arqueo-
logía fraseológica. Estudiemos pues a los an-
tiguos con discreción; tomemos de ellos su
castizo y noble c1ausular, su fidelidad al espí-
ritu de la nación y de la lengua, su habilidad
en beneficiar los recursos que ésta les ofrece,
y nada se perderá aunque falten el azás y el
por ende.

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111

Considerado el caso con poca atención, pa-


recerá que al castellano que se habla en amé-
rica puede aplicarse punto por punto lo que
llevamos dicho con respecto al castellano de
España: en una y otra parte hay provincia-
lismos, arcaísmos, voces forasteras. Sin em-
bargo, las causas que han producido estos he-
chos no son idénticas, ni acaso tampoco los
efectos. En España la lengua representa en
general el resultado de una evolución autóc-
tona del latín, con antiguas evoluciones par-
ciales en varias regiones, ya espontaneas, ya
determinadas por dialectos nativos o vecinos;
evoluciones que cada día van perdiendo terre-
no en fuerza de la invasión constante de la
lengua oficial. En América la lengua fue toda
importada, en forma harto diferente de la que
hoy se habla en España, y por pobladores de
procedencia diferente, que llevaron muchos tér-
minos y expresiones regionales; y aunque la
influencia de la metrópoli, social y administra-
tiva primero, y literaria después, ha contribuí-
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R. J. CUERVO

do a nive1arla, el resultado no ha sido com-


p1eto; y las diferencias, así con respecto a Es-
paña, donde el idioma no permanece estacio-
nario, como entre los varios Estados america-
nos, han ido creciendo. y es de temer que, con
el tiempo, vayan siendo mayores. En suma, el
caso ofrece notables semejanzas con la difu-
sión del latín en el orbe romano.
A diferencia de lo que sucedió en éste, don-
de la graduación cronológica de la coloniza-
ción dejó rastros que permiten deducir que
la lengua de España tuvo ba<;e más arcaica
que la de Francia, el Nuevo Mundo recibió
en corto tiempo establecimientos que fueron
centros de gobierno y de cultura, y la pobla-
ción, aunque constituída por elementos diver-
sos, al mezclarse y cruzarse, llegó en su len-
guaje a una especie de término medio en que
las peculiaridades provinciales vinieron en su
mayor parte a quedar ahogadas, dominando
la lengua común castellana.
Pero "i el latín que hablaba la generalidad
de los colonos romanos no era el que admira-
mos en Cicerón y en Virg;ilio, como lo demues-
tra el hecho de que en las lenguas romances
han sustituíJo muchísimos de los que como
disparates condenaban los gramáticas; tam-
poco era la lengua de los conquistadores la
que después hablaron Fr. Luis de León o Cer-
vantes, cuanto menos la de J avellanos o la de
Núñez de Arce. Como arriba queda apuntado,
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EL CASTELLANO EN AMERICA fH

en aquellos tiempos no había entre la lengua


culta y la popular la gran distancia que pr<r
dujo después el cultIvo del idioma nacional
bajo la influencia de los estudios clásicos y
de cierta manía linajuda que pretendía probar
que el castellano era hijo más parecido al la-
tín que no el italiano. En los libros, particular-
mente en los de carácter popular, que se es-
cribieron mientras estaban ocupados los espa-
ñoles en la conquista, se leen infinidad de vo-
ces y formas que todos los días se oyen entre
la gente inculta de Cc10mbia y más o menos
entre la de otros países americanos: recebimos,
ensistir, prenciPio, sospiro, sospirar, .sepoltura;
,onfición; dino, vitoria, perfecionar; Madalena;
pacencia, concencia, cencia; ahuelo; edá, maldá,
mercé; chite, ansina, naide, estentino, an (aun);
huera, huerte, huerza, huego (convertida la! en
aspiración); el pretérito vide, vido de ver; la
primera persona hue (que Nebrija escribía fue),
y las segundas personas de plural vos cuidás,
presumás, tenés, podrés, sos, con los imperati-
vos andá, carné, salí. Muchas de estas formas
aparecen ya como vulgares en aquellos libros,
pero otras siguieron por algún tiempo usándo-
se entre]a gente culta, hasta que al fin también
se ap]ebeyaron. Es fuera de duda, además, que
muchas de las vulgaridades americanas lo eran
ya en esos tiempos, y que las llevaron consi-
go los españoles incultos. Juan de Castellanos
nos cuenta que el gallego Blasco Martín era

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l.. J. aJERVO

tAn basto y tosco que movían a risa sus voca-


blos, entre los cuales menciona a venada por
cierva y arci6n por ación, que aún se oyen en
Colombia. En el discurso de este libro hem08
pro:urado comprobar estos hechos, hasta don-
de nos ha sido posible, tanto para dar idea
clara de los orígenes del habla americana, co-
mo para salvar al pueblo que la habla del
cargo de original corruptor del castellano.
Que los colonos romanos llevarían consige
voces dialécticas, dan lo a entender formas co-
mo escoJina, chiflar, que no reflejan los tér-
minos latinos scobina, scbilare, sino las formas
osco-umbricas, caracterizadas por la j. De ca-
lOS semejantes en América citamos unos cuan-
tos en este libro (parág. 996 y sgs.), aunque
no es fácil determinar la época en que se in-
trodujeron, supuesto que la inmigración conti-
nuó por largo tiempo, si bien en distintas pro-
porciones según las épocas o lugares. Come
argumento de la indecisión que hay en este
punto, valga lo que sucede con las dos formal
frisol y frijol. Es la primera netamente caste-
llana (1), mientras que la segunda, que pre-

(1) V. parág. 777. «Las judías se llaman por los lati-


aos Phaselus, y también Smilax hortensis. Por los cas-
tellanos Frisoles y también Alubias" (Ribera, sobre dios-
e6ridis, n.99; Laguna escribe del mismo modo). En las
ediciones 9.- y 10.- del Diccionario califica la Academia
a ¡rilol de provincial. Frijol dejó de mencionarse en la
•. - para no reaparecer hasta la 11.-, sin calificativo algun •.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 71

~upone la paralización de la s sonora, pecu-


liar del portugués y dialectos afines, podemos,
sin mucho riesgo de errar, considerarla como
prÓpia, al tiempo de la conquista, de la parte
occidental de España. Pero sea de ello lo que
fuere, el caso es que no aparece en los diccio-
narios más antiguos que tenemos a mano, ni
tampoco en los primeros vocabularios de len·
guas americanas, que, más conformes con el
uso castellano, sólo dan frisoles (1); desde fi-
nes del siglo XVI I frijol es ya común en los
vocabularios y otros libros americanos (2), y
a principios del XVI 1I apunta la Academia
que «en algunas partes los llaman fríxoles). Hoy
no se conoce otra forma en casi toda la Amé-
rica española; y decimos casi porque en el
Ecuador, en Chile y el Río de la Pata se desig~
1\8 la legumbre con el vocablo indígena porot.
y en Colombia se usan fríJol y frisol en regio-
nes diferentes. E s verosímil que entre los pri-
meros conquistadores hubiera ya algunos, par-
ticularmente entre los populares, que_usaran

(1) Matina, 1571; según el señor García Icazbalceta,


€n los manuscritos mejicanos del siglo XVI no se halla
!lino frisoles; Valdivia. 1606, s. v. dúgúll; Serranía, 1612,
Ruiz Montoya, 1640.
(2) Tauste, 1680; Píedrahita, His. gen. de las conquis-
ta. del Nuevo Reyno de Granada, p. 132 (Amberes, 1688);
Zamora, His. de la Prov. de S. Antonino, 1701 (aproba-
.ci6n, 16(6); Febrés, 1765.

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72 R. J. CUERVO

la forma provincial (1); y como se trataba de


un producto que con más frecuencia se nom-'
bra en los mercados y cocinas, pudo aqué-
lla fácilmente extenderse, como lo hizo la de-
nominación indígena en las comarcas en que
era considerable el elemento autóctono que
trataba con el colonial. El haberse conservado
en Antioquia la forma original ha de atribuír-
se, por una parte, a la mayor homogeneidad
de los primeros pobladores, que fueron en gran
parte isleños, entre los cuales dominaba el ha-
bla andaluza, más conforme en ese tiempo con
la castellana, y, por otra, al aislamiento en
que (según indica D. R. Uribe Uribe) vivió
por largo tiempo aquel país montañoso (2).

(1) Sin dar más crédito del que conviene, a edicio-


nes modernas que no presumen de estrictamente paleo-
gráficas, indicaremos que en la Hist. gen. y nato de Ovie-
do se halla la forma C;ln s (Tomo 1, pp. 564. 576), co-
mo en la Apologética historia de Casas (p. 176); en la
Hist. de las Indias del mismo está frisole.s y frixoles (1,
p. 329; II 1, p. 312): ¿provendrá aquí la divergencia del
diverso origen de los escribientes?
(1) El escribano Juan Baptista Sardilla, que acompa-
ñó a Jorge Robledo en el descubrimiento de Antioquia,
dice en la relación de él, que en la provincia de Pancu·
ra, "puso en orden toda la gente, e halló que tenía
ochenta y cuatro hombres, todos isleños, los treinta de
a caballo e los demás de a pie, donde venían muchos
caballeros e personas hcnradas:t. (A. B. Cuervo, Co{ec-
cíón de documentos inéditos, Il, p. 401; Y luégo, p. 411).
Lo mismo asienta el escribano Pedro Sarmiento en su

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EL CASTELLANO EN AMERICA n
Puede decirse que la española fue en Amé-
rica el campo de aclimatación donde empezó
la lengua castellana a acomodarse a las nuevas
necesidades. Como en esta isla ordinariamente
hacían escala, y se formaban o reforzaban las
expediciones sucesivas, iban éstas llevando a
cada parte el caudal linguístico acopiado, que
después seguían aumentando o acomodando en
los nuevos países conquistados. Allí se llamó
estancia a la granja o cortijo, y estanciero 211
que en ella hacía trabaj ar a los indios (voz que
luégo ha pasado a significar el que tiene o
guarda una estancia) (1); allí quebrada se hi-

(1) Había hecho una estancia que en Castilla creo


que llamaran casería, o cortijo, o heredad, donde se ha-,
dan las labranzas y deIla~ el pan, y se criaban gallinas,
y hacían huertas, y todo lo demás que era menester
para tener hacienda o heredad los españoles» (Casas
Hist, de las Indias, 1I, p. 374); "Tenía ciertas granjas,
que acá Ilamamos estanciaS4 (Id., ib., IV, p 380; item.
III. p 255; Apol, hist., cap IV); "Permitió ponellos y
mandallos unos verdugos españoles crueles, a los que
andaban en las minas, un03 llamados mineros, v a los.
que andaban y trabajaban en las granjas o estáncias.
,,ytancieros» (iel., Hist. de las Indias, II 1, p. 73); "Dor-
mí en una estancia de un hidalgo llamado Diego de
Morán. e de un Avilés. y el Avilés era el estanciero .•
(Oviedo, Hist. y gen., nato IV, p. 64; item, p. 147).

relaci6n de! viaje de Robledo a las provincias de An-


cerma y Quimbaya (id., p. 437). En la primera de es-
tas relaciones se halla varias veces ¡ri,yofes.

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R. J. CUERVO

.•o sinónimo de arroyo (parág. 603); se genera-


lizó el sentido de ramada (parág. 667); Y se
aplicó a las puches o gachas que de maíz ha-
.•ían los indios el nombre de mazamorra con
que la gente de mar llamaba el potaje hech.
de pedazos de bizcocho hervidos en agua (1);
allí empezó a decirse que los indios o los anima-
les se alzaban (2). Y a hablarse de culebras.
~ tigres cebados (3). Dióse a varias plantas y

(1) Macamorra: biscuit, boui/ly pour la chourme (Víc-


toro Pudrióseles tanto el bizcocho (en el cuarto viaje
de Colón), y hinchóseles de tanta cantidad de gusanos,
-.ue había personas que no querían comer o cenar la
macamorra que del bizcocho yagua, puesta en el fue-
go hacían». (Casas, Htst. de las Indias /ll, p. 128). cTe-
l'lían poco de comer, y esso era fesoles e calabazas e
poquito mahiz, e no tenían ellos en qué guisarlo; per8
lIladanlo mazamorras (que son como puches o poleadas»).
(Oviedo, Hist. gen. y nat., lII, p. 608).
(2) cGuay de aquellos (indios) que se huían, o, co-
1110 los españoles decían en w lenguaje, se alzaban>.
(Casas, Hit. de IndiCl8, 11 p 374) «Hay también mu-
.hos (perros) de los que se trujeron de España, é mu-
chos dellos se han alzado e féchose salvajes, e andan en
los montes e son muy dañosos). (Oviedo, HiJt. gen. y
nat .. 1, p. 408).
(3) cSon muy dañosos (los tiburones) en los vados de
los ríos é donde son avezados o están ya cebados». (Ovie-
do, o. c., l. p. p. 43l).-«Se creyó que debía ser ua
solo tigre vezado o cebado en aquellos pobres compañe-
ros incautos e flacos, que con hambre y desarmados sa-
lían al campo solos, donde los mataban). (Id, O. c., H.
p. 183).

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EL CASTELLANO EN AMERICA 76'

frutas indígenas el nombre de otras españolas


en fuerza de alguna semejanza cierta o imagi-
.aria, como al níspero, al plátano, a la cirue-
la, al manzanillo; y también se aprendió el
nombre indígena de muchas cosas, que ha ve-
nido a ser el común castellano. Muchos térmi-
flOS y formas que entonces eran corrientes en
España y después han caído en olvido. de ahí
se extendieron por otras partes, y, gracias al
aislamiento, subsisten hoy, ora bien recibidos,
ora un poco o harto desacreditados; por ejem-
plo abarraiar (1), aciprés (2), barrial (3), bra-
(1) Según Cristóbal de las Casas (1570) abarrajar sig·
Jlifica en italiano sbaragliare, y según Percival (1599)
en inglés to dash against the wall, to destroy, to spoile,
¡" Tuine, lo unbarre, to hauoeke, to disorder. to seatter, tit
tio violence, .El (Hernando de Soto) ni de las islas ni
de la tierra del Norte ninguna cosa sabía sino de la
gobernación de Pedrarias, en Castiila del Oro e Nicara-
~a, e del Perú, que era otra manera de abarrajar in-
dios:> (Oviedo, o, e., l, p. 558).
La ardiente clava con furor violento.
Uno y otro abarraja (sic), treinta y cinco (Valbuena,
&rnardo. lib. XXII: Madrid, 1808). Usase hoy en Hon-
liuras con el sentido material de abarrar o estrellar, Y'
en el Perú con el de resbalar y caer de bruces, lanzar-
le en la vida airada (Palma).
(2) Oviedo, o. e., II l. p. 348 (cp. Lope de Rueda,
Obras, 1I, p. 18: Madrid, 1908): usado hoy en Costa
Rica.
(3) Parág. 744. «Se detuvo en un barrial cenagoso».
(Oviedo, o, e., lV. p. 291). Además de Colombia. se
usa en Venezuela y Chile.

