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La Naturaleza Del Matrimonio

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UNIVERSIDAD DE NAVARRA

INSTITUTO EMPRESA Y HUMANISMO

MÁSTER EN GOBIERNO Y CULTURA DE LAS


ORGANIZACIONES

TRABAJO DE INVESTIGACIÓN

"La naturaleza del matrimonio a la luz del


pensamiento de Javier Hervada"

NOMBRE DEL ALUMNO: Lic. Carlos Camean Ariza


NOMBRE DEL DIRECTOR: Dr. Juan Fernando Sellés

PAMPLONA
AÑO 2012
2 La naturaleza del matrimonio
TÍTULO: "La naturaleza del matrimonio a la luz del pensamiento de
Javier Hervada"
NOMBRE DEL ALUMNO: Carlos Camean Ariza
NOMBRE DEL DIRECTOR: Juan Fernando Sellés
PAMPLONA
AÑO 2012

Aprobado con sobresaliente por lo que obtuvo su Maestría en Empresa y Huumanismo.


4 La naturaleza del matrimonio
5

RESUMEN

Desde hace un par de siglos se discute en los ambientes académicos, pero sobre
todo en los políticos, si el matrimonio es una creación cultural humana, si pertenece a la
esfera de la ontología o si, simplemente, es una construcción social. Hoy esa discusión ha
pasado al plano de los hechos, al extremo de haber demolido en la mayor parte de los
países la realidad del verdadero matrimonio (divorcio, homosexualidad, paternidad su-
brogada). Javier Hervada ha dedicado una parte muy importante de su vida a estudiar y
enseñar que el matrimonio corresponde a la estructura de la naturaleza humana. Siguién-
dolo, hemos abordado en este trabajo las claves que hacen que el matrimonio sea lo que
es, los deberes y derechos de los esposos. Por ser de absoluta actualidad, hemos comen-
tado acerca de los derechos de los hijos y su relación con los padres cuando son o no son
esposos. Intentamos en cada tema reflejar las ideas de Hervada y confrontarlas con otros
autores de peso y humildemente las nuestras. Este trabajo intenta fundamentar la realidad
más honda del matrimonio entre un hombre y una mujer.

PALABRAS CLAVE
Matrimonio, naturaleza, amor, eros, ágape, sexo, sexualidad, relacionalidad, persona,
identidad personal.
6 La naturaleza del matrimonio

ABSTRACT

The last two centuries, the academics environment and in special politicians, dis-
cuss about the origin of de marriage, if it is a human creation, an ontological subject or
only a social construction. Today the discuss pass through the facts, in many countries
marriage had been sweep (divorce, homosexuality, subrogated paternity). Javier Hervada
has dedicated a very important part of his life, to studying and teaching that the marriage
is part of the structure of the nature humanizes. Following him, we have approached in
this work the keys that do, that the marriage is what is, and the couple’s rights and duties.
Because of its actuality, we has included son’s and daughter’s rights and the relations ship
with their parents, spouses or not. Looking with the light of Hervada, this work tries to
base the more deeply reality of the marriage between a man and a woman.

KEY WORDS
Marriage, nature, love, eros, agape, sex, sexuality, relationship, person, personal identity.
ÍNDICE

RESUMEN ........................................................................................................................3

ÍNDICE ...........................................................................................................................5

INTRODUCCIÓN ...............................................................................................................9

CAPÍTULO I, El amor matrimonial .................................................................................13

1.1 El Amor y el amor conyugal ............................................................................15

1.2 Amor y matrimonio, amor y vida matrimonial.....................................................18

1.3. Eros y ágape ........................................................................................................20

1.4 Amor sexuado ......................................................................................................25

1.5 La relacionalidad del amor conyugal....................................................................29

CAPÍTULO II, Hervada, naturaleza y persona ................................................................35

2.1. La conyugalidad de la naturaleza humana ..........................................................35

2.1.1. El fin, los fines ..............................................................................................38

2.2. La persona ..........................................................................................................42

CAPÍTULO III, Matrimonio, naturaleza y rol social .......................................................45

3.1. Naturaleza del matrimonio .................................................................................45

3.2. El matrimonio institución social. ........................................................................49

3.3. El matrimonio como modelo social ....................................................................52

3.4. ¿Es el matrimonio sólo naturaleza?.....................................................................54

3.4.1. La estructura jurídica ...................................................................................56

3.5. La indisolubilidad como fundamento..................................................................59

CAPÍTULO IV, El matrimonio como bien ......................................................................63

4.1. Razón de bien .....................................................................................................64

4.2. De las acciones y su fin .......................................................................................66


8 La naturaleza del matrimonio

CONCLUSIÓN .................................................................................................................71

1. La creatividad del amor conyugal en los hijos ....................................................71

2. La creatividad del amor conyugal para ellos mismos..........................................75

Bibliografía ....................................................................................................................79
“Es, en efecto, el matrimonio una de las realidades humanas más profundas y her-
mosas. No sé si el lector se ha fijado en que la misma Sagrada Escritura se reviste
de poesía para tratar de él”.

Javier Hervada, Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio


INTRODUCCIÓN

Una de las cualidades más ricas del amor es su capacidad creadora. La prueba más
evidente de esta capacidad la han dado a través de los siglos las millones de páginas es-
critas en formato de novela, poema, prosa, en las que los enamorados destilan su amor
con una creatividad portentosa.
Otras relaciones humanas generan pasiones, positivas y negativas, que también
son de alguna forma creativas, pero nunca alcanzan el nivel que logra el amor humano.
Porque el amor humano es capaz de crear lo que ningún otro amor puede: vida. Pero
crearla no es sólo concebirla; crea cuando la acoge, la acompaña, forma, ama, hasta que,
cumplido el tiempo de su madurez, la deja volar. El ciclo se repite, una, cien, infinitas
veces en busca, consciente o inconsciente, de un (el) amor definitivo “porque no estamos
finalizados por nada finito ni siquiera por nuestra especie, porque tenemos una potencia-
lidad respecto del fin absoluto. Nuestro espíritu está hecho de tal manera que su tender
solamente se puede colmar por el absoluto” 1.
Esta característica propia y exclusiva del amor humano lo hace diferente, lo hace
ser uno y no otro, y sólo puede darse en la diferencia de lo femenino y lo masculino,
porque ambos son los que unidos tienen la capacidad, física y espiritual, de crear y re-
crearse constantemente para poder crecer como personas y crecer en ese amor mutuo
personal e inefable que les permite ser “Una Caro”2.
Esa unión supone un comprometerse con el otro de determinada y particular ma-
nera, de una y no de otra, y esa manera peculiar es la que da en llamarse matrimonio. Pero
este aspecto que se nos hace (al menos a nosotros) tan evidente, hoy parece no serlo tanto.
Pese a los avances de la biología que demuestran claramente las diferencias ya no sólo
genitales o genéticas entre hombres y mujeres, sino también morfológicas, en lo que al
cerebro se refiere3, se perciben a la hora de definir qué es el matrimonio dos posiciones
diferentes y enfrentadas. La una, que se proclama a sí misma progresista, lo presenta como

1
Polo, L. (1997), El significado del pudor, Piura (usamos la versión digital sin paginación).
2
Hervada, J., Una Caro, Escritos sobre el matrimonio, 2000.
3
Cfr. López Moratalla, N. (2009). Cerebro de Mujer y Cerebro de Varón, Fuenlabrada (Madrid),
Ediciones Rialp.
12 La naturaleza del matrimonio

un pacto o compromiso de asistencia mutua entre dos personas (obviamente sin distinción
de sexo, o género) y la otra, que podemos llamar tradicional (los proclamados ‘progresis-
tas’ la llaman ‘conservadora’), que presenta al matrimonio como una alianza o compro-
miso entre un hombre y una mujer, para el propio crecimiento personal y la generación y
educación de los hijos. Esta última posición se ‘atreve’ además a proponer otros condi-
cionantes, como su durabilidad, perpetuidad o temporalidad, o sea, que lo pretende defi-
nitivo.
La posición ‘progresista’ le quita, según proclaman sus defensores, la visión se-
xista o machista que para ellos refleja la exigencia de que el matrimonio lo constituyan
un hombre y una mujer. Por otra parte, niegan que para la formación del matrimonio sea
determinante la capacidad de generación y el uso “natural” de la genitalidad, haciendo
hincapié sólo en el cuidado mutuo y la felicidad que éste de por sí aportaría a los contra-
yentes. Niega rotundamente las diferencias genéticas no genitales de lo sexuado (las ge-
nitales no las considera impedimento), hace prevalecer lo meramente afectivo y propone
el uso de la genitalidad de manera, al menos, alejada de la condición humana.
La posición tradicional muestra diferencias sustanciales en cuanto a la compren-
sión antropológica del hombre y la mujer y, por lo tanto, de la interpretación a la pregunta:
¿qué es el matrimonio? En su versión más radical, la posición tradicional lo presenta como
una relación de compromisos asumidos para la procreación, siendo ésta, la procreación,
el fin principal, cuando no único (antes se decía primario) al que está orientado el matri-
monio.
Dentro de esta visión tradicional, se presenta una postura para nosotros más abar-
cativa del amor humano, que propone como intrínseca la diferenciación sexual y de gé-
nero, centro y razón de ser de esa relación que es de amor. Pero entendiendo que esa
diferencia involucra totalmente a la persona, en todo su ser personal y, consecuentemente,
propone a la procreación como la consecuencia “natural” de la interrelación, antes que
sólo como un fin.
Tanto la posición que se proclama ‘progresista’ como la tradicional, para nosotros
algo radicales, no se preocupan demasiado por entender qué es el matrimonio, sino que
abocan a definirlo por su para qué. Dicho más precisamente, lo definen por su para qué
sirve, como la única pregunta que pareciera merece la pena de ser respondida. Los prime-
ros lo asumen como una fuente inagotable de placer, (hasta que obviamente se acaba) una
felicidad puramente orgásmica impersonal en la que quieren, pretenden y muchas veces
13

logran involucrar a toda la sociedad, a través de la aceptación del matrimonio sin distin-
ción de sexo entre los contrayentes. Los otros, como un sistema reproductor (en el mejor
de los casos procreador) en el que sus miembros (los esposos) poco importan, y el amor
sólo forma parte de una visión romántica poco científica o una fraternidad (con licencia)
que ayuda a criar a los hijos de una forma más integral, ya que se reflejan en la relación
fraternal que ven y perciben en sus padres.
La tercera posición, tradicional, pero que entendemos más ‘agiornada’ propone,
como decíamos más arriba, una visión sobre el matrimonio en sí mismo, su capacidad de
crearse y recrearse, más allá de la familia, esa comunidad4 que fundarán, y por la que
también se casan, la que será su máxima obra común, que por construida, no será nunca
el matrimonio. Hervada cabalga entre las posiciones tradicionales cuando dice que “la
decisión de casarse no es simplemente la decisión de amarse, sino asumir el compromiso
de, amándose, realizar la obra común, de fundar una familia basada en el amor mutuo” 5.
Quizá estas sean las preguntas que debamos hacernos: ¿es la complementariedad
una elección o hay diferencias objetivas que la permiten y estimulan? ¿Es la unión de las
personas el fin del matrimonio, sólo ese fin? ¿La unión es sólo afectiva y los afectos son
todos absolutamente iguales? ¿Es la procreación el fin primario del matrimonio o su con-
secuencia? En definitiva: ¿qué es el amor matrimonial?
Para tratar de encontrar luz sobre alguna de las incógnitas, hurgamos en el pensa-
miento del Profesor Hervada, Catedrático de Derecho de la Universidad de Navarra6, que
ha profundizado en los aspectos del derecho natural y del matrimonio. Pensamos que si
bien su visión se apoya en un conocimiento profundo del derecho y, sobre todo del dere-
cho natural, lo podemos considerar sin temor a equivocarnos un antropólogo y, sobre
todo, un antropólogo de la relacionalidad (preferimos hablar de la interrelacionalidad) de
la persona: de la persona en relación. Partiendo de, nada más y nada menos que de la
naturaleza humana, va respondiendo a quienes somos. La pregunta más fundamental es:

4
En Escrivá Ivars J., (2009) Hervada distingue la palabra comunidad de la expresión que prefiere
utilizar él “sociedad de vida y amor”. Deja entrever una cierta duda sobre la precisión del término para
significar claramente lo que realmente es el matrimonio, pero la respeta, por respeto a los documentos del
Vaticana II que la utiliza con frecuencia: Estamos ante una cuestión lingüística y de significado semántico
de las palabras, que conviene aclarar, aunque evitando caer en la tela de araña de los diversos sentidos de
los términos usados.
5
Hervada, J., Una Caro, Escritos sobre el matrimonio, 2000, 600.
6
Javier Hervada, Doctor en Derecho Civil por la Universidad de Madrid, Catedrático de Derecho Canónico en Zara-
goza, Director del Departamento de Filosofía del Derecho y Derecho Natural de la Facultad de Derecho de la Universi-
dad de Navarra. Para más información acudir a http://www.unav.es/canonico/javierhervada/
14 La naturaleza del matrimonio

¿quiénes somos en nuestra interrelacionalidad, para permitirnos unirnos al otro? ¿Cuál


es el alcance del unirnos?
Desde su pensamiento aristotélico-tomista cristiano, Hervada descubre la persona
humana en su ser relacional, ya que como dice Viladrich, “el matrimonio sigue a la natu-
raleza de la persona humana”7 en su devenir histórico hacia la realización final en la pa-
rusía, su conclusión plena como persona que busca la realización total. Si bien no hemos
coincidido con todas sus consideraciones, su profundidad de análisis nos obligó a respe-
tarlas casi con sumisión, aunque en algún caso nos hemos atrevido a contrastarlas con
otros autores, quizá no todos de su talla, pero que merecen se les preste atención, incluso
con nosotros mismos.
De ninguna manera pensamos adentrarnos en el derecho natural como tal. Inten-
taremos ahondar, en el matrimonio como razón de ser de la persona humana como la
manera más adecuada a la ecología humana 8, la mejor forma posible de vivir la relacio-
nalidad al estilo humano.
Hemos evitado la tentación de hacer inicialmente un análisis histórico de la situa-
ción del matrimonio en las distintas sociedades y en las diferentes épocas. Si bien enten-
demos que la historia nos puede ayudar a comprender el presente y a avizorar el futuro,
nos centrarnos en el análisis del pensamiento de la sociedad de hoy, este tiempo, la reali-
dad que nos circunda. Por otra parte, debemos reconocer que, a nuestro entender, éste es
el mejor tiempo posible para vivir el matrimonio como debe ser vivido.

7
Viladrich, P.J. falta citar la obra. falta el número de la página citada.
8
Cfr de Juan Pablo II, innumerables citas, como por ejemplo: Centesimus annus, 39: AAS 83 (1991) 841.
CAPÍTULO I

EL AMOR MATRIMONIAL

Desde hace aproximadamente 50 años se viene entablando en el mundo una verda-


dera batalla verbal, oral y escrita sobre la pertinencia de restringir o limitar el matrimonio
sólo para parejas heterosexuales. Los argumentos sobre la igualdad, la ayuda mutua y,
sobre todo, la invocación “al amor” se imponían y continúan intentando hacerlo, por en-
cima de lo que para muchos no es otra cosa que un imperativo del sistema ecológico en
el que se desenvuelve la vida de los seres humanos. El amor conyugal es un amor espe-
cífico que nace de la relación de un hombre y una mujer en cuanto tales. Otras relaciones
personales pueden conjugar características semejantes a este amor matrimonial, pero se-
rán otra cosa, no ese amor específico que intentamos desentrañar en este trabajo. Ese amor
conyugal, se diferencia sustancialmente de otros amores, como el amor filial, el amor
paternal o el maternal, el fraternal, el de amistad, etc.
Para hablar del amor matrimonial el Profesor Hervada se remonta inicialmente a la
Sagrada Escritura: “Más significativo todavía, si cabe, es el hecho de que, para mostrar
y enseñar la más admirable de las grandezas de Dios con los hombres -su amor miseri-
cordioso que le ha llevado a la Encarnación del Verbo-, la Palabra revelada utilice insis-
tentemente la imagen del matrimonio. El amor de Dios a la Humanidad es un amor
nupcial; el Verbo divino, al encarnarse, ha contraído nupcias con la Humanidad. Cristo
es el Esposo, que ama, nutre y engalana a su Esposa, la Iglesia, con la que se ha hecho
una sola carne, un solo cuerpo (Eph. V, 25-30)” 1.
Pero ese recurso a la revelación lo lleva a cabo como sorprendido de que el autor
de la Biblia, inspirado por Dios, no hubiera encontrado otra imagen mejor que la del es-
poso y la esposa, para reflejar el amor de Dios a su criatura. Por otra parte, este argumento
echa por tierra el manido discurso que argumenta que el cristianismo se ha opuesto al

1
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 37.
16 La naturaleza del matrimonio

amor en el matrimonio, o al matrimonio mismo, toda vez que lo ha utilizado nada más y
nada menos que para definir su relación con Dios en infinitos escritos.

1.1 El Amor y el amor conyugal

Volviendo a Hervada, la primera consideración que obtenemos de él a la hora de


comprender (antes que definir) el amor matrimonial, es entender al otro en cuanto tal,
como persona: “varón y mujer son, ante todo, personas humanas y como tales son objeto
del amor conyugal. Lo amado conyugalmente es, de modo básico y primario, la persona.
Se ama al otro como persona y en su entera persona”2. Y más adelante añade: “lo amado
no son la feminidad o la virilidad de la persona -aisladamente consideradas y mucho
menos sus aspectos corpóreos exclusivamente- sino la entera persona de la mujer o del
varón”3 en cuanto tales. Porque si bien no se ama una condición o característica en
particular, se ama al otro justamente por ser otro en su aspecto más radical, como lo
es su ser mujer o ser varón. Otros amores, no tienen en cuenta el aspecto sexuado de
la persona para expresarle su amor. “El amor materno, por ejemplo, se funda en la
relación madre-hijo; el objeto de este amor es la persona del hijo, mas en cuanto es
hijo y porque lo es”4. Sin tener en cuenta esta consideración de su sexo, simplemente
se lo quiere como hijo genérico, aunque en las expresiones de ese amor se tenga en
cuenta obviamente su sexualidad.
Pero, ¿qué es el amor?, ¿cómo definirlo? El Diccionario de la Real Academia
Española lo hace a nuestro entender de forma más precisa de lo que sinceramente
esperábamos al ir en su búsqueda, dice en sus primeras acepciones respecto al amor
humano: “1.m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insufi-
ciencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. 2. m. Sentimiento hacia otra
persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión,
nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. 3. m. Sentimiento
de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo. 4. m. Tendencia a la unión sexual”5.

