La Casa en El Desierto
La Casa en El Desierto
La Casa en El Desierto
Había una vez un señor muy rico. Más rico que el más rico de los millonarios
americanos. Incluso más rico que el Tío Gilito. Superriquísimo. Tenía
depósitos enteros llenos de monedas, desde el suelo hasta el techo, del sótano
a la buhardilla. Monedas de oro, de plata, de níquel. Monedas de quinientas,
de cien, de cincuenta. Liras italianas, francos suizos, esterlinas inglesas,
dólares, rublos, zloty, dinares. Quintales y toneladas de monedas de todas
clases y de todos los países. De monedas de papel tenía miles de baúles llenos
y sellados.
—Mejor —dijo el señor Puk—, me haré la casa con mi dinero. Usaré mis
monedas en vez de la piedra, de los ladrillos, de la madera y del mármol.
—Nada de eso. Si necesita clavos, coja mis monedas de oro, fúndalas y haga
clavos de oro.
Después las puertas. Estas también hechas con monedas pegadas entre sí.
Luego las ventanas. Nada de cristales: chelines austriacos y marcos alemanes
bien encolados y, por dentro, forradas con billetes de banco turcos y suizos.
El tejado, las tejas, la chimenea: todos hechos con monedas contantes y
sonantes. Los muebles, las bañeras, los grifos, las alfombras, los peldaños de
las escaleras, el enrejado del sótano, el retrete: monedas, monedas, monedas
por todas partes, únicamente monedas.
Todas las noches el señor Puk registraba a los albañiles cuando dejaban el
trabajo para asegurarse de que no se llevaban algún dinero en el bolsillo o
dentro de un zapato. Les hacía sacar la lengua porque también, si se quería,
podía esconderse una rupia, una piastra o una peseta debajo de la lengua.
En torno al señor Puk y a su casa estaba el desierto, que se extendía sin fin
hacia los cuatro puntos cardinales. A veces llegaba el viento, del Norte o del
Sur, y hacía batir las puertas y las ventanas que producían un sonido
extraordinario, un tintineo musical, en el que el señor Puk, que tenía un oído
finísimo, lograba diferenciar el sonido de las monedas de los diferentes países
de la tierra: «Este dinn lo hacen las coronas danesas, este denn los florines
holandeses... Y, esta es la voz del Brasil, de Zambia, de Guatemala...»
Cuando el señor Puk subía las escaleras reconocía las monedas que pisaba sin
mirarlas, por el tipo de roce que producían sobre la suela de los zapatos (tenía
unos pies muy sensibles). Y mientras subía con los ojos cerrados murmuraba:
«Rumania, India, Indonesia, Islandia, Ghana, Japón, Sudáfrica...»
Naturalmente dormía en una cama hecha con dinero: marengos de oro para la
cabecera y para las sábanas, billetes de cien mil liras cosidos con hilo doble.
Como era una persona extraordinariamente limpia, cambiaba de sábanas
todos los días. Las sábanas usadas las volvía a guardar en la caja de caudales.
Una noche, precisamente cuando hojeaba un volumen del Banco del Estado
australiano...