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76 R. J. CUERVO

'lada (1), desboronar (2), desmamparar (3), lin-


dar (4), troja (5), trompezar (6). etc.
Ilustran y confirman notablemente este pun-
to las relaciones Que del descubrimiento de
Antioquia, Ancerma y Quimbaya extendieron
los escribanos que en él acompañaron al ma-
riscal Jorge Robledo (a las cuales hicimos re-
ferencia en la nota a la pág. 53). Ahí vemos

(l) "Dan por ellas un arco e dos flechas e una red


de hasta una brazada luenga e otro tanto ancha~)
(Oviedo, o. e, l/I, p. 617) Cp. "Auia (el lugar) ma¡¡
en largo de ciento brasadas») Amadís se Caula, 1, 19).
De uso tan extenso como barrial.
(2) Parég. 941. Común en Méjico, Guatemala, Nica-
ragua y Chile.
(3) Oviedo, O. c, IV, p. 287; Casas o. e., l. pp I~
234, etc. Cp. Aucto del magná (Bibl. de Riv., LVIII,
p. 8. a), y muy frecuente en libros más antiguos. Sub-
siste en Méjico.
(4) Parág. 117, nota. Casas, A,óDlogética historia, p.,
30a. (Madrid, 1909).
(5) Parág. 744, «La isla de Sicilia, la troja o alhoH
€le los romanos nombrada». (Casas, ahí mismo, p. 47"),
Cp. «Troxa de pan, horreum i granarium. ii». (Nebri-
ja, 1516). Se usa también en Venezuela.
(6) Parág. 974. Oviedo. o. c., 111, p. 174. «Limpiaban
el camino, que no hobiese aun paja, ni piedra, ni trom-
pezadero alguno.» (Casas, Apolog. historia, cap CCXLIV)
«Eran al pueblo lazo y trompezadero". Caso de Reina,
Mac. 1, V, 4. De uso vulgar muy extenso, si no gene-
ral, en América.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 71

que se va aplicando a los objetos naturales, a


las armas y costumbres de los indios el nom 4

bre aprendido, o en la Española, (ají, arcabu.


ea, batata, beiuca, bija, cabuya, ceiba, curí, guw-
ma, sabana, yuca, barbacoa, guazábara, hama-
ca, macana), o en otros puntos de la Tierra
Firme de antes conocidos, (auyama, pijavaes,
aguacate, chaguala, chaquira, estática), o final-
mente en el Perú, de donde acaban de llegar
los descubridores (anacona, choclo «que es maíz
tierno»). Aparecen igualmente voces o acep-
ciones al vidadas hoy en España (desmamparar.
fuemos, barranca, parág. 702), una que era no-
toriamente provincial en aquel tiempo (cande-
la por lumbre o fuego) y otras de anterior
creación americana (estancia, palmicha (1), des-
echar en el sentido de echar por el atajo).
Continuemos el cotejo con el latín. A medida
que Roma fue otorgando nuevos derechos a
las provincias, decayendo e igualánJose con
ellas, fue mermando su influjo, despertándose
fuera el espíritu independiente y debilitándose
la tradición literaria. Faltó, por una parte, el
acierto en la elección de los modelos, y, por

(l) Hay unas palmas que tienen una cierta fructa


de catar de dátiles que llamamos po.lmicha-. (Fr. 8. de
las Casas, Apologética historia, cap. IV),-<También se
hacen (balsas) de palmicha y de junco o enea>; <pal-
micha para ranchos>. (Vargas Machuca, Milicia india-
na, 1, pp. 200, 221: Madrid, 1892).
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78 R. J. CUERVO

otra, hallaron cabida en la lengua escrita di-


vergencias que ya existían en la hablada, con
que se hizo visible el desnivel del vocabulari<#
y de la frase, tal que, en vista de ello, ha si-
do posible determinar la patria de varios es-
critores, que sin eso no se conociera. Pero el la-
tín en su caudal común, no podía exentarse
de la suerte ordinaria del lenguaje, y alejándo-
se más y más del tipo clásico, llegó a perder
mucho de lo que lo caracterizaba. Confundido
el uso de los casos, desgastada la declinación,
era forzoso precisarla por medio de las pre-
posiciones: varios tiempos del verbo se suplie-
ron con fórmulas analógicas; el vocabulario se
alteró con las acepciones diferentes que reci-
bieron las palabras, y si se acreció con nuevas
adquisiciones, también mermó con el olvido de
muchos términos, y perdió de su propiedad
con la errada aplicación de los sinónimos. Des-
ligados completamente los miembros del impe-
rio con las invasiones de los pueblos setentrio-
nales y faltando la norma que daban la ad-
ministración común y el trato frecuente, en
cada parte siguieron las divergencias por el
rumbo que ya llevaban. En suma, la influen-
cia ineludible que el clima, los enlaces étnicos
junto con otras causas de difícil averiguación,
ejercen en el tono. en el acento y en el tiempo
elocutorio (o sea la rapidez o lentitud de la
prolación), y en general en la parte fonética,
y la influencia no menor que tienen la analo-
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EL CASTELLANO EN AMERlCA '"

~ía y otras operaciones sicológicas para alterar


el caudal origin~rio, han producido, obrando
en direcciones diferentes, las diversas especies
de latín que llamamos lenguas romances. Para
ver prácticamente ejemplificados los princip~-
les hechos de la ramificación del latín, no te-
nemos más que pasar los ojos por la Oración
dominical redactada en cada uno de los dialec-
tos: diferente evolución fonética, diferente dis-
tribución del vocabulario, renovación sintácti-
ea, olvido de unos términos y su reemplazo
con otros. Hechos unos que tienen sus raíces
en el latín común, otros que han ido introdú-
ciéndose, con intervalos de tiempo más o me-
nos largos, en todas o en cada una de las re-
giones, y que sumados producen hoy la impre-
sión de una diversidad completa.
No vaya nadie a figurarse que las modifica-
ciones que en un principio padeció el caste-
llano en América, debidas ya a la apropia-
ción de vocablos indígenas, ya a la aplicación
de voces castellanas para designar nuevos ob-
jetos, ya a la persistencia de vocablos anti-
guos, son hoy las Únicas que distinguen la
lengua que se habla en las diferentes partes
del Nuevo lVlundo, de la que se habla con el
Antiguo. Dejando aparte las divergencias fo-
néticas, unas generales, como la pronunciación
de z (o e) como s; otras peculiares de ciertas
regiones, como la de II reemplazada por y"
la de y por j francesa (en parte de Méj ica y
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R. J. CUERVO

en Buenos Aires), y las muy perceptibles en


el acento y el tono, las hay también que se-
paran la estructura morfológica y sintética,
así de la española como la del lenguaje de
varios estados entre sí. Es la más notable la
que, arrancando del antiguo uso español de
los pronombres de segunda persona, ha con-
servado el uso de vos con las inflexiones tomás,
comés, hicistes, ocasionado el olvido de tú, ti,
vosotros, y dado origen a una nueva inflexión
(vos tomabas, tenías) con la mezcla de vos y
te (te engañás; ya verés que nada he dicho de
vos): hecho muy extenso que da al habla fa-
miliar y popular un aspecto completamente
diferente del uso castellano. En la parte mor-
fológica se advierten algunas tendencias anár-
quicas; por ejemplo, en el número, a emplear
como singulares, omitiendo la s, palabras a la
traza de alicates, despabiladeras, pinzas, an-
garillas, andas; y por el mismo estilo decir
cortapluma, buscaPié, paragua (1): y por el
contrano, un pelmas, un tarambanas, un pa-
langanas (2), en fuerza de confusión analógica
con voces denigrativas como pelagatos, azota-
calles. En el género, a acomodar la forma
gramatical al sexo: potranca, marica (Ven.),

(1) En el Perú, Arona, p. XVI; en .Guatemala, Ba-


tres, Jáuregui, p. 174.
(2) En Costa Rica, Gagini, s. vv.
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EL CASTELLANO EN AMERICA &t.-

aguillillo (Co1., Perú), antiguallo (viejo en el,


último país); hipócrito (Mej.), pleitisto (en
Cota Rica, y de ahí papelisto, burlisto, repa-
Tatisto); o bien a alterar la forma genérica a
semejanza de otras palabras: alharaca, arrt-
tranco, cabuyo (Ec.), cerrillo y nesgo (Mej.),
lagartijo (Ven.) En la conjugación es también
frecuente el confundir los paradigmas de la
en -er y la en -ir sobre todo en la segunda·
persona de plural: tenís. olís, y menos en la
primera: cabimos. Acaso más común es la
confusión de los verbos en ear, iar: golpiar,
golpeo; cambiar, cambeo; fuera de lo cual hay
en todas partes otras formas que se alejan de las
tradicionales. Con pasar los ojos por los di-
versos trabaj05 que en América se hall pu-
blicado sobre el estado del castellano, se no-
ta que el vocabulario se ha alterado consi-
derablemente, o con la formación de palabras
nuevas o con la deformación de las antiguas;
sin que, por otra parte, pueda juzgarse de la
distribución del diccionario castellano, corden-
te entre los varios estados, pues no existen
obras en que se registren las palabras que se
usan efectivamente en cada uno; pero es cierto
que en algunos se conservan términos que en
otros están olvidados: en Colombia, porejem-
plo, ¿quién ha oído decir anafe o alcartaz,
comunes en Méjico, o sepe, mancarrón en el
Plata, o escobilla por cepillo en el Perú, o
enhebrar la aguja en Chile?
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11 R. J. CUERVO

Es difícil fijar históricamente el tiempo


en que se han introducido las alteracio-
nes de cuya suma ha venido a resultar el
estado actual. Los libros impresos en Espa.-
ña o bajo su influjo literario en la época co.,.
lonial, dan poca luz; para el caso sería más
conducente el examen de los archivos. Sin em-
bargo, aun pueden encontrarse noticias que
nos autorizan a creer que bajo la aparente
unidad de la dominación metropolitana se
ocultaban gérmenes de división. Por Piedra-
hita sabemos que ya en el siglo XVI I los n8-
tUiales de Cartagena, «mal disciplinados en la
pureza del idioma español, lo pronunciaban
generalmente con aquellos resabios que siem-
pre participan de la gente de las costas de'
Andalucía> (1). El mismo. en voces para las
cuales carecía del apoyo literario de España,
dejaba ver de qué suelo venía, escribiendo
siempre mais, maisal, siénega; y descuidándo-
se en el empleo de formas como ardita, bar-
zal, abarrolado (2). Más abundante en formas
o acepciones nuevas es Zamora: ardUa, estan-
tiilo, encauchado (sustantivo), salvia, malvisco,
gallinazo, contra (contraveneno), grullón, hacer

(1) Historia general de las conquistas del Nueyo


Reyno de Granada, lib. lB. cap. IIl. (Amberes. 1688).
(2) lb .• pp. 7, 19, 231.

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EL CASTELLANO EN AMERICA 83

alto (prestar apoyo, favorecer) (1). Pero libros


de esos tiempos parece que no ofrecen desvia-
ción en la morfología, en el sentido restricto
de declinación y conjugaci6n, ni menos en la
sintaxis; lo que no quiere decir que no las
hubiese ya en el habla popular o familiar;
s6lo que la lengua literaria era más fiel a la
tradición. Después de la Independencia ha si-
do forzoso escribir más, y más de prisa y so-
bre muchas materias que antes no se tra-
taban, para lo cual es preciso consultar
obras extranjeras; consecuencia de lo cual ha
sido que aparezcan en lo escrito incorreccio~
nes que antes andaban vergonzantes, y extran-
jerismos que afearon la antigua limpieza cas-
tellana. Lo que aquí decimos de Colombia
puede aplicarse en general a los demás esta-
dos americanos. En todas partes, de algunos
años acá, se han hecho laudables esfuerzos
para purificar, así la lengua literaria como la
familiar; con todo. el resultado no se percibe
las más veces sino en una esfera bien reduci-
da, ni es permanente, porque si logra extirpar-
se un abuso, otros persisten, surgen otros,
y nunca al cabo puede contenerse el movi-
miento incesante del lenguaje.

(1) Historia de la Provincia de San Antonio del


Nuevo Reyno de Granada del Orden de Predicadores,
pp. 7, 54; 36, 43, 39; 41; 50; 53; 54-5; 58; 74, 77.
(Barcelona, 1701).
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R. J. CUERVO

Si es cierto que en los siglos que han co-


rrido de la conquista acá, ha padecido el cas-
tellano fatal evolución, en España como en
América; que esa evolución no -ha sido unifor-
me en todos los dominios de la lengua, de
auerte que no es idéntica el habla de ningún
estado americano a la de que fue metró-
poli; que entre estos mismos estados existen
diferencia~ notables, que indudablemente irán
acreciéndose gracias a la OOCH comunicación re-
cíproca y a ja influencia que tienen las capi-
tales para constituír centros 1inguÍsticos, uni-
formando los usos y fórmulas de su propio
territorio; si es cierto que 13 len~r,ua literaria
es creación más o menos artifIciai que oculta
las peculiaridades locales, y que el día en
que difiera .:;onsiderablemente de la lengua ha-
blada sería insuficiente para su objeto; si todo
esto es cierto, ¿cabe en 10 D03ible que corra
el castellano la suerte del latín? TeÓiÍcamen-
te, la respuesta debe ser afirmativa. Falta sa-
her los siglos que serán necssarios para llegar
• ese punto, y las circunstancias históricas que
lo apresurarán o lo retardarsn.
Mientras tanto, en obsequio de las facilida-
des que ofrece una lengua c:)mún para la tras-
misión de las luces y para estrechar la frater-
nidad de pueblos de un mis:TIo origen, y en
vista de las ventajas que logra el arte de es-
eribir aprovechándose de un instrumento ya
probado y de una materia desbastada median-
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EL CASTELLANO EN AMERlCA 8S>

te una labor secular, es patente la necesidad


de conservar la pureza de la lengua literaria.
Si reconocida esta necesidad, se desea sincera-
mente mantener la unidad, tanto españoles co-
mo americanos han de poner algo de su par-
te para logrado. En este concepto cabe hacer
una restricción, o mejor dicho, una distinción
con respecto a la frase de Puigblanch que va
como epígrafe de este prólogo: cuando los es-
pañoles conservan fielmente el tipo tradicio-
nal, su autoridad es la razón misma; cuando
los americanos lo conservamos y los españoles
se apartan de él, bien podemos llamados al
orden y no mudar nuestros usos. Si el bene-
ficio es común, común ha de ser el esfuerzo.
Ahora, si alguno se jutga con el derecho de
hacer de su hij uela lo que le plazca, no ten-
drá razón para inculpar a los que no le sigan.

