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El café de las segundas oportunidades

Clara Ann Simons


El café de las segundas oportunidades
Clara Ann Simons
Copyright © 2023 por Clara Ann Simons.
Todos los Derechos Reservados.
Registrado el 03/03/2023 con el número 2303033717517
Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este material puede
ser reproducida en ninguna forma ni por ningún medio sin la autorización
expresa de su autora. Esto incluye, pero no se limita a reimpresiones,
extractos, fotocopias, grabación, o cualquier otro medio de reproducción,
incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el
libro son totalmente ficticios.  Cualquier parecido con personas, vivas o
muertas o sucesos es pura coincidencia.
La obra describe algunas escenas de sexo explícito por lo que no es apta
para menores de 18 años o la edad legal del país del lector, o bien si las
leyes de tu país no lo permiten.
La portada aparece a afectos ilustrativos, cualquier persona que
aparezca es una modelo y no guarda ninguna relación en absoluto con el
contenido del libro, con su autora, ni con ninguno de los protagonistas.
Para más información, o si quieres saber sobre nuevas publicaciones,
por favor contactar vía correo electrónico en claraannsimons@gmail.com
Twitter: @claraannsimons1
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Otros libros de la autora
Capítulo 1

Phoenix
—Respira hondo y cuenta hasta diez —susurra una de mis empleadas
cogiéndome por el codo.
Casi se puede saborear en el aire; una deliciosa mezcla de granos
moliéndose con cariño para producir el mejor café recién hecho. El dulce
aroma de los pasteles, listos para servirse en la gran inauguración. El café
de Phoenix, mi sueño por fin se hace realidad.
Camino una y otra vez sobre el suelo de madera, observando cada
detalle que tengo ante mí. Estudio de nuevo cada mesa, cada silla, cada
ornamento. Todo debe estar perfecto. En el exterior he colocado un
llamativo letrero en madera tallada y en la cocina se afanan por tener lista la
bollería con la que obsequiaremos a los visitantes en la inauguración.
En breve, las mesas se llenarán de animadas charlas y risas contagiosas.
Sé que debería estar feliz, pero me encuentro tan nerviosa que apenas puedo
respirar. Han sido años de preparación y esfuerzo y por fin ha llegado el
momento por el que tanto he luchado.
—Phoenix, relájate. Todo va a salir bien —me asegura otra de mis
empleadas.
En la última semana, he sido un manojo de nervios. Ni siquiera me
reconozco a mí misma. No duermo, bebo un café tras otro, reviso cada
pequeño detalle. Las chicas que serán mis empleadas a partir de hoy me
miran con asombro. Espero que comprendan que es algo excepcional y que
mi estilo de gestión será diferente cuando esté más tranquila.
—Perdona, estoy demasiado nerviosa —reconozco intentando forzar
una sonrisa.
—No te preocupes, es natural —susurra—. Todo está listo y va a salir
perfecto.
—¿Podéis venir un instante? —solicito haciendo un gesto con las
manos para que todo el equipo se acerque.
Las chicas que me acompañarán en esta aventura caminan con pequeños
pasos hasta donde me encuentro y me rodean. Visten de manera elegante,
con una camisa blanca, pantalones negros y un delantal de color oscuro con
el logotipo del café.
—Antes de que abra las puertas, quiero agradeceros el trabajo duro
preparándolo todo para este momento. Gracias por aguantar mis nervios y
mi mal humor esta última semana. Hoy haremos que todo valga la pena —
anuncio intentando mantener la calma a pesar de que mis manos tiemblan.
—Solo una cosa antes de abrir, jefa —interrumpe una de las camareras.
Hago una pausa alzando las cejas, pero no dice nada. Abandona el
pequeño grupo y se dirige a la cocina, sus pasos resuenan en el silencio del
café. Apenas medio minuto más tarde, regresa apresuradamente portando
una botella de champán cuyo corcho salta por los aires con un estruendo.
—¡Como os manchéis ahora os mato! —amenazo al ver que empiezan a
servir una copa para cada una de nosotras.
—¿Lista para triunfar, jefa?
—¡Hoy es tu día! —exclama otra de las empleadas.
Se me escapa una sonrisa tonta mientras brindo con ellas y tras volver a
meter todas las copas en la cocina me dirijo a la entrada. Con un rápido
movimiento, doy la vuelta al cartel de “cerrado” y anuncio a todos los que
esperan en la calle que ya estamos abiertos.
La gente se arremolina. El pequeño café se llena de caras conocidas y
de otras que espero conocer muy pronto. Sé que muchos están aquí solo por
compromiso, otros porque en la primera hora de la inauguración daremos
café y bollería gratis, pero mi mente no puede dejar de imaginar lo que
serán los siguientes días.
Todos los músculos de mi cuerpo se tensan mientras observo la
expresión de los comensales. Este ha sido mi sueño literalmente durante
años. He dibujado incontables bocetos, he pensado ideas para el menú, he
probado más recetas de bollería de las que puedo contar. He visitado todos
y cada uno de los cafés de Edimburgo para inspirarme en lo mejor de ellos.
Un sueño que me ha costado cada gramo de sudor y cada céntimo que
he ahorrado desde que era una niña. Eso sin contar con que mis padres han
tenido que avalar el crédito que me ha concedido el banco. Un crédito que,
si las cosas salen mal, tardaré toda la vida en devolver. Es el momento de
saber si la gente aprecia lo que he construido.
—Mira Lorena, es mi hija, la dueña del café —escucho a unos metros
de mí y de inmediato se dibuja una sonrisa en mis labios.
—Mamá, habéis venido —exclamo mientras me fundo en un largo
abrazo con mi madre.
—No nos lo hubiésemos perdido por nada de este mundo —asegura mi
padre acariciando orgulloso mi espalda.
—Os agradezco infinito vuestro apoyo, pero agradecería mucho más
que compraseis algo dentro de un rato cuando empecemos a cobrar —
insinúo con una pizca de actitud pasivo agresiva.
—Eso está hecho, aunque tu padre ya se ha ido al mostrador a probar lo
que dais gratis —anuncia señalando con la barbilla.
A continuación, me dedica una cálida sonrisa y coloca las manos sobre
mis hombros, mirándome a los ojos con una confianza que siempre me da
fuerzas.
—¿Qué se siente al cumplir tu sueño, Phoenix? No te olvides de
respirar, hija —añade.
—Un millón de cosas podrían salir mal —suspiro.
—Y un millón de cosas podrían salir bien.
—Sí, pero…
—Pase lo que pase, te has esforzado al máximo y debes estar orgullosa
de lo que has conseguido. ¿Qué te hemos dicho siempre en casa?
—El primero que fracasa es el que nunca lo intenta —murmuro
encogiéndome de hombros.
—Exacto. ¡Puedes hacerlo, Phoenix! Será un éxito.
—Será un éxito —repito en un intento de darme ánimos.
—¿Sabes? Todavía recuerdo la primera inauguración del Café de
Phoenix. Tenías unos cinco años y te habían traído por Navidad una
pequeña cocina de juguete que colocamos en tu habitación. Hiciste que tu
padre y yo nos sentásemos y pidiésemos comida. A continuación, nos
serviste durante horas deliciosa comida y bebida imaginaria que preparabas
con dedicación. Parecías tan feliz…
—Aquel fue un gran día, todavía lo recuerdo —suspiro.
Minutos más tarde, mi padre regresa con dos tazas de café y un cruasán
al que le falta uno de los cuernos, que ha sido arrancado de un mordisco por
el camino. Un tributo inevitable tratándose de mi padre, no se puede resistir.
—Veo que has invitado a todo tu club de lectura —exclamo señalando
con la barbilla a un grupo de mujeres de más o menos la edad de mi madre
—. ¿Ya no te molesta que vean que tu hija tiene un pequeño café y no un
despacho de abogados? —bromeo recordando todo lo que insistieron mis
padres para que estudiase derecho.
—Lo único que tienen que saber es lo orgullosa que estoy de ti —me
asegura mi madre.
Mirando alrededor veo muchas caras conocidas. Amigos, vecinos,
antiguos compañeros de instituto, todos han hecho un esfuerzo para que
este momento se haga realidad. Mientras recibo sus felicitaciones, no puedo
evitar pensar en que no he logrado esto yo sola. Desde el apoyo moral al
financiero, mucha gente que forma parte de mi vida ha contribuido a hacer
realidad mi sueño. Este momento extraordinario no es solo mío y de pronto
me invade un extraño sentimiento de gratitud.
Sacudo la cabeza intentando no llorar y regreso al mostrador para servir
una de mis pronto famosas magdalenas. Un café tras otro, por fin son las
ocho menos cuarto, ya casi llega la hora del cierre. Hoy hemos decidido
cerrar a las ocho en punto para tener una pequeña celebración más íntima.
Mañana será un largo día, el primero de muchos, y nos lo merecemos.
No quiero ni pensar en cómo serán mis jornadas. Hoy, con los nervios,
me siento tan cansada como si hubiese corrido una maratón. Tan solo deseo
volver a mi casa y darme un largo baño relajante mientras bebo una copa de
vino.
Me hundo en uno de los mullidos asientos a esperar el cierre cuando una
figura llama mi atención. Su mirada me atraviesa antes incluso de que
pueda fijarme en ella. Reconocería esos ojos grises aunque pasase un
montón de años sin verlos. Seis, para ser exactos.
Lleva el pelo más largo, una cascada de rizos morenos le caen hasta los
hombros y la ligera sonrisa de sus labios me devuelve a un tiempo pasado.
—Hola, Phoenix —susurra.
—Erin —respondo intentando que no se me quiebre la voz, aunque creo
que no lo consigo.
¿Qué coño hace Erin Miller aquí? Es como un fantasma que regresa
desde mi pasado. No la había visto desde hace seis años, tras aquella
fatídica noche de besos robados y sexo fantástico a escondidas.
Me quedo petrificada. Mi cerebro se desboca, se acumulan en él
infinidad de preguntas y confusión. No recuerdo muy bien cómo llegué a
hacerme amiga de alguien como Erin Miller, la chica rebelde del instituto.
Esa que rompía corazones sin importarle las consecuencias. Tan solo sé que
una noche loca, tras bastante alcohol, acabó pasando algo que preferiría
olvidar para siempre.
Después, desapareció.
Y ahora vuelve tras todo ese tiempo, llenando el local de una energía
que no se puede expresar con palabras. Y parece que nada ha cambiado,
cada una de sus sonrisas libera un ejército de mariposas en mi estómago que
no deberían estar ahí. Pero esta vez será diferente.
Juro que será diferente.
Capítulo 2

Erin
“Ha sido una mala idea volver a Edimburgo”. Me repito una y otra vez
mientras me retuerzo nerviosa en el asiento trasero del taxi que me lleva al
centro de la ciudad. Ese mismo pensamiento me acompaña desde que pasé
el control de seguridad en el aeropuerto de Heathrow y se ha acentuado
ahora que me encuentro delante de la puerta del café de Phoenix.
Un precioso cartel en madera tallada colgado sobre la entrada le da un
toque acogedor. Se balancea ligeramente con cada ráfaga de viento en este
día de verano y la iluminación casi te invita a adentrarte en el local.   
He estado seis años ausente de la vida de Phoenix. Mis cortas estancias
en Edimburgo han sido solamente para visitar a mi abuela y, en los últimos
tres años, a la pequeña Vika. Siempre demasiado breves, pero nunca me
atreví a llamar a Phoenix. Quería dejar atrás lo que ocurrió entre nosotras.
Respiro hondo y dejo salir el aire lentamente, armándome de valor antes
de colocar mi mano sobre el pomo de la puerta. Al dar un giro brusco hacia
la derecha, la puerta se abre con un chirrido que me acelera el corazón y
observo a Phoenix levantarse del mostrador. De pronto, se queda parada,
casi petrificada, como si acabase de ver a un fantasma. Aunque pensándolo
bien, puede que para Phoenix yo sea justamente eso, un fantasma de su
pasado a quien preferiría no haber visto.
—Hola, Phoenix —susurro, levantando una mano a modo de saludo.
—Erin —responde ella, creo que todavía confusa al verme entrar en su
café.
A pesar del tiempo transcurrido, nada parece haber cambiado. Lleva el
pelo recogido en un moño un poco despeinado. La blusa blanca y el
pantalón negro se ajustan a la perfección a su figura. Sus ojos azules siguen
teniendo una profundidad infinita y en cuanto vuelvo a ver esos labios
carnosos regresa a mi memoria aquella noche en la que me perdí en ellos.
La tenue luz del local y los tonos ligeramente oscuros dan al lugar un
toque de misterio, como los libros de Ágatha Christie que tanto le gustaban
en el instituto. Huele a café recién hecho y a magdalenas. La música de jazz
que suena de fondo se me asemeja a una melodía melancólica. 
—¿Qué haces aquí? —pregunta con el rostro muy serio.
—No quería perderme un día tan importante para ti —respondo, aunque
para ser honestos ni yo misma sé por qué he venido a su inauguración.
—Qué amable, dejar aparcada tu ajetreada vida en Londres para venir a
mi café —añade con un toque de ironía, sin dejar de fruncir el ceño.
Cierro los ojos y meneo ligeramente la cabeza. Las cosas en Londres no
van precisamente bien, pero no voy a sacar el tema justo ahora.
—Ha merecido la pena —confieso con mi mejor sonrisa.
Por unos instantes me quedo asombrada por el decorado del café. Puedo
ver en él alguno de nuestros antiguos planes. Ha sido su obsesión desde que
era una niña y, durante un tiempo, cuando éramos amigas, pasamos muchas
horas hablando del café que un día pondríamos juntas. Pero eso fue hace ya
mucho tiempo.
Para mi sorpresa, Phoenix da un paso adelante y se acerca a mí para
abrazarme. Me envuelve la nostalgia de un tiempo pasado al percibir el
aroma de su perfume, parece que le sigue gustando un toque de ligeras
notas de madera con lavanda y vainilla.
—Supongo que me alegro de verte —suspira junto a mi oído y todo mi
cuerpo se estremece.
En el fondo, estaba casi esperando que me lanzase algo a la cabeza nada
más verme y su reacción me descoloca por completo.
—¿Quieres tomar algo?
—Un café, si puedes. Me gusta…
—Negro y sin nada de azúcar —responde por mí.
—¿Te acuerdas?
—Sí, es irónico que el café que te gusta sea igual que tu personalidad —
responde dirigiéndose a la máquina de café.
Dejo escapar un suspiro, comprendiendo que si no me ha tirado nada a
la cabeza es porque sigue siendo muy educada y antes de que me pueda dar
cuenta vuelve con dos tazas de humeante café. Rodeando la mía con las
manos, me aferro a su calor como queriendo que me reconforte mientras
pienso en algo que decir.
—Bueno, ¿cómo estás? —es Phoenix quien rompe el incómodo
silencio.
Respiro hondo y hago una pausa para ordenar mis pensamientos.
Trabajar en una gran empresa financiera en la City puede parecer
glamuroso. Sin embargo, dista mucho de ser lo que parece.
—Estoy bien —respondo sin querer dar más detalles —ya sabes cómo
es. Largas horas de trabajo.
—Tu hermana me dijo una vez que habías comprado un apartamento
frente a Hyde Park. Por cierto, siento mucho lo de tu hermana, ha sido una
putada —se apresura a añadir.
—No pasa nada, gracias. Sí, tengo un apartamento con vistas a Hyde
Park que me cuesta un riñón cada mes a la hora de pagar la hipoteca —
confieso alzando las cejas.
—Tiene que estar bien eso de poder dar paseos por Hyde Park cuando
quieras.
—Supongo —suspiro.
La conversación está siendo más difícil de lo que esperaba, pero es que
no sé por qué extraño motivo he supuesto que podría ser fácil. Son seis
largos años y la última vez que nos vimos me cruzó la cara de un bofetón
como despedida.
—¿Sales con alguien? —pregunta de pronto.
—Estoy saliendo de una relación, es un poco complicado —suspiro.
—Ya, desde que te conozco siempre has estado saliendo de una
relación. Veo que sigues sin aguantar mucho dentro de una.
—¿Y tú? ¿Estás con alguien? —prefiero contraatacar para no responder
a su comentario.
—No, salvo que se pueda tener una relación con un café. He puesto
cada gota de energía en este negocio.
—Bueno, parece que ha merecido la pena.
—Eso espero. Por cierto, ¿cómo te has enterado? No creo que haya
salido en las noticias de Londres.
—Me lo contó mi abuela —admito encogiéndome de hombros—todavía
te adora.
—Y yo a ella, es un cielo de mujer. Y tu sobrina está para comérsela.
¿Se arregla bien tu abuela para cuidar de una niña de tres años?
Retiro inmediatamente la mirada porque su comentario me causa una
punzada de dolor. Vika es una niña buenísima, pero mi abuela está ya
mayor. Nos tuvo que sacar adelante a mi hermana y a mí durante la
adolescencia y ahora debe hacerlo con Vika desde que tenía dos años. La
vida, a veces, es una putada.
—¿Va todo bien?
—Sí, tranquila, es que llevo una temporada con bastante estrés.
Necesitaba estar un tiempo de vuelta en Edimburgo para desconectar. Ya
sabes, como unas vacaciones o algo así —miento, haciendo un esfuerzo
para que las lágrimas no me traicionen.
Phoenix me mira fijamente, ladeando la cabeza, y me doy cuenta de que
le cuesta creer mi improvisado relato. Siempre ha sido una persona muy
empática y estoy segura de que tiene la sospecha de que hay algo más
detrás de mi regreso a Edimburgo. No estoy preparada para hablar de ese
tema. Si volvemos a reconectar como hace años puede que algún día lo
haga, pero no ahora.
—Me ha dicho mi abuela que ya no vives con tus padres —pregunto
para cambiar de tema.
—He comprado un apartamento a las afueras. Los precios en el centro
son prohibitivos.
—Una casa significa una apuesta a largo plazo por Edimburgo.
—¡Qué quieres que te diga! —suspira, señalando con el dedo el café en
el que nos encontramos—. No creo que me vaya a mover de aquí en mucho
tiempo.
Tras responder, coge su teléfono y desliza su dedo por la pantalla como
consultando algo. Al observarla, me doy cuenta de que nuestra
conversación se parece a la que mantendrían dos personas que apenas se
conocen y me duele admitir que ahora estemos así.
—¿Todo bien? —pregunto.
—Vamos a cerrar en unos minutos y tengo que limpiar para que todo
esté a punto mañana temprano. Ya sabes que es una zona muy turística —
explica a modo de disculpa.
—¿Quieres que te ayude?
—No, gracias —se apresura a responder—. Eres muy amable pero
tengo a mi personal. Además, nos vamos a quedar para celebrar el éxito de
la inauguración.
Escondidas tras la amabilidad de su respuesta, no puedo evitar escuchar
esas palabras que no dice. Resumiendo, no quiere que me quede, Phoenix
ya no quiere tenerme cerca. Sonrío, pero una punzada de dolor atraviesa mi
corazón. Hablamos tantas veces de este café que es imposible no pensar que
yo he formado parte de él de algún modo.
—Bueno, pues…felicidades. Supongo que nos veremos —añado
poniéndome en pie para abandonar el local.
—Gracias por venir —susurra.
Nos quedamos en una de esas situaciones incómodas en las que no
sabes si tenderle la mano a modo de despedida o abrazarla. Opto por la
segunda opción. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué me eche de su
local? En la práctica ya lo está haciendo, aunque de manera educada.
Dibujo en los labios mi mejor sonrisa, esa que tan bien me ha
funcionado en el pasado, y extiendo los brazos para abrazar su cuerpo.
Phoenix se tensa una fracción de segundo, pero pronto se deja abrazar, algo
que aprovecho para que dure algo más de lo necesario.
Antes de adentrarse en la cocina, me dedica una sonrisa. Me tomo un
instante para detenerme y asimilar la situación. Sigue tan guapa como
siempre y me impresionan las ganas de triunfar con su sueño de toda la
vida. Toda su vida tuvo claro lo que quería, incluso cuando sus padres
intentaban quitárselo de la cabeza una y otra vez para que estudiase
derecho. Phoenix siempre supo que un día abriría este café. Ojalá todo le
salga de maravilla. Ojalá yo tuviese tan claro mi futuro.
La observo durante lo que me parece un período de tiempo
inapropiadamente largo y giro sobre mis talones para abandonar el local. El
sol ya se ha puesto y el frío aire de Edimburgo golpea mi rostro
contrastando con el agradable calor del café. No ha salido como yo
esperaba, pero aún tengo tiempo.
Capítulo 3

