Lunes 13. Julio L. Martínez
Lunes 13. Julio L. Martínez
Lunes 13. Julio L. Martínez
EL FUERO INTERNO
Julio Luis Martínez Martínez, SJ
Rector y Profesor de Teología Moral en la UP Comillas
13 de marzo de 2017
CONCIENCIA PERSONAL. EL FUERO INTERNO
Vengo con humildad a no enseñar, sino a compartir con vosotros una lectura del
capítulo octavo de Amoris Laetitia, que en mi caso es una lectura que está en proceso,
ya le he dedicado al tema bastante tiempo dentro de lo que me permiten mis tareas,
pero ya desde el primer momento, cuando la Exhortación vio la luz, incluso cuando
antes de que se presentase en público, me tuve que dedicar un poco a ella porque me
pidió D. Carlos Osoro y D. Ricardo Blázquez que la presentase junto con el Rector de
San Dámaso, con el Vicario de Pastoral Social de vuestra diócesis, y también el padre
Pablo Guerrero.
En este sentido, veo que es un tema que nos pide algo así como hacer el esfuerzo del
concepto teológico, o ser teólogos, pero teólogos del crecimiento de la doctrina, no
teólogos del cambio de doctrina porque creo que no es lo que se está poniendo en
juego en Amoris Laetitia, como trataré de decir, sino teólogos de ese crecimiento de
doctrina que es fundamentalmente crecimiento en la comprensión evangélica de la
doctrina o, en nuestro caso, de la norma moral aplicada a los temas del matrimonio y
la familia. Creo que aquí ni que decir tiene que esos debates –que me parece que son
totalmente superficiales y por tanto, a mí por lo menos no me requieren dedicarle
mucho tiempo–, que se han tratado de suscitar de si Amoris Laetitia son orientaciones
pastorales o es un documento de Magisterio, creo que esto no merece la pena ni
siquiera. Hay cosas que se han escrito sobre esto suficientemente expresivas como un
artículo de Salvador Pié i Ninot, por ejemplo, que además publicó Vida Nueva, en el
que él explica por qué es un documento del Magisterio ordinario, no definitivo, y que
no hay absolutamente ninguna duda sobre eso. O este libro que acaba de salir que creo
que es muy recomendable, del cardenal Lluís Martínez Sistach, que se llama “Cómo
aplicar Amoris Laetitia”, donde él también como canonista tiene para mí en este caso
la ventaja de manejar muy bien lo canónico, pero también es de esos canonistas –
como conocemos algunos– que tiene también una vocación muy clara a los temas de
la teología moral; entonces creo que en ese sentido hace muy bien el puente.
Yo soy profesor de Teología Moral y ya, desde hace unos cuantos años, me dedico a
la teología moral tratando de encontrar la clave del discernimiento. Este es el manual
de teología moral que yo escribí cuando me hicieron rector con un discípulo mío que
ayudó un poco a revisar, que ahora es el que da fundamentalmente las clases de Moral
Fundamental ya que yo no puedo; yo doy algunas, sigo manteniendo unas 10 horas al
año, pero no puedo mucho más por razón del cargo, pero yo titulé este título como
“Bases teológicas del discernimiento ético”. Tratando de buscar la categoría de
discernimiento ético, que no ha sido una categoría en realidad que haya orientado el
pensamiento sobre la teología moral, habitualmente, tratando de buscar desde ahí,
pensar los temas de un tratado de teología moral fundamental. Eso por un lado. Por
otro, que soy jesuita y mi hogar espiritual son los ejercicios espirituales ignacianos,
en realidad es mi modo de entenderme y de conocer a Cristo y también de ubicarme
en la Iglesia. Eso también me ha llevado siempre, y ya desde hace muchos años, a otra
cosa que es a poner en relación la moral con la espiritualidad.
Evidentemente todas estas cosas hay gente que a lo largo del tiempo las ha ido
haciendo, no pretendo ninguna exclusividad. Escribí este librito en el año 2011, que
se llama “Moral social y espiritualidad” buscando esa conexión que, para mí, es clave
de cómo la moral no puede ser una línea que vaya en paralelo sin cruzarse con lo que
es la vida espiritual, sino que al revés, tienen que ser como dos brazos que, juntos,
sean los que abarcan, los que abrazan. Creo que eso también es una clave muy
importante para entender el Magisterio del Papa Francisco. Por supuesto, añadiéndole
que es el Magisterio que proviene de un pastor, y de alguien –de ahí la humildad al
hablar con vosotros, porque yo atiendo a personas pero no me dedico
fundamentalmente a la pastoral en el sentido duro y puro como creo que la mayor
Lo que ese Magisterio ordinario que es este documento tiene, yo creo que algo que sí
conviene señalar y que no por conocido creo que es menos importante, que es que
como nunca antes están presentes en este texto la colegialidad y, sobre todo, la
sinodalidad. No solamente es un documento del Magisterio ordinario no definitivo,
sino que es un documento que tiene detrás dos sínodos, uno ordinario y otro
extraordinario, que están presentes de una manera clarísima y casi diría yo
detalladísima, en la Exhortación; hasta casi noventa citas directas de los sínodos hace
el Papa en la Exhortación. Y eso, con el sentido etimológico de sínodo, creo que tiene
mucha importancia, que es caminar juntos. Nos convoca a caminar juntos en un
trabajo de acompañamiento, de discernimiento, en diálogo profundo entre fieles y
pastores, y los que estamos aquí esta mañana tenemos una maravillosa pero, al mismo
tiempo, una grave responsabilidad en ese caminar juntos.
Yo hoy abriré el campo, no pretendo tratarlo todo, pondré el marco sobre todo desde
la conciencia y vinculando conciencia y discernimiento. O sea, voy a hablar sobre
todo con estas dos claves: discernimiento, que el documento habla de personal y
pastoral, y voy a hablar de conciencia, y ahí el título que pone lo del Fuero Interno,
que más adelante comentaré un poco, pero todos sabemos que es una distinción del
derecho canónico, que no es tanto de la teología moral pero lo asumimos sin mucho
problema. El fuero interno es el fuero de la conciencia, y por tanto no hace falta que
haya un acto externo de juicio e indicación, o de reconocimiento de una instancia en
este caso eclesial, sino que es la misma conciencia personal la que tiene que hacer su
trabajo que le lleve a tomar una serie de decisiones. Pero, en este sentido pastoral que
creo que atraviesa todas las páginas, el Papa considera esencial para que ese
discernimiento personal se pueda hacer con las debidas garantías, el acompañamiento
de un sacerdote.