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IV

El hecho de que cada época de la lengua se


diferencia de las precedentes, no puede tener
otra causa sino que hay novedades que se ex-
tienden y arraigan hasta formar parte del len-
guaje familiar y literario, condenando al olvi-
do algún uso anterior; o en otros términos,
.que voces. formas, acepciones y construccio-
nes que fueron en un tiempo locales, o extran-
jeras, o nacidas de una falsa analogía, y por
lo mismo censurables por igual razón que las
que hoy nos parecen adolecer de los mismos vi-
.cios, se generalizaron y obtuvieron la sanción
del uso literario; con lo cual lo que antes era
provincialismo, barbarismo (': solecismo, dejó
de serIo y perteneció de hecho a la lengua cul-
ta nacional. Llegado este caso, prescribe de
tal modo la acción de la autoridad, de la gra-
mática y c:lela etimología, que no sólo sería
inútil sino ridículo intentar reforma o reivindi-
cación. ¿ Qué caso haríamos de quien nos acon-
sejase decir veredes, pongades, pudLéredes, oiría...
.des, aunque conviniésemos en que todas estas
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R. ). CUERVO

lormas se acercan más a la etimología y las úl-


timas eran preferidas de Lope y de Cervantesr
El oficio pues de la crítica gramatical no es,
resucitar lo muerto, sino conservar y depurar'
Jo vivo; sólo entonces es benéfica o a lo me-
nos eficaz su acción, cuando apuntan las co-
rruptelas, cuando están introduciéndose voces
inútiles o mal formadas: es decir. cuando lo
antiguo todavía tiene vida y circuÍación. Gra-
cias a críticas oportunas, se ha contrarrestado
el uso de la forma verbal en ara, era ccn el
sentido de pretérito o copretérito de indicativo,
que tanto empalaga a Menéndez y otros hasta
Pastor Díaz, y el de la segunda persona de! pre-
t€rito de indicativo en les, que con el ejemplo
de algunos andaluces y de Zorrilla amenazaba
introducirse en el lenguaje poético; gracias a
la misma, pocos dicen ya reasumir por resumir,
° hacen esdrújulcs a mendigo, perito, colega y
('tras.
El ejercicio de esta crítica da por supuesta la
existencia de un tipo de corrección gramatical
y léxica, y de criterios ciertos para comparar
y para condenar o aprobar.
Si, como dejamos dicho, el concepto de la
lengua en general es una abstracción, y la gra-
mática una especie de término medio en que
conviene la mayoría de los que en cada épo-
ca la hablan, parecería aventurado afirmar que
existe un tipo real y cierto con cuya compara-
ción saltase luégo a los ojos la corrección o in-

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EL CASTELLANO EN AMERICA ~

corrección del lenguaje, su cultura o tosque-


dad, en una palabra sus buenas o malas cua-
lidades; y ayudaría no poco a este escepticis ..•
mo el ver que a menudo cada crítico o gra-
mático juzga a los que hablan o escriben, com-
parando las expresiones de ellos con la prácti-
ca de su propio lugar nativo y sUJetánd01as a
sus teorí?s personales o a la medida de sus
modeles favoritos; de manera que no es raro
que sobre un l1iismo punto se den opiniones o
reglas contrarias. Pero no cabe duda en que
si con ánimo fn:¡nl.~odilatamos la vista más
allá de nuest f3 C8sa y buscamos aquel térmi-
no medio en que la lengua familiar casa con
la literaria, y ('; que más o menos concuer-
dan 18. grarr<:¡ca y el vocabulario de la gene-
ralid2d. De .=:",> j ¿¡f:cil hallar un criterio que
a todos S3[ ::.,' . a. '(omando como base de es-
tudin, DO yu (;;~2jl1ente los escritores de nues-
tros dfas, ~'Y")' ~. GC un reríodo bastante lar-
go que eo:" . :'1"II:a los autores de nuestra edad
de o¡':~, :'!~..',:!T' .::;, a más de establecer la con-
tinu¡c1,c,c!2,": 'a l'''[!'1ua literaria, campo suficien-
te r 1'7-'3 cu[n O' ¡, ;"'.:S:1es fecundas que, deseu-
b·ne,,( .(:,'
,,'
,-,,:" l.,',,' :,~ aparta de 1os demasr
y
perv;e,'.t 1a h':',~1:__ 3 común, autoricen alacrí-
tica
..
rOf8. f', star;o a desandar el mal ca-
mmo ~'...;~' ,o.
E~~,1 C'.LT ,:" constante del habla fami-
liar c~m :G:' 1;:~ ',','a y de ésta en sus varias
épocas es gi' an.l', ,,'::lte luminosa para penetrar
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R.]. CUERVO

en la vida del lenguaje, discernir los grados de


sus transformaciones y rastrear las causas que
las producen; mediante ella reparamos fácil-
mente en las novedades, las analizamos, y las
aprobamos o desechamos. Veamos con algunos
ejemplos cómo la investigación histórica escla-
rece puntos dudosos y enseña la solución acer-
tada. Usan a.lgunos escritores en España la
construcción se los alaba, se los castiga, pero
aun es más frecuente allí mismo poner Les en
lugar de los, y fuera de España choca nota-
blemente el último. Siguiendo el rastro de es-
tas frases, hallamos que desde el siglo XVI I
en que aparecen, nacidas sin duda por la ana-
logía con se les dan alabanzas, se les impuso La
pena, hasta principios del siglo XIX se dijo
solamente les, y que de entonces acá ha co-
menzado a emplearse Los: esta circunstancia
hace ya presumir que tal uso es impropio; con-
vlértese la presunción en convencimiento si
consideramos que a nadie se le ha ocurrido de-
cir en singular lo en vez de le (se lo castiga,
se lo alaba, en el sentido de él es castigado, él
es alabado); que en España ha podido intro-
ducirse el los, sin que repugne, por el empleo
impropio que desde antiguo hacen de él los
castellanos en vez de les (los pegó fuego, los
echó la bendición';, y finalmente que las razo-
nes gramaticales que se alegan en su favor son
completamente fútiles. Pasemos a otro caso:
de el siglo XVI acá han venido haciéndose
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EL CASTELLANO EN AMERICA 91

invariables y asumiendo carácter preposicional


adjetivos como obstante, embargante, durant~.
excepto; hoy está entrando inCluso en la mis-
ma categoría. como que a menudo se oyen y se
ven escritas frases de esta forma: «El huracán
destruyó todas las casas. incluso las de piedra».
Es aquí la analogía con excepto tan obvia y
natural que, a lo que puede sospecharse, co-
mo no tengan sus puntas de gramáticos, po-
cos serán los que reparen en aquel uso nuevo
que se entra sin sentirlo en la corriente de la
lengua, y que en nada altera su sintaxis; sal-
vo mejor parecer, puede dejarse pasar sin re-
probación. No diremos lo mismo de otro caso
de extensi6n analógica que vamos a exponer:
en los primeros tiempos de nuestra lengua la
forma verbal ara, era. exclusiva entonces de
indicativo «ovistete de alabar que mataras al
moro~; esto es, que habías muerto al moro),
tenía cabida en la apódosis de oraciones con-
dicionales con el mismo título que hoyes ca-
pretérito (o llámast: imperfecto), cuando deci-
mos: «Si lo hallásemos nada nos taltaba~; de
la ap6dosis pas6 a la hipótesis, convirtiéndose.
«Si tuviese, le diera» en «Si tuviera, le diera:.,
por la tendencia a igualar materialmente dos
miembros análogos en el entendimiento, como
que en virtud de una misma metáfora son am-
bos implícitamente negativos. Cosa parecida
está hoy verificándose con la forma en -ase,
-ese. que por ser etimol6gicamente propia del
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R. }. CUERVO

!rUbjuntivo cae muy bien en la hip6tesis, de la


,=ual ha :sido peculiar; sirva de ejemplo esta
frase, en que está empleada para la ap6dosis:
«Si el escritor no se hubiese descuidado en
aprovechar los datos que en estos últimos
tiempos se han sacado a luz sobre las costum-
bres de la época, juzgo que nos hubiese pre-
sentado un cuadro más exacto de ella). A lo
que creemos, este último hubiese no debe de
disonar en Castilla, porque en lo moderno la
forma en -se es allí más generalmente usada
que en otras partes; por el contrario, el dicho
hubiese es muy poco grato a los que, a más
de valerse en lo familiar antes de la forma en
-fa que de la otra, cuando son equivalentes.
la lectura asidua de nuestros buenos autores
tiene habituados a otra estructura de estas ora-
ciones. Todavía más disonante es el empleo
de la misma inflexi6n en aquellas frases elíp-
ticas en que sólo aparece la apódosis, como en
este pasaje: «Hay en Los Siete sobre Tebas des-
cripciones y retratos que no hubiese desdeñado
el mismo Homero:J. La generalización de estos
usos puede ser de gravísimo daño para nues-
tra lengua, porque la forma en se va tomando en
España tal predominio que no sólo amenaza
excluír la en ra, sino también, por un abuso aun
menos disculpable. la en re; con que, si no se
modera este impulso conservando a cada una
sus oficios tradicionales, padecerá la conjuga-

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, ,
EL CASTELLANO EN ,AMERICA 9iJ

dón castellana notable menoscabo sin ventaja


alguna.
Tratándose de voces y construcciones flaman-
tes o que no tienen larga historia; tenemos pa-
ra criterio las analogías generales de la len-
gua, o digamos las reglas gramaticales de mor-
fología, prosodia y sintaxis con las conside-
raciones psicolÓgicas o etimológicas que deter-
minan ia forma o significación de los vocablos.
Pero todo esto, gsí como los argumentos histó-
ricos,. nada puede cuando el uso se ha declarado
{)se declara en contra. Puede decirse de los dis-
parates, como de los libros, que tienen sua (ata:
de la fac.ilidad y frecuencia conque se producen y
pululan, bastan a dar idea los tropiezos y con-
fusion::s de letras, palabras y frases en que
incurrimos al hablar, y que, según opini6n
probaole, &~n origen a muchas de las mudan-
zas que modifican las lenguas. Unos aparecen
como c.ases 2.islados y pasan fugaces e infe-
cundos; otros se comunican y pegan a pocas
persr;08<;, y después de corta vida no dejan
rastro d~ S1; otros más dichosos se extienden
inadvertidas y cobran tal vigor que no hay
ya fuerzas que los arranquen, pues han pene-
trado en el corazón mismo de la lengua. Ci-
tar oPv"cuidos y aún barbaridades individuales
o que hayan merecido imitación aislada no ha-
ce a nuestro propósito; sin embargo, como cu-
riosidad literaria apuntaremos que el hechizo,
híbrido y descabellado lenguaje de Centólt

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R. J. CUERVO

Epistolario suministró a lriarte el adverbio


abastanza (Fáb., XXXIX) Y a Martínez de la
Rosa el adjetivo aceroso (Hemán Pérez del Pul-
gar), quienes sin duda se figuraron haber da-
do con granos de puro oro castellano. Tam ..
poco viene a CUenta tratar de aquellos vicios
que se originan de la imitación de un corifeo
(como es natural, más en sus defectos que en
sus cualidades loables), y que se convierten
en caracteres de una secta o escuela: aunque
también suelen dejar huellas de su paso, como
se ve en tantas voces cuya introducción se de-
bió a los gongorinos (v. gr, nativo, mórbido,
tedio, fulgor, libar, numen, meta, trámite, tré-
mulo, etc.) sin que aprovecharan para atajar~
las las censuras, entre otros, de Lope y de Vé-
tez de Guevara. Más importantes y curiosos
son los casos que van a verse. Quién, a más
de ser como relativo el acusativo latino quem
petrificado, se emplea a cada paso en sentido
indefinido quién llora, quién ríe; quien bien oye
bien responde: ¿quién está arriba?; por aquí se
puede conjeturar que el plural quiénes, debi-
do sin duda a la analogía con cuales, los cua-
les, hubo de oírse al principio con tanta ex-
trañeza como oiríamos al presente álguienes, 164
dies, quees. Buena prueba de ello tenemos en
la lentitud con que se generalizó en la lengua
literaria, tanto que, a pesar de hallarse tal
cual ejemplo en la primera mitad del siglo
XVI, era todavía rara en el siglo XVII, eo-
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EL CASTELLANO EN AMERICA

mo lo demuestra el que Jiménez Patón (1614),


lo da por uso excepcional de algunos, y Am-
brosio de Salazar lb tacha de inelegante (l622}.
Aquí vemos pues un disparate que poco· a po-
co se arraigó hasta convertirse en prescripciÓn
ineludible del buen uso. Aleve en los códigos an-
tiguos era sustantivo que significaba traición;
y tenía por adjetivo correspondiente alevoso~
desaparecida del uso corriente la primera voz,
fue resucitada en el siglo XVI, con el valor
de la segunda, sin duda por semejanza con le-
'le; impropiedad ya incorregible. Vagaroso se
deriva del infinivo vagar, sustantivado en el
sentido de tiempo desocupado, pausa, sosiego,
único en que se usaba como pesaroso sale de
pesar por pesadumbre; olvidada la primitiva
significación de lento, pausado, revivió con la
de vago, vagante, tan impropia como lo sería
en pesaroso la de pesado. Faltó en esos tiem;..
~. pos quién se opusiera con lo cual se consumó
el hecho. Veamos un caso parecido en que el
resultado ha sido contrario, merced a la críti-
ca. De tal modo se había olvidado el valor
y uso de sendos, que da risa ver a dos escri-
tores célebres del reinado de Carlos 111osten-
tando su ignorancia en el particular (véase pa-
rágrafo 692); pero fue dicha que otros escri-
tores y los gramáticos que vinieron después
enseñasen el recto empleo de este distributivo,
fundado en el uso clásico y en la etimología:
así que muy dejado de la mano de Dios ha
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J. R. CUERVO

de estar hoy el que diga haberse tomado se"",


do& tragos o dado a otro sendos garrotazos. Pe-
ro es evidente que, a haber faltado aquella
<:ontradicción que restableció el significado y
uso antiguos, la última acepción se hubiera
arraigado, y sería con eso tan gramatical co-
mo el plural quienes y tan castiza como el ad-
jetivo aleve. No hay disparate que no se pue-
da defender o que no cuente con a;,'!,'ma pro-
babilidad de extenderse, porque tod.)~ se ori-
ginan de causas fonéticas o p"ic':)l(}'~icas idén-
ticas a las que han obrado para dar a una
lengua su forma actual; y si a esto se añade
que a cada cual le parecen las más animadas.
propias o eufónicas aquellas voces y expresio-
nes que oyó en su infancia y se ha: 'an asocia-
das con sus impresiones más vi vas. no nos ad-
miraremos de que en cada regiÓn se recomiende
como utilísima la admisión de cosas que para
los de fuera son hasta ridículas Tod) eso se-
rá en balde mientras no se generalicen y ob-
tengan la sanción literaria, q\J.e es decir, el
aso común de escritores acrediv3dos durante
un período de tiempo algo lar¿:,o. Esta sanción
es la calificación suprema c!~ las V;J;;;es,
la que realmente trae prescripción, como tí-
tulo auténtico de que pertenecen de hecho a
la lengua nacional.
Las razones pues con que se comprueba la
legitimidad de las voces, de su pronunciación
y escritura, ,de sus ínflexiones y construcción,
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CUERVO: EL CASTELLANO EN AMERICA 97

se resumen al fin y al cabo en el uso ge-


neral, actual y respetable, Lo que de /todos
y dondequiera es usado y entendido esta
parte integrante de Is lengua; puesto en con-
tradicci6n eluso general de hoy con el de
epocas pasadas, hay que sujetarse al de hoy;
cuando discrepan el comun de la gente culta y
el vulgo, la practica de aquella da la ley. Las
dos condiciones de generalidad y actualidad se
bas an en el objeto mismo del lenguaie, que no
es otro que servir de instrumento segura para
entenderse y comunicarse los hombres. Hablar
como las personas bien educadas es exigencia
social cuya infracci6n lleva duro castigo. He-
mos de confesar, con todo, que mas facil es
asentar esta doctrina que sefialar el modo de
reducirla ala practica. Tratandose de una len-
gua s610 usada en una corta cornarca, seria ha-
cedero consul tar efectivamente el uso culto y
guiarse por el para hablar 0 escribir correctarnen-
te; mas no es asf cuando la lengua se extiende
a dilatados y diversos territorios, y suminis-
tra medios de expresi6n a todas las artes, cien-
cias y profesiones; que entonces noes dable
comprobar directarnente los hechos.
Para conocer y sobre todo para evitar las
peculiaridades locales se requiere detenido es-
tudio de la lengua cornun y general. y mu-
chas veces no 10 consigue, aun en las obras
Iiterarias, ni la aplicacion mas ref!exiva. Bas-
tara para probarlo el hacer ver que aescri to-

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98 R. J. CUERVO

res conocidos se les han deslizado provincia-


lismos: Lupercio de Argensola dejó pasar en
la sátira a Flora excibir por exceptuar, ara-
gonesismo conocido (1); Gil Polo en el libro
J 1 de la Diana y Gracián en el Critic6n, 1I.
5. emplearon como masculino el sustantivo
.señal, defecto en que aun hoy incurren los ca·
talanes al hablar castellano (2); Meléndez di-