Phoenix
Sabía que las jornadas de trabajo en el café iban a ser duras, pero no
esperaba que lo fuesen tanto. En los dos días que lleva abierto han sido más
de doce horas cada uno de ellos y mi cuerpo empieza a resentirse.
Frente al espejo, abrocho de manera casi ceremoniosa la camisa blanca
de cuello Mao que abriga mi piel a la perfección y no puedo evitar girarme
para comprobar que los pantalones negros tienen el efecto deseado en la
manera que resaltan mi culo. Unas gotas de perfume son el último toque
antes de salir de mi dormitorio dispuesta a enfrentarme al tercer día de
trabajo en el café.
Por último, ajusto sobre la camisa una pequeña placa de plástico en la
que se lee “gerente”. Tan solo contiene unas pocas letras, pero tiene un peso
enorme, es la realización de mi sueño. Cada vez que la miro se me pone la
piel de gallina.
Según comienzo a bajar las escaleras, la puerta de la calle se abre y mi
madre aparece con una taza de café en la mano. Niego con la cabeza y
suspiro. La quiero mucho, pero no tiene límites. Empiezo a pensar que darle
una llave de mi casa ha sido una gran equivocación.
—¿Qué haces aquí? —protesto dejando escapar un pequeño bufido.
—¿Es delito traerle un café a mi hija por la mañana?
—Literalmente estoy todo el día rodeada de café, mamá —me quejo.
—Este lleva amor de madre.
Tras el comentario, se sienta en el sofá, ignorando el hecho de que estoy
a punto de salir por la puerta, y mucho me temo que ha venido por algo en
concreto.
—Me han dicho que Erin Miller está en Edimburgo —suelta sin más
preámbulos.
Gruño. Odio este tipo de asaltos a los que mi madre es tan aficionada.
—Lo sé, mamá. La he visto el día de la inauguración del local. Pasó por
allí un rato poco más tarde de que vosotros os marchaseis. Estuvimos
charlando.
—Pensaba que ya no os hablabais —interrumpe mi madre sorprendida
—. Bueno, si no quieres hablar de ello no pasa nada, pero sigo opinando
que algo serio ocurrió entre vosotras hace seis años. Te pones muy tensa
cada vez que saco el tema.
—Pues no lo saques, joder —me quejo haciendo una mueca de disgusto.
—¿Ves a lo que me refiero?
—A ver, mamá. Erin y yo ya no estamos tan unidas como antes. Eso es
todo. Cada una de nosotras ha tomado un camino diferente, éramos muy
amigas pero ella se marchó a Londres y yo me quedé aquí. Han pasado unos
cuantos años y la gente cambia. Ya está, eso es todo —le explico,
intentando dar por zanjada la conversación.
—¿Entonces no pasó nada?
—¡Joder, qué pesada eres!
Mi madre levanta los brazos haciendo un gesto como que no quiere
discutir, pero sé que algún otro día volverá a la carga, sobre todo ahora que
Erin está en la ciudad. Es un tema recurrente en ella, uno de esos que saca
de vez en cuando. Casi tan recurrente como la eterna pregunta de si tengo
novio porque le gustaría ser abuela.
Lo que ocurrió con Erin quise contárselo aquella misma noche. Bueno,
más bien al día siguiente porque aquella noche llegué a casa bien entrada la
madrugada, confusa y algo borracha. Ahora pienso que no se lo contaré
nunca, es una de esas conversaciones que son muy difíciles de mantener
con tu madre.
—Mira, no sé lo que pasa por la mente de Erin Miller y ahora me tengo
que ir —tercio dando por cerrada la conversación.
Y, sinceramente, no tengo ni idea de lo que ha ocurrido para que Erin
vuelva a Edimburgo después de tanto tiempo. Y mucho menos qué cable se
le ha cruzado para pasar por mi café el día de la inauguración.
—Vale, me quedo a plancharte algo de ropa. Si quieres hablar estoy
dispuesta. No debe ser fácil volver a verla después de toda esa historia.
—¿De qué coño de historia hablas?
Quizá me estoy poniendo demasiado a la defensiva, pero es que las
palabras de mi madre empiezan a preocuparme.
—Bueno, ya sabes, erais mejores amigas y todo eso. Tiene que ser
difícil separarse durante tantos años y volver a verse. Tan solo me refería a
eso. ¿Qué es lo que creías? —pregunta arqueando las cejas.
—Olvídalo.
Con manos temblorosas, cojo el bolso y me aseguro de que llevo el
teléfono móvil y las llaves para abrir el café. La conversación con mi madre
me ha dejado un regusto extraño, como si supiese más de lo que debería
saber.
La zona donde vivo es un remanso de paz. Aquí no existe el tráfico del
centro de Edimburgo. Pasan pocos coches y no hay ni rastro de los turistas
que llenan la ciudad cada día. Tan solo el trinar de los pájaros te recibe cada
mañana, incluso medio kilómetro a la derecha hay una pequeña granja con
ovejas y vacas. No es que yo haya buscado esa tranquilidad, pero es la
única zona en la que me puedo permitir una casa y tiene buenas
combinaciones para llegar al centro.
Pero la tranquilidad de la mañana se ve rota por el ruido sordo del motor
de un Jeep que cada vez es más fuerte a medida que se acerca. Meneo la
cabeza con disgusto y cuando me giro distingo una pegatina que conozco
demasiado bien. “Lesbiana a bordo”. Lo que me faltaba.
El viejo Jeep azul, más oxidado de lo que lo recordaba, aminora la
velocidad y se detiene a unos metros de mí. He montado tantas veces en ese
coche que ya ni me acuerdo, es un milagro que siga funcionando porque ya
era viejo hace seis años.
—¿Qué coño haces tú aquí? —inquiero enfadada.
—¿Quieres que te lleve? —pregunta Erin bajando la ventanilla del
conductor.
—Puedo coger el bus.
—Pues me parece una auténtica gilipollez pudiendo ir en coche —
espeta encogiéndose de hombros. Parece que no ha cambiado en todos estos
años.
—Erin, ¿no tienes nada que hacer? Además, ¿cómo sabes dónde vivo?
—No puedo revelar mis fuentes de información, pero no sabes todo lo
que me ha costado llegar hasta aquí. Me he perdido varias veces y he pisado
mierda de vaca con una de las ruedas traseras.
Entorno los ojos y miro al cielo, dejando escapar un largo suspiro de
rendición. Erin sigue siendo Erin y es muy capaz de seguirme a cinco
kilómetros por hora hasta conseguir que me monte en el coche con ella. Sé
bien lo obstinada que puede llegar a ser.
—Está bien —claudico abriendo las manos y rodeando el coche para
subirme junto a ella.
Erin sonríe, pero no dice nada. Mientras lucho por abrocharme un
cinturón de seguridad que se niega a cooperar, me fijo en lo desgastado que
está ya el asiento de cuero, mucho más de lo que lo recordaba. Por aquel
entonces, en nuestro último año de instituto, ese Jeep me parecía lo
máximo. Lo había heredado de su padre cuando murió. Ahora me parece un
trasto inútil que se mantiene en pie tan solo por inercia.
—Veo que sigues con los mismos gustos musicales —comento al ver la
colección de CDs de grupos clásicos del heavy metal.
—Algunas cosas no cambian —responde con un guiño de ojo antes de
pisar el acelerador e incorporarse a la carretera que nos llevará al centro de
Edimburgo.
En la radio suena “Perfect Strangers” de Deep Purple y pienso para mí
que si no lo ha elegido ella misma, el destino tiene un sentido del humor
algo macabro.
Permanecemos en silencio durante un buen rato, ahora es  “I Want to
Know What Love Is”  de Whitesnake la canción que suena de fondo y mi
mente viaja sin que pueda evitarlo a un tiempo pasado. Al instituto, a las
fiestas, a todas las noches en las que dormí en su casa, a aquella última
noche en la que acabamos haciendo el amor.
—¿Ya sabes cuánto tiempo te vas a quedar? —pregunto, en parte para
romper el incómodo silencio y en parte por curiosidad.
—No lo sé. De momento otras tres semanas más, pero en realidad no lo
sé con seguridad —responde sin darle mayor importancia antes de girar a la
izquierda y adentrarse en el centro de la ciudad.
La observo conducir y no puedo evitar volver a fijarme una vez más en
lo hermosa que es. Recuerdo en el instituto a una de las múltiples chicas
con las que pasó alguna noche y luego acabó dejando. Entre sollozos, me
decía que Erin había sido bendecida con una personalidad arrolladora, un
físico de infarto, los pezones más bonitos del universo y para que no
pudiese ser perfecta, algo en su cabeza le impedía el más mínimo
compromiso.
No me puedo permitir encariñarme de nuevo con esta mujer. Se
marchará otra vez y quién sabe si pasarán otros seis años sin que volvamos
a vernos. Si lo hago, me dolerá el doble cuando se vaya. Debo mantener la
distancia.
Abro y cierro la boca varias veces, intentando forzar unas palabras que
no salen, aunque en mi cabeza tenga claro lo que quiero decir.
Permanecemos el resto del viaje calladas mientras callejeamos por las calles
centrales de Edimburgo de camino a mi café. Supongo que eso es bueno,
porque ambas necesitamos tiempo para pensar.
“Every Rose Has Its Thorn” del grupo Poison suena de fondo cuando el
Jeep se detiene frente a mi local.
—Gracias —susurro antes de bajarme del coche—. Deberíamos volver
a vernos antes de que te marches de la ciudad —añado, aunque me
arrepiento de mis palabras en cuanto las pronuncio.
Maldita sea, ¿por qué he tenido que decir eso? Erin conserva ese
magnetismo extraño que no te permite pensar con claridad cuando estás a
su lado. Ese que ha causado tantos disgustos a más chicas de las que puedo
recordar cuando éramos más jóvenes y que supongo que sigue haciéndolo.
En el fondo, me gustaría saber qué ha sido de su vida en los últimos seis
años y por qué no parece querer hablar de ello. También quiero respuestas.
Me gustaría saber por qué hizo lo que hizo aquella noche y por qué
desapareció al día siguiente.
—Me encantaría ponernos al día —responde y vuelve a utilizar esa
sonrisa que me pone tan nerviosa.
Me pierdo en la profundidad de esos hermosos ojos grises una vez más,
en esa boca, en su sonrisa repleta de seguridad. Mierda.
—Esta noche voy a invitar a unos amigos a mi casa. Será algo tranquilo,
sacaremos algunos juegos y pasaremos el rato mientras comemos unas
pizzas. ¿Te apetece venir?
Me dan ganas de darme una palmadita en la espalda a mí misma por la
brillante estrategia. Tendré la oportunidad de ponerme al día con Erin y al
mismo tiempo estar en un entorno seguro, rodeada de amigos que
impedirán cualquier tentación. No es que vaya a tenerla, por supuesto.
Estoy segura de que no caería de nuevo en sus brazos, pero prefiero no
quedarme a solas con Erin. Estar rodeada de otra gente evitará que nos
metamos en situaciones incómodas o algo peor.
—Allí estaré —susurra con ese guiño de ojos que estoy segura que
ensaya cada mañana ante el espejo, porque es imposible que le salga tan
seductor de un modo natural.
Tras decir esas palabras, gira la llave de su viejo Jeep y se pone en
marcha con el motor retumbando en mis oídos. A juzgar por el humo que
sale de su tubo de escape, estoy casi convencida de que ese coche no puede
pasar las normativas medioambientales.
Esta noche espero obtener algunas respuestas y pasar página con Erin.
Quizá seguir siendo más o menos amigas, unas amigas de esas que hablan
cada dos meses por Skype. Solo tengo que evitar estar a solas con ella
durante tres semanas. No puede ser tan difícil. Quizá esta noche nos
aburramos mucho y se dé cuenta de que no quiere volver a verme. Sí, claro,
es más probable que amanezca con tres soles que aburrirnos con Erin
Miller.
Capítulo 4

Erin
No sé por qué me visto para impresionar. Es una tontería, tan solo
vamos a comer unas pizzas y a pasar el rato. Estaremos rodeadas de amigos
de Phoenix a los que ni siquiera conozco y, aun así, quiero estar guapa para
ella.
Me miro al espejo y compruebo que el pantalón vaquero se ajusta
perfectamente a mi culo. Elijo el sujetador más fino que encuentro, una
blusa blanca con transparencias. Si Phoenix quiere desviar la mirada, le
daré motivos para hacerlo.
—¿Dónde vas tan guapa? —pregunta mi abuela mirándome sorprendida
por encima de sus gafas de pasta—. ¿Tienes alguna cita?
—Es halagador que pienses que estoy lo bastante guapa como para una
cita —respondo acercándome a ella para darle un beso.
—Tía Elin, ¿me llevaz contigo?
La pequeña Vika alza los brazos para que la coja en cuello y no puedo
evitar que se me escape una sonrisa tonta. Nunca me han gustado los niños,
ni siquiera un poquito, pero Vika consigue ablandarme el corazón.
—¿Dónde vas? —insiste mi abuela.
—Voy a pasar un rato con Phoenix. Ha invitado a unos amigos,
pediremos unas pizzas y jugaremos a algún juego de mesa o algo así —
respondo encogiéndome de hombros.  
—Es una chica maravillosa —suspira mi abuela—. Todos los meses me
trae una caja con esas deliciosas magdalenas que prepara. Vika las devora.
Sonrío y un extraño calor recorre mi cuerpo. Una de las muchas
cualidades de Phoenix es su constante preocupación por los demás. Es una
de esas personas que son buenas sin esperar nada a cambio, simplemente
porque sí, porque lo son. Siempre he admirado mucho esa faceta.
—Bueno, me voy, no me esperes despierta —me despido cogiendo las
llaves del coche.
—Diviértete.
—Gracias.
—¡Tía Elin!
—Dime, preciosa —susurro poniéndome en cuclillas para estar a la
altura de la niña.
—De mayol yo tammién voy a zer un putón.
—¿Qué has dicho? —pregunto confusa.
—La amiga de Abu dice que tú eles un putón. Yo  cuando zea mayol
tammién quielo.
Meneo la cabeza y le dedico una mirada asesina a mi abuela. No sé qué
conversaciones se trae con sus amigas delante de la niña, pero tendré que
averiguarlo más tarde.
Girando la llave, el motor de mi viejo Jeep se pone en marcha con un
rugido y salgo del garaje con precaución, me ajusto el cinturón de
seguridad, giro a la derecha para incorporarme a la carretera y…
¡Pam!
Joder, el contenedor de basura otra vez. Es la tercera vez que le doy un
golpe desde que estoy en Edimburgo. Eso es que lo colocan mal o que el
Jeep tiene algún ángulo muerto.
A pesar de haber estado esta mañana en la casa de Phoenix, me pierdo
un par de veces. Está oscuro y nunca he sido muy buena con las
direcciones. Antes conocía este lugar como la palma de mi mano, pero
ahora todo me parece extraño, han cambiado demasiadas cosas.
—Su destino está a la derecha —indica el GPS que de poco me ha
servido para llegar.
Detengo el vehículo y escudriño en la oscuridad para asegurarme de que
efectivamente he llegado a la casa de Phoenix. Me tomo unos momentos
para observarla. Cuando íbamos al instituto bromeábamos diciendo que
compartiríamos casa algún día y siempre hablábamos de algo parecido a
esto. Es como volver a un tiempo pasado. O haber visto de pronto el futuro
que imaginábamos hace años, solo que sin mí en él. Los coches en la
entrada me indican que soy la última en llegar.
Toco el timbre y Phoenix no tarda mucho en abrir. Sonríe, aunque mis
ojos se desvían a su ombligo que asoma por debajo del top blanco que lleva
puesto. Por alguna extraña razón, los ombligos me parecen la cosa más sexy
del universo.
—Hola —susurra. Juraría que me mira raro, seguramente porque me ha
pillado con los ojos en su ombligo.
—Hola —repito.
—Pasa, ya estamos todos.
Mi mirada se mueve de un lado a otro del salón y se detiene de manera
rápida en el aspecto de los cuatro desconocidos. Dos hombres y dos
mujeres, más o menos de nuestra edad.
Phoenix hace las presentaciones tocándome ligeramente en el hombro.
—Esta es Erin —su dedo índice apunta en la dirección de cada uno de
ellos mientras los va presentando—. Tyler, Emma, Caleb y Sarah.
—Encantada de conoceros —saludo.
—Encantada de conocerte a ti —dice una de las chicas, Emma creo que
se llamaba—. Siempre es bueno conocer a las amigas de Phoenix.
Me siento en un sofá gris mientras observo las fotografías en la pared y
me doy cuenta de que no aparezco en ninguna de ellas.
—¿Cómo habéis conocido a Phoenix? —pregunto para romper el hielo.
—Emma y yo fuimos con ella a la universidad —responde Sarah.
—Yo soy el novio de Sarah —explica Tyler.
—Y a mí me han adoptado —añade el otro chico ajustándose la gafas y
encogiéndose de hombros. Tiene un poco pinta de friki.
—Y vosotras, ¿cómo os habéis conocido? —pregunta Sarah que parece
la más habladora.
—Éramos amigas en el instituto —respondo con mi mejor sonrisa.
—Ah, eres esa Erin —suelta de pronto Emma, que recibe una rápida
mirada de desaprobación de su amiga.
Prefiero no preguntar lo que saben de mí, pero no me ha gustado la
expresión de su cara.
—¿Qué tal si empezamos con el Pictionary mientras llegan las pizzas?
—sugiere Phoenix, que ha salido de la cocina con una botella de vino tinto
y varias copas—. Erin, he pedido tu pizza con pepperoni y champiñones,
¿te sigue gustando así? —añade.
Asiento con la cabeza mientras se forman las parejas. Las dos chicas
jugarán juntas, mientras que Caleb y Tyler harán lo mismo. Eso me deja a
mí de pareja con Phoenix, lo que me parece perfecto. Siempre fuimos muy
buenas jugando al Pictionary, claro que eso fue hace mucho tiempo.
Phoenix es una ilustradora magistral, todavía recuerdo la cantidad de
dibujos que hizo de lo que ahora es su café, así que no tenemos problemas
para ganar las primeras rondas. Todo lo contrario ocurre cuando le toca a
Caleb. Coloca continuamente sus gafas de pasta mientras dibuja, aunque
cada uno de sus diseños sale peor que si lo dibujase la pequeña Vika, para
desconcierto de su compañero que es incapaz de acertar en ninguna de las
rondas. Por desgracia, el juego se acaba prematuramente en cuanto llegan
las pizzas, aunque los dibujos de Caleb dan para unas cuantas bromas
mientras cenamos.
Tras comer y beber un par de copas de vino más, Sarah sugiere jugar a
un juego en el que tenemos que adivinar la acción por los gestos que haga
cada pareja. Mi corazón se detiene al sacar la primera carta.
—Dos enamorados en su primera cita —leo en voz alta, sintiendo un
cosquilleo en la parte baja del vientre.
Entre risas, me siento junto a Phoenix en el suelo de madera para
representar con gestos una primera cita entre nosotras. Ella finge coquetear,
pretende enviar señales como que intenta ligar conmigo. Juguetea con mi
pelo colocándolo detrás de mi oreja mientras deja caer el reverso de su
mano por mi cuello. Sarah no tarda mucho en adivinar de qué se trata,
aunque me pregunto si mis pezones marcándose a través de la blusa pueden
haberle dado alguna pista adicional.
—El último juego de la noche es “Quién te conoce mejor” —anuncia
Phoenix—. ¿Todos preparados?
Como era de esperar, no acierto ninguna de las primeras preguntas
porque son sobre los amigos de Phoenix a los que no conozco de nada.
Sarah y Tyler parecen conocer hasta sus secretos más íntimos y no tienen
problemas para ganar las primeras rondas. Una cosa es estar saliendo juntos
y otra muy distinta es que sepan tanto del otro. Me parece perturbador.
—Me toca —grita Phoenix—. ¿Cómo se llamaba mi último novio?
Golpeo el suelo todo lo fuerte y rápido que puedo mientras chillo la
respuesta.
—Josh.
Phoenix se me queda mirando como si fuese un fantasma. Puede que no
nos hayamos visto en seis años, pero sé todo de su vida. Al menos todo lo
que se puede saber.
—Es correcto —susurra.
Seguimos bebiendo y jugando varias rondas más de ese juego. Está bien
porque no hay competición y consigo enterarme de cosas de los amigos de
Phoenix e incluso alguna de ella misma que no sabía.
Poco a poco, todos empiezan a marcharse. Sarah y Tyler tienen que
volver a casa con su hijo pequeño, Emma debe trabajar mañana y Caleb
simplemente está cansado. Solo son las once, en Londres a estas horas
empezaría a salir de fiesta.
—Bueno, creo que es la hora de despedirse —anuncia Phoenix cuando
nos quedamos a solas.
—¿Puedo ir antes al baño? Me hago pis.
—Al final del pasillo a la derecha —indica señalando con la barbilla.
Sigo sus instrucciones, aunque quizá por el exceso de vino me equivoco
de puerta y abro un armario en vez del baño. Algo llama inmediatamente mi
atención. Es una cesta llena de regalos. Los mismos que le he enviado por
su cumpleaños y por Navidad en estos últimos años. Todos sin abrir. Solo
los reconozco por mi horrible caligrafía en las etiquetas.
Muerdo el labio inferior al tiempo que una punzada de dolor atraviesa
mi corazón. Intento quitármelo de la cabeza mientras busco el baño y más
tarde regreso al salón. En el fondo, quizá me lo tengo bien merecido.
Phoenix se afana por limpiar el desorden que hemos causado y no
puedo evitar situarme junto a ella y ayudarla a retirar varios vasos de
plástico apilados junto a las cajas vacías de las pizzas.
—Ya me ocupo yo, gracias, es tarde —indica un poco seca.
—Ni de coña. No me pienso ir hasta que todo esté limpio, así que me
marcharé mucho antes si me dejas ayudar —replico arqueando las cejas.
Phoenix me mira fijamente y suelta un sonoro suspiro.
—Está bien, pero sin hablar.
Odio esta situación. Es como si no estuviese cómoda conmigo cada vez
que nos quedamos a solas. Aun así, me coloco junto a ella y la ayudo
aunque sea incómodo. Tan solo se escucha su respiración y el sonido de los
pasos. Si normalmente odio limpiar, hacerlo en silencio y sin poder hablar
con Phoenix me desespera. Esperaba utilizar este momento para charlar con
ella a solas.
—Gracias por tu ayuda —apunta cuando terminamos de barrer.
—Gracias por invitarme, tus amigos son realmente majos —admito.
—Lo son.
Cruza el salón con pequeños pasos hasta donde me encuentro, y arruga
la nariz con ese gesto tan característico suyo de cuando está pensando algo
y no sabe cómo expresarlo.
—Me lo he pasado muy bien —susurro inclinándome hacia ella para
acariciar su brazo izquierdo.
Por unas décimas de segundo estoy esperando que me diga que me
marche. En cambio, la respiración se le acelera y sus mejillas se ruborizan
ligeramente, momento que aprovecho para deslizar la mano hacia abajo y
coger la suya mientras una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo.
Cuando nuestras miradas se encuentran, me pierdo de nuevo en esos ojos
azules, esos que tanto he echado de menos, y acaricio el reverso de su mano
con mi dedo pulgar mientras que la tensión que vibra en su cuerpo parece
calmarse.
Baja la mirada y suspira, hasta que con un pequeño paso, borro la poca
distancia que nos separa y cuelo una mano por debajo de su cinturón
atrayéndola hacia mí.
El calor de su cuerpo sobre el mío me hace estremecer y antes de que
me quiera dar cuenta, nuestros labios se rozan en una sutil caricia. Phoenix
cierra los ojos, un nuevo suspiro apagado en mi boca mientras con la punta
de la lengua recorro el interior de su labio inferior.
La empujo ligeramente hacia atrás y sus rodillas chocan con el sofá
cayendo ambas sobre él. Phoenix suspira buscando mi lengua con la suya
mientras yo deslizo una mano por su costado en busca de sus senos y mis
suaves gemidos se apagan en su boca.
—Para, lo siento. No puedo —murmura empujando mi cuerpo.
Me quedo parada durante unos instantes, supongo que con la decepción
marcada en mi mirada.
—Sabía que esto iba a pasar —masculla negando con la cabeza.
—Lo siento, ya me marcho —anuncio abriendo las manos—. Perdón si
te ha molestado —me apresuro a añadir.
Cojo la chaqueta y abandono la casa lo más rápido que puedo. Al entrar
en el coche, suelto un aullido de agonía y golpeo el volante con fuerza.
¿Qué ha pasado? Me lo había dejado muy claro hace seis años, no quería
nada. En cambio, esta noche … esta noche todo parecía diferente.
Por unos instantes, durante ese magnífico beso, mientras le acariciaba
los pechos y sus pezones se endurecían, pensé que iba a funcionar. Fue un
momento fugaz de felicidad, algo que tendré que grabar en mi memoria
porque dudo que se repita. Solo espero que lo ocurrido esta noche no dañe
nuestra amistad para siempre. Me odiaría a mí misma por ello.
Capítulo 5

