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La Simulación Relativa y La Interposición Real de Personas.

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Título: La simulación relativa y la interposición real de personas


Autor: Crovi, Luis Daniel
Publicado en: LA LEY 16/11/2005, 1 - LA LEY2005-F, 408
Cita: TR LALEY AR/DOC/3445/2005

Sumario: SUMARIO: I. Los antecedentes del caso. - II. La simulación relativa por interposición de
personas. - III. La prueba en la acción de simulación ejercida por terceros. - IV. El mandato oculto y la
acción intentada en el juicio. - V. Conclusión.
I. Los antecedentes del caso
El fallo de la sala E de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil vuelve a poner de manifiesto
un viejo tema para el derecho: Si la compra de un inmueble y su posterior inscripción a nombre de otra persona
constituye o no un supuesto de simulación.
En el caso, se trata de la adquisición que realizó la demandada de un inmueble cuando convivía con el padre
de los actores de este juicio, quienes carecen de un contradocumento emanado por el de cujus en donde se
pruebe el carácter de mandataria oculta de la hoy accionada.
El tribunal decidió que, al no existir el mentado contradocumento, la prueba de la supuesta simulación debió
basarse en hechos reales, que por su número, gravedad y concordancia produjeran la convicción en el juzgador
sobre el carácter ficticio del acto. La sola convivencia entre la demandada y el causante no sirvió para acreditar
la causa simulandi, como tampoco sirvió para acreditar ese extremo la venta del inmueble de la sociedad
conyugal hecha por el causante durante el trámite de su divorcio, ni la supuesta intención del padre de los
actores de sustraer un nuevo bien a los reclamos alimentarios de su ex cónyuge.
Todos estos elementos, sumados a la circunstancia de encontrarse probado en autos que la accionada pudo
tener medios económicos suficientes para acceder a la compra del inmueble, llevaron a propiciar el rechazo de
la demanda.
II. La simulación relativa por interposición de personas
La simulación es frecuente en los negocios jurídicos. Se usa para ocultar bienes o ciertas actividades, para
escapar a prohibiciones u obligaciones legales, para burlar a los acreedores, para evadir impuestos, etc. A veces,
la simulación nada tiene de reprochable y puede tratarse de una manifestación de auténtica modestia, de
delicadeza, de decoro, para no herir susceptibilidades. Pero en la mayoría de los casos, el fin perseguido es
contrario a la ley o a los intereses de terceros (1).
A diferencia del error, el dolo o la violencia que afectan todos los actos voluntarios, la simulación se
presenta como un vicio propio de los negocios jurídicos ya que no afecta la voluntad sino la buena fe, entendida
como una conducta leal, como la obligación de expresar lo verdaderamente querido frente a terceros.
El negocio simulado es un negocio en donde la voluntad no está distorsionada, es un acto realizado con
discernimiento, libertad e intención de crear una "mera apariencia" o de encubrir algo real bajo una "apariencia
ficticia". Cada parte sabe bien lo que quiere decir y emplea, a ese efecto, un lenguaje convencional, una jerga
que tiene un sentido efectivo diverso del que aparece en la letra de las declaraciones. Voluntad interna y
voluntad declarada coinciden en el acuerdo simulatorio: las partes deciden realizar un negocio ficticio para
engañar a los terceros; y luego en la segunda etapa del proceso, las partes quieren las declaraciones que emiten,
aunque no quieren el contenido de dichas declaraciones; no quieren la regulación económica o jurídica que le
corresponde (2).
Por ello, la simulación puede definirse como el defecto de buena fe del negocio jurídico consistente en la
discordancia conciente y acordada entre la voluntad real y la declarada por los otorgantes del acto, efectuada con
ánimo de engañar, de donde puede resultar, o no, la lesión al orden normativo o a los terceros ajenos al acto (3).