(1) Véanse los Fueros de Arag6n, p. 3 (Zaragoza,


1552).
(2) En la edición de la Diana hecha en Madrid,
1778, se puso claras señales (p. 77). corrigiendo la de
1577, que sirvió de original y está conforme con las
de Amberes, 1574, París, 1611, y Bruselas, 1613; lo
que da a entender que así se halla también en la prín-
cipe. No obstante, ha de saberse que tal falta puede
también provenir de cajistas catalanes; así en el cap.
XXVI de la Expedición de Moneada (Barcelona, 1823)
se lee primero ciertas y uguras señales y más adelante
3eñales manifiestos e claros; en los folios 77 v.o y 82 de
la edición original del Cortesano se halla este sustanti-
vo como femenino; y como masculino en los mismos lu-
gares en la de Amberes, 1574 (fí. 170 v.o, 180 v.o), de
donde puede colegirse se copió otra edición catalana;
en el libro del valenciano Hierónimo Cortés Phisono-
mia y varios secretos de naturaleza (Zaragoza, 1605), se
halla muchas veces con el mismo género (ff. 106 sgs.).
No pudiéndose determinar hasta qué punto retocó el
valenciano Timoneda las obras de Lope de Rueda, se.
rá siempre lícito suponer, aunque está afianzado por
la rima, que a la influencia de aquél se debe el em-
pleo del mismo sustantivo como masculino en el colo-
quio llamado Prendas de amor (1, p. 158, Madrid,

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CUERVO: EL CASTELLANO EN AMERICA i)l)

jo caer (Anacr. XI I I) por derribar, hacer caer,


como vulgarrnente 10 dicen en Extremadura,
de donde era oriundo e1 poeta. Para que no
falten pruebas modern as, recordare que en
Fernan Caballero se lee cualesquiera hombre,
disparate mas comun en Andalucia que en
otras partes, y que la senora Pardo Bazan,
conforme al uso de su comarca,hizo prepo-
sicion el adverbio donde, diciendo «Voime don-
de los Resendes». Tan facil como inutil seria
adueir ejemplos de escritores americanos.
Aunque, segun queda apuntado, no pueda
condenarse el empleo de los nombres can que
son conocidos en cada region los objetos que
le son exclusivos y peculiares, como los mas
de ellos no se encuentren en los diceionarios
generales de la lengua, la comodidad de los
lectores exige que no se usen sin afiadir par
via de parentesis 0 nota su definicion; esto es
tanto mas importante cuanto a veces un mis-
mo nombre design a en diversas partes obje-
tos que en nada se parecen; par ejemplo, en
tierra de Bogota entendemos por caluche un

1895; II, p 316, Madrid, 1908). EI mismo genera que


en catalan tiene esta voz en Portugues, y as! no es
raro que en obras antiguas que tienen algun tinte dia-
lectico se haIJe usada de igual manera; v. gr., Alexan-
dre, 589; variante del Fuero juzgo, II, 5, 11; leyenda
de Placidas (Bibli6f. esp., XVI I, p. 127); Auto del mag-
na (R 58. 9). Lo mismo sucede en el espafiol de Le-
vante (Foulche-Delbosc, Proverbes judeo-espagnols, 1272).

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100 R. J. CUERVO

animal denominado en otros lugares saíno (en-


tre los zoólogos Dicotyles), y en Antioquia es
una especie de tabaco (1). El uso de voces
indígenas o peculiares de ciertas comarcas,
desacompañado de semejantes aclaraciones,
condena obras que merecieran otra suerte, a
no ser entendidas fuera del suelo donde na-
cieron.
Además, dentro de cada país convendría
que se adoptase para lo literario el más co-
mún o el usado en la capital, prefiriendo en
todo caso el que tenga raíz castellana: en Co-
lombia, por ejemplo, es preferible gallinazo a
galembo, chulo. ehieora, para designar el ave

(1) No se crea que semejantes djficultades son exclu-


sivas de los pueblos que hablan castellano. I n cola-
borador de la Rewe des Deux Monde3 refiere que, ha-
biendo de citar un pasaje de cierta carta de la m3dre
de Goethe en que ésta dice haber hecho cocer sus mol-
ken. se propuso averiguar qué era eso; consultando pa-
ra ello sabios y cocineras, nada sacó en limpio. y así
lo confesó ingenuamente en una nota. A los tres días
empezaron a \Ioverle cartas de personas que se admi-
raban de que hubiera dificultad en punto tan claro y
tan conocido; todos entendían cosas diferentes: uno,
que eran ciertos quesitos; otro, una sopa; otro, un
cosmético; otro, un purgante; otro, una especie de bál-
samo de Fierabrás. que todo lo curaba. Cada cual de-
cía lo que en su pueblo o ciudad se entendía por esta
palabra (J ournal des Débats del 18 de octubre de 1892).
Creo que en castellano sucede poco más o menos lo
mismo con ciertos nombres de manjares.
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EL CASTELLANO EN AMERICA 101

conocida por los naturalistas con el nombre


de coragyps atratus.
La elección entre lo vulgar y 10 culto en el
habla comÚn depende de cierta delicadeza
consiguiente a la educación y crianza domés-
tica, más bien que de estudios y preceptos.
Sujetos de maneras prestadas dejan trascen-
der a lo literario lo descuidado de su prime-
ra educación o los hábitos viciosos adquiridos
en el trato de gente ordinaria, con igual faci-
lidad que se valen en lo familiar de términos
propios de la lengua escrita y de frases pei-
nadas admisibles sólo en estilo académico: de-
fectos uno y otro en igual grado reprensibles.
y como la moda, junto con otras circunstan-
cias de difícil determinación, tenga en el ha-
blar no menos inHujo que en el vestir, acon-
tece que palabras ayer corrientes en todos los
estilos, son hoy propiedad del vulgo, o deco-
rosas acá, son indecentes en otra parte; topar
por encontrar, verbigracia, y dende por desde,
voces comunes en nuestros más célebres es-
critores de dos siglos atrás, son ahora desali-
ñadas; observación que no han de olvidar los
críticos al juzgar obras de épocas anteriores,
como la olvidó Hermosilla reputando vulgari-
dad en Valb\)ena la voz doblado, por doble,
traidor, frecuente en escritos serios de .aquel
tiempo. Tampoco han de olvidado los viaje-
ros, procurando informarse con tiempo de los
usos del país a que van, a fin de no pasar
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102 R. J. CUERVO

por el sonrojo de emplear frases o términos


que, cultos o inocentes en su casa, pueden
ofender fuera de ella.
Que en la lengua familiar es ridículo el em-
pleo de arcaismos, o sea de voces desenterra-
das de los libros viejos y no usadas entre las
personas con quienes se trata, es cosa que
nadie pone en duda; y lo mismo puede decir-
se con respecto a aquellos géneros de estilo
que, como el de las cartas, se acercan al fa-
miliar. En cuanto al histórico, oratorio, épico,
lírico, no puede haber, dentro de ciertos Iími-.
teso otra regla que el buen gusto del escritor;
y decimos dentro de ciertos límites, porque
la relación forzosa en que se halla· la m

lengua literaria con la cOfiiente, y usual


no permite romper con ésta en los puntos en
que precisamente se enlazan, cuales son las
reglas de la analogía para formar plurales o
femeninos y conjugar verbos, el uso de las
preposiciones, adverbios y conjunciones desti-
nadas a denotar relaciones comunes; por lo
cual es inadmisible que puedan resucitarse
cosas como costa cartaginés, dijéredes, ea, ma-
guer (maguer, pues sobra la diéresis); y mu-
cho menos cuando las voces se han hecho vul-
gares como truja, mesmo, dende. Pero en la
lengua literaria de todos los pueblos cultos y
de civilización tradicional tienen los muertos
tanta parte como los vivos, y en su caudal
se cuenta una parte que todos entienden,
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EL CASTELLANO EN AMERICA 103

aunque nadie la emplea en lo familiar, ya de


voces, como corcel, lecho, do; ya de locuciones,
v. gr.• cual banda de palomas: ahí es donde ca-
be beneficiar a los antiguos, y ahí es donde
no cabe más regla que el gusto acendrado, el
sentimiento de la elegancia y la naturalidad
en el estilo, prosaico o poético, que como to-
da creación artística, con ser escogido, no ha
de descubrir ni asomos de afectación y menos
de fría copia o laboriosa taracea de palabras
circunstancias que arguyen en la obra literaria
falta de sinceridad y espontaneidad. Húyase,
decía César, maestro insuperable de estilo, co-
mo de un escollo, de todo término extraño o
no usado. Aquí se ofrece otra dificultad, y es
si pueden emplearse libremente voces que el
Diccionario califica de anticuadas, sin duda
porque sus autores no las han oído, pero que
son efectivamente usadas en alguna parte. No
siendo una la lengua en el espacio, según que~
da demostrado, puede creerse que palabra que
usan generalmente muchos individuos de las
clases cultas, no puede darse por anticuada;
sirva de ejemplo el verbo esculcar, registrar o
buscar con cuidado, usado por toda clase de
personas en Colombia; otro es el caso si la
yoz no se oye sino entre el vulgo, como des-
mamparar por desamparar en Andalucía Y en
Méj ico; escurana por escuridad en Colombia.
Abona ésta opinión el hecho de haber supri-
rpido la Academia en la 11.&, edición del Dic-

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104 R. J. CUERVO

donario la calificaci6n de anticuadas en mu-


chas voces que antes la llevaban, diciendo que
tal calificaci6n podría retraer de empleadas,
y con el deseo de rehabilitarlas: si ha pare-
cido pues lícito o recomendable utilizar Voces
poco o nada usadas, con más raz6n lo será
hacerlo con las que nunca han caído en olvi-
do completo y antes se han conservado vivas
entre un número considerable de personas.
Teniendo este libro por objeto señalar diver-
gencias que separan del tipo de la lengua cas.
teI1ana el habla Dooular, familiar o literaria.
con el· fin de .que 'puedan evitarse, deberá na:'
turalmente, al condenar o excusar, darse la
prueba fiJo16gica de la censura, ora sea de ra-
z6n, ora de autoridad. Pero bien se colige que
sería cosa de nunca acabar si 1>ara cada uno
de los casos de que se ofrece tratar, hubiera
de hacerse una disquisici6n etimol6gica o psi-
col6gica o citarse textos de autores. Con el fin
de evitar prolijidad llamamos con frecuencia
a resolver dudas a las gramáticas o al Diccio-
nario de la Academia, cuyo oficio en realidad
no es otro que resumir todos los títulos que
Jigitiman el uso de las voces. Con todo, fun.
dándose estas obras en la observaci6n, como
las del naturalista que colecciona y considera
atentamente los objetos de su estudio y c1asi.
ficándolos deduce principios, la autoridad de
el1as no puede ser otra que la de cúalquiera
obra científica, mayor o menor según sean ~l
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EL CASTELLANO EN AMERICA 105

cuidado con que se haya llevado adelante la


observación, y el método y acierto con que se
expongan y ordenen los hechos; proposición
que hace 'ya muchos años asentó Fígaro con
su usual desenfado: «El Diccionario de la len-
gua (decía) tiene la misma autoridad que to-
do el que tiene razón, cuando él la tiene.;) (1)
De aquí procede que trabajos de esta especie
deben sucesivamente ir mejorándose conforme
a los progresos de la filología y la linguística.
acrecentándose con hechos antiguos olvidados
en los trabajos anteriores o con las a~quisicio-
nes recientes del idioma, y finalmente modifi-
cándose al compás del uso actual. Pero como-
quiera que sea grande la dificultad que hay
para decidir de por sí los puntos sobre que
versan obras semejantes, y no menor la difi-
cultad de contradecir con fundamentos sólidos
sus asertos, ha nacido un re~peto supersticioso
a las gramáticas y diccionarios, en fuerza del
cual se les da fe, se comentan y concilian, co-
mo si fueran inspirados de lo alto .
. Semejante sumisión tiene sus ventajas. sien-
do la mavor el reconocimiento de un árbitro
común qU'e establece la unidad regulando don-
dequiera el sentido donde deben usarse Y en-
tenderse las palabras; pero no carece de incon-

(1) Carta a O Pedro Pascual Oliver, Obras, III. p.


95 (Madrid, 1843).
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106 R. J. CUERVO

venientes, cuales los tiene de ordinario la fe


ciega en las obras de los hombres.
Por 10 que hace a gramáticas, sobre la de-
ficiencia de la mayor parte de ellas, es cono-
cida la oposición que a menudo existe entre el
criterio del gramático y el del pueblo que pro-
dujo la lengua, empeñado el uno en formular
preceptos a priori o tomados sin examen de
lenguas extrañas, cuando el otro, obedeciendo
antes a un instinto de raza que a los princi-
pios de la escuela, se valió más efectiva que
lógicamente de los elementos de que disponía,
a intento de expresar sus conceptos de la ma-
nera más pronta o enérgica Para colmo de des-
gracia viene el método desatinado con que se
enseña esta disciplina las más veces por dómi-
nes ignaro3, en forma de nomenclatura descar-
nada o de axiomas que ningún interés ofrecen
a las inteligencias tiernas. Olvídase que en el
bien hablar obra más el sentido práctico y la
conciencia del valor de los elementos y de las
combinaciones a que ellos se prestan, que teo-
rías fundadas en consideraciones abstractas o
en la semejanza de otras lenguas: no sin ra-
zón definía Cervantes la gramática diciendo
que es la discreción del buen lenguaje. De to-
do esto resulta que en los pueblos de nuestra
raza, y particularmente en España, se aplican
tan a bulto los calificativos de correcto e inco-
rrecto que difícilmente se adivina a qué corres-
ponden en la realidad; muchas veces (pase como
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EL CASTELLANO EN AMERICA 107

ejemplo) nos ha venido el deseo de averiguar


quién puso el prólogo a las obras de Saave-
dra Fajardo en el tomo XXV de la Bibliote-
ca de Rivadeneyra, para preguntarle amistosa...
mente cuáles son los pasajes o construcciones
que le hicieron formar el concepto de que es
algo incorrecto el lenguaje de aquel insigne
escritor.
En cuanto a diccionarios castellanos, uno de
sus principales defectos consiste en la incer-
tidumbre del método de calificación que em-
plean, reducido a excluír lo que consideran re-
prochable. Estando por hacer el diccionario
completo de una lengua y faltando siempre al-
go en los que existen, ya de lo viejo, ya de
lo usual, pues no es fácil anotado todo y ob-
servarlo todo, se ocurre naturalmente esta du-
da: ¿lo que busco yno hallo, falta por olvido
o por condenación? Para damos a entender
cumplidamente haremos breves observaciones
sobre las dos principales labores que incumben
al lexicógrafo, que son la de colegir las voces y
la de calificarlas. Dos campos tiene la primera en
que emplearse, la lengua hablada y la lengua es-
crita; y salta a los ojos la dificultad imponde-
rable de registrar todas las voces y frases usa-
das en todos los dominios de la lengua, y ha-
cer lo mismo con cuantas se hallan en los li-
bros impresos y 'TIanuscritos, desde que ella
empezó a ser instrumento de comunicación y
1robíerno o de creación literaria. Supongamos
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1013 R. J. CUERVO

hecho este acopio: ¿habrá de tener cabida Ínte-


gro, sin merma ni elección alguna, en el dicciona-
rio de la lengua? Punto es éste de difícil so-
lución, y en que tiene que haber algún tempera-
mento. Cierto que para las disquisiciones fIloló-
gicas y lingiiísticas todo vocablo puede tener
su importancia, aunque no sea sino como ejem-
plo de evolución fonética o ideológica; y en
todo caso como clave real o hipotética para el
esclarecimiento de formas léxkas o para la in-
terpretación de textos. Efectivamente, donde
y cuando menos se piensa se encuentra luz pa-
ra explicar la forma actual de un vocablo o el
sentido de un pasaje: el albiricias (cp. vascuen-
se albiristea), que dice el vulgo bogotano, esla-
bón indispensable entre albixeres, alvisaras, re-
flejos naturales, en valenciano y portugués, del
árabe al-bixara y el castellano puro albricias;
si Pichardo y García Icazbalceta no advirtie-
ran que en Cuba y en Méjico se usa enconar ••.
se por ensuciarse, pringarse apropiándose algo
aj eno, y no corrobora su dicho lo que Sbardi
nos enseña sobre el empleo de la misma voz
en Andalucía, aplicándolo a la inteligencia de
este pasaje del Qui;ole, confesamos que nunca
lo hubiéramos entendido: <¿Quién pudiera ima-
ginarse que D. Fernando, caballero ilustre, dis-
creto, obligado de mis servicios, poderoso para
alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese,
dondequiera que le ocupase, se había de en-
conar, como suele decirse, en tomarme a mí una
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EL CASTELLANO EN AMERICA 109

sola oveja que aún no poseía h (1, 27). Pero


pretender que el Diccionario haya de atestar~
se de voces y acepciones 10c~lesJ vulgares o
corruptas, sólo porque pueden servir algún día
para interpretar un escrito de siglos atrás, o
porque en lo venidero puede utilizadas un es-
critor notable o un filólogo, rayaría en candi-
dez, sería usurpar su oficio a los glosarios pro-
vinciales: lo natural es aguardar a que la voz
resulte útil y autorizada, para incluírla. Según
esto, parece que cuando se forma el Dicciona-
rio de una nación culta ha de tomarse como
base lo que siempre y dondequiera se usa, y
buscar después en la sanción literaria la reco-
mendación deas demás voces. Un libro a todos
y en todos los tiempos habla, y como para escri-
birlo siquiera medianamente ha de tener su
autor alguna cultura o a lo menos trato con
r qUien la tenga y de quien desea ser entendido,
raro será el que no pueda representar parte
de la vida intelectual de un pueblo y cuyo
conocimiento no llegue a interesar a alguno.
Por eso, a más de ser el Diccionario con res-
pecto a la literatura como depósito del saber
nacional, ha de servir de intérprete oportuno.
Sin embargo, el terreno es aquí más inseguro y
peligroso que en la lengua hablada: ya trope-
zamos con invenciones caprichosas que nunca
fueron ni han sido parte de la lengua nacio-
nal, como las de la Pícara justina y muchas