Phoenix
Me incorporo con lentitud, las sábanas enredadas en mi cintura tras una
noche en la que apenas he podido dormir. Al levantarme, mis pies desnudos
se hunden en la mullida alfombra al lado de la cama y el pelo revuelto me
tapa los ojos.
Un rápido vistazo a través de la ventana me indica que el día está tan
gris como mi ánimo. La lluvia arrecia contra el cristal y el fuerte viento deja
hojas secas sobre el alféizar mientras mueve los árboles de lado a lado. Lo
que me faltaba en mi día de descanso.
Me preparo un café bien cargado y medito tumbarme en el salón a ver la
televisión bajo una manta durante todo el día, pero la sola visión de ese sofá
me trae de vuelta recuerdos de Erin.
Dicen que la historia tiende a repetirse y lo de anoche fue casi como
un déjà vu. Bueno, al menos ayer no acabé haciendo el amor con ella como
ocurrió hace seis años, pero faltó muy poco. Le había dejado bien claro la
primera vez que no quería eso y lo ha vuelto a hacer. Erin me ha
demostrado que no ha cambiado en absoluto. Sigue siendo la misma mujer
incapaz de controlarse, y lo peor de todo es que consigue que a mí me
cueste demasiado hacerlo.
Mierda. Meneo la cabeza y cierro los ojos antes de coger las llaves del
coche para atravesar la ciudad hasta la casa de su abuela. Mis sentimientos
están a flor de piel, pero debo aclarar esta situación cuanto antes. Me
gustaría mantener nuestra amistad, no quiero que Erin desaparezca de
nuevo de mi vida durante otros seis largos años sin que sepa nada de ella.
La fuerte lluvia sobre el techo del coche causa un ruido estremecedor,
tanto que es imposible escuchar la radio, así que opto por apagarla mientras
Elton John canta “Sorry Seems to Be the Hardest Word”.
Al acercarme a la casa de la abuela de Erin, agarro fuerte el volante y
respiro hondo, como si quisiese aferrarme a los recuerdos de un tiempo
pasado. Fue nuestro refugio cuando éramos unas adolescentes. Allí, en una
vieja casa de madera construida sobre un árbol, me escandalizaba con las
historias que Erin me contaba de sus múltiples ligues mientras tomaba
alguna calada de su marihuana.
En los últimos años del instituto, si su abuela no estaba, Erin y su
hermana organizaban las mejores fiestas, aunque al día siguiente alguna
chica siempre acababa llorando y con el corazón roto por su culpa.
Cada mes le traigo unas magdalenas a su abuela, la considero casi como
de la familia, y siempre sonrío como una tonta al tocar el timbre de esa
puerta. Devuelve muy buenos recuerdos a mi memoria.
La mujer ha cambiado mucho. Sigue siendo menuda, de rasgos tiernos,
pero ahora el pelo gris le tapa parte de la cara y las arrugas se han marcado
alrededor de sus ojos y en la frente. Te mira casi siempre por encima de las
gafas, y no puedo dejar de admirar su fortaleza a la hora de cuidar de una
niña de tres años a falta de su madre.
—¡Phoenix, qué alegría verte! —saluda nada más abrir la puerta—.
Pero ya has traído magdalenas hace dos semanas.
—Realmente, venía a hablar con Erin. No sé si está en casa, debí llamar
antes.
—Sigue en su habitación, ya sabes que le gusta dormir la mañana.
—¿Magdalenas? —pregunta la pequeña Vika tirando de mi camiseta
hacia abajo.
—Hoy no, cariño. Pero el próximo día te traigo unas especiales que voy
a hacer solo para ti, ¿vale?
La pequeña asiente con la cabeza y sonríe. Tiene un carácter
maravilloso. Si un día tengo hijos, me gustaría que fuesen como ella. Con
esos ojos grises que ha heredado de su tía y lo simpática que es, ya se
pueden ir preparando cuando vaya al instituto.
—Estábamos a punto de comer, te quedas, ¿verdad?
Ni siquiera me había dado cuenta de lo tarde que era.
—Seguramente Phoenix tendrá cosas mejores que hacer —replica Erin
bajando las escaleras. Sigue teniendo la manía de ir por la casa sin sujetador
y en bragas y debo hacer un esfuerzo para retirar la mirada.
—Me encantaría quedarme —suelto sin pensar.
Creo que me acaba de traicionar mi subconsciente, pero es que necesito
hablar con ella y basta que me quiera echar para que yo haga todo lo
contrario.
—¿Puedo zentalme a tu lado? —pregunta la niña poniendo unos ojitos a
los que es completamente imposible negarles algo.
—Claro, cariño.
Y mientras le estoy colocando una servilleta a la pequeña Vika, se me
hace la boca agua al ver que la señora Miller ha preparado su famosa Cullen
Skink. Una sopa espesa hecha con abadejo ahumado, patatas y cebolla que
es típica de la zona de Cullen en Moray, en la costa noroeste del país, de
donde proviene su familia.
—Veo que te sigue gustando —bromea la señora Miller arqueando las
cejas al observar la velocidad con la que estoy devorando el plato de sopa.
La que no parece estar disfrutando de la comida es Erin, que juega con
la cuchara sin pegar bocado. Se nota a la legua que está muy incómoda, de
lo que en el fondo me alegro. Somos mejores amigas desde niñas, no puede
arruinar esa amistad intentando llevarme a la cama cada vez que tiene una
oportunidad. Puede que eso le funcione con otras mujeres, pero no
conmigo.
Cuando estamos terminando los tablets de dulce de leche y mantequilla
que nos pone de postre y se acerca la hora de la siesta de Vika, sé que es la
oportunidad perfecta para hablar a solas con Erin.
—Señora Miller, Erin y yo nos podemos encargar de recoger la mesa y
fregar los platos, puede irse a descansar si quiere —propongo mientras mi
amiga me lanza una mirada asesina.
—Siempre has sido un cielo —agradece la abuela de Erin—. Además,
seguro que tenéis mucho de lo que hablar.
Erin pone los ojos en blanco, pero ya es tarde. En unos minutos nos
dejan a solas en la cocina. Ya no tiene escapatoria.
—Bonito truco —protesta chasqueando la lengua.
Prefiero no responder, pero cuando nuestros dedos se rozan al
entregarme un plato para que lo seque, una corriente recorre todo mi cuerpo
hasta detenerse entre mis piernas.
—Debo hablar contigo y no puedes esquivarme siempre. No voy a
permitir que vuelvan a pasar otros seis años —susurro.
—¿Para qué has venido exactamente?
—Para hablar, te lo acabo de decir. ¿Podemos ir a tu cuarto cuando
acabemos?
Erin se encoge de hombros y asiente mientras termina de lavar el último
plato.
Las viejas escaleras de madera que llevan a su dormitorio ya crujían
cuando íbamos al instituto y siento una punzada de dolor al pasar por
delante de la antigua habitación su hermana, ahora con la puerta cerrada.
Tan solo tenía veintinueve años.
Mantiene su cuarto casi como estaba la última vez que lo vi, y mi mente
se llena de recuerdos de todas las noches que pasamos juntas; pintándonos
las uñas, bebiendo whisky a escondidas y cotilleando sobre los últimos
rumores del instituto.
—En cuanto a lo de ayer por la noche… —comienzo para romper el
incómodo silencio.
—Vale, ya sé que estás enfadada y todo eso. Lo siento, no volverá a
ocurrir —interrumpe con desgana.
—¿Me dejas hablar?
—Está bien —murmura.
—Erin, vuelves a Londres dentro de dos o tres semanas y no puedo
enredarme con ese tipo de cosas —reconozco con un suspiro.
—¡Guau!
—Guau, ¿qué?
—No sé, esperaba que me gritases, que me llamases zorra incontrolada
como la última vez. No sé, ya sabes, ese tipo de cosas, que te enfadases de
verdad. Has madurado —bromea.
—Y tú sigues igual de gilipollas que siempre. Me está costando mucho
hablar de esto como para que encima te lo tomes a broma, Erin.
—Perdón.
—Somos mujeres adultas. ¿Qué solucionaría volver a gritarte o
enfadarme contigo? Estoy… no lo sé, supongo que dolida y confusa al
mismo tiempo —le explico encogiéndome de hombros.
—Siento haberte hecho daño hace años. Lo siento de verdad —reconoce
Erin cogiendo mi mano entre las suyas.
—Te acostaste conmigo en un momento de vulnerabilidad. Acababa de
romper con mi novio, fui a llorar en tu hombro y antes de que me diese
cuenta estaba desnuda haciendo el amor contigo. Fue horrible.
—Es la primera vez que me dicen que acostarse conmigo fue horrible.
—Dios, qué creído te lo tienes, joder —me quejo sacudiendo la cabeza.
—Aun así, incluso suponiendo que lo hubiese hecho muy mal ese día, el
tortazo que me diste al terminar me pareció un poco excesivo.
—¿Puedes tomártelo en serio? Y yo no he dicho que no hubiese
disfrutado. Estuvo muy bien, sorprendentemente bien. Nunca pensé que me
podría excitar tanto con una mujer. No me quejo de eso, lo que me molesta
es que te aprovechases de mi fragilidad en ese momento —expongo.
—Sé que estuvo mal.
—Y luego te marchaste sin decir nada, sin ni siquiera despedirte. Y no
volví a saber nada de ti durante seis años. Ahora apareces de la nada, te
plantas en la inauguración de mi café y …
—Espera, que estoy un poco espesa esta mañana, la resaca, ya sabes.
¿Acabas de decir que estuvo muy bien y que te excitó mucho?
—¿Eso es la única parte con la que te has quedado? —me quejo—.
Ahora eso ya no importa, Erin.
—¿Sentiste algo por mí anoche cuando nos besamos? —inquiere
cambiando de conversación.
—No, para nada. Bueno, quizá un poco, no lo sé.
—Te has puesto roja como un tomate, rizos.
—Ya nadie me llama rizos —susurro cerrando los ojos.
—No me has contestado —insiste apretando mi mano entre las suyas.
—Puede que sí. No te sabría decir si era por ti o por experimentar algo
nuevo.
—¿No has vuelto a estar con una mujer desde aquella vez hace seis
años?
—No.
—¿Has pensado alguna vez en ello?
—Me estás poniendo muy nerviosa y no voy a entrar en tu juego —le
advierto.
—¿Lo has pensado o no?
—No lo sé, Erin.
—¿Cómo puedes no saberlo?
Con cada palabra me siento más confusa. Nunca me han gustado las
mujeres, pero por muy enfadada que estuviese aquella noche hace años,
debo reconocer que he fantaseado muchas veces con repetirlo. Y ayer he
vuelto a hacerlo. Aun así, imagino que es solamente eso, una fantasía y
nada más.
—No es tan fácil.
—¿Qué no es tan fácil? —inquiere mi amiga.
—Lo desconocido. Estar con una mujer, bueno, no con una mujer,
contigo —confieso desviando la mirada.
—Yo soy una mujer.
—Ya sabes lo que quiero decir —murmuro con las piernas temblando.
—¿Tanto te asusto?
—Erin, ¿qué coño quieres de mí? ¿Qué quieres que sea para ti?
¿Quieres volver a echar un polvo y marcharte otros seis años? ¿Eso es lo
que esperas? —pregunto alzando la voz algo más de la cuenta.
—Ya sabes la respuesta.
—No, no la sé.
—He querido estar contigo desde el instituto y tú me rechazaste.
Estabas muy enfadada. Reconozco que actué mal aquella noche, por eso me
fui —admito bajando los ojos.
—Eso no fue lo que pasó. Estaba en un estado emocional terrible y te
aprovechaste de mí.
—Me rechazaste.
—No exactamente.
—Me rechazaste y me pegaste un tortazo —insiste—. Me estuvo
doliendo una semana.
—Bueno, sea como fuere, ¿podemos hacer las paces y volver a ser
amigas?
—Vale, solo amigas. ¿Promesa de meñiques? —añade colocando su
dedo meñique para entrelazarlo con el mío.
Sonrío, y sus ojos grises me parecen más hermosos que nunca. Erin se
inclina hacia mí para abrazarme, y cuando siento el calor de sus labios en
mi mejilla, empiezo a pensar que estoy a punto de cometer un grave error,
pero tan solo dispongo de una vida.
Giro ligeramente la cabeza y nuestros labios se encuentran con la misma
pasión que la noche anterior, la única diferencia es que Erin se aparta como
esperando mi aprobación antes de continuar. Asiento con la cabeza, cierro
los ojos y de nuevo ese maravilloso beso en mis labios.
Con el corazón acelerado, me sorprendo a mí misma tirando de su
camiseta hacia arriba mientras ella hace lo mismo con la mía.
—¿Qué pasó con lo de ser solo amigas? —susurra arqueando las cejas.
—¡Cállate!
Me tumbo sobre la cama y ella se sienta sobre mis caderas. Se
desabrocha el sujetador sin llegar a quitárselo, lo que hace que mis ojos se
abran de par en par cuando lo va dejando caer con un sensual movimiento,
rozando sus pezones antes de caer sobre la cama.
—No me puedo creer que esté haciendo esto —murmuro entornando los
ojos.
—Shh —Erin lleva su dedo índice a mis labios pidiéndome que no
hable para, a continuación, desabrochar mis pantalones y bajármelos por los
tobillos.
A partir de ese momento, todo parece transcurrir en cámara lenta. Me
desprendo del sujetador y Erin me cubre con su cuerpo, recorre mi cuello
con pequeños besos y el calor de su piel me hace enloquecer de deseo.
Antes de que me quiera dar cuenta, ambas estamos completamente
desnudas, cubiertas por un cálido edredón, y el tiempo parece detenerse.
Todo a mi alrededor desaparece mientras hacemos el amor intentando que
nadie nos escuche. Tan solo estamos Erin y yo, y el deseo entre nosotras.
Capítulo 6

Erin
—¿Qué hora es? —pregunta Phoenix sobresaltada.
—Las seis —respondo con un largo bostezo—. Todavía quedan dos
horas para la cena.
—Nos hemos quedado dormidas, tengo que irme —anuncia
levantándose de la cama con prisa.
—No te vistas, estás muy bien así —me quejo al ver que comienza a
recoger su ropa interior.
Phoenix me ignora y se afana por ponerse los pantalones en un tiempo
récord.
—¿En serio te vas?
—He quedado con unos proveedores de café a las siete. Debo irme —
explica sin dar demasiados detalles al tiempo que recoge su camiseta del
suelo.
—Quédate un poquito —susurro cogiéndola por la muñeca y tirándola
sobre la cama.
—Te he dicho que debo irme. No te pongas pesada.
Me tapo la cara con la almohada y dejo escapar un gruñido. Con lo que
a mí me gusta dormir desnuda junto a la pareja con la que acabo de hacer el
amor y ni siquiera me da esa oportunidad.
—Te acompaño, espera —anuncio poniéndome una camiseta y
recogiendo mis bragas del suelo.
Phoenix recoge el resto de sus cosas y se dirige a la puerta de entrada
intentando no hacer ruido, cosa que en casa de mi abuela es misión
imposible. Yo la sigo de cerca, sin pantalones y esperando que mi abuela no
se despierte de su siesta.
—¡Os he pillado! —escucho de pronto.
—Señora Miller, yo ya me iba —saluda Phoenix bajando la voz y
ruborizándose.
—Joder, Abu, me vas a matar de un susto —me quejo, mientras la
pequeña Vika mira a su bisabuela y se ríe.
—Yo es mejor que me vaya —apunta Phoenix nerviosa.
—Te acompaño —indico para no quedarme a solas con mi abuela.
Me apetecería mucho despedirla con un beso, pero no quiero dar
explicaciones a mi abuela o a Vika, así que simplemente arqueo las cejas y
acaricio su brazo izquierdo. Espero que sepa entender que lo que de verdad
me gustaría sería besarla.
—Estuvo muy bien —susurra antes de irse.
—Estoy de acuerdo.
Cogiendo su mano derecha entre las mías, la acaricio antes de fundirnos
en un largo abrazo. Al besar su mejilla, cierro los ojos para perderme en su
olor. Reconocería ese perfume a kilómetros de distancia. Siempre me
encantaron esas notas de madera con lavanda y vainilla.
—¿Te veré pronto? —inquiero.
—No lo sé. ¿Lo harás? —responde ella.
—¿Qué quieres decir?
Realmente, conozco muy bien lo que le preocupa pero me coge por
sorpresa. Estoy demasiado acostumbrada a las despedidas y ahora ni yo
misma sé lo que quiero. Siempre he vivido el momento, sin importarme lo
que ocurriría más allá, pero ahora…
—Perdona, ha sido un poco injusto por mi parte preguntar —se disculpa
Phoenix—. Ahora debo irme o llegaré tarde.
—Phoenix —llamo, aunque ya está camino de su coche y simplemente
hace un gesto con la mano para decir adiós.
Me quedo atontada en la puerta. Menos mal que no tenemos vecinos
cerca, porque sería un espectáculo verme plantada en el porche en bragas y
con tan solo una camiseta, mientras Phoenix enciende el motor y se
incorpora a la carretera para perderse de vista.
Al entrar en la casa, Vika está en el salón, sentada en el suelo jugando
con unas muñecas y mi abuela ha puesto un par de tazas de café sobre la
mesa.
—Siéntate —indica, señalando una silla con el dedo índice. Esto no
tiene buena pinta.
Me siento en silencio y noto los ojos inquisitivos de mi abuela sobre mí.
—Si tienes algo que decir, dilo de una vez —me quejo, dejando escapar
un largo soplido.
—¿Qué pasó esta tarde? —pregunta mirándome por encima de sus
gafas de pasta.
Hablar de sexo con mi abuela es uno de esos temas que me hacen sentir
extremadamente incómoda. Aun así, he metido a un buen número de chicas
a pasar la noche en mi habitación y nunca me ha preguntado nada hasta hoy.
—Abu, a mí me gustan las… —murmuro débilmente fijando los ojos en
algún punto indeterminado del mantel como si quisiese hacer un agujero.
—¿Phoenix?
Mi abuela completa la frase por mí. Bueno, realmente iba a decir las
mujeres, pero Phoenix representa incluso mejor lo que siento y al levantar
la mirada, me encuentro con la suya.
—¿Lo sabías? —pregunto con sorpresa.
—Tu hermana y tú habéis metido un buen número de parejas a
escondidas por la noche. Con tu hermana tuve una larga charla sobre los
embarazos no deseados, aunque contigo nunca hizo falta —explica con
naturalidad.
—¿Y por qué dices lo de Phoenix?
—He visto cómo mirabas a Phoenix hace años y cómo la miras ahora.
Un poco como yo miraba a tu abuelo —susurra.
—Pensé que tendrías algún problema con eso.
—¿Por qué?
—Chica y chica. Ya me entiendes, no sé. Joder, eres una abuela —añado
encogiéndome de hombros.
—¿Y qué tiene que ver que sea una abuela para que no entienda ese tipo
de cosas? —protesta—. No me importa que te gusten las mujeres, eso
siempre lo he sabido, pero esto no me parece bien.
—Estoy confusa —me quejo abriendo las manos—. ¿No te importa que
me gusten las mujeres, pero al mismo tiempo no te parece bien? Me he
perdido, Abu.
Mi abuela apoya una mano temblorosa en mi rodilla y me clava la
mirada.
—Lo que no me gusta es que le vuelvas a hacer daño a Phoenix. Ni a
ella ni a ninguna otra chica, pero sobre todo a ella, le tengo un cariño
especial. Sé que volverás a Londres y la dejarás aquí tirada. Sufrirá por tu
culpa, y eso no puede parecerme bien.
—¿Y si se viene conmigo a Londres?
Mi abuela niega con la cabeza cerrando los ojos.
—Edimburgo es el lugar al que pertenece. No se moverá de aquí y
menos ahora que ha abierto ese café en el centro. Incluso sin el café, sabes
muy bien que se quedaría para ayudar a cuidar de su hermano —explica
encogiéndose de hombros. 
—Su madre todavía es joven —me quejo buscando una salida.
—Sí, pero Phoenix es una chica que valora la familia por encima de
todo. No se separará de su hermano y ahora con el café, no hay posibilidad
de que esa chica se marche a Londres.
Lo de que valora la familia por encima de todo es una cualidad que amo
y odio al mismo tiempo en el caso de Phoenix. Yo siempre he sido muy
independiente, pero mi abuela tiene razón. Por si fuera poco, el café
significa para ella un sueño hecho realidad. Ha luchado por abrir ese local
toda su vida, desde que era una niña.
—Solo te pido que no le hagas daño, Erin. La última vez se lo hiciste,
mucho.
—No lo tengo tan claro, Abu —protesto.
—Yo sí. Y me duele ver que las dos queréis lo mismo y que aun así,
volverás a huir de lo que de verdad desea tu corazón. Siempre has tenido
pánico a comprometerte, tienes miedo a tener que sacrificar parte de esa
libertad que tanto valoras. No obstante, cuando encuentres a la persona
adecuada, lo harás sin pestañear y verás que merece la pena.  
—Gracias por el consejo —susurro besando su frente.
Una de las razones por las que siempre he adorado a mi abuela es su
capacidad para analizar las cosas y centrarse en soluciones realistas. Esto es
demasiado para mí, porque sé que en el fondo tiene razón, pero todo mi ser
lucha por ignorarlo.
Me pongo los pantalones y unas zapatillas de deporte y salgo a caminar
por el amplio jardín de mi abuela. Al llegar a nuestra antigua casa del árbol
no puedo evitar una sonrisa tonta. Ahora la han vuelto a arreglar para que
Vika pueda utilizarla cuando sea un poco mayor, y me trae demasiados
recuerdos. Memorias de mis primeros besos, de las largas charlas con
Phoenix, también de alguna que otra borrachera.
Subo a la casa del árbol como si buscase algo perdido. Tal vez
esperando encontrarme a una copia de mi yo del pasado. Esa chica rebelde
que se metía constantemente en líos. Aquella adolescente que sabía que
siempre podría contar con su mejor amiga. Pegando la espalda a la pared,
me voy dejando caer hasta quedar sentada. Abrazo las rodillas y los
recuerdos se agolpan en mi cabeza.
Y vuelve a mi mente Phoenix. Siempre Phoenix. Han pasado seis largos
años y sigue habitando en mi corazón. Y pienso que mi abuela tiene razón.
He huido de las relaciones, pero si tuviese que arriesgarme con una, solo
con una, tan solo un nombre regresa una y otra vez a mi mente.
Phoenix.
Capítulo 7

