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Golse Bernard 5

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EL BE
EBÉ, EL NIÑ
ÑO Y LA VIOLENCIA
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Bernard G
Golse

Psic
copatol. salud
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nt. 2005, 5,, 67-81

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El bebé, el niño y la violencia de acceso
al lenguaje*
BERNARD GOLSE**

RESUMEN
Después de considerar el acceso a la intersubjetividad y el duelo del objeto primario que condicionan, desde el punto de
vista psicoanalítico, la posibilidad de acceso al lenguaje verbal, el autor trata de manera sucesiva el tema de los dos
grandes tipos de comunicación (analógica y digital) y el de la voz materna en calidad de ópera para el bebé (es decir, a
modo de intercambio que se sitúa más allá de la separación entre la música y el significado), antes de enfocar la
problemática de la narratividad y sus diferentes raíces epistemiológicas. Explica, también, la investigación realizada por
Necher, sobre los precursores temporales y comportamentales del acceso al lenguaje verbal en el niño. Acaba con la
vivencia de pérdida de las palabras que se da, algunas veces, en el sujeto psicótico. PALABRAS CLAVE: bebé,
comunicación, intersubjetividad, lenguaje, narratividad, precursores del lenguaje verbal.

ABSTRACT
THE BABY, THE CHILD AND THE VIOLENCE OF ACCESS TO LANGUAGE. The author considers the access
to intersubjectivity and the mourning of the primary object which determine, from a psychoanalytical perspective, the
possibility to access verbal language. The two main modes of communication (analogical and digital) and the maternal
voice as an opera for the baby, that is, as an exchange that goes beyond the separation between music and meaning, are
examined. The problem of narrative and its different epistemic roots is also reviewed. Research conducted by Necher on
the temporary and behavioural precursors of verbal language in children is explained. The experience of loss of words in
some psychotic patients is finally considered. KEY WORDS: baby, communication, intersubjectivity, language,
narrative, precursors of verbal language.
RESUM
El BEBÈ, EL NEN I LA VIOLÈNCIA D’ACCÉS AL LLENGUATGE. Després de considerar l’accés a la
intersubjectivitat i el dol de l’objecte primari que condicionen, des del punt de vista psicoanalític, la possibilitat d’accés al
llenguatge verbal, l’autor tracta de manera successiva els dos grans tipus de comunicació (analògica i digital) i la veu
materna en qualitat d’òpera per al bebè (és adir, a modus d’intercanvi que se situa més enllà de la separació entre la
música i el significat), abans de considerar el problema de la narrativitat i les diferents arrels epistemològiques. Explica,
també, La investigació realitzada per Necher, sobre els precursors temporals i comportamentals de l’accés al llenguatge
verbal en el nen, i acaba amb la vivència de pèrdua de les paraules que es dóna, algunes vegades, en el subjecte psicòtic.
PARAULES CLAU: Bebè, comunicació, intersubjetivitat, llenguatge, narrativitat, precursors del llenguatge verbal.

Del lenguaje: logra hacer comprender lo incomprensible, hacer visible lo invisible.


J.B. Pontalis, en: Traversée des ombres (2003)

No existe ningún progreso que pueda ser creativo, sin ser también defensivo frente al alejamiento o a la
pérdida del objeto primario. Y este es el caso, por ejemplo, del entendimiento afectivo, del caminar y, por lo
que nos concierne, del lenguaje. El lenguaje constituye un sistema increíblemente poderoso y económico, y es
increíble lo que se puede decir con el lenguaje, por poco que se acepte su aparente dimensión reductora,
aunque esto pueda parecer una paradoja.

*Este artículo está basado en la intervención realizada durante el coloquio Violencia y lenguajes, organizado por el
Instituto del Departamento de la Infancia y de la familia (IDEF) en Lyon, los días 29 y 30 de enero de 2004.
** Paidopsiquiatra. Psicoanalista. Jefe de Servicio de Paidopsiquiatría del Hospital Necker-Enfants Malades (París).
Profesor de Psiquiatría del niño y del adolescente en la Universidad René Descartes (París V).
Correspondencia: bernard.golse@nck.ap-hop-paris.fr

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Es por este motivo que no se tiene acceso al lenguaje sin una cierta forma de violencia, y esto quizás porque el
pensamiento es, sobre todo, sincrónico, mientras que el lenguaje verbal es principalmente diacrónico. Este
paso de un pensamiento sincrónico a un discurso diacrónico –paso que tiene valor de transformación–
suscitará algunas dificultades, como podemos ver en los tartamudeos fisiológicos del niño (alrededor de los
tres años) o de las taquilalias, por vulnerabilidad narcisista en el tiempo de apertura del enunciado. Pero, ¿qué
se puede hacer para que esta violencia no se transforme en destructividad? Tomaremos aquí cuatro ejemplos
de violencia en el campo del desarrollo del lenguaje:
• La violencia del acceso a la intersubjetividad necesaria, sin embargo en la emergencia del lenguaje
• La violencia de la división del lenguaje materno entre música y significado
• La violencia del paso de la narratividad analógica (preverbal) a la narratividad... digital (verbal)
• Y la violencia de las vivencias de pérdida de las palabras pronunciadas, para acabar.

El acceso a la intersubjetividad y el duelo del objeto primario


Bajo el término de intersubjetividad designamos, sin más, la vivencia profunda que nos hace dar cuenta de que
el “yo” y el “otro” somos dos. La cosa es simple de enunciar y de representar, aunque los mecanismos íntimos
que sostienen este fenómeno son probablemente muy complejos y no han sido todavía comprendidos del
todo. Esta cuestión de la intersubjetividad es actualmente central y nos parece que articula el eterno debate
entre los partidarios de lo interpersonal y los partidarios de lo intrapsíquico. Pero existe, también, otro debate
igualmente de actualidad sobre la emergencia progresiva o, al contrario, la irrupción de esta intersubjetividad.