Se dice, creo que con suficiente claridad en este caso, el sacerdote, y al mismo tiempo,
cuando decimos del sacerdote, tenemos que tratar de entender que al hablar de
De algún modo lo que me dispongo hoy es hacer una introducción para esta semana,
donde van a venir gente como Rufino Meana, que maneja más las claves de
acompañamiento psicológico y espiritual; Luis María García Domínguez, super-
especialista en tema de discernimiento tanto en la praxis como en la teoría; creo que
entre nosotros en España es de los que más puede saber en este momento sobre esto
porque ha sido maestro de novicios, ha sido formador de las etapas siguientes en el
noviciado, pero al mismo tiempo se ha dedicado en el estudio y se dedica en Comillas
a estudiar todos estos temas, y también maneja la clave psicológica, que aquí creo que
es tremendamente útil porque en los temas que hablamos no estamos sólo hablando
de un acompañamiento de tipo espiritual a las personas que entran en ese proceso de
discernimiento personal y pastoral, sino que muchas veces habrá que ayudarles a
desenredar los nudos o a clarificar intenciones, o a ver qué están buscando, o hacerles
salir un poco de su propio interés, que en muchos casos –sobre todo cuando haya
heridas de cierta consideración y de cierta consolidación– significará que habrá que
ayudar a la persona a que haga un proceso de cierta curación para que el
discernimiento, con las condiciones que debe darse, se dé. Lo mismo que Ana García
Mina, que es una laica de nuestra universidad profesora de Psicología y especialista
en terapias más de tipo humanista y muy experta en los procesos de acompañamiento
personales y familiares. O José María Rodríguez Olaizola, que hablará el viernes.
Yo creo que puede, entre unas piezas y otras, ser realmente interesante. Lo que yo
pretendo hoy es poner el marco, poner como el campo, más desde la teología moral.
En el mundo en que vivimos es una obviedad decir que no es nada fácil mantener el
rumbo hacia el bien y la verdad, o recuperarlo cuando uno lo pierde o lo deteriora.
Aquí está la cuestión de discernimiento, hasta treinta y cinco veces citado en la
Exhortación, con una clara resonancia tal como viene aquí presentado, con las claves
del método de vida legado por San Ignacio de Loyola y corroborada con dos citas
inmortales de Santo Tomás de Aquino, que ponen en el centro a la conciencia que
tiene que hacer la operación que nadie la puede hacer por ella –tampoco hay
Magisterio– de las normas generales llevarlas a las situaciones particulares donde la
Ese discernimiento como actitud de vida para buscar y hallar la verdad en todas las
decisiones, no sólo en las fundamentales de la vida, no sólo en esas que la teología
moral ha llamado –creo que razonablemente y como cualquier cosas razonable no ha
dejado de tener conflictos de interpretación– con la categoría “opción fundamental”,
que en absoluto ninguneaba a minusvaloraba los actos, ni tampoco a esas formas de
hábitos para responder en distintas parcelas de la vida que llamamos actitudes. El gran
problema con la opción fundamental era si la opción fundamental se despegaba de los
actos, o la opción fundamental no suprimía el valor de los actos; y efectivamente no
vemos cómo se pueda suprimir el valor de los actos para hablar de algo que es una
opción fundamental, como si los actos de la vida no tuvieran que ver con la opción
fundamental que tenemos las personas. Es cierto que hay muchos actos que no
comprometen una opción fundamental; en la formación, por ejemplo de los jóvenes
seminaristas y religiosos, una de las cosas que hay que ayudarles es a ver cómo
determinadas cosas en la sexualidad, etc., que hay que trabajar y que hay que abordar,
no comprometen su fundamental entrega a Dios y, por tanto, su vocación. Pero nunca
los buenos tratados sobre la opción fundamental han despegado la opción fundamental
de los actos, e incluso sabemos que hay actos que, aunque sean únicos en la vida,
comprometen de una manera fundamental una opción o una orientación fundamental.
Esto que aborda como otros temas de la teología moral fundamental la Veritatis
Splendor, y cuando apareció Veritatis Splendor quedamos como muy urgidos los que
nos dedicábamos a la moral, y más en particular los que nos dedicamos a la moral
fundamental, a tenerla en cuenta. Es evidente, yo en este libro, en todos los capítulos
de las categorías, presento qué es lo que dice Veritatis sobre la libertad, sobre la opción
fundamental, sobre la conciencia, etc., y trato de ayudar a poner eso en valor y también
en diálogo. Aquí estamos en ese discernimiento no solamente en las cosas
fundamentales de la vida, en las grandes decisiones, sino que el discernimiento bien
entendido se convierte en un modo de ser, no sólo en un método para utilizar, sino en
un modo de ser, de vivir, de estar en la vida.
Creo que esto está viniendo de una manera muy ideologizada, y desde luego –ya decía
al principio también– eso no me preocupa tanto porque aquí al final uno no pierde el
sentido de la importancia que tiene el tema y lo que planteamos de Laetitia, cuando
se da cuenta que lo que tenemos que tratar es de hacernos pastores capaces de ayudar
a las personas. Cuando se pone ahí el foco, muchas de estas cuestiones ideológicas
Discernir no es sólo sopesar razones o distinguir el bien del mal, sino que es
cristianamente hablando buscar al Señor, su voluntad en lo concreto de la existencia,
es decir, aquí y ahora para el sujeto discerniente y operante. ¿Para qué? Para dar pasos
en el seguimiento de Jesús. Con suma claridad lo dice Amoris Laetitia: “Detenerse
sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general,
no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios”. Y tras decir eso
vienen las dos citas de Santo Tomás, esa de que “Aunque en los principios generales
haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más
indeterminación hay”, lo cual esto forma parte de la entraña de la tradición más
auténtica e indisputable de la Iglesia de todos los tiempos, no sólo porque lo diga
Santo Tomás, está muy bien traído aquí. Probablemente en esto ha metido mano el
cardenal Schamber, dominico y gran conocedor de todo esto. Y la otra cita es esa de
que el conocimiento general de la norma y el conocimiento particular del
discernimiento práctico: “Si no hay más que uno solo de los dos conocimientos, es
preferible que este sea el conocimiento de la realidad particular que se acerca más
al obrar”. Esto no está dicho en la Summa Theologica como la anterior, en la primera
parte de la segunda, el artículo 94, sino en el Libro de las Sentencias Éticas.