Para Messineo, la simulación importa una divergencia conciente entre la voluntad y la declaración, y esto es
 

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porque simular importa "mentir", ya sea porque se oculta -en todo o en parte- una verdad, o se hace aparecer
como verdadera una cosa que es mentira, o porque se hace aparecer a los ojos de los terceros una verdad diversa
de la efectiva. La simulación puede crear un acto totalmente ficticio, o crear un acto engañoso que esconda la
verdadera voluntad de las partes, pero en ambos casos es necesario un acuerdo simulatorio entre las partes del
acto simulado, que en sí mismo es también un acto jurídico que genera relaciones jurídicas de mera apariencia o
de una apariencia distinta de los verdaderos efectos que pretenden conseguir las partes. El acuerdo simulatorio
resulta un paso previo existente en toda simulación, "un momento prenegocial" como lo designa Mosset
Iturraspe, o una declaración secreta como la llama Compagnucci de Caso que lleva a las partes a realizar un acto
de mera apariencia o las vincula al negocio oculto cuando existe (4).
La causa simulandi, es decir el motivo que induce a las partes a recurrir a la ficción -el porqué del acto
simulado-, no resulta un requisito imprescindible para acreditar la existencia del vicio, pero si un elemento de
juicio muy importante para que juez valore la veracidad o falsedad del acto cuestionado como ficticio.
Como sabemos, el Código Civil no da una definición de simulación, sino meros ejemplos de simulaciones
relativas en el art. 954. Dentro de los supuestos enumerados por el codificador, se menciona que la simulación
tiene lugar cuando "... se constituyen o transmiten derechos a personas interpuestas, que no son aquellas para
quienes en realidad se constituyen o transmiten".
Cuando en el negocio jurídico aparece como parte del mismo quien en realidad no lo es, puede tratarse de un
mandato oculto que no configura ningún acuerdo simulatorio con el cocontratante, o de un testaferro que actúa
en complicidad con las verdaderas partes del negocio simulado (5). En efecto, puede suceder que alguien
adquiera el dominio de un inmueble como "comitente" de quien en definitiva será su verdadero dueño, en este
supuesto comprador y vendedor han realizado un negocio real, hay aquí una interposición real de persona, el
acto jurídico no es simulado pues no hay acuerdo simulatorio entre los otorgantes del acto, ya que el vendedor
desconoce que el adquirente (prestanombre) actúa por orden del verdadero comprador.
Distinta es la situación cuando la interposición es ficta, pues allí sí hay un acuerdo trilateral que invalida el
negocio jurídico celebrado. Esto sucede cuando (siguiendo el ejemplo anterior) el vendedor vende
simuladamente a un "testaferro" quien luego se encarga de volver a vender o transmitir al verdadero destinatario
del negocio. En este último caso vendedor, testaferro y comprador han participado de un acuerdo cuya finalidad
fue evitar una prohibición de venta o perjudicar a un tercero (6).
La interposición de personas puede también responder a un pacto de fiducia, pero en la interposición
fiduciaria hay una transmisión real por la cual el fiduciario se obliga a volver a transmitir el derecho. No
enfrentamos aquí el tema de los negocios indirectos recientemente tratados por la XX Jornadas Nacionales de
Derecho Civil, en los cuales se recurre a una vía oblicua, transversal para obtener el fin perseguido. No hay en
esos supuestos una falsa transmisión, sino una transferencia real de derechos que cumple un fin económico
determinado de antemano por las partes del negocio (7).
Es bastante conocida la jurisprudencia de la Cámara Civil de la Ciudad de Buenos Aires, que ha venido
sosteniendo que cuando existe interposición real de personas, no hay un acto simulado, ya que el acto es real y
surte todos los efectos entre las partes, sin perjuicio de las relaciones existentes entre el adquirente y su
mandante oculto, las que son para el enajenante res inter alios acta. Ello es así, toda vez que el tradens ha
querido enajenar el bien a favor del accipiens y no del mandante oculto; o sea, que aquél no ha constituido o
transmitido derechos a personas distintas del adquirente (8).
Esta doctrina judicial ha sido reafirmada por misma Sala E que ha decidido el fallo que anotamos, quien
tiene dicho desde hace mucho tiempo que en caso de interposición real de personas, es decir, de un negocio
celebrado mediante alguien que sería efectivo mandatario oculto de otra persona, que no aparece como parte de
la operación, el acto es válido y no adolece de ningún vicio (9).