2
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 50.
3
Ibíd.
4
Ibíd.
5
Diccionario de la Real Academia Española, 2012.
17

El amor es “el primer o más profundo movimiento de la voluntad que lleva a la


unión recíproca entre personas”6. Amar es un verbo y, como tal, denota un acto, una ope-
ración de la voluntad, más allá del sentimiento inicial que la mueve a realizar ese movi-
miento, ese querer querer. Refiriéndose concretamente al amor conyugal, dice que “es
amor de dilección. Aunque generalmente va acompañado de otros componentes (inclina-
ción espontánea, sentimiento amoroso, etc.) de suyo es una tendencia de la voluntad”7,
pero además de la tendencia, o para ser más precisos, más allá de la tendencia, el amor
conyugal es “la decisión voluntaria de querer al otro como esposo o como esposa”, y
supone la voluntad de querer “por eso incluye el acto de elección”. Precisando, para ahon-
dar en la comprensión de la diferencia entre el amor genérico y el amor matrimonial,
concreta “se distingue de otro tipo de amor por su carácter sexual y por lo tanto procrea-
dor”, en este aspecto nos parece importante especificar que antes que procreador, es su
inclinación a la relación íntima con capacidad procreadora o abierta a la procreación. Ha-
cemos esta distinción, porque entendemos que aunque no procree, si no ha limitado de
hecho, voluntariamente, esa capacidad, sigue siendo amor matrimonial o conyugal. Por
lo tanto, lo que lo distingue es su potencialidad procreadora, antes que su capacidad fác-
tica de procrear.
El compromiso, el acto, el momento público de contraer matrimonio es “un acto de
amor”8, el “momento en el que el amor de los contrayentes alcanza su clímax”. Si bien
en su trabajo Cuatro lecciones de derecho natural lo define como el “más profundo mo-
vimiento de la voluntad”. Por su parte, en Libertad, naturaleza y compromiso da un paso
más y lo considera, no ya un movimiento, un hacer, un querer, sino que escribe: “el amor
se hace voluntad en un acto que abarcando todo el futuro posible —toda la historia posi-
ble—, lo compromete, obligándose a vivirlo según la estructura natural de la sexualidad,
es decir, como relación vital fecunda, plena y total”9 de un varón y una mujer.
Este avance, por así decir, de su pensamiento, si bien se apoya en el acto jurídico
(que no tiene por qué ser legal) del compromiso contraído entre los cónyuges, reconoce
por otra parte la fuerza del amor que hace a la constitución del matrimonio. En el darse y
aceptarse como esposos formalmente, y no de hecho (no alcanza con la simple conviven-
cia, sino que es necesario el consentimiento expresado fehacientemente) hace al deber ser

6
Hervada, J., Cuatro lecciones de derecho natural, 1989, 140.
7
Ibíd.
8
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, III, 1.
9
Ibíd. falta el número de la página citada.
18 La naturaleza del matrimonio

del compromiso: “al darse y aceptarse como esposos se constituyen como tales en el plano
del deber-ser”10, en el que se configura el amor, ese amor particular entre ellos, de manera
‘real’ y no de cualquier manera. Por eso ve al acto por el que se comprometen como un
acto de amor, porque es “un acto de dilección, de amor reflexivo o amor de voluntad”11.
Así planteado, el amor matrimonial, para Hervada, supone en primer lugar
la aceptación incondicional del otro para sí mismo como un bien, algo que queremos
poseer “un amor erótico en el sentido clásico de la palabra: amor de posesión”12, un amor
que a primera vista aparece como un amor de autosatisfacción, porque el otro plenifica el
propio ser. Pero para que sea realmente amor matrimonial, necesita de otro componente:
la entrega de sí al otro, como bien que se es, o puede ser para el otro, para la realización
personal en el amar y sentirse amado que experimentará el otro para el que se es el bien
esperado. Este tipo de amor, específico, supone la entrega total de sí mismo al otro; se
supone como amor de dilección, esto es, honesto y respetuoso con y hacia el otro, que
recíprocamente habrá de dar lo mismo. Que ese amor valga todo lo posible (y más) de-
penderá del valor personal de quienes se aman y de “lo” personal que sea ese amor. Polo
dice que “el amor es aquello que le hace a un ser humano decir ‘yo no puedo existir más
que donde estás tú’. Pero si tú no tienes un yo, si tú eres una nada interior, si no eres
persona, ¿cómo te puedo amar? y viceversa, ¿cómo me vas amar tú?”13. El amor de los
amantes dependerá de su valor personal, de la independencia con que vivan ese amor, de
todo lo libres que sean para vivirlo, y vivirlo plenamente en la virtud. Eso no supone que
la vida en común se convierta en una “cárcel que restringe la libertad del otro. Un cónyuge
no puede quitarle al otro el aire para respirar, la posibilidad de desarrollarse y llevar ade-
lante iniciativas propias, pensamientos o planes personales”14 la unidad del amor necesita
del otro como otro, y es en esa libertad que el otro se hace mucho más otro y por tanto
más “amable”, más digno de ser amado.
Podemos concluir que el amor es un querer voluntario, intencional, motivado, que
se vuelca, se orienta en procura del otro en cuanto tal, por su solo ser, más allá de como
es, y al que se ansía de tal manera que motiva a la entrega de todo el ser personal,
a él.

10
Ibíd. falta el número de la página citada.
11
Ibíd. falta el número de la página citada.
12
Ibíd. falta el número de la página citada.
13
Polo, L., El significado del pudor, 1997.
14
Burggraf, J., (2000), 34.
19

1.2 Amor y matrimonio, amor y vida matrimonial

El amor no se expresa sólo en el acto por el que se manifiesta y perfecciona, ya que


en realidad el matrimonio, es un ser y un pasar, “la vida matrimonial es preciso que se
abra a la entrega, a la donación de sí. Una vida matrimonial egoísta, cerrada a la entrega
de sí, está abocada al fracaso”15. Queda clara, entonces la diferencia entre la vida matri-
monial y el matrimonio en sí mismo como vínculo e institución. Por eso el matrimonio
perdura más allá del amor que se profesen o no los esposos, aunque la calidad de su vida
matrimonial sí dependerá del amor que sepan construir entre ambos.
En Una Caro Hervada profundiza mucho más en la diferencia entre matrimonio
y vida matrimonial, y afirma, según dice reiterativamente, que “el matrimonio no es la
vida matrimonial, no consiste en el desarrollo vital e histórico de la comunidad conyugal;
no consiste en el hecho vital de que los cónyuges vivan como esposos” 16, porque es cierto
que se puede vivir en pareja, podemos decir que al estilo matrimonial, con todas la situa-
ciones que son propias del matrimonio, sin haber asumido formalmente (ni informalmente
en la mayoría de los casos) los deberes y derechos que el matrimonio supone. Para reafir-
mar su concepto se apoya en situaciones excepcionales que, como tales, pensamos que
no debieran usarse como argumento generalizador o totalizador. Porque suponer que la
existencia de “verdadero matrimonio, con una vida matrimonial muy reducida… o inexis-
tente, como el caso de los separados o los católicos civilmente divorciados” sirve para
afirmar que el matrimonio (como bien jurídico) está por encima de la vida matrimonial,
supone minusvalorar el rol que la vida matrimonial tiene para el matrimonio mismo.
Ambos, matrimonio y vida matrimonial, a nuestro entender se reclaman, la existen-
cia del matrimonio entraña (o debiera) la vida matrimonial, y la vida matrimonial, a su
vez, el amor de los esposos expresado en el compromiso. Pero en la posibilidad de romper
este dueto, Hervada ve una paradoja: “sin duda el matrimonio ha sido instituido para vi-
virlo en su plenitud, esto es, para que se desarrolle plenamente en la vida matrimonial” 17.
Él entiende paradójico que la libertad con la que los cónyuges pueden decidir “de mutuo
acuerdo” no vivir “determinados aspectos” de la vida matrimonial, o que no se vivan
porque circunstancias externas ajenas a su posibilidad de modificarlas así lo determinan.

15
Ibíd.
16
Hervada, J., Una Caro, Escritos sobre el matrimonio, 2000, 726.
17
Ibíd., 727.
20 La naturaleza del matrimonio

Sin embargo, antes que paradójico, esta posibilidad de sujetar la vida matrimonial a la
libre decisión de los esposos, reafirma no sólo su carácter vincular, sino también, y más
aún, lo reafirma como alianza, que no se disuelve aunque el amor disminuya o incluso se
pierda.
Esta libertad, más o menos ejercida, no enfrenta los conceptos, sino que los une en
el amor. A más vivido el amor matrimonial, más unidos estarán el matrimonio y la vida
matrimonial. Rafael Alvira lo expresa de este modo: “el amor es un tercero que está por
encima de ellos mismos, ese amor te tiene a ti y al otro por encima de ambos, por lo tanto
es un regalo del que no se puede disponer, él nos tiene y no nosotros a él. Porque si no, el
matrimonio se convertiría en interés, y el interés no une definitivamente, es motivación,
es transitorio”18.
Parafraseando a Alvira podríamos decir que una vez que se ha expresado el consen-
timiento matrimonial, el matrimonio posee a los esposos por encima de ellos mismos,
más allá de la calidad de vida matrimonial que estos hayan elegido vivir, o más bien,
sabido construir.
Por tanto, podemos concluir que “matrimonio y vida matrimonial” se suponen, de-
cir que son recíprocamente necesarios, y que específicamente la falta de uno de ellos (la
vida matrimonial), su disminución, o la supresión de alguna de sus pequeñas o grandes
incidencias, no tiene por qué obligar a interpretar una pérdida de valor en lo jurídico y,
por lo tanto, verlo como paradojal. Los ejemplos, la realidad fáctica de que el matrimonio
es supérstite a la vida matrimonial, no son otra cosa que eso, ejemplos, que a nuestro
entender están orientado en una única dirección: la de entender que el matrimonio sigue
existiendo, aunque no exista vida en común, o más concretamente, no haya entre los es-
posos vida íntima. “Los casados pueden, incluso con propósito tomado de mutuo acuerdo
antes de contraer, vivir virginalmente su amor conyugal; y pueden por tiempos más o
menos largos abstenerse del uso del matrimonio”19. Pero para nosotros estas son excep-
ciones poco convenientes, porque como decía San Josemaría Escrivá: “hay un sistema
maravilloso que es la abstención. Doloroso, porque puede perderse el amor, y es una pena
que se pierda el amor en un hogar”20; doloroso, porque supone muy probablemente la
pérdida del amor matrimonial, si bien en el mejor de los casos le sobrevive un amor de

18
Alvira, R., Principio de Filosofía Política, en el marco de la Maestría en Empresa y Humanismo de la Universsidad
de Navarra, mayo 2010, (pro manuscripto).
19
Ibíd.
20
Tertulia en Tabancura, Chile, el 7 de julio de 1974.
21

amistad o fraternal, aunque en la mayoría de los casos sólo quede el compromiso, cuando
no la ruptura de la vida matrimonial; queda claro que no hay ruptura del vínculo.
No vivir el matrimonio plenamente puede entenderse como una falencia o hasta
como una patología, porque el matrimonio se supone de una determinada manera y no de
otra, y pese a que no lo hace dejar de ser lo que es, no vivir una de sus cualidades básicas
y elementales lo desnaturaliza, lo convierte en un disfraz formal y nada más que formal.
Porque el matrimonio supone la vida matrimonial, y la vida matrimonial sin amor, deja
de ser una vida digna de ser vivida.

1.3. Eros y ágape

El hombre, desde siempre, se ha preguntado qué es el amor: una pulsión, un senti-


miento, o como vimos en el ítem 1.1. “una acción”. El amor esponsal, esto es, el amor
profesado con intención de perpetuidad y unidad total, espiritual y física, es una fuerza
congregante. Una fuerza que nacida de la voluntad, tiende a congregar a los enamorados
con la fuerza del querer el bien para el otro tanto como para uno mismo. La realidad de
este amor matrimonial no quita de ninguna manera el ser a cada uno de los esposos. Si
bien los esposos son “Una Caro” un solo ser matrimonial, uno solo en ese ser construido
por ambos a partir del amor que se profesan, cada uno sigue siendo quien es porque “en
lo profundo de cada ente existe el deseo natural de conservar su ser, y no se conservaría
si se transformase en otra naturaleza”21. Si el otro se convirtiera en uno mismo, el amor
perdería el interés que le asigna la complementariedad, el otro que me ayuda a ser más
quien soy, porque sencillamente desaparecería el otro.
Un sencillo ejemplo plantea Hervada para comprender acabadamente la diferencia
entre completar y complementar, utilizando como modelo un coche, así explica que “un
coche al que le faltan ruedas, no es un coche completo” 22, pues necesita las ruedas para
poder cumplir su función de coche, para ser un coche completo, alcanzar “la formación
de una unidad superior”. En cambio, la complementariedad se refiere a mejorar en cuanto
a su finalidad. Volviendo al coche, “el portaequipajes es un complemento, no lo hace ser

21
San Tomás, citado por Juan Cruz Cruz en Éxtasis de la intimidad, “Causa del Amor”. Falta la editorial,
la ciudad, el año y falta el número de la página citada.
22
Hervada, J., Reflexiones en torno al matrimonio a la luz del derecho natural, 1974. falta el número de
la página citada.
22 La naturaleza del matrimonio

más coche, sino que lo ayuda a cumplir mejor su finalidad, a ser mejor coche, “en el orden
de la finalidad”. Pone también como ejemplo una casa, y distingue entre la función de la
calefacción que hace de la casa un lugar más confortable, y el techo que hace a la esencia
de una casa. Así pretende aclarar que la complementariedad conyugal tiende a la perfec-
ción en el fin, y no a completar a los esposos. Sin embargo, como veremos en el Capítulo
III, otros autores refieren más al co-ser con el otro.
La participación del eros en lo matrimonial, más allá de su natural inclinación pro-
creativa, destaca en su aspecto unitivo, el amor al otro como bien buscado o percibido. El
eros es un amor necesario para el matrimonio, consustancial, porque refleja la búsqueda
del otro como bien en sí mismo; se lo debe reconocer como excluyente, pero insuficiente.
El amor matrimonial también necesita de la entrega al otro en el ágape de la donación
total y explícita. Es importante recordar que la integración total y más comprometida en
la raíz estructural de la persona, radicalmente hombre y mujer, se da cuando eros y ágape
confluyen en el encuentro total, definitivo y conclusivo de esos dos que ya no son dos
sino uno en la unidad del amor matrimonial. Cabe entonces hacerse la pregunta: ¿qué es
más importante? Si la unión de los cuerpos como expresión del eros concreto (patenti-
zada en la evidencia del acto intrínseca y estrictamente conyugal) o la del ágape de los
espíritus (que se refleja en la complementación, la unión, la satisfacción) en el bien del
otro. Podemos arriesgarnos a especular en que no hay prioridad en ninguno de los dos
aspectos, ya que ambos se suponen necesariamente, uno y otro en su más profunda reali-
dad. Todo lo cual también viene a resolver la dicotomía de las prioridades de los fines,
que ya pueden dejar de verse como fines, para mostrarse como la esencia, lo constitutivo
del amor matrimonial, su propio ser conyugal.
Porque si llamamos fin al amor, es porque lo estamos entendiendo, aceptándolo
como un objetivo a alcanzar, un algo a lo que se tiende, algo que está fuera de la propia
realidad de lo que estamos analizando, algo para lo que sirve; dicho en sentido utilitarista,
para lo que se orienta la expresión del ser conyugal. Pero el amor es un constitutivo de lo
conyugal, por lo tanto, no puede ser fin, porque no se orienta a él, sino que es su origen
“el matrimonio es la unión consiguiente al amor conyugal, del cual procede” 23. Por con-
siguiente, entendemos que lo corporal del amor conyugal en sus dos dimensiones, eros y
ágape, le es propio, intrínsecamente propio, como lo que es, no como finalidad, sino cómo

23
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 73.
23

constituyente: en su unión y su resultado, su consecuencia la generación, y el resultado la


unión de los cónyuges.
Eros y ágape confluyen en esa complementariedad de lo que es y lo que el otro
hace de mí, ambos están más allá del fin del para que para confluir en la realidad del
nosotros. Al respecto dice Hervada que “El fin es aquello que, no existiendo o no es-
tando en posesión de uno, se quiere conseguir. Es lo último en la ejecución, aunque sea
lo primero en la intención, según el conocido aforismo. Con la obtención del fin se
termina la tendencia, el movimiento o actividad del agente; de ahí que haya pasado a
significar también el final, el acabarse de algo. Pero esto no es evidentemente el amor,
que está en el polo opuesto. Como ya se ha dicho antes, el amor es precisamente el
punto de partida de esa tendencia; no el final, sino el comienzo.
El principio de la tendencia hacia el fin es el amor. Por eso el amor es siempre,
unas veces como movimiento espontáneo o amor pasivo, otras como simple elección
reflexiva, previo al matrimonio”24. Si entendemos al eros como lo entendió Plantón en el
origen o nacimiento de nuestra cultura, como una fuerza que nos eleva a la belleza, la
bondad y la perfección, el amor matrimonial se expresa en el reconocimiento en el otro
de todas y cada una de las virtudes. El eros supone la necesidad del otro, “la aceptación
del otro como un bien para sí. Es éste un factor del llamado amor de concupiscencia o
también del amor de posesión o eros, amor erótico en el sentido clásico de esta palabra:
amor de posesión”25. Obviamente esta visión no tiene absolutamente nada que ver con la
deformación del eros, el erotismo, su exaltación desenfrenada sin reglas y sin compro-
miso.
Pueden verse tres momentos en el proceso del enamoramiento “El primer estadio es
normalmente el de simple agrado entre varón y mujer. Es éste un estado de la voluntad
meramente recepticio (sic), el estadio de la mutua complacencia. Es un estado de la vo-
luntad y no un acto. Si hay actos de voluntad, éstos son de mera recepción del agrado o
complacencia. El segundo estadio es el deseo. Aquí ya se ha producido una apertura de la
voluntad, que se abre positivamente a la unión con el otro. Se desea, pero todavía no se
quiere. Se quisiera querer pero aún no se quiere. El tercer paso y definitivo es el acto de
compromiso, o voluntad de querer actual o virtualmente operante. Todo un proceso de

24
Hervada, J, Diálogos sobre el amor y el matrimonio, Eunsa, Pamplona, 2007, 73
25
Hervada, J, Libertad, naturaleza y compromiso, EUNSA 1991, III 2
24 La naturaleza del matrimonio

actos y estados de la voluntad cuyo momento decisivo y decisorio es el acto de compro-


miso”26. Estos momentos involucran a las personas de manera paulatina y en la medida en
la que se respeten sus tiempos, harán a la mejor aceptación de “el uno con el otro”, el paso
de lo deseado a lo querido.
Estas etapas vistas como etapas del amor entre el varón y la mujer “del amor carnal,
el eros y el ágape”. Se asumen como un impulso puramente biológico “que apenas tras-
ciende lo sensitivo” al que califica de “amor de ínfima especie” y lo restringe a un hecho
pura y exclusivamente físico. Llega a afirmar que “prácticamente puede prescindirse de él
al hablar de matrimonio, aunque no puede negarse que, a veces, es el primer paso para el
amor conyugal” 27, una apreciación que nos atrevemos a considerar al menos poco rea-
lista. La primera etapa del amor siempre tiene a lo físico como desencadenante, es un
gustarse, simpatizarse, ver al otro “como un bien apetecible”, avanzar al eros supone
haber pasado por esta primera etapa y más aún, el eros mismo supone “amor de posesión,
frecuentemente con cierta dimensión sensitiva”28. Por lo tanto suponer que el amor ma-
trimonial es puramente voluntad, es negarle el derecho a ser lo que realmente debe ser,
un sentimiento de posesión que por la voluntad trasciende en compromiso. Cuando el
profesor Hervada dice, refiriéndose a esta etapa, “es aquel amor que se tiene al otro como
medio de subsanar una carencia o de complementarse en el bien. Su rasgo típico es el
deseo de posesión”, debe reconocer que en esa posesión hay una intención de poseer al
otro como bien, no sólo espiritual, sino, y casi nos atrevemos a decir de modo excluyente,
físicamente. Es obvio que siempre se desea poseer lo que es bueno, lo que nos resulta a
nuestro entender que será bueno para nosotros, que nos enriquecerá; sería patológico
pretender hacerse de algo que se sabe malo o que nos perjudicará. En la elección siempre
prima la creencia de la bondad de lo deseado, más allá de que después pudiera compro-
barse lo errado de dicha elección.
Cuando expresa que “El amor conyugal propiamente dicho no es —en su núcleo
esencial- sentimiento afectuoso, ni instinto, ni enamoramiento; es voluntad de y en ten-
dencia a la unión que impele y ordena a las distintas potencias del ser humano hacia ella,
hacia la unión, según las exigencias de justicia y de ley natural que son inherentes a esa
unión. Fuera de esa tendencia voluntaria (que desde luego integra y asume el sentimiento

26
Ibíd.III, 2a
27
Ibíd.III, 2 b
28
Ibíd.III, 2 b
25

y los restantes factores), todo lo demás —en tanto no asumido por la voluntad- es lla-
mada, apelación al amor, que puede ser asumida o puede ser rechazada”.29 A nuestro
entender esta posición convierte a los esposos antes que cónyuges, en socios dispuestos
simplemente a una tarea común. Quizá cuando más adelante afirma “es tarea urgente,
dado el tenor de cierta literatura actual, desmitificar el amor conyugal, en demasiadas
ocasiones confundido con el afecto, con el sentimiento o con otras formas de amistad
humana” deja claro que, es tanto su temor a que el amor conyugal se confunda con una
pasión temporal (a lo que no le negamos un altísimo porcentaje de razón), que prefiere
convertirlo en un mero contrato finalista. Por otra parte, en Libertad, naturaleza y com-
promiso, es el mismo Hervada quien años antes decía “este amor de posesión está pre-
sente en el matrimonio, de modo que el compromiso o acto de contraer contiene un as-
pecto de ese amor. En el matrimonio no es un amor incorrecto: es el amor al otro como
bien para sí. Y esto es natural, pues la atracción que la naturaleza ha puesto en el varón
y en la mujer proviene de la mutua complementariedad”30. Lo que ratificaría que poste-
riormente para contrarrestar la situación social actual (sobre todo mediática) ha preferido
en este nuevo libro hacerle perder belleza al amor matrimonial, a cambio de ratificar su
valor esencial, pero que creemos podría ratificarse por otros medios.
A este respecto, la reivindicación por así decirlo del eros matrimonial, dice Bene-
dicto XVI, “en una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia
el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se
realiza su destino íntimo. A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio
monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el
icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se
convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio
que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de
ella”31.
Pero este estadio o etapa del amor no es suficiente para la decisión de contraer
matrimonio porque “este amor es insuficiente para llegar al acto de contraer matrimonio.
Para que uno posea al otro, éste debe darse y, para que ambos se posean, ambos deben
darse. La estructura misma del matrimonio exige la mutua entrega. Por eso, para llegar

29
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 54.
30
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991. III, 2 b
31
Benedicto XVI (2005) 11.
26 La naturaleza del matrimonio

al acto de contraer matrimonio es necesario que se llegue al amor de entrega o ágape”32.