Esa posibilidad de buscar con inteligencia humilde y abierta y encontrar a Dios en las
circunstancias de la vida, se apoya en una creencia en el sentido orteguiano de la
palabra, de que el ser humano es capaz del bien y la verdad; aún más, que está creado
para ello como imagen de Dios que es, siendo por eso –como dice Gaudium et Spes
17– la libertad el signo más eminente de la dignidad humana. De alguna manera
podemos decir que la libertad tiene en nosotros como una doble dimensión. Por un
lado es un existencial humano, un don que se ofrece teológicamente hablando, eso
que dice Gálatas 5:1 “Para la libertad nos liberó Cristo”, y decimos no sólo tenemos
libertad, sino que es la manera de nuestra condición o, como dice Runer “la libertad
Esto es fundamental porque, cuando hablamos de los actos humanos –que son, como
decía Santo Tomás, probablemente la afirmación que se puede considerar como más
importante de la teología moral de todos los tiempos, que los actos humanos son actos
morales, no los actos del hombre, sino los actos humanos–, esos actos humanos
siempre serán en una libertad situada, en un don tremendo e impresionante que sólo
se puede realizar bajo las condiciones de una existencia herida por el pecado. Cuando
Gaudium et Spes, en el 17 –después del 16 al que iremos después que es el punto sobre
la conciencia– trata la libertad, no sólo dice que es el signo evidente de la dignidad
humana, sino que nos advierte enseguida que es de una existencia herida por el
pecado, con toda su complejidad y con todas las ambigüedades, con todas las
polaridades, contradicciones, límites, conflictos, prejuicios de la época, de los grupos
a los que pertenecemos, de las personas que nos hemos ido cargando a lo largo de
nuestra existencia, por cómo vivimos y por lo mal que discernimos tantas veces. De
prejuicios también personales, esos tres niveles que distinguía siempre Lonergan
cuando hablaba de esos prejuicios que eran gran parte de su situación de la persona
en el mundo.
Y ahí esa libertad que se hace verdad como en tres grandes actividades, que son: la
deliberación, la decisión y la responsabilidad. Esa experiencia atravesada por el
pecado y por todas las contradicciones que muchas no son solamente fruto del pecado
personal. Y eso es otra cosa que cuando acompañamos a las personas vamos
continuamente teniendo que recordar: que muchas de las cosas que les pasan a las
personas que han entrado en situaciones de vida que no se ajustan a lo que es el ideal
de vida, sea en el matrimonio, en la familia, muchas veces no vienen de decisiones
que ellos han tomado, sino de cosas que se han ido encontrado a lo largo del camino.
Pero lo grande es que todos, aún como hayamos vivido y lo mal que hayamos podido
La deliberación, que es menos que el discernimiento pero que forma parte del
discernimiento, tiene que ver con argumentos y motivos pero también tiene que ver
con separarse de eso que forma parte de nuestro entramado vital de argumentos y
motivos de nuestras acciones. Deliberar es, de algún modo, tomar distancia, librarse
de esos condicionamientos; por eso deliberar nos lleva enseguida, en la perspectiva
cristiana, a discernir, discernir en tanto en cuanto buscar la voluntad de Dios sobre mí,
que es encuentro con uno mismo para evitar excesos y defectos de una libertad
esclava. De esta manera el discernimiento, más allá de la deliberación, no es un simple
acto de valoración entre posibilidades distintas, sino que tiene como referencia el bien
que se debe realizar. El discernimiento cristianamente hecho es un acto de fe, pues
rara vez existe evidencia absoluta del bien, pero es un acto de fe en el que uno cree
que es capaz de encontrar la voluntad de Dios y de dirigirse de alguna manera con lo
precario de su vida hacia el bien y la verdad.
Está también la decisión, que supone siempre de algún modo como una incisión, como
un corte; de hecho están las palabras muy relacionadas, porque decisión es cortar
posibilidades a las que renunciamos para quedarnos con algo que aceptamos. En el
discernimiento no se trata de decidir entre algo bueno y algo malo, sino entre distintas
posibilidades de que el bien crezca aunque sea con pequeños pasos, pero se trata de
dejar algo. Y decisión es un elemento indispensable de la libertad. Hay decisiones que
no tienen marcha atrás, diríamos que tienen ese carácter ya no sólo de fundamentales,
sino de irremediables. La mayor parte de las decisiones que tomamos no tienen ese
carácter –gracias a Dios–, incluso una cosa que yo siempre he visto muy entrañada
con el discernimiento es que cuando se hace con rectitud de intención, lo que se cree
por dónde se tiene que ir, no tiene uno que tener mucho miedo de no acertar del todo,
ni a la primera, porque la rectitud de intención es como el gran salvavidas que nos
permite, si tenemos que corregir el rumbo, tener algo donde agarrarnos. Cuando falta
la rectitud de intención ya no habría ni discernimiento en el sentido de buscar la
voluntad de Dios.
