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Yuli Ejercicio Profesion Abogado

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UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL

DE LOS LLANOS “EZEQUIEL ZAMORA”


VICERRECTORADO DE DESARROLLO Y PLANIFICACION REGIONAL
PROGRAMA DE CIENCIAS SOCIALES
SUBPROGRAMA: DERECHO (SEMIPRESENCIAL).- III AÑO
SUB- PROYECTO: EJES TRANSVERSALES.
MODULO I

ENSAYO

ORGANISMOS RECTORES DEL EJERCICIO DE LA PROFESION DEL


DERECHO EN VENEZUELA

FACILITADOR: PARTICIPANTE:

DR. JUAN CARLOS SUÁREZ YULIS CASTILLO


C.I. 13. 806. 290

SAN FERNANDO DE APURE, JUNIO DEL 2023


El acceso a la justicia constituye un pilar esencial para la consolidación de un
Estado de Derecho, en virtud de lo cual el Estado venezolano ha llevado a cabo
reformas de distinta intensidad para fortalecer y mejorar sus sistemas de justicia.
No obstante, investigaciones como las realizadas por World Justice Project (2019),
dan cuenta de la persistente lejanía de la ciudadanía respecto de las instituciones
judiciales. En particular, es notorio el escaso porcentaje de personas que,
enfrentadas a un problema legal, acceden a asesoría legal, lo que da cuenta de
una brecha que todavía es muy significativa. Más aún si se considera que los
datos de dicha investigación relevan que las personas prefieren recurrir a la ayuda
de familiares y amigos, siendo un porcentaje minoritario de personas las que
acudieron a instituciones o profesionales que pueden ofrecer asesoría legal. A
pesar de esta problemática, las dificultades para el acceso a la justicia han sido
enarboladas dentro de los procesos de reforma a la justicia de una manera más
bien retórica y no ha existido una agenda clara de medidas destinadas a remover
o reducir las barreras de acceso a la justicia. Muchas de las reformas procesales
civiles promulgadas en la última década anuncian en sus mensajes de ley el
objetivo de la mejora del acceso a la justicia pero sin un compromiso claro en esa
dirección. Por otro lado, los procesos de reforma judicial no se han hecho cargo
del nuevo rol a desempeñar por los y las abogadas, quienes como profesionales
del Derecho tienen como función no sólo la representación en sede judicial, sino
también la responsabilidad de otorgar asesoría jurídica profesional y de calidad a
quienes solicitan sus servicios.

Cabe señalar que algunos Colegios de Abogados, por ejemplo, han jugado un
rol obstaculizador de las reformas procesales civiles, entendiendo que un sistema
procesal civil más eficiente pudiera dañar económicamente al gremio que
representan. La idea de que los intereses de los y las abogadas no puede estar
del mismo lado de la satisfacción de los intereses de la comunidad es sumamente
dañina y problemática. Los y las profesionales del Derecho estamos llamados a
desempeñar un importante rol dentro de las sociedades democráticas, pues
debemos contribuir no solo al mantenimiento de la paz social, promoviendo el uso
de los mecanismos adecuados para la solución de los conflictos, sino también a
un ejercicio ético y responsable de las acciones judiciales al interior del sistema de
justicia. En las sociedades contemporáneas, el conocimiento jurídico por parte de
los y las abogadas no es fundamento suficiente para justificar el monopolio en el
ejercicio de la abogacía. El mayor acceso a información jurídica por la ciudadanía
así como las demandas sociales pidiendo más niveles de participación debe ser
tenido en cuenta de cara a una nueva reconfiguración de nuestro rol como
abogados y abogadas. Pensemos solamente en un fenómeno como la posibilidad
de autorepresentación en los tribunales, un fenómeno cada vez más presente a
nivel internacional, y que pone en jaque las ideas preconcebidas que podamos
tener al respecto.