Es así porque no somos cosas, sino personas, y por eso, para que exista una verdadera
posesión, es necesaria la entrega, pues si no la hay, puede hablarse de un poseer con
violencia, que de ninguna manera puede considerarse etapa del amor, mucho menos de
un amor conyugal.
Es en ese estado de posesión mutua cuando el amor matrimonial puede conside-
rarse ágape, “amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro,
superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el
amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse
en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte
en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca”33. El Papa Benedicto XVI
destaca la búsqueda del sacrificio por el bien del otro como la cumbre del amor de do-
nación, de entrega en el bien, para más adelante afirmar “eros y agapé 34 -amor ascendente
y amor descendente- nunca llegan a separarse completamente. Cuanto más encuentran
ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto
mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general”. 35 El ágape supone la felicidad
de la entrega al otro antes que la posesión; no la descarta, no la rechaza, más bien hasta
la exige, porque en la reciprocidad ambas se reclaman, pero cada uno la obtendrá en el
darse que supone la recepción, antes que en el recibir que supuso el dar del otro.

1.4 Amor sexuado

El componente sexual, el eros concreto del amor matrimonial, cuenta en primer


lugar con la diferencia genital, pero sobre todo, con la diferencia del ser totalmente mujer
o totalmente varón. Mujer y varón necesitan a la “contraparte” no para completarse, ya
que ambos son personas completas, sino para complementarse. Las diferencias sexuales
de varón y mujer los hace ser más sí mismos en la contemplación del otro diferente. En
la unión plena, exclusiva y excluyente, esa unión que se hace total, y como total se exige
definitiva. La otredad enriquece el ser personal de cada uno de los que se interrelacionan

32
Ibíd.
33
Benedicto XVI, (2005) 6.
34
Nota nuestra: hacemos notar que Hervada utiliza ágape acentuado en la “a” mientras que el Papá Be-
nedicto utiliza agapé acentuado en la “e”.
35
Benedicto XVI (2005) 7.
27

de esta única y exclusiva manera, que se valorizan al verse en el otro como superación de
su si mismo.
La sexualidad esta directamente ligada al matrimonio, porque está llamada justa-
mente a él. “En un primer acercamiento al matrimonio y con él a la sexualidad humana”
la sexualidad esta ordenada al matrimonio y el matrimonio a la diferencia entre mujer y
varón. En este sentido distingue tres aspectos fundamentales en esta relación “naturaleza,
historia y compromiso” 36. Nos centraremos en la naturaleza que supone al ser histórico
en su transcurrir en el tiempo.
De inicio afirma que la “la sexualidad y con ella el matrimonio es una realidad
natural”, afirmación que él mismo entiende hoy no es aceptada por el hombre que ve todo
lo dado como construido, y de ninguna manera como recibido. Un algo constitutivo de su
ser que hace a su estructura y que desde el punto de vista estático “esto es, como algo que
simplemente está en nuestro ser y lo recibimos con él, no plantea ninguna cuestión” 37,
pero que se torna difícil de comprender a la hora de determinar su para qué, o por qué
somos constitutivamente tan diferentes. Se pregunta y responde que para el hombre de
hoy, a quien le gusta construir su deber ser, no es aceptable tal “imposición”, sino que
pretende decidir y definir su para qué, su con quién y el cuándo.
Dice “que la sexualidad es naturaleza, implica que tanto el ser humano como su
dinamismo —en la dimensión sexual— tienen unas pautas marcadas por la naturaleza,
como líneas maestras de un proyecto que se ofrece al varón y a la mujer”38. Esto es, que
no se es varón porque sí, o por un capricho de azar, o una imposición externa a cada quién.
Se es mujer o se es varón, integralmente, para cumplir con un rol específico dado en la
naturaleza, en el sistema ecológico del que también formamos parte los seres humanos, y
estamos llamados a él. Por lo tanto, no se trata solamente de un ser, sino también de un
hacer, de acuerdo a ciertas características propias que tenemos unos y no otras, y vice-
versa, “un principio de operación, de dinamismo orientado a unas obras”39.
Si bien prácticamente todos los autores recalcan que la unidad sustancial del
cuerpo y el espíritu hacen a la persona, a la hora de explicar la sexualidad, la persona
humana como varón y mujer, algunos disocian la realidad de la persona en un ser dual

36
Ibíd.II
37
Ibíd. II, 1
38
Ibíd. II, 1
39
Ibíd. II, 1
28 La naturaleza del matrimonio

formado por un “espíritu que se une a un cuerpo que necesariamente es masculino o fe-
menino, y por esta unidad sustancial entre cuerpo y espíritu, el ser humano es en su tota-
lidad, masculino o femenino”40. Sarmiento va más allá, y resalta que la persona “en cuanto
espíritu y, bajo este aspecto, la persona humana no es hombre ni mujer” 41 en abstracto,
sino que informa un cuerpo que siempre es masculino o femenino. Las consideraciones
que hacen muchos autores parecen forzadas a justificar que lo espiritual de la persona, al
no ser sexuado, es más puro que lo corporal, como si el cuerpo por ser justamente corpó-
reo no lo fuera. La unidad sustancial hace a la mujer y al hombre tan únicos como persona
desde el mismo momento de la concepción, que su espíritu, o alma, es formado justamente
de alguna de esas dos maneras posibles, porque si no sería imposible por una lado que
informara al cuerpo, y por el otro se violentaría en una forma que no le sería propia.
Algunos escritores cristianos no toman en cuenta el pasaje del Evangelio en el que Jesús,
refiriéndose al matrimonio y al “otro mundo”, expresa textualmente: “no se casan, ni ellos ni
ellas … porque serán como ángeles”42. La sexualidad “el ser ellas o ellos” no depende sólo de lo
anatómico, sino que informa todo el ser de la persona, porque la “sexualidad no es un simple
atributo; es un modo de ser de la persona humana”43, serán ellos o ellas, pero espirituales, como
ángeles. San Josemaría Escrivá insistía en el aspecto corporal cuando decía a mujeres casadas:
“el amor es cosa tangible: es el alma, el espíritu, la conversación, el carácter, la inteligencia… y
el cuerpo también... De modo que tenéis que cuidar vuestro cuerpo, sabiendo además que, si no,
hacéis una ofensa a vuestro marido; y él a vosotras”44.
En su caso, todos los documentos de la Iglesia Católica rescatan el valor de la unión sus-
tancial de cuerpo y alma. Los que se casan no son ni dos cuerpos ni dos almas, se casan
dos personas en lo que hace a su mayor expresión de unidad. Como se lee en la Familiaris
Consortio, “en cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo in-
formado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad
unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del
amor espiritual”45. Podemos entonces intuir que, si somos totalidad unificada, en el amor
no se trata de un abarcar “también” al cuerpo humano, sino (y permitámonos avanzar más
allá de lo que dice estrictamente la letra de dicha encíclica, para interpretar su espíritu) el

40
Sarmiento A., (1997) 40.
41
Ibíd. 41
42
Lc., XX, 34-36.
43
Sarmiento, A., (1997) 40.
44
San Josemaría, Teatro Coliseo, Buenos Aires, 23-06-1974.
45
Familiaris Consortio, II, 11.
29

amor abarca a ambas realidades en sus dimensiones propias, en definitiva, como una reali-
dad única para las dos dimensiones radicalmente unidas de lo corporal y lo espiritual, que
transforma la persona completa, que busca en el otro eso que la complementa, tanto en lo
que es “su yo” puramente espiritual, tanto como en lo corporal.
Juan Pablo II ha recordado en innumerables documentos (la Familiaris consortio
indudablemente ha surgido de su pensamiento) el significado esponsalicio, matrimonial
del cuerpo humano. Analizando el Génesis el recordado “Papa de la familia”, como pidió
que se le recordara, decía que la Biblia, al recalcar en el primer libro que “estaban desnu-
dos”, refiriéndose al hombre y la mujer, pretende “presentar al hombre, varón y mujer, en
toda su realidad y verdad de su cuerpo y sexo”46, en todo su significado esponsalicio, esto
“es no sólo fuente de fecundidad y procreación … incluye desde ‘el principio’ el atributo
‘esponsalicio’, es decir la capacidad de expresar amor”47. Pero el cuerpo refleja en esa
libertad primera, su capacidad interior para el “don sincero” de la persona no sólo en el
plano físico, sino en el valor “y belleza de sobrepasar la dimensión simplemente física de
la sexualidad”48. Estaban desnudos porque necesitaban entender que el otro diferente era
“alguien a quien ha querido el Creador ‘por si mismo’, es decir, único e irrepetible: al-
guien elegido por el amor eterno”49.
Los últimos veinte años han permitido conocer, gracias a las nuevas tecnologías de
imagen (resonancias, tomografías, mapeos, etc.) que las estructuras cerebrales del varón
y la mujer son diferentes en cuanto a las dimensiones relativas “de sus diversas áreas
permiten saber si pertenece a un varón o a una mujer. Y sólo recientemente hemos empe-
zado a conocer que hay dos modos, uno masculino y otro femenino, de procesar la infor-
mación. Un diferente cableado asegura los circuitos neuronales propios de un cerebro de
varón o de una mujer. El cerebro humano no es unisex (sic), ni anatómica ni funcional-
mente”50. Estas afirmaciones, que el lector interesado podrá ampliar en profundidad en el
libro citado, no hacen más que ratificar lo que el saber cotidiano, el ver actuar le permite
a Hervada afirmar sencillamente que somos diferentes. Más allá de lo propiamente geni-
tal, que permite en la unión de varón y mujer la unidad total abierta a procrear, en la
complementación plena, total y absoluta del cumplimiento del rol particular y específico

46
Juan Pablo II, Catequesis de los miércoles, 16-01-1980.
47
Ibíd. Inc 1
48
Ibíd. 1
49
Ibíd. 2
50
López Moratalla, N., (2009) 17.
30 La naturaleza del matrimonio

de cada uno. Esa “naturaleza”, ese ser de una determinada manera cada uno, y no de otra,
ese cumplir con lo que la naturaleza espera de cada uno hace al éxito de la relación. “Cada
vez que varón y mujer viven su sexualidad, conforme a lo naturalmente dado, realizan un
paso hacia el éxito, como lo realizan hacia el fracaso cada vez que se apartan de ello”51.
El involucrarse totalmente como cada uno es, es lo que hace que la relación propia
matrimonial sea de una manera diferente, la aparta del ser sólo una relación de especie,
para afirmarla como relación de personas. Nótese que la relación corporal entre el varón
y la mujer es la única del “reino animal” como les gusta llamarnos a muchos naturalistas,
que se realiza de frente, cara a cara, comprometiéndose ambos dos en un mirarse mutua-
mente a la cara. Mirarse significa abrirse al otro en cuanto persona, y no sólo en cuanto
cuerpo, sino en cuanto el ser todo lo que se es, sin ocultar ni avergonzarse por nada, desde
un pudor creativo y complementario52.
La soledad del hombre en su consigo mismo “y dijo el Señor, no es bueno que el
hombre este solo”53, se manifiesta definitivamente en la relación íntima con el otro que
hace que esa compañía “sea intrahumana (sic), porque lo que comparten como coposee-
dores y compañeros es la soledad humana de uno consigo mismo54. Por eso la intimidad
conyugal necesita ser exclusiva y peculiar, en cuanto a su escenario, su exclusividad y
propiedad. La misma intimidad que hace del propio cuerpo el ser uno mismo, hace al
matrimonio ser lo que realmente es en la comunicación recíproca del “lenguaje común,
íntimo y exclusivo”55.

1.5 La relacionalidad del amor conyugal

El hombre es un ser relacional; necesita desde el mismo momento de su nacimiento


de los otros. Al nacer no podemos bastarnos por nosotros mismos. “La persona humana
está naturalmente ordenada a la relación social con los demás hombres. No es un ser
encerrado en sí, sino comunicación y asociación con el otro. Abierto a la comunicación,
a la solidaridad y al amor con sus semejantes, el hombre es mi ser en relación”56. El estado

51
Ibíd. II, 1
52
El lector puede profundizar en este tema con la lectura de El significado del pudor, de Leonardo Polo,
Conferencia en la Universidad de Piura, 1991,
53
Gn., II, 28.
54
Viladrich, P.J., El ser conyugal, 64.
55
Ibíd.
56
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 112.
31

natural del hombre es el estado de relación social. Pero hay distintos estadios en la rela-
cionalidad, podemos llamarlos niveles de relación. Esos niveles guardan estrecha relación
con el interés y el amor que cada quien nos propone a lo largo de la vida, y la formación
que cada uno haya recibido en esa vida vivida.
La vida está llena de relaciones. Las relaciones suponen dependencias y fundamen-
talmente límites. Dependencias porque para todo necesitamos de otros: para alimentarnos,
transportarnos a largas distancias, educarnos, formarnos supone depender de otros que se
ocupen de nosotros. Pero ese ocuparse supone necesariamente que nos comuniquemos
con los otros, que interactuemos, en definitiva son relaciones que suponen un actuar de
ida y vuelta de cada uno de los participantes. Todo actuar relacional, todo actuar en fun-
ción de otro, encuentra su límite justamente en la capacidad de aceptación o de dar de ese
otro que no somos nosotros. El otro fija límites que no permitirá que traspasemos porque
es hasta ahí que está dispuesto a dar y recibir.
En las transacciones comerciales, las relaciones son de intercambio (conmutativas).
Nosotros damos algo que el otro compensa con la entrega de otro algo proporcionado.
Cuando requerimos una mercadería determinada, entregamos dinero a cambio de reci-
birla. Cuando el otro necesita de nosotros un servicio, una clase, nos dará un dinero a
cambio, que habremos acordado previamente. El límite de esa relación es el valor pecu-
niario que transamos. Estas transacciones no nos involucran como personas, si involucra
nuestro hacer. Por el contrario, en las relaciones puramente personales, las transacciones
se llevan a cabo a nivel personal, esto es, involucrando a toda la persona en la relación,
ni su trabajo, ni sus bienes son objeto de esa “transacción”, sino su propio ser que se
expresa en sentimientos. Los padres dan a sus hijos el ser y una vez dado, contraen la
obligación de formarlos, alimentarlos, etc. Esta obligación, más allá de ser una obliga-
ción, es también y fundamentalmente un dar sin recibir compensación material a cambio,
sino sólo la satisfacción del deber cumplido y el amor que los hijos puedan prodigar y del
que reciben de sus padres. Si ese amor que en justicia ambos merecen no se recibiera, la
relación no se rompería porque tiene su raíz en la justicia de lo debido y no en la obliga-
ción de lo transado, porque es relación interpersonal.
Con los amigos la relación es puramente espiritual, una relación de amor de amis-
tad, que supone una potente comunicación, un intercambio de valores, un compartir gus-
tos y momentos. La amistad vive la relación con el otro por sí mismo, pero sólo en lo que
32 La naturaleza del matrimonio

el otro es como persona que satisface nuestras apetencias intelectuales, espirituales, afec-
tivas. La relación de amistad no es debida, es solamente querida y, por lo tanto, depende
de la voluntad mantenerla, cuidarla, atesorarla.
Desde una visión antropológica opuesta, viendo la vida del hombre como inserta en
un sistema, como parte de él, se entiende que “se comporta no sólo como un simple com-
puesto de elementos independientes, sino como un todo inseparable y coherente”57. Re-
serva como necesarias dos condiciones sumamente criticadas de la relación matrimonial,
como lo son la perpetuidad (inseparable) y la coherencia en cuanto a cumplir lo que se
ha comprometido.
La relación matrimonial supone algo más profundo que cualquier otra relación. Si
bien hay un intercambio de bienes reales, no es (o no debe ser) transaccional. Cada uno
da al otro los bienes que necesita simplemente por el hecho de que así se le manifiesta
explícita o implícitamente. Al dar ese bien concreto, no espera recibir otro bien a cambio,
sino simplemente (de su parte) la satisfacción de haber entregado lo que se necesitaba, y
de la otra la satisfacción de la necesidad o el gusto satisfecho. En la relación matrimonial
no hay intercambio simplemente porque ambos se pertenecen, y no se puede transar con
bienes propios de uno mismo. La relación matrimonial, si bien supone la satisfacción
mutua de algunas necesidades materiales, como la alimentación, la diversión, la unión,
implica el todo del otro, y esa es la diferencia sustancial con cualquier otra relación hu-
mana posible.
Los aspectos de la relación entre varón y mujer que Hervada considera fundamen-
tales son: naturaleza, historia y compromiso. Éstos entrañan la relación más profunda
que pueda darse entre dos personas. Involucra su naturaleza en cuanto a su ser más per-
sonal de ser varón y ser mujer. La historia que ambos llevan al matrimonio (su pasado
personal y familiar) que deben integrar a su relación no sólo intrínseca al matrimonio,
sino extrínseca en cuanto a las familias de cada uno que se integran de alguna manera
pacífica o no pacífica, y la historia que se aprestan a construir y vivir juntos . Por último,
el compromiso de darse completamente tanto en lo espiritual como en la donación de los
cuerpos, que supone la donación de todo su ser, como un todo inseparable.
La interrelación (entendida como una relación de ida y vuelta, en la que se compro-
mete todo el yo) de los esposos, implica un trascenderse en la libertad de la entrega. Todo

57
Watzlawick, B. B., & Jackson, 1993, 120.
33

el proceso histórico está trascendido de libertad. En efecto, el hombre es señor de su his-


toria. No en el sentido de no tener nada dado: es mucho lo que le es dado al hombre para
hacer su historia. Más bien en el sentido de que lo dado se ofrece al hombre para que a
través de ello pueda construir su propia historia. Para el caso concreto del matrimonio, de
la sexualidad que se expresa en la donación matrimonial, que “esto se manifiesta de un
modo peculiar en la sexualidad. La historia de cada relación varón-mujer es una historia
construida. La intervención de la libertad es muy fuerte en este campo”58. Porque siendo
la libertad una característica de la persona, “la manera como la libertad alcanza la natura-
leza del hombre es a través de los hábitos. Los hábitos son el vehículo o la conexión entre
la libertad y la voluntad”59. Dependerá de como cada matrimonio ejercite su voluntad
para construir hábitos buenos (virtudes) o no tan buenos (defectos), el devenir de su his-
toria y más aún la continuidad de la construcción de su amor matrimonial.
Lo que Hervada llama ‘proceso histórico’, podemos verlo como un proceso conti-
nuo de relaciones que construyen el matrimonio y lo alimentan, engordan o adelgazan
“cada relación concreta nace como una posibilidad que va actualizándose y se va profun-
dizando por actos libres repetidos… El amor en el matrimonio, aunque en su origen sea
dado, pasivo, es un proceso que los cónyuges han de construir y construyen a todo lo
largo de la vida conyugal. Sin ese continuo proceso de construcción, el amor amengua y
se agosta. En la relación varón-mujer la historicidad implica un proceso activo de cons-
trucción, un continuo hacerse por la libertad y la responsabilidad”60.
La riqueza de la relación matrimonial, supone precisamente que el otro sea una
persona diferente a nosotros mismos, otro en el que cada uno es más si mismo. Porque si
“ser significa siempre ser ante otro”61 cuanto más intensa sea esa relación y la riqueza del
otro, cuanto más me distingo del otro, mayor será nuestro ser y, por lo tanto, sólo la in-
tensificación de la relación me intensifica como individuo. Cuanto más interrelación (co-
municación, relaciones, apertura, etc.) hay en el matrimonio, más se enriquecen los con-
yugues enriqueciéndose cada uno, mutuamente y al propio matrimonio.