Phoenix
Durante los dos últimos días, Erin y yo nos hemos enviado varios
mensajes, pero aún no nos hemos visto en persona. Lo que ocurrió en casa
de su abuela me ha dejado un sentimiento agridulce, y ahora ni yo misma sé
lo que quiero. Erin se va a marchar a Londres y no puedo quedarme colgada
para luego sufrir.
Un nuevo mensaje en el teléfono móvil me saca de mis pensamientos
devolviéndome bruscamente a la realidad.
Erin: voy a pasarme por el mercado de productos orgánicos de
Portobello. ¿Quieres que nos veamos allí?
Dejo escapar un suspiro mientras leo sus palabras. Como primer sábado
de cada mes, abrirán el mercado de Portobello en Brighton Park. Podría
pasarme por allí, hacer algunas compras y de paso, aprovechar para poner
las cosas claras con Erin.
Nada más llegar, levanta la mano para saludarme y me envuelve en un
largo abrazo.
—¿Cómo estás? —susurra junto a mi oído antes de besarme en la
mejilla.
—Tenía ganas de verte —confieso.
—¿Preparada para una mañana de compras?
Antes de que pueda responder, coge mi mano y tira de mí, la suave piel
de sus dedos haciéndome temblar, y nos adentramos en el bullicioso
mercado.
—Tengo que comprar algo de fruta para mi abuela, ¿me acompañas?
—Casi mejor nos vemos aquí en media hora —propongo—. Yo necesito
comprar harina ecológica para la bollería del café.
Me encanta perderme entre la gente en este mercado. Escuchar la risa de
los niños, el suave zumbido de las conversaciones. Lo primero que percibes
es el olor a los productos frescos, los mostradores con sus toldos a rayas,
todos iguales. La abundancia y variedad de frutas y verduras orgánicas de
todo tipo.
Al llegar a uno de esos mostradores me detengo. El olor a pan recién
hecho llena el aire y no puedo evitar comprar una barra. Es mi debilidad. Su
textura es tan suave y esponjosa que casi se deshace en la boca. El sol brilla
con fuerza en el cielo y unas perlas de sudor se forman en mi frente
mientras camino al lugar en el que he quedado con Erin.
—¿Has encontrado lo que buscabas? —pregunto nada más verla.
—¿Te has zampado media barra de pan? Veo que te sigue gustando.
—Y eso que no tengo aceite de oliva a mano.
—¿Sabes cómo usaría yo el aceite de oliva? —pregunta Erin, y esa
sonrisa que acaba de poner no me gusta nada.
—No, pero presiento que me lo vas a decir.
—Echaría un chorrito entre tus piernas y lo lamería —susurra.
—Joder, Erin.
—Te has puesto nerviosa.
—Normal. ¿De verdad lo empleas para ese tipo de cosas?
—También lo pongo en las ensaladas.
—Erin —protesto.
—Unas gotitas, porque no se absorbe bien y puede provocar
infecciones, pero me encanta el sabor de la excitación de una mujer
mezclado con el aceite de oliva —susurra mordiéndose el labio inferior.
Dejo escapar un largo suspiro mientras esa idea revolotea en mi cabeza.
Venía dispuesta a dejarle muy claro que solo quiero ser su amiga, pero me
lo pone muy difícil.
—¿Estás sudando por lo que te acabo de decir?
—Hace calor —me quejo.
—Lo sé, por eso te he comprado esto —anuncia, sacando una pequeña
bolsa de su mochila.
—¿Un mini ventilador a pilas?
—Sé lo mucho que odias el calor —responde encogiéndose de hombros.
Meneo la cabeza poniendo los ojos en blanco. Erin solía tener ese tipo
de detalles algo absurdos, pero que te alegran el corazón porque sabes que
piensa en ti.
—¿Qué hacemos ahora?
—Es hora de explorar el mercado.
—¿Cómo cuando teníamos quince años?
—Yo nunca he dejado de tenerlos —bromea Erin pegándose a mi
espalda y rodeando mi cintura con los brazos mientras me abraza.
Caminamos por el mercado, charlando animadamente o deteniéndonos a
probar algunos de los artículos. Es como si el tiempo se hubiese detenido,
como si de verdad hubiésemos vuelto a los años de nuestra adolescencia.
Y mientras paseo por el mercado de la mano de Erin, pienso que es
posible que debamos programar más días como este antes de que abandone
Edimburgo.
—Ah, ¡hamburguesas! —exclama de pronto, señalando con el dedo un
food truck del que proviene un olor delicioso.
Si el pan recién hecho es mi debilidad, las hamburguesas son la suya. Se
le iluminan los ojos y sé que si tuviese que elegir un solo alimento para
subsistir el resto de su vida, elegiría las hamburguesas. Lo que es una
contradicción porque su abuela es una de las mejores cocineras que
conozco.
—¿Damos un paseo por la playa? —propone Erin en cuanto paga la
comida.
Asiento con la cabeza, recordando todas las veces que hemos ido juntas
en un pasado ya lejano. Bañada por las aguas del fiordo de Forth, la playa
de Edimburgo mantiene la nostalgia de un pasado dorado en la que
conformaba un complejo turístico muy popular.
Todo el barrio de Portobello se asienta sobre capas de historia y
mientras caminamos por el paseo marítimo dando buena cuenta de nuestras
hamburguesas, regresan a mi memoria las excursiones con el colegio a los
pueblos de pescadores de la costa de Fife, que se llegan a divisar desde aquí
en un día claro como hoy.
—Echaba de menos este tipo de cosas —reconoce Erin acariciando la
parte baja de mi espalda.
—Y yo, pero hay algo de lo que debemos hablar —añado con un
suspiro. Erin asiente con la cabeza sin hacer ningún comentario, como si
estuviese esperando lo que le voy a decir—. Es mejor que seamos tan solo
amigas.
—Creo que eso ya me lo has dicho hace dos días —bromea.
—Sí, lo sé. Y antes de que me preguntes, me lo pasé muy bien, pero no
quiero que vuelva a ocurrir. Volverás a Londres y me harás mucho daño si
iniciamos una relación.
Su expresión cambia de pronto, juraría que se ha entristecido y me
apresuro a explicarle mi postura.
—Erin, lo disfruté mucho, de verdad. Fue espectacular, no recuerdo que
nadie me haya hecho sentir así y me ha llevado a plantearme muchas cosas
—reconozco—. El problema es que ni siquiera sabes cuánto tiempo estarás
en Edimburgo. Quedar como amigas sería más seguro para ambas, ¿no
crees?
Aunque en el fondo de mi corazón desearía que Erin respondiese que se
quedaría en Edimburgo por mí, sé que eso no va a ocurrir ni en un millón de
años.
—Podríamos tener algo a distancia —propone.
—Erin —hago una pausa arqueando las cejas—. ¿A distancia? ¿En
serio? ¿Me vas a decir que puedes aguantar?
Se queda pensativa, pero sé que aunque me diga que sí, no puedo entrar
en ese juego. Erin es un espíritu libre, necesita sexo, es parte de su
naturaleza. No va a comprometerse ni conmigo ni con ninguna otra mujer.
—Lo comprendo —susurra.
—¿De verdad?
—Si es lo que quieres, lo acepto —admite encogiéndose de hombros.
—Entonces, ¿está decidido?
Ahora soy yo la que está decepcionada. La verdad es que esperaba un
poco más de entusiasmo por su parte. Al menos, que intentase convencerme
de que una relación a distancia podría funcionar, pero se limita a aceptarlo
sin ningún tipo de lucha.
—Está decidido —repite y de pronto siento un extraño vacío en mi
interior.
La familiar vibración de mi teléfono móvil agitándose en mi bolsillo
interrumpe mis pensamientos y me separo unos metros para responder.
Es mi amiga Sarah invitándome a ir a una discoteca de moda esta noche
junto a su novio Tyler y, de pronto, se me ocurre una idea.  
—¿Vienes a bailar esta noche como en los viejos tiempos? —propongo.
Erin parece sorprendida, pero acepta sin pensarlo.
—Intentaré no dejarte demasiado mal. He mejorado mis movimientos
en la pista de baile —explica arqueando las cejas.
Lo cierto es que Erin siempre ha bailado muy bien. Lástima que se
pasaba más tiempo en los baños de las discotecas con su ligue de turno que
en la pista.    
En cualquier caso, una noche de disco nos proporcionará el marco ideal
para pasarlo bien sin ningún tipo de presión adicional. Nos divertiremos,
reiremos, charlaremos. Será exactamente igual que en los viejos tiempos,
antes de que las cosas se complicasen entre nosotras con sentimientos
románticos.
Capítulo 8

Erin
Una multitud de cuerpos gira bajo un conjunto de luces intermitentes de
colores, suspendidas de un techo abovedado. En cada pared, un enorme
espejo refleja lo que ocurre en la pista de baile, el espacio entre los espejos
pintado de negro. Lo primero que llama tu atención al entrar no es la tenue
iluminación, sino la mezcla de olores a sudor y colonia.
La música retumba en tu cabeza y suena como el latido de mil
corazones. Atravesamos con dificultad la pista de baile para llegar a una
zona en la que hay alguna mesa vacía. Me dejo llevar por el ritmo y una
chica se frota con mi cuerpo al pasar. Podría ser cualquiera, pero esta noche
no vengo para ese tipo de cosas.
Las luces estroboscópicas parecen dibujar una realidad paralela que
consigue que tus movimientos simulen ir con unas décimas de segundo de
retraso. Desde la cabina del DJ, un hombre calvo y con algo de barriga baila
al ritmo de la música que está mezclando. Las luces de colores consiguen
transformarle en parte del decorado.
—Es como en los viejos tiempos, ¿verdad? —grita Phoenix cuando
estamos saliendo de la pista de baile—. Volver a una discoteca juntas, solo
que más legal esta vez —añade riendo.
—¿Te acuerdas de cuando nos pillaron intentando entrar con carnets
falsos en el instituto? Tendríamos quince o dieciséis años.
Phoenix se lleva una mano a la frente y niega con la cabeza muerta de
risa.
—Te pusiste a ligar con el portero y nos dejó pasar. No me lo podía
creer.
—Yo tampoco —reconozco entornando los ojos.
—Estabas loca, no sé cómo has sobrevivido hasta la edad adulta —
exclama cogiéndome por la cintura.
Y se nos queda a ambas una sonrisa tonta en la boca. Es agradable
recordar todas las locuras que hicimos juntas cuando éramos más jóvenes y
en todos los líos en que la pobre Phoenix se metió por mi culpa.
Tyler, el novio de Sarah, se sienta en la mesa y coloca allí nuestros
abrigos mientras nosotras tres nos quedamos un rato bailando en la pista. Se
puede ver a la legua que Sarah y Phoenix salen a menudo a bailar juntas, se
compenetran a la perfección y me quedo hipnotizada al observar cómo
mueven sus cuerpos al unísono.
¿Cómo podemos ser tan solo amigas? Mi corazón se acelera al sentir su
cuerpo junto al mío y cuando Sarah coge la mano de Phoenix y le da una
vuelta siento una punzada de celos deseando haber sido yo quien hiciese
eso.
—Voy a la barra a por unas cervezas —anuncio.
Al volver a la mesa, el novio de Sarah golpea con la palma de la mano
el sillón que se encuentra a su lado y me siento junto a él de mala gana,
sintiendo cómo un hilillo de sudor me recorre la espalda.
La fría cerveza rueda por mi garganta y, de pronto, una mano se posa
sobre mi muslo. Haciendo un esfuerzo para no atragantarme, giro
lentamente la cabeza para ver a Tyler observándome con una sonrisa que
me produce arcadas. Es como si estuviese esperando una respuesta por mi
parte, como si aguardase mi aprobación para subir un poco más su mano.
Le pongo cara de pocos amigos y cojo su mano, colocándola sobre la
mesa, aunque pronto la apoya de nuevo sobre mi muslo.
Lo primero que me viene a la cabeza es su novia. Está bailando a tan
solo unos diez o quince metros de nosotros, pero me doy cuenta de que la
separación entre las mesas y la pista de baile bloquea la visión de todo lo
que esté por debajo de la altura de la cintura.
—¿Tú no te ibas a casar dentro de poco? —protesto en un intento de
que impere el sentido común y sus dos neuronas se den cuenta de que lo
que pretende hacer no está bien.
Simplemente se encoge de hombros y sonríe de nuevo, deslizando su
mano por mi muslo mientras dirige su mirada hacia la pista de baile.
—No me interesan los hombres —me disculpo.
En condiciones normales, le hubiese ya partido la cara, pero prefiero no
causar problemas entre Phoenix y sus amigos. Si bien, no sé si le interesa
tener amigos como este.
—Me encantaría ver cómo mi novia se lo hace con una mujer. ¿Quieres
que se lo proponga? Nunca me niega nada de lo que le pido. Se acostará
contigo aunque no tenga ganas —añade con una sonrisa de satisfacción que
consigue que se me revuelva el estómago.
—No estoy interesada —respondo intentando mantener la compostura.
—¿No te gusta Sarah? —pregunta sorprendido.
—No es eso.
—Pues dicen que en el instituto tenías fama de ser un poco puta, no le
hacías muchos ascos a cualquier chica que se te acercase —espeta de
pronto.
—¡Eres un cerdo, joder! —chillo levantándome de la mesa.
—Era solamente una idea, no tienes que ponerte así —se queja Tyler,
poniendo los ojos en blanco.
Odio que asuman que por ser lesbiana me interesa acostarme con su
novia solo para ponerle caliente. Si me pagasen por cada vez que me han
propuesto algo así, sería ahora millonaria. Pero, el comentario que ha hecho
sobre mi época en el instituto me ha roto por dentro. No solo el comentario
en sí, sino la posibilidad de que haya sido Phoenix la que se lo ha dicho.
—¿Quieres calmarte? Perdona, joder —expone, abriendo las manos
como si no entendiese por qué me he enfadado.
—No me pienso calmar —chillo. Y es que no hay nada que me enfade
más que me digan que me calme cuando estoy cabreada.
Mis ojos se desvían involuntariamente hacia Phoenix, que ha dejado de
bailar y me mira confusa. Dudo que haya podido escuchar nada con el ruido
de la música, pero me conoce bien y es evidente que estoy muy enfadada.
—¿Qué pasa? —pregunta arqueando las cejas con Sarah a su espalda.
—Nada, me voy, estoy muy cansada —miento para no causar
problemas.
Sus hermosos ojos azules se clavan en los míos y frunce el ceño con
desaprobación.
—Sé que te ocurre algo, Erin, dímelo —insiste.
Desvío la mirada hacia Tyler y se ha puesto blanco, pero ya no puedo
aguantar más.
—Intentó meterme mano y luego me propuso que me enrollase con su
novia mientras él miraba —reconozco con un largo suspiro.
Phoenix se gira bruscamente hacia el novio de Sarah. Su voz retumba
como un trueno a nuestro alrededor a pesar del volumen de la música.
—¿Cómo te atreves a hacer eso con tu novia delante? Os vais a casar
dentro de dos meses, joder —le recrimina negando con la cabeza.
Tyler abre la boca un par de veces, como si quisiese decir algo, pero
ninguna palabra sale de su garganta, cuando su novia interviene.
—Espera un momento, ¿por qué sabes que ha sido culpa de mi
prometido y no de tu amiga? Quizá haya sido al revés y cuando Tyler se
negó ella se enfadó con él. Me he dado cuenta de cómo le miraba antes —
expone Sarah.
—¿Por qué iba Erin a intentar algo con tu novio? —pregunta Phoenix
sin un atisbo de duda.
—¿Qué quieres decir? ¿Insinúas que Tyler es poco para ella? —increpa
Sarah muy nerviosa.
—No, lo que intento decir es que…
—Phoenix, yo me voy. Siento lo que ha ocurrido —me disculpo,
girando sobre mis talones para abandonar la discoteca.
—Te acompaño —añade ella cogiendo mi brazo mientras nos alejamos
de sus amigos.
Nos montamos en mi Jeep y hacemos el trayecto en silencio,
simplemente escuchando música. Por algún motivo, en la radio solo suenan
canciones tristes.
—¡Joder, Erin, el contenedor de basura! —chilla mi amiga al llegar a su
casa.
—Ya lo había visto, no iba a chocar con él —miento. No sé por qué en
esta ciudad tienen la manía de poner los contenedores de basura en los sitios
menos iluminados.
Phoenix deja escapar un suspiro y menea la cabeza, mientras se
desabrocha el cinturón de seguridad en silencio.
—Escucha, siento mucho haber estropeado la noche —me disculpo
bajando la voz.
—No pasa nada, no ha sido culpa tuya —me asegura mientras se inclina
hacia mía para abrazarme.
El calor de su cuerpo y su eterno perfume con notas de madera, lavanda
y vainilla hacen saltar chispas por todo mi cuerpo. Hago un esfuerzo
supremo para no besarla, aunque intento quedarme con este recuerdo para
siempre. Parece una burla cruel del destino.
—Pero has reñido con tus amigos —insisto.
—Ya no tengo muy claro que quiera tenerlos como amigos.
—En cualquier caso, gracias por creer en mi versión.
—Esa parte la tenía muy clara —bromea con un guiño de ojo.
—Te acompaño a la puerta —anuncio saliendo del coche.
—Erin, mi casa está literalmente a cinco metros.
Simplemente me encojo de hombros, pero la acompaño igual. En el
fondo de mi corazón, me gustaría poder estirar el tiempo junto a ella.
—Bueno, es hora de despedirse —suspira tras meter la llave en la
cerradura.
—Eso parece.
—Erin, estaba pensando que… bueno, nada. Es una tontería.
—¿Qué me quede a dormir contigo? —pregunto alzando las cejas.
—¡Eres idiota! Pensaba que mañana voy a llevar a mi hermano a terapia
durante dos horas. Está en el centro de la ciudad, y podríamos dar un paseo
juntas y quizá tomar algo. No sé, si te apetece, claro —propone.
—Tenemos una cita —me apresuro a responder levantando mi dedo
pulgar en señal de aprobación—. Bueno, tú ya me entiendes.
—Sí, ya te entiendo. ¿Me recoges a las once? —susurra antes de entrar
en casa.
Y mientras conduzco de vuelta a la casa de mi abuela, con la música de
AC/DC a todo volumen, mi cabeza repasa lo que podemos hacer mañana
durante esas dos horas. Quiero saborear cada segundo que paso con
Phoenix antes de irme y empiezo a pensar que esta vez la echaré mucho
más de menos que hace seis años.
Capítulo 9