Creo que sin ese trabajo un poco previo, nadie debería ser acompañante porque no
tendría la disposición de creer en el otro y en su deseo hacia Dios. En lenguaje
ignaciano diríamos faltaría la indiferencia, es decir, la libertad fundamental,
Dice 305: “Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a
quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre
la vida de las personas”. Un pastor no puede sentirse satisfecho con eso. Si
necesitamos es que alguien nos diga “no, es que esas no son rocas, sino que es la
verdadera doctrina de la Santa Madre Iglesia y, por tanto, tú no estás lanzando ninguna
roca a los otros”, pues que uno sea consciente de lo que está pidiendo. Yo desde luego
no me apunto a eso, porque lo que no quiero es echarle la responsabilidad al
Magisterio pontificio para no hacer cosas en plan de acogida y de acompañamiento;
entrando en lo que sería en un sentido muy fuerte –y también es otra cosa que me
viene a mí internamente ante esta cuestión con mucha potencia– de la via caritatis a
la que estamos llamados en nuestra vida, aunque hayamos renunciado o habiendo
renunciado desde nuestra libertad a otras formas de expresión del amor. Pero tenemos
una gran posibilidad dada por Dios de salir al encuentro de personas que lo pasan mal,
ayudándoles, acompañándoles, con el sentido último de integrarles lo más posible en
la vida de la Iglesia, que evidentemente no tiene que pasar necesariamente y poner ahí
todo el foco. Creo que es un error que no lo hace el Papa, desde luego, y si se le
adjudica es porque ideológicamente se quiere leer el documento, pensando en que esa
integración pasa por que comulguen. Evidentemente puede pasar en casos pero no
puede por qué la integración sustanciarse siempre en eso ni de la misma manera.
Aquí hay una pregunta bastante clara sobre nuestra fe en Jesucristo y nuestra
experiencia viva de relación con Él: ¿conocerle es nuestra vida, es nuestra principal
alegría, o es secundario? ¿Creemos que Él sale al encuentro de todo hombre y toda
mujer, sea cual sea su situación? Que nos dice, como ayer en la transfiguración,
“levantaos, no tengáis miedo”, y esto que nos lo dice a todos, no solo a los que estamos
Aquí hay todo un examen de conciencia muy pertinente que no es sugerido por un
Papa naif o que no sepa de qué está hablando, porque vive en su torre de marfil o es
un intelectual alejado de la gente. Creo que es un Papa nada ingenuo, es muy porteño
y los que habéis tratado –como es mi caso que he ido durante diez años a Argentina a
dar clase en los veranos, he tenido mucha experiencia de tratar argentinos porteños, y
es una raza muy peculiar pero nada ingenua–, y además que tiene un corazón de pastor
de dar la vida por las ovejas, y morirá siendo así; en ese sentido ya cuando era jesuita,
pero el ministerio episcopal se lo incrementó. Por eso creo que el examen de
conciencia no lo tienen que hacer solamente los divorciados vueltos a casar, respecto
de sus actuaciones y actitudes, a fin de cómo mejor integrarse, sino también nosotros
sacerdotes para preguntarnos con honradez delante del Señor qué hemos hecho por Él
y qué debemos hacer por Él en relación a nuestros hermanos que buscan en la Iglesia
una madre misericordiosa.
Creo que un examen de conciencia hecho así, no desde la culpabilización sino desde
el sentido de una llamada que es al amor, y en este caso a nosotros como sacerdotes
una llamada a la via caritatis; un examen de conciencia que para que sea buen examen
de conciencia sabemos que no solamente es pedir perdón por las faltas o los pecados,
sino también agradecer los dones que uno recibe, y el don que es eso de poder ser
llamados a acompañar determinadas situaciones. Creo que ese talante requiere desde
luego una apertura a la complejidad y a la ambigüedad de lo real, en todo; pide no
separar fácilmente puro e impuros, buenos y malos, y no blindarse en rigideces, en
tópicos, en complacencias narcisistas o en condenas catastrofistas y generales. Por ahí
sólo hay un camino, que es doctrina sin vida y construcción de muros.
Yo desde luego –y esto es otra cosa que estos días supongo que vamos a decir todos
de una manera o de otra, cada uno a nuestro estilo– como lo he vivido a lo largo de
mi vida, incluso antes de ser jesuita, que el discernimiento es una cosa muy seria, lo
que tenemos que decir aquí es: discernir tal como habla aquí el documento no tiene
nada que ver con licencia para hacer lo que a uno se le antoje o sacar adelante sus
Pero desde aquí no podemos poner en riesgo todo un gran instrumento que se nos
ofrece y que se nos pide. Lo que sí debemos pedir es que, para discernir, garanticemos
una serie de condiciones. El número 300 dice: “humildad, reserva, amor a la Iglesia
y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios”. Son condiciones
que yo, por mi propia experiencia lo veo, en casos de los que habla este número
octavo, cuando la persona busca de verdad el acercarse a Dios y a la Iglesia, no tendrá
mucha dificultad de desear y de reconocer como algo que no es una cosa que se le
pida en exceso, me refiero a esa humildad, reserva, amor a la Iglesia, etc. La cuestión
es que un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más
agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin
enfrentar importantes dificultades. Quién no evoca aquí la pobre oración del publicano
frente a la orgullosa oración del fariseo, uno salió diríamos más cerca de Dios y el
otro más alejado de Él, del templo.
Dice el Papa: “Es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que
no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno—…” y aquí ha echado
mano de esas distinciones que ya vienen de Abelardo y que luego pasan a Santo
Tomás entre culpa y pecado, etc., pero tampoco hace falta complicarse mucho en esta
línea, dice que es posible que en esa situación se pueda vivir: “… en gracia de Dios,
se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad,
recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. El discernimiento debe ayudar a encontrar
los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites.
Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del
crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios”.
Aquí, como glosa si queréis, hay dos cosas que no me resisto a recordar que son de
Evangelii Gaudium: “el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar
Yo desde hace unos meses he metido el número 325, que es el último número de
Amoris Laetitia, al final de la homilía o en algún momento oportuno les leo por lo
menos una parte del número 325 cuando dice: “Ninguna familia es una realidad
celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva
maduración de su capacidad de amar. Hay un llamado constante que viene de la
comunión plena….”. Y cuando dice “…Contemplar la plenitud que todavía no
alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido histórico que estamos haciendo
como familias, para dejar de exigir a las relaciones interpersonales una perfección,
una pureza de intenciones y una coherencia que sólo podremos encontrar en el Reino
definitivo. También nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de
mucha fragilidad. Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más
allá de nosotros mismos y de nuestros límites…”, y eso veo que tiene un efecto
importantísimo, más que sobre la pareja que se casa sobre aquellos que están allí, que
ya están desde hace tiempo casados. Porque tendemos digamos, y además yo creo que
es bueno, a presentar un ideal de vida que no podemos dejar de hacer, pero al mismo
tiempo pensando en que en el camino se van juntando, se van adhiriendo muchas
suciedades e imperfecciones, incluso en aquellos que vivan una vida más digna en el
sentido moral del ideal.
