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Heráclito, afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante; que el ente deviene, que

todo se transforma, en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa.

Heráclito expresó del modo más vigoroso, y con gran riqueza de metáforas, la idea de que la
realidad no es sino devenir, incesante transformación: "todo fluye", "todo pasa y nada permanece.
no podemos bañarnos dos veces en el mismo río" (frag. 91), porque cuando regresamos a él sus
aguas, continuamente renovadas, ya son otras, y hasta su lecho y sus riberas se han transformado,
de manera que no hay identidad estricta entre el río del primer momento y el de nuestro regreso a
él. El río de Heráclito simboliza entonces el cambio perpetuo de todas las cosas. Por tanto lo
substancial, lo que tiene cierta consistencia fija, no la puede tener sino en apariencia; todo lo que
se ofrece como permanente es nada más que una ilusión que encubre un cambio tan lento que
resulta difícil de percibir, como el que secretamente corroe las montañas, por ejemplo, o un
bloque de mármol. Y lo que se dice de cada cosa individual, vale para la totalidad, para el mundo
entero, que es un perenne hacerse y deshacerse.

Heráclito sostiene que el cosmos no es obra de los dioses, ni mucho menos, naturalmente, de los
hombres; por el contrario, el mundo "siempre fue, es y será", es decir, es eterno, de duración
infinita, desde siempre y para siempre, con lo cual Heráclito fue "el primero en presentar en
Grecia un concepto de eternidad que es infinidad temporal del ser"

Pero, ¿en qué consiste el mundo, cuál es su fundamento, lo que lo hace ser tal como es? Heráclito
afirma que es "fuego siempre vivo". Respecto del significado que le diera el filósofo al fuego,
caben dos interpretaciones diferentes, que en el fondo no son incompatibles. -En primer lugar se
puede pensar que "fuego" designa el principio o fundamento (αρχη) de todas las cosas, como
especie de "material" primordial del que todo está hecho.

El camino hacia arriba y el camino hacia abajo, uno y el mismo camino", se lee en el fragmento 60,
lo cual se referiría al proceso por el cual se generan todas las cosas del fuego y por el cual todas
retornan a él; el camino hacia abajo sería el proceso de "condensación" por el cual del fuego
proviene el mar (el agua) y de éste la tierra; el proceso inverso es el camino hacia lo alto, que por
"rarefacción" lleva de la tierra al mar y del mar al fuego. En segundo lugar, puede pensarse que
"fuego" sea una metáfora, una imagen del cambio incesante que domina toda la realidad, elegido
como símbolo porque, entre todas las cosas y procesos que se nos ofrecen a la percepción, no hay
ninguno donde el cambio se manifieste de manera tan patente como en el fuego: la llama que
arde es cambio continuo, y cuanto más quieta parece estar, tanto más rápido es el proceso de
combustión (cuando chisporrotea, por el contrario, es más lento). Fácil es comprender, sin
embargo, que ambas interpretaciones del "fuego" no son necesariamente excluyentes: el fuego
bien pudo haber sido para Heráclito símbolo del cambio, y a la vez motor y substancia del mismo.
Parménides, enseña que el fundamento de todo es el ente inmutable, único y permanente; que el
ente "es", simplemente, sin cambio ni transformación ninguna. no hay

posibilidad de alcanzar el ser sino mediante la razón. "La posibilidad de concebir algo

(concebibilidad) (y, en consecuencia, la posibilidad de expresarlo) es criterio y prueba de

la realidad de lo que es concebido (y expresado) porque solamente lo real puede

concebirse (y expresarse) y lo irreal no puede concebirse (ni expresarse). Con lo cual

Parménides llega a expresar, no sólo que pensar una cosa equivale a pensarla existente,

sino también que la pensabilidad de una cosa prueba su existencia; porque si sólo lo real

es pensable, lo pensado resulta necesariamente real"

o hay algo, algo es, es decir, hay ente -o bien no hay nada

El ente es inmutable, es decir, no está sometido al cambio, en ninguna de sus

formas (cf. Cap. VI, § 5) -"permaneciendo el mismo en el mismo estado, reposa en sí

mismo" es preciso sostener que el ente nunca puede dejar de ser, que el ente es

imperecedero: "así como es ingenerado es también imperecedero" (frag. 8, vers. 3).