Es que, como distingue Mayo, la simulación relativa puede ser subjetiva, cuando se refiere a los sujetos del
negocio jurídico (interposición ficticia de persona) u objetiva cuando atañe al objeto o a la naturaleza del
 

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negocio (o más concretamente sobre la causa del negocio), o sobre una modalidad del negocio. Dentro de la
simulación subjetiva está la denominada interposición ficticia de persona, por oposición a la interposición real
de persona (denominada representación indirecta; también en el mandato oculto), la primera sirve para esconder
la verdadera persona con la cual se quiere contratar, presentándose, de tal modo, un acuerdo simulatorio entre
interponente, testaferro que hace las veces del primero como parte contratante, y el otro contratante cuyo
consentimiento en la maniobra es esencial para que exista simulación, de lo contrario sólo tendríamos un
propósito unilateral de simulación y no una verdadera simulación (10).
En el caso de una venta, según Mayo, desde el momento en que el enajenante desconoce quien es el
verdadero contratante no hay acuerdo simulatorio, y la titularidad efectiva del bien se produce en cabeza del
representado. Lo mismo puede decirse cuando el adquirente ha recibido el dinero de un tercero ajeno en sí al
negocio de adquisición para abonar el precio. En todos estos casos nos encontramos con la figura denominada
donación indirecta, y no con una de las especies de simulación (la subjetiva). Por ello, en estos casos el
procedimiento de impugnación tiene que seguir otra vía, que se resume ya en un procedimiento contra la ley, ya
en el cuestionamiento de la donación por la vía de la reducción o de la colación, ya exigiendo el cumplimiento
de un mandato oculto.
III. La prueba en acción de simulación ejercida por terceros
Quien es ajeno al acto simulado, pero sufre sus efectos, está legitimado para demandar la nulidad del mismo,
nulidad que al ser declarada aprovecha no sólo a quien la intenta sino al resto de los terceros interesados pues el
efecto de la nulidad es volver las cosas al estado anterior al negocio simulado.
Están legitimados para iniciar la acción de simulación todos aquellos que tengan un derecho actual o
eventual, bastando con que el acto impugnado entrañe un peligro de hacer perder un derecho o de no poder
utilizar una facultad legal. Hay que recordar que pueden ejercer esta acción los acreedores de fecha posterior al
acto simulado, requisito que diferencia esta acción de la acción revocatoria; y también que esta acción puede
acumularse con la acción revocatoria, y la prueba a rendirse demostrará si el acto es simulado o fraudulento,
produciéndose de acuerdo al resultado del juicio la nulidad o la inoponibilidad del negocio frente a terceros.
El contradocumento si bien es la prueba más importante para acreditar la simulación, no constituye la única,
la doctrina mayoritaria en nuestro país (Salvat, Llambías, López Olaciregui) fue desde siempre admitiendo otros
medios de prueba cuando hubiere mediado imposibilidad física o moral de procurarlo, recordando que la prueba
de la simulación se rige por la norma amplia del art. 1190 del Cód. Civil, y el negocio falso puede acreditarse
por principio de prueba de escrito, confesión judicial, etc. Ello sobre la base que las partes generalmente tratan
de no dejar "rastros" o de desvanecer todo elemento probatorio que permita a terceros acreditar la falsedad del
acto.
Así, se gestó la idea que la acción de simulación (sobre todo cuando es ejercida pro terceros) puede probarse
por otros medios, es decir se permite la prueba indirecta basada en los indicios, las conjeturas, pero dichas
presunciones deben revestir la calidad de ser varias, graves, precisas y concordantes, de forma que el juzgador
arribe a una íntima convicción, de que el acto celebrado no ha sido real y que la falsedad que encerró tuvo la
indudable intención de perjudicar a terceros.