58
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991. II, 2
59
Polo, L., La diferencia entre el hombre y el animal, Intervención en las II Jornadas del Aula Ciencias
y Letras, 1992.
60
Ibíd.
61
Alvira, R., El lugar al que se vuelve, reflexiones sobre la familia, 2004, 24.
34 La naturaleza del matrimonio
35

CAPÍTULO II

NATURALEZA Y PERSONA

2.1. La conyugalidad de la naturaleza humana

Las personas nacen como resultado de la relación entre un hombre y una mujer,
los animales nacen del apareamiento de una hembra con un macho. Este estrato de igual-
dad entre unos y otros, tiene semejanzas, pero sobre todo diferencias que van más allá de
lo biológico y que intentaremos explorar. No nos adentraremos en el aspecto morfológico
o anatómico, porque no es el tema de este trabajo, pero reconocemos que a simple vista
las diferencias pueden catalogarse de menores, como también las hay entre las diferentes
especies animales: momento, tiempo de celo, de preñez, etc.
La conducta animal es puramente instintiva, automática, no respeta otro patrón
que responder a las propuestas establecidas de olores, sonidos y actitudes de cada uno de
los miembros de cada especie; se dirige inconscientemente a otro individuo de sexo
opuesto de la misma especie con una única finalidad: la reproductiva. A cambio de res-
ponder a esa llamada del instinto, los participantes reciben como retribución una satisfac-
ción, que justamente motiva al cumplimiento de esa propuesta, que de esa forma se con-
vierte en atractiva. Cumplido el coito, dependiendo de la conducta automática impresa en
la genética de la especie, cada ejemplar aboca se a completar la tarea reproductiva. En
algún caso el macho sigue su camino y a la hembra le queda la obligación de hacer de ese
buen momento un animal maduro; en pocos se ocupa el macho y será la hembra la que
migre; en pocos, eliminará al macho y se ocupará de la cría y en aun menos, la devorará,
etc.
El proceso biológico de los seres humanos es semejante, hay un período de atrac-
ción, de aceptación, de cópula y el resultado incierto de que se engendre un nuevo ser
humano. Pero esta relación no termina ahí, pues los seres humanos somos personas, y lo
que nos diferencia de los animales es justamente nuestra capacidad racional, nuestro ser
36 La naturaleza del matrimonio

espiritual que hace que todos nuestros actos sean de una entidad diferente a cualquier otro
acto realizado por cualquier otro ente de la naturaleza.
La clara diferencia que hace Hervada entre los conceptos de naturaleza humana y
persona, pueden ayudar a entender más profundamente este punto. Él distingue clara-
mente entre lo que es natural al ser humano –en general– y lo que es propio de cada uno
–en particular–, lo que pertenece a la especie y lo que es propio de cada quien, lo que la
especie da universalmente y es obvio, y las diferencias, hasta sutiles que pueden perci-
birse en cada agente.
Lo natural, lo propio de la naturaleza es lo dado por igual a todos los hombres, a
la especie. Lo natural es lo perteneciente al genero humano, las potencialidades, las cir-
cunstancias, el ser en acto en un determinado tiempo y espacio “la naturaleza humana es
la esencia del hombre en cuanto a principio de operación” 1. Al respecto Sellés dice que
“si se distingue entre naturaleza y persona, entre lo común al género humano y lo propio
y distintivo de cada quién, se nota que la persona humana es lo radical, y que sus rasgos
nucleares no se reducen a lo común de la naturaleza humana”2. Entendemos entonces que
la naturaleza humana es lo común a todos los hombres, a la especie humana, aquello que
tenemos sólo y simplemente por ser humanos, con independencia de cualquier actuar, de
cualquier gusto propio, de cualquier tendencia, inclinación, virtud o vicio. Somos seres
humanos porque tenemos en común con otros seres humanos algunas características que
nos hacen ser, justamente, humanos, y no cualquier otro ente de la naturaleza.
Naturaleza humana es lo recibido sin intervención directa de nadie, de ninguna
persona que influya en el proceso o en el instante de recibir tal o cual característica. Valga
un sencillo ejemplo: si bien los padres (y evidentemente) han participado en la concepción
del hijo, éste se forma en el vientre materno sin la intervención de ninguno de ellos. Y
será un ser humano, con toda su naturaleza, si presenta los rasgos típicos de los seres
humanos, aunque no los tenga en estado de perfección. Ya por el sólo hecho de ser hijo
de dos seres humanos, se lo tiene por humano, es humano. Y será humano desde el mo-
mento de ser concebido sólo por este hecho. Una vez concebido será humano por su as-
pecto y sus características generales, como dijimos, más allá de la calidad de las mismas.
Será humano porque tendrá brazos y aunque no los tenga, porque tendrá piernas y aunque

1
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 98.
2
Sellés, J.F., Antropología para inconformes, 2012, 95.
37

no las tenga, porque oirá o sea sordo; en definitiva, porque sus padres serán de sus brazos,
sus piernas, y sus oídos. Será humano simplemente porque habrá nacido de dos humanos.
El hecho de ser humano, de tener una naturaleza común, unos bienes dados a to-
dos, aunque en diferente medida (hasta prácticamente negados) hace que ese ser humano
viva de una determinada manera y no de otra, que se relacione de una forma específica,
que se perfeccione en el ser de una manera particular y no de otra. El Diccionario de la
Real Academia Española da varias acepciones de naturaleza, entre ellas ésta: “1. f. Esen-
cia y propiedad característica de cada ser”3. “Esta esencia se realiza, se hace real, en el
ente existente del que es un componente metafísico, y la llamamos naturaleza en cuanto
es principio de operación”4, en definitiva el ser del hombre “entendido en su última esen-
cia”5. La esencia, la naturaleza es inmutable, pertenece al ser como es, si no fuera inmu-
table, si pudiera cambiar de alguna manera, el hombre “se transformaría en otro ser, lo
que es contrario a la más elemental experiencia; la esencia, y con ella la naturaleza hu-
mana, ni cambia ni se transforma, es siempre la misma”6. Porque en definitiva “jamás es
pura existencia, sino que siempre es también naturaleza”7.
Para Hervada, de la naturaleza humana derivan dos principios fundamentales que
tienen que ver con este trabajo: la dignidad del ser humano y su fin natural. La dignidad
es el valor propio del ser humano por el solo hecho de serlo, el cual exige el respeto de
los demás a cada quien, sin concesiones; un respeto que va más allá de lo que se pueda
ser o hacer, que se merece simplemente por el hecho concreto de ser.

3
Diccionario de la Real Academia Española.
4
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 98.
5
Ibíd.
6
Escrivá Ivars, J., (2009) 607, citado por Cassol, (2010) 88.
7
Hervada, J., Una Caro. Escritos sobre el matrimonio, 2000, 537.
38 La naturaleza del matrimonio

2.1.1. El fin, los fines8

El fin, finalidad o carácter finalista de la naturaleza humana, esto es “el sentido y


la plenitud de la vida humana… no son otra cosa que la correcta expansión del ser humano
según aquello que la naturaleza humana contiene como plenitud posible” 9. El sentido o
meta de la vida es, para Hervada, la razón de ser del ser humano y, por tanto, lo que le
condiciona durante toda su vida a ser lo que debe ser, sin alcanzar en ningún momento su
meta. Por otra parte, en cuanto a la vida matrimonial, este finalismo le hace perder una
razón de ser per-se, para orientarlo precisa y únicamente a lograr un fin, su fin, según
Hervada, son los hijos. El fin es “lo dado en el matrimonio, la estructura anímico-corpórea
de la sexualidad, sus fines y los modos específicamente humanos de desarrollarla”10 ya
que para él no existe otro posible fin que no sea la procreación.
El fin hace a la naturaleza humana, al cómo somos en definitiva, y cómo nos di-
ferenciamos de los demás según el objetivo que tenemos en la vida, “la ordenada dinámica
del amor conyugal consiste en el recto desarrollo de la vida conyugal hacia los fines del
matrimonio”11. Aunque la diferencia pueda parecer sutil, lo que para Hervada es “el fin”
puede interpretarse más bien como una consecuencia “natural” del amor conyugal. Él
mismo refiere que “el amor es virtus operativa; las obras son consecuencia propia y con-
natural del amor, hasta el punto de ser su signo y manifestación más importante” 12. No
cabe duda de que el amor no es un fin del matrimonio, es más bien su requisito: “¿Varón
y mujer se casan para que entre ellos nazca el amor, o porque se aman? Luego si se casan
porque se aman, es que el amor es principio del matrimonio y no fin suyo” 13.

8
Consideramos importante aclarar, que algunas expresiones que utiliza Hervada, han sido dejadas de
lado por la Iglesia como se lee en el Código de Derecho Canónico, Promulgado por Juan Pablo II, en 1983
en el que se puede leer que el matrimonio es: “1055 § 1. La alianza matrimonial, por la que el varón y la
mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de
los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de
sacramento entre bautizados”. Nótese que expresamente no se habla de fines, ni prioridades, ni pacto, ni
unión jurídica. Sin embargo, hemos considerado, dada su riqueza, utilizar y confrontar en algunos casos
con la forma en que se expresa (y piensa) Hervada, porque creemos que enriquece nuestro estudio y respeta
su pensamiento.
9
Citado en Vetera et Nova y Cassol, 63.
10
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 243.
11
Ibíd. 76
12
Ibíd. 75
13
Ibíd. 74
39

Esta distinción entre el principio y fin del matrimonio, entre lo que reclama la
naturaleza humana como principio y fin, quizá necesite incorporar un concepto más, el
de consecuencia. Así podemos aceptar, sin duda, que ambos cónyuges se reclaman mu-
tuamente porque se aman, y ese es el principio por el que nace el matrimonio y en el cual
se sustenta “el corazón humano está naturalmente ordenado a la plenitud y a la totalidad
del amor conyugal”14. Sobre el fin del amor que se expresa en el matrimonio se pregunta
Hervada “hasta dónde llega ese amor según la estructura natural de la sexualidad hu-
mana… ese amor es exclusivo (sólo a ti te quiero) y para toda la vida (siempre te querré);
ese amor es pleno y total”15, por lo tanto, el fin es el otro, su y nuestra felicidad, el otro
plena y totalmente en toda la expresión de su ser, porque “el corazón humano está natu-
ralmente ordenado a la plenitud y a la totalidad del amor conyugal”16.
Pero el “amor conyugal es naturalmente fecundo, perpetuo y exclusivo” 17, por lo
tanto, el resultado de ese amor, la consecuencia de ese amor que reclama al otro hasta la
complementación total, son los hijos. Y los hijos, como expresión sensible del amor que
se profesan, el amor en concreto, amor al que no le es suficiente ese interrelacionarse
entre los dos, sino que reclama frutos: “el amor conyugal, no sólo no puede cerrarse a los
hijos, sino que está positivamente abierto y ordenado a ellos”18. En el mismo párrafo de
“Diálogos” Hervada recoge una “antigua” (así la llama) idea cristiana que refería que los
cónyuges y “por tanto, su amor, están al servicio de los hijos”, lo que no contradice de
ningún modo lo visto hasta aquí, porque estar al servicio supone, primero, la unión previa
y, luego, la expansión hacia los otros.
Como decíamos previamente, a los conceptos de principio y fin pensamos que es
oportuno agregar el de consecuencia o resultado, en cuanto que los hijos son justamente
eso, el resultado de una expresión de amor plasmada en un alguien concreto. Para enten-
derlo mejor haremos un paralelo con la alimentación:

14
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, II 2
15
Ibíd. II 2
16
Ibíd. II, 2
17
Ibíd. II, 2
18
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007. 77.
40 La naturaleza del matrimonio

¿Cuál es el fin de comer? ¿Cuál el fin de matrimonio?


Aportar nutrientes al cuerpo para que La unión permanente y definitiva de
viva. los esposos.

¿Cuál es el medio? ¿Cuál el medio?


La comida como elemento (en lo posi- El placer sensible de la donación
ble) placentera.

¿Cuál la consecuencia? ¿Cuál la consecuencia?


Alimentarnos Los hijos

Por lo tanto, podemos atrevernos a proponer que el fin del matrimonio no son los
hijos ni tampoco el amor de los esposos, sino que el fin es la unión plena, total y definitiva
de los esposos, que reconoce como origen el amor entre ambos y que deriva consecuen-
cialmente en los hijos engendrados, siempre que la naturaleza lo permita.
De Javier Escrivá, en sus diálogos con Hervada, impresos en Relectura19, se pue-
den leer aclaraciones respecto del por qué de algunas afirmaciones del primero, que pa-
sado el tiempo se hizo necesario explicar. Con respecto a los fines primarios y secundarios
del matrimonio, Escrivá termina interpretándolos como “el fin” único y necesario para la
constitución del matrimonio, como los fines de cualquier sociedad, sin importar su orden,
hacen que esa sociedad sea esa y no cualquier otra. Distinguidos como primarios o secun-
darios, todos los fines enumerados como primarios y secundarios son esenciales para que
el matrimonio sea justa y precisamente eso, y no cualquier otra cosa. “Así, pues, no sólo
la procreación y educación de los hijos es fin esencial, sino que también lo es la mutua
ayuda, el mutuo complemento; y dentro de su especial sentido lo es igualmente el reme-
dium concupiscentiae, entendido como la recta regulación del instinto sexual”20. A este
“remedium concupiscentiae” hacemos referencia en 2.1.1.
Por otra parte, en Una Caro, en el apartado de las “Nociones Generales”, se pre-
gunta Hervada: “El Fomento del Amor Conyugal, ¿Fin del Matrimonio?”. En primer lu-
gar indica que “el fomento del amor es un bien que puede y aún debe ser buscado por los

19
Cfr. Escrivá Ivars, J., (2009).
20
Escrivá Ivars, J., (2009) 171.
41

cónyuges (fin subjetivo)”21, pero se pregunta si ese fin subjetivo puede ser calificado
científicamente como objetivo, meta. La dificultad de mensurar “el aumento” de lo que
es principio (el amor matrimonial), tendencia unitiva y a las obras y no acto le hace dudar,
pero más el hecho de que no todo bien del matrimonio (toda razón de bien) es desde su
perspectiva un fin, un objetivo a alcanzar, un para qué, como lo son desde su punto de
vista las propiedades esenciales.
Para poder seguir su pensamiento, debemos recordar que para él el amor no es fin,
sino principio, razón de, tendencia a la unión de los esposos. Decimos más arriba en este
mismo punto que “se casan porque se aman” y, por lo tanto, no es un fin, porque ha sido
su principio, no podemos tender, estar inclinados a lograr, aquello desde donde partimos.
Por eso ahora no estamos mirando al amor que se tienen, sino intentando ver si fomentar
su crecimiento, puede ser un fin.
En la vida matrimonial podemos identificar dos efectos característicos: “mantener
unidos a los cónyuges, evitando la separación o la infidelidad, y la delectatio o goce (fe-
licidad) que se produce por la unión de hecho de amante y el amado” 22. La unión de los
cónyuges se patentiza en vivir vida matrimonial, con todos sus efectos; es la misma vida
matrimonial la que es y refleja la unión de los esposos. Vivir vida matrimonial exige la
convivencia, pero no es sólo convivencia, sino vivir plenamente el matrimonio en todos
sus efectos y potencias. El amor supone una perfección propia para que la vida matrimo-
nial no sea convivencia, sino vida y, por lo tanto, su crecimiento, su “fomento” no es un
fin, sino una consecuencia, un perfeccionarse de la propia perfección que ilumina la vida
matrimonial. El sano ejercicio de la vida matrimonial plena, fomentará el amor entre los
esposos, pero ese no es un fin del matrimonio, sino la perfección del principio que supuso
la conformación del matrimonio y que la historia de ese matrimonio alimentará para que
su unión sea más sincera y plena.
La delectatio, goce o felicidad “que produce la unión de hecho –el hecho de estar y
vivir juntos– es, efectivamente, factor de aumento del amor, pero es también efecto con-
comitante suyo” 23. En el proceso histórico del matrimonio, simplemente el estar, acom-
pañarse, compartir tanto momentos malos como buenos, el solo hecho de compartir esos
momentos, se gozan porque hay amor, pero al mismo tiempo, esos momentos bien vividos

21
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 61
22
Ibíd., 62.
23
Ibíd. 62
42 La naturaleza del matrimonio

(y este es el factor determinante, saber vivir cada momento) aumenta el amor entre los
esposos. La causa no puede ser su efecto, ni el principio el fin o finalidad, “otra cosa es
que sea un finis operantis honesto de los cónyuges.

2.2. La persona

Persona ya no es un genérico como lo es “ser humano”; persona es cada ser humano


concreto, ese ser humano que se relaciona, vive con independencia del desarrollo de sus
capacidades, de su autoconciencia, de su autonomía; es ese en particular y no otro24.
“¿Qué es ser persona? Según Hervada, una persona es un ser, que es ser tan intensamente
–de tal manera es ser–, que domina su propio ser. Por eso la persona es sui iuris, dueña
de su propio ser. El propio dominio –en su radicalidad ontológica– es el distintivo del ser
personal y el fundamento de su dignidad”25. La naturaleza como tal no existe, no hay
forma de ver una naturaleza, la naturaleza se expresa en una persona concreta, en cada
persona concreta, en un alguien determinado que es ese y no puede por ninguna circuns-
tancia dejar de ser ese alguien para convertirse en otro diferente. Ese único e irrepetible
que nunca antes existió ni volverá a existir, sino en él mismo que es puro ser.
Coloquialmente utilizamos como sinónimos palabras que gramaticalmente pue-
den serlo, pero que estrictamente no tienen el mismo sentido: ser humano, agente, hom-
bre, individuo, persona, “en rigor no designan la misma realidad. La distinción más acu-
sada entre ellos estriba en que los primeros vocablos se refieren a la esencia humana. En
cambio, sólo la palabra ‘persona” indica el acto de ser humano’26. Y el acto de ser invo-
lucra mucho más que la esencia. Lo propio de la persona es relacionarse, su interrelación
con los demás ‘coexistir, ser personalmente con las demás personas y reforzar libre, cog-
noscitiva y amantemente esa unión’27.
Podemos inferir que tanto en ese lenguaje coloquial como en el de las ciencias
prácticas, cada expresión ha tomado la representación de lo que en el fondo no es otra
cosa que la persona. El individuo es el ser tomado aisladamente para su estudio como
ente, en algunos casos biológico, en otros simplemente como integrante de un grupo so-
cial, pero en definitiva a la que se estudia es a la persona.