Erin
Al día siguiente, conduzco hasta la casa de Phoenix para recogerla junto
a su hermano, aunque ya no sé si es buena o mala idea, porque cada vez que
nos separamos siento un extraño vacío y eso es algo nuevo para mí.
—Erin, gracias por venir y cuidar de mi hermana mayor —saluda
Ethan.
—No te preocupes, que cuidaré bien de ella —bromeo—. Pero ¿tú
cómo has crecido tanto?
No veía a Ethan desde que me fui a Londres, ahora me sorprendo al ver
lo alto que está ya.
—¿Qué vais a hacer mientras estoy en terapia? —pregunta y veo que
sigue tan hablador como de costumbre.
—Cotillear sobre ti.
—No le digas eso que luego se preocupa —me regaña Phoenix en voz
baja.
Siempre me encantó el hermano de Phoenix. Es un chico súper
cariñoso. Se llevan diez años y nació con síndrome de Down. Antes de
marcharme a Londres jugaba mucho con él. Es un fanático del orden, todo
lo contrario que yo, y siempre me regañaba por ello a pesar de que era tan
solo un niño. Le tengo mucho cariño.
Esta mañana está muy contento. Dos veces al mes le llevan al centro de
Edimburgo donde organizan actividades para un reducido grupo y se lo
pasa muy bien. Conozco a una de las educadoras que se encargan de
preparar esas actividades y dice que, aunque a veces se pasa un poco mal,
es el mejor trabajo del mundo.
—Dos horas, ¿no? —le pregunto a Phoenix señalando mi reloj.
—Sí.
—Te invito a tomar algo en The Hub. ¿Cuánto tiempo hace que no vas?
—Erin, he recorrido cada café de esta ciudad un millón de veces
buscando inspiración para el mío. The Hub es uno de los que más he
visitado —explica arqueando las cejas.
—¿No es increíble que hayan convertido una antigua iglesia en la sede
del Festival Internacional de Edimburgo y que ahora tenga un café de lo
más pijo? Joder, es que todavía tiene sus vidrieras, sus arcos góticos o esos
angelitos de piedra en las puertas. Es flipante.
—El café es una pasada —admite Phoenix asintiendo con la cabeza—.
Me encantan las obras de arte que cuelgan de las paredes. Algún día espero
poner exposiciones de artistas jóvenes en el mío —añade ilusionada.
—En cualquier caso, invitarte es lo menos que puedo hacer, ya que te
estás quedando sin amigos por mi culpa —bromeo en referencia a lo
ocurrido el día anterior en la discoteca.
—¿Puedo preguntarte algo, Erin? —interrumpe cambiando de
conversación—. Es algo un poco personal.
—Claro.
—Lo que ocurrió ayer, ¿pasa con frecuencia? Es decir, ¿el hecho de que
seas lesbiana te hace más interesante para los tíos? No sé si me explico —
aclara nerviosa mientras nos sentamos en una de las mesas del café.
Con la mano en la barbilla, medito un poco mis palabras antes de
responder, dejando caer la vista sobre la decoración en tonos azules y
amarillos del local.
—Con hombres normales no hay ningún problema. Siempre hay algún
estúpido que te propone un trío o que te lo hagas con su novia porque eso le
excita. Lo de ayer no es la primera vez que me ocurre, aunque tampoco es
habitual. Luego están los que te dicen que lo de ser lesbiana se “cura” con
una buena polla. Pero bueno, todo eso es una minoría, por fortuna, y es
mejor ignorarlo.
—Tiene que joder —susurra.
—Sí, pero insisto que es solo una minoría retrógrada. También hay
mujeres que no lo llevan bien.
—Ostras, me acuerdo de Colleen, que no quería cambiarse en el
vestuario del isntituto si estabas tú —bromea Phoenix llevándose una mano
a la frente.
No puedo evitar que se me escape una carcajada al recordar a Colleen.
Tampoco era culpa suya, su familia era excesivamente conservadora y le
inculcaron unas ideas quizá algo atrasadas para nuestro tiempo. Aun así, al
recordar el instituto, vuelve a la memoria el comentario de la noche
anterior.
—¿Ocurre algo? Te ha cambiado la cara de pronto —observa Phoenix.
—No te lo iba a contar, pero ya que ha salido el tema del instituto…
Tyler hizo anoche un comentario que no me gustó nada —confieso bajando
la voz.
—¿Qué comentario?
—Dijo que por aquellos años tenía fama de ser un poco puta, palabras
textuales —indico, mirando fijamente sus ojos azules.
—Es un imbécil. Te juro que yo nunca haría un comentario así sobre ti,
Erin. Imagino que ha salido de John Scott, ¿te acuerdas de él? Nunca le
caíste bien y son compañeros de trabajo —explica Phoenix con el rostro
muy serio y dejándome más tranquila.
—Si por puta quiere decir que me gustaba cambiar de pareja, pues sí —
bromeo—. Pero ¿ves? Esa es una de las cosas que más me molesta. Si lo
llega a hacer uno de sus amigos, sería un rompecorazones, un casanova,
alguien admirado. Si lo hace una mujer, es una puta. No puedo con ese tipo
de cosas, me dan asco —admito chasqueando la lengua.  
—Creo que soy bisexual —suelta Phoenix de pronto.
Levanto la cabeza sorprendida y la miro por encima de mi taza de café.
—Tengo algo de miedo —admite.
—¿Y eso?
—Ser hetero es lo cómodo, no te sales de la norma establecida por la
mayor parte de la sociedad. Es más fácil y es todo lo que he conocido —
explica mordiendo su labio inferior.
—No te voy a decir que nunca tendrás ningún problema o que jamás te
harán ningún comentario despectivo, pero los tiempos han cambiado mucho
y tenemos el privilegio de vivir en un país abierto. No deberías tener miedo.
—Temo el momento de contárselo a mis padres —musita bajando la
mirada.
—Ahí sí que no tendrás problema. Les conozco y te quieren mucho, por
tanto desean que seas feliz, que estés con alguien que te quiera de verdad —
le aseguro.
—Y es todo por tu culpa —añade, señalándome con el dedo índice—.
La primera noche que pasamos juntas hace seis años me gustó mucho, pero
estaba muy enfadada contigo. Hace unos días, cuando nos volvimos a
acostar, algo hizo clic en mi cabeza. El mero hecho de cogerte de la mano
ahora me hace temblar.
—Es posible que seas Erinsexual —bromeo pegándole un pequeño
golpe en el hombro.
—¡Qué idiota eres! Pero, sí, es posible. En cualquier caso, supongo que
debo darte las gracias por esa experiencia.
—Eso lo repetimos cuando quieras —susurro inclinándome hacia ella.
Phoenix cierra los ojos y niega con la cabeza.
—Erin, no estropees este momento —añade.
Nos quedamos calladas unos instantes en los que Phoenix coloca su
mano abierta sobre la mesa para que yo la coja entre las mías. Y el instante
en que me pierdo en la profundidad de esos ojos azules, me parece de una
perfección sublime.
—¿Sabes una cosa, rizos? —inquiero rompiendo el silencio.
—Eres la única persona que me sigue llamando rizos.
—Bueno, ¿te digo algo?
Phoenix se encoge de hombros y asiente con la cabeza.
—Cuando te conocí en el instituto, te odiaba con todo mi ser. Me
parecías la típica niña cursi perfecta. Con esos ojos azules preciosos y tus
rizos. Siempre portándote bien, sin romper un plato. No fue hasta aquel día
que nos castigaron juntas que empecé a verte de otro modo.
—Joder, qué nerviosa estaba aquel día —reconoce Phoenix entornando
los ojos.
—Es que yo estaba acostumbrada a que me castigaran, pero para ti era
la primera vez. Aquel día comprendí que llegaríamos a ser buenas amigas,
era como si el destino te hubiese puesto allí para que nos conociésemos
mejor.
—Tengo muy buenos recuerdos de los últimos años de instituto junto a
ti, aunque me metieses en infinidad de problemas —confiesa con una
sonrisa cargada de melancolía.
—Supongo que con el paso de los años te quedas con los buenos
momentos, esos que han dejado una huella indeleble en tu memoria —
respondo mientras una plétora de sentimientos me invade de pronto.
—¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si pudieses retroceder en
el tiempo para cambiar las cosas? —inquiere apretando mi mano.
—Habría hecho todo lo posible por conquistarte. Cero dudas. No habría
tenido ojos para ninguna otra chica del instituto y esos idiotas a los que
llamabas novios no habrían tenido ninguna posibilidad contra mí —
respondo del tirón.
—¿Crees que podrías haberte conformado con una sola chica? ¿Tú? ¿En
serio?
—No tengo ninguna duda. Te quiero desde que teníamos dieciséis años
y me sentía miserable cada vez que te veía con uno de esos imbéciles con
los que salías. Si es que parecía que los elegías por tontos. Hubiésemos sido
muy felices juntas —añado con un largo suspiro.
—Me vas a hacer llorar —susurra tapándose el rostro con las manos.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Sí, claro —responde.
Dejo escapar un largo suspiro, ordenando las palabras para no herirla de
ningún modo.
—Cuando estuve en tu casa la noche de los juegos, abrí por
equivocación un armario y encontré todos los regalos que te había enviado
por tu cumpleaños o por Navidad. Estaban sin abrir, en su envoltorio
original. Siento preguntártelo, pero me extrañó mucho —añado para rebajar
la tensión.
—Estaba enfadada contigo, pero no tan enfadada como para tirar los
regalos a la basura —explica abriendo las manos—. Ya conoces el motivo.
Es que ni siquiera te pasaste a saludar ni me llamaste por teléfono.
—Vivo en Londres, no en la Antártida. Tú también podías haber venido
a visitarme y no hablo ya de llamar por teléfono —me quejo.
—Supongo que las dos hemos sido unas amigas de mierda —confiesa
Phoenix inclinándose para besarme en la mejilla.
—Pero yo creo en las segundas oportunidades —susurro.
—No veo claro cómo podemos ser más que amigas, ya lo hemos
hablado.
—Te daré un tiempo para pensarlo, ahora es mejor que vayamos a
recoger a tu hermano —indico señalando el reloj con el dedo índice.
Mientras regresamos a la zona en la que viven los padres de Phoenix
para dejar a su hermano, empiezo a darme cuenta de que abrirme a ella y
compartir mis sentimientos ha sido liberador. Creo de verdad que si pudiera
viajar al pasado y cambiar una sola cosa en mi vida, sería justo lo que le
dije a Phoenix. Habría hecho todo lo posible por seducirla, intentaría no
dejarla escapar, cambiaría por ella. Lucharía por estar a su lado y que fuese
la persona con la que compartiría mi futuro.
—¿Podemos parar a por una hamburguesa? —pregunta Ethan al ver un
Burger King de camino a la casa de sus padres.
Con una sonrisa, giro a la derecha y me meto en el aparcamiento de la
hamburguesería mientras me dirijo a …
—¡Erin, la barrera! —chilla Phoenix tapándose los ojos.
—¡Que ya la había visto, joder! —miento—. Iba a frenar justo ahora, no
hace falta que grites.
—Erin necesita gafas —bromea Ethan muerto de risa en el asiento de
atrás.
Antes incluso de que salgamos del aparcamiento, Ethan no puede
resistirse a la tentación de empezar a comer su hamburguesa con patatas
fritas. El Jeep se llena de un olor a sal y grasa que puede que no sea lo más
saludable, pero que consigue que me entre el hambre y cuando le dejamos
en casa con sus padres, mi estómago comienza a rugir.
—¿Te apetece cenar en mi casa? —propone Phoenix con una sonrisa a
la que no podría negarle nada.
—Eh, comida gratis. A eso siempre me apunto —bromeo, aunque mi
corazón empieza a latir con tanta fuerza que amenaza con salirse del pecho.
Capítulo 10

Erin
Dos horas más tarde, aparco frente a la casa de Phoenix teniendo
cuidado de no llevarme por delante el contenedor de basura. Estoy
convencida de que alguien se dedica a moverlos cada vez que ven aparecer
mi Jeep. Mi mente es un avispero de ideas mientras hago una pequeña
pausa antes de llamar a la puerta. ¿Me ha invitado solamente para pasar un
rato?
Cuando la acompañé al servicio en The Hub juraría que por un instante
esperaba que pasase algo. Estuve a punto de intentarlo, pero frené a tiempo,
aunque creo que vi la decepción en sus ojos. Si ella supiese el esfuerzo que
he tenido que hacer…jamás pensé que podría conseguir algo así, mucho
menos con Phoenix. Pero sé que si empezamos a tontear y me marcho a
Londres le haré daño.
No me importaría intentar una relación a distancia, quizá funcionase,
aunque ella me ha dejado muy claro que no lo quiere y no la culpo por ello.
Yo no tendría una relación a distancia conmigo misma. Es demasiado
arriesgado.
—¡Joder! —suspiro cuando abre la puerta.
Está preciosa. Tanto, que dudo por unos instantes si debo entrar. Ahora
ya no tengo tan claro que esta cena sea simplemente para charlar y pasar un
buen rato. Bueno, un buen rato estoy segura de que lo pasaríamos igual,
pero de un modo muy distinto. O quizá es que estoy tan acostumbrada a
utilizar todo tipo de pequeños trucos para ligar que veo amenazas donde no
las hay.
—¿Has traído galletas de chocolate de tu abuela? —pregunta
sorprendida al ver la bandeja que llevo en la mano.
—Recién salidas del horno. Alguna la ha hecho Vika —anuncio,
señalando a tres o cuatro galletas deformes con una barbaridad de chocolate
por encima.
—Me encanta —susurra mordiendo su labio inferior y juro que cada vez
que hace ese gesto de manera inconsciente me tiembla todo el cuerpo.
Mientras lleva la fuente de galletas, todavía calientes, a la cocina, me
quedo en el salón observando con sorpresa todo el esfuerzo que ha dedicado
en colocar la mesa. Pensé que pediríamos unas pizzas o algo rápido, pero lo
ha preparado todo casi como una cena formal. Hasta ha puesto una vela en
el medio.
—Phoenix, esto no es una cita, ¿no? —pregunto extrañada.
—Para nada —grita ella desde la cocina—. ¿Quieres un poco de vino?
Desde el sofá, observo sus movimientos. Hasta algo tan mundano como
abrir una botella de vino parece elegante en sus manos.
—Por retomar viejas amistades —exclama levantando su copa.
—Porque no se vuelvan a romper —añado.
—¿Tienes hambre?
—Mucha. No podía escuchar la radio de lo que rugían mis tripas
mientras venía —bromeo.
—Pues tengo una sorpresa para ti. Espera aquí, no te muevas —indica
levantando la mano para que me quede quieta mientras se adentra de nuevo
en la cocina.
—No vas a venir sin ropa, ¿no?
Pero no le da tiempo a responder. De pronto, la estancia se llena de un
irresistible aroma a cerdo asado que solamente puede provenir de un lugar.
—Joder, tienes que estar de broma. ¿Cómo has conseguido comida del
Oink a estas horas? —pregunto sorprendida.
—Una que tiene sus contactos. Quería prepararte algo especial y
recordé lo muchísimo que te gustaban los bocadillos de cerdo asado del
Oink hace años. Soy muy amiga de una de las camareras y me hizo un favor
—explica.
—Ha sido un detalle increíble —reconozco mientras pienso que me
conoce muy bien, porque la comida es la forma más rápida para hacer que
me derrita.
La cena prosigue tranquila. Sin dramas, recordando los viejos tiempos,
volviendo a retomar nuestra amistad, que parece no haberse roto nunca. De
pronto, Phoenix se pone muy seria y me clava sus ojos azules.
—¿Ocurre algo?
—He preparado una cosa. Espero que te guste —susurra. Sus mejillas se
tornan de un ligero tono rosáceo que me vuelve loca.
—Sabes que me encanta cuanto te ruborizas, ¿verdad?
—Eres tonta —musita poniendo los ojos en blanco—. Espero que te
guste, pero debo vendarte los ojos.
Observo con sorpresa cómo Phoenix saca de su bolsillo una venda
negra, y con evidente nerviosismo, la coloca con delicadeza sobre mis ojos.
—Si es algo sexual, te advierto que prefiero que también me ates al
cabecero de la cama. ¿Tienes una fusta a mano?  
Phoenix no responde, pero me la puedo imaginar entornando los ojos y
meneando la cabeza para indicar que soy tonta. En cambio, me coge de la
mano y me conduce por un pasillo hasta lo que creo que debe ser su
dormitorio.
—¿Estamos en tu cuarto?
—Sí.
—Puf.
—Puf, ¿qué?
—No sé, ¿me quito la ropa o me la quitas tú?
Juro que estaba dispuesta a oponer un poco más de resistencia, pero tras
el detalle de la cena del Oink y traerme con los ojos vendados hasta su
habitación, mis defensas han desaparecido. Una cosa es resistirse en los
baños de un café abarrotado de gente y otra muy distinta hacerlo en estas
condiciones.
—Eres idiota, Erin —susurra pegándome un azote en el culo.
—Te aviso de que eso me pone mucho —admito encogiéndome de
hombros.
—¡Quítate la venda, anda! No vamos a hacer nada de lo que te estás
imaginando. Eres una guarra.
—¿Vamos a abrir regalos?
—Vamos a abrir todos los regalos que me has enviado a lo largo de
estos años. ¿Necesitas cambiarte de bragas o estás bien así? —bromea
muerta de risa y llevándose una mano a la frente.
Y efectivamente, sobre la cama, ha colocado cuidadosamente todos los
regalos.
—Estoy lista para abrirlos y quiero hacerlo contigo —confiesa—. Hasta
ahora no lo he estado, reconozco que tenía sentimientos muy encontrados
sobre ti y te pido disculpas por ello.
—¡Vaya presión que me metes!
Phoenix me clava la mirada y ladea la cabeza como preguntándose si
hablo en serio.
—Es broma, espero que te gusten —me apresuro a aclarar.
—Adelante, dime en qué orden deben abrirse —propone.
Intento hacer memoria y le voy pasando los regalos en el orden que creo
que debe abrirlos. Mi corazón salta de alegría cada vez que un nuevo regalo
es desenvuelto y los ojos de Phoenix me indican que le ha gustado.
Todos y cada uno de ellos han sido elegidos con esmero, dependiendo
de mis gustos particulares en cada uno de esos años y de lo que creía que le
podía gustar a ella. Hay un poco de todo; una botella de vino que compré en
España, una camiseta, velas aromáticas… pero mi corazón tiembla de
emoción al llegar al último regalo.
—¿Y esto? ¿Es un sobre? —pregunta confusa meneándolo en el aire.
—¡Ábrelo!
—Joder, esto es… No me lo puedo creer, ¿cómo lo has conseguido? ¿Lo
habías guardado todos estos años?
Phoenix trata de secarse las lágrimas que ruedan por sus mejillas
mientras intenta hablar entre sollozos. Sus manos se aferran al pequeño
trozo de papel arrugado que representa un recuerdo inconfundible del
comienzo de nuestra amistad.
—Es la nota en la que me comunicaron que estaba castigada y tuve que
pasar dos horas contigo. Recuerdo que estaba muy enfadada, hice una bola
con el papel y te lo tiré a la cara —admite sin intentar ya contener las
lágrimas.
—Seguramente me lo merecía —confieso.
—Supongo que sí, no recuerdo bien lo que me dijiste, pero había sido
una estupidez. Un comentario idiota. Quién me iba a decir que aquel día te
conocería un poco mejor y empezaría nuestra amistad.
—¿Te gusta?
—Me encanta, Erin —admite con un hilo de voz apenas audible.
—Pensé que te haría ilusión tenerlo.
—No me puedo creer que lo conservaras todos estos años —se
sorprende clavándome sus hermosos ojos azules, ahora repletos de
lágrimas.
—Ese papel representa algo muy importante para mí —reconozco.
—Tengo la cama llena de tus regalos de estos últimos años, pero nunca
me habían regalado algo así. Para mí, tiene más valor que todo lo demás
junto —expone acercándose a mí para abrazarme.
Y cuando me envuelve entre sus brazos y siento sus labios sobre mi
mejilla, todo mi cuerpo tiembla de anticipación y tengo muy claro que no
me voy a poder resistir.
—¿Al final vamos a ser solo amigas o cómo funciona esto? —bromeo
cuando sus labios rozan los míos.
—Ya, Erin, somos mujeres adultas —protesta.
—No, si yo no me quejo.
—Me alegro de que estés de acuerdo —susurra apartando parte de los
regalos que hay sobre la cama y empujándome para colocarse sobre mí.
Phoenix
Quería que la cena con Erin fuese especial y más tarde abrir con ella los
regalos. Algo que no me había atrevido a hacer en todos estos años. Cada
uno de ellos me trajo algún recuerdo bonito, sé que todos fueron elegidos
con el corazón, no simplemente para cubrir un mero trámite. Sin embargo,
abrir el último sobre y observar que había guardado la nota que comunicaba
mi castigo, esa misma nota que me permitió empezar a conocerla, consigue
que me derrita. Es típico de Erin, a veces puede ser una persona muy
egoísta, pero otras veces tiene unos detalles maravillosos.
—¿Decías en serio lo de atarte al cabecero de la cama? —pregunto tras
apartar los regalos y colocarme sobre su cuerpo.
—¿Dónde está la Phoenix que conozco y qué has hecho con ella? —
bromea.
—Contesta —susurro.
—Me excitaría muchísimo. ¿Tienes unas esposas?
—No.
—Puedes usar unas medias si quieres —propone.
—¿Puedo taparte los ojos?
—Phoenix, ¿has hecho esto alguna vez? —pregunta abriendo los ojos
con sorpresa.
—No, pero no te puedes hacer una idea de lo excitada que estoy ahora
mismo —admito bajando la voz.
Antes de que me quiera dar cuenta, Erin está completamente desnuda
sobre el colchón, con los ojos vendados y las manos atadas con prisa al
cabecero de la cama con unas medias negras. Seguramente puede soltarse
con facilidad, pero me ha asegurado que no lo hará.
—Espera un momento, que quiero probar una cosa —susurro a su oído.
Al poco rato, vuelvo al dormitorio con dos cubitos de hielo en un plato
y los dejo sobre la mesita de noche para a continuación acariciar con la
yema de mis dedos sus labios.
—¿Por qué tienes los dedos tan fríos? —susurra abriendo la boca para
intentar chuparlos.
—¡Cállate! —suspiro deslizando la palma de mi mano entre sus pechos.
Erin arquea la espalda, pequeños gemidos se escapan al acariciar sus
pechos.
—¡Ah! —jadea al sentir la primera gota de agua helada caer sobre sus
labios.
Abre la boca suspirando al tiempo que deslizo el hielo por su barbilla, y
al colocarlo sobre su boca, saca la lengua para lamerlo, dejando escapar
esos suaves gemidos que ve vuelven loca de deseo.
—¡Joder! —suspira tensando su cuerpo.
—¿Te gusta?
—Mucho —admite—es súper excitante.
Desde la barbilla, el cubito de hielo va dejando un reguero de helada
humedad hasta su escote y haciendo círculos alrededor de uno de sus
pezones, observo cómo se le pone la carne de gallina alrededor de la areola.
—¡Joder! —repite en cuanto el cubito de hielo roza su pezón derecho.
—Te vas a hacer daño si sigues tirando de las ataduras —indico entre
susurros al ver que tensa cada músculo de su espalda cuando siente el hielo
en la zona de su ombligo.
—No, Phoenix, más abajo no —suplica al ver que recorro su pubis en
dirección a su sexo.
—Shhh, ¡cállate!
—Phoenix, joder, ¡Ni se te ocurra ponerlo ahí abajo! —protesta, aunque
sus gemidos van en aumento.
Acaricio mis pechos con la mano izquierda jugando con mis pezones,
excitada al observar el cuerpo de Erin contorsionarse contra las ataduras
cada vez que una de las frías gotas rueda entre sus piernas.
—Eres una cabrona, Phoenix, esto es tortura —se queja entre gemidos.
—Entonces parece que te gusta que te torturen —bromeo entre risas.
Erin grita, elevando las caderas al sentir el hielo gotear sobre su clítoris
y no puedo evitar tocarme con la mano libre, confundiendo mis gemidos
con los suyos en una sensual melodía.
Cada roce cerca de su sexo es un nuevo suspiro, todo su cuerpo se tensa.
Jadea, gime, grita suplicando que deje el hielo y que introduzca mis dedos.
Sin poder aguantarlo por más tiempo, deslizo mi cuerpo sobre el suyo y
nos besamos con pasión. Erin me busca en la oscuridad, recorriendo con su
lengua el contorno de mis labios, mordiendo mi labio inferior mientras yo
apago mis gemidos en su boca.
Lanzo lo que queda del cubito de hielo al suelo y me deslizo hasta su
sexo, lamiéndolo lentamente. Erin tensa el abdomen al llegar a su clítoris, y
grita al sentir mis dedos en su interior.
Colocando la mano izquierda sobre su pubis, le acaricio el clítoris con
mi pulgar mientras sigo con mis dedos en su interior, hasta que eleva las
caderas y con un fuerte grito, se deja caer sobre la cama.
—Te voy a matar —me asegura con la respiración entrecortada, su voz
apenas un susurro.
—Pues prepárate porque no me puedes dejar así —le aviso mordiendo
mi labio inferior con deseo —me tienes goteando.
—Sube hasta mi boca —suspira.
Y en cuanto coloco mi sexo entre sus labios y su lengua lo recorre como
solamente ella sabe hacer, no sé si he muerto y subido al paraíso o sigo en
mi dormitorio.
Me balanceo sobre su lengua, buscando frotar mi excitación con su
boca, su barbilla o cualquier otra parte de su cara que me pueda
proporcionar placer. Acaricio mis pezones, sus uñas clavadas en mis nalgas,
suaves gemidos apagados en mi sexo que me vuelven loca de deseo.
Tiro de su pelo pegándola más a mí, liberando un orgasmo que rompe
como las olas del mar del Norte en un día de invierno. Pequeños espasmos
de placer sobre su boca mientras ambas tratamos de recuperar la respiración
y un sutil “te quiero” se escapa de mi garganta. 
Capítulo 11