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110 R. j. CUERVO

de las que dicen los graciosos de la comedia


antigua; ya con metáforas extravagantes, cua-
les son las de los gongorinos; ya con vocablos
forasteros, como los de los latinizantes, italia-
nizantes y afrancesados que en épocas diversas
han infestado el castellano; ya con voces dia-
lécticas, como las del Fuero Juzgo o las Or-
denanzas de Aragón ; ya finalmente con erra-
tas y falsificaciones: dihcultades que sólo pue-
de vencer una crítica sana y docta.
Concíbese así cuán ardua sea la empresa de
formar el Diccionario de una lengua culta, co-
. mo la castellana, hablada en dilatados países
y órgano de copiosa y variadísima literatura.
La Academia misma con haber contado y con-
tar en su seno hombres de singular doctrina y
laboriosidad, oriundos de diversas regiones, y
haber trabajado más de siglo y medio en co-
rregir y aumentar su obra, la corregirá y au- .
mentará todavía indefinidamente. Nada de
extraño pues tiene el que cada edición de ella
traiga voces y acepciones que no se hallaban
en las anteriores, sin que falte el caso contra-
rio de que desaparezcan otras que antes tenían
allí su lugar; de donde se deduce que en cada
época faltan voces y acepciones en el Diccio-
nario, ora por no haberse tenido noticia de
ellas o no haber sido advertidas, ora por olvi-
do y aún por descuido material de la impren-

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EL CASTEL LANO EN AMERI CA 111

ta, para no contar las que adrede han sido ex-


cluídas (1).
Sentado esto, veamos lo primero si el no ha-
llarse una voz en el Diccionario es prueba de
que no pertenece a la lengua castellana. En
la 12.11 edición se puso cedrero. voz antigua
usada por Berceo y que se haJ1a también en-
el fuero de Madrid de 1202; pero no ha toca-
do igual suerte al primitivo cedra, cítara, que
usan el mismo Berceo y el autor, según pare-
ce, contemporáneo de una traducción de la
Biblia de que trae frases. Scio, designándola
con el número 6. ° ¿Podrá decirse que esta voz
no fve castellana porque no está, en el Diccio-
nario, o que cedrero no lo había sido antes
de entrar en él? Aun no publicada la misma '.
edición habíamos echado menos en el sustan-
tivo mitad la acepción de partt que dista igual-
mente de los extremos o contornos; puestos
sobre aviso, empezamos a ver que se encontra-

(1) En gracia de la brevedad, omitimos observaciones


parecidas con respecto a la Gramática; pero como prue-
ba de que pueden hacerse, apuntaremos que la cons-
trucción ocuparse de falta voluntariamente, supuesto
que está censurada en la parte Il, cap:- VII; al paso
que el uso intransitivo de acostumbrar con a y un infi-
nitivo falta por olvido. siendo como es frecuente desde
los primeros monumentos de la lengua, y usándolo -la
Academia misma a la pág. 178: «Porfiado: el que acos-
tumbra a porfiar.» Compárese sin embargo la pág. 227"
(edics. de 1880, 1895)..

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112 R. J. CUERVO

ba a cada paso en nuestros mejores autores.


y nos persuadimos de que faltaba por olvido
en el Diccionario, opinión que se confirmó con
verla introducida ahora. e.. No sería castellana
dicha acepción por no hallarse en el Dicciona-
rio, y merecerían censura los que la habían
usado? Cosa parecida ha sucedido con voces
como queresa; a rodo, veríja y otras cuya iegi-
timidad se comprobó en el presente libro an~
tes de figurar en aquella obra; y es evidente
que si antes de hacerse otra edición de. ella.
se ve demostrada en el Diccionario de Cons-
trucción y Régimen la legitimidad, por ejem-
plo, de la acepción que tiene el verbo dar en.
la frase «el agua le dio a la cintura», o la
-existencia del adjetivo tiesto por tieso, no só-
lo tendrán cabida acepción y vocablo. sino que
será corregida la etimología que ahora se da a
atestar. Creemos que todos convendrán en que
estas voces y acepciones ni dejaron ni dejan
de ser castellanas por no estar con~ignadas en
el Diccionario. Nosotros por nuestra parte nos
hemos conformado en la práctica a este prin-
cipio: no ha mucho que, corrigiendo unas
pruebas de imprenta, reparamos en la frase
hacer méríto, y buscándola en el Diccionario y
no halIándola, estuvimos a punto de borrada;
afortunadamente pudimos comprobar que esta
locución, de origen forense ha sido usada por
,J ovellanos y Martínez de la Rosa y se encuen-
tra en las Memorias de las Academias de la
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EL CASTELLANO EN AMERICA 113

Lengua y de la Historia y en muchos escrito-


res contemporáneos; en consecuencia las prue·
bas se tiraron como estaban. No tuvo igual
suerte la acepción de barranco, de que habla-
mos en el parágrafo 702, porque no recorda-
mos en ese momento que estaba superabundan-
temente autorizada, y la cambiamos por otra
menos propia. Todo nos lleva pues a la con-
clusión de que las voces han de ser puestas en
el Diccionario porque son castellanas, muy di-
ferente de la otra: las palabras son o no son
castellanas porque están o no están en el Dic-
cionario.
Pero la Academia Española no sólo ejerce
funciones de notario que inscribe hechos y de-
rechos reales: desde que eligió por empresa el
crisol con el mote limpia, fija y da esplendor,
tOmó a su cargo la censura de las voces y 10-'
cuciones; y en efecto, conforme a la primera
planta que adoptó para el trabajo del Diccio-
nario, debía «En cada voz expresar su cualidad:
conviene a saber, si es antiquada. o usada; si
es baxa, o rústica; Cortesana o Curial, o Pro-
vincial; equívoca, provel bial, metaphórica, o
bárbara .•. Así lo hizo en un principio, y lo ha-
ce todavía, excepto en el caso de voces que
condena, pues apenas quedan rastros de esta
práctica, cuando en algunas antiguas advierte
que aún se conservan entre el pueblo. Es de
lamentar que no haya sido consecuente y haya
seguido de preferencia el método de excluír lo
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1i4 R. J. CUERVO

vulgar o lo que parece hoy impropio o bárba-


ro, aunque no lo fuese en otros tiempos. De
aquí resulta la oposición entre el oficio de no-
tario y el de juez: en virtud del primero debían
registrarse todas las voces y acepciones de uso
general o que constan en libros respetables; pe-
ro, por obediencia a aquel método, basta que
alguna disuene a la gente culta por haberse
aplebeyado, para que sea exc1uída; mientras
que tienen cabida otras semejantes que se ha-
llan en los mismos libros o en obras pareci-
das, solamente porque nadie las usa. Lo justo.
y lo que pide la historia de la lengua es la
combinación de los dos oficios: registrar todos
los términos autorizados, y añadir la indicá':"
ción de su calidad actual, dándolos por anti-
cuados absolutamente, por vulgares hoy, por
impropios o inaceptables en razón de cualquier
otra causa. Además (penoso, pero necesario
es decido), la función de limPiar no carece de
peligros, si cae en manos de aficionados que.
olvidándose de que la lengua es un conjunto
de hechos, llegan fácilmente a la pretensión de
sustituír a estos hechos caprichosas ficciones o
preferencias injustas; con lo cual dejando el
Diccionario de ser representante del uso, se
convierte, si cabe decirlo, en recopilación de
ordenanzas que, modificándose de una edición
a otra, son causa de desorden y motivo de
gastos inútiles. En varios lugares de nuestro
libro hemos advertido el desenfado con que.
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EL CASTELLANO EN AMERICA 115

de la noche a la mañana, se califican de dis~


parates cosas que han gozado de aprobación
secular (v. gra., lexicón disentérica, (1), cabuya,
rehacía, refacción (reparación), etc.; y esto las
más veces con olvido completo de la historia
de la lengua y de los principios más triviales
de la etimología. Choca particularmente a los
americanos, semejante arbitrariedad, cuando
son víctimas de ella voces de su continente,
pues que es inconcebible que de ahí hayan
podido comunicarse a la Academia pro-
nunciaciones como quechúct o quichúa, guadúa,
búcare, mático (2).

(1) A lo expuesto en el parágrafo 99 añadiremos el


testimonio del doctor Francisco Lopez de VíIlalobos. que
pronunciaba disentéria y lo rimó con materia y líen/eria
en el Sumario de la medicina, que se imprimió en Sa-
lamanca el año de 1498 (pp. 381-2, edic, de los Biblió-
filos españoles).
(2) Quichúa o quéchua· hemos oído pronunciar a caba-
lleros peruanos cumplidamente versados en las cosas de
su nación, y así lo hallamos escrito en el Diccicnario
de peruanismos de Juan de Arona (v. gr., p. 425), Y
en el Diccionario Castellano enciclopédico del docto
americanista peruano D. Manuel González de la Rosa,
quien expresamente advierte que se pronuncia quéchua
y no quechúa, como escribe la Academia en el artículo
correspondiente (aunque no en otros: chasqui, chala,
tambo); tal es además la pronunciación antigua y lra-
diciona1 fundada en la crtología de la lengua de los ln-
caso (Véase González Ho1guín, Gramática 'Y arte nueva

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116 R.). CUERVO

El método de condenar suprimiendo puede


también originar la duda de si la ausencia de
un vocablo es deliberada o fortuita. Es obvio
que de caso pensado faltan acaparar, avalan-
cha, aprovisionar y demás voces que la Acade-
mia misma u otros con razón tienen censura-
das. También es sabido que algunas palabras
o acepciones han desap3recido del Diccionario:
arduo, por ejemplo. faltó en la 9. a edición, in-
fernáculo en la 10.a, amenazar, por guiar el ga-
nado, en la 12,a y en la 13.·, y zancudo por cier-
ta empecie de mosquito enla 13.·; como las dos
primeras volvieron a ocupar su puesto, como la
penúltima se halla en textos auténticos de nues-
tros clásicos, y la 'Última es de uso general, es
evidente que fueron víctimas de olvido tipográ-

de lit lenl!ua general de todo el Perú, lib. n, cap. XLI),


Sobre guádua V. parágr. 992.-La acentuaci6n matíco
es tan natural en América, que se ha supuesto que el
nombre de esta planta, llamada también hierba del sol·
dado (Raímondi. Elementos de Botánica, 11, p. 118, Li-
ma. (l857¡, es como diminutivo de Mateo. que así dicen
se llamaba el soldado que primero experiment6 sus vir-
tudes vulnerarías (Lindley, The vegetable K ingdom, p.
707, Londres. 1847). Bucáre cuadra con la pronuncia-
ci6n de tódas las palabras venezolanas de esta termina-
ci6n, y es ridículo acomodarlo a la de búcaro.

Ampare
A la tierna teobroma en la ribera.
La sombra maternal de su bucare.
(Bello)
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EL CASTELLANO EN AMERICA 117

fico.¿Habrá lo mismo con credulMo,


sucedido
calamar, que fueron admitidos en la l. a edi-
ción, conocida con el nombre de Diccionario
de autoridades y se buscan inútilmente en las
recientes, o con la acepción de coger en cogió
y se acostó, que ha desaparecido de las mis-
mas, o con salcochar que se registra desde la
4. a hasta la 11, a con taimonía, que figura en
todas menos· en las dos últimas, con acibarrar
en todas menos en la última? No cualquiera
podrá responder; pero es de creer que la omi-
sión es aquí voluntaria, porque las dos prime-
ras voces son erratas notorias de los textos
que se citaron en apoyo de ellas (por crédulo,
calamar, zalomar); la acepción de coger es a
todas luces desaliñada y no bien recibida de
las personas cultas; taimonía ha sido reempla-
zado con taimería, que es como dice la edición
príncipe de las Novelas de Cervantes en el pa-
saje que se citó en apoyo del primero y como
se halla además en el entremés de El vizcaíno
fingido del mismo autor y en La villana de
Val lecas de T irso (11, ]) (1); igual razón obra
contra acibarrar, pues en el texto citado de Fr
Luis de Granada no dice así, sino abarrar; sal-
cachar nunca ha tenido existencia real, siendo

(1) Además de la edición de las Novelas que cita la


Academia, hállase Faimonía en la de Madrid, 1655, f.
304 yO. El pasaje en la ed. príncipe "está al f. 253, v.O
(R. I. 234").
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118 R. J. CUERVO

concepción hipotética con que el Diccionario


de Autoridades se explicaba la etimología de
..sancochar: «puede venir de sal y cocho, cuasi sal-
'Cochar,y el uso ha mudado la l en n~. Pero aquí
se ofrece otro inconveniente: aquella acepción de
coger se halla en escritores tan respetables co-
mo Moratín y Bretón, y el extranjero que
quiera saber su significado, se quedará a os-
curas si no acude a preguntárselo a uno que
hable castellano. En el sentido de condena-
ción hemos interpretado también la omisi6n
(en la 12.· edición) de vagamu.ndo, vagamun p

d,ear y altamisa. Todo esto es conjetural, lo


que demuestra cuán defectuosa es tal manera
de califiCar las palabras; 'yrhás si ·adVertil110$
que para que ciertas voces hayan sido regis-
tradas, basta con que se hallen en algún texto de
autores poco o nada leídos, y en algunos ca-
sos dudosos, al paso que las últimamente men-
cionadas ocurren en obras muy estimadas y
se usan por mucha de la gente culta. La Aca-
demia haría singular servicio a la filología si
publicase un Boletín en que se resumieran los
trabajos relativos al Diccionario, con las razo-
nes que ha habido para aceptar o condenar y
excluír o alterar voces o acepciones.
Por otra parte, cuando la Academia ha fija-
do la forma de una palabra, sus vacilaciones
o correcciones producen a veces efectos rídicu-
los en los que escribimos teniéndole fe o pro-
fesándole obediencia. Guiados por la 11 edi- A

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EL CASTELLANO EN AMERICA 119

ci6n del Diccionario y por el ejemplo de Her-


mosilla (Arte de hablar 1, p. 384' Madrid, 1826)
y de Monlau (Diccionario etimológico, p. 73:
Madrid, 1856), usamos en varias ediciones de
este libro el adjetivo onomatópico, aunque nos
parecía de mala formaci6n; ahora la Academia
muda de opinión y dice onomatopéyico, voca·
blo abominable para tirios y troyanos, o sea
para los aficionados a la etimología y para los
.amantes de la eufonía, y no han faltado críti-
cos que se pongan a discurrir, no sobre si la
Academia tenía o no razón anteriormente, si-
no sobre si la tuvimos nosotros (1). En obra
que no hemos acabado de jmprimir, atenién-
donos también al Diccionario vigente, pusi-
mos entre las abreviaturas sans. (sanscrito),
vál. (válaco): ahora ya no es así sino sánscrito.
valáco, y por consiguiente la una mitad de la
obra, mientras regía aquello, será tenida por
correcta, y la otra por incorrecta. Esto parece
juego de muchachos.
Sería ocioso apuntar que en el Diccionario
hay erratas, errores y descuidos, si con el res-
peto supersticioso que se le tiene, algunos no

(1) Ya que la Academia patrocina pedanterías como


cañafístula, malva r6sea, substancioso, ¿por qué no pro~
pone onomatopoético? Así se confórmaría con el griego
onomatopoietik6s, con el inglés onomatopoetic, y el ale·
mán onomatopoetisch; menos rechinante sería onomato-
peico, calcado sobre el francés onomatopéique o el ita-
liano onomatopeico.