Es menester considerar las áreas más críticas en el ejercicio de la abogacía


en las sociedad venezolana actual, dos de los aspectos más cruciales en el
ejercicio de la abogacía son; la formación académica universitaria que reciben los
y las estudiantes de Derecho y las modalidades de control a través de los distintos
órganos existentes sobre el ejercicio de la abogacía. Ambos aspectos se analizan
en relación a una hipótesis básica: los servicios legales prestados por los y las
abogadas pueden llegar a constituir barreras de acceso a la justicia de distinta
índole, siempre que no sea posible asegurar la calidad técnica y profesional de
todos aquellos profesionales que ejercen la abogacía y que brindan sus servicios.
Bajo este supuesto, es necesario identificar aspectos críticos vinculados a la
profesión del derecho, lo que permitirá visibilizar cómo esta disciplina puede
constituirse en una barrera que impida o dificulte el acceso igualitario a la justicia
para todas las personas, por lo que se busca otorgar una panorámica general
sobre formación y control del ejercicio de la abogacía, de manera de identificar
cuáles son las principales críticas de la que es objeto en nuestro país.

El Estado Venezolano ha determinado cuáles son los estándares que deben


demandarse de quienes ejercen la abogacía, y qué tipo de profesionales requiere
la sociedad para la concreción de sus legítimas aspiraciones; así como los
órganos rectores que regulan el ejercicio de esta profesión como lo son el colegio
de abogados, destacando además que la profesión de abogado y su ejercicio se
regirá por la presente Ley de abogados y su Reglamento, los reglamentos
internos y el código de ética profesional que dictare la Federación de Colegios de
Abogados. Si el abogado que se contrató no cumplió con lo pactado, se puede
presentar una queja ante la Comisión Seccional de Disciplina Judicial del
departamento en el que ocurrieron los hechos. Allí podrá exponer su situación y
adjuntar las pruebas que se tenga en poder. Es pertinente recordar que la
Comisión Nacional de Disciplina Judicial es la máxima autoridad disciplinaria de
los abogados en el ejercicio de su profesión, así como de los empleados y
funcionarios de la Rama Judicial.

Desde otra perspectiva, la abogacía es considerada como una profesión


íntimamente ligada a ciertos valores. A veces se ha ligado al siempre elusivo valor
de la justicia, de tal manera que ese modelo de abogado debía ser un auxiliar del
juez en la búsqueda de esa justicia y, por lo tanto, portador de una alta moralidad
o una adhesión a la fe y al rey, en la tradición inquisitorial. En otro tiempo, el
abogado era el depositario de la defensa de la libertad individual; adalid de los
derechos, siempre en riesgo frente al avance de la colectividad o del Estado; se lo
ha asociado a los esfuerzos sociales por los derechos de los desfavorecidos, bajo
la figura también mítica del “abogado popular”. Lo cierto es que se asocia a la
profesión jurídica, con altos valores o con graves defecciones.

Soriano (1997: 425 y ss.) resalta más bien los aspectos cualitativos de una
investigación, tensionados por el arquetipo del servicio público o de profesión
liberal. Sin embargo, la creciente especialización y heterogeneidad del ejercicio del
derecho, resultante de nuevas materias y nuevos espacios de litigio, la aparición
de zonas grises con otras profesiones, la crisis del modelo del abogado
independiente, por las nuevas formas de servicios jurídicos del Estado o dentro de
las empresas, hacen que esos arquetipos ya sean antiguos para entender el
estado de la profesión jurídica. No obstante, establecerá como campos de interés,
el origen social de los abogados, las tipologías del ejercicio profesional, los nuevos
problemas éticos, las funciones sociales de la abogacía y, por supuesto, la
formación de los abogados. Es decir, pese a la creciente consolidación de una
sociología del derecho y la existencia de campos adyacentes, como la sociología
de las profesiones, no se puede decir que en nuestro país se hayan consolidado
los estudios sobre la profesión del derecho. De allí la necesidad de clarificar las
dimensiones de ese campo de estudio que necesita un mayor desarrollo de su
base empírica, como una tarea indispensable para el desarrollo continúo del
análisis transdisciplinario de la profesión jurídica.