La apreciación de la prueba de presunciones es una cuestión de hecho librada al recto criterio judicial, y
mientras el juez debe ser riguroso en la apreciación de la prueba producida por las partes, puede no serlo
respecto de terceros, quienes generalmente la única prueba que poseen a su disposición son precisamente las
presunciones.
En la acción de simulación el objeto de la prueba será el negocio simulado, pero en realidad éste constituye
el último eslabón en un proceso que presupone la existencia de un motivo para simular, un acuerdo simulatorio
y la materialización de ese acuerdo en el acto simulado.
Ya dijimos que la causa simulandi no es un requisito de la simulación, sin perjuicio de ser un elemento
 

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revelador de significativa importancia. En cuanto al acuerdo simulatorio, resulta un paso previo en toda
simulación, de modo que en principio también es objeto de prueba, si la acción es ejercida por terceros, como
éstos no participaron del acuerdo secreto, pueden -como vimos- valerse de toda clase de prueba, pero carga
probatoria pesa, en principio, sobre quien alega la simulación (11).
De todas formas, por la índole del litigio, por el objeto y por el principio de la "carga dinámica de la prueba",
el demandado no puede limitarse a la simple negativa de los hechos invocados por la contraria, sino que está
obligado a ofrecer y rendir las pruebas necesarias para determinar la verdad de los actos cuestionados. Sin
perjuicio de lo cual, se impone apreciar la prueba con un criterio restrictivo, ya que es menester mantener la
presunción de validez de los negocios jurídicos y de no destruir la confianza pública (12).
En ese marco, la Cámara de Apelaciones decidió rechazar la pretensión de los actores. El concubinato de la
demandada con el causante eximía a las partes de presentar (llegado el caso) el contradocumento, pero esa
relación no exime a los terceros de probar de forma inequívoca la simulación. Las presunciones no fueron
concordantes y determinantes para tener por no realizado el negocio de compraventa en cabeza de la
demandada.
IV. El mandato oculto y la acción intentada en el juicio
En el caso que comentamos, fueron los propios actores quienes señalaron que la adquisición del inmueble
por parte de la demandada, lo fue en carácter de "mandataria oculta". Es por el ello, que en su voto, el Dr. Miras
señala que si existe interposición real de persona, la acción que se posee para que el prestanombre sincere el
acto es la de mandato y no la de simulación.
Mandato y representación están íntimamente vinculados y ello surge de la propia definición que da el
Código Civil sobre mandato (art. 1869) (13), pero el concepto de representación es más amplio, y según
Messineo, la representación se da cuando un sujeto declara su voluntad no para sí, sino para otro, es decir para
servir el interés de otro sujeto, produciéndose los efectos jurídicos de su declaración en la esfera del
representado (14). Es como dice Betti, transferir a un tercero el destino del contenido preceptivo del negocio
(15).
La representación puede ser directa e indirecta, la primera se da cuando el representante actúa en nombre y
por cuenta de otro, y la indirecta se produce cuando el representante actúa en su propio nombre, pero por cuenta
de otro. En este segundo caso, el negocio se hace en apariencia para el representante pero el beneficio es para su
representado que permanece oculto. Volviendo a las enseñanzas de Messineo, el representado entra en relaciones
mediatas (de enajenación o adquisición), con terceros, pero frente a la persona con quien se celebra el negocio
esa voluntad no aparece.
En el caso de análisis, según el criterio del juzgador, si existió alguna "simulación", lo "disimulado" fue el
mandato, pero la sentencia no se detiene en determinar si los herederos han ejercido correctamente -en caso de
poder hacerlo- la acción que supuestamente no ejerció el de cujus, y exigir la "devolución" del negocio a su
verdadero dueño.
Es que en estos supuestos, como aclara Mayo, el intermediario real es un verdadero contratante, mandatario
en nombre propio, y adquiere en su nombre una situación jurídica que, por su relación interna, queda obligada a
transmitir al mandante oculto. Si no lo hace, lo que resta es demandar para el cumplimiento forzoso de esa
obligación.