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]20 R. J. CUERVO

se creyeran obligados a seguirle, aun en casos


semejantes. En libros europeos y americanos
de estos últimos tiempos hanse visto locucio-
nes como edición décimotercia, sección décimo-
séptima, décimoquinta centuria, con las cuales
parece han querido demostrar los autores que
están al corriente de las últimas decisiones ofi-
ciales; todo porque, sea descuido o dificultad
tipográfica (que ya notó e ímprobó Salvá en
1846), no se ha puesto en el Diccionario ter-
minación femenina al primer numeral. La Aca-
demia se quedará pasmada cuandcJ entienda
que con su autoridad se cometen tales solecis-
mes, y más sabiendo que aquellos inocentes
pueden ver empleados correctamente por elJa
estos compuestos en la portada de la última
edición y en la definición o descripción de le-
treS castellanas y griegas. En las ediciones lOa.
y 11a pusieron los cajistas magiley con diéresis,
extraviados sin duda por magilet0 y magiier
(maguer) que quedan encima; pues en una obra
didáctica que tenemos a la vista se puso como
cosa corriente tamaña barbaridad. No poco se
correría el autor cuando, corregida la errata
por la Academia vio que había caído en el gar-
lito.
Para reforzar el partido del sentido común
añadiremos otros casos. En la 1a edición del
Diccionario se puso con exactitud la frase ta-
ñer de occisa, apoyándola con un ejemplo del
Libro de la Montería de Alfonso XI; después
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EL CASTELLANO EN AMERICA 121

fue trasladada del lugar que le correspondía en


la letra O al verbo tañer, convirtiéndola en tañer
de ocioso, errata monstruosa que no fue corre-
gida hasta la 12a edición, conforme a indicación
hecha en la Academia Colombiana; ahora bien,
Larra en El doncel de D. Enrique el Doliente tu-
vo que poner esta frase en boca de un montera
(cap. XXXV): ¿hizo mal en escribirla correc-
tamente, como la escribió, apartándose de la
edición del Diccionario que entonces era la úl-
tima? Supongamos que alguno hace r;.0tar a la
Academia que para introducir en !'tI Dicciona-
rio la voz monopastos citó precisamente la p.
311 del tomo 111del Compend io M athematico de
Tosca, donde se halla en efecto, pero que a la
página siguiente se lee monospastos, que es la
forma etimnlógica; sin duda qtle convendrá
ella en que la primera es errata, y por consi-
guiente debe corregirse. Si por cualquier moti-
vo no se hace la corrección en el Diccionario,
o tarda en hacerse: ·¿estaremos obligados por
efecto de ese descuido a servimos de la errata,
desechando lo correcto? En la edición de la Gra-
mática que hizo la Academia en 1870, puso a
parábola entre los sustantivos masculinos aca-
bados en a, y así continuó en las de 1874, 1880,
hasta la de 1895, en que fue reparado el error:
¿habrán disparatado los que durante esos vein-
ticinco años emplearon ese nombre como feme-
nino? La voz anatómica cóccix se ha escrito
siempre como va aquí puesta, conforme a la
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122 R. J. CUERVO

etimología griega, según puede verse, por ejem-


plo, en la Anatomía completa del Doctor Mar-
tín Martínez, p.p. 517, 521 (Madrid, 1745) y
en el prólogo de la 9.· edición del Diccionario
de la Academia' ¿debieron los anatornistas es-
cribir coxis sólo porque así lo trae la misma en
la 12" edición, extraviada por una etimología
de sonsonete? Y no se diga que casos extremos
como éstos no se presentan, y que las erratas u
errores de la Academia a nadie descarrían: atrás
hemos visto lo contrario.
Si estas breve.s indicaciones demuestran que
aun para cosa tan fácil como consultar un dic-
cionario se requiere el granum salís de los pru-
dentes v discretos, evidencian también Que,
aun adoleciendo de defectos todas las obras' de
esta clase, son ellos relativamente raros y no a
cualquiera fácil ponerlos de manifiesto; así que
para las necesidades diarias del escritor no re-
sultan inconvenientes mayores de sujetarse a
sus decisiones en cuanto a la legitimidad, pro-
piedad y extensión de uso de las voces, que-
dando siempre a salvo para los eruditos la li-
bertad de examinar y aprobar o desaprobar.
Todo esto por lo que toca a la lengua literaria,
porque no concediendo los Diccionarios mucho
lugar a la familiar y doméstica, son guías me-
nos seguros en este punto; además que sería
las más veces estéril y aun risible pensar en re-
ducir a limitado número de expresiones la exu-
berancia expansiva de los afectos y la fecundi-
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EL CASTELLANO EN AMERICA 123

dad libérrima de ingenios excitados en cada


lugar por circunstancias especiales.
Pudiendo parecer culpable presunción lo que
acaba de leerse, tenemos por oportuno recor-
dar que cuerpos como la Academia Española
producen sus obras valiéndose de comisiones~
que no siempre figuran en éstas los más compe-
tentes y que los trabajos que presentan las mis-
mas tampoco son siempre examinados despa-
cio por la corporación entera, antes muchas
veces son aprobados ligeramente por aclama-
ción; de manera que todas las decisiones, o co-
sa que lo parece, no representan la suma del
saber de todos los académicos. Sólo así puede
explicarse que casi en cada edición de la Gra-
mática y del Diccionario aparezcan cosas no-
toriamente erróneas, que después se corrigen,
a lo que es de suponer, con harto sonrojo. El
objeto único de nuestras observaciones ha sido
la defensa de la libertad científica, y no com-
placer a los espíritus anárquicos. La manera
como las hemos presentado, sin salir una línea
del terreno de la crítica erudita, convencerá al
lector de que no es nuestro intento ponemos
al lado de los detractores vulgares de la Acade-
mia Española, cuyo diccionario es base indis-
pensable del presente trabajo. Ni es el Diccio-
nario castellano el único que ofrece campo a
rectificaciones; en la Romania, tomos XX y
XXII, han publicado los señores Hatzfeld y
Thomas, bajo el título de Coquille.s lexicogra-
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124 R. J. CUERVO

phiques, unos artículos tan doctos como diver-


tidos, de que resulta que Uttré y otros auto-
res de diccionarios han admitido como pala-
bras francesas puras erratas de imprenta.
Si para conocer de raíz la lengua no basta el
manejo de gramáticas y diccionarios, habrá de
acudirse a las fuentes, o sea a las obras litera-
.. ,.. r!' h
flas, eSU.101U que reqUiere, como esta/ ~lCuO, sa-
na crítica y gusto delicado. Unas veces hay
que distinguir lo que es peculiar de un escritor,
o por su patria, o por su educación o su carác-
ter; otras, aun coincidiendo varios en un mis-
mo uso, puede ser éste neológico y moda pasa-
jera a que se debe resistir; unas veces el uso
vulgar moderno se ha introducido en los textos
por las manos de los copiantes o de los cajistas;
otras el uso vulgar hoy no lo era en lo antiguo;
por manera que siempre será menester discer-
nir lo que en antiguos y modernos constituye
el raudal mismo de la lengua para seguir su
curso y beneficiarIo, sin dejarse llevar ni a imi-
taciones importunas ni a extravagancias pro-
pias, o más claro, débese comparar a los anti-
guos con los modernos y a éstos con nuestra
habla familiar para corregir lo uno con lo otro
y sacar el verdadero tipo de la lengua litera-
ria contemporánea. Pueden además los libros
consultarse con dos objetos, o de buscar testi-
monios históricos del lenguaje, o bien de for-
mular reglas o autorizar el uso, y en cada caso
se requieren condiciones diversas: para lo pri-
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EL CASTELLANO EN AMERICA 125

mero aun pueden bastar los errores de emclO-


nes y manuscritos; para lo otro se requiere el
mérito del escritor y que su testimonio no sea
individual n~ opuesto a la tradición o genio de
la lengua: restricción necesaria, porque nadie
está libre de caer en un desliz.
Todos saben que Juan de Luna hizo una re-
fundición del Laza.r illo y además una segunda
parte de la misma novela, impresas juntas en
París el año de 1620, y además que hay una
reimpresión cuyo pie de imprenta reza el nom-
bre de Zaragoza y el año de 1652, y en la cual
se llama al autor H. de Luna. Yo no he podido
consultar esta reimpresión. pero el hecho de
escribirse así el nombre en el tomo III de nues-
tra Biblioteca me inclina a creer que ella y no
la edición de 1620 fue la que aquí se reprodujo'.
Pues bien, el trabajo que se tomó Luna de pu-
lir y renovar el primitivo Lazarillo, se lo tomó
otro con el de Luna, según se ve en el siguiente
cotejo:
París, 1620, p. 6. Bibl. de Rivad, lB,
p. 112b.
Roguele me diesse Roguele me diese
cuenta de su pena, que cuenta de su pena. que
más tardaría a decla- más tardaría en dár-
rarmela, que yo a da- mela que yo en dalle
He remedio: ella sin remedio; ella sin de-
dexar el llanto, con jar el llanto, con una
una verguenca virgi- verguenza virginal di-
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I2ó R. J. CUERVO

nal dixo, que la mer- jo, que la merced que


ced que le hauia de le había de hacer, y
hazer, y ella me supli- ella me suplicaba le
caba le hiziesse era: hiciese, era la acom-
la acompañasse hasta pañase hasta Madrid,
Madrid, donde le ha- en donde le habían
uian dicho estaua vn dicho estaba un ca-
cauallero, que no se ballero, que no se ha-
hauia contentado con bía contentado con
deshonrrarla, pero le deshonrrarIa, sino que
hauia rouado todas además le había lle-
sus joyas, sin tener vado todas sus joyas,
respecto a la palabra sin tener respeto a la
de esposo que le ha- palabra de esposo que
uia dadó. t le habla dado.

Pudiera creerse que este prurito de acomo-


dar los libros al lenguaje y gusto actual, no po-
día caber en hombres doctos de nuestro tiem-
po; si no fuese por el deseo de no ofender a per-
sonas vivas, citaría el caso de obra del siglo.
XVI que ha sido refundida en estos últimos
años de la misma manera que las Guerras de
Granada; pero la arbitrariedad con que Hart-
zenbusch trató el Quijote, alterándolo en una
edición de un modo y en otra de otro, basta pa-
ra probar que en el presente siglo este género
de estudios no ha adelantado mucho entre nos-
otros, El mismo escritor (eminente en otros con-
ceptos) dejó en nuestra Biblioteca rastros de
su funesta manía de corregir, que debió de pe-

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EL CASTELLANO EN AMERICA 127

gárse1e de los refundidores a la francesa, para


quienes Lope y Calderón eran bárbaros mien-
tras no estaban vestidos como ellos. Veamos
cómo trató a Tirso, comparando dos pasajes de
Los tres maridos burlados, según se hallan en
los Cigarrales de Toledo (Madrid, 1630) y en el
tomo XVI II de la Biblioteca, que reproduce el
texto dado por Hartzenbusch en 1845:

Cigarrales, fol. 175, Biblioteca, XVIII, p.


484 b.
Vino luego el astró-
logo, llamado de la
criada y le afirmó que
Vino luego el as- el desvanecimiento de
trologo llamado de la sus libros de caja y
criada, y afirmó, que cuentas le tenían ba-
el desuanecimiento de rrenado el cerebro; con
sus libros de caxa, y lo cual él va consolado
quentas, le tenian bao de que vi~ia, y airado
rrenado el celebro: con de que lo tuviesen por
que el consolado de loco, les dijo' Pues si
que viuia, y airado de es verdad que no es-
que le tuuiessen por toy muerto, ¿de qué
loco, les dixo: pues si sirvieron los espantos
es verdad que no es- y conjuros con que
toy muerto, de que ayer huisteis de mí, ha-
siruieron los espan- ciéndoos más cruces
tos, y conjuros con que que tiene una proce-
ayer huistes de mi, ha- sion de penitentes ?Vos
ziendo os mas cruces me visteis a mi? dijo el
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128 R. J. CUERVO

que tiene vna proces- astrólogo. Sí, ayer es-


sion de penitentes ? tuve con vos, dijo Lu-
Vos me vistes ayer a caso ¿Cómo puede eso
mi? replicó el Astro- ser, replicó, si estuve
lago, como puede esso todo el dia metido en
ser, si estuue entena casa y encerrado en mi
do todo el dia en mi estudio, levantando fi-
estudio leuantando fi- gura sobre el descubri-
gura sobre descubrir miento de unos ladro-
los ladrones de vna nes que han hurtado
joya de diamantes ? Yo una joya de diaman-
alomenos, dixo el pin- tes ? Yo a 10 menos, di-
tor, no sali del monas- jo el pintor, no he sa-
terio donde trabajo lido del monasterio
hasta las onze de la donde trabajo hasta
noche. Pues yo, acu- las once de la noche.
dio el viejo, tampoco Pues yo, acudi6 el vie- .
vi ayer la calle, ocupa- jo, tampoco vi ayer la
do en despachar un calle, porque estuve
propio a la Montaña despachando un.propio
mi tierra. a la montaña, mi tierra

Con la misma arbitrariedad debe de haber


corregido las comedias, a juzgar por la de El ver-
gonzoso en palacio que está también en los Ci-
garrales. No niego que algunas veces acierta;
pero en muchas otras introduce cambios del
todo innecesarios, y hasta desacertados: «¡Ve-
rá la arr.bición'})puso (V. p. 205c) donde el ori-
ginal dice: (Verá la embincion», palabra ésta

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EL CASTELLANO EN AMERICAl~9

que en boca de un aldeano es l~ forma fonéti-


camente propia de invención en el habla wlgar.
Pues, vive Dios, hombre ingrato,
Que yo castigue tu trato (p. 206 a).
puso donde el original:

Pues para esta. de vn ingrato


Que yo castigue tu trato:

Corrección más sencilla sería. poner don en


lugar de vn, como el don ladrón que en el Qui-
jote dice a Sancho el barbero despojado. Co-
sario (p. 210 a) pone por el contrario del origi-
nal; enfermedad (p. 211 b) por efímera, que ha
sido común en el sentido de calentura que dura
un día, y cuadra mejor con el contexto; e ¿Quién
los tiene más que yo?» (p. 218 a) por «¿Quién
los tiene como yo h

Ya que me habeis dado amante,


¿Porqué me le entregais mudo? (p. 220 b)

En lugar de c: ¿Para qué me le dais mudo?


ya comienza el corazon
A temblar en su presencia (p. 220 b)

Donde más propiamente dice el original «con


su presencia».
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110 R. J. CUERVO

Tu primo enojado.
Porque su amor tuve en poco.
Con disparates de loco
Le ech6 al suelo. y se fue airado.
Quise registrar lo que era,
y hame causado inquietud .... (p. 222 e)

Donde el original dice:


Tu primo enojado
Porque su amor tuve en poco
Con disparates de loco
Le echó en el suelo, y ayrado
Se· fue, quise ver lo que era
y hame causado inquietud ....