Hay un peligro tremendo entre nosotros que en realidad lo hemos recibido de nuestros
mayores y ellos a su vez de los otros, de hablar, por ejemplo, de la conciencia en
términos de un individuo adulto, equilibrado, sano, maduro y perfectamente
integrado, que está continuamente –y de vez en cuando tiene algún despiste–.
Tenemos que meter y al hablar también a la gente que formemos para ejercer el
sacerdocio, todo el sentido de la evolución del juicio moral y de la evolución de la
conciencia en las personas, porque no es infrecuente que nos encontramos gente muy
desarrollada en determinadas facetas de su vida, por ejemplo profesionales, que son
subdesarrollados ya no sólo en términos de vida espiritual, sino en términos también
de algunas parcelas de la vida moral, que se han quedado –si miramos los estadios de
Kohlberg, que no es que sea perfecto esa forma de entenderlo, pero a mí por lo menos
me ayuda–a veces en el estadio 3 ó 4, que son puramente niveles de ajuste social, un
nivel que es más el ajuste social con la pandilla, que todos hemos vivido cuando
éramos niños, la importancia de que nos aceptasen en un grupo para los juegos, para
otras cosas; y el estadio 4, que es ya un ajuste con el conjunto de la sociedad, donde
la moral nunca llega a una autonomía, sino que se queda en una socionomía.
Ojo, que mucha gente dentro de la Iglesia se queda en una eclesionomía que no es
muy diferente a una socionomía. La socionomía la vemos en nuestra sociedad cuando
se nos dice “el setenta por ciento de los españoles están de acuerdo con…”, la gente
ya siente que tiene que ajustarse si no está muy de acuerdo con eso. Pero eclesialmente
hablando yo no veo tanta diferencia a cuando le pedimos continuamente al Magisterio
que nos resuelva la vida y que nos libere de discernir en mi existencia concreta, y
desgraciadamente el Magisterio –no de los dos últimos Papas pero sí de antes–, ha
caído en una hipertrofia de la instancia magisterial aplicada a la moral; es decir,
parecía que cualquier tema que surgiese tenía que decir el Magisterio del Papa alguna
cosa para orientar y resolver las cosas de cómo actuar.
Al final nos hemos encontrado que, por más que se seguía hablando de la conciencia,
la conciencia se había quedado atrofiada, porque la hipertrofia de una entidad significa
la atrofia de la otra. No cabe duda que los documentos seguían hablando de la
conciencia como la norma última de la moralidad, o en distintas versiones de la
expresión básica, pero cuando al mismo tiempo pedíamos que el Magisterio
respondiese aquí o allá, y además entrábamos como en una dinámica de exigencia con
Aquí hay un aspecto que lo dejo para Luis María, pero que solamente lo apunto,
seguro que él lo va a tratar porque es capital. Para discernir según Dios no basta con
pensar, hacer, organizar el bien, sino que hay que hacerlo de buen Espíritu. Y el buen
Espíritu nos enraíza siempre en la Iglesia, en la que el Espíritu actúa y reparte su
diversidad de carismas para el bien común. Ahí se entiende, y lo dejo así apuntado,
que ante situaciones de debilidad o fracaso humano, algunos puedan creer
verdaderamente que no hay nada que discernir, que lo que hay que hacer es darle a la
persona el ideal moral y que vea cómo se puede ajustar a él. ¿Por qué?, porque
consideran que la alternativa en todo caso va a ser un mal, y el discernir no se discierne
entre el bien y el mal, se discierne entre cosas que nos llevan al bien.
Pero para mí aquí hay un problema: es que hay situaciones en que el ideal, que no
cuestionamos y desde luego el que diga que esta Exhortación lo cuestiona, miente, el
ideal de lo que es la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia, el carácter
institucional irrevocable del matrimonio, explicado además tanto en orden a la
creación como en orden a la unión como instrumento a la unión con Cristo y a la
Gracia de Dios como alianza de amor irrevocable, como camino de purificación y
santificación, presentada la indisolubilidad como un don de Dios por el cual los
cónyuges llegan a ser el uno para el otro, signo y presencia de amor irrevocable. Todo
eso está aquí y esto es lo que más domina en este documento, pero –voy a mi
argumento– hay situaciones en que ese ideal se puede acabar convirtiendo en un mal
Esto es interesante, cuando uno acompaña a una persona lo ve, que hay cosas que si
yo a esa persona le confronto con el ideal, ese ideal mismo le puede como bloquear,
y le puede como desalentar, le puede como crear esa irritación de fondo que es “yo no
tengo nada que ver con Dios”, que es lo peor que un sacerdote puede hacer con
alguien, que al final el otro sienta “yo aquí no tengo nada que rascar, aunque voy de
buena voluntad”. Y sin embargo al revés, que un pequeño paso que efectivamente no
se puede dar ni mucho menos como que esa persona se ha ajustado, le abre a uno por
dentro y siente cómo hay un aumento de deseos de hacer más, de pertenecer más, lo
que San Ignacio dice con esta expresión “aumento de fe, esperanza y caridad”, que
lo sentimos internamente, que son mociones que se sienten. Esto no es una cuestión
intelectual sino que es una cuestión de todo el ser que hasta consigue que el sistema
parasimpático, cuando una persona entra como en esta dinámica, hasta consigue que
se relaje. Pero independientemente de que eso pase o no, uno siente por dentro que,
aunque aquí no está en lo perfecto ni lo va a estar, pero sí que está dando un paso que
le está acercando a Dios.
Creo que el Papa nos ayuda a ver pero no lo formula con una nitidez muy clara, y por
eso yo llevo dándole vueltas a este punto semanas y semanas. Lo he confrontado
también con Monseñor Semeraro, que es el secretario del grupo de cardenales y está
muy cercano al Papa y vino a hablar del Amoris Laetitia, y él tiene una introducción
aquí en esta presentación donde habla del discernimiento moral, del discernimiento
espiritual, y lo pone en relación al discernimiento pastoral. Creo que aquí, aunque no
está formulado con esta nitidez, se puede hablar de un discernimiento moral, de un
discernimiento espiritual y, el que el Papa está pidiendo en Amoris Laetitia él le llama
personal y pastoral, pero es un discernimiento personal y pastoral que necesariamente
tiene componentes del discernimiento moral y espiritual. El que acompaña tiene que
manejar un poco esas claves porque son diferentes dimensiones del discernimiento.