Si se solicita la declaración de nulidad del acto simulado, por el efecto mismo que esta pretensión ocasiona
(invalidar el acto frente a cualquiera que pretenda su validez) es necesario que se configure un litisconsorcio
pasivo necesario (16), lo que impone demandar a las dos partes del acto que se dice simulado, en cambio cuando
el que invoca ser el verdadero titular del derecho acciona contra quien sostiene haber actuado como
prestanombre suyo y es extraño a esta relación, el transmitente a cuyo favor no existe obligación pendiente no
está obligado a intervenir en el proceso (17).
 

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En el caso de autos se perseguía una acción de simulación, y ello implicaba una petición de ineficacia "erga
omnes" que no podía ser declarada sin la presencia de todos los que intervinieron en el negocio presuntamente
simulado (18). En suma, no se trataba como se sostiene en el fallo de una simple cuestión de "calificación de la
acción", el juzgador debía rechazar la acción pues la sentencia no podía pronunciarse útilmente, existía además
un error procesal que impedía el progreso de la demanda (19).
Ahora bien, si la acción que debió intentarse es la tendiente a hacer cumplir las obligaciones del mandatario
en el mandato oculto, hay que evaluar si dicha demanda podía ser promovida por los herederos. El principio
general es el establecido en materia de efectos de los contratos en el art. 1195 del Cód. Civil, y así "los efectos
de los contratos se extienden activa y pasivamente a los herederos y sucesores universales, a no ser que las
obligaciones que nacieren de ellos fuesen inherentes a la persona, o que resultase lo contrario de una disposición
expresa de la ley, de una cláusula del contrato, o de su naturaleza misma".
El mandato termina por la muerte del mandante, salvo las excepciones previstas en los artículos 1980 y 1982
del Código Civil, así la muerte del mandante no pone fin al mandato cuando el negocio objeto del mandato debe
ser cumplido o continuado después de su muerte, o cuando ha sido dado en interés común del mandante y del
mandatario, o en interés de un tercero (20). El efecto extintivo del mandato por la muerte del mandante es
indiscutido, no obstante ello, el mandato no cesa cuando se puede deducir que así lo quería el mandante
fallecido o ello le fuera perjudicial, por ello el codificador admite que se pacte expresamente esa continuación
(art. 1981, Cód. Civil). Sin embargo todo ello es admitido temporariamente, ya se hace con el fin de no lesionar
al propio mandante, pero siempre es subalterno respecto de la extinción por la muerte que se debe producir
necesariamente. No se trata solo de una facultad, ya que, a fin de que no se produzcan perjuicios, la ley obliga al
mandatario a continuar (art. 1969) confiriéndole ultractividad al negocio (21).
Pero que el mandato termine y que la calidad de mandatario o mandante no es transmisible a los herederos
(art. 1963, Cód. Civil), no implica que el mandatario (aún en el supuesto de representación indirecta o mandato
oculto) quede obligado a restituir la cosa adquirida por encargo a su verdadero dueño o, en su caso, a responder
por los daños y perjuicios (art. 1904, Cód. Civil) y a rendir cuentas de su gestión (art. 1909, 1911 y conc., Cód.
Civil). Esta es la pretensión que debió intentarse en el caso analizado (22).
Sólo resta aclarar, que si el mandato oculto supone una interposición de personas prohibidas por la ley (por
ejemplo en los casos del art. 1361 para la compraventa), el acto de transmisión será inválido y puede ser
declarado nulo, pero no porque haya mediado simulación, sino porque existió un acto prohibido, en virtud de un
mandato oculto para un negocio que el mandante no tenía capacidad de celebrar (23).
V. Conclusión
Una cosa es la simulación relativa por interposición ficticia de personas y otra distinta es el negocio jurídico
celebrado sin acuerdo simulatorio con un tercero, en donde existe un contratante oculto representado por un
mandatario que actúa sin invocar representación. En estos casos, frente al otro contratante, quien celebra el
negocio es el mandatario, no hay acuerdo entre las tres partes para disimular el acto, sólo hay un mandatario
oculto y un mandante que es el verdadero dueño del negocio.