Para decir las cosas esquemáticamente podemos avanzar la idea de que los autores europeos serían más
partidarios de una instauración gradual y necesariamente lenta de la intersubjetividad, mientras que los
autores anglosajones son partidarios de una intersubjetividad primaria, de algún modo programada
genéticamente (Trevarthen, 2003; Stern, 1989), por ejemplo). Stern insiste particularmente sobre el hecho de
que el bebé recién nacido es apto inmediatamente para percibir, representar, memorizar y sentirse agente de
sus propias acciones (proceso de agentialización de los cognitivistas) y que, por este hecho, no hace falta
recurrir al dogma de una indiferenciación física inicial, tan querido por los psicoanalistas (cualesquiera que
sean sus referencias teóricas, o casi). Dogma, que, digámoslo de paso, apela infaliblemente a un punto de vista
fenomenológico. Los psicoanalistas por el contrario, y no solamente en Europa, insisten en la dinámica
progresiva del doble gradiente de diferenciación (extra e intrafísico), elogio de la lentitud que se fija
especialmente en la observación clínica de los niños que se estancan en los primeros pasos de esta ontogénesis
y que se inscriben entonces en el campo de las patologías llamadas arcaicas (autismos y psicosis precoces),
incluso si esta concepción de las cosas no implica necesariamente una visión estrictamente desarrolladora de
estas diferentes patologías.

Como siempre en este tipo de polémicas, existe una tercera vía, más dialéctica y que nosotros defenderemos
con gusto. Esta tercera vía consiste en pensar que el acceso a la intersubjetividad no se juega al todo o nada
sino, al contrario, se juega de manera dinámica entre momentos de intersubjetividad primaria con algunas
posibles irrupciones, pero subjetivos, y probables momentos de indiferenciación, siendo precisamente
problema del bebé y de sus interacciones con su entorno, estabilizar progresivamente estos primerísimos
momentos de intersubjetividad haciéndoles tomar el paso, de manera más estable y continua, sobre los
tiempos de indiferenciación primitiva.

Nos parece, por ejemplo, que la descripción que hace Meltzer (1980) sobre las tomas del pecho, como un
tiempo “de atracción consensual máxima” evoca bien este proceso ya que, según este autor, en el momento de
mamar el bebé habría notado que las diferentes percepciones sensitivo-sensoriales procedentes de la madre (su
olor, imagen visual, sabor de su leche, su calor, su calidad táctil, etc.) no son independientes unas de otras; es
decir, no están separadas o “desmanteladas” según las diferentes líneas de su sensorialidad personal (del bebé)

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sino al contrario, se encuentran juntas unidas temporalmente, durante el tiempo de la toma, y en estas
condiciones el bebé tendría acceso a la vivencia puntual que existe realmente: la existencia de un ser exterior,
verdadero preobjeto que marca ya la existencia de un tiempo de intersubjetividad primario. Después de
mamar, esta vivencia de sensaciones conjuntas se para de nuevo, predomina de nuevo el desmantelamiento y,
entre toma y toma, el bebé trabajará y volverá a trabajar esta oscilación de montar y desmantelar para lograr
al final hacer prevalecer el montaje y, por lo tanto, la posibilidad de acceso a una intersubjetividad en lo
sucesivo estabilizada.

Esta concepción de un gradiente dinámico y progresivo entre indiferenciación primitiva e intersubjetividad,


solamente ha sido posible gracias a la existencia del núcleo de intersubjetividad primaria presente en todos los
niños, pero también en los niños autistas o psicóticos (quizás se trate aquí de las partes no autísticas que
Álvarez (1992) describe en los niños autistas de cualquier grado y que podríamos, por analogía con los “islotes
autistas” –descritos por Klein, 1980 y Tustin, 1989 en sujetos neuróticos– denominar los islotes no autistas de
los sujetos autistas). El acceso a la intersubjetividad correspondería entonces a un movimiento de confluencia
y de convergencia progresivo de estos núcleos de intersubjetividad primaria.

Los trabajos de Roussillon (1987) que van en el mismo sentido, indican que el primer otro sólo puede ser otro
especular, suficientemente parecido y un poco no-parecido al yo (para retomar, aquí, la terminología de G.
Haag), características del primer otro que invitan a representarse el acceso a la intersubjetividad como un
proceso de liberación lento pero precozmente medido por momentos de diferenciación accesibles en el seno
de las interacciones. Sabemos que Roussillon integra profundamente en su reflexión los trabajos de Winnicott
(1975) sobre la “transición”, y los de Milner (1990) sobre las características de “separabilidad” del objeto;
perspectivas que no excluyen en absoluto la perspectiva de esta tercera vía aquí presentada.

Según nuestra concepción, la intersubjetividad, una vez adquirida, no es sin embargo, un dato definitivamente
estable. Es una conquista que hay que preservar durante toda la vida. Hay que saber ponerla de nuevo en
juego o en cuestión, en algunas circunstancias como el amor, el reparto de emociones (especialmente
estéticas), en las experiencias de grupo y, last but not least, en el pensamiento de la muerte. En cualquier caso,
independientemente que la intersubjetividad sea secundaria o adquirida gradualmente, esta dinámica de
diferenciación extra física acarrea el riesgo de una cierta violencia en la medida en que puede realizarse de
manera demasiado rápida o demasiado brutal; es decir: de manera traumática.