24
Cfr. Escrivá Ivars, J., 2009 714-715.
25
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 50.
26
Cfr. Sellés, J.F., Antropología para inconformes, 2012, cap. 13, epígrafe 2.
27
Cfr. Ibíd.
43

El uso de la expresión agente está más vinculada a la empresa y los negocios, o a


la economía que lo ha tomado como “su” expresión neutra (¿neutral?) en el desarrollo de
sus teorías, pero lo que en definitiva estudia, son las relaciones transaccionales de las
personas, aunque también se utiliza en escritos jurídicos.
Hombre, como genérico, ha sido prácticamente desterrado por temor a que se in-
terprete como una visión sexista, ya que también se lo usa para identificar al varón, y si
se lo usa siempre acompañado con mujer, hombre-mujer o más bien, para evitar males
mayores, mujer-hombre.
Aquí cabe una digresión, la cultura feminista no acepta el uso de la expresión
hombre ni de ninguna otra (sea sustantivo o adjetivo) que siendo masculino represente el
ser o hacer de una mujer (la gran presidente o la presidente grande); sin embrago, no
objeta cuando “la discriminación” es a la inversa, por ejemplo en este caso “la persona”
indica a una determinada sin considerar su sexo (como también se da en pianista, perio-
dista, etc.). Este “detalle” que nos atrevemos a resaltar, quiere mostrar por qué hoy la
expresión persona es usada con tanta más frecuencia de lo que se hacía hasta no hace
mucho tiempo, no es controvertida entre los seguidores de la teoría del género. Pero es
importante cuidar su uso, porque inconscientemente refleja una realidad mucho más pro-
funda que la que puede mostrar cualquier otra expresión que quiera referirse a cualquiera
de nosotros.
En efecto, ser persona involucra más que una forma de llamarnos, nos involucra
en cuanto nuestra totalidad de ser, y esa totalidad incluye nuestras diferencias sexuales y,
por lo tanto, “la disposición natural del varón a la paternidad y de la mujer a la maternidad
son aspectos primarios de la estructura personal como varón o como mujer”28. Por lo tanto
es razonable concluir que si primariamente somos varón y mujer, y esa distinción esta
plasmada en cada uno por la naturaleza para un algo, y ese algo ejercido sin ningún obs-
táculo artificial deviene en un hijo, en maternidad y paternidad, esa característica del ser
personal de cada uno está llamada a un algo particular. Ese algo particular es la donación
plena y total de la persona en el matrimonio, en el compromiso estable y permanente de
darse el uno al otro en una alianza dirigida a la “realización por la obtención de sus fines
se va haciendo, que tiende a la plenitud de ser, que tiende a su realización perfectiva” 29.

28
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 77.
29
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 133.
44 La naturaleza del matrimonio

El ser persona según la propia naturaleza humana, no es un corsé que se nos pone
y al que debemos resignarnos; es el instrumento por el cual podemos (debemos) realizar-
nos “con los fines aparece la verdadera razón de bien del amor y de la sexualidad, lo que
les hace verdaderamente atractivos a nivel de persona humana, lo que impide verlos como
un absurdo”30. Oponerse a los fines, medios y consecuencias, sería como querer adaptar
un instrumento musical al concertista, el instrumento es tal como es, y dependerá del
concertista adaptarse de tal manera que le permita hacerlo sonar como un virtuoso, o chi-
llar como un aprendiz.
Entender el valor de nuestro ser personal es absolutamente necesario para que la
entrega en el matrimonio sea, no ya fructífera, sino posible. El matrimonio supone la
entrega total del ser, y poco podrá entregarse si no se sabe ni siquiera que se es. Somos
personas a partir de una estructura que nos fue dada, sobre la que no pudimos opinar ni
participar en su construcción. Pensar que no tenemos esa estructura básica, esa naturaleza,
esa estructura óntica, es desconocer que somos simple y llanamente lo que somos. Porque
“el hombre jamás es pura existencia, sino que siempre es también naturaleza”31. Una na-
turaleza, una base dada, un “formato” del que por más que lo pretendamos no nos podre-
mos salir. Dicho burdamente, de la misma manera que no podemos dejar de tener dos
orejas, o una boca, o dos piernas, porque tenerlos hace a nuestro ser humanos, tampoco
podemos prescindir (salvo que lo hagamos por un bien superior) de nuestra natural pro-
pensión a la unión total con el otro que nos perpetúa.
Para concluir este capítulo, dejemos que el profesor Hervada resuma lo visto: “El
matrimonio no es una institución jurídico-social en cuyo interior se legitime el desarrollo
de la sexualidad. El matrimonio, por el contrario, es el desarrollo de la inclinatio natural,
el desarrollo mismo de la sexualidad conforme a la estructura ontológica de la persona
humana, conforme a la naturaleza personal del hombre. Es la realización de la persona
humana (su recto desenvolvimiento) en el orden de la sexualidad, en cuanto ésta se orienta
a la unión con el sexo opuesto”32.

30
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991. III, 6
31
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 537.
32
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000), 540.
45

CAPÍTULO III

MATRIMONIO, NATURALEZA Y ROL SOCIAL

3.1. Naturaleza del matrimonio

“Llamamos matrimonio a aquella forma de unión de varón y mujer que responde


a la condición de persona del hombre (ser humano), tal como que son varón y mujer por
naturaleza de su mutua relación”1. De esta forma hace hincapié (en lo que parece obvio
para nosotros, pero que hoy es tan necesario aclarar) en cuanto que el matrimonio es una
forma de relación específica de un varón y una mujer, sencillamente (y nada menos) que
por el sólo y simple hecho de que son precisamente varón y mujer y no por otra circuns-
tancia exógena o endógena. El matrimonio es lo que es porque “es una institución que
nace de la naturaleza humana… responde a la naturaleza óntica de la persona humana”2,
a lo más profundo de su ser.
La relacionalidad humana se funda en su ser esencial, esencia y naturaleza propia
de los humanos. La esencia “es un concepto metafísico que expresa aquello por lo que el
ser es lo que es y no otra cosa”3, pero esa esencia necesita hacerse real, ser en definitiva
un alguien por el que ser. “Por ello hablar de naturaleza humana es hacer referencia ‘al
ser del hombre entendido en su última esencia considerado en la perspectiva de su diná-
mica ontológica”4.
La naturaleza hace que la cosa o el ser sea lo que es. Cassol se apoya en Rodríguez
Luño para decir que “no ha de entenderse como un dinamismo físico o cosmológico,
como si fuese un modo de obrar opuesto a la libertad y a lo espiritual. Por el contrario –
continúa–, “naturaleza” (las comillas son suyas) quiere decir aquí la índole propia, la pe-
culiar manera de ser de un ente (en este caso de unos agentes) que significa un principio

1
Hervada, J., Cuatro lecciones de derecho natural, 1989, 125.
2
Ibíd., 124.
3
Escrivá Ivars, J., (2009) 335.
4
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 89. Citado por Fernando Cassol, 87.
46 La naturaleza del matrimonio

uniforme de operaciones”5. La naturaleza es lo dado al cada uno de los individuos de la


especie. En cuanto tal, no es un concepto abstracto, sino lo común de la especie humana
que es vivificado en cada caso por una persona distinta. Es lo común que tienen las per-
sonas entre sí, que les permite reconocerse como pares pero diferentes. Pares en lo que
tienen de igual esencialmente, aquello que les fue dado de esa forma determinada y que
no pueden cambiar de ninguna manera. “La persona humana tiene una estructura óntica
(naturaleza) determinada. El hombre, cada hombre, no se da a si mismo su propio ser…
porque la estructura del ser le es dada. El hombre jamás es pura existencia, sino que siem-
pre es también naturaleza”6.
Si el hombre (mujer y varón) son naturaleza, es patente que su estructura como
mujer o como varón también responden a esta estructura óntica7, y como tal, a todo su
ser recibido, dado por alguien, ya que “no operó él su paso a la existencia” 6. Para que
existiera debieron intervenir una mujer, un varón y, desde la fe, Dios, ya que:
“a) cada hombre está constituido naturalmente en varón (estructura viril) o mujer
(estructura femenina);
b) en la mutua y natural atracción entre hombre y mujer;
c) como consecuencia de lo anterior, la tendencia o impulso natural a unirse en
matrimonio… la inclinatio al matrimonio… está impresa en el ser humano, es decir
abarca tanto el orden vegetativo y sensitivo como el espiritual y racional del hombre” 8.
Hervada va más allá porque considera que el propio desenvolvimiento del matri-
monio “obedece a potencias naturales” en las que engloba lo físico, lo espiritual, lo vege-
tativo, la sensitivo y lo racional, todo ordenado a conducir el “matrimonio a su plenitud”.
El hombre y la mujer fueron creados “matrimoniales” seres conyugales, esto es, que jun-
tos llevarían a cabo el designio de “creced y multiplicaros, y henchid la tierra”9. Cuando
en una de sus audiencias de los miércoles, Juan Pablo II analiza profundamente el relato
de la creación del hombre en el Génesis, desde la versión yahvista, concluye “que la crea-
ción ‘definitiva’ del hombre consiste en la creación de la unidad de dos seres”10, unidad
en cuanto identidad de la naturaleza humana y dualidad de dos en cuanto el ser masculino

5
Ibíd., 87
6
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 100 y 537.
7
RAE: óntico, ca. (Del gr. oν, oντος, lo que es, el ser, ente, part. pres. act. de εiναι, ser). 1. adj. Fil. En el
pensamiento de Heidegger, filósofo alemán del siglo XX, referente a los entes, a diferencia de ontológico,
que se refiere al ser de los entes.
8
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 100.
9
Gn., I, 28.
10
Juan Pablo II, Alocuciones de los miércoles, 14 de noviembre de 1979.
47

y femenino del hombre creado. O sea, Dios crea dos pesonas diferentes llamadas a man-
tenerse en unidad: “esta si que es carne de mi carne y huesos de mis huesos” 11. Avanzando
aun más en el análisis de la creación, afirma “que la profundidad y la fuerza de esta pri-
mera y originaria emoción del hombre-varón ante la humanidad de la mujer, y al mismo
tiempo ante la feminidad del otro ser humano, parece algo único e irrepetible”12. El hom-
bre se descubre primero solo y diferente de los demás vivientes, pero no los ve como su
otro, hasta que se le presenta la mujer, y en ella se abre hacia un ser afín, que el Génesis
(II, 18 y 20) define como “ayuda semejante a él”. Esto es lo que entiende Juan Pablo II
como ‘comunión de personas’, dando así más importancia a la comunión que a la conse-
cuencia, más que buena, ya que será en la que se perpetúen, devenida de esta relación.
Si bien estas consideraciones de Juan Pablo II pueden considerarse teológicas, no
puede negarse que entender la creación, y más aun, la interpretación que de la misma han
hecho autores de su talla, pueden ayudarnos a enriquecer el análisis. Porque no hay nada
más natural que lo que pueda entenderse como lo recibido originariamente por el hombre:
“podemos deducir que el hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios no
sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las perso-
nas, que el hombre y la mujer forman desde el comienzo”13.
Volviendo a Hervada, en “Libertad, naturaleza y compromiso” inicia el capítulo
II con una definición más que clara cuando dice: “En un primer acercamiento al matri-
monio y con él a la sexualidad humana, lo primero que nos aparece es que la unión entre
varón y mujer es un proceso dinámico, es vida de las personas, que se sustenta en una
realidad corpóreo-espiritual y en un compromiso, que es justamente el matrimonio”14.
Como ya expresamos en el Capítulo I, no cabe duda de que el matrimonio se
funda en la diferencia sexual del varón y la mujer, “estructura fundamental de la persona
humana que forma parte de su ser y lo constituye… lo natural de la sexualidad, sea diná-
mico, proyecto ofrecido al varón y la mujer, según unas pautas naturalmente dadas.” 15
Dinámico en cuanto involucra a toda la persona, ambas, en el crecimiento de cada una en
su individualidad, fruto de la complementación profunda en las diferencias, en el proyecto

11
Gen II, 23.
12
Ibíd.
13
Ibíd.
14
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, II
15
Ibíd.,II,1
48 La naturaleza del matrimonio

común que las involucra. “La relación varón-mujer, es una relación vital, que se desarrolla
en una vida, en una historia”16.
Si bien Hervada focaliza lo natural a partir del encuentro sexual “de cada pareja”,
asumimos que, para ser precisos ante el confuso lenguaje de hoy, se refiere a lo totalmente
sexuado de la mujer y el varón, no solo a lo genital, como que cuando habla de pareja lo
hace haciendo expresa referencia al matrimonio ya que dice lo histórico se inicia con el
primer encuentro entre varón y mujer y si se desarrolla en plenitud, termina con la muerte
de uno de ellos… La historia de cada pareja es, como sucede con la persona humana…
única e irrepetible.
Por su propia inclinación (de la naturaleza), dice Hervada, “el amor conyugal no
es sólo aquel aspecto suyo que se vierte en la mutua ayuda, sino el amor total al otro como
persona sexualmente diferenciada. Comprende, pues, no sólo la ayuda mutua, sino tam-
bién el amor al otro como padre o madre potenciales, que es el rasgo primario de la dife-
renciación sexual”17.
El análisis detenido de este párrafo, nos da la pauta clara de que nuestro autor
siempre prioriza la paternidad y la maternidad como el canal natural por el cual se “in-
ventó” el matrimonio, como vimos en el capitulo II, relegando otros factores a segundo
plano. Si bien reconoce y exalta en toda su obra el amor de los esposos, queda claro que
para él se ama al otro en cuanto sexualmente diferente, pero por su capacidad procreativa
(“como padre o madre”). Sin embargo, Juan Pablo II expone que “el cuerpo humano, con
su sexo, y con su masculinidad y feminidad…, es no sólo fuente de fecundidad y procrea-
ción”18, que comparte con toda la creación, “sino que incluyen desde el “principio” el
atributo “esponsalicio”, es decir, la capacidad de expresar amor”19, porque la caracterís-
tica principal del amor matrimonial es que puede (debe) expresarse con todo el ser de la
persona: “ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y –
mediante este don– realiza el sentido mismo de su ser y existir”20.
Queda claro así que para Juan Pablo II el don de sí mismo que se expresa en el
amor esponsalicio, es desde el principio, parte del ser de la persona humana, antes que el

16
Ibíd., II, 2
17
Hervada, J., Cuatro lecciones de derecho natural, 1989, 140.
18
Juan Pablo II, Alocuciones de los miércoles, 16 de enero de 1980.
19
Ibíd.
20
Ibíd.
49

carácter meramente procreador. En este aspecto creemos ver una actualización del pen-
samiento, ya que reconocer el significado esponsalicio de la unión, potencia profunda-
mente el mismo significado de su naturaleza.
En el mismo párrafo dice que “los hijos posibles son también objeto del amor
conyugal, en cuanto se debe amar al otro cónyuge como posible padre o madre”21. To-
mando en cuenta esta consideración, lo que propone Hervada como amor conyugal, no es
el amor al otro en su ser, sino el amor al otro por lo que pudiera llegar a ser.

3.2. El matrimonio institución social

El matrimonio, siendo como es algo personal de los esposos, por su consecuencia,


la generación de los hijos, tiene un interés comunitario, social, porque sin matrimonio no
hay continuidad de la especie, continuidad social. El matrimonio entre un hombre y una
mujer, es el fundante de la familia, donde se asegura la procreación en un ambiente ade-
cuado, donde además de dar vida, se garantiza el cuidado de la salud prenatal y posnatal
del niño, la alimentación adecuada, la primera y principal educación en el carácter, la
formación en valores básicos. Es rotundamente cierto que “el sexo tiene su vigencia fuera
del matrimonio y la familia, obviamente, pero en la familia es ennoblecido en un grado
máximo. Este es otro de los puntos en los que la familia demuestra… estar dotada de una
especial ‘concentración antropológica’”22.
El matrimonio no es la familia, es una unidad de dos llamada a constituirla, y en
ese su devenir histórico los hijos serán como la corona que los ennoblece. Hay otras es-
tructuras sociales que se asemejan a la familia, viven como si lo fueran, cuidan, crían,
acompañan, educan, forman, aman, como si fueran una familia, viven en hogares que
funcionan como verdaderas familias, pero no son una familia. Porque para serlo debieran
estar fundadas en dos condiciones irremplazables del matrimonio: su propensión natural
a perpetuarse en los hijos y la seguridad del respeto al compromiso definitivo. Lograr
estos fundamentos (fundamentos como estructura sólida en la que se soporta el entramado
social) le garantiza a la sociedad ciudadanos probos, honestos, que le aseguran a su vez
su supervivencia.

21
Ibíd.
22
Sanguineti, J.J., (2009), Aspectos antropológicos de las relaciones familiares, 3.
50 La naturaleza del matrimonio

Según Hervada, el matrimonio (siguiendo el esquema del Estagirita) tiene, por una
parte, una causa material que hace a la unidad de los esposos y es la “relación de dos
personas modalizadas sexualmente de modo complementario, es decir, la inclinatio natu-
ral al matrimonio”23. Por otra posee una causa formal: la unidad de las naturalezas24.
Ambas causas implican una interrelación de suyo social, pues toda relación humana lo es,
pero ésta lo es específicamente porque hace a la sociedad. De hecho, la sociedad no exis-
tiría sin matrimonios que la perpetuaran dentro de un esquema ordenado, tendiente a,
como decíamos antes, no sólo procrear nuevas generaciones, sino también a formarlas.
La obra común de los cónyuges, ese darse mutuamente en un hacer común, es de la esen-
cia del matrimonio, que no acaba con la procreación, sino que realmente empieza en la
procreación para no terminar nunca.
Desde el punto de vista social, no ya el personal de los esposos, la causa que jus-
tifica el matrimonio, es la fundación de la familia para la generación de los hijos en el
mejor entorno posible “primera célula social de la humanidad” 25. “En este sentido, los
cónyuges son socios, aliados en una empresa común. Y el matrimonio es verdaderamente
societas, sociedad o unión social propter finem, para la obtención de los fines del matri-
monio”26. Esa sociabilidad no es un hecho cultural. “No cabe entender la socialidad (sic)
humana como sola capacidad ontológica, de suerte que hubiese podido existir un estado
asocial o presocial humano”27. La sociabilidad humana que primero se expresa en el ma-
trimonio, luego en la familia, y de ella se expande a la sociedad, es consecuencia de que
“la persona humana está naturalmente ordenada a la relación social con los demás hom-
bres”28. La persona es comunicación, todo lo que hace es expresarse, cada uno de sus
movimientos es comunicarse, es relación, es interrelación. Cada movimiento, cada gesto,
cada actitud representa algo para los otros.
Como seres en relación que somos, estamos abiertos a que los otros nos reconoz-
can justamente como otro, y esa condición personal, que nos “obliga” a vivir relacionán-
donos, que se expresa concreta y profundamente en el matrimonio, se traslada a la socie-
dad. “Si hoy insistimos en que el hombre no debe considerarse aislado, sino en unión con

23
Cassol, (2010) 241, citando a Hervada.
24
Ibíd. 241.
25
Fernando Cassol hace un detallado análisis del fundamento bíblico que realiza Hervada sobre este
punto. Cfr. Cassol (2010) 243, cita 7.
26
Escrivá Ivars, J., (2009) 456.
27
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 112.
28
Ibíd. 112
51

los demás (intersubjetividad), de manera que el hombre solo ‘no existe’, sino que más
bien co-existe con otros, parece que este punto debería decirse máximamente de los
vínculos familiares”29 y, por extensión, a los vínculos sociales y básicamente a los con-
yugales. “Ama el que se da cuenta de que no puede existir más que donde existe el otro;
no puede existir más que en el otro”30. Si este esquema personal lograse ser incorporado
a la estructura social, otra sería la sociedad de hoy.
Como decimos, la familia es el origen de al sociedad y el matrimonio de la familia,
como la obra concreta y profunda de la que son capaces los dos que ya nos son dos, sino
uno en la unidad que constituyen. Se dice que la familia es la célula básica de la sociedad;
más que el fundamento, porque si en algún aspecto responde a un esquema de necesidad,
de necesidades mutuas, en el fondo ‘la familia, y correlativamente la sociedad, no se en-
tienden según los esquemas de la necesidad, sino… de la libertad’31. Un esquema en el
que se integran como una gran familia ampliada, basada en la sinergia de innumerables
familias nucleares de base sólida.
El matrimonio que se expresa en la paternidad, reconoce a sus hijos como amados
por el sólo hecho de lo que son; se quiere a los hijos por serlo, más allá de sus cualidades
personales; se los reconoce y ama por su ser hijo. En cambio, en la sociedad se reconoce
a las personas por su fama, por su tener a nivel intelectual, físico, sus capacidades, en
definitiva no se reconoce a las personas, sino sus capacidades o sus bienes. Las familias
comenzaron a integrarse en comunidades cada vez más amplias, frente a dos necesidades
que les imponían esa integración, el necesario intercambio de bienes materiales y, conde-
nado el incesto, la necesidad forzada a la exogamia. Cubrir ambas necesidades originó la
integración en comunidades más grandes y con ellas la necesidad de una justicia “más”
conmutativa, en tanto en cuanto hasta los matrimonios significaban más un intercambio
de bienes y “servicios” que la unión a la que nos hemos referido a largo de este trabajo.
Uno de los bienes más preciados del matrimonio, que se trasmite a toda la familia, es el
donarse, entregarse de forma tal que lo que se juega es el todo de la persona y no lo que
puede dar, lo que hace o tiene. Sin embargo, esta propiedad no dimana en una sociedad
del mismo tipo, una sociedad en la que solo vale el intercambio. En el “dar a cada uno lo
suyo”, puede encontrarse una explicación de la justicia, o la negación de lo más íntimo

29
Sanguineti, J.J., (2009), 1
30
Polo, L., El significado del pudor, 1997, 6.
31
Cfr. Sellés, J.F., o.c., (2012).
52 La naturaleza del matrimonio

que pueda encontrarse en el seno del matrimonio, y por lo tanto de la familia, donarse
antes que darse, que significa darlo todo, sin esperar nada a cambio. Aunque en el fondo
no sea para nada reprochable que se espere recibir aunque sea un intangible, tan pobre
como solamente un: gracias. Por eso, reseñaba la filosofía medieval que la culminación
de la justicia es la caridad. De otro modo: la sociedad es para la familia, no a la inversa32.
Porque la familia suele administrar la caridad, asunto que no se suele garantizar la socie-
dad.