Phoenix
—¡Mierda! Apaga la alarma del móvil, es muy temprano —se queja
Erin tapándose la cara con la almohada.
—Tengo que levantarme —susurro—. Tú sigue durmiendo.
—¿Qué hora es?
—Las seis, duérmete —insisto.
—¿Para qué coño te levantas a las seis?
—Abrimos a las ocho, debo preparar al menos una hornada de
magdalenas para cuando vengan los primeros clientes —le explico mientras
entro en el cuarto de baño a darme una rápida ducha.
Ayer por la noche me dijo que se quedaría dos semanas más en
Edimburgo y mi corazón casi se sale del pecho. No sé exactamente lo que
tenemos entre nosotras ahora mismo. Nada serio, supongo, pero el hecho de
que Erin cambie sus planes para quedarse más tiempo conmigo me llena de
alegría.
Visto desde fuera, podría parecer una estupidez. Hace tan solo unas
semanas sabía muy poco de su actual vida, tan solo pinceladas que me iba
comentando su abuela. Bueno, sigo sabiendo poco de su vida, pero Erin
siempre ha sido muy celosa de su intimidad, un poco hermética. Así como
yo he llorado en su hombro un montón de veces, no recuerdo ni una sola
ocasión en la que ella lo hiciese en el mío. Siempre ha preferido tragarse sus
problemas.
El caso es que empiezo a quedarme colgada y sé que es una gran
equivocación. He ganado algo de tiempo adicional, pero se irá de igual
modo de Edimburgo. Ese día tengo muy claro que me voy a romper aunque
no haya nada serio entre nosotras. Sé que lloraré y la echaré de menos. Soy
consciente de que debimos mantener nuestra relación estrictamente dentro
del plano de la amistad, pero con Erin eso no es nada fácil.
No creo que pueda deshacerme de la idea de estar a su lado tan
fácilmente. Imagino que cuando se vaya a Londres no podré evitar pensar
en ella, como un pájaro encerrado en una jaula que sigue moviendo las alas
a pesar de que ha perdido su libertad. Solo espero que cumpla su promesa y
nos veamos a menudo, aunque me comerán los celos por dentro cada vez
que sepa que ha quedado con otra mujer.
—¿Qué haces? —pregunto al sentir su cuerpo desnudo pegado al mío
en la ducha.
—Ducharme, ¿no querrás que huela mal?
—Sepárate, Erin, te lo digo en serio, no puedo llegar tarde —me quejo
al observar que se está excitando mientras se pega a mí y frota su sexo en
mis nalgas.
—Dime que no te apetece.
—Sabes que me apetece, pero tengo que hacer las magdalenas —
protesto dándome la vuelta y separando su cuerpo del mío.
Chasqueando la lengua, se separa de mí y se sienta en el borde de la
bañera mientras yo me enjabono el pelo con prisa y escurro bien el agua,
dejando que los miles de gotas rueden sobre mi espalda y me ayuden a
relajarme cuando…
—¡Erin, joder! ¡No seas guarra!
—¿Tú nunca te masturbas?
—Pero puedes irte al dormitorio, no sé. No tienes por qué hacerlo
dentro de la bañera delante de mí —protesto, aunque la verdadera razón no
es que me moleste ver cómo lo hace, sino que me acabo de excitar
demasiado y sé que esto lleva mal camino. A este paso voy a llegar tarde
seguro.
Erin se levanta y poniendo las manos en mi cintura, me hace girar. Se
coloca detrás de mí para enjabonar mi espalda con ese toque tan suyo que
me hace enloquecer. Cierro los ojos y ladeo mi cuello, mientras vierte
champú para enjabonar suavemente mi pelo.
—Ya me he lavado la cabeza —susurro sin fuerzas para quejarme.
—Es por si no lo has hecho bien —musita junto a mi oído, haciéndome
temblar de deseo.
Suspiro de placer al sentir sus manos recorrer mi espalda, enjabonando
mis hombros con una sensualidad sublime, deslizando las manos por mis
costados hasta detenerse en las caderas.
—Ahora te voy a follar —murmura pegada a mi cuerpo antes de
empujarme contra la pared de la ducha y colar una de sus manos entre mis
piernas.
—Erin, por favor, me tengo que ir, ya tendremos tiempo más tarde
—anuncio separándome de ella, aunque todo mi cuerpo está
temblando.
—Joder, eres única rompiendo los momentos románticos —protesta
negando con la cabeza.
Me encojo de hombros y junto las manos en señal de disculpa, pero he
dedicado demasiado esfuerzo y dinero a mi negocio como para abrir un día
sin magdalenas por echar un polvo en la ducha. Soy la primera que tiene
que dar ejemplo a mis empleadas.
—Voy contigo.
—¿No tienes algo que quieres terminar por ti misma? —bromeo
señalando entre sus piernas.
—Ya lo terminarás tú esta noche. Pero me lo vas a compensar —
amenaza arqueando las cejas y apuntándome con el dedo índice.
—Va a ser un rollo —aviso—. Te agradezco que me acompañes, pero te
vas a aburrir. ¿Seguro que no prefieres quedarte durmiendo o haciendo esa
otra cosa que sé que te apetecería en estos momentos.
Erin me mira y ladea la cabeza como meditando su decisión antes de
responder.
—Me mueve un interés puramente egoísta. Quiero aprender a hacer tus
magdalenas para cocinárselas a Vika —admite encogiéndose de hombros.
***
El viejo Jeep azul se incorpora a la carretera con la música rock a todo
volumen como suele ser habitual en ella y todavía en la oscuridad de la
noche, empiezo a darme cuenta de que Erin conduce aún peor que cuando
se sacó el carnet de conducir, lo cual es extraño. Se pega mucho a los
coches y no parece ser capaz de leer las señales hasta que estamos muy
cerca.
—¡Salida 27, Erin! —grito al ver que casi nos la pasamos.
—Ya la había visto, joder —se queja dando un volantazo hacia la
derecha que hace tambalearse el viejo Jeep.
—Espera, va a tener razón mi hermano y necesitas gafas —expongo tras
meditarlo un poco.
—¡Qué gilipollez!
—Erin, dime la verdad.
—Es una mínima corrección. Me arreglo bien sin ellas —responde
mientras nos metemos en el centro de Edimburgo.
—Y claro, sería una pena ponerle unas gafas a esos ojitos grises tan
bonitos, ¿verdad?
—Ya te he dicho que es una corrección mínima, en realidad no las
necesito. Es opcional —insiste, haciendo una mueca como si no quisiese
mantener esta conversación.
—No me lo puedo creer, Erin. Vas de dura y eres una coqueta. ¿Por qué
no te pones lentes de contacto?
—Soy incapaz de meterme nada en el ojo —responde con sequedad.
Sacudo la cabeza divertida y decido no seguir presionando. Ya habrá
tiempo para hablar del tema, aunque hago una nota mental de conducir mi
coche siempre que sea posible y evitar que ella lo haga.
***
—¿Y no hay que hacer nada más? ¿Eso es todo? Pues la receta
magistral no es tan complicada —bromea Erin en cuanto metemos las
magdalenas en el horno.
Me ha ayudado a preparar la primera hornada de magdalenas y entre las
dos hemos ido mucho más rápido.
—Ahora solamente tenemos que esperar a que terminen de hacerse y
meter la siguiente hornada —le explico.
—¿Y qué sueles hacer mientras esperas?
—Pues no sé, depende del día. Limpiar, preparar algo más, o
simplemente mirar las redes sociales. Por cierto, estás muy guapa con
harina en la nariz —bromeo al ver que seguramente se ha rascado y se ha
manchado.
—A mí se me ocurre una cosa mucho más divertida que hacer mientras
esperas —interrumpe acercándose a mí con pequeños pasos.
Y esa sonrisa que ha puesto me la conozco bien y sé dónde nos va a
llevar.
—Solo tardan de quince a veinte minutos, Erin —señalo abriendo las
manos en señal de disculpa.
—Yo creo que es suficiente para uno rápido, esperemos que no se nos
quemen las magdalenas —insiste, pegándose a mí y colocando su frente
sobre la mía para susurrar sus palabras.
Y en cuanto su nariz roza ligeramente mi piel y siento sus labios en mi
cuello, sé que no me voy a poder resistir. Erin desabrocha mis pantalones,
coloca sus dedos pulgares por debajo de la goma de mis ropa interior y me
baja ambos hasta las rodillas. Roza con el reverso de su mano mi pubis sin
romper el contacto visual, clavándome esos ojos grises de una profundidad
infinita, que ahora muestran un deseo salvaje que me hace estremecer.
—¡Erin, la harina! —protesto cuando me coge por la cintura y me
levanta para sentarme sobre la encimera.
Percibo la suave textura bajo mi piel, intentando mantenerme sobre los
codos para no manchar la camisa que llevo puesta mientras ella desliza sus
dedos entre la humedad de mi sexo.
Instintivamente, abro las piernas y los siento entrar lentamente,
milímetro a milímetro, provocándome con la mirada al tiempo que mis
gemidos van en aumento.
Pronto, estoy completamente a su merced, abro la boca buscando aire,
tenso los dedos de mis pies sintiendo cómo me penetra a un ritmo
constante, haciendo leves pausas para curvar los dedos o hacer algún
círculo. Como si tuviesen vida propia, mis piernas comienzan a temblar.
Erin muerde ligeramente mis caderas sin cesar en su ritmo hasta que no
puedo aguantar más y dejo caer mi cuerpo sobre la encimera sin
importarme ya si la ropa se mancha o no.
Es, como dice ella, solo un polvo rápido, pero son esos repentinos
arrebatos de pasión los que me vuelven loca. El deseo primario que veo en
sus ojos cada vez que se excita es suficiente para hacerme perder el sentido
y los mimos que te ofrece a continuación hasta que te recuperas, se sienten
tan bien como el propio sexo.
—Han llamado a la puerta, debe ser el personal —anuncio nerviosa,
tratando de cepillarme el pelo para que no se note lo ocurrido.
—Estás muy guapa, rizos —me asegura Erin sacando las magdalenas
del horno, quizá un poco más doradas de la cuenta—. Abre la puerta
mientras yo limpio este desastre.
—Me debes un kilo de harina —bromeo antes de salir de la cocina y
apresurarme a abrir a mis empleadas.
La mañana transcurre sin mayor sobresalto y estoy casi segura de que
ninguna de las camareras ha sospechado lo ocurrido, aunque se han
extrañado al ver a Erin en el local tan temprano. Se ha sentado en una de las
mesas y observa divertida a un grupo de turistas que tratan de hacerse
entender en algún idioma del Este de Europa.
De pronto, una mujer de aspecto elegante irrumpe en el café y el rostro
de Erin cambia por completo cuando camina hasta su mesa.
—Ángela, ¿qué haces aquí? —pregunta con evidente confusión.
—He venido a hablar contigo, ya que no respondes a mis llamadas —
contesta la mujer alzando ligeramente la voz.
De inmediato, dejo lo que estoy haciendo y me dirijo hasta la mesa en la
que Erin está sentada. Una opresión en el pecho no me deja respirar con
facilidad, tengo un mal presentimiento.
—Te he dicho que no había nada más que hablar —se defiende Erin,
aunque parece haber perdido parte de su seguridad.
Ya estoy harta, ni siquiera me molesto en disimular. Necesito saber
quién es esa mujer como si mi vida dependiese de ello.
—¿Qué ocurre? —pregunto escondiendo las manos para que no me
vean temblar.
—¿A ti qué te importa? —espeta la elegante mujer que además de
guapísima es una maleducada.
—Soy la propietaria del café, así que me importa todo lo que ocurra en
él, sobre todo si incluye a mi amiga —aclaro sacando toda la valentía de la
que soy capaz—. ¿Y usted es…?
—Su prometida —suelta de golpe y mi corazón se detiene.
—Su… ¿qué?
—No es mi prometida, Phoenix —interrumpe Erin.
—Al menos lo era hasta que me devolviste el anillo por correo y te
marchaste de la empresa. Podías haber tenido la valentía de dármelo en
mano —se queja la mujer.
Tras escuchar esas palabras estoy muy cerca de tener un ataque de
ansiedad. No puedo ni siquiera imaginar que Erin pueda tener un
comportamiento tan cruel. Sé que no dura mucho en sus relaciones, soy
consciente de que ha dejado llorando a muchas mujeres, pero esto está ya a
otro nivel. Me niego a aceptar que mi amiga sea capaz de algo así.
Las ideas se agolpan en mi mente tratando de buscar una explicación
donde seguramente no la hay. Hace unos instantes era la mujer más feliz del
mundo haciendo el amor con ella en la encimera de la cocina, nuestros
cuerpos desnudos embadurnados en harina. Ahora me entero de que estaba
prometida y se ha estado acostando conmigo de igual modo. No quiero
aceptarlo, pero me temo que es la realidad. Debo reconocer que quizá Erin
no solo no ha cambiado, sino que ha ido a peor.
—Erin, ¿me lo quieres explicar? —balbuceo.
—Te lo explicaré todo, ¿vale? Pero antes tengo que hablar con ella —
susurra cogiéndome de la muñeca.
Instintivamente, retiro la mano y puedo observar la decepción en sus
ojos.
—¿Cuándo?
—Más tarde, en cuanto hable con ella, de verdad —me asegura.
Ni siquiera respondo, giro sobre mis talones y me encamino a la cocina
sin molestarme en esconder las lágrimas que se escapan de mis ojos.
Punzadas de rabia y celos atraviesan mi corazón y una oleada de calor
recorre todo mi cuerpo. Me siento traicionada. Sé que no tenemos nada
serio, sin embargo, había confiado en Erin, le abrí mi corazón. Si ella me lo
hubiese pedido hubiese incluso aceptado una relación a distancia.
En cambio, ahora…
Me invade la ira, ahogo un grito de impotencia mientras golpeo con
fuerza la encimera de la cocina, esa misma que nos ha visto devorarnos
desnudas poco tiempo antes. Erin es una zorra, jamás hubiese esperado algo
así de ella. No hay explicación posible para lo que le ha hecho a esa pobre
mujer. O a mí.
Capítulo 12

Erin
Me detengo en seco, atónita, con los ojos muy abiertos y la mandíbula
desencajada al ver entrar a mi ex en el café de Phoenix. Ángela aquí, en
Edimburgo. La muy cabrona tiene que aparecer justo hoy que el día no
podía haber empezado mejor y la noche prometía con seguir mejorando. El
destino me odia, estoy convencida de ello.
—Ángela, ¿qué haces aquí? —inquiero tan confusa que apenas puedo
pronunciar palabras.
—He venido a hablar contigo, ya que no respondes a mis llamadas —
contesta ella. Ha subido el tono de voz en un lugar público, así que no me
cabe la menor duda de que está muy enfadada.
Por el rabillo del ojo, observo a Phoenix acercarse a nosotras con
pequeños pasos y una evidente tensión en su rostro.
—Te he dicho que no había nada más que hablar —respondo con
preocupación al ver que Phoenix ya está a nuestro lado.
—¿Qué ocurre?
—¿A ti qué te importa? —ladra Ángela que ha perdido los papeles y me
temo que esto va a acabar mal.
—Soy la propietaria del café, así que me importa todo lo que ocurra en
él, sobre todo si incluye a mi amiga —responde Phoenix nerviosa. Menos
mal que no ha utilizado la palabra novia, porque si no íbamos a tener un
buen lío montado—. ¿Y usted es…?
—Su prometida —suelta Angie de golpe y puedo observar que Phoenix
se ha quedado pálida.
—Su… ¿qué?
—No es mi prometida, Phoenix —me apresuro a aclarar antes de que a
Phoenix le dé un infarto.
—Al menos lo era hasta que me devolviste el anillo por correo y te
marchaste de la empresa. Podías haber tenido la valentía de dármelo en
mano —se queja mi ex.
Mi mirada alterna entre ellas y me temo que esto no va a acabar nada
bien.
—Erin, ¿me lo quieres explicar? —la barbilla de Phoenix tiembla al
hablar y se me parte el corazón verla así.
Lo último que quiero es que se piense que me he estado acostando con
ella mientras estaba al mismo tiempo con otra mujer. No me siento
orgullosa de ello, pero he dejado ese tipo de comportamiento en el pasado.
Tampoco quiero montar un numerito en medio de su café, varios de los
clientes ya nos miran con sorpresa, así que debo elegir con cuidado mis
palabras y evitar toda confrontación.
—Te lo explicaré todo, ¿vale? Pero antes tengo que hablar con ella —
susurro cogiendo a Phoenix por la muñeca y suplicándole con la mirada que
me deje hablar a solas con Angie.
Phoenix da media vuelta y se mete en la cocina, sus ojos me dejan claro
que está a punto de ponerse a llorar y me parte el corazón que sea por mi
culpa. Me juré a mí misma que jamás le haría daño y ahora me veo envuelta
en una situación que no sé muy bien cómo voy a solucionar.
—Erin, desapareciste de pronto. Todo lo que he sabido de ti es un sobre
certificado con el anillo de compromiso y una nota del departamento de
Recursos Humanos diciendo que cogías tres semanas de vacaciones —
expone Ángela como si yo no lo supiese. Ahora se hace la buena, pero sé
muy bien lo hija de puta que puede llegar a ser.
—¿Cómo me has encontrado?
—Me costó la misma vida, y una buena cantidad de dinero. Tuve que
contratar a una agencia de detectives para que siguiese tu rastro. Imaginaba
que podrías estar en Edimburgo con tu abuela, lo que nunca imaginé es que
tuvieses una doble vida, incluyendo una segunda novia.
—No sé de qué coño estás hablando —me quejo—. Phoenix no es mi
novia, y aunque lo fuese, no tendría otra novia porque tú ya no lo eres.
Ahora, ¿me puedes explicar por qué has venido hasta Edimburgo?
—Para hacerte entrar en razón y que vuelvas conmigo a Londres —
susurra Angie, con esos ojitos de cachorrito desamparado que sabe poner
cuando quiere conseguir algo. Nadie diría que en el fondo es una cabrona y
si no que se lo pregunten a cualquiera de mis compañeros de trabajo. La
muy zorra les tiene atemorizados a todos.
—Ángela —suspiro meneando la cabeza.
—Sé que el compromiso te asusta. Si no te sientes preparada podemos ir
más despacio, seguir saliendo unos meses, tomarnos las cosas con más
calma. Lo entiendo, Erin.
—No es eso y lo sabes.
Aunque he hecho todo lo posible por hacerle entender que no quiero
estar con ella, sigue aferrándose a la idea de que seguimos juntas. Puedo
verlo en su mirada, ese profundo anhelo de que aún hay esperanza. Lo veo
en su cuerpo, en cada una de sus palabras.
—¿Es por mí? —por favor, que no monte un numerito en medio del
café de Phoenix.
—No, Ángela. No es por ti, tampoco es por mí. Simplemente no ha
funcionado entre nosotras, eso es todo.
Antes siempre decía que era por mi culpa, pero llegué a la conclusión de
que les hacía sentir aún peor. También he renunciado a la típica frase de
“podemos seguir siendo amigas”, me he llevado algún tortazo tras decir
esas palabras.
—Entonces, ¿no es por mí? —su frase es tan solo un susurro.
—Ya te he dicho que no. Voy a presentar una carta de dimisión y a
mudarme definitivamente a Edimburgo.
No me puedo creer que haya dicho esas palabras, han sido en piloto
automático, pero tengo la certeza de que han salido del fondo de mi
corazón. Había venido solamente para dejar distancia con Ángela, no quería
tenerla cerca durante una temporada, pero ahora no quiero volver a
Londres. Ya no es que no me apetezca volver a la empresa y ver a Angie a
diario, es que no quiero volver a la ciudad.
Mi corazón late de pronto con tanta fuerza que me pongo nerviosa. Ni
yo misma me reconozco. ¿Estoy de verdad dispuesta a abandonar Londres y
volver a Edimburgo?
Angie suspira, mira alrededor del café, pero el brillo en sus pupilas me
deja saber que la zorra que habita en su interior ha regresado.
—Muy bien, presenta la carta de dimisión. Como sabes, todos los
contratos en nuestra empresa tienen un preaviso de un mes. El lunes te
quiero en la oficina a primera hora para cumplir el período de preaviso —
anuncia con el rostro impasible.
—Venga ya, Ángela, ¿en serio? En la puta vida habéis obligado a nadie
a dar el preaviso de treinta días salvo a los altos directivos y yo estoy muy
lejos de esos puestos. ¿De verdad me vas a obligar a volver? —protesto
entornando los ojos.
—Si no quieres enfrentarte a una demanda…
Suspiro cabreada. Esa cláusula es una formalidad, ni siquiera se nos
permite pagar los treinta días de nuestro bolsillo. Se supone que es para que
podamos formar a otra persona en nuestro puesto, pero jamás se aplica a
empleados de mi nivel. Solo lo hace para tenerme otro mes en Londres
esperando que pueda haber otra oportunidad conmigo, o para hacerme la
vida imposible en la oficina. Ya sabía yo que no era buena idea enrollarme
con mi jefa.
—Tienes que presentarte el lunes a trabajar —espeta arqueando las
cejas, como si pretendiese recordarme su autoridad.
—Estoy de vacaciones.
—Unas vacaciones que deben terminar en algún momento, ya he sido
muy considerada contigo —señala haciendo un gesto con la mano como si
estuviese espantando a una mosca.
—Ángela, por favor… —suplico.
—Ahora me voy. Pásate por la habitación 112 del Hotel Lowes esta
noche cuando cambies de opinión. Podría considerar rebajar tu período de
preaviso, o quién sabe, incluso olvidarme de él si me quedo muy contenta
—añade guiñando un ojo antes de dar media vuelta y salir del café.
Sus palabras “cuando cambies de opinión” me irritan y la insinuación de
que puedo reducir mi período de preaviso a cambio de sexo esta noche me
revuelve el estómago. Aun así, sé que un mes a sus órdenes en la oficina
será insoportable, Angie puede ser muy cabrona cuando se lo propone.
Con el corazón en un puño, respiro hondo y me dirijo con pasos cortos
hasta el mostrador, donde Phoenix está preparando café para unos clientes
que acaban de entrar.
—Hola —susurro sin saber muy bien qué decir.
—¿Qué quieres? —pregunta en tono seco.
—¿Podemos hablar un momento?
Se limita a negar con la cabeza antes de responder en un tono aún más
frío.
—Estoy muy ocupada, ahora no puedo hablar —espeta y cada una de
sus palabras son como una daga que atraviesa mi corazón y lo rompe en mil
pedazos.
—¿Cuándo? —pregunto en voz baja, tratando de no forzar aún más la
incómoda situación.
Su respiración se agita y puedo ver un dolor infinito en sus preciosos
ojos azules.
—No lo sé, Erin —hace una pausa antes de continuar la frase—. Más
tarde, esta noche tal vez. Mañana, o la semana que viene, o quizá nunca, no
lo sé.
—Por favor, Phoenix, necesito hablar contigo.
—Yo también necesito muchas cosas y no siempre las consigo. Lo
pensaré, ahora mismo no quiero hablar y aunque quisiese tampoco puedo.
Como ves, el café está lleno de clientes y yo no puedo tomarme unas
vacaciones cuando me dé la gana como tú pareces poder hacer.
A continuación, se mete en la cocina para evitar mirarme. Me deja
confusa. No sé si de verdad se piensa que seguía con Ángela mientras
estaba con ella, o esperaba que le diese una explicación cuando se acercó a
mi mesa. Preferí hablar con ella tranquilamente una vez que se marchase
Angie, no quise armar un escándalo en su café con los clientes mirando,
pero veo que Phoenix en estos momentos me odia. Es la misma mirada que
me dedicó hace seis años antes de cruzarme la cara de un tortazo.
Capítulo 13