Podemos incluso preguntarnos si no existe un mínimo de violencia incluso cuando esta dinámica se juega
felizmente, lo que autores como Pontalis (1986) y Kristeva (1987) han mostrado con respecto a la génesis del
lenguaje, uno en referencia a la separación y el otro al “duelo” del objeto primario; lo que Abraham y Torok
(1972) han igualmente señalado al hablar del “paso de la boca vacía de pecho a la boca llena de palabras”, lo
que Quinodoz (1991) subraya, también, cuando diferencia las “angustias de diferenciación” de las angustias de
separación propiamente dichas. Y lo que G. Haag (1991, 2002) nos invita, también, a considerar cuando ella
evoca el fenómeno de “de mutismo por vocalización exclusiva”, de algunos autistas que buscan patéticamente
entrar en un lenguaje que no sea sinónimo de arrancamiento intersubjetivo. Todo esto para decir que este
acceso a la intersubjetividad condiciona, como ya sabemos, la posibilidad de acceso al lenguaje y que en este
primer plano de nuestra reflexión aparece una cierta forma de violencia como consubstancial al mismo
desarrollo del lenguaje.

Entre música y el significado


Los dos grandes tipos de comunicación (y su intrincación en el seno mismo del lenguaje verbal)
Se ha convertido en un clásico oponer los dos grandes registros de la comunicación que son la comunicación
analógica (infraverbal o preverbal, o prelingüística) de una parte, y la comunicación “digital” (verbal o

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lingüística) de otra parte. Desde un cierto punto de vista todo las separa y todo las opone. La comunicación
analógica estaría, sobre todo, soportada por el hemisferio cerebral menor (para los diestros), sería básicamente
de tipo sintético y transmitiría principalmente las emociones y los afectos, y ello a través de elementos no
codificados –en el sentido de los signos de Saussure (1978)–, pero mucho más globales y analógicos, en cuanto
al material a trasmitir (de ahí el término escogido para definirla). La comunicación digital estaría soportada
por el hemisferio mayor (el izquierdo para los diestros), sería sobre todo de tipo analítico y transmitiría
principalmente conceptos por medio de elementos codificados de tipo “dígitos” de información (de ahí la
elección de su término genérico). Dicho de otro modo, la comunicación analógica trataría, especialmente, de
la transmisión no verbal de mensajes de tipo emocional o afectivo, por medio de comportamientos no
lingüísticos (mímicas, miradas, gestos, etc.) mientras que la comunicación digital trataría de la transmisión
verbal de mensajes de tipo conceptual o de ideas, por medio de comportamientos lingüísticos (palabras, frases,
locuciones). Sin embargo, no sería correcto querer hacer de la comunicación analógica un equivalente de la
comunicación preverbal, y de la comunicación digital un sinónimo de la comunicación verbal. Asimismo,
sería ilusorio pensar que la comunicación analógica estaría solamente de la parte de la metonimia y que la
comunicación digital solo de la parte de la metáfora. En efecto, las cosas son, claro, mucho más complejas.

En lo que quisiéramos insistir es que, en realidad, existe una concatenación estrecha entre estos dos tipos de
comunicación, que cada uno de ellos puede servir conjuntamente –dibujos metonímicos y metafóricos (lo que
nos envía de nuevo al concepto de “oscilación metáforo–metonímica” de Rosolato, 1978)– y, sobre todo, que
hay parte analógica en lo digital, si podemos expresarnos así. Es decir, que existe una parte no verbal del
verbal en sí mismo. Esta última noción es esencial para comprender la entrada del infante en el orden del
lenguaje. La cadena del habla se compone de un contenido y un continente:
• La idea del contenido verbal nos envía a los elementos del enunciado (fonemas, monemas, sílabas,
palabras o frases según el tipo de desglose que se adopte, el cual se materializa en los conceptos de léxico o
de semántica).
• La idea de continente verbal nos envía, por una parte, a las reglas de la enunciación que organiza el
enunciado (gramática o sintaxis) y, por otra parte, a lo que podríamos llamar la música del lenguaje
(prosodia, timbre, tono e intensidad de la voz, ritmo, elocución, silencios).

La cadena del habla se compone, pues, de una parte segmentaria, o mejor dicho segmentable, a saber: su
enunciado lingüístico propiamente dicho; y de una parte no segmentaria, no segmentable o suprasegmentaria,
a saber: su enunciación de tipo musical (de ahí la importancia de lo que denominamos el “tono” en el seno del
juego teatral). La parte segmentaria del lenguaje verbal implica la parte informativa propiamente dicha del
mensaje, mientras que su parte suprafragmentaria implica probablemente la parte más emocional y de
motivación de éste, es decir, la expresión de las condiciones afectivas de su enunciación.

Lo que es importante subrayar es que el bebé, contrariamente a lo que Dolto (1987) y otros han podido
sostener en su tiempo, no entra sin ninguna duda en el lenguaje por su parte simbólica y digital, sino más bien
por su parte afectiva y analógica. En efecto, el bebé parece mucho más sensible primero a la música del
lenguaje y los sonidos (el que oye y el que produce) que al significado de los signos en sí mismos (la
integración del vínculo entre significante y significado representa, sin duda, más un acto de aprendizaje que
alguna forma de revelación inmediata). Para entrar en el orden del lenguaje (simbólico verbal) el bebé necesita,
no saber sino comprobar y sentir profundamente que el lenguaje del otro (y especialmente el de su madre) le
afecta y le conmueve, y que ella está asimismo afectada y conmovida por las primeras emisiones vocales suyas.
Este es el motivo por el que, en el campo del desarrollo precoz, la lingüística de Saussure nos aporta menos
que una lingüística más dinámica y del sujeto (Austin, 1970; Bruner, 1983, 1987), pues e parece que en este
campo necesitamos más la lingüística de la enunciación que una lingüística del enunciado, a semejanza de los

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trabajos de Umberto Eco (1992) que se centran más sobre las condiciones dinámicas de la producción de
signos que sobre la organización estática de los mismos.

