Trabajosemana 7!
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Carreras para Gente que Trabaja
Indicaciones: Integrantes:
Este material debe ser resuelto de manera grupal. 1. Johan Ruiz Cosiche
Debe ser llevado a la sesión presencial, porque en 2. Montoya Machado
base a este se desarrollará la sesión. W.
El trabajo debe ser enviado, a través de Canvas, a su 3. Daniel Lloclle
docente en la fecha indicada. Armuto
El trabajo enviado será calificado y forma parte de la 4.
nota de Participación. 5.
No olviden incluir los nombres de todos los integrantes
del grupo que participaron en la elaboración del
trabajo.
Después del gobierno de Alan García asume come presidente del Perú Alberto Fujimori, nos
encontrábamos en una gran crisis económica por la hiperinflación y por el terrorismo.
2. Explique qué se entiende por el autogolpe de Estado del 5 de abril de 1992 y cuáles
fueron las motivaciones.
En 2009, Fujimori fue condenado a 25 años de prisión por los casos Barrios Altos y La Cantuta,
sentencia ratificada en 2015.
El primer caso abarca el asesinato de 15 personas, incluido un niño de 8 años, durante una fiesta en la
que se creía que participaban miembros de Sendero Luminoso, lo que fue descartado por la justicia.
Por otra parte, el segundo caso corresponde al secuestro asesinato y entierro en fosas a ocho
estudiantes y un profesor de la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle, el 18 de julio de 1992.
La acumulación de deuda externa en toda América Latina, una serie de desastres
naturales, gastos públicos masivos, nacionalizaciones de bancos e instituciones financieras y el
cierre de Perú de los mercados crediticios internacionales llevaron a una década de declive
macroeconómico. La crisis financiera pronto se adoptó en la esfera pública a través de
la hiperinflación de los productos básicos, la escasez de alimentos y el desempleo masivo . Al final
de la década, el producto interno bruto (PIB) de Perú se contrajo más del 20% y la pobreza
aumentó al 55%.
“En agosto de 1990, Alberto Fujimori ganó las elecciones con un programa que negaba la
aplicación de un shock de precios. Sin embargo, al poco tiempo de ganar las elecciones, cambió
de política y aplicó un programa típico de reducción de la demanda interna –que se conoció como
´fujishock´– para enfrentar la hiperinflación. El diagnóstico básico del programa de estabilización
era que los precios dependían de la oferta monetaria: la inflación estaba determinada
directamente por el enorme crecimiento de la cantidad de dinero. Esta concepción tomó cuerpo en
un shock aplicado para revertir los principales desequilibrios macroeconómicos: déficit fiscal, baja
presión tributaria, déficit de la balanza de pagos, hiperinflación y desorden de los precios relativos.
Dancourt y Mendoza nos dicen que vinculados con el mencionado desequilibrio existían atrasos
en los precios básicos de la economía: tipo de cambio y tarifas de los servicios públicos (agua,
electricidad, gasolina). Este shock vino acompañado por un programa de compensación social
para los sectores más pobres. Tuvo un impacto duro y devastador, generando condiciones de
elevada anomia social. Los programas sociales asistencialistas recién fueron creados dos años
después, cuando la situación había comenzado a mejorar.
En marzo de 1991, una vez estabilizada relativamente la economía, Fujimori puso en marcha el
denominado Programa de Ajuste Estructural (PAE), aplicación del Consenso de Washington. (…)
Los PAE afirman que los problemas de América Latina tienen un origen endógeno, vale decir que
su causa radica en las políticas intervencionistas del Estado en la economía bajo el modelo de
Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Por tanto, plantean una política integral
que otorgue prioridad al mercado en la asignación de los factores de producción. Así, los llamados
diez mandamientos del Consenso de Washington fueron:
1. Disciplina fiscal
2. Reorientación del gasto público
3. Reforma tributaria: se priorizan los impuestos indirectos (impuesto general a las ventas
[IGV])
4. Liberalización financiera: apertura de la cuenta de capitales de la balanza de pagos
5. Tipos de cambio reales unificados y competitivos
6. Liberalización comercial: baja de aranceles
7. Apertura a la inversión extranjera directa (IEI)
8. Privatización de las empresas estatales
9. Desregulación
10. Mercados laborales flexibles
En consonancia con estos principios, los gobiernos latinoamericanos privatizaron las empresas
estatales, desregularon los mercados y abrieron las cuentas de capitales. Asimismo, se
liberalizaron el tipo de cambio, las tasas de interés y los mercados laborales, y se terminó con la
reforma agraria.