3.3. El matrimonio como modelo social

El hecho no menor de que el matrimonio y la familia fundada por éste, sean base
de la sociedad, implica que sus propiedades y sus defectos, valores y disvalores, se tras-
miten de forma directa a todo el entramado. Por eso siempre el poder político de cada
momento tomo a la familia como su principal aliado o enemigo, cuando intentó (o intenta)
apropiarse de la libertad de los individuos o rescatar sus virtudes. Un ejemplo claro a este
respecto fue la primera ley dictada por los revolucionarios franceses de 1789, la cual su-
pone una exaltación del yo y de un estado central que asumía el manejo de los niños que
serían engendrados libremente33.
Desde ese lejano 1789 hasta hoy, los ataques no sean han dejado de perpetrar con
mayor o menor violencia, pero sí sistemáticamente. El hombre progresista de hoy, mujer
y varón, no entiende los valores que el matrimonio naturalmente le reclama. La violación
sistemática de esos principios se reflejan en los problemas sociales de la actualidad. No
comprender que el matrimonio implica la donación total de la persona en el otro es la
base de la no aceptación de la indisolubilidad o de la proliferación de uniones de hecho.
Esta degradación del matrimonio y, por tanto, de la familia como su raíz y sustento, ha
permitido que “el estado asistencial ha podido afirmarse y desarrollarse en la medida en
que se ha disgregado el tejido de la sociedad, comenzando por la familia” 34. La base de
ese estado social, en la realidad de hoy, no tiene que ver con que sea de izquierda o de
derecha, pues existen ‘solo las dimensiones individuales del hombre’, un estado en el que
la familia ha sido relegada porque las estructuras económicas, naturalmente egoístas, se

32
Cfr. Ibíd.
33
Cfr. Alvira, R., Familia, Política social y empresa, 2005.
34
Zampetti, 1997, 57.
53

han convertido en “en las de la sociedad, instrumentalizando las dimensiones sociales del
hombre”35. El otro ha dejado de ser ese que nos enriquece, para convertirse en un algo
pretendido, apetecible, necesario y sobre todo límite. El apotegma “mis derechos termi-
nan donde empiezan los de los demás” deja claro que el otro es una barrera a nuestra
independencia, que si queremos avanzar es necesario sobrepasar.
El matrimonio supone el compromiso vital total, la entrega completa. La totalidad
no involucra sólo el yo instantáneo –ahora en este momento–, sino el yo histórico, el yo
de hoy, pero también el de mañana, en el que cada uno seguirá siendo su yo, pero también
el yo de mañana. Por eso, el compromiso para ser total debe ser definitivo, porque si no
es definitivo, si no abarca toda la historia personal de los cónyuges, deja de ser entero,
deja de comprometer toda la naturaleza de cada uno. “Sin la donación mutua que implica
el compromiso (definitivo), la relación no llega a ser propiamente una unión sino una
simple convivencia que –más allá de las intenciones del varón y la mujer que la estable-
cen– no deja de ser una unión circunstancial: falta la entrega mutua y definitiva” 36. Las
uniones no conyugales, se apoyan en la espontaneidad de lo afectivo, en el querer cir-
cunstancialmente lo que apetece en el momento y no lo que se debe querer, o lo que cada
uno sumió responsablemente como “querible”. La espontaneidad psico-afectiva “es un
aspecto del hombre sobre la que la capacidad racional posee un dificultoso imperio. Por
tanto, si la familia… es asimilada a las uniones de naturaleza transitoria, la sociedad deja
de recibir su fundamento de una base sólida”37.
Cuando la sociedad se apoya en estructuras circunstanciales, se convierte en una
sociedad circunstancial, una sociedad en la que lo importante ya no son los vínculos, sino
los intereses. Tanto las uniones de hecho como el divorcio, reivindican la autonomía de
la persona frente a los demás. Rompen en definitiva su sociabilidad, porque rompen la
relación de confianza del que se da por entero. El matrimonio supone un compromiso,
una palabra empeñada, y el cumplimiento de esa palabra. Cuando esas actitudes se tras-
ladan a lo social, se dejan de cumplir los compromisos que son remplazados por los con-
tratos, y la preocupación por el otro, se convierte en interés por lo que puede darnos el
otro, antes que su propio yo como valor en sí mismo. En definitiva, como decíamos más
arriba, el otro se convierte en una barrera, en un estorbo para los planes personales.

35
Ibíd. 57
36
Cassol, (2010), 248; el paréntesis en nuestro.
37
Cassol, (2010), 249
54 La naturaleza del matrimonio

Los problemas del mundo, dice Zampetti, son los problemas del hombre, y los
problemas del hombre tienen su raíz precisamente en que ha perdido su noción de com-
promiso y no encuentra como sustituir la fragilidad de sus relaciones personales. “El sis-
tema ha triunfado al penetrar en el sagrario de su interioridad, en la sede de sus motiva-
ciones”38, en su razón de ser, que es ser en el otro.
Si el modelo de relación interpersonal es conmutativo, de intercambio, si toda rela-
ción pasa a ser bien de consumo, la sociedad no será otra cosa más que una sociedad
comercial, provisoria, en la que nos involucramos no como personas sino como socios.
Si, como dice Hervada, el hombre no es un ser encerrado, sino que es pura comunicación
“y asociación con el otro” y está abierto a “la solidaridad y al amor con sus semejantes…
el estado natural del hombre es el estado de relación social”39, este cerrarse en sí mismo,
sin vínculos estables y sin compromiso es de suyo antinatural.

3.4. ¿Es el matrimonio sólo naturaleza?

El matrimonio es un bien natural al que los esposos acceden a partir de su amor y


su compromiso “el bien de los cónyuges mediante la mutua ayuda” 40. Por lo tanto, si
acceden a él, es porque es algo diferente a ellos mismos, los excede, los supera, está fuera
de ellos; es un vínculo que los une que no son ellos mismos. Porque así como decíamos
en el Capítulo II, 1.2., aludiendo a Alvira, que el amor es un bien indisponible para los
esposos, porque está más allá de ellos, porque es un tercero, se puede asumir que lo mismo
ocurre con lo que los intermedia. Puede entenderse entonces que el vínculo que los une y
se realiza exclusivamente por su voluntad, es un algo construido por ellos que “toma vida
propia”.
Pero si entre los esposos se genera un vínculo que les es extrínseco, este no puede
ser ninguno de ellos, ni ellos mismos. Viladrich sugiere que podría compararse a “la co-
rrea que ata al perro al árbol… es diferente respecto de las propias cosas y de la unión
provocada por ellas”41. Por ser algo diferente a ellos, el matrimonio sería lo que vincula
a los esposos, pero no es la unión conyugal, es su causa, su efecto “en suma, el vínculo
no sería la unión conyugal, pues la causa no es su efecto y se distingue necesariamente de

38
Zampetti, (1997) 19.
39
Hervada, J., Introducción crítica al derecho natural, 2000, 113.
40
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, II, 2
41
Viladrich, P.J., o.c., 33.
55

él”42. Sin embargo, esta visión del matrimonio, así como la hemos expresado, puede su-
gerir que de tan externo que es, de tanto que no les pertenece, termina no siendo su propio
involucrarse, sino que hay otro que los vincula, el estado o la Iglesia que “los casa”. Y,
por tanto, no se trataría ya de “su” vínculo, sino de uno que les es impuesto y al que ellos
poco o nada podrían haber aportado, mucho menos su ser personal.
Pero ya hemos visto que el matrimonio afecta el ser de cada uno de los que pasan
a ser esposos. Si bien coloquialmente se dice que “están” casados, también se dice con
mayor precisión que “son” esposos; y si lo son, se ha afectado su ser personal al extremo
de ya no ser lo que eran, sino que son algo diferente. Más aún, son esposos a pesar de las
circunstancias, de una vida conyugal feliz o infeliz, a pesar de que se haya perdido el
amor o se tenga la fortuna de mantenerlo vivo a lo largo de los años, seguirán siendo lo
que en algún momento pasaron a ser. Porque “a saber, que primero es el ser y luego el
obrar, y que el obrar sigue al ser, y no al contario”43. Por tanto, son esposos a pesar de
que haya o no vida matrimonial. El vínculo no les es externo, extrínseco, porque lo ex-
terno nunca afecta el ser; lo que lo afecta es la libre decisión de los esposos de serlo, de
una vez: “sólo la propia persona humana, el varón y la mujer, tienen ese poder exclusivo,
el de darse y aceptarse entre sí el propio ser de varón y de mujer”, y ese poder exclusivo,
que solo tienen entre ambos, se ve reflejado en lo que Viladrich llama “el poder soberano
del consentimiento”44.
El matrimonio es el vínculo, que se establece entre los cónyuges formalmente: “el
compromiso, o acto de consentimiento matrimonial, constituye al varón y a la mujer en
una unidad fecunda, plena y total por medio del vínculo jurídico”45. Porque el matrimonio
no es el vivir juntos (tan en boga en este nuevo milenio) sino un acto, mediante el que, en
un momento concreto, los que se aman se entregan mutuamente; es fundamentalmente un
acto de amor, el acto de amor por el “que el amor se hace voluntad”46.
Pero ¿por qué jurídico? ‘Jurídico’ denota “un hecho voluntario que crea, modifica
o extingue relaciones de derecho, conforme a este”47. Jurídico significa que crea derechos
recíprocos entre los dos que se aman, pero que, para constituirse en matrimonio deben,
formalmente, comprometerse en el vínculo.

42
Ibíd.33
43
Ibíd. 33
44
Ibíd. 34
45
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, II, 4
46
Ibíd.
47
Diccionario de la Real Academia Española, 2012.
56 La naturaleza del matrimonio

Este compromiso jurídico en cuanto que crea derechos, no tiene por qué ser legal
o estar sujeto a leyes estatales. Aunque probablemente los efectos de la ley civil puedan
asegurar el cumplimiento de los derechos y obligaciones, el pacto entre los esposos es el
que constituye el matrimonio, más allá de lo que digan a favor o en su contra las leyes.
Aunque la regulación legal, de derecho público o canónico, pueda exigir el cumplimiento
de algunas condiciones específicas para el reconocimiento público del matrimonio, lo
único que lo hace verdadero matrimonio es el compromiso de los esposos, que son los
que en definitiva se casan. Huelga recordar que ni el estado, ni la Iglesia casan. Ambos,
estado e Iglesia son sólo testigos, y en algún caso garantes del acto por el que se constituye
el matrimonio y, asimismo, del cumplimiento de lo que se prometen. La existencia y po-
sibilidad de declarar un matrimonio nulo, porque al momento de consagrarse esta consa-
gración fue sólo aparente, más allá de la falta de voluntad de los esposos, demuestra fác-
ticamente lo que estamos describiendo.
El vínculo une las naturalezas de ambos, los une en tanto que son varón y mujer, en
cuanto a su femineidad y virilidad, que se comprometen a donarse (y, por tanto, se genera
un derecho recíproco) justamente como tales. Es esa entrega de dos, que siendo precisa-
mente dos, se entregan en cuerpo y alma para formar una unidad: “en sus almas, por el
compromiso mutuo contraído; en sus cuerpos, por la relación jurídica que los une en or-
den a la integración de la femineidad y la masculinidad”48.
El vínculo pasa a ser el ‘nosotros’ del matrimonio, que, como decíamos, no es ex-
terno, sino propio de la unión, como una relación jurídica por la que se deben (lo debido)
como personas en su totalidad de varón y mujer, lo que es conyugable, lo exclusivo, que
no puede darse en ninguna otra relación humana.

3.4.1. La estructura jurídica

Desde el derecho, ese vínculo jurídico supone unos componentes determinados y


no otros. Nuestra descripción se funda no sólo en el pensamiento de Hervada, sino tam-
bién en el sentido común. En consecuencia, aunque la ley civil en algunos países como el
nuestro permita y suponga otros componentes violatorios de la naturaleza humana, no
obsta para que lo que es, sea, aunque las leyes queden en la esfera de “lo inventado” y no

48
Hervada, J., Cuatro lecciones de derecho natural, 1989, 122.
57

respondan a lo real. Decíamos que los componentes de la relación desde lo jurídico son:
“los sujetos, el vínculo y el contenido”49; queda claro que el principio del amor, por ser
parte de la relación personalísima de los casados, no es considerado por el derecho.

3.4.1.1. Los sujetos: más allá de leyes propias de algunos estados, que han regulado
a través de reiteradas reformas de diferente índole el matrimonio civil, los sujetos del
matrimonio, sin considerar si se trata del civil o el religioso, son un varón y una mujer.
Varón y mujer en cuanto aportan sus diferencias naturales en la distinción del sexo. Y son
uno y una “por ser la unidad propiedad esencial suya” 50. Esta condición es absoluta en
cuanto a la comprensión del matrimonio, porque si los sujetos se confunden, se confunde
la esencia del contrato. El matrimonio es un contrato, pacto, alianza, una de cuyas parti-
cularidades es que se celebra entre un hombre y una mujer en cuanto que justamente son
hombre y mujer. Cualquier otro pacto, alianza, contrato entre personas de un mismo sexo,
por su condición justamente de sexuados de igual forma, será considerado no válido, por-
que los sujetos que intentan constituirlo no son hábiles.

3.4.1.2. El vínculo: nos hemos referido a esta propiedad del matrimonio a lo largo
del trabajo. Aquí queremos resaltar que es en el vínculo que “están radicalmente conteni-
dos todos los derechos y deberes conyugales”51. Por el vínculo ambos expresan su ser
mujer y ser varón, su virilidad y femineidad, su estructura personal “y por ello quedan
hechos partícipes… de la persona del otro cónyuge; a la vez se hacen solidarios en rela-
ción a los fines de matrimonio”52.

3.4.1.3. Contenido: Hervada llama así a los derechos y deberes de los cónyuges,
que surgen directamente del propio vínculo conyugal referidos a la “vida matrimonial.
Estos derechos y deberes son personales y se refieren y afectan a los cónyuges aunque su
objeto sea un tercero. Por ejemplo en el caso del deber de educar a los hijos “no nos
referimos al deber de los cónyuges frente al hijo… sino al derecho de cada uno de ellos

49
Ibíd. 141.
50
Ibíd. 144
51
Ibíd. 144
52
Ibíd. 124
58 La naturaleza del matrimonio

ante el otro… a que participe de la tarea educativa”53. Estos derechos y deberes son mu-
tuos: a cada uno (derecho) le corresponde su “contrario” (deber) y viceversa, a cada deber
le corresponde el derecho del otro a que se cumpla.
Estos derechos y deberes para Hervada son:

3.4.1.3.1. El derecho al cuerpo del otro, a la unión íntima, exclusiva y amorosa. Es


un derecho al que se somete el que se casa, aceptado desde antes y por el que se asume la
responsabilidad de realizar la unión sin ninguna restricción o impedimento a su sentido
último. Téngase en cuenta que si bien les está vedado a los esposos cerrar los caminos de
la vida, lo está aún más a uno de ellos en fragrante ocultamiento al otro. Esto además de
una ofensa a naturaleza, rompe el vínculo de confianza elemental entre quienes se han
dado enteramente como personas.

3.4.1.3.2 El derecho a la comunidad de vida: “el casado casa quiere” dice el dicho
popular, “expresión de la unidad de destino y de vida de las dos personas” 54, un lugar
apropiado para vivir la autonomía de la que hablaremos en el punto 4.2. Se trata de tener
un hogar, la intimidad necesaria para la vida en intimidad y ‘causa y ambiente para la
recepción y educación de los hijos’.

3.4.1.3.3. El derecho-deber de no impedir la prole, ni conjunta ni individualmente,


atentando contra su ordenación, o como la consecuencia natural de una vida íntima vivida
de acuerdo a la naturaleza.

3.4.1.3.4. El deber de recibir a los hijos y educarlos ‘en el seno de la comunidad


conyugal’. Teniendo en cuenta que la educación es tanto deber como derecho, en tanto y
en cuanto (como decíamos más arriba) ninguno de los esposos (progenitores) tiene dere-
cho a negárselo al otro, ni siquiera a negarle la posibilidad de opinar y de entrevistarse
con los docentes para conocer y dar su parecer sobre algún aspecto específico o general.
Estos derechos-deberes, conciernen a la paternidad y no a la conyugalidad, por lo tanto
son supérstites a la no convivencia de los esposos.

53
Ibíd. 124
54
Ibid., 142.
59

3.4.1.4 Principios informadores: los distinguimos de las reglas jurídicas; no son de-
rechos ni deberes; no se trata de preceptos morales (aunque seguramente lo son), sino
aquéllos que incluso siendo también derechos, se estipulan como normas que si fueran
violadas justifican hasta la separación de cuerpos, incluso de bienes, aunque nunca la
ruptura del vínculo que de suyo es indisponible por los cónyuges. Los cinco principios
son: la fidelidad que deben guardarse, “tender al mutuo perfeccionamiento material”, es-
piritual, convivir y por último “tender al bien material y espiritual de los hijos habidos” 55.
Por último, además de los sujetos, el vínculo, el contenido y los principios, las
relaciones derivadas, haciendo referencia, en primer lugar, a las relaciones económicas
que en muchos países están reguladas por ley y en otros surgen de pactos privados. En
segundo lugar, no ya el deber y derecho de recibir a los hijos, sino el derecho de éstos,
los hijos, a ser recibidos y criados en el seno de la comunidad familiar. Y, también, otro
derecho de los hijos, el que ambos padres se involucren en su educación.