Tal vez pensará alguno que me cebo con sa-


ña en las ediciones modernas de nuestros bue-
nos libros antiguos; pero, aunque escarmen-
tado muy a mi costa de haberles tenido con-
fianza y con algún despecho de pensar que,
con toda mi cautela, he podido todavía citar
como genuino lo que es pura falsificación re-
ciente, obedezco ante todo al amor de la ver-
dad y de la exactitud científica al descubrir
estos peligros y aconsejar a los principiantes
la más cauta desconfianza.

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v
La fama ha llevado a todas partes el nombre
de los fundadores de la gramática comparativa
y en particular de la gramática comparativa
de las lenguas romances, pero no el ánimo o la
curiosidad de estudiar SU" obras y aplicar sus
métodos. Así que, con raras, honrosísimas ex-
cepciones, se etimologiza hoy en los pueblos
que hablan castellano como si nada de aquello
hubiera existido. Aunque nuestro libro no es
etimol6gico, y apenas ocasionalmente se tra-
tan en él estos puntos, no juzgamos inútil. in-
dicar a los j6venes que no deben aventurarse
en este terreno sin la conVeniente preparación.
Entre las ciencias modernas a ninguna ha
tocado nombre más noble que a la Etimología,
pues tanto quiere decir como ciencia de lo que
es, de la verdad; pero también es cierto que,
ninguna ha sido por más tiempo campo de
pueriles juegos. Todos habían creído, y muchos
creen todavía, que para determinar la forma
más antigua y el valor intrínseco de los voca-
blos nada más se requiere que con un poco de
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132 R. J. CUERVO

ingenio descubrir coincidencias en la forma o


en el sentido. A la Gramática compara ti va se
debe la vindicación de estos estudios tantas
veces ridiculizados, y en general con tanta ra-
zón: eila empieza por un examen escrupulosí-
simo de las transmutaciones de las letras, apo-
yada en casos indisputables y en observaciones
fisiológicas; y, sentada esta base, procede a la
comparación de las inflexiones, de donde resul-
ta la clasificación de las lenguas por familias,
yyienen a fijarse los límites dentro de los cua-
les pued~n compararse los vocablos pertene-
cientes a diver~s. Este método, verdaderamen-
te experimental, condvce a los resultados más
satisfactorios, pues al mismo tiempo que esta-
blece el orden y la sobriedad enlª investiga-
ción, la conduce de grado en grado hasta tra-
zar históricamente los crecimientos y transfor-
maciones del lenguaje. Hoy entre los seguido-
res del nuevo método puede decirse que está
desterrada toda arbitrariedad: comprobado que
las lenguas de distinta familia no pudieron ser
una sola sino en época muy remota, ni coinci-
dir sino en sus raíces, se ve la razón de la caute-
la con que procede la Etimología en estas com-
paraciones, no admitiendo aquellos saltos, an-
tes tan frecuentes, del latín al hebreo y de éste
al gótico, si no hay datos históricos que los mo-
tiven; de suerte que se han puesto cortapisas
a la tendencia, por cierto muy natural, de que-
rer sacarlo todo d~ una lengua a que se tiene
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EL CASTELLANO EN AMERICA 13J

cariño. Reducido el campo de la observación;


se necesita una perfecta conformidad con las
leyes fonéticas de las lenguas examinadas para
admitir una etimología, la cual, después de sa..
tisfecha esta condición, ha de explicar todas las
formas del vocablo en las lenguas congéneres
y sus dialectos, y sér, en cuanto al sentido, co..
mo el hilo que las enlace. Cuando consideramos
que las lenguas romances tienen caracteres pro-
pios que dan a· cada una su peculiar fisonomía,
percibimos claramente que no es arbitraria la
manera en que han manejado los elementos co-
munes. Cada cual ha transformado el fondo la-
tino, no por salto y a la buena ventura, sino
paulatinamente siguiendo la gradación fisioló-
gica de los sonidos, aunque obedeciendo en ca-
da parte a tendencias especiales; de donde re-
sulta que no se puede subir a las formas origi-
narias sin conocer esa gradación y esas tenden-
cias (o sea las leyes fonéticas de cada cual),
para aplicar la enseñanza que dan los casos ob-
vios e indiscutibles a la averiguación de los me-
nos fáciles. Sin esto es la etimología campo de
suposiciones gratuitas, donde no hay criterio
alguno para atinar con lo cierto o lo probable.
Esto, por lo que hace a la evolución del latín en
cada región, o sea a un dialecto determinado,
como si dijéramos al castellano en España; sin
olvidar que las relaciones de vecindad o de tra-
to pueden introducir elementos extraños, que
se distinguen cabalmente por una evolución di-
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134 R. J. CUERVO
ferente. Pongámoslo de manifiesto con un ejem~
pio: las combinaciones latinas el, Il, pl, en los
casos en que se palatalizan, pasan en e asteIla-
no a ll, y en portugués y gallego a ch: clamat,
llama, chama; clavem: llave,chave; clausa: liosa,
chousa; flamma: llama, chama; plaga: llaga,
chaga; planum: llano, chao; planctum: llanto,
plenum: lleno, cheo, cheio; plicat: llega, chega;
plorat: llora, chora; plovit: (plouevat en Petro-
nio) , llueve, chove. Por manera, pues, que cuan-
do en nuestra lengua encontremos una voz de
esta forma que lleve ch y no li, hemos de con-
cluir que nos ha venido de aquellos dialectos.
por ejemplo, chamada, chamarasca, chamizo, cha-
mtcera,cognados-dechama; chanta:plantat, que
es en gallego chantar; chaveta, cognado de chave"
chopo, que es chopo, choupo en gallego y portu-'-
gués (ploppus por populus), chapa: chupea, que
es en portugués choupa. Y también, si tropeza-
mos con voces en que las combinaciones dichas
no se palatalizan, hemos de colegir, o que se to-
maron del latín por los doctos cuando ya no
obraban las causas de aquella transformación,
o que nos han venido de los dialectos del nor-
deste, aragonés o catalán, que, como el proven-
zal, no la conocen. De aquí pueden resultar for-
mas dobles, como llano, que representa la evo-
lución autóctona, y plano, la voz exótica; en las
Partidas, ] lI, XXV] n, 41 (Madrid, 1807),
leemos llantas (vegetales), forma que cedió el
puesto a planta en las acepciones que se acerca-
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CUERVO: EL CASTELLANO EN AMERICA 13S

ban a las de la voz latina, pero que no pudo ser


desarraigada en otras peculiares del habla po-
pular campesina (berza; cincho ferreo que sirve
a las ruedas como de suela: duas plantas ad cal-
ceos [aciendos, Du Cange). Puede suceder que
la irregularidad de la evoluci6n se explique por
la intervenci6n de otras causas, como la vecin-
dad de sonidos que obran sobre los inmediatos;
en plomo, por ejemplo, y pluma, si no son vo-
cablos aragoneses, puede haber persistido la
combinaci6n inicial por la influencia de la m,
labial como la p. A falta de explicaciones se-
mejantes, pueden las evoluciones anormales
originarse de la asociaci6n de ideas, que aco-
moda un vocablo a la forma de otro (paragra-
fos 42 y sgs.).:
No menos provechoso es el conocimiento de
los dialectos en cuanto suministran entre las
diversas formas que puede asumir una palabra
latina, eslabones necesarios para completar la
tradici6n y tocar al origen. Generalmente se
ha creido que prerula sale del verbo prender por
tomar (1); pero en 10 antiguo se encuentra ge-
neralmente peyndra y peyndrar por prenda y
prendar (2), como en portugues pindra y pin-
drar par penhora, pegnorar, formas que coin-
(1) As! e1 Diccionario de Autoridades y Diez; Cabre-
ra da en 10 cierto.
(2) Vease Galindo y de Vera, Progreso y oicisuudes
del idioma castellano en nuestros c6digos legales, p. 165.
(Madrid, 1863).

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J'36 R. J. CUERVO
ciden singularmente con el retorrománico Pin-
drar (en Conradi; pendrer en Pallioppi), y que
1'10 pueden explicarse por prender, sino por pen-
yora, penhorar, pignora, pignorar, de los otros
dialectos españoles y del provenzal, intercalán-
dose la d para suavizar la pronunciación des-
pués de omitida la o, como en ondrar, ondra,
antiguos por honrar, honra; de suerte que. pren-
dar, prenda, mediante una metátesis comuní-
sima, sale de peyndrar, peyndra y éste del latín
pignorar'e (en latín clásico Pignerare), pignora,
.hignera, plural de pignus.
Faltando el apoyo d~ los dialectos, es aun
más necesario el ..conocimiento de las formas
antiguas dentro de cada dialecto-; o sea de la
historia de cada palabra. El P. Alcalá, que, si-
guiendo el sistema fonético de Nebrija, no es-
cribía h sino cuando era aspirada, trae en su
Vocabulista (1505) haua, hauar, hauacera, y por
los equivalentes árabes que da al último, se ve
que significaba vendedora de legumbres o de
frutas, por manera que es· derivado de haba,
conforme al modelo de carnicero; así, con h y
en la terminación femenina se encuentra en
libros del siglo XVI; además, con e y no con z,
como se hubiera escrito a salir de una forma
popular abaz, que, de paso sea dicho, es puro la-
tinismo Ccp.cruzero, luzero, heziento, bozear) (1) ..

(1) Tragicomedia de Lilandto :Y Roselia (1542), p. 251


(Madrid, 1872), y en las coplas A la Chínagala .... de
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EL CASTELLANOENAMERICA 137

Vese por aquí lo infundado de las etimologías


que se han propuesto, en que no se hace caso
de la .ortografía originaria. En la edad media se
vulgarizó en los pueblos románicos la voz grie-
ga practica, como término filosófico contra-
puesto a teórica, y dio origen al verbo practicare,
y ambos, además de su sentido natural, pasa-
ron a significar trato, conversación, tratar; con-
versar (1); en las lenguas romances se acomo-

(1) Practica: familiaritas; practicare: agere, sermocina-


ri; practicare aliquem: cum eo conversari, uti familiari-
ter. (Du Cange)-Provenzal: praticar: tratar de un asun-
to (Levy, Prov. Supp. W6rterb.); francés: pratiquer lea
princes;-italiano' pratica: amistad, conversación; proa-
care: tratar, conversar; lo mismo el retorrománico prat-
cher;-portugués: prática: conversaci6n, discurso, -pláti-
ca; praticar: conversar, tratar, hablar instruyendo o
doctrinand().

Rodrigo de Reinosa (facsímile de Sánchez Rayón). Fran-


~iosini (1620) escribe todavía con h. pero dt!ndole for-
ma masculina y ampliando la significación (tendero que
vende queso, aceite, cecina y cosas parecidas). El abaz
de la Academia se apoya en un pasaje de Alvar G6mez
(1488-1538), donde aparece el plural abaces; es sabido
que este escritor, cultivador Cerviente de la poesía lati-
na, introducía con singular desenCado en la castellana
términos que no pertenecían a la lengua corriente, co-
mo acervar, camplexo, ostento y otros que con su auto-
ridad han entrado en el Diccionario. Si abaz, como to-
do lo indica, se halla en este caso, e.c; obvio que haua-
cera es anterior a la aparición de aquél en libro caste-
llano.
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138 R. J. CUERVO

daron a la tendencia común de simplificar la


combinación ct, de donde nuestro prática, pra-
ticar (1). En el siglo XV aparece en castellano
platica-ar, a ojos vistas proveniente de una res-
tauración errónea (parágr. 819) sugerida por
las formas populares dialécticas prata, prato.
pracer, preito, etc., a que corresponden las cas-
tellanas, plata, plato, placer, pleito, etc. (2),
usáronse promiscuamente esta forma popular
y la cuasi docta prátíca hasta el siglo XVIII (3);

(l) «E Este Dicineo ensenno a los godos fascas toda


:a fi!cscphia, ~t lA fisica. et la theorica et la pratica»
(Crón gen. p. 222, 16' Men. Pidal).
(2) En el Arciprestede Hita se nota la variedad de
estas combinaciones, debida sin duda a los escribiehtes~
blaco (809), blana (650), plado (768), fraca& (1201), com-
plaria (1215), complador (615), poble, pobleza (620, 635),
queblanta (715), etc.; y a la inversa fabrar (490), dia-
bro (773), etc (Ducamin) Añádase temprad (792), for-
ma etimológica, que es hoy templad. La r es peculiar
del portugués y gallego y del habla vulgar campesina
que remedan Encina, Lucas Fernández y otros hasta
Tirso de MoHna.
(3) En el sentido actual de práctica: prática: O Juan
Manuei, Caza. pp 2,23; 3,8; 53, 19 (Baist); Pérez de
Guzmán. Gener. 11. p. 583& CCrón. de Juan Il, Valen-
cia, 1779); Claros varones, 346 (Ochoa); plática: Canco
de Gómez Manrique, I. p. 3; lI, p. 8; Canco de Estúñi-
ga, p. 335: A de la Torre, Vis. delectable, Bibl. de Ri-
vad., XXXVI. p 344 b; Pulgar, Letras, XXlII, (p. 54-,
Amsterdam, 1670). En el sentido actual de razonamien-
to: prática: Palencia, Perfección del triunfo militar, p.
84 (Madrid, 1876); Arcip. de Talavera, pp. 5, 191; plá-

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EL CASTELLANO EN AMERlCA 139

entonces el empeño de acomodar los vocablos


a la etimología redujo prática a práctica, y no
pudiendo hacerse lo mismo con plática, quedó
éste apropiado a aquellas acepciones que se
alejaban de la acepción clásica. Tenemos, pues,
aquí un caso de diferenciación, y es una locura
ir a tierras lejanas en busca de etimologías fan-
tásticas.

rica: las ediciones de 1498. 1500, de la última obra en


la primera cita.-EI verbo en el sentido del actual prac-
ticar' pratLCar: D. Juan Manuel, Caza, p. 54.4 (Baist);
Pérez de Guzmán, Clar. varones, 8.80 (Ochoa); M. de
Santillana, Obras, p. 196 (variante plat.); Are. de Tala-
vera, p. 5 (variante en los impresos plat.) En el senti-
do de tratar, frecuentar a uno: praticar: Are. de Talav.,
p. 163; Pérez de Guzmán, Gener. Il(ubi .supra); plati-
car: el mismo, ahí mismo VIII (p. 588 b); Are. de Tal.,
p. 264.-En el sentido de hablar, discurrir: platicar: M.
de Santillana, Obras, p 185; Pulgar, Claro.s varone.s, 111
(p. 8, Amsterdam, 1670).-En la edad clásica se hacen
más y más frecuentes plática, platicar, plática, pero des-
aparece la acepción de tratar. Cervantes parece no usar
otras formas en todos los sentidos; en Saavedra puede
decirse que está perfecta la diferenciación, pues no usa
plática sino por conversación, y en los demás casos prá-
tica,-ar,-o.-El origen de la aplicación al púlpito se ve
clara en este lugar de Fr Luis de Granada: «Los con-
fesores y padres espirituales que quieren introducir en
este santo ejercicio a los deseosos de aprovechar en él,
la manera que para esto podrán tener será ésta. Pri-
meralT'ente, débenles ir poco a poco leyendo o platicando
la historia de todos los pasos principales de la vida de
Cristo .... ~ (De la oración mental, cap. III, parágra-
fo 5).