La privatización
Problemas y desafíos en el Perú actual
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El dinero obtenido por el Estado gracias a la privatización no fue bien empleado. Casi un tercio de
los ingresos fue gastado en programas sociales asistencialistas a los sectores pobres, llamados
también de “focalización”. Esa ayuda social también fue funcional al desarrollo de un extenso
clientelismo que subordinó las ilusiones populares a los designios del poder político.
Un segundo tercio de los ingresos fue empleado en adquisiciones de bienes del extranjero,
principalmente en compra de armas. En estas compras el gobierno no cumplió con los
procedimientos administrativos, debido a la formación de una amplia red de corrupción. Cabe
señalar, además, que buena parte del armamento que se compró era obsoleto y de mala calidad y
fue comprado a precios elevados pagando enormes sobornos a funcionarios del gobierno
peruano.
Finalmente, el último tercio de los ingresos sirvió para el pago de la deuda externa, sobre todo en
los años 1999 y 2000, a los acreedores de la banca multilateral. Así, se logró “aliviar” la difícil
situación del presupuesto de la República, al no requerirse ingresos internos para atender el
servicio de la deuda.
El dinero de la privatización utilizado para gastos sociales pudo mitigar los niveles de pobreza –
con políticas de corte populista–. No sucedió lo mismo con el dinero gastado en armas, como ya
hemos visto, mientras que el pago de la deuda externa puso menos presión a las cuentas fiscales.
Así, la venta de los activos del Estado produjo una ilusión poco duradera por definición, ya que
estos solo pueden venderse una vez, por lo que no generan ingresos sostenibles”. (Campodónico
2015: 189-195, 202-207 En: Zapata 2015)
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«Tres factores explican el apoyo relativamente duradero que los sectores populares le brindaron a
Fujimori a lo largo de la década del 90. Estos pueden ser descritos como factores políticos,
factores relacionados a la identidad y factores materiales, incluyendo estas últimas dimensiones
económicas y de seguridad. (…) Fujimori propició una nueva fase de ruptura con la élite política
asociada con el régimen democrático de la década de 1980. Aun cuando los procesos
fundamentales que han caracterizado la debilidad de la democracia se mantuvieron, e incluso
empeoraron –gobierno personalista, clientelismo, ausencia de frenos y contrapesos
institucionales, centralización del poder en manos del presidente–, la “independencia” política de
Fujimori y su habilidad para reconstruir un nuevo orden político, fueron bien recibidos por los
sectores populares que lo veían como una alternativa al estado de desesperación en el habían
estado inmersos por un tiempo.