Porque si el ente se destruyese, si dejase de ser, entonces sería el no-ente, la nada; y como esto,
según ya se sabe, es absurdo, es necesario eliminar la posibilidad de la desaparición del ente,
tanto como la de su generación. El ente es además intemporal. En tanto que Heráclito pensaba la
eternidad como infinita duración a través del tiempo (cf. p. 21), Parménides piensa la eternidad del
ente como eternidad supratemporal, como constante presencia, como eterno presente,28

Jamás era ni será, puesto que es ahora todo a la vez. o, quizás más exactamente, como in-
temporalidad. Carece de significado hablar de pasado o de futuro respecto del ente; decir "fue" o
"será" implica duración a través del tiempo. "Sólo puede usarse el presente 'es', porque no hay
proceso ninguno de devenir que comience en un tiempo y termine en otro, durante el cual
pudiésemos decir que todavía no es por completo, pero que habrá de serlo en el futuro.

Decir "fue" o "será", y, en general, hablar del tiempo, supone un proceso de devenir a través del
cual el ente dura; pero el ente es pleno y completo, y por tanto no tiene sentido aplicarle
determinaciones temporales: simplemente "es", como constante presencia más allá o
independientemente de todo tiempo posible, en una especie de presente sin duración ninguna.

Pero si el ente es uno, inmutable, inmóvil, etc., ¿qué pasa entonces con el mundo sensible, con las
cosas que vemos, oímos y palpamos -qué pasa con las mesas, las flores, las montañas, el mar, y
con nosotros mismos, que somos muchos, y no uno, y que nacimos y cambiamos a cada instante y
que habremos de morir? Parménides no transige con nada de ello, puesto que se ha demostrado
que sólo el ente es; por tanto, Todas las cosas sensibles y sus propiedades todas -movimiento,
nacimiento, color, etc.- no son más que ilusión, vana apariencia, nada verdaderamente real, sino
fantasmas verbales en los que sólo pueden creer quienes, en lugar de marchar por el camino de la
verdad, andan perdidos por el camino de la mera "opinión”

SÓCRATES

en una época en que todos creen saberlo todo, o poder enseñarlo todo y discutirlo todo, en pro o
en contra indistintamente, sin importárseles la verdad o justicia de lo que dicen -sugestiva
coincidencia con nuestro propio tiempo-, Sócrates proclama su propia ignorancia. los demás creen
saber, cuando en realidad no saben ni tienen conciencia de esa ignorancia, mientras que él,
Sócrates, posee esta conciencia de su ignorada que a los demás les falta.

Sólo sé que no sé nada",

Frente a la infinitud e inabarcable complejidad de la realidad, frente al misterio que late en todas
las cosas y en especial en la vida humana y en su destino, todo lo que el hombre pueda saber es
siempre, por su finitud irremediable, casi nada; el nombre es profundamente ignorante de los más
grandes problemas que lo conmueven, las grandes cuestiones de su destino y del sentido del
mundo. Y, sin embargo, los hombres presumen saberlo, sin quizás haberse siquiera planteado el
problema, ni menos haberlo pensado detenidamente. Cada hombre, por ejemplo, cree saber cuál
debe ser el sentido de la vida humana, puesto que en cada caso ha elegido (o, en el peor de los
casos, desea) una determinada manera de vivirla -como comerciante, o como poeta, o como
médico, etc.-, afirmando con ello implícitamente el valor del tipo escogido, así como el de las
actitudes que asume en cada caso concreto -trabajar, o robar, o mentir, o rezar. Y sin embargo
pocos, muy pocos, se plantean el problema de la "verdad" o "bondad" de tal vida o tales actitudes,
ni menos todavía son capaces de "dar razón" de todo ello. Por lo común, más que realizar
personalmente sus existencias, los hombres se dejan vivir, se dejan arrastrar por la marea de la
vida, por las opiniones hechas, por lo que "la gente" dice o hace.

