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Tres Hermanas Temas y Símbolos

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TRES HERMANAS

TEMAS

El sentido de la vida
El tema que más convoca a los personajes de la obra es el relativo al sentido de la vida. Las
acciones, pensamientos, emociones y decisiones de los personajes se encuentran constantemente
atravesados por una misma pregunta: cuál es el sentido de la existencia, de esa vida que se lleva día
a día hasta la muerte. La obra evidencia el intento de varios de los personajes principales por
responder esa pregunta. Algunos, como Irina y Túsenbach, declaran al inicio de la obra que la
finalidad de la vida y la clave de la dicha se halla en el trabajo. Sin embargo, el tiempo pasará y se
llevará consigo estas certezas. Por ejemplo en el caso de Irina, luego de años de trabajo, ella no
sentirá más que frustración, cansancio, envejecimiento, y la angustia la llevará a pensar que en el
trabajo solo desperdicia su vida.
Otros personajes más inclinados a la filosofía, como Vershinin, esbozarán teorías cuyo eje central
será que la humanidad encontrará el sentido de la vida, pero en un futuro del cual ellos ya no
participarán: “Dentro de doscientos o trescientos, bueno, pongamos, mil años, el tiempo exacto no
importa, reinará una vida nueva, una vida feliz. Claro está que nosotros no participaremos de esa
vida” (Acto II, p.105), asegura el hombre y propone, sin embargo, que sus propias vidas no deben
ser indiferentes a ese destino de la humanidad: “vivimos, trabajamos y sufrimos ahora para ella,
estamos creándolo y solo en eso está la finalidad de nuestra existencia, y si quieren, nuestra dicha”
(Acto II, p.105).
Lo que generalmente conduce a los personajes a plantearse este tipo de cuestionamientos es un
sentimiento de insatisfacción respecto de sus propias vidas. Aplastados sus sueños, las hermanas se
esfuerzan al final de la obra por pensar que en algún momento les será dado un sentido: “Llegará el
día en que todos comprenderán por qué sucede esto, para qué son estos sufrimientos” (Acto IV,
p.151). Lo que se espera resuelto en el futuro lejano tiene que ver con el sentido del sufrimiento o,
justamente, con el sentido de la existencia: la esperanza no consiste en la anulación del sufrimiento,
sino que en un momento todos comprenderán el por qué de sus padeceres, la causa, el objetivo.
“¡...parece que un poquito más y sabremos por qué vivimos, por qué sufrimos...! ¡Si supiéramos, si
solamente supiéramos! (Acto IV, p.151), suspira Olga con un parlamento que da cierre a la pieza: lo
que se expresa es una esperanza de saber, a la vez que una incertidumbre constante y desesperada.
En Las tres hermanas, el sentido de la vida es algo que no se puede más que suponer, sobre lo cual
es posible esbozar teorías, dibujar anhelos, pero que sin embargo no ofrece jamás nada que se
sostenga con la fuerza tranquilizadora de la certeza.

