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Caperucita Roja

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María Enriqueta García-Posada

Psicocrítica
Curso 2019-2020

Caperucita Roja

Este relato popular de tradición folclórica tuvo muchas versiones. Pondré en


comparación la de Charles Perrault, el primero en publicarla en una antología de cuentos
infantiles, a finales del siglo XVII, la versión moralizante para niños de los hermanos
Grimm, del siglo XIX, y la versión popular original, transmitida oralmente, que no
ubicada en ningún momento concreto.

Para empezar hay que tener en cuenta el esquema común que los tres cuentos
comparten: una niña, personaje protagonista, que se adentra en el bosque con una cesta
para llevarle alimentos a su abuela, por petición de su madre. Un lobo, personaje
antagonista, que interfiere en el camino para preguntarle su destino, que consigue
aprovecharse de su inocencia, engañarla, distraerla, y así llegar antes a casa de su abuela,
donde se la come, se pone su ropa y, cuando la niña llega, tienen la conversación más
conocida del cuento: por qué sus orejas, sus ojos, sus brazos y su boca son tan grandes; y
de ahí el bocado final. Estos elementos constituyen las invariantes del cuento, la estructura
interna. Las variantes entrarán según la intención del que reescriba este cuento,
condicionado por factores como la moral, el público receptor, la época, o los propios
intereses ideológicos.

La versión popular es la más violenta, la que no se le puede contar a los niños. Es


la más breve y concisa de todas. Sin detenerse en descripciones psicológicas, narra todas
las acciones y muestra solo los elementos importantes. No vemos ninguna conversación
entre Caperucita y su madre, solo sabemos que sale a petición de esta. Tampoco se hace
referencia a su nombre, es solo una niñita. El contenido de la cesta son dos alimentos
blandos: pan y leche. Cuando el lobo la interrumpe a penas hablan. Él le pregunta por el
camino que va a tomar y ella responde, entonces él toma el contrario. Los caminos son,
precisamente, el camino de las agujas y el de los alfileres, sustantivos que pueden servir
de premonición sobre algo violento que puede suceder. La manera en la que el lobo se
come a su madre resulta muy macabra: corta su carne y mete su sangre en una botella,
ofreciéndoselas a caperucita como si fuera carne y vino. Entra el personaje del gato,
elemento presente solo en esta versión, a advertirla de lo que acaba de hacer, insultándola.
Y el lobo la hace desvestirse repitiendo la misma frase: tíralo al fuego, nunca más lo
necesitarás. Este elemento hace la situación aún más desagradable y será tomada en
cuenta en otras versiones como la de Perrault para sacar conclusiones de tipo moralizante,
avisando a las mujeres del peligro de los hombres. Finalmente vendría el famoso diálogo
en el que Caperucita descubre que está con el lobo de antes y este se la come.

La versión de Perrault añade una variante que después quedará establecida como
invariante en la recepción y reescritura posterior: la caperuza roja, dándole así identidad
al personaje. La Psicocrítica ha querido encontrar en este cuento el símbolo de la
menstruación, ubicándolo en la caperuza roja.

En todo caso, el esquema es el mismo. Su cesta, esta vez, tiene una torta y un
tarrito de mantequilla. Mantendrá, como invariante, el momento en el que el lobo la hace
desnudarse, añadiendo además una moraleja explícita para advertir a las mujeres de los
hombres. Así el lobo no solo será un personaje para el relato, sino un símbolo, una
metáfora popular para constituir un especie de código moral y para seguir articulando
cuentos. Y es que el lobo, en nuestro imaginario colectivo, es el arquetipo de maldad,
tiene esa connotación. Está presente así en otros cuentos, como en Los tres cerditos.

Este tono moralizante no se manifestará de la misma manera en la versión de los


hermanos Grimm, quienes crearán unas nuevas variantes pensando en el público infantil.
Para empezar, ya la propia manera de narrar es diferente. Tiene un tono explicativo y
descriptivo muy desarrollado. Hace las pausas necesarias para enlazar unos
acontecimientos con otros. Muestra los pensamientos, las intervenciones de la madre, que
juega un papel protector para crear una situación de advertencia que el lector recibe desde
el principio, estando así preparado para cualquier cosa que pueda suceder. Crea así un
ambiente mucho más real, agradable y envolvente.

En cuanto a los elementos relevantes del esquema, se produce un primer cambio


en cuanto al trato del lobo con la niña. La conversación es muy amable, podría ser una
conversación normal. El lobo la distrae proponiéndole recoger flores, algo que resulta
más natural y menos violento que preguntar por caminos de agujas y alfileres. La cesta
tiene un pastel y un vino. El vino tal vez hace referencia, precisamente, a la versión
popular, al elemento macabro, la sangre de la abuela. Así los hermanos Grimm mantienen
la intertextualidad con la versión original, pero cuidan el impacto en el público. El
encuentro del lobo con la abuela respeta el esquema en cuanto a que mantiene el resultado
final, pero prescinde de todos los detalles macabros y lo reduce todo a un bocado. Lo
mismo sucede con Caperucita. Se elimina la conversación en la que la obliga a desnudarse
y solo queda la famosa parte en la que ella le pregunta por qué sus ojos, sus orejas, su
nariz, sus brazos y su boca son tan grandes. Lo hace con un tono que resulta hasta satírico.
Y el momento de comérsela es un simple bocado. En este sentido, los hermanos Grimm
se han limitado a prescindir de las invariantes más macabras y a llevar un tono satírico.

La variante que resulta clave para la recepción del público infantil es la


introducción de un nuevo elemento: el cazador, que pasa por casualidad y rescata a
Caperucita y su abuela de la tripa del lobo, que duerme y no se despierta cuando le llenan
la tripa de piedras, muriendo finalmente en el río. Así los hermanos Grimm hacen posible
un final feliz, que tan necesario es para que los niños puedan recibir los cuentos y aprender
de ellos sin asustarse. Podría ser una estrategia de negociación: un final feliz a cambio de
una lección moral, que es precisamente lo que se añade al final del cuento: una posible
segunda parte en la que Caperucita pone en práctica sus conocimientos aprendidos
después de la experiencia con el lobo, que sale perdiendo, cocido por la abuela, algo que
recupera, aunque de manera más satírica tal vez, el fondo macabro que hay detrás de esta
versión infantil.

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