3.5. La indisolubilidad como fundamento

A lo largo de este trabajo hemos insistido en la totalidad que supone el amor ma-
trimonial, en la totalidad de la entrega entre el varón y la mujer, en la natural conyugalidad
de la persona humana, porque así lo reclama la propia esencia del matrimonio. Sin em-
bargo, alguien podría, mirando simplemente a su alrededor, mostrarnos que la realidad
social contrasta hoy violentamente con el planteamiento. Entonces cabe la pregunta: ¿el
matrimonio no involucra la totalidad de la persona humana? Y si realmente la involucra,
como pueden darse tantas rupturas matrimoniales “sin que pase nada”.
La realidad social siempre es circunstancial, hoy la sociedad puede reclamar como
bueno lo que antes (o siempre) fue malo y viceversa. Para poner un ejemplo extremo, el
Monte Taigeto no era considerado un lugar desde el que se perpetraban asesinatos por
motivos eugenésicos, sino el lugar desde el que se preservaba la “calidad” de la especie.
Sin embargo, esa sociedad particular no solo lo permitía, sino que lo animaba, hoy esta
posibilidad nos escandalizaría, aunque algo similar ocurre con los estudios prenatales,
pero ese no es tema de este trabajo. Podemos encontrar muchos ejemplos en la historia

55
Ibid., 144.
60 La naturaleza del matrimonio

de la humanidad que reflejan diferentes momentos en los que el relativismo moral justi-
ficó verdaderos atentados contra ella misma, sin que el hombre se percatara de su error y
gravedad hasta mucho tiempo después; el antisemitismo es claro ejemplo de esto.
La fragilidad del vínculo conyugal es uno de esos atentados que viene dándose
desde hace ya un par de siglos, a partir de un individualismo feroz, que lo único que ha
hecho hasta ahora, es engendrar individuos, cada vez más “individuales”, incapaces de
comprometerse con nada que no sea su propio interés personal. Hoy ya no sólo se cues-
tiona la indisolubilidad, sino que las leyes civiles continúan llamando matrimonio a cual-
quier tipo de convivencia, como lo es la de personas de un mismo sexo. Desde tiempos
de Enrique VIII a la Revolución Francesa, la sociedad no ha cesado en su intento de des-
mitificar (como si fuera un mito) la relación matrimonial.
Pero el matrimonio es lo que es, y sus particularidades lo hacen ser justamente eso
y no otra cosa. Dentro de esas particularidades, la indisolubilidad es de las más rechazadas
socialmente. Frases como “pobre, debe rehacer su vida”, o más aún dentro de la Iglesia
Católica la pretensión de que los divorciados vueltos a convivir reciban sacramentos que
no les está permitido, habla a las claras de una falta total de conocimiento sobre lo que el
matrimonio es. “El llamado ‘matrimonio homosexual’ supone, en este sentido, un vacia-
miento del valor antropológico de la sexualidad en la familia (es más, implica un “crimen
antropológico”)”56. La misma afirmación puede hacerse con respecto al divorcio, porque
significa la ruptura de una naturaleza, por lo tanto, como cuando se rompe la unidad sus-
tancial entre cuerpo y alma, la ruptura del vínculo matrimonial supone algún tipo de
muerte para los esposos. No cabe aquí decir que el tiempo produjo cambios insalvables
en la relación, porque lo que se dieron los esposos es a ellos mismos como personas, y
“el quién que somos, y su unión a su propio cuerpo, no cambia a lo largo de la vida, pues
el quien que somos y el cuerpo propio que animamos, bajo cualquier ‘suceder o pasar’,
sigue siendo el mismo ser humano”57. Negar esta capacidad de darnos no solo en acto,
sino también en cuanto a nuestra proyección de futuro, es negar una de las realidades más
importantes de la humanidad. ¿Acaso el que ha estudiado medicina no sigue siendo mé-
dico aunque deje de ejercerla? Una decisión de la juventud nos condiciona y, aunque
dejemos de ejercerla en acto, todo nuestro hacer y pensar siempre encontrará su base y
fundamento en aquella formación inicial que recibimos. Algo similar ocurre con el darse

56
Sanguineti, J.J., (2009), 3
57
Viladrich, P.J., 60.
61

conyugal, si es pleno y real, supone amar a la persona en cuanto tal y no alguna peculia-
ridad, virtud o característica, “Si no hay amor a la persona tal como ella es y, sobre todo,
tal como está llamada a ser, no existe amor personal”58 y, por tanto, no habrá verdadero
matrimonio.

58
Cfr. Sellés, J.F. o.c., 2012.
62 La naturaleza del matrimonio
63

CAPÍTULO IV

EL MATRIMONIO COMO BIEN

Llegado este punto, cabe preguntarnos si el matrimonio es algo bueno, si hay ra-
zón de bondad en él, o si, por el contrario, es simplemente una institución que tiene por
objeto calmar los apetitos no santos de los hombres. Si bien históricamente el matrimonio
se considero una bendición para la mayoría de los pueblos, como las fiestas y ceremonias
nupciales de las más variadas especies lo confirman, no todo ha sido ni siempre significó
la felicidad de los esposos, sobre todo de la mujer que era relegada a un plano práctica-
mente de esclava. Barbaries de las más diversas etiologías fueron generando costumbres
que en algunos casos perduran hasta hoy: mujeres esclavizadas, sodomizadas, amputadas,
humilladas. La poligamia, en concreto la poliginia, permitida en algunas sociedades bajo
la excusa de la falta de hombres exterminados por sucesivas guerras, terminó convirtiendo
a la mujer en esclava en su propio hogar, tanto de su marido como de las que le precedían
en los favores. En algunas pocas culturas, reinó la poliandria, una mujer con varios mari-
dos, pero esto ha sido mucho menos frecuente. Estas desviaciones son las que permiten a
los enemigos del matrimonio vociferar que éste no siempre fue de una determinada ma-
nera y que estandarizarlo cercena la libertad del hombre para casarse con quien quiera.
Visto lo descrito brevemente más arriba, parece razonable denostarlo, como una
visión sesgada, porque el matrimonio sobre todo ha sido el soporte de todas las socieda-
des, donde los pueblos se educaron, aprendieron los oficios, cultivaron, apacentaron, go-
bernaron, se poblaron. El matrimonio fue la base de las diferentes estructuras sociales que
permitió a la humanidad llegar a donde se encuentra hoy, razonablemente establecida. Sin
matrimonio no hubiera habido familia; sin familia no hubiera habido (mal o bien, mejor
que peor) una estructura básica que contuviera a los jóvenes, que alimentara a los niños,
que educara a todos en los valores básicos de la sociedad. Porque ha sido solamente en el
64 La naturaleza del matrimonio

reducto de la familia basada en el matrimonio donde se han defendido principios básicos


como la vida, el cuidado de los enfermos, el respeto y cuidado de los mayores, que la
sociedad no pocas veces ha despreciado. Pero el matrimonio, como cualquier institución
humana, supone un bien, más aún si es una institución propia de la naturaleza humana,
que deviene de su propia estructura personal, en este caso sexuada, inherente a su ser
sexuado. En este capítulo hemos seguido el orden de Hervada en Una Caro.

4.1. Razón de bien

En su obra más completa sobre el matrimonio, Una Caro, Hervada dedica todo el
inciso 4 del capítulo I a ‘La Razón de bien del Matrimonio’. Necesita dedicar unas páginas
a explicar por qué el matrimonio es algo bueno, deseable, respetable y querible. Sorprende
que necesite hacerlo sabiendo que sus lectores no son quienes denostan al matrimonio,
sino quienes lo respetan, pero entiende que lo hacen “porque hay que respetarlo” pero sin
mucha convicción en el planteo. Es muy común ver como viejos mitos y nuevas propues-
tas resurgen o se plantean como novedad dentro de ambientes en los que debiera esperarse
una mayor ‘adhesión’ a una antropología personalista, cuando no de autores a autoridades
que se proclaman cristianos. Por eso la necesidad de ser explícitos.
A este respecto, entre los primeros cristianos se suscitaron interpretaciones con-
fusas sobre el bien del matrimonio, ni qué decir sobre su santidad. Frases sacadas de con-
texto, reprimendas mal entendidas, hicieron que muchos dudaran “de la honestidad y la
bondad del matrimonio frente a pensadores o grupos cristianos que, teórica o práctica-
mente, despreciaban al matrimonio por considerarlo pecaminoso o inadecuado a la vida”1
que se proponía desde el Evangelio. Hay innumerables escritos de la Patrística intentando
aclarar la doctrina, ya que además de la confusión interna, algunas ideologías no cristianas
influían en el ambiente a este respecto.
La confusión se entiende al observar que el ambiente pagano de la época: promis-
cuo, y corrupto. La necesidad de distinguirse, diferenciarse de lo que se veía en el entorno,
hacía suponer que todo lo que de alguna manera se le parecía, era malo o pecaminoso.
Por otra parte, la permanente invitación a la virginidad que se hacía desde el Nuevo Tes-

1
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 74.
65

tamento y otros escritos de la primera Iglesia, también confundía a las mentes no dema-
siado formadas de la época. Algunos miembros de la Iglesia terminaron por tener una
visión muy pesimista y atrofiada de la doctrina sobre el matrimonio. Hoy entendemos
(iluminados por algunos documentos de la Iglesia, como la Familiaris Consortio2) que
justamente el valor de al virginidad es negarse a algo bueno; cuanto más bueno, más
valiosa la negación. Pero en los inicios de la Iglesia, se entendió más como una restric-
ción, como una licencia sobre algo malo que se permitía porque algunos no podían abs-
tenerse o, porque era la única forma de traer nuevos miembros o, más aún, de engendrar-
los ya como cristianos. Pocos, a pesar como decíamos de la insistencia de los Santos
Padres, comprendían que la virginidad se trataba un bien ofrecido a Dios; más aún, que
el matrimonio es camino de santidad “como obra de Dios, condición de vida santificada
por Cristo y figura, tipo o imagen de la Unión de Cristo con la Iglesia” 3. Innumerables
pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, dejan absolutamente clara no solo
la bondad el matrimonio para la cultura judeo-cristiana, sino ya para los cristianos la si-
militud del encuentro de los esposos con el de Cristo y la Iglesia.
Los apóstoles, pero sobre todo San Pablo, se ocuparon de manifestarlo. Así, en las
cartas paulinas a los Corintios y a Timoteo, donde incluso acusa a quienes no lo acepten
de apostatas4. San Agustín, dedujo que si el matrimonio había sido creado por Dios, ya
que era la forma natural del “creced y multiplicaros, llenad la tierra y sometedla”5, como
se dice en el Génesis, no podía ser algo malo. Lo que con ironía, dice Hervada, planteaba,
era “que Dios hizo las nupcias; y así como de Dios viene la unión, así la separación viene
del diablo”6. La doctrina sobre la deshonestidad de algunas relaciones “carnales” fue la
que confundía (y aún hoy confunden) sobre la bondad del matrimonio.
Pero en realidad, el plano en el que se hacía el planteamiento era otro, se refería
no “sólo al contraste entre matrimonio y situaciones extramatrimoniales, sino también a
la bondad misma de los actos conyugales” 7. Durante muchos años (siglos) se puso en
duda el fin unitivo del acto conyugal, reduciéndolo sólo al procreativo, al extremo de
considerarse (a fuer de decir verdad, como ocurre en muchas culturas incluso actuales) el

2
“Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la
sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por
el Reino de los cielos”. Familiaris Consortio, 16.
3
Hervada, J.F., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 75.
4
Cfr. I Cor., VII, 28 y I Tim., IV, 1-5.
5
Gn., I, 28.
6
Hervada, J., Una Caro, escritos sobre el matrimonio, 2000, 75.
7
Ibíd. 76
66 La naturaleza del matrimonio

placer devenido del acto como algo malo o pecaminoso. Así que no era suficiente consi-
derar el casamiento como requisito para que las relaciones íntimas fuesen buenas, sino
“aquellas condiciones en las que las relaciones carnales eran ordenadas” 8. La sola men-
ción a “las relaciones carnales” supone ya una visión particular de las relaciones íntimas
de los esposos. Llama la atención que Hervada utilice esta expresión, teniendo en cuenta
que en todos sus trabajos, sobre todo los que hemos analizado hasta aquí, comprende que
las relaciones son de personas, de las personas de los esposos, y esto involucra a todo su
ser, no solo lo corporal, lo físico, lo carnal. Vista con una visión exclusivamente finalista,
esta relación se propone como buena sólo si está orientada al fin (la procreación) y sólo
si está así ordenada. “El acto conyugal es realización del amor en tanto es tendencia a los
fines que a su través se obtienen. Fuera del orden de estos fines no es, de suyo, expresión
de amor, sino pura y simple concupiscencia”9.
En definitiva, entender acerca de la bondad del matrimonio no es una preocupación
moral (saber de lo que está bien y lo que está mal), sino entender mejor lo que es el
matrimonio, su bondad en cuanto que es un bien en sí mismo. Visto desde la fe esto se
hace particularmente sencillo: si Dios creó el matrimonio determinando quienes son sus
agentes y cuáles son sus fines, no es necesaria ninguna otra precisión; sus cualidades
dependen de su ser. Por lo tanto, todo lo malo que pueda devenir de él se debe atribuir al
pecado. Pero el ejercicio pretende algo más, como es entenderlo racionalmente, como
estamos intentando llevarlo a cabo siguiendo a Hervada.

4.2. De las acciones y su fin

La primera distinción que hace Hervada para distinguir relaciones ordenadas al bien
es objetiva y, por lo tanto, la más sencilla de realizar, ya que se entiende fácilmente que
toda unión física fuera del matrimonio (esta unión no es personal, sino sólo concupiscen-
cia) es intrínsecamente desordenada: concubinarias, fornicarias o adulteras. Ahora bien,
distinguir qué relaciones íntimas dentro del matrimonio son “buenas” para el matrimonio
y están llamadas a su beneficio (el del matrimonio) y al de cada uno de los esposos es
más delicado y merece un análisis más particular. Sin embargo, podemos anticipar que

8
Ibíd. 76
9
Hervada, J., Diálogos sobre el amor y el matrimonio, 2007, 161.
67

las relaciones que respeten el orden de la naturaleza, tanto en la forma como en la con-
clusión y respecto de su fin, están ordenadas al bien.
Habitualmente, para referirse a este tema, se acostumbra a hablar del “uso del ma-
trimonio”. Hervada lo hace, por ejemplo, en su obra Diálogos. Al referirse justamente a
este tema, justifica “usar del matrimonio con sentido de caridad cristiana” 10 dando una
serie de pautas sobre los por qué de las relaciones, pero no del cómo.
En este punto insiste en destacar que la relación íntima entre los esposos “no es la
relación conyugal, ni mucho menos, la única expresión del amor” 11; sin embargo, para
nosotros, como hemos visto en los epígrafes 1.3. y en 1.4., es la que distingue claramente
y sin ningún tipo de dudas el amor conyugal de cualquier otro tipo de amor o relación.
Sobre el mismo tema, destaca Hervada que esas relaciones íntimas se deben dar con un
contexto de caridad, “-con sentido común-, de modo que el otro cónyuge encuentre en el
matrimonio la satisfacción de su tendencia natural, evitándole peligros de pecado y situa-
ciones que comprometan la fidelidad conyugal”12.
Este punto nos recuerda que entre los fines del matrimonio se establecía el que “cura
la concupiscencia de la carne”. Estamos convencidos de que ni la intimidad cura la con-
cupiscencia, ni hay nada que curar dentro del matrimonio, porque si el uso desordenado
y exacerbado de las paciones es algo para curar, no se cura “aprovechándose” o con el
“uso” del matrimonio, sino con una buena atención psicológica. Si hay verdadero amor
manifestado en la entrega matrimonial, la unión íntima será siempre su expresión, abierta,
generosa, propuesta como donación al otro, ofrecida sin restricciones que la aparten de
su deber ser. Así, las acciones serán siempre buenas en tanto en cuanto respeten el ser
matrimonial, su principio –el amor matrimonial–, su fin –la mutua ayuda y la comple-
mentariedad de los esposos– y su consecuencia –los hijos que pudieran venir–.
Sin embargo, Hervada ve en el remedio de la concupiscencia “como un mutuo ser-
vicio entre los cónyuges ordenado a regular las fuerzas instintivas que se hallan presentes
en la naturaleza”. A este respecto decía San Josemaría Escrivá: “el matrimonio no es, para
un cristiano…, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una autén-
tica vocación sobrenatural”13. Veamos cada una de estas consideraciones:

10
Ibíd. 161
11
Ibíd.
12
Ibíd.
13
Escrivá, J., o. c., 22.
68 La naturaleza del matrimonio

- Remedio: ya hemos explicado por qué a nuestro entender no puede llamarse cura
o remedio, sencillamente porque no hay nada que remediar. Se remedia lo que está mal,
desordenado, desquiciado, enfermo. Remedio (del latín remedium) significa medio que
se toma para reparar un daño o inconveniente. También enmienda o corrección. Asi-
mismo, recurso, auxilio o refugio. Y además, aquello que sirve para producir un cambio
favorable en las enfermedades14. En ninguna de estas definiciones encontramos nada que
haga pensar que el matrimonio pueda encajar.
La sexualidad está de por sí ordenada al bien de los cónyuges, a su unión y a la
generación; no es un elemento perturbador de la relación que deba ser remediado ni cu-
rado. La concupiscencia que pudiera perdurar en alguno de los cónyuges y quisiera ex-
presarse fuera del matrimonio o en él como si fuera una relación deshonesta, refleja un
problema de relación entre los esposos y nos atrevemos a garantizar que no se remedia
con relaciones matrimoniales, por perfectas que éstas pudieran llegar a ser. Más aún, su-
poner que la concupiscencia “de la carne” debe ser remediada con el “uso” del matrimo-
nio, supondría que cuando ese uso no puede ejercerse por ejemplo por una enfermedad o
un viaje, queda sin remedio, y en ese caso, en esa circunstancia, cuál será la actitud a
tomar por los esposos. Por lo tanto, el remedio a la concupiscencia lo puede dar una buena
terapia, quizá de pareja, pero no y nunca las relaciones propias del matrimonio.
- Servicio: hablar de mutuo servicio supone hablar de un intercambio de favores, de
una operación transaccional. En el epígrafe 1.5 se entendió que las relaciones de amor no
son justamente transaccionales, transacciones conmutativas, de dar y recibir, sino que son
de donación, de entrega al otro. Suponer un servicio es aceptar que el otro es, como mu-
cho, un alguien que utilizamos para nuestra propia satisfacción, y peor aún, aceptar que
nosotros somos un prestador de servicio para el otro, lo que nos haría suponernos simple-
mente otro, que puede ser remplazado por cualquiera. La relación matrimonial, en la ex-
presión de su intimidad, cuando está abierta completamente al otro (esto supone la aper-
tura a la vida probable) en una explosión de ser conyugal que se manifiesta en ‘una caro’,
en una sola carne, nunca en una negociación comercial de dar y recibir. La satisfacción
que los esposos obtienen de la relación, si se efectúa con la preocupación suficiente para
que esto involucre a los dos, es garantía de continuidad del amor, es premio recíproco a
la donación, no debe ser nunca satisfacción por el deber cumplido o por el favor recibido.

14
Cfr. Diccionario de la Real Academia Española, 2012.
69

Las fuerzas instintivas del hombre, de la mujer y del varón, deben y pueden ser
ordenadas por la razón que ilumina a la voluntad. Si los cónyuges no son capaces de
regular su propia pasión, si no se les hace posible, será porque esta pasión, esta llamada
de la naturaleza no fue ordenado desde el principio del matrimonio a la expresión máxima
de su amor y, por lo tanto, antes que “explotarlo” como un bien logrado, les sería reco-
mendable repasar sus condiciones primeras y reordenar su relación matrimonial. Esta
fuerza instintiva, como cualquier otra de las que intentan gobernar al hombre, debe estar
a su servicio, la debe dominar y ordenar a su fin concreto. Ejercerlas sin autocontrol,
satisfaciéndolas simplemente, hará devenir al hombre en un pobre esclavo de éstas, sus
pasiones.
Dice Hervada, refiriéndose a la definición antes citada (“un mutuo servicio entre
los cónyuges ordenado a regular las fuerzas instintivas que se hallan presentes en la na-
turaleza”) que vista apresuradamente ‘podría dar a entender que el matrimonio es el cauce
lícito de aquello –la unión carnal– que en principio es moralmente malo’. Sin embargo,
nunca algo malo puede recibir un cauce lícito, ni constituirse para solucionar el problema
de aquellos que no están capacitados para vivir ‘la continencia’. Para entenderlo mejor,
cita a Rufino cuando dice que ‘la unión carnal marital es totalmente buena en sí misma…
Pues si la unión carnal fuese mala en sí misma, por ninguna causa podría convertirse en
buena… como dice San Agustín, lo que es malo de suyo, por ninguna causa puede con-
vertirse en bueno’.
En otra cita, Hervada nos acerca al pensamiento de San Agustín, que si bien se
expresa en la misma línea, remplaza remedio, o mejor reconduce la idea hacia un bien
superior: ‘la incontinencia carnal y juvenil, aunque sea inmoderada, se endereza a la ho-
nestidad de la propagación de la prole, y de ahí resulta que el matrimonio, del desorden
de la líbido, extrae su parte de bien’. Por lo que se ve de esta cita, el obispo de Hipona no
percibe la necesidad de sanación, sino de reconducir hacia lo que debe ser.
Para explayarse más aún, Hervada apela al Doctor Angelicus, quien hace un par de
consideraciones precisas a este respecto. La primera desde un aspecto teológico que es
imposible refutar (y además, no es nuestro cometido), en cuanto que apela a que la gracia
propia del sacramento del matrimonio ayuda a reprimir de raíz cualquier atisbo de incon-
tinencia. La segunda la divide en dos, una en cuanto a que la satisfacción de la concupis-
cencia, rectamente ordenada por los bienes del matrimonio, hace a los actos buenos. Y la
70 La naturaleza del matrimonio

otra, que estando satisfecha la concupiscencia por el “uso” del matrimonio, evitaría “las
corruptelas”.
Cualquier acción dentro de la íntima relación matrimonial que no respete los prin-
cipios matrimoniales (la mutua ayuda y la complementariedad de los esposos, y su con-
secuencia, los hijos que pudieran venir) será opuesta a la naturaleza propia del matrimo-
nio. Y ¿cuáles pueden ser esas acciones íntimas exclusivas y excluyentes? Aquellas que
los esposos con el corazón y la cabeza bien formados así lo determinen. Será muy bueno
que acepten consejo de quien siendo docto pueda dárselo, pero es importante que ellos y
los que les aconsejan sepan que de ningún modo remplazarán su conciencia, que son ellos
y nadie más que ellos los que resolverán que es lo mejor para “su” matrimonio.
Los bienes y deberes de los casados, propios de la intimidad conyugal, son obliga-
ciones personalísimas que no pueden reclamarse coactivamente, ni recibir pago o resar-
cimiento; tampoco indemnización de ningún tipo (ver en ítem 1.5. conmutativo) ‘pues no
son evaluables económicamente’. “El ejercicio de los derechos conyugales, la forma de
cumplimiento de los deberes, el número de hijos”15 son resorte exclusivo del matrimonio.
Sin embargo, aquellos derechos que hacen a la vida en comunidad, tanto del matrimonio
como de la familia, si pueden ser reclamables y exigibles, incluso requiriendo la interven-
ción de terceros, como la alimentación y el cuidado personal, directo o indirecto.
La exigencia de autonomía hace tanto al matrimonio como a la vida matrimonial:
“la vida matrimonial en sí misma es una relación interconyugal, que se funda en una unión
de intimidades personales… el principio que rige esa relación intercoyugal ante terceros
es de autonomía”16. La libertad de los esposos es un principio; la autonomía es un princi-
pio; ambos son, además, un derecho por el que los cónyuges rigen su vida matrimonial y
familiar. Las autoridades civiles y religiosas, la familia extensa, ni pueden ni deben in-
miscuirse en la vida matrimonial, porque es vida personal íntima de los cónyuges salvo
flagrante delito: violencia entre ellos o los hijos, incumplimiento de deberes como el ali-
mento o el cuidado, o a su pedido, en caso de separación o conflicto.