En una acción por simulación, los terceros afectados deben probar el acuerdo simulatorio y la falsedad del
acto, pero además, conforme la finalidad de la acción y lo que se intenta probar, es necesario que intervengan en
la acción todos los que participaron del acto presuntamente falso, pues indudablemente todos se verán
alcanzados por los efectos de la nulidad que provoca la acción, ya que un acto jurídico no puede ser válido e
inválido al mismo tiempo; todo ello, dejando a salvo los derechos adquiridos por terceros de buena fe en los
términos del art. 1051 del Cód. Civil (24).
Cuando los sucesores actúan con interés distinto al causante deben ser tratados como terceros imponiéndoles
la carga probatoria y si bien es posible recurrir a las presunciones, estas deben ser serias y concordantes, y no
meros indicios.

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En el caso comentado los actores no sólo no lograron probar la simulación, sino que tampoco llevaron a la
convicción del juzgador sobre la existencia de hechos reales para lograr exigir, a la intermediaria del negocio
(mandataria oculta), el cumplimiento del mandato.

Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723)


(1)  Enciclopedia Jurídica Omeba, t. XXV, p. 504, Ed. Bibliográfica Argentina, Buenos Aires, 1968.
(2)  CÁMARA, "Simulación en los actos jurídicos", citado por BUERES-HIGHTON, "Código Civil y normas
complementarias, análisis doctrinario y jurisprudencial", t. 2B, p. 625, Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 2004.
(3)  CROVI, Luis D., "Código Civil Comentado, Hechos y Actos Jurídicos" Directores Rivera, J. C. - Medina,
Graciela, p. 413, Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2004.
(4)  Mosset Iturraspe, siguiendo a Ferrara, ha señalado la posibilidad de un acuerdo simulatorio en los actos
unilaterales recepticios en donde se requiere la cooperación de la persona a quien va dirigida la manifestación de
voluntad. Se cita como ejemplo la renuncia gratuita de una obligación (art. 868 CC) que requiere la aceptación
para resultar irrevocable o irrectractable. ("Negocios Simulados y Fraudulentos", t. I, p. 85, Ed. Rubinzal
Culzoni, Santa Fe, 2001).
(5)  Lopez de Zavalía distingue: "a la comisión civil a la que se la llama también mandato sin representación.
Algunos la llaman "mandato oculto", dando por supuesto que se acude a ella con fines simulatorios, ya lícitos,
ya ilícitos. Según ello, bajo la apariencia de una contratación nomine proprio, se ocultaría una contratación
nomine alieno ... Rechazamos la denominación de "mandato oculto" porque la comisión civil puede funcionar
proclamándose a los cuatro vientos que lo es, e informando al interesado que así se actúa, sin silenciar nada".
(LÓPEZ DE ZAVALÍA, Fernando J., "Teoría de los Contratos", t. 4, p. 506, Ed. Zavalía, Buenos Aires, 1993).
(6)  Aclara Messineo en este caso el acuerdo simulatorio tiene simplemente la función de establecer quien es el
contratante efectivo en lugar del contratante aparente (persona interpuesta), como resulta del contrato; pero es
una función esencial porque, sin aquel acuerdo, la persona interpuesta no sería tal; sería un contratante efectivo.
(MESSINEO, Francesco, "Doctrina General del Contrato", t. II, p. 18, Ed. Ejea, Buenos Aires, 1986).
(7)  No es nuestro tema, pero vale señalar que, como conclusión aprobada por la mayoría de quienes
intervinimos en la Comisión N° 1, quedó expresado que el negocio indirecto "Es una modalidad negocial,
operación o procedimiento al que los particulares recurren valiéndose de un negocio jurídico típico, cuyas
consecuencias normales aceptan con el propósito de obtener una finalidad ulterior distinta. Es un negocio
jurídico real, que no es oculto como ocurre en la simulación relativa, y no constituye una categoría autónoma".
(8)  CNCiv., sala F, "Valdez de Ferreyra, María Delia c. Ferreyra, Dardo A. y otro s/simulación", 25/12/97, ED
Boletín N°2/1998, Sec. Jurisprudencia Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil.