De esta forma Sócrates descubre los límites de todo conocimiento humano, piensa a fondo esta
radical situación de finitud que caracteriza al hombre (cf. Cap. I, § 7); éste sólo llega a la conciencia
adecuada de su humanidad, de aquello en que reside su esencia, cuando toma conciencia de lo
poco que sabe. En este sentido Sócrates es sabio: porque no pretende, ingenuamente, como los
demás, saber lo que no sabe.

METODO DE SÓCRATES LA REFUTACIÓN

La refutación (ελεγχος [élenjos]) consiste en mostrar al interrogado, mediante una serie de hábiles
preguntas, que las opiniones que cree verdaderas son, en realidad, falsas, contradictorias,
incapaces de resistir el examen de la razón. Sócrates se dirige, por ejemplo, a un general,
pidiéndole que le diga qué es la valentía; o se dirige a un pedagogo preguntándole qué es la virtud,
hacia la cual toda educación debiera orientarse; o bien le pregunta a un político qué es la justicia,
puesto que toda política debiera empeñarse por realizarla. Sócrates mismo no responde a estas
preguntas, arguyendo que ignora las respuestas. Los interrogados, en cambio, creen
ingenuamente saber lo que se les pregunta -como, por los demás, todos creemos ingenuamente
saberlo-; pero el interrogatorio a que Sócrates los somete pone en evidencia que se trata de un
falso saber: en el momento en que ello se hace manifiesto, Sócrates los ha refutado.

La refutación hace, pues, que el refutado se llene de vergüenza por su falso saber y reconozca los
límites de sí mismo. Sólo merced a este proceso catártico -de resonancia no sólo médica, sino
también religiosa- puede colocarse al hombre en el camino que lo conduzca al verdadero
conocimiento: tan sólo el reconocimiento de la propia ignorancia puede constituir el principio o
punto de partida del saber realmente válido.

Se comprende entonces mejor lo que Sócrates busca: la eliminación de todo saber que no esté
fundamentado. Por este lado, su método se orienta, pues, hacia la eliminación de los supuestos.

EL MUNDO DE LAS IDEAS PLATÓN

Platón está persuadido de que el verdadero saber no puede referirse a lo que cambia, sino a algo
permanente; no a lo múltiple, sino a lo uno.

Como lo permanente e inmutable no se encuentra en el mundo de lo sensible, Platón postula otro


mundo, el mundo de las "ideas" o mundo inteligible, o lugar "supraceleste", del que el mundo
sensible no es más que copia o imitación.

Por ejemplo, en nuestro caso, el aspecto, no de ser cómoda o incómoda, roja o verde, sino el
aspecto de ser "silla" -lo cual, es preciso observarlo bien, no es nada que se vea con los ojos del
cuerpo, ni con ningún otro sentido (no hay, en efecto, ninguna sensación de "silla", sino sólo de
color, o sabor, o sonido, etc.), sino solamente con la inteligencia: por eso se dice que se trata del
aspecto "inteligible", es decir, de la "esencia".

Supóngase un leño (1) igual a otro (2), menor que un tercero (3) y mayor que un cuarto

(4). a) En primer lugar, obsérvese que el leño 1 es igual al 2, menor que el 3 y mayor que

el 4, es decir, que el leño 1 es a la vez, igual y no-igual, pues es menor y mayor, esto es,

que es contradictorio. Pero la igualdad, o, como también dice Platón, "lo igual en sí", la

idea de igualdad, no es igualdad en cierto respecto y en otros no, no se convierte en la

idea de la desigualdad (si esto sucediera, no podríamos pensar), sino que es siempre la

igualdad, perfectamente idéntica a sí misma. b) En segundo lugar, se puede cortar en dos

el leño 1, y entonces el leño, que era igual al 2, se habrá convertido en menor, habrá
dejado de ser igual, habrá desaparecido como igual; y desaparecerá absolutamente si se

lo quema.