Es bastante común que en cada uno de los países exista algún tipo de ley
sobre el ejercicio del derecho; muchas de ellas son leyes que ya no responden a
parámetros modernos o son ambiguas respecto al modelo de abogado que
pretender regular. Debe ser una hipótesis de trabajo de toda investigación futura el
grado real de vigencia o efectividad de esas leyes. Por otra parte, se debe
discernir, en un trabajo de comparación, si existe una matriz común que permita
considerar que en toda la región se usan las mismas categorías a la hora de
configurar la profesión jurídica, establecer sus obligaciones y responsabilidades.
No es descartable que las distintas legislaciones respondan a arquetipos distintos,
según los tiempos de su sanción. Finalmente, es necesario analizar el impacto de
las nuevas legislaciones sobre el derecho del consumidor y sobre los seguros de
mala praxis en la vida cotidiana del ejercicio profesional. Ambos sistemas generan
nuevos modelos de responsabilidad, exigencia de calidad y límites al ejercicio
profesional que deben ser indagados.

Los dos modelos tradicionales, es decir, el que piensa a la abogacía como un


servicio público o el que la piensa como una simple profesión liberal, han influido
en los modelos de colegiación, es decir, la organización que nuclea a todos o
parte de la abogacía. Sin embargo, no hay claridad en esto en un doble sentido:
por un lado, se las piensa como una forma especial de sindicalización; por el otro
como una entidad pública reguladora de un servicio, también público. Entre estos
dos modelos existen muchos matices que obligan a un trabajo comparado.
En otro sentido, los modelos constitucionales han avanzado en otorgarlos
facultades a los gremios de abogados para que participen en la elección de
autoridades de gran envergadura. No sólo jueces a través de los distintos tipos de
consejos de la magistratura, sino también de Procuradores o Fiscales generales y
otras autoridades vinculadas al funcionamiento del sistema de justicia, en sentido
amplio. Esta nueva dimensión política de los gremios de abogados debe ser
investigada, para saber si ello ha servido para aumentar la calidad de la
administración de justicia o como ha distorsionado el juego propio de los colegios
de abogados. De un modo u otro, el análisis de la nueva estructura legal de las
organizaciones de abogados, merece una consideración más amplia que la de ser
una forma de autoorganización del ejercicio profesional

Una dimensión que merece especial atención a la hora de definir al abogado o


a la abogacía consiste en el papel que tienen los colegios de abogados, u otras
instancias estadales, a la hora de autorizar el ejercicio profesional. Existen algunas
perspectivas entre los que consideran que el título universitario es suficiente
habilitación y los que establecen un requisito adicional para adquirir la licencia
profesional. De todos modos, no se debe analizar este problema desde esta
simple dualidad ya que existen otros problemas, tales como las habilitaciones
parciales, o la seriedad del examen de incorporación profesional. Se trata de una
prueba más de que la determinación del marco institucional que define la profesión
de abogado necesita de un esclarecimiento más profundo, para poder comparar y
proyectar hacia el futuro cambios en la profesión jurídica. Los vínculos entre la
formación, la experiencia y la habilitación no se encuentran claros ni en los marcos
normativos ni en la práctica de las instituciones que regulan la incorporación.

Por otra parte, muchos convenios de cooperación bilateral o multilateral,


prevén la extensión de garantías cuando se trata de actividades internacionales o
transnacionales; no queda claro el papel de la abogacía en este campo y la
extensión pareja de sus competencias de actuación. Tanto se puede mantener
una visión comercial, que empuje siempre a la cooperación entre abogados de
distintos países, pero se debe tener en cuenta el aumento de los costos y hasta
qué punto constituye una barrera aduanera no prevista. El derecho internacional
privado se ha desarrollo enormemente en los últimos años, pero no ha sido
acompañado de un estudio de las dimensiones del ejercicio profesional, de
parigual importancia.