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VI

Penetrados de la importancia de conformar


en cuanto sea posible nuestro lenguaje con el
de Castilla, nos hemos consagrado a observar
las diferencias que entre ellos median, y como
base hemos tomado el habia comun de los bo-
gotanos, por ser Ia que mejor hemos podido es-
tudiar, y porque en ella, sobre todo en 10 im-
preso, se encuentran resumidas muchas de las
corruptelas generalizadas en la Republica; de
suerte que la utili dad de este libra, si llega a
tenerla, puede extenderse a todos nuestros com-
patriotas. La formaci6n de un diccionario com-
pleto de los provincialismos de la naci6n exi-
giria la ayuda de muchos colaboradores juicio-
sos e ilustrados, yes tarea que s610 podra em-
prender quien disfrute de fuerzas y lucesrna-
yores que las nuestras,
Entre las observaciones consignadas en esta
obra hay algunas como las relativas a acen-
tuaci6n, disoluci6n de diptongos, conjugaci6n
de algunos verbos y permutaciones de letras,
que bien podrian formar parte de los tratados

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142 BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA

de urbanidad, pues no pueden despreciarse sin


dar indicios de vulgaridad y descuidada edu-
caci6n; otras, como algo de 10tocante a articu-
los, pronombres y uso de ciertas inflexiones
verbales, que van especialmente enderezadas a
los escritores y demas personas que aspiren a
expresarse con todo alifio y correcci6n; finaI-
mente otras, por ejemplo, Ia acentuaci6n de al-
gunos nombres propios y el uso de ciertas vo-
ces, que acaso no podrian reducirse a Ia practi-
ca sin merecer quien 10 intentase Ia nota de ex-
travagancia 0 caer en el riesgo de no ser conve-
nientemente entendido; porque no es facil, ver-
bigracia, que a quien bautizaron Aristides se
contente con ser llarnado Aristides, ni tendria
motivo de quejarse el que, pidiendo a un cria-
do una bandeja, le viese traer una [uenie; pero
tambien es cierto que, hablandose del famoso
griego conocido con aquel nombre, no se per-
mitiria pronunciarlo mal, y que, como casos se-
mejantes ha habido, podria exponerse a perdi-
das un comerciante, si en pedidos a correspon-
sales extranjeros usase bandeja por [uerue.
Cumplenos aquf hacer una protesta y dar una
explicaci6n, aquella para nuestros paisanos,
esta para los extranjeros. Sea la primera: ja-
mas ha sido nuestro intento escribir un c6digo
inflexible, especie de Alcoran, con el cual ha-
yan de juzgarse los escritos, discursos 0 con-
versaciones de los bogotanos; s610 hemos de-
seado hacer un estudio comparativo para fa-

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EL CASTELLANO EN AMERICA lO

c;ilitar el cabal aprendizaje de la lengua de Cer-


vantes, y fijar los límites entre el lenguaje clá-
sico y literario y el familiar y vulgar, dejando
al gusto y discreción de cada cual el decidir los
casos en que una inoportuna aplicación puede
traer consigo la nota de pedantería o de vulga-
ridad; rechazamos, pues, cualquiera imputa-
ción que se nos haga de querer alzamos a una
odiosa dictadura, para lo cual no tenemos ni
títulos ni disposición. Sea la segunda: como en
vista de lo mucho que censuramos pudiera quien
no haya pisado nuestro suelo, suponer que aquí
hablamos en una jerga como de gitanos, la jus-
ticia exige declarar que no hay tal: acaso, me-
jor dicho, seguramente, nadie hay que caiga
en todo lo que criticamos como errores, y raro
será el que los haya oído todos y menos encon-
trádolos impresos, pues que son recogidos de
entre las diferentes esferas sociales y entre in-
dividuos de diferentes profesiones. En Bogotá,
como en todas partes, hay personas que hablan
bien y personas que hablan mal, y en Bogotá,
como en todas partes, se necesitan y se escri-
ben libros que, condenando los abusos, vincu-
len el lenguaje culto entre las clases elevadas,
y mejoren el chabacano de aquellos que, por la
atmósfera en que han vivido, no saben otro.
Bueno es también recusar aquí las disculpas
que alegan algunos en favor de sus desaciertos
gramaticales. Tratando, suelen decir, de pun-
tos de mucha monta, no es dable atender a
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lH R. J. CUERVO

atildar el lenguaje y obedecer menudos precep-r


tos relativos a la forma; escribie,ndo, además,
de prisa, ¿quién va a reparar en minuciosida-
des y pequeñeces?-El bien hablar es a la ma-
nera de la buena crianza: quien la ha mamado
en la leche y robustecídola con el roce constan-
te de la gente fina, sabe ser fiel a sus leyes aun
en l'las Clrcunstanclas
. ~
mas ,
graves, y en estas
precisamente le es más forzosa su observancia.
Es más: quien osa tratar puntos muy altos
debe tener muy alta ilustración, y apenas se
concibe ésta sin estudios literarios, esmalte y
-- ..•(. - .• --
Vt::J.IUll1t..
...1,., •• ~A~ •.• 1 •.••.• f",.. ••1 •• ,.,,...:¡,,,,,,
\,).v vua.~ .la"" 1(.L\",.I\,A..u ...u"",n ••...""'.
•....
'",,,.(,,,,
'-" Ó-
••••••
'.lr1,
.•..•..•..•.
,pila
"""1-- .•..•.
-
peregrina idea, los escritores más eminentes c:le
--todos tos uaíses- nu haLn íat 1 producido -sintTobres---
ligeras, cuando es a menudo todo lo contrario.
En suma: los adefesios de personas humildes
que escriben cuando las circunstancias los pre-
cisan a ello, cualquiera los disculpa; pero no es
fácil ser indulgente en este particular con los
que presumen componer el mundo.
No menos oportuno parece señalar un esco-
llo propio de los estudios gramaticales. El há-
bito, sobre todo en los principiantes, de exigir
la corrección en la forma se convierte a menudo
en pedantería que rechaza cuanto no satisface
a un ideal falso o legítimo. Por lo mismo que
una forma descuidada suele ser indicio de poca
solidez en la parte sustancial de la obra, es or-
dinario que, en faltando lealtad para reconocer
méritos de otro orden, o ciencia para dilucidar
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EL CASTELLANO EN AMERICA 145

la materia sobre que versa un escrito, acuda la


pasión a la odiosa tarea de probar que el con-
trario no sabe gramática. Dicho se está que ja-
más ha sido nuestro designio proporcionar ar-
mas para esta clase de ataques; y el mero he-
cho de haber sembrado acá y allá en este libro
las noticias filológicas que pueden darle un ca-
ráct'er de seriedad, muestra que en nuestro pen-
samiento se ha asociado el concepto de la crí-
tica gramatical con el de la necesidad de estu-
diar las materias de que se trata.

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VII

Deseando, como al principio apuntamos, ser


leídos no sólo por los escolares y las personas
serias, sino por toda clase de individuos, nos
hemos propuesto hacer grata la lectura de nues-
.tro libro empleando en él todos los tonos, ya
criticando con gravedad, ya jugueteando con
festivas vayas, ya copiando lugares de los clá-
sicos, ya con disquisiciones y conjeturas filoló-
gicas, ya patentizando los errores en que incu-
rrimos con ejemplos puestos de propia cosecha
o sacados de obras nacionales o extranjeras; pe-
ro en todo caso declaramos que no procedemos
con malignidad; y, en comprobación de esto,
baste decir que censuramos pasajes de escrito-
res cuyo ilustre nombre oscurece el humilde
nuestro, y aun de otros cuya amistad nos hon-
ra y.cuyas luces nos han servido de guía en este
, y otros departamentos de la literatura. Fuera.

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1~8 R. J. CUERVO

de esto, el mostrar uno que otro defecto en obras


que admiramos, jamás lo reputaremos como
mérito nuestro o de nuestro libro, dado que
nuestra opinión en este particular se halla re-
sumida en estas palabras de un escritor ilustre:
cEntre reparar los errores y las bellezas de una
obra hay esta diferencia, que para lo primero
bastan los ojos, y para lo segundo es menester
la razón ilustrada y acompañada de aquella
sensibilidad fina que no se halla tan común-
mente. La envidia y la malignidad de abatir a
los otros para hacemos valer algo más, nos sue-
lt hacer linces en descubrir las faltas ajenas;
y uno que las halla luégo en una obra, y calla lo
oeIIoae e1ra~--essegtTtamenre-UTItgn:orarrte-o-nn----
envidioso, o lo uno y .10 otro~. Quien prueba su
respeto a los grandes escritores citándolos en
su apoyo millares de veces, bien puede criticar
unas decenas de pasaj es.
Quién querría que hubiésemos hecho una
obra completamente seria, quién nos asegura
que lo que tiene de grave es precisamente lo
malo de ella. tal contrariedad de opiniones prue-
ba que había de escogerse un término medio,
y que si lo hemos hallado, a todos habremos
proporcionado lectura. Proveyendo a esto y
en obsequio de la diversidad de gustos, se ha
impreso el libro en dos caracteres distintos: en
el mayor va lo que puede ser útil a la generali-
dad de lo¡ lectores; en el menor -aquellas noti-

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EL CASTELLANO EN AMERICA 149

das que por más recónditas o menos importan-


tes, o por demandar para su inteligencia el co-
nocimiento de otras lenguas, no ofrecen com-
parativamente mucho interés.

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VIII

Imprimi6se por primera vez este libro de


1867 a 1872 (en 8.0 menor pp., XX-526); la
2. a edición se public6 en 1876 (XXXII-527 pp.);
la 3.8 en 1881 (XLVIII-620 pp.); la 4.8 en 1885
{XXXIX-571 pp.); la 5.8 en 1907 (XL-692 pp.),
todas estas cuatro en la misma forma que la
presente. En la primera, a causa del mucho
tiempo que dur6 la impresi6n, fue preciso aña-
¿ir 29 páginas de adiciones y correcciones; y
.en todas hasta la 4. a inclusive se introdujeron
también considerables aumentos y enmiendas
importantes, pero conservándose la misma dis-
posición y método (que en partes era falta de
método) que en la l. a Distraídos en otros tra-
bajos y con el designio de reemplazar las Apun-
taciones con otro libro más extenso y de plan
más científico, teníamos olvidadas aquéllas,
-cuando varios amigos nos manifestaron cierta
pena de que desapareciera una obra que, a pe-
sar de sus defectos, se ha hecho popular y aun
podría ser útil a los estudiosos; sin considerar
a lo que nos obligábamos. condescendimos en.

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152 R. ). CUERVO

sacarla otra vez a luz, corrigiendo, como nos


dedan, lo indispensable, ora en cuanto a la
redacción, ora en cuanto a la doctrina. Hecho
esto en las primeras páginas que se remitieron
a la imprenta, apareció que en lo demás había
muchas partes que exigían reforma capital, y
fue forzoso reducir la materia a otro orden con-
forme a los principios mejor dilucidados de la
historia del lenguaje ; de donde, con el aumento
de artículos y observaciones, resultó una tras-
formación completa de casi todo.;-el libro; si
bien. procuramos aprovechar, en cuanto fue
posible, JaJe~dacción primitiva de los materia-
les. Pero no fue posible, en un trabajo que se
hacía a merlida qlleadelantaba-laimpresiGn.
evitar tal cual repetición o algún desacierto en
la disposición de los materiales. Todo esto he-
mos procurado corregirlo ahora. Como en ra-
zón de las adiciones considerables iba crecien-
do el volumen del libro más de lo que se había
supuesto, hubo necesidad de omitir algunos
ei emplos hacia el fin y condensar la redacción;
pero, no prestándose la naturaleza misma de
los puntos que ahí se tratan, a detenidas indi-
viduaciones, ha parecido innecesario introdu-
cir ahora de nuevo lo suprimido, cuando se han
añadido tantos artículos que compensan aque-
lla falta.
Es obvio que la materia de los primeros ca-
pítulos pudo o debió incluírse en otras divisio-
nes de la obra; para dej arIos en su disposición

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EL CASTELLANO EN AMERICA ~ ¡ '\' I
153

antigua, confesamos que apenas hemos tenido


otra razón que el deseo de conservar algo del
aspecto original del libro. Sin embargo, hemos
hecho una modificación que lo altera un tanto,
y consiste en suprimir al principio de los capí-
tulos lo que en las primeras ediciones llama-
mos glosario, y en la última nociones previas,
encaminadas a exponer el valor de los térmi"':
nos gramaticales y las noticias más precisas
para la inteligencia de la doctrina filológica.
No siendo posible limitar en cada capítulo el
empleo de los unos o la aplicación de la otra,
hemos preferido, siguiendo calificados ejemplos,
(1), ponerlo ordenadamente todo junto al prin-
cipio del libro; y como esta nomenclatura va
incluída en el índice alfabético, basta acudir a
él en caso de duda.
Este prólogo es también en su mayor parte
completamente diferente del que aparece en
las ediciones anteriores.
No debemos ponerle fin sin manifestar nues-
tra sincera gratitud por la· indulgencia con que
ha sido recibida esta obra desde su primera pu-
blicación, y con cierto orgullo contamos entre
los que, recién publicada, le dedicaron por la
imprenta expresiones benévolas a un Pott, a

(1) E. Bourciez, en su precioso libro ElémentJ d, Un-


gui4tique roman,. París, 1910.
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1)4 R. J. CUERVO
un Morel-Fatio, a un Caro (1). Tampoco nos
han faltado contradictores, cuyo tono y proce-
dimientos no siempre han correspondido a la
moderación y a la justicia que deben dominar
la crítica científica. No siendo de nuestro ca-
rácter entrar en polémicas ni menos deslucir a
nadie, nos hemos limitado, cuando el caso se
ha ofrecido, a corregir o aclarar los puntos que
cqn razón se nos censuraban; a confirmar con
nuevas pruebas los hechos que sin fundamento
se nos han negado; y a dejar intactos los luga-
res en que por ligereza o por otra causa se nos
han achacado cosas que no hemos dicho.

(1) El Prof. Pott en el G6ttingi3che gelehrte Anzeigen,


año de 1877; el señor Marel-Fatio, en la Romania, año
de 1879; el señor Caro, en el Repertorio Colombiano,
años de 1880 y 81. De los magi~trales artículos de
nuestro nunca bien llorado amigo el señor Caro nos he·
mos aprovechado para enriquecer en algunas partes la$
ediciones posteriores.
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FIN

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IlSIDICE

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D. Rufino Jos~ Cuervo y su obra, por D. Manuel
Antonio 80nilla ~
P691l.
l. El Hombre ..........................• ,• 7
11. Su obra ................•........ , 19
III . La lengua y su porvenir. La magna labor
de nuestro filólogo 31

El Castellano en América:

I .................... ~ " . 43
II 45
IJI 67
IV 87
V 131
VI 141
VII ••••••••••••••••••••••••• •••• • •• 0·0 ••••••
147
VIII 151

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