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U2.a. Chiriguini (2006) La Naturaleza de La Naturaleza Humana

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Naturaleza humana

La “naturaleza” de la naturaleza humana

Autora: M. C. Chiriguini
Presentación
En los capítulos siguientes abordaremos muchas de estas cuestiones desde una
perspectiva que privilegia el papel de lo cultural y lo social en la interpretación de todo
comportamiento que atañe a los seres humanos. Pensamos a la naturaleza humana desde
una concepción bidimensional y dialéctica, ya que definir al hombre exclusivamente
desde una de esas dimensiones, sea biológica o cultural, es caer en algún tipo de
reduccionismo, como veremos en las páginas siguientes.
Ha sido demostrado que el hombre es producto de la selección natural, como todo
lo viviente, pero también el resultado de procesos sociales y culturales. A diferencia del
resto de los animales y de nuestros antepasados homínidos que se extinguieron, somos el
único animal cuya capacidad de elegir es casi ilimitada. Como sostiene el antropólogo
Richard Leakey, una de nuestras mayores dificultades es la incapacidad para reconocer
que somos capaces de elegir nuestro futuro y, por lo tanto, de modificar el presente. En
esa misma línea de pensamiento, la única cosa cierta que podemos decir sobre la
naturaleza humana es que está en su misma naturaleza biológica la construcción de su
propia historia. Los hombres crean las condiciones materiales de su existencia porque
está en su misma naturaleza esta capacidad de transformar la naturaleza en forma
colectiva y social y no individual: construyen sus viviendas, producen sus alimentos,
confeccionan sus vestidos, inventan técnicas; en síntesis, organizan su vida social. En ese
sentido la especie humana es el resultado de dos instancias: somos seres de la naturaleza
y somos seres sociales. Y la relación que se establece entre ambos dominios no es pasiva
ni unidireccional, sino, bidireccional y dialéctica.
Transformamos el ambiente natural limitante y condicionante y construimos en
ese proceso relaciones de diferente índole, ya sean económicas, políticas y/o sociales y,
al mismo tiempo que producimos estas relaciones, constituimos universos simbólicos. Sin
lugar a dudas, nuestra vida cotidiana se desenvuelve en un espacio físico. Nuestro planeta,
por el momento nuestro único hábitat, requiere también de nuestro interés. La naturaleza
no comprende únicamente los pocos entornos naturales en los que la sociedad industrial
y la explotación abusiva de los recursos no han dejado todavía (supuestamente) su
impronta, sino que incluye todo el ambiente construido y transformado por el hombre,
desde el espacio que ocupa una reserva indígena, en una desolada meseta del sur de
nuestro país, hasta las grandes ciudades que actualmente identifican la vida urbana.
En ese sentido consideramos a la interacción de los procesos sociales que
involucran a las sociedades humanas con la naturaleza como históricamente producidos,
fruto de determinados sistemas de producción y del acceso desigual a los recursos,
incluyendo, en esta perspectiva aquellos espacios llamados naturales como los “parques
o reservas nacionales”, que son el resultado de las políticas de los estados. Las
transformaciones de la naturaleza son inherentes a la propia existencia de los seres
humanos que la utilizan y la transforman en el proceso productivo (Comas D’ Argemir

1
1998:162). Sin embargo, a pesar de que los hombres actúen sobre la naturaleza y la
transformen en su beneficio, no se pueden dominar totalmente sus leyes y, por lo tanto,
la relación entre las sociedades humanas y la naturaleza es de carácter dialéctico, del
mismo modo que en la naturaleza humana lo es el vínculo entre lo biológico y lo cultural.
Los seres humanos actúan sobre la naturaleza mediante el proceso de trabajo para
satisfacer sus necesidades de existencia y en ese proceso se modifican a sí mismos y a la
propia naturaleza.

Reduccionismos y determinismos

“No existe un único esquema


conceptual común a todos los niveles de
descripción. La realidad es demasiado rica
y sus contornos son demasiado complejos
para que una sola lámpara los pueda
iluminar por completo” (Ilya Prigogine:
Metamorfosis de la ciencia).