Luego está el discernimiento personal o pastoral, que para mí son dos cosas: una, que
tiene que ser sobre todo la persona en su intimidad –lo que llamamos la conciencia,
fuero interno, esta palabra aparece un par de veces en la Exhortación– y luego
acompañado; y en el acompañamiento con todas las cautelas de decir que no acabe
pasando que hay algunos sacerdotes que son los expendedores fáciles como de las
cédulas de “este puede”, y otros que “usted no se ajusta al ideal y por tanto…”. A mí,
pensado esto en realidad –tal como os decía al principio, si al final tiene que ser pues
las autoridades sabrán–, no me gustaría que las diócesis señalasen a unos cuantos
sacerdotes para hacer esto, los que se sepa que lo hacen bien. Más bien me gustaría
que fuera una pregunta de conversión pastoral para todos, cada uno en nuestro
ministerio, cada uno con nuestras responsabilidades, porque eso nos haría un gran
bien. Pero también le he oído al cardenal Martínez Sistach decir que igual hay que
señalar a algunos cuantos, porque evidentemente si la gente se va a encontrar con un
sacerdote que para nada maneja ninguna clave de lo que sea un acompañamiento, pues
va a ser mucho peor el que la gente reciba Amoris Laetitia a lo contrario, porque todo
eso nos obliga a proceder de una determinada manera y a buscar acompañar.
Estos son los tres niveles del discernimiento, que el moral y el espiritual creo yo que
no deben faltar en el personal pastoral. Los tres niveles son entre sí complementarios
pero diferentes: discernimiento moral, discernimiento espiritual y discernimiento
pastoral, no comunitario sino personal, de fuero interno. Aquí Amoris Laetitia plantea
el examen de conciencia a través de momentos de reflexión y arrepentimiento, las
Yo creo que hay todo un alarde de maestro de la sospecha de la persona como decía
nada naif, que ve los riesgos reales, pero que al mismo tiempo no permite que
caigamos en la tentación de decir “entonces acompañar y discernir serían preciosos
pero son imposibles”. Yo creo que esa es una tentación clarísima del mal Espíritu.
Bien que se presente como tentación gruesa quitándonos a nosotros el deseo de ayudar
de esa manera, bien que se presente como tentación so capa de bien, que es lo que más
normalmente acabará pasando en este caso. Y quiero decir con esto que se presenta
Un asunto que estoy seguro que Luis María va a tratar con mucha más amplitud, es
todo el tema de la indiferencia necesaria en el sentido ignaciano del término para que
el discernimiento tenga mínimas garantías. Indiferencia no es ni insensibilidad ante
las personas, los acontecimientos o las circunstancias, como si nos diera lo mismo una
cosa que otra; tampoco es pasividad o impasibilidad, el estilo de la ataraxia como el
ideal del sabio estoico, el que se pone por encima del bien y el mal. Indiferencia es
pasión y diferencia por lo que Dios quiere, desde la convicción de que Él ni me puede
engañar ni es competidor de mi autonomía. Si somos capaces en un proceso de hacer
ver a la persona que se acerca, que trabajar en este tipo de actitudes es lo que le va a
llevar a atisbar el camino que le pueda hacer salir de una situación que vive como una
situación de pecado, o de rechazo, o de desajuste, o de dificultades ante cosas que no
han dejado de ser importantes para él pero al mismo tiempo ve que está privado de
ello, como con estas situaciones a lo largo de nuestra vida nos hemos encontrado,
sabemos de lo que estamos hablando.
Aquí estaríamos hablando de la certeza, de las tres condiciones que ponemos de que
el acto moralmente pase como el control de calidad, por así decirlo; la rectitud, la
verdad y la certeza, cuando dice aquí: “…descubrir con cierta seguridad moral que
esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad
concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo”. El
“todavía” hay que situarlo en el sentido dinámico del discernimiento, que
evidentemente nunca lo debemos cerrar, porque es lo que querríamos y por lo que
tenemos que pedir también en el acompañamiento; es muy importante hacer oración,
todos lo hemos sentido: cuando uno recibe a una persona sobre todo cuantas más
dificultades hay en el tema que esa persona trae o en la situación de vida que nos
presenta, es cuando más necesario sentimos retirarnos también en oración para pedir
luz y para pedir fuerza para esa persona.
En este número 303 estamos jugando realmente el núcleo del partido. “También puede
reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta
generosa que se puede ofrecer a Dios…”, aquí estaría el sentido de la verdad, “…y
descubrir con cierta seguridad moral –certeza– que esa es la entrega que Dios mismo
está reclamando…”, y descubrir todo esto como respuesta a lo que es la voluntad de
Dios sobre mi existencia concreta, aunque esa existencia esté atravesada por unas
limitaciones que son objetivamente inexplicables. Si la persona no acepta que ahí hay
limitaciones, estaríamos en ese punto que dice en el 297, de una persona que quiere
demostrar, hacer ostentación –creo que es la palabra que utiliza– de que su situación
es la que la Iglesia debería aceptar como norma. Esto desde luego el Papa no pide aquí
en ningún caso que nosotros nos dispongamos a hacer.