Desde esta perspectiva comprendemos, pues, el posible impacto de las depresiones maternales sobre la
instauración y el desarrollo del lenguaje en el niño, en la medida en que estas depresiones afectan a veces
profundamente a las cualidades de la voz y de la música del lenguaje de la madre. Si la voz de la madre no le
afecta y si las emisiones vocales del bebé no tienen ningún efecto sobre la madre, demasiado absorta por su
estado depresivo (o por uno u otro movimiento psicopatológico), entonces, desde el punto de vista del bebé:
“¿para qué hablarle, pues?”

La voz materna en tanto que ópera para el bebé


En su bonito libro titulado L’opéra ou le cri de l’ange (“La ópera o el grito del ángel”), Michel Poizat (1986) cita
un pasaje de Levi-Strauss (1971) que dice: “La música también habla, sin duda, pero solamente en razón de su
relación negativa con la lengua y por que separándose de ella, la música ha conservado la huella... de su
estructura formal y de su función semiótica: no habría música sin el lenguaje que le precede y del cual
continúa dependiendo, para decirlo así, como una propiedad privada. La música es el lenguaje menos el
sentido; desde entonces se entiende que el que escucha, ante todo un sujeto hablante, se sienta
irresistiblemente empujado a suplir este sentido ausente como un amputado que atribuye al miembro
desaparecido las sensaciones que él siente y que se localizan en el muñón”. Está claro que actualmente,
respecto a todas las investigaciones referidas a la música, se podría criticar esta frase de Levi-Strauss según la
cual la música se refiere al lenguaje despojado de su dimensión de significado. Las cosas son probablemente
mucho más complejas.

Toda la reflexión de Poizat (1986) consiste en sostener la idea de que los amantes de la ópera en el fondo
buscan el lugar precoz de la voz materna, antes de la separación entre música y significado, separación que
para el bebé puede, sin duda, revestir una cierta dimensión de obligada violencia. El amor a la ópera como
equivalente al amor a la voz materna: la idea es verdaderamente seductora pero a condición de pensar en la
madre de los inicios; es decir, aquella cuyo lenguaje nos afectaba todo y que la dimensión simbólica de sus
palabras se nos escapaba en gran parte. Personalmente vería gustosamente un argumento que apoyara la tesis
de Poizat en el artículo un poco más antiguo de Rosolato (1982), titulado: “El odio a la música”. Aquí es el
odio a la música y no el amor a la ópera el que se ve cuestionado, pero las conclusiones son de alguna manera
convergentes, en el sentido en que el odio a la música estaría apoyado por la dificultad de algunos sujetos a re-
encontrar esta voz materna antes de la separación entre música y significado. Del amor al odio, ya lo sabemos,
a menudo sólo hay un paso...

De todas formas, son los vínculos entre la música y la voz los que forman el núcleo de estas dos reflexiones,
y ya hemos dicho antes hasta qué punto la voz forma parte de la música del lenguaje, es decir, de sus
elementos suprasegmentarios que conmueven y afectan al bebé y por los cuales el bebé busca, muy pronto,
conmover y afectar al adulto que le cuida. Pero volvamos un momento a la ópera. Existen por supuesto otros
elementos que hacen de la ópera un arte relacionado directamente con nuestros ritmos más o menos arcaicos.
Pensemos, por ejemplo, en esos momentos particulares donde, a partir de un aparente caos de sonidos,
emerge y se organiza –muy lenta y gradualmente– una frase cantada que, finalmente, inunda y domina el caos,
y prevalece sobre el material sonoro inicialmente anárquico.

¿No existe en este caso una figuración del movimiento mismo de la emergencia del lenguaje, el cual también
debe liberarse de una trama sonora percibida –por el niño– como algo anárquico y aleatorio? Y con más razón
porque el caos inicial sólo es aparente, como lo es probablemente el conjunto de sonidos (internos y externos)
percibidos por el feto en el útero materno, especialmente al final del embarazo. En realidad estos sonidos no

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son tan anárquicos como a él le parecen. Están formados por sonidos internos procedentes del cuerpo
materno, sonidos regulares (palpitaciones cardíacas y aórticas, etc.) o irregulares (ruidos digestivos, voz
materna trasmitida a través de los tejidos del cuerpo de la madre...) y por sonidos externos, todos imprevisibles
y entre los cuales, de nuevo, está la voz materna pero que esta vez llega al feto desde el exterior, atravesando el
cuerpo –de la madre– y el líquido amniótico. La voz materna es, pues, al mismo tiempo interna y externa, si
es que el feto puede registrar esta distinción. Y convendría recordar aquí la interesante hipótesis de Maiello
(1991) según la cual la imprevisibilidad de la voz materna (es decir, “el objeto sonoro”) proporciona al bebé
una especie de matriz prototípica de su problemática posterior relacionada con la dialéctica entre ausencia y
presencia y que, como tal, ayudaría a la génesis del objeto en sí mismo.

Pero esta vivencia inicial del ruido de fondo continúa, durante un tiempo, después del nacimiento y significa
para el bebé, toda la importancia que tiene la voz materna cuyo ruido buscará el bebé para extraer, poco a
poco, el código profundo de la lengua, de su lengua. Si no olvidamos que la voz materna refleja evidentemente
algo del investimento del niño por su madre (de su existencia, de su nacimiento, de sus rasgos específicos, etc.)
veremos claramente que el desarrollo precoz de lenguaje no puede concebirse en ningún caso fuera de toda la
dinámica de las interacciones precoces y, especialmente, de las interacciones fantásmaticas, dinámica por la
cual las representaciones mentales del niño en la psique de sus padres constituyen, ahora lo sabemos
perfectamente, el eslabón operacional. Pero sobre lo que queremos insistir es sobre la violencia con la cual
finalmente y quizás necesariamente se encuentra confrontado el bebé cuando debe distinguir entre la
musicalidad y el significado del discurso materno, no para desintrincarlo sino para articularlos a un nivel
semántico superior.