(9)  CNCiv., sala E, 19/12/78, ED, 84-276.
(10)  MAYO, Jorge "La inscripción de bienes a nombre de otra persona no es un supuesto de simulación (ED,
176-988).
(11)  Es doctrina de nuestra Corte Suprema que quien alega la simulación del negocio jurídico le incumbe la
carga de la prueba, la que es de interpretación restrictiva porque aun en caso de duda debe estarse por la validez
del acto atacado, pues así lo exige la confianza pública y la estabilidad de las relaciones jurídicas (CS, Fallos
311:769 - 17/05/1988).
(12)  CNCiv., sala E, LA LEY, 101-1001
(13)  Nuestro el Código Civil no contiene una teoría general de la representación, a diferencia del Código Civil
Italiano, que aunque incorporado dentro del tratamiento de los contratos en general, contiene un capítulo (el.
VI), denominado Della representanza, en los arts. 1387 a 1400.
(14)  MESSINEO, ob. cit., t. I, p. 236.
(15)  BETTI, Emilio, "Teoría general del negocio jurídico", p. 427, Trad. A. Martínez Pérez, Rev. Derecho
Privado, Madrid, 1959.
(16)  Los diversos sujetos aparecen unidos, no por una relación sustancial única, pero sí por un acto o hecho que
 

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los vincula inseparablemente al interés del sujeto contrario. (MOSSET ITURRASPE, ob. cit., p. 266).
(17)  MAYO, ob. cit, quien recuerda jurisprudencia que acepta el distingo (sala D, JA, 1959-VI-518; íd., ED,
109-331; sala C, JA, 1960-I-719 para el primer supuesto, y sala C, JA, 1967-II-102; sala E, JA, 1982-IV-323;
esta sala G, ED, 94-563 para el segundo caso).
(18)  Aclaremos que la doctrina mayoritaria admite que la acción de simulación es una acción de nulidad (Entre
otros: Segovia, Llerena, López Olacirregui, Borda, Salas, Mosset Iturraspe, Belluscio, Zannoni, Rivera). Desde
otra posición se sostiene la tesis de la "inexistencia" que llevaría a considerar que el negocio "no fue realizado"
o "no existe" (Llambías-Acuña Anzorena). La inexistencia como categoría no tiene acogida en nuestra ley y la
acción procesal que corresponde ante un posible acto de simulación es la de nulidad con los efectos que esa
nulidad ocasiona.
(19)  Zannoni señala que es posible obviar el litisconsorcio si el accionante sólo pretende oponer los efectos de
la sentencia a uno solo de los otorgantes y no a todos. Así la esposa que demanda que se declare simulada una
transferencia de dominio de un bien realizada por el marido, puede limitarse a demandar a éste y solicitar, no la
nulidad de la transferencia simulada, sino la compensación del valor que corresponda a su participación en el
bien simuladamente transferido, en la participación.(ZANNONI, Eduardo, "Ineficacia y nulidad de los actos
jurídicos", p. 387, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1986).
(20)  Hay que tener también presente que conforme lo previsto por el art. 1983 el mandato destinado a
ejecutarse después de la muerte del mandante, será nulo si no puede valer como disposición de última voluntad.
(21)  LORENZETTI, Ricardo Luis "Tratado de los contratos", t. II, p. 286, Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fe,
2000.
(22)  El mandatario debe cumplir sus obligaciones tal como se obligó, en observancia de las reglas de conducta
que la ley civil impone y especialmente debe obrar con buena fe. Frente a la inejecución total o parcial del
mandato, el mandatario debe responder por los daños y perjuicios, se trata de una aplicación de las reglas
generales de responsabilidad contractual. El fundamento de la responsabilidad está dado por su culpa.
(BELLUSCIO-ZANNONI, "Código Civil Comentado", t. 9, p. 224, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2004).
(23)  ZANNONI, ob. cit., p. 371.
(24)  RIVERA, Julio César, "Instituciones de Derecho Civil", t. II, p. 813, 3ª ed., Ab.Perrot, Buenos Aires, 2004.

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