Los componentes políticos y de identidad del apoyo de los sectores populares a Fujimori durante
la mayor parte de la década de 1990, probablemente no se hubieran mantenido por mucho tiempo
sin los beneficios materiales que recibieron las clases populares durante su gobierno. A pesar de
la difícil situación económica en la que la mayoría de la población se mantuvo durante el gobierno
de Fujimori, es importante tener en cuenta el hecho de que su mandato se inició durante una crisis
sin precedentes. De hecho, fueron tres los principales logros, en particular, que los peruanos
reconocieron como mejoras claves en su vida socioeconómica. En primer lugar, en términos de
seguridad, el gobierno logró avances impresionantes contra los grupos insurgentes, como la
detención de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, pocos meses después del autogolpe
de abril de 1992. Si bien la violencia política siguió acosando a los peruanos a lo largo de la
década, como lo demostró por ejemplo la crisis de los rehenes instigada por el MRTA en la
Embajada del Japón en 1997, el número de ataques insurgentes en las principales ciudades del
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Otros dos logros materiales relacionados con la seguridad fueron, en primer lugar, la mejora de la
situación macroeconómica en general, con una inflación estabilizada y el reinicio del crecimiento
económico a principios de 1990 y, en segundo lugar, las políticas sociales destinadas a beneficiar
a los pobres, las mismas que fueron aplicadas sobre todo después de 1993. Después de
respaldarse en los programas de apoyo a la emergencia que buscaron mitigar algunos de los
impactos negativos de la adaptación inicial al shock que tuvieron que enfrentar los sectores de
bajos ingresos, el gobierno de Fujimori desarrolló una amplia gama de programas de
compensación social con el apoyo de fondos de la cooperación internacional. La centralización de
la mayoría de programas sociales bajo el paraguas del Ministerio de la Presidencia, controlado por
Fujimori, facilitó el vínculo directo entre el presidente y las personas beneficiarias. La política
social estuvo orientada por un enfoque de “reducción de la pobreza” en correspondencia con el
marco dominante de los organismos de crédito multilaterales a partir de los años 1990. Consistió
en la entrega de beneficios a corto plazo a través de los cuales los receptores de ayuda seguían
dependiendo de la asistencia estatal. La política del Estado no promovió el empleo sostenible, ni
proporcionó recursos productivos o de formación técnica. En cambio, los programas sociales
clientelistas concordaban con la necesidad de Fujimori de ejercer el control político directo sobre
los sectores populares marginados, y de hecho una serie de trabajos han demostrado que el gasto
social aumentó de manera significativa en los meses previos a las campañas electorales
(Gonzáles de Olarte 1998, Cotler y Grompone 2000).
De esta manera, la política social no solo focalizó a los pobres de una manera paternalista, sino
que también se crearon relaciones clientelistas institucionalizadas entre los sectores populares y
el Estado. En un contexto en el que las organizaciones de los sectores populares ya estaban
debilitadas y fragmentadas debido a los años de violencia insurgente y contrainsurgente en las
barriadas y zonas rurales, el ingreso masivo de las agencias estatales al ámbito de las
necesidades básicas debilitó aún más su capacidad de autonomía. El presidente se benefició
directamente de las nuevas redes clientelistas dada la concentración de recursos en el Ministerio
de la Presidencia, que controlaba la mayoría de tales programas, al menos hasta 1996, cuando se
creó el Ministerio de Promoción de la Mujer y del Desarrollo Humano (PROMUDEH). (…) El
PROMUDEH prosiguió con la estrategia del gobierno de focalizar a los sectores populares con la
entrega de bienes que eran esenciales para la supervivencia cotidiana de la población, ya que no
tenían otra alternativa.
Esta descripción del apoyo brindado por las clases populares al gobierno de Fujimori corrobora la
afirmación de que este último representaba un nuevo tipo de régimen populista que continuaba
con las tendencias de representación política y de gobernanza que caracterizaron a la política
latinoamericana al menos durante la segunda mitad del siglo XX. Fujimori exhibió varios de los
rasgos asociados con los gobiernos populistas del pasado, tales como el liderazgo personalista, la
movilización de un apoyo de masas heterogéneas concentrado en las clases populares, y débiles
canales intermediarios de representación entre el líder y sus seguidores.» (Rousseau 2012: 90-
94)
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5. A partir de los videos revisados y la lectura del texto de Alfonso, describa dos
situaciones ocurridas durante el gobierno de Fujimori donde sea posible identificar
prácticas de corrupción.