De la narrativa analógica a la narrativa digital: ¿traducción y/o traición?


Primero una palabra..., las diferentes raíces epistemológicas del concepto de narrativa
Las raíces filosóficas. Aquí pensamos por supuesto en Paul Ricoeur (1975) de cuya obra se habla más adelante
en este artículo. En efecto, según él la cuestión filosófica planteada por el trabajo de composición es la de las
relaciones entre el tiempo del discurso y el de la vida y la acción afectiva. Ricoeur (1986), en su trabajo Temps
et récit realiza varios abordajes, principalmente, sobre la fenomenología del tiempo, la historiografía y la
teoría literaria del discurso, ya sea del discurso histórico, ya sea del discurso ficticio. Finalmente propone la
idea de que la identidad del ser humano es de hecho, fundamentalmente, una “idea narrativa”.

Las raíces históricas. La historia es, por definición, una ciencia narrativa y esto hace que se rehúsa menos el
estatuto de ciencia a la historia que al psicoanálisis, si bien los dos comparten la evidencia de no ser repetibles:
la historia tartamudea algunas veces, pero no se repite nunca de una manera idéntica! Sea como sea, el
concepto de narratividad es primordial para los historiadores que están, al igual que los psicopatólogos,
enfrentados a las dificultades de la dotación del sentido inmediato, a la necesidad de una toma de distancia, a
los efectos del después e, inevitablemente, a tener en cuenta una cierta subjetividad, mientras que la verdadera
modernidad no se define en absoluto por intentar eliminar cualquier subjetividad sino, al contrario, por el
hecho de tenerla en cuanta en tanto que analista indirecto de los fenómenos y de los procesos observados.

Las raíces lingüísticas. Aquí se perfila toda la cuestión del enunciado del discurso y su estilística. “El estilo, es el
hombre”, decía ya en su tiempo Lacan (1966) y también conocemos todo el decriptaje lingüístico que un
Barthes (1967) pudo hacer de algunos comportamientos de superficie (como la manera de vestirse),
susceptibles de hacer connotaciones de la intimidad del sujeto. Existe, pues, una semiología de la apariencia,
que tiene valor de narración de la visión del mundo y que el individuo se hace de sí mismo y de su entorno.

Las raíces psicoanalíticas. De hecho nos remiten a la cuestión de los procesos llamados de enlace.

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• “A buen señor, buen honor”. Podemos decir que la narrativa del sueño se ha tomado evidentemente en
cuenta, lo que no pasaba desde hacía mucho tiempo. Desde “la interpretación de los sueños” (Freud,
1900), hasta los trabajos de A. Garma (1981) sobre la función antitraumática del sueño, el trabajo de
narración onírica se ha puesto en evidencia en la reflexión psicoanalítica, trabajo de narración
extremadamente complejo puesto que el sujeto soñador es a la vez autor del sueño, su director y su (o sus
diferentes) actor(es), a través de los procesos de difracción identificatoria.
A esta complejidad narrativa le ha sacado provecho la narrativa moderna y, en el plano cinematográfico,
recordamos la película Rêves (“Sueños”) de Kurosawa la cual, a su manera, mostraba bien el trabajo de
primarización de los significantes arcaicos u originarios que el sueño, cada noche, vuelve a construir
incansablemente y el cual, a causa de su actividad de puesta en escena, reactualiza algunas etapas del
desarrollo precoz y repara de este modo los envoltorios psíquicos puestos eventualmente à mal durante el
día (La pellicule du revé, de Anzieu, 1985).
• Para apoyar estos temas sobre las relaciones entre el sueño y el traumatismo, permítanme aventurarme a
ir más allá del registro psicoanalítico en su sentido estricto, para evocar el formidable texto de Jorge
Semprun (L’écriture ou la vie,1994) dedicado a la función vital de la escritura frente a las consecuencias de
la Shoah, trabajo de supervivencia que hace eco a una frase citada a menudo: “Todas las penas son
soportables si se hace un relato con ellas”, entendiendo que en el relato de la vida no cambia el pasado sino
la relación que una persona mantiene con su propia historia.
• El trabajo del preconsciente se puede conceptuar, en términos de actividad narrativa, a través de un
proceso de doble inscripción, consciente e inconsciente, de las representaciones de las cosas y su conexión
con las representaciones de sus palabras correspondientes.
• Diatkine (1994), ha insistido en las relaciones funcionales entre la narratividad del bebé y la “capacidad de
soñar” de la madre (Bion). Según él, durante el segundo semestre de la vida, el bebé es capaz de decirse a sí
mismo que “si su madre no está ahí es que está en otra parte”, elaboración minúscula pero crucial que
tiene valor de relato de la ausencia.
• La narrativa también se ve implicada en la teoría del después....puesto que la dialéctica de doble sentido
(Laplanche, 1999) entre el pasado y el presente funciona como una re-escritura permanente de sus
contactos recíprocos (el pasado ilumina el presente, pero el presente permite también hablar del pasado de
manera retroactiva).
• Citaré, para acabar, los trabajos de Hochmann (1997) sobre la narratividad y los de Milner (1976, 1990)
sobre la maleabilidad del objeto primario, para indicar la importancia que el psicoanálisis otorga
actualmente a la narrativa en tanto que fuerza de inscripción y de relación que permite autentificar la
ontogénesis y las interrelaciones del sujeto con su entorno, lo cual convierte a este concepto en una
herramienta crucial en el seno de la reflexión metapsicológica.