El trabajo
El trabajo aparece como un tema recurrente en la pieza y se presenta como eje del discurso de
muchos de los personajes. Los protagonistas de la obra suelen estar en una búsqueda constante por
encontrar el sentido de su existencia, y varios de ellos aseguran, al menos por momentos, que ese
sentido se halla en el trabajo. “...me pareció repentinamente como si todo se hubiese vuelto claro
para mí en este mundo, y que sabía cómo hay que vivir. (...) El hombre, sea quien fuere, debe
trabajar, trabajar con todo su ser, y en eso consiste el sentido y la finalidad de su vida, su dicha y su
éxtasis” (Acto I, p.80), asegura la joven Irina al inicio de la obra. La sensación de vacío y de
sinsentido de la vida es identificada por la muchacha, en el primer acto, con el hastío producto de
una cómoda vida burguesa que no conoce el sacrificio. Quien coincide con su opinión es
Túsenbach, un militar que, al igual que la muchacha, nunca trabajó en su vida: “¡Esas ansias de
trabajar! ¡Dios mío, qué bien las comprendo!” (Acto I, p.81). Sin embargo este tema, así como la
mayoría de los temas en la obra, no se presenta desde un solo ángulo: las palabras de Irina en su
alabanza a la vida de trabajo comparten escena con las de su hermana mayor, Olga, quien trabaja
hace muchos años y que, lejos de encontrar en su ejercicio diario felicidad y sentido, solo siente que
envejece y pierde sus fuerzas vitales.
Lo que se propone en torno al tema del trabajo es algo que también puede aplicarse a otras
cuestiones que aborda la obra: un fuerte desajuste entre lo que se tiene (o se hace) y lo que se desea.
Irina demorará apenas un acto para proferir un discurso muy distinto al planteado en la primera
instancia: “¡Qué desdichada me siento! ¡No puedo trabajar, y no voy a trabajar! ¡Basta, basta! (...)
Ya tengo 23 años, hace mucho que trabajo, siento que mi cerebro se está secando; estoy más
delgada, más fea, más vieja, y no tengo nada, nada, ninguna satisfacción” (p.129).
En el discurso de los personajes a lo largo de la obra, el trabajo aparece tanto como un factor de
esperanza como de frustración. Esta última acepción se identifica con el caso de Andréi, quien ve
aplastados sus sueños de ser profesor en Moscú por tener que sostener económicamente a su
familia, trabajando en un oficio que no le trae ninguna satisfacción. En el final de la obra también se
reúnen en un discurso de Irina el sentido de la vida y el trabajo, pero esta vez no aparecen con la
coincidencia que la muchacha los planteaba en el primer acto: “Llegará el día en que todos
comprenderán por qué sucede esto, para qué son estos sufrimientos, no habrá más misterios; pero
mientras hay que vivir… ¡trabajar, solamente trabajar!” (p.151). La esperanza parece no
extinguirse, pero finalmente el trabajo no se propone como ese medio a través del cual se puede
alcanzar la dicha, sino más bien como un deber de la existencia al que abocarse hasta que el sentido
de la vida sea descifrado.

El amor y el matrimonio
Un tema que atraviesa a la mayoría de los personajes de la obra es el del amor y el matrimonio. Así
como la cultura y el arte universales muchas veces presentan al matrimonio como una extensión o
eternización del amor, en Las tres hermanas podemos decir que se da el movimiento contrario, ya
que a lo largo de toda la obra, el amor y el matrimonio se presentan como asuntos excluyentes, que
no coinciden, en tanto el primero parecería extinguido en el segundo. En ese sentido, es evidente
que los personajes que están casados amaron a sus parejas hasta que se casaron con ellas, y este
paso no será visto, en el resto de sus vidas, sino como un error incomprensible e irreversible a la
vez. Este es el caso de Vershinin y de Masha, ambos en relaciones matrimoniales donde el amor se
encuentra muerto, frustrado. A su vez, estos personajes se enamoran entre sí, por lo que
experimentan un amor que no puede concretarse en términos matrimoniales.
Otro personaje que se enfrenta en la obra al mismo destino es Andréi, quien al final del primer acto,
en un rapto de enamoramiento, propone matrimonio a Natasha, y que ya en el acto siguiente no
logra comprender qué vio en esa mujer egoísta y vulgar que ahora es su esposa: “Cuando me casé,
pensé que seríamos felices…, que todos seríamos felices… Pero… ¡Dios mío!... (Llora)” (Acto IV,
p.132).
El tema aparece claramente explicitado en escenas fundamentales de la obra, como aquella en que
Túsenbach le pregunta a Irina, su prometida, si lo ama: “¡Eso no está en mis manos! Seré tu mujer,
fiel y sumisa, pero… amor no hay. ¿Qué he de hacerle? He soñado tanto con el amor, sueño hace
mucho tiempo ya, día y noche, pero mi alma es como un valioso piano cerrado cuya llave se ha
perdido” (Acto IV, p.143). Las palabras de Irina evidencian una disociación entre el amor y el
matrimonio: la joven no acepta casarse por amor con Túsenbach, sino porque el matrimonio con un
hombre bueno le brindaría un cierto apoyo emocional y, quizás, hasta económico -“Uno no se casa
por amor, sino para cumplir con un deber” (Acto III, p.129), le explica su hermana mayor cuando le
recomienda casarse con Túsenbach-. La decisión de comprometerse no nace de un sentimiento de
amor esperanzado, sino más bien de la resignación: Irina siente que ya pasó demasiado tiempo
soñando con enamorarse y que le ha llegado la hora de renunciar a ese sueño, casándose.