Pero la igualdad misma no se la puede cortar y convertirla en lo menor, ni se la

puede destruir, c) En tercer lugar, las cosas iguales, como los leños, son sólo

imperfectamente iguales, tanto por todo lo que se acaba de decir, cuanto por la

circunstancia de que, observados con mayor precisión -con una lupa, v. gr.-, revelarían

diferencias. Las cosas iguales, pues, "aspiran" a ser como la igualdad en sí, pero en el

fondo siempre les falta algo para serlo plena o perfectamente, son insuficiente o

imperfectamente iguales, deficientemente iguales. En general, las cosas sensibles no son

plenamente, sino que constituyen una mezcla de ser y no-ser.

Se desprende entonces de todo lo anterior que las cosas iguales (o las cosas

triangulares) -y, generalizando, las cosas sensibles- son contradictorias, cambiantes e

imperfectas, en tanto que la igualdad (o la triangularidad) -y, en general, todas las ideasson

idénticas, inmutables y perfectas. Por ende, cosas sensibles e ideas representan dos

órdenes de cosas, dos modos de ser, totalmente diferentes. La belleza es siempre la

belleza; en cambio las cosas o personas bellas, por más hermosas que sean, llega un

momento en que dejan de serlo, o simplemente desaparecen. Por ello es también

diferente nuestro modo de conocerlas; las cosas iguales se las conoce mediante los

sentidos (y por ello cosas de este género se llaman cosas sensibles), en tanto que la

igualdad no se la ve, ni se la toca ni oye, ni la capta ninguno de los otros sentidos, sino

que se la conoce mediante la razón, mediante la inteligencia (por ello de la igualdad, de la

belleza, la justicia, etc., se dice que son entes inteligibles).

Mas para que al ver el retrato de Pedro yo me acuerde de Pedro o reconozca que es

retrato de Pedro, es preciso que antes haya conocido a Pedro; de otra manera, no lo

reconocería. Del mismo modo, si al ver dos leños iguales reconocemos allí la igualdad,
aunque la igualdad misma no la "vemos", esto supone que de alguna manera ya

conocíamos la igualdad; no podríamos pensar que dos cosas sensibles son iguales, si no

supiésemos ya de alguna manera qué es la igualdad, así como no podemos decir que un

objeto es hermoso sin tener previamente el conocimiento de la idea de belleza, o decir

que tal figura es triangular sin saber qué es el triángulo; la igualdad, la belleza, la

triangularidad son, respectivamente, el "modelo" que cada una de estas cosas "imita", y

sólo su conocimiento "previo" permite reconocerlas como iguales, bellas o triangulares -de

modo semejante como en el caso del retrato de Pedro. Y como en este mundo sensible

no se percibe la igualdad, la belleza ni la triangularidad (sino sólo se ven cosas singulares

iguales, bellas, triangulares), es preciso que el conocimiento de las ideas lo hayamos

adquirido "antes" de venir a este mundo.

Así, al menos, se expresa Platón. Antes de nacer, el alma del hombre habitó el

mundo de las ideas, donde las contempló y conoció en su totalidad y pureza. Al venir a

este mundo y a este cuerpo, atraviesa un río, el Leteo, el río del Olvido, y ese saber suyo

de las ideas se olvida, si bien queda latente, de manera que ahora, con ocasión de las

cosas sensibles que ve, lo va recordando más o menos oscuramente: al ver leños iguales,

"recordamos" la igualdad, al ver cosas bellas recordamos la Belleza, etc. "Aprender no es

sino recordar" (Fedón 72 e; Menón 81 a ss; cf. Cap. IV, § 7).

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