Ya se ha dicho que no existe un modo uniforme de ejercicio de la abogacía y


ello no es sólo un problema de especialización sino de diversas maneras de
relacionamiento con las necesidades jurídicas de la población. Existe, en primer
lugar, una forma tradicional de ejercicio del derecho que se puede denominar
como preventiva. La sociedad funciona sobre la base de múltiples acuerdos de
cooperación y, muchos de ellos, necesitan ser formalizados y estabilizados para
que no deriven en situaciones conflictivas impredecibles. La firma de acuerdos
comerciales, contratos inmobiliarios, compraventas de todo tipo, prestamos,
relaciones familiares, etc., reclaman el cumplimiento de formalidades previstas
legalmente. En muchas de esas transacciones las personas buscan el
asesoramiento de los abogados, para poder cumplir satisfactoriamente con esas
formas. Este tipo de asesoramiento puede ser de muchos niveles de complejidad:
desde la firma de sencillos contratos de alquiler hasta complejas operaciones
mercantiles o relaciones intrincadas entre empresas.

Todo ello forma parte del universo más común del ejercicio profesional y,
posiblemente, una de las dimensiones más útiles del ejercicio profesión. Se
debería poder elaborar una adecuada tipología de estos tipos de asesoramiento y
descubrir el modo particular cómo se organiza el mercado de estos servicios
jurídicos o legales. La segunda gran dimensión del trabajo del abogado consiste
en el asesoramiento a los intervinientes en un conflicto. Desde las negociaciones
informales para evitarlo hasta la intervención en los distintos litigios judiciales,
encontramos aquí otras de las formas paradigmáticas del ejercicio de la abogacía.
La moderna amplitud y extensión de los sistemas judiciales hacen que existan
muchas y variadas formas de litigio. Desde los pequeños litigios de pequeñas
causas o conflictos de comunidad hasta los espectaculares litigios penales,
trasmitidos por todos los medios de comunicación. El modo como el abogado se
relaciona con sus clientes, los estándares de su actuación que puede generar
graves prejuicios la interacción con los jueces y las habilidades específicas que
reclama el litigio moderno.

Aquí se encuentra una de las relaciones más importantes para esta época, ya
que la influencia del comportamiento y la capacidad de los abogados en la reforma
judicial que viene encarando desde hace décadas nuestra región es muy grande.
En particular, la influencia del ejercicio profesional en la posibilidad de modernizar
la justicia civil es determinante y, paradójicamente, poco estudiada. También
existen nuevas formas de litigio, predominantemente administrativo, que generan
un tipo de abogacía, a veces con características masivas, que debe ser estudiada.
En el otro extremo, aparecen nuevas formas de litigio internacional de mayor o
menor magnitud, que influyen en un nuevo tipo de abogado, ya no sólo vinculado
a las grandes empresas sino a empresas medianas o emprendimientos
particulares.

Como componentes de estas dos dimensiones, ha aparecido o, mejor dicho, se


ha incrementado una nueva dimensión: el abogado en cuanto mediador.
Ciertamente el papel del mediador no está reservado para los abogados e,
incluso, algunos sostienen que es totalmente inconveniente que los abogados
sean mediadores ya que la esencia de su profesión es defender intereses. Pero
ese argumento no es bueno, ya que si por ello fuera tampoco podrían ser jueces.
La cuestión es que, si bien se trata de una función que no es exclusiva de los
abogados, hoy muchos de ellos cumplen también las funciones de mediación y
ello debe ser estudiado, tanto en cuanto una nueva competencia laboral como
desde el punto de vista del impacto sobre su configuración profesional. No existe
una forma de ejercicio de la mediación y muchas de ellas (mediación
transformativa, algunas formas de justicia restaurativa) exceden a las
calificaciones del abogado como tal.

Pero la apuesta a un desarrollo cada vez más extenso a todas estas formas de
resolución de conflictos nos lleva a la necesidad de incorporar este tema sobre las
modalidades del ejercicio de la abogacía.
Dadas las características del desarrollo del Estado, que presta innumerables
servicios al ciudadano, se ha abierto un área de competencia para el ejercicio
profesional que tiene que ver con la participación de los abogados en dichas
nuevas áreas. No en cuanto los Estados brindan asesoramiento jurídico a los
ciudadanos (como ocurre en las diversas formas de programas de acceso a la
justicia) sino en las dimensiones jurídicas que acompañan las actividades mismas
(subsidios, intervenciones en la economía, control de diversas áreas, medio
ambiente, servicios públicos masivos, etc.). Esta dimensión profesional tiene
características propias, ya que es propiamente trabajo de abogado, pero
fuertemente instalado en los contextos administrativos y organizacionales. Esto
genera tensiones entre el estatus administrativo y el estrictamente profesional, y
se han extendido, por ejemplo, a la propia organización de los colegios públicos,
pensados como soporte al profesional independiente, pero ahora repletos de
abogados funcionarios.