Las redes de corrupción tenían, al centro, la íntima e intrincada alianza entre Fujimori y
Montesinos. El primero se ocupaba fundamentalmente de la política y actuaba como imagen
mediática populista; y el segundo negociaba secretamente con el alto comando militar y reunía
fondos ilegales en medio de múltiples otras tareas de inteligencia desde el SIN, su cuartel general
de espionaje. Durante la fase final del régimen de Fujimori, Montesinos mantenía enlaces con casi
todas las ramas de la estructura de corruptela que controlaba el poder, manipulaba la información
pública, saboteaba a la oposición y daba el mal ejemplo a los rangos inferiores de funcionarios y a
la sociedad en general. El tamaño, alcance y composición de esta red fueron asombrosos (...).
Fujimori contaba con un núcleo interno de parientes a cargo de los intereses familiares que
giraban alrededor de su poderoso cargo. Víctor Aritomi Shinto, casado con Rosa, hermana de
Fujimori, fue nombrado embajador del Perú en Japón en 1991, un puesto clave que mantuvo
hasta los últimos días del régimen. Hábilmente, Fujimori y Aritomi utilizaron la nacionalidad
japonesa, que podía otorgarles protección e impunidad. Entre otras varias operaciones, Aritomi
usó su inmunidad diplomática para transportar con regularidad los ingresos ilícitos de Fujimori al
Japón, en montos manejables como para lavarlos sin dejar huellas evidentes. Además, la
secretaria personal de Fujimori hizo transferencias bancarias a Aritomi de los fondos ilegales que
el presidente recibía en el Perú. Aritomi también solicitó donaciones y fondos de socorro
humanitario que se canalizaron a la familia Fujimori.
Además, el poder y la influencia corruptora ejercida por Montesinos en el poder judicial se hicieron
casi absolutos después de 1992. Los jueces de la Corte Suprema y de los juzgados superiores y
provinciales conformaron una red de prevaricación y cohecho que otorgaba decisiones y
sentencias a favor de intereses privados y políticos protegidos por Montesinos. Un aliado principal
de Montesinos en la Corte Suprema fue el juez Alejandro Rodríguez Medrano, quien convocaba a
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otros jueces para presionarles a dictaminar según lo requerido por el asesor presidencial. En un
caso particularmente vergonzoso, Montesinos le entregó al presidente de la Corte Suprema el
borrador de una resolución favorable a la apelación de Fujimori para postular a la presidencia del
país por tercera vez, no obstante los impedimentos constitucionales. El juez en cuestión y los
miembros de la sala constitucional de la Corte Suprema se reunieron con Montesinos en el SIN
para tratar sobre dicha resolución, que luego aprobaron oficialmente.
Desde su supuesta reforma en 1992, todo el sistema judicial estaba plagado de «innovaciones»
institucionales que servían como incentivo para los jueces mediocres y corruptos, y como castigo
para los honrados. Aproximadamente cincuenta jueces de cortes superiores y provinciales
colaboraron en la red judicial de Montesinos. En otro caso notorio, Blanca Nélida Colán, la fiscal
de la Nación y cabeza del Ministerio Público, desestimó diversas acusaciones formales contra
Montesinos. Durante su larga permanencia en el cargo (1992-2001), la fiscal accedió a una vida
de considerable lujo que luego no pudo justificar al ser encausada judicialmente.