Las raíces del desarrollo. Algunas de ellas se han citado más arriba y ahora solamente indicaremos aquellas cuya
importancia es actualmente incontestable.
1. El sentido de un yo verbal o de un yo narrativo, estudiado por Stern (1992) en su libro titulado Journal d’un
bebé. El autor ha intentando mostrarnos, poniéndose en cierto modo en la piel y en la mirada de un bebé,
todo el trabajo que deben hacer los niños para conseguir unir entre si las diferentes experiencias y los
diferentes episodios interactivos que viven a lo largo del día y que, si no, solamente representarían hechos
sucesivos, independientes, tan solo yuxtapuestos y sin relación de unos con los otros.

Es evidente que aquí se encuentra convocado todo el proceso de subjetivación ya que, sin el sentimiento de
una cierta continuidad de la existencia (Winnicott, 1958), en tanto que individuo separado y diferenciado, no
existe ningún hilo rojo que el niño pueda identificar como enlace de los diferentes episodios ocurridos durante
su jornada. Dicho de otra manera, lo que puede hacer de enlace entre estos episodios, es el sentimiento del
sujeto de ser siempre el mismo a lo largo de un período de tiempo determinado, lo cual implica la

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instauración de un narcisismo primario, pero en el seno de un movimiento en que lo recíproco también es
verdadero, ya que es el acceso a la narratividad el que condiciona, a la vez, la instauración de este narcisismo.

Según Stern (2003), la realidad psíquica del bebé puede dividirse en una sucesión de unidades temporales
elementales, una sucesión de “ahoras” que él experimenta de manera independiente y que comportan, cada
una de ellas, su propia dinámica, de un punto de vista que podríamos llamar fenomenológico. De ahí la idea
de envoltura... desarrollada por este autor y que en el fondo representa la unidad de base de la realidad
psíquica infantil preverbal. De hecho se trata de un concepto sacado de los trabajos de Nelson (1986)
“representaciones de sucesos”; de Mandler (1983), “esquemas de sucesos” y de Schank y Abelson (1997),
scripts, pero precisado aquí con su orientación hacia una finalidad /deseo, su estructura de tipo narrativo
(línea dramática), su jerarquización y su estructura temporal.

Es esta envoltura “proto” la que permitirá al niño localizar los invariables a través de repeticiones interactivas,
representaciones que se inscribirán en la psique bajo la forma de representaciones analógicas
(“representaciones de interacciones generalizadas”) y que competirán en la emergencia de un yo hacia la edad
de dieciocho meses (tras las instauraciones sucesivas del sentido de un yo emergente entre cero y dos meses,
del sentido de un yo-núcleo entre dos y siete meses, y del sentido del yo subjetivo entre siete y dieciocho
meses). Vemos de este modo que el sentido de un yo verbal o narrativo se enraíza en el establecimiento de
“esquemas–de estar–juntos” (weness para los autores anglosajones), en la repartición de los afectos y las
emociones y, también, en la localización de episodios interactivos específicos o generalizados de un yo verbal
que ofrece al niño la posibilidad, no inmediata, de “explicarse” a sí mismo su propia historia cotidiana.

2. Las figuraciones y narraciones corporales protosimbólicas. Pensando, por ejemplo, en los trabajos de Haag
(1985, 1991) sobre las identificaciones intracorporales o en los realizados en el Instituto Pikler-Lozy
(Budapest, Hungría) junto a Tardos (1991), sobre el funcionamiento de los bebés durante sus primeros
momentos llamados de “actividad libre”, podemos fácilmente sostener la idea de que el niño tiene, desde muy
pronto, la capacidad de representar de nuevo, en su teatro corporal o comportamental –y esto en tanto que
“ecuación simbólica” (Segal, 1970), los encuentros que acaba de realizar. En esta nueva representación
corporal o comportamental protosimbólica, existen sin duda los gérmenes de la narrativa posterior. Esta
narrativa preverbal que se juega, por supuesto, en una atmósfera de conciencia no tética, en el sentido que el
niño no tiene todavía, la conciencia de su actividad simbólica incipiente.

3. Afecto y narratividad. Este es un capítulo importante de la reflexión contemporánea en cuanto a


narratividad y desarrollo siendo, en efecto, la hipótesis de que la calidad de la narrativa se enraíza
profundamente en la cualidad de las relaciones de afecto precoces. Es precisamente esta hipótesis la que ha
marcado uno de los tiempos fuertes de la reintroducción de la representación mental en el seno de la teoría del
apego (Main, Kaplan y Cassidi, 1988), después de un largo período durante el cual esta teoría era considerada,
precisamente por los psicoanalistas, como una teoría que despejaba –demasiado– de su campo cualquier
actividad representativa. Desde entonces se han desarrollado muchos trabajos en esta perspectiva y se sabe que
desde ahora, cada edad de la vida dispone de elementos que permiten evaluar la calidad de los esquemas de
afecto: la strange situation (Ainsworth 1982), en los niños muy pequeños; las Histories à compléter, en los niños
en periodo periedípico y la adult attachement interview (AAI de Main, 1998) en los adultos, con algunas
versiones modificadas utilizables en los adolescentes y los preadolescentes. Hay que precisar, sin embargo, que
si la strange situation consituyen cierta forma de narratividad preverbal (la manera en que el niño acoge a la
madre equivale, a su vez, en un relato comportamental de la estabilidad que él ha forjado o no en su
inscripción psíquica), las “historias para terminar” y el AAI evalúan la narratividad verbal del individuo a
través de un relato reconstruido y transformado por múltiples cambios y reconstrucciones ligadas a los efectos
posteriores. Recordaremos que el dogma de una correlación entre la calidad de la narratividad y las

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características de los vínculos de apego precoces constituye, actualmente, una hipótesis de desarrollo
importante que se ha revelado desde ahora capaz de dar lugar a aperturas reflexivas y a pistas de investigación
profundas.