Este sería el combate que tenía el beato Newman, del cual tenemos una selección de
frases fundamentales, que es como el gran apóstol moderno de la conciencia para la
iglesia católica, y que esa carta al duque de Norfolk constituye un lugar de referencia
fundamental al que tenemos que ir. Ahí están esas frases como “El primer vicario de
Cristo para cada uno es la conciencia”. Newman, cuando tiene su comprensión de la
conciencia, sobre todo lo que trata es de ver cómo esa comprensión tiene que
distanciarse de una comprensión liberal de la conciencia, que aquí es la que más daño
nos hace. Evidentemente han surgido otras cosas que hay que tener en consideración
después de Newman, como es una disolución por una vía más neurológica de la
conciencia, y otras formas, o sociológica de la conciencia, pero Newman se confronta
con algo que sigue siendo verdadero, que es una visión de la conciencia desde la
Y aquí, sin tanta elaboración, el número 297 reconoce que hay casos en que lo que
acaba produciéndose es una suerte de apología u ostentación de la propia situación
como si fuera parte del ideal cristiano. El Papa ante esto dice: especial cuidado con
esto, y desde luego este sería un caso clarísimo de una persona que no acepta entrar
en un discernimiento de búsqueda de la voluntad de Dios, que es evidente que cuando
eso pasa tenemos que acompañar con paciencia procurando algún camino de
integración, y no tirar la toalla. Aquí el número 297 y 299 vienen a responder a esto,
pero también hay que decir con claridad –yo por lo menos es lo que haría y en algún
caso me ha tocado hacer– “usted no viene buscando al voluntad de Dios ni tiene
deseos de ponerse en esa disposición, sino que viene a hacer su voluntad”; ahí no hay
discernimiento, el discernimiento no es que el otro venga a convencernos, el
discernimiento es buscar la voluntad de Dios sobre la propia vida. Si la coherencia
interna de la propia vida uno tiene que dar explicación ante el otro de que todo lo que
ha hecho tiene una lógica y además que lo volvería a hacer, pues muy bien, pero
nosotros estamos obligados; ya digo que a mí me ayuda mucho que al mismo tiempo
en esos casos más difíciles se nos diga que los pastores tendrán que acompañar con
paciencia, procurando algún camino de integración, es decir, no tiremos la toalla del
todo, pero este sería un caso donde lo que marca el Papa de discernimiento personal
y pastoral no se puede dar.
Pedir este papel para la conciencia es ponerse en la más genuina tradición de la Iglesia,
situar la responsabilidad fundamental en la persona pero no en un sentido de persona
autorreferencial ni cerrada sobre sí misma y su propia historia. Como decía antes, la
responsabilidad es un acto de uno mismo, delante de alguien, por algo y según unas
reglas. Remitirnos a la conciencia lleva a recordar que el diálogo entre discípulo y
maestro –que está en la raíz etimológica de la palabra griega syneidesis, el “yo sé
juntamente con”, que esta sería la traducción aunque sea un poco narrativa más
rigurosa–, alude a un saber compartido práctico. Y ese saber compartido práctico se
vuelve diálogo interior, por eso la antropología cristiana tiene muy fácil en esa
intimidad que es para cada uno ese diálogo interior; meter metáforas que son las que
seguimos utilizando para hablar de ese diálogo interior como voz de Dios, como
sagrario interior, como testigo y juez, como heraldo de Dios, como espacio santo
donde Dios habla al hombre, porque siendo soledad última al mismo tiempo la persona
es constitutivamente relacional.
Por eso os decía el texto tan importante para mí de los idolotitos, porque en ese texto
Pablo, que no tiene ninguna duda de que las carnes sacrificadas a los ídolos no
significan nada desde el punto de vista de lo que un cristiano tenga que estar pendiente
porque los ídolos no son nada, sí que acaba marcando el criterio de la caridad como
criterio fundamental para pensar en cómo mi comportamiento afecta al hermano débil.
Yo creo que esto es lo que tendríamos que tratar de hacer llevar a nuestras
comunidades cuando surge ese escándalo –en unos casos honesto y en otros casos
deshonesto porque es más bien ideológico, de ir contra un Papa, por ejemplo, que no
les cae bien o que no les gusta–, es que por todos murió Cristo en la cruz, que es el
sentido que Pablo lleva a los fuertes, los de conciencia fuerte en el texto de Primera
Corintos 8:1-13, o Romanos 14. En los dos, aunque con distintas palabras detrás,
Pablo aborda aquí la cuestión de aquellos que son fuertes, que son los que comprenden
que los idolotitos no son nada y no te dañan, y aquellos que son débiles en la fe y que
tienen una conciencia que se escandalizan porque los otros consuman carnes
sacrificadas a los ídolos.
La cuestión aquí es que había un tormento para la conciencia de unos porque se hacía
algo que creían malo, o al menos peligroso pues ponía en riesgo su fe cristiana, y un
problema de conciencia que Pablo intenta suscitar en los que no tenían
suficientemente en cuenta la debilidad del conocimiento de los hermanos en la fe. Y
aquí lo que pide es que ponga la caridad y que el criterio de determinación de lo
permitido o lo prohibido no es tanto las cosas –en ese caso carnes puras o impuras–
sino la relación con los demás, el amor al prójimo fundado en el amor de Dios que
nos hace posible amar más que la pureza o impureza.
Yo comprendo que esto es muy difícil a lo mejor llevarlo a las comunidades, pero
cuando decía antes el examen de conciencia es para aquel que tiene que buscar
orientarse hacia el bien en una situación de irregularidad; también para el sacerdote
que tiene que acompañar, y añado un tercer nivel para mí no menos importante, que
Una cosa que todos tenemos presente es que la conciencia es el fuero interno. Sabemos
que la distinción entre fuero interno y fuero externo ha sido elaborada en el Derecho
Canónico en torno a la confesión para proteger la confidencialidad de los contenidos
manifestados en esta y, por extensión, en cualquier actividad de dirección espiritual.
Se trata de una distinción que utiliza el Derecho para entender que ambos aspectos no
se pueden mezclar. El gobierno de la Iglesia se ejerce en el fuero externo. El fuero
interno es el fuero de la conciencia. Las penas que la Iglesia aplica en el fuero interno,
por ejemplo la excomunión latae sententiae, no la aplica un juez ni ninguna otra
autoridad, sino la misma conciencia de la persona afectada. Esto es lo que ahí significa
fuero interino.
Aquí hay riesgos de mala actuación por parte de algunas personas que tomen un curso
de acción sin garantías suficientes de que el discernimiento ha sido hecho de modo
adecuado. Por supuesto que las hay, pero esto no debe hacernos claudicar en nuestro
deseo de ayudar con la rectitud y al máximo de nuestras fuerzas. Me estoy refiriendo
aquí, por ejemplo, a un caso de una persona que no tenga ninguna intención de
discernir nada y que utilice simplemente la conversación con un sacerdote para luego
acercarse a la comunión sin haber mediado ningún discernimiento mínimamente
decente. Puede pasar, claro que puede pasar como pasan tantas cosas, pero yo aquí
diría que no merme nuestro deseo de ayudar con rectitud y al máximo de nuestras
fuerzas.