El estudio de la naturaleza humana nos permite reflexionar sobre las formas en


que la investigación científica (que no es neutral como muchas veces se pretende
calificarla), los comunicadores sociales y los políticos en general formulan sus preguntas
sobre el mundo humano y el natural, en muchos casos, desde prejuicios sociales,
culturales y políticos y con consecuencias directas sobre la vida y otras veces la muerte
de los seres humanos. Recordemos los más salientes: el nazismo y el “apartheid”
sudafricano, como ejemplos de la historia más reciente, que se dieron a lo largo del siglo
XX. En el caso del nazismo, con el argumento falaz de la raza superior se llevó a cabo
una biopolítica de Estado que condujo al aniquilación de millones de judíos y a la
esterilización de cientos de alemanes considerados “no arios puros”. Por su parte, el
“apartheid sudafricano” representa un claro ejemplo de política de estado racista hacia los
pueblos de raza negra. Pretende justificarse en la defensa de las tradiciones étnicas
africanas, cuando en realidad la segregación impuesta es un abuso de la perspectiva del
relativismo cultural para mantener la dominación de la minoría blanca.

En las últimas décadas del siglo XX nuevas representaciones sobre la dimensión


de lo humano sostienen, que el hombre es parte de la evolución de todo lo viviente y que
todas sus manifestaciones, incluidas aquellas más peculiarmente humanas, como su
mente y el lenguaje simbólico, son el resultado de la evolución biológica y del proceso
adaptativo en el que estuvo involucrado como una especie más. Esta nueva formulación
tiene determinadas consecuencias sobre la interpretación de lo social y lo cultural en tanto
son analizados desde los mismos modelos que explican el comportamiento animal. Es así
como esta imagen de la naturaleza humana está presente en las concepciones biologicistas
de la ciencia que podríamos denominar reduccionistas y deterministas.

Desde el reduccionismo se intenta explicar las propiedades de una molécula, de


un organismo o de una sociedad en términos de las unidades en que están compuestos.
Estos enfoques sostienen, por ejemplo, que las propiedades de una molécula proteica
están determinadas por las características de los electrones o protones que componen los
átomos. También afirman que las características de una sociedad son iguales a la suma de

2
los comportamientos individuales. De esta manera una sociedad sería violenta por ser el
resultado de la suma de individuos violentos que la componen. En este sentido se
justifican las guerras por el carácter agresivo de los individuos. Es decir, las unidades y
propiedades tendrían existencia previa a los conjuntos complejos, hablemos de moléculas
químicas, de organismos o de sociedades humanas (Lewontin, Rose y Kamin 1987:16).

Cuando desde este enfoque se considera que el comportamiento humano está


regido por la acción de los genes estamos en presencia de un tipo especial de
reduccionismo, el determinismo biológico. Frente a la pregunta sobre por qué los seres
humanos son como son o hacen lo que hacen, los pensadores enrolados en el
determinismo biológico contestan: porque las acciones de los hombres “son
consecuencias inevitables de las propiedades bioquímicas” que constituyen los genes que
posee cada individuo (Ibid: 16-17). En otras palabras, se afirma que la naturaleza humana
está determinada por los genes y las causas de los fenómenos sociales deben buscarse en
la biología de los actores individuales. Por lo tanto, los fenómenos
sociales deben explicarse a partir de la suma de los comportamientos de los individuos de
una sociedad.

La función más importante del determinismo biológico es afirmar que las


conductas y diferencias sociales y económicas que existen en los grupos humanos,
especialmente las que son atribuidas al sexo, la raza y las clases sociales, pueden ser
explicadas por las características biológicas, heredadas e innatas de los individuos. En
este caso, estamos en presencia de una de las formas más conocidas que asume el
determinismo biológico, el llamado darwinismo social, perspectiva teórica e ideológica
que interpreta los fenómenos sociales a partir de categorías biológicas y de los principios
más difundidos y “vulgarizados” de la teoría darwiniana: la lucha por la existencia, la
selección natural, la supervivencia del más apto5. El darwinismo social extrapola los
conceptos adecuados a un nivel de análisis, el de los fenómenos biológicos, pero
inadecuados e incorrectos para interpretar el mundo social y cultural de los hombres.

Por otro lado, y desde un determinismo de signo contrario, el que se posiciona en


la dimensión cultural, se postula que la biología se detiene en el momento que nacemos
y desaparece desde el instante que entramos en el dominio de la cultura; desde este lugar
nos ubicamos en el determinismo cultural. Esta posición teórica va a considerar a la
naturaleza humana como una tábula rasa en la que la experiencia temprana puede
imprimir lo que desee y la cultura diseñar por entero nuestro comportamiento. Esta
manera de considerar la condición humana recuerda a ciertos fragmentos de la película
The Wall, cuando los alumnos entran en una máquina (que representa la educación) que
los convierte en objetos idénticos y deshumanizados.