Para acabar con las raíces del desarrollo del concepto de narratividad, remarcaremos simplemente que en
realidad retoman las principales líneas de fuerza inherentes a las raíces epistemológicas nombradas
anteriormente: el yo verbal y la fenomenología del tiempo (para las raíces filosóficas), el relato y la historia
(para las raíces históricas), lo narrativo y la enunciación (para las raíces lingüísticas), los procesos de relación y
los efectos posteriores (para las raíces psicoanalíticas). Dicho de otra manera, las diferentes raíces
epistemológicas del concepto de narratividad que hemos tratado convergen de alguna manera en el abordaje
del desarrollo actual y esto representa, sin ninguna duda, una de las múltiples riquezas de la psiquiatría del
bebé, de la cual conocemos su impresionante expansión en los últimos decenios.

Los precursores corporales y comportamentales del acceso al lenguaje verbal (una investigación actualmente
en curso en el Hospital Necker)
Con el traslado de nuestro equipo desde el Hospital Saint Vincent de Paul al Hospital Necker-Enfants Malades,
y con la reestructuración del equipo de psiquiatría infantil en este último centro, se puso en marcha un
programa de investigación sobre los precursores corporales y comportamentales del acceso del niño al
lenguaje verbal. Este programa de investigación llamado PILE (Programme Internacional de recerche sur le
langage de l’enfant) no habría podido pensarse, lanzarse ni organizarse sin la colaboración de Valérie
Desjardins, psicólogo-psicoterapeuta, el cual representa su verdadera alma (1).

Se trata de una investigación multiaxial que pretende especialmente analizar las producciones vocales, la
mirada y los movimientos del bebé cuando se encuentra confrontado a la palabra del adulto, en situación
diádica o triádica. Se ha instalado una cámara de video de alta tecnología con la colaboración de Alain
Casanova (con el que estamos trabajando desde hace muchos años en la colección multimedia A l’aube de la
vie, de la cual hemos sido cofundadores junto con Serge Lebovici) y diversos equipos, entre ellos uno para el
análisis del sonido, otro para el análisis de los movimientos y una célula de reflexión para el difícil tema del
análisis de las miradas.

No trataremos aquí sobre los datos referentes a los picos vocálicos del bebé cuyos aspectos abren toda una
serie de pistas de trabajo, aunque solamente sea por su duración extremadamente breve y su sorprendente
estructura, formada por hiperfrecuencias de hasta más de 50.000 Hz., con presencia de sonidos armónicos y
del fenómeno llamado “de ataque”. Este espectro de frecuencias plantea, en cualquier caso, la cuestión de la
función de estos picos vocálicos, la respuesta de la cual variará según pueda demostrarse que la madre los oye
o no (sabemos ya que sí los “oye”, no por el canal auditivo cuya banda se encuentra fuera de esta zona de
hiperfrecuencias, sino quizás por el canal cutáneo, al igual que los delfines que “oyen” por su piel y en los
cuales se ha buscado en vano durante años su oído y, también, como el feto cuya piel es sensible a los sonidos
que le llegan después de haber atravesado el líquido amniótico; de la misma manera que el lenguaje corriente
se muestra a través de expresiones de tipo caricias, por ejemplo)

La investigación trata también otros temas, como el saber lo que mira el bebé, en qué momento mira o no,
cuando el adulto le habla, cuando se calla, cuando es la madre o el padre quien habla y, asimismo, en función
del contenido (tipo de enunciados) y del continente (tipo de enunciación) del discurso que se le ofrece.
Nuestro deseo es poder evidenciar las correlaciones entre estos diferentes ejes de la investigación (sonidos,
miradas, movimientos) y, si es posible, sacar algunos elementos de prevención de un riesgo disfásico (2).

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Vuelvo, pues, al problema de los movimientos del bebé es situación dialógica y quisiera insistir sobre este
punto. El hecho de interesarse en los movimientos del bebé surge, en realidad, de la idea de que las
capacidades de narración verbal se originan de hecho en la aptitud del bebé para una narración
comportamental o preverbal con la cual “explica” algo de sus vivencias y de su historia (Golse, 2002). Esta
narración analógica o preverbal precede de la emergencia de la narración verbal y eventualmente la
condiciona, aunque no se trate de un encadenamiento lineal entre dos tipos de narratividad, ya que la
narratividad preverbal (comunicación de tipo analógico) persistirá toda la vida, al lado de la narratividad
verbal (comunicación de tipo digital) de la cual representa una espacie de sombra. Dicho de otro modo, las
raíces de algunos retrasos del lenguaje y especialmente de las disfasias, deben buscarse fuera del lenguaje
propiamente dicho, en el campo de la narración analógica y en el registro de las interacciones y de las
emociones al cual ésta nos remite fundamentalmente.

Algunos trabajos ya han demostrado que el bebé tiene unos movimientos particulares de sus miembros
superiores cuando se le dirige la palabra, movimientos lentos y más rápidos, con un equilibrio dinámico
probablemente sutil entre ambos. Hemos decidido, pues, centrarnos en el estudio de los movimientos del
bebé en situación dialógica, en un marco relativamente parecido al propuesto por E. Fivaz-Depeursinge y
colaboradores (1999), en Lausana, bajo el término de Trilogic Play Lausanne (TPL). Actualmente nos
encontramos en una fase preliminar de reflexión, en las primerísimas etapas de este programa de
investigación. Por lo tanto las líneas que vienen a continuación tienen solamente valor de hipótesis.