El soborno de las autoridades electorales para que llevaran a cabo el fraude fue particularmente
escandaloso. En diciembre de 1999, José Portillo, el jefe de la Oficina Nacional de Procesos
Electorales (ONPE), y aproximadamente cuarenta asociados vinculados a los congresistas
Absalón Vásquez y María Jesús Espinoza falsificaron parte de las miles de firmas necesarias para
la inscripción de Perú 2000, el rebautizado movimiento político de Fujimori. El fraude fue expuesto
por informes de investigación publicados en El Comercio. Para la falsificación se usaron padrones
confidenciales de votantes de elecciones anteriores. Además, un aparato sofisticado de espionaje
telefónico masivo, que suministraba información directamente a Montesinos, fue instalado en la
sede central de la ONPE. Portillo, así como Alipio Montes de Oca, el jefe del Jurado Nacional de
Elecciones (JNE), visitaban a Montesinos en el SIN regularmente. Invariablemente, el JNE
rechazaba todas las quejas legales presentadas contra las maniobras reeleccionistas e
inconstitucionales de Fujimori.(…)
La investigación sobre las actividades de otro de los congresistas tránsfugas, Jorge Polack,
resulta bastante reveladora de los tratos realizados entre Montesinos y los dueños de medios de
comunicación con el objetivo de manipular la opinión pública. Polack —el acaudalado propietario
de Radio Libertad, una radioemisora e instrumento valioso de su propia campaña electoral—
había sido elegido al Congreso en el año 2000 como integrante del partido de oposición
Solidaridad Nacional. Polack fue acusado de recibir cerca de medio millón de dólares de
Montesinos. Al parecer, este habría sido el soborno más grande dado a un congresista tránsfuga.
Además, en agosto de 2000, la red radial de Polack habría recibido pagos por 118.000 dólares de
tres compañías bajo el control de Montesinos y sus agentes para que emitiera avisos políticos.
Polack, asimismo, fue sindicado por colaborar con uno de los agentes confidenciales del asesor
presidencial que estaba a cargo de los equipos de vigilancia telefónica. No obstante, Polack sería
solo la punta del viciado témpano mediático.
Los magnates de los medios de comunicación de masas fueron los mejor pagados por
Montesinos, debido a su papel estratégico en la información pública. Dado que solo una parte
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menor de la población accedía a los medios impresos, el jefe de espías puso conscientemente la
mira en la emisión televisiva como el medio de comunicación más influyente para sus fines. Los
medios de comunicación no fueron censurados ni controlados directamente por el gobierno. Esta
engañosa «libertad» de expresión y de prensa fue la cobertura para incesantes y bien
orquestadas campañas mediáticas que apoyaban el «autoritarismo electoral» de Fujimori. El
soborno de los magnates y celebridades mediáticas a cambio del respaldo político a Fujimori y de
lanzar campañas de difamación contra la oposición fue una de las formas más perniciosas de
corrupción que manejaron las altas jerarquías del gobierno.
Los participantes más notorios en la corrupción de los medios fueron José Francisco y José
Enrique Crousillat, padre e hijo entonces propietarios de América Televisión, canal 4. Dicha
estación televisiva ofrecía programas parcializados, conducidos por Laura Bozzo, la anfitriona de
denigrantes reality shows, y otros presentadores. Los Crousillat le vendieron la línea editorial de
su emisora a Montesinos, desde por lo menos 1997, en cerca de 600.000 dólares mensuales.
Montesinos arregló el refinanciamiento de la deuda de siete millones de dólares que los Crousillat
tenían con el Banco Wiese y garantizó el pago de seis millones de dólares a los Crousillat, a
través de la Caja de Pensiones Militar Policial-Banco de Comercio, que se encontraba bajo control
financiero de agentes montesinistas. Los Crousillat amasaron fortunas personales de
aproximadamente cinco millones de dólares en bienes raíces y en cuentas offshore en el Caribe y
en Panamá.
Montesinos aludía a este grupo de magnates mediáticos como el «equipo». Un video grabado en
1999 mostró a Ernesto Schütz, presidente del directorio de Panamericana Televisión, canal 5,
negociando con Montesinos por más de 12 millones de dólares para que vendiera su línea
editorial y atacara a la oposición. Schütz tuvo que contentarse con 1,5 millones de dólares al mes
por un total de 9 millones. Los hermanos Samuel y Mendel Winter tal vez recibieron menos por la
venta de su contenido editorial, pero quedaron agradecidos, pues lograron apropiarse del canal 2
en 1996, gracias a la persecución contra Baruch Ivcher, el principal accionista. Ivcher se vio
obligado a exiliarse y fue privado de su ciudadanía peruana después de que le retirase su
respaldo a Fujimori y emitiera informes reveladores sobre la tortura y el espionaje telefónico.