La esperanza y la frustración
Los personajes de la obra parecen vivenciar sus emociones de un modo polarizado, moviéndose de
la esperanza a la frustración sin prácticamente pasar por estadios intermedios. El elemento que
funciona como eje de la trama, el deseo de los hermanos Prósorov de migrar a Moscú, se configura
a lo largo de toda la obra en esa dicotomía: los personajes se sienten hondamente esperanzados
cuando vislumbran posible realizar ese viaje, y como contrapartida no pueden sentir sino la más
profunda frustración cuando se aparecen ante ellos obstáculos que les impiden cumplir su anhelo.
La dicotomía manifiesta entre esperanza y frustración se da también en relación con otras temáticas
de la obra. Es el caso del amor, que se manifiesta en la mayoría de los casos como una fuente de
esperanzas que, sin embargo, no tardan en frustrarse en tanto los personajes enamorados se enlazan
en matrimonio. Algo similar sucede con el trabajo, que para personajes como Irina se erige en
primera instancia como la esperanza de alcanzar la dicha y la satisfacción de dar sentido a la
existencia, pero que luego, cuando la muchacha dedica años al sacrificio laboral, no aparece más
que como una fuente de frustraciones y angustias.
En relación con lo anterior, Vershinin parece resumir la dicotomía cuando postula que si Masha
cumple su sueño de radicarse en Moscú, no encontrará allí lo que busca: “Usted tampoco se fijará
en Moscú una vez que viva en ella. La felicidad no la tenemos, ni existe, la deseamos solamente”
(Acto II, p.109). Parecería que la propuesta de la obra respecto de la dicotomía planteada es la que
ofrece Vershinin: en la esperanza se desea algo que no se tiene, y cuando lo deseado se alcanza no
se obtiene sin embargo más que frustración.
Esto no significa, sin embargo, que toda esperanza se proponga fútil en la pieza. Tal como filosofa
Vershinin a lo largo de la obra, el error parece consistir en ubicar el objeto de la esperanza dentro de
los límites de nuestra propia existencia material: algún día, en un futuro que nos trascienda, la
humanidad concretará nuestros anhelos.

La juventud y la vejez
Un tema estrechamente relacionado al de la esperanza y la frustración es el de la juventud y la
vejez. Los personajes más jóvenes de la obra son aquellos en los que más se hace carne la
esperanza, al menos en el primer acto de la pieza: Irina, de veinte años, mira al futuro como a un
espacio infinito, donde una vida maravillosa la aguarda. Algo similar sucede con el joven Andréi,
cuyos sueños en el primer acto aparecen con una nitidez que ya no se recobrará en la medida en que
pase el tiempo. Por otra parte, en personajes como Chebutíkin, de sesenta años, la vejez se presenta
como amenaza en tanto su memoria y sus aptitudes como médico se resquebrajan por el paso del
tiempo: "He quedado atrás, como un pájaro migratorio que de viejo no puede seguir volando."
(Acto IV, p.137), suspira el hombre. Algo similar sucede con Anfisa, la vieja criada, a quien
preocupa quedar en la calle porque sus ochenta años le impiden cumplir correctamente con sus
tareas.
De todos modos, la vejez aparece en muchos casos ligada más a una sensación de frustración que a
una cuestión estrictamente física. Olga, a sus veintiocho años, se siente envejecida producto del
cansancio. El trabajo sacrificado despedaza día a día su fuerza vital y sus esperanzas de futuro, y
cualquier malestar parece arrancarle una porción de juventud: luego de una discusión con su
cuñada, exclama que siente haber envejecido diez años en una noche. En la misma línea, el devenir
de los actos muestra cómo la juventud se desvanece para los personajes principales en la medida en
que van perdiendo sus esperanzas: la cotidianidad de una rutina mediocre, inmersa en una ciudad de
provincias de la que no se sienten parte, anula los sueños que los hermanos Prósorov sostenían no
muy atrás en el tiempo. Sus anhelos estaban asociados siempre a la idea del movimiento y no al
hundimiento propio de la vejez que sienten, sin embargo, en un momento temprano de sus vidas.

