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Metro

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Gone now are the old times

Forgotten, time to hold on the railing


The Rubik's Cube isn't solving for us
Old friends, long forgotten
They all wait at the bottom of
The ocean now has swallowed
The only thing that's left is us
So pardon the silence that you're hearing
Is turnin' into a deafening
Painful, shameful roar

-Ode To The Mets, The Strokes

El reloj marcaba las 02:00 am. Todos en aquella estructura de hormigón y acero llamada “hogar”
dormían plácidamente, a excepción de un inquieto individuo. La ansiedad carcomía sus uñas y
sabía que, al cruzar esa puerta, no habría marcha atrás. Era atravesar un puente en medio de la
lava, una lluvia de balas o un puñetazo de realidad. Solo tenía que girar la perilla y adentrarse a la
oscuridad. ¿Pero qué podría extrañar de un “hogar” que no le causaba tranquilidad? Desde hacía
algunos meses, las 4 paredes tenían un espectro siniestro y desalentador. El peso en la balanza
decantaba por escapar de un sinsentido que, por mero contrato social, lo tenía apegado ahí.

Armado únicamente con su desgastada libreta , un ipod antiquísimo (pero lleno de cientos de
canciones, dicho sea de paso) y su fiel chaqueta de mezclilla, se dirigió a la fría calle en busca de
terminar de una vez por todas. Su plan era muy sencillo, dibujar y redactar una ultima vez antes de
despedirse en las vías del metro.

No sería la primera vez que escaba de madrugada. Hubo tiempos más bellos donde se reunía con
sus amigos para irse a una fiesta, a fumar un porro mientras dibujaba o charlar con su vecina.
Tiempos donde la flama iluminaba su hoguera espiritual y cada madrugada parecía ser una nueva
aventura. Remembranzas de un pasado que ya ni siquiera tenía sentido recordar en medio de una
tormenta, misma que amenazaba con terminar su existencia en este plano terrenal.

El tiempo transcurre de una manera mas distinta en la madrugada. Tal vez sea la ausencia de
personas y ruido, o esa luz humosa y borracha del alumbrado que hace que todo más tenue y
sublime. De cualquier forma, sus pies se movían por si mismo al ritmo que las luciérnagas y los
murciélagos deambulaban por doquier.

Por fin llegó a la alameda y abrió su libreta. La ausencia de almas, risas y patinetas le causaba una
tranquilidad para el momento final. La oscuridad y las pocas estrellas valientes que se atrevían a
salir, en medio de una jungla de cemento, eran los únicos atisbos de compañía que percibía, hasta
ese momento….

El frío del metal en la nuca erizó toda su piel. El aire se había ido de los pulmones y su cerebro
hacia un esfuerzo titánico por asimilar la situación. Las palabras no salían de su boca y sus manos
soltaron el viejo cuaderno de pasta dura.
Uno debe ser muy pendejo para salir a esas horas de la noche en la Ciudad de México, pero ya
nada tenía sentido para él, o al menos eso creyó hasta que el acero toco su cuello desnudo.

El mensaje era claro, todo lo que traigas y corre en sentido contrario sin siquiera atreverse a
voltear. Despistados y valientes como él eran presa fácil de ladrones experimentados. En el caso
de ella, era otro sujeto idiota que le daría un teléfono o una cartera. Un botín corriente para un
asalto de la misma índole.

Lo esculco y metió sus delicadas manos femeninas en cada bolsillo de la chaqueta, encontró polvo,
15 pesos y una caja con 3 cigarros apachurrados. Hurgó en sus pantalones y saco el viejo ipod (500
canciones de los 2000’s), un teléfono con la pantalla rota y una hoja peculiar. En sus manos, el
joven sujetaba fuertemente su fiel libreta

-Quédate con lo que quieras, pero esta se va conmigo a la muerte

Le arrebato con todas sus fuerzas y después de mucho tiempo encontró belleza: dibujos y bocetos
de cosas que hacían que este torbellino llamado vida tuviese sentido. Hojeaba su arte sin dejar de
apuntar a la frente.