Genaro Delgado Parker, un importante accionista de canal 13 que tenía crónicos problemas
legales, le prometió a Montesinos que despediría al periodista independiente César Hildebrandt a
cambio de una sentencia favorable en una disputa por la propiedad de acciones del canal.(…)
La prensa amarilla, a la cual se conocía colectivamente como la «prensa chicha», atendía a las
masas mal informadas. Los propietarios y editores de estos pasquines mostraban gran
imaginación en propagar insultos estrambóticos, desinformación y manipulación sociopolítica. Los
más exitosos en este tipo de periodismo y sus campañas «psicosociales» fueron los hermanos
Alex y Moisés Wolfenson (este último un congresista fujimorista elegido en 2000), editores de El
Chino. Otros propietarios de periódicos chicha como Rubén Gamarra (La Yuca) y José Olaya (El
Tío) fueron sindicados por recibir cuantiosos subsidios impropios en 1999. Augusto Bresani, un
periodista cercano al SIN, trabajó con Montesinos y el publicista Daniel Borobio en la transmisión
tanto de titulares como de dinero a los editores de la prensa chicha. Bresani no solo recibía dinero
de Montesinos sino también, a partir de 1997, de importantes corporaciones privadas decididas a
prestar respaldo a Fujimori y sus campañas sucias. Entre los principales contribuyentes de la
prensa chicha figuraron compañías extranjeras y grupos empresariales nacionales. En marzo y
abril de 1998, la prensa chicha lanzó una virulenta campaña de difamación contra prominentes
periodistas independientes que iban descubriendo los aspectos más escabrosos del régimen, en
particular aquellos que publicaban informes acerca de las fechorías de oficiales militares y de
inteligencia en La República, entre ellos Fernando Rospigliosi, Ángel Páez y Edmundo Cruz. La
manipulación de la prensa amarilla, complementada con amenazas de muerte y acusaciones de
traición, representaba una censura ex post facto que caía pesadamente sobre los periodistas más
honrados. (Quiroz 2013: 466-483, 495-505)
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Respuesta:
Principalmente todo acto de corrupción fue canalizado por el Dr. Vladimiro Montesinos, quien sobornaba y
grababa en video dicho acto.
Se sabe que compro las editoriales de muchos medios de comunicación, desde canales de televisión hasta
periódicos llamados “diarios chicha o prensa amarilla” dichos medios de comunicación se dedicaban a
desprestigiar a los opositores políticos y periodistas independientes.
También sobornaba a congresistas de oposición para cambiar de bancada y lograr mayoría en el legislativo.
Esto les ayudaría en promulgar leyes u obstruirlas a fin de conveniencia propia.
Respuesta:
Después de ganar las elecciones por 3 vez consecutiva y con sospechas de fraude en los votos. El candidato
Alejandro Toledo (perdedor) convoco una marcha llamada los “4 suyos”. Este fue el inicio del fin del
gobierno de Fujimori.
Posteriormente sale a la luz un video del asesor (Vladimiro Montesinos) sobornando a Alberto Kouri
(congresista de oposición). Dicho destape hace que Fujimori despida a su asesor y cree una artimaña para
ganar tiempo y dejar que Vladimiro escape. Luego Fujimori viaja la convención de APEC en Brunei y para su
retorno, se desvía para Japón donde renuncia vía fax.
Bibliografía
Quiroz, A. (2013). Historia de la corrupción en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos /
Instituto de Defensa Legal.
Rousseau, S. (2012). Mujeres y ciudadanía: las paradojas del neopopulismo en el Perú de los
noventa. Lima: IEP.