Esta zona gris debe ser profundamente analizada para detectar que influencia
tiene en la configuración de la profesión del abogado, mucho más aún cuando
muchos profesionales proyectan toda su carrera bajo el modelo de este
funcionario-abogado. Una dimensión paralela, pero no similar, lo constituyen los
abogados que conformen el cuerpo de abogados del Estado. Se trata de litigantes
que asumen la defensa de demandas a veces de gran magnitud contra el Estado
como contratante, como sujeto de responsabilidad civil, como tomador de
decisiones que pueden ser tildadas de arbitrarias, como sujeto pasivo de amparos,
demandas colectivas, de clase, como responsable de regular y controlar a
empresas de servicios, etc. Este abogado del Estado no es un abogado menor
sino, normalmente, alguien versado en los complejos casos del derecho
administrativo.

El modo como se ha organizado este cuerpo de abogados ha sido, en las


últimas décadas, objeto de muchos cambios y procesos de modernización, así
como del desarrollo de nuevas formas de control y prevención para que la defensa
del Estado, en especial en los grandes casos, asegure la defensa eficaz del
interés público. Esta situación no está clara y se manifiesta de un modo eminente
en el problema de los honorarios y las costas, muchas veces de gran magnitud. El
análisis de la abogacía pública es todo un campo de indagación que debe contar
con un marco de comprensión más claro, ya que el viejo par de paradigmas
(servicio público/profesional liberal) ya es insuficiente para la comprensión de
estos fenómenos complejos.

Finalmente queda por indagar una zona gris del ejercicio profesional, en la
cual los abogados asumen ciertas funciones públicas, que antiguamente eran más
comprensibles que el presente. Por ejemplo, en muchos países ellos cumplen
funciones notariales, dando fe de documentos o actos entre privados. De todos
modos, qué impacto tiene sobre la autocomprensión de la abogacía y sobre su
carga de trabajo real; en otras ocasiones, la “firma” del abogado es requerida para
trámites o meras gestiones administrativas, sin que se advierta con claridad cuál
es el fin de ello. Este tipo de “abogado administrativo” constituye otra modalidad
del ejercicio profesional, que debe ser indagada, en particular por su pervivencia
en zonas rurales o marginales de los centros urbanos.

Una de las características del proceso de reforma en materia penal ha sido el


crecimiento institucional y la mayor cobertura de la defensa pública. Desde hace
décadas existe un debate acerca del impacto que tiene esta nueva realidad sobre
la defensa privada, en especial en materia penal. Para algunos ha debilitado ese
ejercicio; para otros ha establecido nuevos estándares de calidad. Existen muchas
opiniones intermedias, que buscan fortalecer la institucionalidad de las
organizaciones públicas dedicadas a la defensa, con mixturas que permitan no
debilitar el ejercicio privado, que siempre fue considerado como una de las
herramientas que fortalecen a la sociedad civil en la defensa de los derechos
humanos. Esta relación necesita ser estudiada y desarrollada. No sólo en materia
penal, sino en el ámbito civil donde existen muchos problemas con el ingreso al
ejercicio profesional por parte de los abogados jóvenes. La hipótesis de que
existen cada vez más abogados desocupados o dedicados a otras actividades que
no son propias de los abogados y cada vez más necesidades jurídicas
insatisfechas, debe ser comprobada en la realidad, como base para el diseño de
nuevas formas de relación entre lo público y lo privado.