Ella era ruda y su mano no tembló ni un segundo. Mientras apuntaba al chico y analizaba sus
obras, no dejaba de mirarlo a los ojos y encontrar una similitud en sus miradas. La cara de el ya no
expresaba angustia ni miedo alguno, pues una rápida salida encontraría si ella apretaba el gatillo
del revolver Smith and Wesson que traía en manos. Este atisbo de confianza y certeza le causo una
excitación sublime a la joven criminal. Jamás había encontrado a un cabrón negándose a vivir,
mucho menos por algo tan importante como lo era su arte.

El botín no superaba los 100 pesos. El día era flojo y ningún otro idiota caminaba solo por las
calles de la gran ciudad, por lo que no tuvo mas remedio que expresar su resentimiento por el
asalto vacío.

-Aprieta el puto gatillo-Dijo el chico sin quitarle la mirada de los ojos.

Ella no podía asimilar lo que estaba pasando. Jamás había cometido un asesinato por orden ajena
(ni mucho menos hacerlo sin cobrar). Las cartas se habían volteado y ahora el miedo la consumió.
Se paró de la banca y puso su frente en el cañon. Podían terminar de una vez por todas, pero ella
bajó el arma.

No sabía lo que estaba pasando, pero el aire empezó a cambiar. Una lagrima rodó por la mejilla de
ella mientras el chico la tomo de las manos. La sentó junto a el y le limpió los ojos con la
desgastada manga de la chaqueta. El galán y mujeriego sujeto que alguna vez fue (un pasado que
veía con nostalgia) surgía por breves segundos. El llanto la había dominado y el solo veía como se
destrozaba su única oportunidad rápida de huir, pero valía la pena sentir carne humana por un
rato.

Las palabras empezaron a surgir y cuando menos se dieron cuenta, temas de conversación
aleatorios dominaron el lugar. Habló de la violación que sufrío cuando era una niña de 5 años, del
abandono, de sus amigas de la secundaria y de botines altamente valiosos que había obtenido en
su carrera de ladrona. Rieron de sinsentidos por un largo rato y analizaron libros que (por alguna
extraña razón) ambos habían leído. Carcajearon sobre sus desgracias y los planes a futuro que
tenían de niños. Bailaron al unísono canciones populares. El haciendo gala de sus mejores pasos y
ella girando el desgastado vestido que usaba como carnada.

Caminaron por las desérticas calles mientras se tomaban de la cintura y las manos. Fueron las
mejores horas que ella había tenido en años. Una conexión que había perdido la esperanza de si
quiera experimentar. Por su parte, el plan seguía en marcha para él. Se encaminaban para la
estación mas pronta del subterráneo. Ya eran las 6 am, las plagas de humanos andaban por los
pasillos y el metro estaría funcionando en orden, todo para terminar de ejecutar su siniestro plan.

Se dio la vuelta y ella le abrazo por la espalda, quería sentir su calor. Mientras le apretaba fuerte
contra su carne, por su mente vio pasar todos esos momentos por los que alguna vez valió la pena
estar vivo. Recordó a su padre, dulces victorias, partidos de futbol, orgasmos, risas con viejas
amistades, su perro, dibujos y literatura, atardeceres y nubes. Recordó lo que valía la pena y con
el temor de su corazón, se impulsó a las vías.

No dudó ni un segundo en detenerlo y forcejearon el uno con el otro. Ella había encontrado
esperanza y quería contagiársela a quien hace unas horas había asaltado. No lo quería dejar ir y le
suplicaba quedarse un rato más. ….

Los usuarios del metro notaron como una jovencita forcejeaba a punta de pistola contra un
transeúnte. La solidaridad que caracteriza a las constantes víctimas de asaltos hizo sonar el botón
de pánico, de inmediato llegó un agente a la escena. Un tiro fulminante y la joven criminal cayó al
suelo. Los reporteros y las cámaras interrogaron al joven de cara pálida y asombrado. La calidez
que sintió y le hizo pensar de nuevo las cosas yacía inerte en el piso. Un charco de sangre la
abrazaba mientras los policías y el cuerpo forense llegaban al lugar.

El oficial le tomó el hombro y cálidamente expresó:

-Tranquilo hijo, pudiste haber muerto.

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