ECONOMÍA Durante La Dictadura de Videla
ECONOMÍA Durante La Dictadura de Videla
ECONOMÍA Durante La Dictadura de Videla
A partir del golpe de Estado del 24 de marzo 1976 se produjeron profundos cambios en la estructura económica
argentina, que terminaron por conformar un nuevo modelo económico basado en la acumulación rentística y
financiera, la apertura externa irrestricta, comercial y de capitales, y el disciplinamiento social. La dictadura
militar se propuso restablecer la hegemonía del mercado en la asignación de recursos, restringir la participación
del Estado y abrir la competencia de los productos nacionales con los extranjeros, aunque ello significara
sacrificar la industria local. En una primera etapa, de 1976 a 1978, se implementó un plan de ajuste ortodoxo, con
devaluación, liberación de precios, congelamiento de salarios, facilidades para las importaciones, cese de la
promoción de exportaciones industriales. En esta cuestión fue de vital importancia la reforma financiera de 1977,
que ubicó al sector de las finanzas en una posición hegemónica en términos de absorción y reparto de los recursos. El
nuevo Régimen de Entidades Financieras iniciaba un rumbo cuyo norte apuntaba a la liberalización del mercado interno
y a una mayor vinculación con los mercados mundiales.
El terrorismo de Estado impidió toda resistencia social a la transformación regresiva de la economía. Las elites
agropecuarias, los grandes grupos económicos y financieros locales, y los intermediarios de las finanzas y el comercio
internacionales fueron los beneficiarios inmediatos y de largo plazo de estas políticas.
Una segunda etapa comenzó en diciembre de 1978, con la aplicación de la “tablita cambiaria”, que consistía en
devaluaciones programadas inferiores a la inflación. Estas apreciaron el peso, agravaron el cierre de las industrias
nacionales, imposibilitadas de competir con los productos importados, e impulsaron una gran salida de divisas, a causa
de los déficit comerciales y de servicios, como los intereses pagados al capital extranjero y el turismo al exterior. Esos
déficit se cubrieron con ingresos de capitales y crearon la enorme deuda externa que ya en 1981 produjo una primera
crisis de graves consecuencias por la elevación de las tasas de interés internacionales.
De todas las medidas económicas tomadas en aquella época, el país heredó varias que no han sido hasta ahora
modificadas, algunas de las cuales, incluso, se profundizaron en los años ’90. Las dos principales son la Ley de
Entidades Financieras Nº 21.526, sancionada en 1977, y la Ley de inversiones extranjeras Nº 21.382, ambas
nacidas como decretos de la dictadura militar.
La primera de ellas comenzó a regir desde la aplicación de otra medida que autorizaba al Banco Central a restituir a
las entidades financieras la facultad de captar depósitos por cuenta propia y fijar las tasas de interés activas y pasivas,
sobre la base de la garantía de los depósitos otorgada a esas entidades. La Ley Nº 21.526 establecía un nuevo régimen
según el cual el Banco Central tendría la facultad de superintendencia mientras se valoraba la libre competencia como
el medio idóneo para lograr un sistema más eficiente.
Los efectos de estos cambios con la legislación que los profundizó durante el menemismo produjeron localmente el
predominio de las finanzas especulativas sobre la producción, en consonancia con la necesidad de los países centrales
y las grandes corporaciones de colocar sus superávit de liquidez y obtener mayores rentabilidades aprovechando la
diferencias entre las tasas de interés locales y las internacionales.
También, como señala un trabajo reciente del Cefid/ar, dio como resultado una notable extranjerización de los bancos,
la concentración de los depósitos en los bancos privados –pero sobre todo en los extranjeros–, un sistema crediticio
determinado por el mercado sin ninguna orientación pública, el predominio en la asignación de créditos a corto plazo y
la ausencia de préstamos para el desarrollo. Esta ley constituyó sin duda una de las causas principales que provocaron
la crisis del 2001 y, aunque los cambios económicos posteriores introdujeron modificaciones regulatorias que
morigeraron sus consecuencias, los rasgos estructurales del sistema permanecen incólumes, especialmente la
estructura crediticia. Sólo la acción de la banca pública es la que ha permitido suplir en parte estos problemas, pero
todavía se hace necesaria una nueva ley que suplante la anterior.
En cuanto a la ley de inversiones extranjeras, produjo una liberalización de la entrada de capitales externos en el país,
restringiendo al mínimo las áreas prohibidas para este tipo de inversiones y asegurando un trato igualitario a las
inversiones extranjeras y a las nacionales. Esto acentuó el proceso de desindustrialización, porque ese capital no se
ubicó en sectores industriales y, además, como la ley no obligaba a la reinversión de utilidades no se tradujo en una
radicación local de las ganancias empresariales.
El gobierno de Menem liberalizó aún más esta norma al establecer que los inversores pueden colocar sus capitales sin
aprobación previa y repatriar sus utilidades en cualquier momento. Una consecuencia posterior fue la aceptación de la
intervención de instituciones internacionales como el Ciadi, que obliga a resolver los conflictos derivados de ese tipo
de inversiones en juzgados del exterior, transgrediendo principios cardinales de la política exterior argentina, como las
doctrinas Calvo y Drago.
Esta ley debe igualmente modificarse. Para ello existe un proyecto de los diputados Basteiro y Rivas en la cual se
establecen nuevas normas regulatorias que restringen, por un lado, la radicación de capital extranjero a áreas claves
de la actividad productiva, de los servicios y de la seguridad nacional y, por otro, establecen la necesidad de integrar
esas inversiones a un plan estratégico de desarrollo industrial diversificado, priorizando el empleo de personal de
nacionalidad argentina y determinando condiciones más estrictas para la repatriación de capitales.
Para culminar, la herencia de la dictadura no termina allí; paradójicamente una de las resoluciones que tomó Martínez
de Hoz, porque afectaba sus propios intereses, fue la supresión del impuesto a la herencia, una decisión que ahora
acaba de revertirse en parte en la provincia de Buenos Aires.