La vida en la gran ciudad y la vida en el interior


La mayoría de los padecimientos de los protagonistas de la obra se dan a causa de un factor
relativamente concreto. Los jóvenes Prósorov, nacidos y criados en Moscú, emigraron junto a su
padre (un militar que debió moverse junto a sus tropas) once años atrás a una ciudad de provincias,
en la que los hermanos siguen habitando muy a pesar de sus deseos. Irina, Masha, Olga y Andréi se
sienten poseedores de una educación y cultura de las que no pueden hacer uso en la ciudad de
provincias en que viven. Así, sufren día a día el hundimiento provinciano mientras sueñan
constantemente con volver a establecerse en Moscú. Todas sus esperanzas tienen como objeto
migrar a su ciudad natal, y todas sus frustraciones residen en los obstáculos que les impiden ese
viaje.
Sin embargo esta no es la única perspectiva que se ofrece en la obra en torno a esta temática:
Vershinin reside en aquella ciudad capital con la que los Prósorov sueñan día a día, y sin embargo
en el discurso de este personaje la percepción de Moscú como la promesa de una vida maravillosa y
plena aparece relativizada:

El futuro
El futuro aparece tematizado en el discurso de varios personajes, sobre todo de aquellos que ubican
la concreción de sus esperanzas en un punto lejano en el tiempo. Vershinin y Túsenbach son quienes
más discuten sobre este tema, y ofrecen en torno a él miradas un tanto disímiles. “Dentro de
doscientos o trescientos, bueno, pongamos, mil años, el tiempo exacto no importa, reinará una vida
nueva, una vida feliz” (Acto II, p.105), postula el primero, mientras que Túsenbach no cree que
exista tal transformación: “no solamente dentro de doscientos o trescientos años, sino dentro de
millones de años la vida seguirá igual que antes; ella no varía, permanece constante, siguiendo sus
propias leyes, que a usted no le atañen, o que simplemente usted no puede comprender” (Acto II,
p.106).
Las posturas filosóficas que se sostienen sobre esta temática aparecen estrechamente relacionadas
con las condiciones que enfrentan en el presente quienes las enarbolan. Al contrario de Vershinin,
Túsenbach, menor en edad y aún soltero, no ha enfrentado grandes frustraciones en su vida y por lo
tanto no precisa pensar un futuro que presente un funcionamiento distinto al que encuentra en su
vida. Sin embargo, lo que sucederá en el futuro no le es indiferente: sostiene que en el presente se
está construyendo un panorama que no tardará más que treinta años en vislumbrarse, y cuya
característica fundamental será una situación más igualitaria en torno al trabajo y las clases sociales.
Más en línea con el pensamiento de Vershinin, las tres hermanas finalizan la obra soñando con un
futuro en que por fin se comprenda por qué se sufre, problema para el cual su presente no ofrece
solución.
SÍMBOLOS

Las aves (Símbolo)


A lo largo de la obra se presenta una fuerte simbología ligada a la imaginería de las aves, que
aparece siempre asociada a la idea de libertad y de posibilidad de movimiento. En una obra donde
los personajes protagonistas tienen como foco de sus esperanzas el viajar a Moscú y salir así del
estancamiento de la ciudad de provincias, la mayoría de las emociones felices o esperanzadas de los
mismos se manifiestan en imágenes de aves en pleno vuelo. Así, por ejemplo, la esperanzada Irina
del primer acto es identificada por un personaje como “avecita blanca” (p.80), y ella misma
describe el modo en que recuperó la fe, en el cuarto acto, como: “de pronto sentí como si me
hubieran crecido alas, me puse alegre, perdí mi pesadez” (p.138). En la misma línea, hacia el final
de la obra, la partida de las tropas militares se da en conjunto con el simbólico vuelo de las aves
migratorias que Masha registra en el cielo: "Ya están volando las aves migratorias. (Mira arriba.)
Son cisnes, o gansos... Queridos míos..., dichosos ustedes." (Acto IV, p.141). En las últimas
escenas, la imagen de las muchachas condenadas al confinamiento provinciano contrasta con la
libertad de movimiento de esos hombres del Ejército cuyo oficio y condición les permite viajar
infinitamente de un destino a otro, como lo hacen las aves migratorias.