Phoenix  
Al cerrar la puerta del café, siento que me duele el pecho y me invade
una oleada de sentimientos contradictorios. Ni siquiera he podido mantener
una actitud profesional en el trabajo; he derramado el café sobre la mesa de
una clienta, discutido con una de mis trabajadoras. Trato de dar algún
sentido a lo que ha ocurrido con Erin, pero tan solo recibo una mezcla de
emociones; nervios, tristeza, decepción, ira. Todas ellas se agitan en mi
interior como las olas del mar en un día de tormenta. A ratos, siento una
punzada en el estómago, como si alguien me hubiese dado un puñetazo.
A pesar de que llego a casa más tarde que de costumbre, Erin me está
esperando en el porche. Esconde sus manos en los bolsillos y ha levantado
el cuello de la chaqueta. Si lleva un rato ahí esperando debe estar congelada
de frío, cosa que me alegro.
Tenía la vana esperanza de que no hubiese venido, preferiría hablar con
ella en un momento en el que estuviese más calmada. Ahora mismo tan solo
quiero meterme debajo de una manta y no volver a salir. Sé que si hablamos
en estos momentos, es posible que nos digamos cosas de las que más tarde
nos vamos a arrepentir.
—Phoenix, deja que te explique —susurra dirigiéndose hacia donde
estoy.
—Otro día, Erin. Hoy prefiero no hablar contigo —respondo con un
bufido.
—Por favor.
—¡No! —grito—. ¡Solo quiero estar sola! ¿Es tan difícil de entender?
Mis manos tiemblan al rebuscar en mi bolso las llaves de casa, pero se
me caen al suelo y Erin es más rápida.
—Gracias —suspiro sin ni siquiera mirarla a los ojos cuando me
devuelve las llaves.
Intento cerrar la puerta antes de que pueda seguirme, pero coloca su pie
derecho impidiendo que lo haga.
—¡Es mi puta casa, Erin! ¡Quiero estar sola! —chillo amenazante.
—Dame solamente un minuto, por favor. Luego te juro que me voy —
suplica.
Con un profundo suspiro, la dejo entrar y me hundo en el mullido sofá,
mi mirada perdida en algún punto indeterminado del suelo. Erin se sienta a
mi lado, muy callada, y al desviar los ojos puedo ver que sus labios
tiemblan antes de formar las palabras.
—Deja que te lo explique —musita con timidez.
—¡No!
—Hace seis años intenté hablar contigo y tan solo recibí un tortazo.
Deja que te lo explique, por favor —insiste.
Prefiero no responder a eso, sigue teniendo una percepción de lo que
ocurrió aquella noche muy diferente a la mía, pero hoy me ha demostrado
que sigue sin saber controlarse.
—Erin, me has estado follando y estabas prometida —balbuceo
escondiendo el rostro entre las manos.
—No ha sido así.
—¿Y cómo ha sido? —protesto.
—Se llama Ángela —comienza. Habla en un tono bajo, vacilante,
parece nerviosa, algo que no es común en ella.
—¿Os ibais a casar? —inquiero con el corazón a punto de salirse de mi
pecho.
—Es una larga historia.
—La respuesta es sí o no, Erin. No me parece tan complicado. ¿Os ibais
a casar? —insisto apretando mi mano hasta que los nudillos se me quedan
blancos.
—No.
—Dijo que era tu prometida, le has devuelto un anillo o algo así. ¿Era tu
puta novia y te estabas acostando conmigo? No has cambiado nada, joder.
—Fue mi novia, más o menos.
—¿Cómo puede ser más o menos?
—Ángela es mi jefa. Salimos juntas una temporada y al principio no iba
mal. Luego empezó a obsesionarse, quería controlar con quién hablaba, se
ponía celosa si salía con alguna amiga. Quise dejarlo, pero me lo puso muy
difícil —admite mordiendo su labio inferior mientras ordena sus
pensamientos.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando le dije que lo nuestro no estaba funcionando, me propuso
matrimonio y me regaló un anillo muy caro —confiesa a regañadientes,
bajando la cabeza avergonzada mientras unas pequeñas gotas de sudor se
forman en su frente—. No se lo estaba tomando bien, así que le dije que lo
dejaba, le devolví el anillo por correo certificado y cogí unas vacaciones
para alejarme de ella —añade.
—Por eso has venido.
—También quería estar en la inauguración de tu café —se apresura a
responder.
—¿Y ahora?
—Debo volver a Londres —suspira.
—¿Vas a volver con ella?
—No, joder, ni loca. Hay una cláusula en mi contrato por la que debo
dar un mes de preaviso antes de dejar la empresa.
—Espera, ¿vas a dejar tu trabajo? —pregunto confusa.
—Sí. Ya se lo he dicho a Ángela.
—¿Y qué harás?
—Me quedo en Edimburgo —responde encogiéndose de hombros.
—¿Te quedas en Edimburgo? —de pronto, mis manos tiemblan sin
apenas poder creer lo que acabo de escuchar—. Pero antes debes volver a
Londres durante un mes, ¿es así?
—Sí.
—Entonces te quedarás en la ciudad. Encontrarás otro trabajo, otra
novia y te quedarás allí —replico negando con la cabeza.
Por unas décimas de segundo, mi mente imaginó un futuro junto a Erin.
Una parte de mí quiere creerla, desea que sea cierto que su relación con esa
mujer haya llegado a su fin y que pueda haber algo entre nosotras. Pero la
conozco, Erin no puede dejar de ser Erin, y un mes es un período de tiempo
demasiado largo para ella. Terminará en la cama con la primera chica que le
ponga ojitos en una discoteca y todo volverá a la casilla de salida.
—La primera que no quiere regresar a Londres soy yo, puedes creerme.
Esa zorra me va a hacer la vida imposible, no sabes lo hija de puta que
puede llegar a ser —alega con un largo suspiro de resignación.
—Y no hay manera de que te perdone ese período de preaviso.
—Hay una.
—¿Cuál?
—Follar con ella esta noche —responde Erin como si fuese la cosa más
natural del mundo.
—¿Lo…lo vas a hacer?
—¡No! ¿Cómo se te ocurre preguntarlo? Voy a volver a Edimburgo por
ti… y por… y también por Vika —balbucea clavándome la mirada.
Hago una larga pausa, tratando de digerir las palabras que acabo de
escuchar. Mi corazón me pide que salte sobre ella y le dé el abrazo más
largo de su vida. Mi mente me repite que se trata de Erin.
—Por favor, no juegues con mis sentimientos —suspiro con miedo.
—No es ningún juego. Siempre he querido estar contigo, eras tú la que
no quería. Ahora que te has vuelto Erinsexual tengo una oportunidad y no la
pienso desaprovechar. No te dejaré escapar —añade arqueando las cejas.
Cuando intento pronunciar la siguiente frase, las lágrimas me nublan la
vista.
—Tengo miedo de que no vuelvas.
—Lo haré —responde sin dudar.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Porque me he dado cuenta de que todo lo que quiero está aquí, mi
hogar está allí donde están las personas que amo —responde bajando la voz
e inclinándose hacia delante para besar mi frente.
—¿Y si en este mes conoces a otra mujer en Londres? No es que tú
tengas muchos problemas para ese tipo de cosas.
Erin sacude la cabeza y sonríe, esa sonrisa que hace que te tiemble hasta
la punta de las orejas y que estoy convencida de que es una especie de
superpoder.
—No hay nadie como tú —susurra antes de besarme.
—¿Me lo prometes? —pregunto secándome las lágrimas con la palma
de la mano.
—Promesa de meñique —agrega abriendo su dedo meñique para que lo
entrelace con el mío.
—Las promesas de meñique no pueden romperse —suspiro mientras
dejo escapar más lágrimas.
—Nunca —añade Erin.
—Estoy confiando mi corazón en la palabra que me has dado. Sabes
que si no la cumples me vas a destrozar, ¿verdad?
—Cuidaré de tu corazón —me asegura—dame solamente un mes y
estaré a tu lado.
Nuevas lágrimas inundan mis ojos al escucharla. Sé que sigue siendo
Erin, pero quiero creer en ella, quiero pensar que ha cambiado, deseo
convencerme a mí misma de que ahora es capaz de comprometerse. Al
menos, yo lucharé con todas mis fuerzas para que lo haga. Estar sin Erin
simplificaría mi vida, pero también sé que cada minuto con ella merece la
pena. De algún modo, consigue que cada día sea especial, que cada día
cuente.
Capítulo 14

Erin
La luz de la mañana comienza a filtrarse por la ventana y un brillo
cegador golpea mis ojos. Poco a poco, el sol desata sus rayos sobre las
oscuras sombras del dormitorio, tiñendo las paredes de un cálido color
amarillo dorado.
Trato a duras penas de abrir los ojos y las vistas a través de la ventana
sobre Hyde Park son hermosas. Siempre ha sido mi parte favorita al
despertarme, me recuerda que tengo la suerte de vivir en una zona
privilegiada de Londres. En cambio, hoy un extraño vacío me consume al
comprender que he dormido sola. Estas dos semanas se me han hecho
eternas, la impresionante panorámica a Hyde Park no es nada en
comparación con poder despertarme al lado de Phoenix cada mañana.
Otra vez al entrar en la ducha siento esa punzada en mi estómago,
mezcla de asco y temor. La idea de pasar ocho horas de trabajo bajo las
órdenes de Ángela es suficiente para que me entren ganas de vomitar. Lo
único que me mantiene motivada es saber que al volver a casa veré a
Phoenix, aunque sea por vídeo conferencia.
Tan solo llevo dos semanas en Londres y ya estoy deseando regresar a
Edimburgo. Echo de menos a Phoenix, a Vika, a mi abuela. Todo. Quiero
alejarme de la zorra de Ángela que critica a gritos cada cosa que hago, esté
bien o mal. Ya ni me molesto, voy a recibir una bronca en cualquier caso.
Quince días, solamente quince días más y seré libre.
Desde que he vuelto, ha insinuado en otras dos ocasiones que si me
acuesto con ella podría olvidarse de mi período de preaviso, pero no pienso
darle ese gusto. Si traiciono a Phoenix, no me lo perdonaría a mí misma. En
su defecto, se dedica a gritarme. Lo hará el tiempo que me queda en su
empresa. He colocado junto a mi mesa un collage con fotografías de
Phoenix. Sé que eso cabrea a Angie cada vez que lo ve. Que se joda.
Son fotos que nos hemos hecho a lo largo de los años. Algunas de
cuando no éramos más que unas niñas, otras más recientes. A su lado, una
enorme foto de Vika, con esa sonrisa que me derrite el corazón cada vez
que la veo. Todavía soy incapaz de poner una foto de mi hermana. No es
justo que tuviese ese jodido accidente de tráfico con tan solo veintinueve
años. A veces, la vida es una putada.
En cuanto el reloj marca las cinco de la tarde, recojo y salgo corriendo
de la oficina. Hace tiempo pasaría dos o tres horas más trabajando, todo el
mundo lo hace, es lo que se espera de ti cuando trabajas en una gran entidad
financiera de la City. Ahora no le pienso regalar a la zorra de Ángela ni un
minuto de mi vida. Solo quiero llegar a casa, ducharme, ponerme un pijama
y esperar la llamada de Phoenix.
Siempre me reía de mis amigas cuando decían que tenían citas virtuales
con sus parejas. Me parecía una tontería, ¿cómo podría competir con el
contacto físico de un cuerpo desnudo? No puede, pero si no hay otra
opción, es un buen sustituto. La excitación que alcanzamos a veces a través
de la cámara web es sorprendente.
Hoy hemos decidido ver una película juntas en Netflix, haremos
palomitas y nos acurrucaremos bajo una manta… cada una bajo la suya… a
quinientos treinta y cuatro kilómetros de distancia en línea recta.
—Hola —saludo al abrir su llamada de Skype y todo mi cuerpo se
estremece.
—Te echo mucho de menos —susurra—. Por cierto, te quedan muy
bien las gafas nuevas.
Me ha hecho prometer que me compraría unas gafas y que jamás
conduciría sin ellas. Es horrible, me molestan, las dejo olvidadas
constantemente y ya he roto un par. Las dejé en el suelo junto a mi cama al
irme a dormir y las pisé por la mañana. Menos mal que en la óptica estaban
de oferta y daban dos pares por una libra más.
—¿Has elegido la película?
Phoenix asiente con la cabeza. Siempre elige comedias románticas. Es
un género que antes odiaba, pero que últimamente hasta me divierte. A ella
más que a mí, a juzgar por todo lo que se ríe durante las dos horas que
pasamos juntas. Yo me conformo con observar cada uno de sus gestos, con
desear estar a su lado, con soñar con besarla. Es sorprendente con qué poco
te llegas a conformar cuando estás enamorada de alguien.
Finalmente, tras lo que a mí me parecen unos instantes, la película llega
a su fin y Phoenix me pregunta si me ha gustado.
—Si te soy sincera, te he estado mirando a ti —suspiro mordiendo mi
labio inferior—. Recordaba la última vez que hicimos el amor en la ducha
antes de irme.
—Erin Miller, ¿estás intentando excitarme? —protesta con una sonrisa.
—¿Ha funcionado?
Un leve rubor tiñe sus mejillas mientras responde con voz suave.
—Tal vez.
—Si estuvieses aquí, acariciaría tu pelo entre mis dedos, besaría tu
frente antes de desabrochar uno a uno los botones de tu pijama —susurro
mientras yo misma hago lo que estoy relatando.
Phoenix abre los ojos como platos al ver que me desprendo de la parte
de arriba de mi pijama y empiezo a acariciar mis pechos.
—Besaría tus pezones, endureciéndolos en mi boca. Me deslizaría por
tu vientre hasta llegar al pubis y lo llenaría de besos —continúo colando la
mano derecha por debajo de mi pantalón de pijama.
—¿Qué más harías? —pregunta Phoenix acariciando sus pechos.
—Lamería tu sexo lentamente hasta hacerte temblar —añado deslizando
un dedo entre mis piernas.
—¡Sigue! —suplica.
—Te desnudaría por completo, abriría tus labios con los dedos pulgares
y presionaría con la lengua la entrada de tu vagina. Después…
—¡Mastúrbate para mí! —interrumpe bajando la voz.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí, quiero ver cómo te corres para mí —ruega entre suspiros mientras
cuela una mano entre sus piernas.
—¿Estás muy mojada?
—Ya sabes que sí, me encanta que te desnudes poco a poco. Ahora
hazlo —susurra dejando escapar un ligerísimo gemido.
—¿Así?
—¡Erin Miller! ¡No puedes tapar la cámara con las bragas! Eres una
cabrona, no me dejes así —chilla entre risas.
—Te lo tendrás que imaginar hasta que llegue a Edimburgo y me lo
hagas tú misma —anuncio con la voz más seductora de la que soy capaz.
—Ya casi no queda nada —expone, aunque cada día se nos hace más y
más largo—. Al menos, el lunes de la próxima semana es fiesta y no tienes
que aguantar a la loca esa de tu jefa —añade.
—Es una hija de puta, nunca imaginé que un mes podría hacerse tan
largo —reconozco entornando los ojos.
—Piensa que en poco tiempo estaremos juntas.
—Es lo que me mantiene con vida —reconozco.
Pronto mis quejas dan paso a su día a día. Comparte conmigo cada
pequeño detalle de lo que ocurre en el café, hasta el punto de que siento
como si estuviésemos llevando el negocio juntas, como cuando nos lo
imaginábamos en el instituto.
—Estoy un poco preocupada —suelta de pronto.
—¿Y eso?
—El café va bien, pero la empresa en la que trabajan mis padres va a
cerrar. El director del banco ahora quiere poner su casa como colateral para
garantizar el crédito y no quiero que pasen por eso. Han trabajado muy duro
toda su vida como para que algo se tuerza ahora y se queden sin vivienda —
añade bajando la mirada.
—Mierda, ¡qué cabronazo el del banco!
—Ya, la verdad es que estoy muy preocupada por mis padres. Con lo
que tienen ahorrado y la indemnización que van a recibir pueden arreglarse,
pero querría librarles del aval.
—Verás cómo se soluciona —le aseguro tratando de darle ánimos.
Se la nota realmente preocupada y me duele verla así. Ese café ha sido
su sueño toda su vida y su futuro no tendría que depender de un crédito
bancario que pueden no renovar el año próximo.
Capítulo 15

Phoenix
El vacío que deja en mi interior la ausencia de Erin es abrumador, algo
imposible de ignorar. Mire donde mire, todo me recuerda a ella. Con cada
pequeño detalle me invade un aluvión de recuerdos.
Me siento encorvada en mi despacho, soltando un suspiro involuntario
ante la pila de papeles que tengo delante de mí. Odio tratar con los bancos.
No es justo que ahora amenacen con que puede haber problemas en la
renovación del crédito cuando hace tan solo unos meses todo eran
facilidades. Erin me explicó que lo que había hecho era muy peligroso, una
línea de crédito que se renueva año a año te puede dejar fuera de juego en
cualquier momento. “Con el culo al aire” fueron sus palabras.
Ahora, el director del banco dice que eso lo podríamos arreglar si
ponemos la casa de mis padres como garantía. Estaría dispuesto a firmar
por ocho años y a un tipo de interés más bajo, pero no puedo hacer eso. No
podría dormir por las noches pensando que si algo sale mal mis padres
perderían su vivienda. Tan solo ser consciente de que Erin vendrá en una
semana me consuela.
—¿Todo bien, jefa? —pregunta una de mis empleadas sentándose junto
a mí.
—Sí —suspiro—estaba pensando en Erin.
Prefiero mantenerlas al margen de la negociación con el banco para no
preocuparlas.
—La echas mucho de menos, ¿verdad? —pregunta apretando con
cariño mi hombro.
—Demasiado —admito con un susurro apenas audible.
—¿Sabes? Tampoco es que viva al otro lado del mundo. Quiero decir,
en poco más de una hora podrías estar en Londres. Lo he estado hablando
con el resto de las compañeras y todas están de acuerdo en trabajar turnos
más largos este fin de semana si te apetece ir a visitarla. De ese modo no se
notaría tu ausencia. No vamos a prender fuego al café ni nada de eso, lo
dejas en buenas manos —me asegura arqueando las cejas.
—No os puedo pedir eso.
—No nos lo pides, lo hacemos voluntariamente. Es lo menos que
podemos hacer por ti, eres una maravilla de jefa, trabajas más que
cualquiera de nosotras y siempre estás ahí cuando te necesitamos. Estamos
todas de acuerdo —insiste.
—¿Lo dices en serio? —en estos momentos debo tener cara de tonta a
juzgar por la sonrisa que ha puesto mi empleada.
—Nos lo tomaríamos muy mal si no te vas. Das mal rollo todo el día
suspirando y con esa carita triste. Espantas a los clientes —bromea
encogiéndose de hombros—.
Antes de que me quiera dar cuenta, estoy camino de la estación
Waverley Bridge para coger un autobús que me llevará al aeropuerto. Voy
con el tiempo justo y las pulsaciones tan altas que temo que me pueda dar
algo en cualquier momento. Ni siquiera he hecho el equipaje. Al fin y al
cabo, de lo que se trata es de pasar tiempo con Erin. Conociéndola, no creo
que tenga ganas de salir del apartamento, por muchas oportunidades de ocio
que ofrezca una ciudad como Londres. Se le ocurrirán cosas mejores que
hacer en su dormitorio.    
En poco más de media hora, me encuentro en la terminal. Es un lugar
bullicioso, cientos de aviones se agolpan en el cielo con destino al sur. Las
pistas son un mosaico de paneles, luces y camiones de combustible. Hay
gente por todas partes, auxiliares de vuelo y pilotos que recorren con prisa
los pasillos, pasajeros de todo el mundo que entran y salen de la terminal.
Me siento pequeña ante tanto movimiento.
El vuelo se me hace eterno a pesar de durar poco más de una hora. En
cuanto el avión toma tierra en el aeropuerto de Heathrow, un ejército de
mariposas revolotea en mi estómago y mis manos tiemblan mientras espero
en la cola de los taxis.
Erin me dijo alguna vez que la mejor manera de llegar al centro es coger
el metro. Es más económico aunque algo más lento que el tren. En cambio,
opto por uno de esos enormes taxis negros, aun sabiendo que me voy a
dejar una fortuna en el trayecto porque no puedo esperar más, ni tengo la
paciencia de ponerme a mirar los itinerarios.
El conductor, un señor de la India o quizá Pakistán, con una gran barba
blanca y un turbante anaranjado, habla y habla sin parar. Dice que no
entiende mi acento. Dado que a mí me está costando a horrores entender el
suyo, me pregunto si hablamos el mismo idioma.
—Aquí, aquí —insiste, señalando un edificio cercano a Hyde Park.
—¿Está seguro? —un apartamento en esta zona debe costar una fortuna.
—Aquí, aquí —repite de nuevo—ya sabes, ya sabes.
Prefiero no discutir y me bajo del taxi, previo pago de un dineral por el
trayecto. Aun así, se queja de que le he dejado poca propina y me recrimina
que los escoceses somos unos tacaños.
Compruebo en Google Maps la dirección y, efectivamente, el taxista
tenía razón. El apartamento de Erin está situado en un edificio señorial con
vistas a Hyde Park. Se nota que en la entidad financiera para la que trabaja
le pagan un buen sueldo.
Corro por los pasillos, causando sorpresa en un par de vecinos con los
que me cruzo, que me miran como si me hubiese vuelto loca, y me planto
delante de la puerta de Erin con el corazón en un puño.
—Apartamento 583 —susurro antes de llamar al timbre con el corazón
a punto de salirse del pecho.
Todo mi cuerpo tiembla de anticipación. Se va a llevar una sorpresa que
no se esperaría ni en un millón de años. Escucho el sonido de unos pasos
dirigirse a la puerta y me preparo para saltar sobre Erin y quitarle la ropa en
cuanto la abra.
—¡Sorpresa! —chillo en cuanto la puerta se abre—. ¡Joder!
Mi corazón se detiene. Literalmente. Esperaba saltar sobre Erin y, en
cambio, me abre la puerta una rubia espectacular recién salida de la ducha,
con una toalla blanca envolviendo su cuerpo de diosa griega.
—¿Qué quiere? —pregunta la rubia con cara de pocos amigos.
—Quería ver … quería ver a Erin —balbuceo incapaz de formular una
frase coherente.
—Erin no está —es todo lo que responde en un acento extraño antes de
cerrarme la puerta en las narices.
Ni siquiera intento hacer una sola pregunta. Me quedo parada,
temblando, lágrimas saladas llegan a mis labios tras rodar por mis mejillas.
Me niego a creerlo. Soy incapaz de aceptar que Erin me haya hecho
esto. Insistió un millón de veces en que no tenía ojos para nadie más que
para mí, aunque me temo que sigue siendo la misma Erin de siempre.
Incapaz de estar un mes sin sexo. Le ha faltado tiempo para llevarse a su
casa a una rubia despampanante.
No sé qué hacer, camino sin rumbo fijo por Hyde Park, llorando hasta
que no me quedan más lágrimas. Mi vida se ha ido a la mierda en un solo
golpe. Apoyo la espalda en un gran árbol y me dejo caer hasta sentarme en
el suelo, abrazando las rodillas. Dirijo la mirada a algún punto indefinido y
me quedo allí sentada, sin hacer nada, sin saber qué pensar. El sol comienza
a ponerse sobre el horizonte, pero no quiero moverme, no quiero vivir.
Jamás pensé que Erin me haría esto.
El sonido del teléfono móvil me saca de mis pensamientos
devolviéndome a la realidad. “Pezones perfectos” leo en la pantalla.
Es el nombre que Erin se puso a sí misma cogiendo mi teléfono móvil
antes de marcharse de Edimburgo. Me hizo gracia y no quise cambiarlo.
Ojalá lo hubiese cambiado por “zorra ninfómana” o mejor aún, haber
borrado su número para siempre que es lo que pienso hacer en cuanto tenga
la energía necesaria.
El teléfono sigue sonando. Dos, tres, cuatro veces más. La gente que
camina por el parque, ya de vuelta a sus casas, me mira extrañada y decido
cogerlo porque ya me está levantando dolor de cabeza.
—Eres una zorra —ladro a modo de saludo.
—Buenas tardes a ti también, preciosa —responde Erin.
—Déjame en paz y no me vuelvas a llamar nunca más.
—¿Se puede saber qué te pasa, Phoenix? ¿Y dónde estás? Estoy
preocupada por ti. Estoy en…
—Sí, estás haciendo un descanso antes de volver a follarte a la rubia del
cuerpazo perfecto, ¿no? ¿Creías que no me iba a enterar? No debí confiar
en ti, sabía que no puedes estar un mes entero sin follar, pero jamás pensé
que me harías esto. Me has destrozado para siempre, no te puedes ni
imaginar el dolor que siento en estos instantes.
—¿Qué te pasa, Phoenix? Me estás preocupando. Estoy en tu café y no
me quieren decir dónde estás. Todas tus empleadas me miran muy raro y…
—¿Qué has dicho?
—Que todas tus empleadas me miran muy raro.
—Antes de eso.
—Joder, Phoenix. ¿Te encuentras bien? Estoy en tu café. Me fui a
Edimburgo a pasar el fin de semana para darte una sorpresa —anuncia Erin
haciendo que se me hiele la sangre, aunque eso no va a conseguir que me
olvide de la rubia.
—¿No crees que ya he tenido bastante sorpresa al ver que has metido a
otra mujer en tu casa? —protesto haciendo una mueca de disgusto.
—¿Irina?
—¡Me importa una mierda cómo se llame! —espeto sin pensar.
—Esa es parte de la sorpresa. He vendido el apartamento a la tipa rusa
esa. Ahora podemos pagar el crédito del banco para que no te tengas que
preocupar por nada. No te lo había dicho precisamente porque quería
sorprenderte ¿Dónde estás? ¿Quieres que vaya a buscarte?
—Estoy en Londres —suspiro.
—¿Has dicho Londres?
—Sí.
—¿Qué coño haces en Londres? —pregunta confusa.
—Quería darte una sorpresa —balbuceo sin encontrar las palabras
adecuadas para seguir—. Erin, siento lo que he dicho antes, por favor,
olvídalo, fue un malentendido.
—¡Joder! ¡Qué fuerte! —exclama muerta de risa—. No me puedo creer
que nos hayamos cruzado. ¡Somos idiotas! ¿Dónde te vas a quedar?
—Estoy sentada bajo un árbol en Hyde Park.
—¿Y qué haces ahí?
—Llorar.
—¿Por la rubia?
—Pues sí —confieso con una risa nerviosa.
—La verdad es que está muy buena. Es modelo de lencería o algo así —
bromea.
—Erin, por favor. Bastante he llorado ya —me quejo.
Por fortuna, una buena amiga de Erin vive en ese mismo edificio y me
permite quedarme en su apartamento para pasar la noche. Al día siguiente,
cojo el primer vuelo con destino a Edimburgo, aunque esta vez debo
prometer a mi novia que iré en metro. No puedo gastarme otra fortuna en
uno de esos enormes taxis negros.
Esa noche, lo único que deseo es que el tiempo corra más deprisa. A
pesar de estar en el centro de Londres, rodeada de cosas que hacer, ni
siquiera salgo a cenar. Tan solo deseo estar con Erin en Edimburgo. He sido
una imbécil dudando de ella, con la venta de su apartamento me ha
demostrado que lo de mudarse conmigo va totalmente en serio, aunque no
puedo aceptar su dinero.
Mierda, ojalá el tiempo fuese más rápido.
Capítulo 16