Por otro lado la dimensión económica del ejercicio de la abogacía necesita un


estudio nuevo. Las prácticas de cobros de honorarios forman parte de los
contratos privados, en una parte del mercado y de usos y costumbres que ya son
poco claros. Por otra parte, no queda claro si es rentable el ejercicio de la
abogacía, en qué medida y bajo qué condiciones. Eso genera falta de
previsibilidad a la hora de construir nuevas formas de ejercicio de la profesión. Por
otra parte, es necesario estudiar las formas de cobro de honorarios en los sectores
populares, qué función regulatoria cumplen los colegios de abogados, qué cargas
impositivas existen, etc. Ello no puede ser solamente un tema que se trasmite de
manera experiencial, ya que se trata de una dinámica económica en proceso de
cambio y central a la hora de definir formas de trabajo, relaciones con los clientes,
inversiones públicas y la determinación de las relaciones entre calidades posibles
de la abogacía y su costo económico.

Una investigación clave en este campo consiste en poder conocer la


jurisprudencia de los distintos tipos de tribunales de control disciplinario y de los
tribunales que han fallado sobre responsabilidad civil. De ellos se debería poder
extraer los principales precedentes que regulan este problema. Son pocos los
estudios que se han hecho sobre este punto y, lo que es más importante aún, no
son accesibles de un modo simple, rápido y con recursos ordinarios para cualquier
abogado que quiera saber cuáles son las reglas y los límites que regulan su
profesión. No sólo en temas tan sensibles como el alcance del secreto profesional,
sino en algo mucho más delicado que consiste en los límites que debe tener el
abogado para el asesoramiento preventivo, a la hora de que ello constituya la
comisión de un delito. Es bastante usual que las empresas les requieran opinión a
los abogados acerca de cómo cometer ilícitos tributarios, cambiarios, financieros,
etc. ¿Cuándo el abogado está alcanzado por el razonable ejercicio de su profesión
y cuando se convierte en cómplice de una organización criminal? Ya en otra
dimensión menos traumática, es necesario indagar las relaciones entre el ejercicio
de la abogacía y el sistema de seguros, para saber las condiciones, admisibles o
no, que imponen las empresas de seguros y su validez en juicio. Todo ello debe
ser analizado y publicitado y puesto a disposición de cada abogado. Es necesario
saber si los colegios de abogados han cumplido con esta misión o han dejado que
proliferen las zonas grises del ejercicio de la abogacía, que tanto daño le hacen a
los ciudadanos y, en especial, a los jóvenes abogados que deben moldear su
carrera profesional. Si no están claras las reglas para la propia comunidad
profesional, menos aún lo están para la sociedad en general.

Naturalmente el abogado es asociado con problemas que no son naturales


(esto lo diferencia con el médico) sino que son creados por otras personas, es
decir, es un malestar propio de la interacción social. El estar siempre vinculado a
un conflicto, casi siempre con componentes emocionales importantes, hace que la
legitimidad social de la abogacía sea frágil. Se debe, en consecuencia, construir
una matriz conceptual más compleja para analizar los problemas de confianza y
credibilidad que se ponen en juego en el ejercicio profesional. El abogado está
sometido a una lógica dual de héroe o villano y en este campo también juegan los
arquetipos históricos; lo que no sabemos es como se desarrolla el proceso de
construcción de legitimidad; cuáles son sus variables, sus tiempos y la dinámica
de ascenso o descenso de la confianza público. Por otra parte, el abogado queda
atrapado en una vaga comprensión del sistema judicial, del que forma parte, en
algún sentido, pero es marginal en otro. La propia relación de construcción de
legitimidad del sistema judicial se ha vuelto muy compleja en el contexto de
sociedades litigiosas, complejas y televisadas. Todo ello requiere abrir una
dimensión de trabajo empírico que se haga cargo de los problemas de legitimación
y confianza del ejercicio de la abogacía.
Referencias Bibliográficas

Calamandrei, P. (2009-1920). Demasiados abogados. Editorial Struhart. La Plata.


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Fucito, F. (1993). Sociología del Derecho. Editorial Universidad. La Plata.


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Nuevas configuraciones. Universidad Nacional de la Plata. La Plata. Argentina.

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