La ruptura del reloj de la madre de los Prósorov (Símbolo)


En el tercer acto, Chebutíkin, embriagado en la casa de los Prósorov, deja caer un reloj de
porcelana, cuyo quiebre adquiere una significación simbólica. En principio, que el objeto roto
perteneciera a la madre de los Prósorov reúne a los cuatro hermanos en una misma circunstancia.
Todos ellos recuerdan con felicidad una infancia compartida con su madre en Moscú, y hasta el
momento del quiebre del reloj, la mayoría de los hermanos aún conservaba el sueño de ir a Moscú
como algo factible: Olga decía a Natasha que no sería directora del colegio porque no se quedaría
en esa ciudad, y cuando los militares hablaban de lo vacía que quedaría la ciudad cuando se fueran,
Irina exclamaba que ellas también se irían. El sueño de ir Moscú funcionaba como algo que los
esperaba en un futuro cercano y que por lo tanto funcionaba para hacer sentir un presente
sacrificado como tan solo un período de transición hacia la vida que soñaban. Un instante después
de la exclamación de Irina -“¡Nosotras también nos iremos!” (p.124)-, Chebutíkin deja caer el reloj
y clama: “¡Se ha hecho añicos!” (p.124). El quiebre del reloj implica un tiempo que se interrumpe
para siempre y una posibilidad de futuro que desaparece: Olga, Irina, Masha y Andréi quedarán
encadenados a su situación actual, sus vidas seguirán siendo como lo son ahora, no habrá un futuro
que modifique su suerte y los sueños pasarán de esperanza a frustración definitiva. Como el reloj,
los sueños de los jóvenes Prósorov se hacen añicos.

Moscú (Símbolo)
Moscú adquiere desde el inicio de la obra una significación simbólica, en tanto se erige como el
espacio de la ilusión.
Olga, Masha, Irina y Andréi nacieron en Moscú y vivieron allí en la infancia, hasta que su padre, el
comandante de brigada Prósorov, debió trasladarse a una ciudad de provincias. Toda la familia se
mudó entonces, once años atrás, a la localidad del interior del país, donde habitarían hasta el
presente de la trama inclusive. Los cuatro hermanos, educados en la capital, padecen la vida de
provincias, su estancamiento y chatura. Muerto su padre, la mayoría de los hermanos sueña con
volver a su ciudad natal y radicarse allí.
Para Irina, la menor de la familia y la más plena de esperanzas, Moscú se erige con la fuerza
deslumbrante y potente de un futuro maravilloso: sueña con radicarse allí, trabajar y enamorarse.
Andréi sueña con realizarse profesionalmente en Moscú, siendo profesor universitario. La
esperanza de volver a Moscú es el único punto de luz que permite a Olga sostener el creciente
cansancio de su vida cotidiana, sumida al trabajo.
Sin embargo la ilusión simbolizada por Moscú no es la misma para Masha. Es la única de las
hermanas que está casada, su marido es maestro de una escuela local y por lo tanto la posibilidad de
volver a radicarse en su ciudad natal se encuentra vedada para ella. En su caso, Moscú se erige
también como el espacio de la ilusión, pero esta ilusión es de tinte nostálgico, melancólico: Moscú
es el significante de una felicidad que se identifica plenamente con el pasado y que se encuentra
perdida para siempre.

La frase que canturrea Masha (Símbolo)


“Hay un roble verde cerca del mar… Una cadena de oro rodea su tronco” (p.82), dicen los versos
pertenecientes al autor ruso Pushkin y que se repetirán en boca de Masha sucesivas veces en la obra.
Dichos versos adquieren en la pieza una fuerte significación simbólica, ya que condensan en la
imagen algo de la desesperanza que ahoga al personaje que los repite una y otra vez. Masha, al igual
que un roble adornado con oro, no puede quizás quejarse de su condición privilegiada (no trabaja y
goza del tiempo libre y las necesidades cubiertas, producto del sostén económico que provee su
marido), pero se encuentra del mismo modo fatalmente anclada, encadenada, imposibilitada de
acceder a ese futuro que mantiene vivas a sus hermanas, de sumergirse en la libertad y plenitud de
ese mar al que sólo puede ver de lejos. Esta sensación de inmovilidad, de estancamiento sin
perspectiva de salida, se identifica intensamente con el personaje de Masha, que desde el inicio de
la obra no puede siquiera soñar con la posibilidad de viajar a Moscú, esperanza que sí sostiene a sus
hermanas durante gran parte de la obra. La frase repetida una y otra vez por el personaje simboliza,
entonces, la desesperanza que atraviesa a Masha.

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