Erin
El viejo Jeep vuela por la autopista en dirección al aeropuerto. No
podemos ser más idiotas, ambas hemos tenido la misma idea para
sorprender a la otra y nos hemos cruzado por el camino. Aun así, me he
despertado varias veces por la noche pensando en lo mal que lo ha tenido
que pasar la pobre Phoenix. Prefiero no imaginar su reacción cuando llegó a
mi antiguo apartamento y se encontró a Irina vestida nada más que con una
toalla alrededor de su cuerpo. Y encima no le dio explicación alguna de por
qué yo no estaba en la casa. La modelo rusa es preciosa, pero cuando le
vendí la casa me pareció un poco tonta.
Aguardo en la terminal de llegadas casi temblando. A mi lado, hay unos
niños esperando por su padre. Su madre me dice que lleva dos meses
trabajando en Dubai y que no le han visto desde entonces. No sé quién tiene
más nervios, si ellos o yo.
Nunca me había pasado algo así, pero me sorprendo a mí misma
pegando saltitos cuando los pasajeros comienzan a salir de la zona de
recogida de equipajes. Tengo que apartar a una señora que se coloca delante
de mí y me tapa la vista. Está esperando a su hijo y casi nos enzarzamos en
una bronca, pero todo merece la pena cuando por fin la veo.
Puede que su cola de caballo esté algo desordenada o que su sudadera
favorita tenga una mancha de café. Tiene pinta de que lleva la misma ropa
con la que se fue a Londres, pero a mí me parece la mujer más hermosa del
universo.
En cuanto nuestras miradas se cruzan, una preciosa sonrisa se forma en
sus labios y nos quedamos unidas como imanes.
Phoenix corre hacia mí y me abraza, levantando mis pies del suelo. Es
todo lo que debe ser un abrazo perfecto: cálido, reconfortante, protector.
Hundo mi cara en su cuello y ella apoya la cabeza en mi hombro. Escucho
su corazón contra mi pecho como un tambor en la lejanía, su respiración en
mi oído, el inconfundible perfume con notas de madera, lavanda y vainilla.
Permanecemos un buen rato fundidas en ese abrazo, en silencio. Es una
extraña situación en la que las palabras sobran. El corazón se llena de
alegría y sabes que estás con la persona correcta. Con esa con la que quieres
pasar el resto de tu vida.
—Mira que eres tonta venir a Edimburgo a darme una sorpresa —
susurra antes de besar mis labios.
—Anda que tú irte a Londres… aunque creo que la sorpresa te la dio la
modelo rusa —bromeo.
Phoenix me pega un puñetazo en el hombro antes de cerrar los ojos y
llevarse una mano a la frente.
—¡No sabes el susto que me dio!  Siento todo lo que te dije por
teléfono, de verdad, Erin —susurra.
—Lo entiendo. Yo no sé lo que hubiese hecho si llego a tu casa y me
encuentro con Irina recién salida de la ducha y cubierta solo con una toalla.
—Prefiero no averiguarlo nunca —bromea Phoenix arqueando las cejas.
Entrelazamos nuestros dedos y es como si nos hubiésemos cogido de la
mano en un millón de ocasiones. Es tan natural, que apenas lo notamos.
—Entonces, ¿ya te quedas en Edimburgo? ¿Esa loca te ha perdonado
una semana? —pregunta sorprendida mientras trata de abrochar el cinturón
de seguridad del viejo Jeep, que se suelta una y otra vez.
—Sí. Más que me ha perdonado una semana, su superior le ha obligado
a hacerlo. Sus quejas sobre mí eran tan constantes que no tenían sentido y le
dijeron que me dejase marchar sin completar el período de preaviso —le
explico.
—En Edimburgo para siempre —susurra cerrando los ojos y con una
sonrisa un poco tonta en los labios.
En cuanto salimos del aparcamiento y nos dirigimos a la casa de
Phoenix, me cuenta con detalle los planes para el cumpleaños de Vika, de
los cuales mi abuela y ella me han mantenido al margen.
Cerrarán el café de Phoenix el día que cumple tres años y le haremos
una pequeña fiesta con sus magdalenas favoritas decoradas con Nessie, el
monstruo del Lago Ness, que por alguna razón perturbadora es su animal
favorito.
—¿Te da miedo? —pregunta de pronto.
—¿Los planes del cumpleaños?
—Idiota, ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, la verdad es que sí —confieso bajando la voz—. Supongo que el
amor siempre me ha dado miedo. Significa entregarme plenamente a otra
persona y nunca he estado segura de querer hacerlo.
—Te conozco desde hace muchos años y sé que para ti es un paso muy
grande —susurra Phoenix apoyando su mano sobre mi rodilla antes de
quedarnos un rato en silencio.
—Lo único que sé —carraspeo— es que no quiero volver a pasar ni un
día más separada de ti. Te quiero.
—¿Qué?
—Ya lo has oído.
—Por favor, repítelo. ¿Es la primera vez que se lo dices a alguien? —
bromea.
—Se lo digo a Vika y a mi abuela todos los días.
—Ya sabes a lo que me refiero —insiste—. Para el coche aquí mismo y
repítelo —demanda con una enorme sonrisa.
—Te quiero, Phoenix —repito con un murmullo apenas audible.
—Otra vez.
—¿Cuántas veces debo repetirlo? —pregunto deteniendo el coche en
una de las calles que conducen a su casa.
—Infinitas. Quiero escucharlo una y otra vez.
—Te quiero, Phoenix Black —repito besando su frente tras pronunciar
cada sílaba.
—Yo también te quiero —susurra inclinándose hacia mí para besar mis
labios.
Y mientras arranco el coche y conduzco el último kilómetro hasta su
casa, siento dentro de mí una felicidad extraña. Algo que llena cada átomo
de mi cuerpo y que estoy segura de que es la primera vez que me ocurre.
—Joder, ¿estás llorando? —se sorprende Phoenix.
—¡Qué no, idiota! Me molestan las lentillas esas que me obligas a
ponerme para conducir—. Sacudo la cabeza para disimular, aunque no
puedo evitar que una lagrimilla rebelde se escape de mis ojos.  
Phoenix acaricia mi brazo con suavidad, no dice nada, y yo me pregunto
si esto es realmente el amor, no ser capaz de imaginar la vida sin ella.
—Erin —interrumpe de pronto justo cuando aparcamos frente a su casa
—. Yo también tengo miedo. Quiero que nuestra relación funcione —
admite.
—Funcionará —le aseguro empujando su cuerpo contra la puerta del
Jeep antes de besarla.
—¿Te mudarás a mi casa?
—Eh, eh, no me presiones. Necesito espacio —protesto levantando las
manos.
Phoenix baja la mirada y puedo ver la decepción en sus ojos.
—Era solo una broma. Me encantaría mudarme a tu casa, pero hay algo
muy importante de lo que debemos hablar antes —anuncio sin saber muy
bien cómo le voy a plantear lo que le tengo que decir.
Capítulo 17

Phoenix
Vika lleva el pelo recogido en una perfecta cola de caballo trenzada,
aunque su cara ya está llena de chocolate derretido. Erin le ha dejado meter
la mano en un bote de virutas y se ha puesto perdida, para disgusto de la
señora Miller que la había vestido de punta en blanco para la fiesta de
cumpleaños.
—Si la niña vomita lo vas a limpiar tú —protesta la abuela de Erin.
El aroma de la masa de las magdalenas inunda el aire, las hemos
decorado de todos los colores. Del techo cuelgan serpentinas rosas y azules
y aún quedan varios globos intactos. Erin y Vika se han dedicado a explotar
el resto sentándose sobre ellos. A veces no sé quién de las dos es la que va a
cumplir tres años.
La peque abre los ojitos de par en par nada más poner la tarta sobre la
mesa. Nessie, el monstruo del Lago Ness, dibujado en la parte superior bajo
un gran arcoíris.
—Ahora vamos a soplar las velas y a pedir un deseo. ¿Te acuerdas de
cómo se sopla? —pregunta Erin que ha estado ensayando con la niña toda
la mañana.
—Chi. Vika asiente con la cabeza y responde sin dudarlo, aunque más
que soplar, lanza una retahíla de pequeñas babas diseminadas sobre la tarta
y solamente consigue apagar una de las velas.
—Otra vez.
—Vale más que no lo haga, Erin —me quejo pensando en que más tarde
nos tendremos que comer esa tarta.
Por suerte, la niña se ha distraído con uno de los globos y es Erin la que
sopla entre aplausos y el típico “Cumpleaños feliz” algo desafinado.
—¿Qué deseo has pedido?
—No se puede decir que si no, no se cumple —protesta la abuela.
—Quielo vel a Nessie —responde Vika con una enorme sonrisa.
—No sé para qué le has preguntado, ahora se va a llevar una decepción
—susurro junto a su oído, aunque tendría que haber supuesto que Erin no se
daría por vencida tan fácilmente.
—¡Podríamos ir a verle mañana! —propone.
—Ven un momento —murmuro cogiendo a Erin por el codo y
separándola de la mesa—. Son tres horas y media de viaje. Tú eres
consciente de que ese bicho no existe, ¿verdad?
Erin parece pensarlo por unos instantes, pero pronto sus ojos se
iluminan y me temo lo peor.
—Si no conseguimos verlo, le decimos que estaba durmiendo. De todos
modos, podemos pasar la noche en Inverness, visitar el castillo y al día
siguiente ir a ver delfines a Chanonry Point —propone.
—¿Cómo que si no conseguimos verlo? Es que no lo vamos a ver, Erin,
porque eso es imposible.
—Abu, ¿te apuntas mañana a ver a Nessie con nosotras? —interrumpe
acercándose a la mesa.
Su abuela nos mira por encima de las gafas de pasta como si nos
hubiésemos vuelto locas, pero en el momento en el que la pequeña Vika
comienza a saltar y a dar palmadas de alegría, entiende que no hay vuelta
atrás y accede a acompañarnos.
—Esa niña tiene mucha suerte de tener una tía como tú —susurro
abrazando a Erin desde atrás una vez que nos quedamos a solas para
recoger.
—Sabes que si me haces esas cosas me excitas un montón, ¿verdad? —
bromea entrelazando sus dedos con los míos sobre su vientre—. Te lo digo
para que luego no me riñas si manchamos la cocina con harina como la otra
vez.
—Eres idiota, Erin —exclamo besando su cuello—. Me encanta cómo
se te erizan los pelitos de la nuca cuando te beso —añado con un pequeño
mordisco.
—Vamos a la cocina.
—No, espera. Quiero hablar de algo importante contigo. Es mejor que
te sientes —indico separando un par de sillas.
—¿Y eso? Te has puesto muy seria.
—Quiero proponerte algo. No puedo aceptar tu dinero por muy bien que
me venga para quitar la deuda con el banco. Pero podríamos ser socias. Al
fin y al cabo, hemos fantaseado con esa posibilidad un montón de veces
cuando íbamos al instituto. Tú llevarías toda la parte de marketing y las
relaciones públicas y yo el resto.
—Solía estar fumada cuando lo hablábamos hace años.
—¿Eso es un no? —pregunto bajando la mirada.
—No seas tonta —responde cogiendo mis manos entre las suyas—. Me
encantaría ser tu socia.
—¿De verdad?
—Que sí, joder, acéptalo antes de que me arrepienta —bromea.
—Será increíble, estaremos juntas todo el tiempo, aquí y en casa. Ojalá
pudiese haberlo visto tu hermana, siempre bromeaba con que nosotras dos
acabaríamos juntas y ahora mira… Sigo sin creer que haya muerto en esa
mierda de accidente con tan solo veintinueve años —apunto negando con la
cabeza.
De pronto, Erin se pone muy seria y aparta la mirada. La conozco desde
hace mucho tiempo y puedo ver que está muy incómoda.
—Siento haber sacado el tema de tu hermana, sé que estabais muy
unidas y está todavía muy fresco —me disculpo.
—No es solo por eso, llevo un tiempo pensando en cómo decírtelo y no
encuentro las palabras adecuadas —expone con los ojos repletos de
preocupación.
Nada más escuchar sus palabras, me da un vuelco al corazón. Sabía que
esto podía pasar. Sigue muy seria y cada décima de segundo que pasamos
en silencio me parece una eternidad, un castigo infinito. Supongo que le
sigue dando miedo aceptar cualquier tipo de compromiso.
—Joder, Erin, si ni siquiera me has dado una oportunidad —suspiro
tragando saliva.
Pensé que por fin estaba dispuesta a comprometerse en una relación
seria, pero me temo que me equivoqué por completo. El problema es que
me había hecho tantas ilusiones con que lo nuestro funcionaría, que apenas
soy capaz de respirar.
—Oye, que no es eso —se apresura a aclarar apretando mis manos—.
No tengo ninguna duda de que quiero estar contigo. Es otra cosa, y no sé
cómo te la vas a tomar, ni por dónde empezar.
—Suéltalo de una vez, porque me va a dar un infarto —protesto.
—¿Te gustan los niños?
—Erin, ya sé que a ti no te gustan. Yo sí quiero niños, y ahí vamos a
tener un punto de conflicto, pero no me parece el momento de tomar esa
decisión ahora mismo —interrumpo sin comprender por qué saca ahora ese
tema.
—Quiero adoptar a Vika.
—¿Qué?
—Quiero adoptar a Vika —repite acariciando el reverso de mi mano
con su dedo pulgar—. Mi abuela está ya muy mayor y me he dado cuenta
de que no puedo vivir sin ella. He consultado a un abogado y al haber lazos
sanguíneos entre nosotras es mucho más fácil. Phoenix, entiendo que te
estoy pidiendo muchísimo, pero para mí es muy importante y …
—¡Adoro a Vika! —chillo inclinándome para abrazar a Erin.
—¿En serio?
—¡Claro! Me encantaría que se viniese a vivir con nosotras. Es un cielo
de niña.
—¿Y por qué me pegas? —bromea Erin tras recibir un golpe cariñoso
en el hombro.
—Porque casi me da un infarto, idiota. Pensé que me ibas a dejar y a
punto estuvo de que se me parase el corazón —me quejo entornando los
ojos.
—Sabes que te vas a tener que cortar con tus gemidos cuando esté Vika,
¿verdad? No quiero que se piense que te estoy matando o algo parecido.
—De verdad que no sé qué hacer contigo —susurro tirando de su mano
hacia la cocina—. Te voy a demostrar que la que gimes eres tú —añado con
un guiño de ojo.
Capítulo 18

Phoenix  
Vika corretea junto al lago, deteniéndose cada pocos pasos para ver si es
capaz de ver a su adorado Nessie. Está llena de energía tras haber dormido
las tres horas y media del trayecto en coche. Le hemos explicado que al
monstruo también le encanta dormir, y muchos días se los pasa enteros
descansando en el fondo del lago o jugando con los peces, pero sigue
abriendo sus ojitos de par en par intentando divisarlo en la lejanía.
Al menos, iremos al día siguiente a ver delfines en Chanonry Point y
volverá con un buen recuerdo.
—¡¡¡Abu!!! —grita de pronto corriendo asustada hacia la abuela de
Erin.
—¡Joder! ¿Qué coño haces? —protesto.
—Soy Nessie —anuncia Erin disfrazada de dinosaurio, intentando
poner una voz de ultratumba como si fuese un fantasma.
—No te asustes, cariño. Es que tu tía es un poco tonta —la consuela la
abuela limpiando las lágrimas de la niña y poniendo los ojos en blanco.
—Tú sabes que vas vestida de Tiranosaurio, ¿verdad? —pregunto
sorprendida.
—No había otro disfraz. ¿Dónde quieres que encuentre uno de Nessie?
—protesta Erin como si fuese algo obvio.
Por suerte, la pequeña se repone rápidamente del susto y está encantada
con el disfraz de dinosaurio de su tía. Niños y adultos la miran con asombro
mientras corre por la orilla del lago perseguida por un Tiranosaurio que
amenaza con comerla con patatas y a mí se me queda cara de tonta al
verlas.
Al atardecer, la pequeña Vika mira hacia arriba y coge la mano de Erin.
A continuación, la mía. Le hemos explicado que se vendrá a vivir con
nosotras, aunque seguirá viendo a la abuela casi todos los días.
—Me alegla que ahora vayas a ser mi mamá, tía Elin —exclama la niña
abrazando su cuello mientras mi novia abrocha el cinturón de la sillita del
coche.
—No estoy llorando —susurra Erin al observar que no le quito ojo
mientras se limpia las lágrimas con la manga de la sudadera.
—Me gusta mucho más la nueva Erin —le aseguro acariciando su brazo
con delicadeza—. La Erin sensible, la que es capaz de llorar. No la que
hacía llorar a otras.
De continuo, me he quejado de la mala suerte que tenía con mis parejas.
Ahora, supongo que el destino me tenía preparado algo especial. Erin
siempre ha estado ahí, delante de mis narices, y yo solamente la veía como
a esa amiga divertida y un poco irresponsable con la que sabes que jamás
llegarás a nada. Ahora creo que no podría vivir sin ella a mi lado.
Cada noche, mientras me abraza o apoyo la cabeza sobre su pecho,
sueño con un futuro juntas. Con miles de días llenos de felicidad y noches
repletas de pasión a su lado.
Cuenta una leyenda Celta que, aunque las almas gemelas desean
reencontrarse en su paso por la tierra, solo aquellas almas que aprenden lo
suficiente de sus errores y consiguen cambiar, merecen estar unidas para
siempre.
Erin ha cambiado. Ha cambiado más de lo que jamás pensé que podría
hacer. Me ha demostrado que es una persona sensible, divertida, una mujer
que me quiere y que hará todo lo posible para hacerme feliz. A su lado me
siento segura, deseada, completa. Si la leyenda Celta tiene algo de verdad,
Erin ha cambiado lo suficiente como para merecer encontrar a su alma
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