15
Ibíd. 24
16
Hervada, J., Cuatro lecciones de derecho natural, 1989, 144 y ss.
CONCLUSIONES

1. La creatividad del amor conyugal en los hijos

Iniciamos este trabajo hablando de la creatividad del amor. Hacíamos referencia


a las miles de páginas que se han escrito a este respecto; hablamos de que otras relaciones
humanas tienden también a ser creativas, pero que ninguna alcanza el nivel que logra el
amor conyugal. Es así porque hay un aspecto en el que este amor lo puede todo: la máxima
capacidad creadora a la que puede aspirar una persona; en el matrimonio los esposos son
capaces de crear vida, y vida humana. Crear vida significa no sólo a engendrarla, dar vida
a un nuevo sujeto, a una nueva persona, a procrearla en esa tarea impresionante que Dios
delegó en el hombre. Dar vida se refiere también a educar a esa persona, hacerla una
mujer o un hombre que sean probos, que estén dispuestos a darlo todo por sus semejantes,
que vivan ansiando su plenitud en el absoluto. Crear esa vida de la que nunca se despren-
derán, porque serán padres de esas personas para siempre, genética y educativamente
comprometidos para siempre.
Hemos hablado de la unidad en el ser de las personas de los esposos. Pero esta
unidad en el tercero es la que humanamente los une realmente en un para siempre. Esa
es la unidad máxima a la que se puede aspirar, la unidad en la creación de otro que es
absolutamente ellos, pero es otro, libre, independiente, destinado a otro. Ese otro que el
día de mañana será para su esposo o esposa, y / o ese otro absoluto que es Dios, en un
celibato de entrega y amor a los demás. Y esta capacidad procreadora sólo la pueden tener
los cónyuges, un hombre y una mujer que unidos en su corporeidad sexuada y en sus
dinámicas naturales se entregan en la colaboración plena de hacerse terceros, un otro que
les pertenece relativamente, porque también es de Dios y de la biografía que construya
junto a ese otro, para el que está destinado, “los hijos son obras del amor, pero lo son del
72 La naturaleza del matrimonio

amor de los cónyuges que se expande en un tercero. El amor cuyo término es el otro
cónyuge”1.
Es cierto que una unión pasajera, casual, lo que lamentablemente hoy se ha dado
en llamar con absoluta irresponsabilidad touch-and-go, puede engendrar un hijo. No es
menos cierto que en una unión de pareja sin compromiso, en una unión de hecho, también
puede engendrarse un hijo. Tampoco deja de ser cierto que de una violación o de un abuso
puede resultar un hijo. Es tan cierto que un hijo puede ser el resultado de una experimen-
tación de laboratorio, que por ordinaria que nos resulte hoy en día, no deja de ser un
experimento eugenésico en el que sobrevive el más fuerte, o el más sano, o el más rubio
o el potencialmente más inteligente. Todo esto es cierto. Pero no es menos cierto que esta
experimentación de la vida corriente o de laboratorio nos hace preguntarnos: ¿qué será de
la humanidad en un par de generaciones? ¿Cómo es el amor a un hijo engendrado en
condiciones no naturales? ¿Cómo es (queda) el amor de los esposos expuestos a trata-
mientos (y sabemos de lo fuerte que puede parecer esta expresión) infrahumanos? ¿Cómo
serán sus futuras relaciones íntimas cuando las procreativas se gestaron como “prácticas
médicas”? ¿Cómo será la vida de tantos chicos criados por un solo progenitor, no por un
accidente de la vida, sino por una decisión individual de ese que quiso tenerlos: nativos
huérfanos? ¿Cómo serán todas esas vidas? Quedan muchas preguntas para hacernos y
sobre todo para contestarnos a este respecto, que sólo el tiempo responderá, porque los
experimentos sociales de este tipo sólo se pueden confirmar en la realidad de la vida vi-
vida y no en la experimentación de un laboratorio.
La creatividad del amor humano no es una casualidad, el amor humano no lo es,
tiene raíz en Dios creador, deviene de Dios y se orienta a Dios; por eso su potencia, que
podemos calificar de brutal, en tanto que nos supera en toda nuestra capacidad de enten-
dimiento, se nos impone, a todos, sin discriminación.
Podremos escribir y razonar sobre el amor, pero sólo lograremos entender una
ínfima parte de lo que realmente es el amor, porque si “Dios es amor”, no cabe duda que,
como potencia de Dios, el amor es tan infinito como Él; por lo tanto ¿cómo abarcarlo?
La creatividad de amor matrimonial nace y se expresa públicamente en los hijos,
son la prueba de que los esposos fueron capaces de estallar en su amor particular al ex-
tremo de que ese amor sea ni más ni menos que otro. Es triste cuando en un matrimonio

1
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, II, 2
73

los hijos son el resultado de una acto mecánico, espontáneo, esporádico; mucho peor aún
cuando son, cuando nacen, por un error de cálculo, una pastilla olvidada o la mala calidad
de un preservativo. Conmueve cuando descubren que no son la consecuencia querida, o
al menos potencialmente esperada, posible y bien recibida, de un acto profundo de amor
matrimonial, amor que involucra a toda la persona en su ser y no solo a su biología. Hay
pocas expresiones tan deshumanizantes y desgarradoras como cuando una madre o un
padre dicen que un hijo era “no querido” o intentando suavizar los términos “no deseado”,
o no esperado, aunque esta última forma de expresarse aparente ser menos dolorosa, no
deja de ser dolorosa para el hijo en cuestión. A todos nos gusta que nos esperen, que
aunque nuestra presencia no fuese prevista, sea una sorpresa que alegre corazones y no
que los ponga de luto. La creatividad se deja ver en un matrimonio y en su familia cuando
perdura en una educación familiar coherente, paciente, ajustada a las necesidades de cada
uno según sus propias características. Cuando la vida matrimonial no es monótona, sino
que es día a día algo novedoso, en el que ambos tratan de sorprenderse.
Hemos visto en este trabajo que puede considerarse a los hijos como una conse-
cuencia natural del matrimonio, que el matrimonio se ordena a los hijos; pero de una u
otra manera hemos coincidido en que los hijos, la constitución de la familia, es algo que
los esposos no pueden soslayar, porque su amor se lo reclama, porque la sociedad se lo
reclama, porque los hijos posibles se lo reclaman.

En el punto 3.4 esbozamos “el derecho de éstos, los hijos, a ser recibidos y criados
en el seno de al comunidad familiar. Y por último, también otro derecho de los hijos, el
que ambos padres se involucren en su educación”. En primer lugar debemos reafirmar
que el único derecho que tienen los esposos es a realizar los actos conducentes a tener un
hijo, de ninguna manera el derecho a tenerlo, pues los hijos son personas y, como tales,
no le son debidas a nadie. Los esposos sí se tienen recíprocamente el derecho a que sus
actos íntimos estén abiertos a la vida, a ser potencialmente padres, a que de esos actos
devenga su paternidad y maternidad, pero de ningún modo tienen derecho sobre la vida
de los potenciales hijos ni antes, ni una vez que fueron engendrados. Sus derechos sobre
los hijos son derechos sobre todo sociales, derecho a educarlos, a elegir el tipo de educa-
ción formal a la que los expondrán, a compartir con ellos su fe, pero nunca derecho sobre
ellos mismos como personas.
74 La naturaleza del matrimonio

Los hijos son personas y, por lo tanto, autónomos y libres, más allá de la debida
sujeción a los padres, razonable mientras son menores. Alguna vez una persona de muy
buen criterio nos presentó una regla que consideramos de oro al momento de evaluar esta
relación paterno/materno-filial: desde la fe, los hijos son en primera instancia hijos de
Dios, pero también, como desde lo humano, son hijos de sus padres, y en un plano casi
de igualdad, también de sus propias pasiones, y obviamente de su tiempo, entorno y afec-
tos. Los hijos, por lo tanto, no son una propiedad de los padres a los que tengan derecho;
son un bien al que se llega, un bien que se obtiene debido a la naturaleza.
Por otra parte, si bien es cierto que de alguna manera podemos decir que los es-
posos son padres en potencia, si no lograran serlo por algún problema médico, esto no
significa que dejen de ser tan esposos, y de tanto valor su conyugalidad, como si tuvieran
hijos. Si esto no fuese así, significaría que la virtud y el valor de la conyugalidad está en
la cantidad de hijos, y esto de ninguna manera puede pensarse así. Pero sí resulta claro y
se entiende que el enriquecimiento de la virtud conyugal es directamente proporcional a
la humanidad con que vivan su vida íntima los esposos; cuanto más vivida al modo hu-
mano, más virtuosa su vida matrimonial; cuanto menos humana, esto es, cuanto más se
viva de espaldas a lo natural, menos virtuosa. Pero los hijos, la fundación de la familia
por parte de los esposos, si bien enriquecen la vida de los esposos, no los hace más espo-
sos; lo que los hace más esposos, es decir, lo que les permite crecer en su amor conyugal,
es la vida matrimonial vivida de acuerdo a la naturaleza propia del matrimonio. La cons-
titución de la familia los hace padre y madre, y esta novedad si que influye en la vida
matrimonial, porque aunque siguen siendo dos, deben darse como uno –una caro– a los
hijos.
Los hijos también tienen derecho a exigir a sus padres algunas virtudes, derechos
y deberes que les son (a ellos sí) debidos por los padres en virtud del compromiso que
oportunamente asumieron. En primer lugar, tienen derecho a ser, a existir; es un derecho
abstracto porque en realidad no se le debe a nadie, a un no ser no se le puede deber ni
reconocer un derecho, pero derecho al fin de ser, y de ser aceptado como persona, como
ser humano y fundamentalmente como hijo. El derecho a no negarle a alguien la posibi-
lidad de ser. Y este derecho se exige reclamando a los esposos que no hagan nada para
cegar su propia fuente de vida. Mucho más, y mucho más evidente, a no cegarla una vez
concebida, por ningún medio, ni motivo.
75

Hemos hablado en reiteradas oportunidades en este trabajo de la fidelidad como


debida entre los cónyuges, pero también no podemos olvidar que involucra a los hijos,
porque los hijos tienen el derecho a una identidad segura. Unos padres promiscuos no
pueden asegurárselas de pleno derecho (si bien hoy los modernos métodos de análisis
genético si permiten con un análisis reconocer con un 99% de certeza la paternidad y
maternidad), la fidelidad es condición necesaria para que los hijos se sepan hijos, sepan
de su derecho a conocer su identidad y por lo tanto sus raíces.
La fidelidad de los esposos asegura a los hijos que nunca podrán cometer un in-
cesto involuntario, porque saben que habiendo sido fieles sus padres, jamás podrán en-
contrarse con un hermano desconocido, jamás podrán tener una historia parecida a la
verdadera de Edipo. Esa fidelidad hoy no solo se refiere a no intimar con otra persona,
sino también a que los padres preserven sus patrones genéticos protegiendo tanto óvulos
como esperma, que ya no le pertenecen a cada uno, sino que son “propiedad” del vínculo
conyugal. Porque si por alguna razón los entregaran a un laboratorio, no pueden asegurar
el uso que se les dé y, por lo tanto, garantizar que no serán utilizados injusta e ilegalmente
para concebir a una persona que les será desconocida. Mucho menos, obviamente, a que
comercien de alguna manera tanto con los óvulos como con su esperma, ya que esto sin
ninguna duda provocará que puedan existir hijos o hermanos desconocidos.

2. La creatividad del amor conyugal para ellos mismos

El amor matrimonial es la construcción diaria de una vida matrimonial virtuosa.


El amor que ambos se tienen y prometen madurar, fomentar, a lo largo de los años, nece-
sita ser alimentado por la capacidad permanente de reinventarse, de recrearse en la rela-
ción. No entender esto es creer que el amor es un algo ajeno a ellos, que les fue dado, que
se cuidará por sí solo. El amor matrimonial es vida y como toda vida debe ser alimentada,
de acontecimientos, pero también, y sobre todo, de detalles, de las cosas pequeñas de
todos los días.
Para poder creer y aceptar que un amor matrimonial así es posible, hay que enten-
der, como lo explica largamente Hervada, quien es la persona, por qué somos humanos,
pero fundamentalmente personas. Qué significa ser persona y qué significa, más aún, ser
76 La naturaleza del matrimonio

personas relacionales, personas que necesitan de los otros para ser, para viéndose en los
otros poder comprender la totalidad de su propio ser.
En esa construcción diaria del amor matrimonial en la vida matrimonial todos los
aspectos son prioritarios, todos en el mismo orden, todos barajados para que ninguno
nunca asuma un rol más importante que otro. Así la convivencia (la cohabitación) se hace
imprescindible, porque el vivir juntos la jornada de cada día, los problemas, los éxitos y
los fracasos fomentan el amor en la medida que se aprende a vivirlos desde la compren-
sión del otro, mirándolos con la mirada del otro, con la alegría o la angustia del otro.
El diálogo sincero es la apertura a una comunicación mucho más profunda como
lo es la de la intimidad plena matrimonial, que hace al matrimonio justamente algo dis-
tinto. Si no hay diálogo, sino hay comprensión y entrega, la intimidad será un algo forzado
en la que se perderán o el placer o el pudor, o ambos dos, en una vida vacía de contenido
y con “momentos”, o en una vida vivida a lo largo de los años, plena de contenido y llena
de “momentos vividos”.
El matrimonio es la relación más propia de la persona humana; todas las demás
relaciones se justifican y comprenden por y desde la relación matrimonial, porque es la
base de la existencia del hombre. El hombre que está solo y busca, necesita la comple-
mentariedad del otro para ser justamente más él mismo. El hombre está inserto en un
mundo absolutamente relacional; por tanto, de alguna manera debe expresarse en otro que
le devuelva su mejor yo, lo mejor que tiene para aportar y para entregar, desde su libertad
“la historia de cada relación varón mujer es una historia construida. La intervención de la
libertad es muy fuerte en este campo”2.
Hervada descubre el matrimonio en su plenitud más absoluta cuando encuentra en
su expresión de unidad de naturalezas lo que él entiende que quiere explicar, enseñar,
proponer como ideal de vida. Como jurista, en algunos momentos nos da la sensación de
que se ata demasiado al derecho; pero a poco que se recorren las páginas de sus libros, se
reencuentra al antropólogo que en realidad es, aunque no quiere serlo, y lo demuestra
página a página.
A la sociedad de hoy le resulta difícil entender su discurso, ni este, ni ningún otro
que pretenda quitarle al hombre su reinado individual; para ser más precisos, debemos
decir ‘individualista’, ni con base en esta antropología de raíz personalista ni ninguna

2
Hervada, J., Libertad, naturaleza y compromiso, 1991, II, 2
77

otra. Piensan que la interrelacionalidad está bien para los discursos pseudo científicos,
pero no para la vida de todos los días.
El hombre coexiste con el otro en una visión de necesidad del ser, no se trata de
tener ni de disfrutar, sino de ser lo que debe ser, y esto se le hace insoportable. El deber
ser no es lo que el “individuo” del siglo XXI puede aceptar como regla de vida. En el
mundo de hoy cada uno es lo que las circunstancias y el propio deseo le proponen hacer
en cada momento. Sin embargo, dijimos circunstancias, y éstas lo limitan de tal manera
que no le permiten que el tener se convierta en su ser. El resultado queda así a la vista,
desengaño, insatisfacción, en definitiva infelicidad. Pretender que todo pase por el tener
cosifica al hombre que se convierte no sólo en cosa para los demás, sino también para sí
mismo, ya que termina siendo tan cosa como las que pretende tener.
En este entorno materialista, consumista, el matrimonio pierde toda su razón de
ser; de a poco las pierde en la representación del amor conyugal que hacen el cine y la
televisión. El matrimonio “normal” ya no es espectáculo y lo remplazan la violencia, el
exhibicionismo, la pornografía, la disfuncionalidad y hasta la burla. La fidelidad es un
bien retóricamente preciado, pero más bien escaso –aunque ponderada cuando no es si-
multánea sino sucesiva, uno o una tras otro– y la disolubilidad del vínculo la constante.
Es difícil saber si la sociedad refleja lo que unos pocos pergeñaron y llevaron a los medios,
o que los medios sólo reflejan la realidad. Lo obvio es que la realidad que reflejan los
medios es la de unos pocos que a fuerza de repetida la han hecho “verdad” para la mayoría
silenciosa que los sigue.
De los medios a la aceptación social, la decadencia de la figura del matrimonio
llega a las legislaciones. Hoy en muchos países, el nuestro tiene el triste privilegio de ser
uno de ellos, el matrimonio civil ha sido lenta, pero tenazmente, vaciado de contenido,
inicialmente desacreditado, para después destruirlo en su esencia. Primero fue la ley del
divorcio, que como recordábamos, fue la primera ley de la Revolución Francesa; y con
ella la pérdida del valor del compromiso y la exaltación del individualismo. Ahora se ha
levantado la restricción natural de sexo, permitiendo que dos hombres o dos mujeres par-
ticipen del acto civil, tengan los mismos derechos que un hombre y una mujer, aunque en
esencia no se casen. Al menos en nuestro país, el crimen continúa, algunos ya pretenden
quitarle la obligación de la cohabitación y la fidelidad ¿qué queda entonces del matrimo-
nio? Sencillamente nada.
78 La naturaleza del matrimonio

Para quienes estén dispuestos a casarse, quedará el refugio de su propio compro-


miso y para los que sean creyentes cristianos, el de la Iglesia; pero del matrimonio como
se lo ha entendido por miles de año, nada. Porque esos contratos temporarios entre cual-
quiera son eso, contratos que están muy lejos de ser lo que realmente es el matrimonio.
BIBLIOGRAFÍA

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Ediciones Universidad de Navarra, S.A.

1
En este Trabajo de Investigación sólo hemos tenido en cuenta 5 obras de Javier Hervada, porque nos
ha parecido mejor para acotar el tema. De cara a la Tesis Doctoral proyectamos abordar su producción
entera.
2
Como es sabido, la bibliografía complementaria sobre este tema es ingente. Para seleccionarla de cara
a la confección de este trabajo, hemos prescindido de aquella que niega la índole natural del matrimonio.
Y entre las múltiples obras que la afirman, hemos escogido sólo aquellas obras que consideramos de mayor
ayuda para la fundamentación de la índole del matrimonio, con el proyecto de ampliar esta base de datos
de cara a la Tesis.
80 La naturaleza del matrimonio

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