Amoris Laetitia nos hace ver lo nada conveniente de una antropología de cierto
pesimismo respecto de la libertad humana, que ha llamado durante bastante tiempo a
una eclesiología que ha acentuado mucho el rol de una autoridad del Magisterio en
materia moral sin activar al mismo tiempo la conciencia de las personas. Pero, si el
papel correcto de la conciencia en la vida humana se circunscribe al puro acatamiento
de la verdad que, a instancias externas a la conciencia, señalan y presentan, seamos
francos: el hablar de conciencia, aunque hablemos en términos de una retórica
religiosa muy maravillosa y elocuente, queda totalmente en entredicho. Acaba
desembocando en un sentido de sumisión de la libertad de la persona a la verdad que
pretendidamente es para el bien de la persona, pero que le viene de fuera. No es menos
heterónoma una actuación así por más que sea en la instancia del Magisterio, que si
es una instancia de una autoridad que ejerce sobre otro, por ejemplo, un sentido de
dependencia.
Creo con franqueza que Amoris Laetitia toma en serio esa dimensión histórica y
situada de la conciencia, su dimensión hermenéutica, o como camino más adecuado
para encontrar el equilibrio y para cometer una interpretación sensata de lo que
llamamos los moralistas las “normas categoriales”, superando la contraposición entre
una conciencia creadora de normas que no la crea y una conciencia puramente
receptora de normas que le vienen de fuera. Esta debe ser siempre un poco la
aspiración, tener en cuenta esa justa proporción de los bienes particulares y el bien
integral de la persona en sus circunstancias históricas determinadas, procurando no
absolutizar ningún elemento en prejuicio de los demás.
A este respecto me parecen importantes frases de Amoris Laetitia, 301, por ejemplo
como esta: “Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad
para comprender « los valores inherentes a la norma » o puede estar en condiciones
concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin
una nueva culpa”. Esto se aplica claramente a los que han constituido una nueva
familia, si les pidiésemos que volviesen al ideal porque harían mucho más daño. O
frases como el 302 cundo dice: “Un juicio negativo sobre una situación objetiva no
implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona involucrada”.
Lo que nos pone aquí delante es que la verdad moral se alcanza a través de
discernimiento y liberación, en un equilibrio entre subjetividad y objetividad que pasa
por la intersubjetividad, y en esa intersubjetividad forma parte esencial el momento
del encuentro con el sacerdote, cuando dice el Papa en el 312 “Invito a los fieles que
Y aquí, en la existencia concreta del cristiano –quiero que se me entienda bien esta
afirmación– no hay juicios ni argumentaciones de puro, y aquí lo de puro es muy
importante: derecho natural, siempre se transparenta el sentido de la existencia
humana que brota de la fe. Por eso hemos podido decir que el Magisterio entra en esta
materia con una competencia originaria en las cuestiones morales, respecto de los
elementos de la fe que permiten descubrir los valores y las actitudes morales
fundamentales como expresión irrenunciable de una antropología cristológica, pero
con una competencia subsidiaria respecto de los elementos del derecho natural justo
en donde el Magisterio debe encontrar su expresión clara en cuanto sea posible, no en
la forma de hablar sino en la forma de callar. Y eso es lo que antes decía que durante
bastante tiempo no hemos tenido, porque ha habido como una hipertrofia de tener que
hablar de todo, con la mejor de las intenciones, lo creo firmemente y es un tema con
el que me he enfrentado a lo largo de los años muchas veces, y creo que en un
Es verdad que hay casos de personas, y no son pocos, donde el error no se puede
imputar a una responsabilidad de esa persona, porque el error tiene que ver con las
condiciones de vida en la que ha sido formada, con las estructuras de pecado donde
ha habitado. El sentido de la anamnesis a mí me parece tremendamente lúcido, como
memoria original del bien y la verdad, que es lo que yo cuando me pongo en contacto
con una persona que viene a buscar consejo moral, es lo primero que tengo de foco
para buscar activar, porque sin anamnesis no puede haber juicio práctico adecuado.
No nos engañemos, sin ese sentido de la memoria original del bien y la verdad, sin
esa orientación hacia el bien y la verdad, el juicio práctico que yo haga sobre mis
acciones, al final por eso necesito echar mano de fuentes externas y acabo cayendo en
Haz el bien o evita el mal, el robo es un mal, esto es un robo, la conciencia juzga,
nivel syneidesis, conciencia habitual, conciencia juicio práctico actual; la conciencia
juzga en lo práctico del comportamiento que esto es un mal y por tanto lo tendré que
evitar, o si es consecuente juzga que aquello que he hecho y que era mal, pues lo tengo
que confesar. Pero no puede funcionar, y creo que uno de los errores a la hora de
conceptualizar esto es que hemos caído muy fácilmente en pensar la conciencia como
un juicio práctico sobre la conducta, desgajada cuando ya las categorías de la
escolástica no nos funcionaban tanto de la conciencia habitual, o desgajada de esa
memoria original del bien y la verdad. Por eso entendemos que la conciencia y la
autoridad no entran en colisión, porque ambas tienen que servir a la verdad, tienen
que buscar la verdad, la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia, que es
primer vicario de Cristo para cada uno.
Y ahí está el brindis de Newman cuando le dicen: si al acabar una cena le pidiesen
que brindase por el Papa o por la conciencia ¿por qué brindaría primero?, y Newman
responde: no creo que sea muy adecuado hacer ese brindis, pero si hubiera que hacerlo
brindo primero por la conciencia y después por el Papa, porque el Papa, el poder del
Papa, no es nada sin el poder de la conciencia. Pero en ese sentido de que el poder de
la conciencia está ligado indestructiblemente a la búsqueda de la verdad, y es a lo que
tenemos que llevar en el acompañamiento de las personas; primero que sientan que
pueden hacerlo, eso ya es como una autoestima muy positiva, de sentirse creaturas
capaces de Dios; y segundo que vean que efectivamente cambiando alguna cosa en su
vida, buscando por dónde, eso es posible.