En la Antropología este determinismo cultural, también llamado culturalismo, está


presente en la llamada teoría de la cultura de la pobreza”, corriente que enfatiza la
transmisión en grupos urbanos pobres de ciertas pautas culturales tales como la
planificación a corto plazo, la violencia y la inestabilidad de las estructuras familiares.
Desde esta representación de la naturaleza humana, el círculo de la pobreza se continúa,
en tanto los hijos de estos pobres al estar tan inevitablemente “aculturados” en un estilo
de vida, no pueden salir de ese ámbito y reproducen la situación de los padres que, a su
vez, reproducirán sus hijos (Lewontin 1991:101).

La naturaleza humana desde un enfoque dialéctico

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Si consideramos, por el contrario, a los seres humanos desde un enfoque
dialéctico, en este caso el de los niveles de integración, podremos superar falsas
oposiciones que se han dado a lo largo de la historia del pensamiento filosófico y
científico occidental respecto a la naturaleza humana: las distinciones entre lo natural y
lo cultural, lo innato y lo adquirido, lo dado y lo aprendido, en síntesis, dejar de lado el
dualismo que implica escindir al ser humano entre la herencia genética y lo adquirido.
Por un lado, la visión que proponemos sobre lo humano permite cuestionar la imagen de
una naturaleza esencializada y determinada biológicamente desde su emergencia en el
mundo de lo viviente. A partir de ese momento, supuestamente seríamos portadores de
los genes agresivos de los primeros cazadores paleolíticos y estaríamos determinados
desde entonces por esa condición inicial. Y, por otro lado, nos conduce a rechazar los
argumentos que explican el comportamiento en la sociedad humana como análogo al del
mundo animal, es decir, sujeto a los mismos determinantes genéticos.

El enfoque de los niveles de integración en la interpretación del comportamiento


humano sostiene que el hombre es una unidad biológica y cultural que emerge del mundo
animal al crear cultura, constituyéndose en ese proceso en una realidad cualitativamente
más compleja. Como dice J. Bleger “no estamos en presencia de un animal más
inteligente, sino de una especie con propiedades nuevas y complejas que explican su
comportamiento” (Bleger, 1973).

Al ser los hombres las únicas criaturas creadoras de cultura, trascienden el nivel
biológico, constituyendo una dimensión cualitativamente diferente, en la que
transformarán su entorno y a ellos mismos en un proceso de retroalimentación que
modificará su naturaleza biológica anterior. Nuevos atributos y nuevas leyes interpretarán
su naturaleza tanto biológica como cultural: todos nacemos y morimos, pero la manera
como nacemos y como morimos pertenece al ámbito de lo social y cultural. Todos
nosotros debemos satisfacer las necesidades biológicas básicas, pero los hombres no son
capaces de satisfacer sus necesidades físicas básicas si no se orientan en el mundo por
medio de la reflexión y el conocimiento (Elías 1998:143).

Resumiendo, esta interpretación dialéctica de los niveles de integración nos


permite afirmar que los determinismos de uno u otro signo no son válidos y que todos los
comportamientos sociales del hombre son simultáneamente sociales y biológicos, del
mismo modo que son químicos y físicos. Un buen ejemplo es el aprendizaje del lenguaje
en los niños: la incorporación de un lenguaje sólo es posible por el ensamble del proceso
biológico de maduración y el proceso social de aprendizaje.

Estudios antropológicos sobre diferentes culturas han mostrado que la manera en


que se perciben o infieren situaciones depende de factores culturales, sociales y
psicológicos. En tanto poseedores de un organismo biológico, sentimos, sufrimos,
necesitamos alimentarnos, descansar, dormir. Pero simultáneamente es el ambiente social
y cultural el que interactúa dinámicamente con lo biológico, redefiniendo la respuesta: el
grado de excitabilidad, los límites de resistencia, difieren en cada cultura, del mismo
modo que los esfuerzos irrealizables, los placeres extraordinarios, están más relacionados
con los criterios sancionados por la aprobación o desaprobación del grupo de pertenencia
que por las particularidades de la especie. Si bien se requieren ciertas sinergias nerviosas
y musculares, éstas son solidarias con un determinado contexto social (Mauss en Lévi-
Strauss, 1970).

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