Cuando hablamos, tenemos casi indefectiblemente movimientos de brazos y manos. Es posible que sobre este
tema existan variaciones socioculturales (“hablamos más con las manos” en unos países que en otros), pero es
difícil de imaginar un locutor estrictamente inmóvil, salvo que su interlocutor se encuentre en una situación
de perplejidad o extrañeza más o menos inquietantes. ¿Cuál es pues la función de estos movimientos de
acompañamiento del lenguaje verbal, movimientos que parecen tan importantes y que ni siquiera cambian la
naturaleza lingüística del mensaje verbal en si mismo? Se trata de una cuestión delicada pero apasionante. De
momento enfocamos tres pistas de reflexión:
• Ante todo podemos imaginar que estos movimientos revisten un valor defensivo por medio de una
“envoltura de agitación motriz” (Anzieu, 1985) con respecto a la vulnerabilidad narcisista propia al tomar
la palabra.
Hablar comporta siempre un riesgo: riesgo de no ser comprendido, de ser mal comprendido o juzgado de
manera incorrecta, antes de acabar la frase o la idea.
Entre el principio de la frase y su fin, se abre pues ineluctablemente una especie de apertura narcisista que
empuja a algunos sujetos a hablar muy rápido, en un intento a menudo ilusorio de colmar un poco este
periodo de vulnerabilidad (un poco como los niños que descubren que andan pero que, siendo todavía
inestables, corren más que andan para intentar reducir el lapso de tiempo entre el apoyo dejado y el apoyo
encontrado). Así es la antinomia entre el lenguaje y el pensamiento: ésta se desarrolla sincrónicamente (al
momento) mientras que aquel se muestra diacrónicamente (en el tiempo), lo que viene a significar que la
frase posee una duración, en tanto que el pensamiento está libre de este peso temporal. Desplazarse al
hablar tendría asimismo un función de lucha con respecto a estas angustias inherentes al acto del habla.
• Pero esto no es suficiente para la comprensión de estos movimientos de acompañamiento ya que no se
trata de un movimiento cualquier. Son característicos los movimientos de los brazos y de las manos, En
una especie de rotación circular antero-posterior, las manos se propulsan arriba y abajo para volver hacia
uno mismo en una dirección hacia abajo y hacia atrás. Estos movimientos nos han recordado las famosas
“curvas de devolución” descritas por Haag (1993, 2002) en los bebés de pocos meses los cuales, al acceder a
la intersubjetividad, descubren de alguna manera el circuito de la comunicación y lo plasman así, en estos
movimientos de las manos que tienen valor de imagen motriz. Como dice Haag, es como si estos bebé
quisieran “demostrarnos” que se han dado cuenta que pueden enviar a otro, diferente de ellos mismos,

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algo de si mismos (un mensaje o, sobre todo, una emoción) y que este material psíquico o protopsíquico
encontrará en el otro un fondo a partir del cual hacer un retorno al emisor.
Estos movimientos de las manos tendrían pues valor de relato, en el sentido que, en paralelo con el
lenguaje verbal instaurado, conseguirían de algún modo explicarnos, analógicamente, algo sobre el
nacimiento mismo de la comunicación. Se cotejarían de este modo dos relatos, separados históricamente:
un relato analógico de los orígenes y el descubrimiento de la comunicación haciendo doblaje del relato
digital, es decir, del relato verbal actual. Dos tiempos del relato y dos maneras del relato que nos llevan
quizás a la cuestión de “la identidad narrativa” del ser humano, tan querida por Ricoeur (1975, 1986).
• En fin, last but not least, estos movimientos de acompañamiento del lenguaje verbal podrían igualmente
testimoniar la experiencia co-modal del bebé y su necesidad de recuperarla a través de la visión (visión del
movimiento de su lenguaje). Desde ese momento, el movimiento de las manos descrito más arriba podría
eventualmente funcionar en co-modalidad y en transmodalidad perceptivas, en el sentido de que la visión
de alejamiento y de acercamiento de las manos (durante su movimiento circular) daría, a la vez,
testimonio de la vivencia de pérdida de la palabras emitidas (traducción co-modal) y repararía esta pérdida
con una recuperación visual (defensa transmodal).

¿Traducción y/o traición?


A partir del momento en que se tienen en cuenta diferentes formas o diferentes niveles de narratividad, se
plantea la cuestión de saber si el paso de una narratividad analógica a una narratividad digital puede concebirse
sin riesgo de pérdida o de traición, puesto que existe una traducción. Pero recordemos ante todo los diferentes
tipos de narratividad que pueden considerarse.

Hoy en día, en el estado actual de los conocimientos, podemos efectivamente distinguir una narratividad
sensorial bien descrita por Nassikas (2004), una narratividad comportamental que intentaremos precisar y
profundizar con nuestro programa PILE y una narratividad verbal en fin. Las narraciones sensoriales y
comportamentales son de tipo analógico, la narratividad verbal es de tipo digital.
• La narratividad sensorial se expresa en el registro del ser, se organiza según una “sintaxis del sentir”
(Nassikas, 2004), lleva a una lógica de envolturas y, como tal, se realizaría en una atmósfera monádica.
• La narratividad comportamental lleva, a la lógica binaria de los enlaces primitivos, está aferrada al acceso
de la intersubjetividad y se realizaría, pues, en una atmósfera sobre todo diádica.
• La narratividad verbal se expresa en el registro del ser y del saber, se inscribe en la lógica ternaria de las
relaciones de objeto clásicas (siempre trianguladas, en referencia a un tercio real, imaginario o simbólico)
y se realizaría pues, en un niño pequeño, en una atmósfera más bien triádica.

La violencia de la traducción
A partir del momento que hay traducción, hay pérdida de información –y por lo tanto, “traición lingüística”–
en cada etapa del proceso; en definitiva, violencia con respecto al “texto” inicial. Lo que es cierto en el paso de
un texto verbal de una lengua a otra, es también cierto (si no más) en lo que concierne al paso de un “texto”
no verbal a un texto verbal; o sea, de una narratividad analógica (preverbal) a una narratividad digital (verbal).

Esta problemática ya tenida en cuenta por Freud (1887-1902) en su correspondencia con Fliess sobre las
inscripciones a nivel de los diferentes sistemas del aparato psíquico (inconsciente, preconsciente y consciente)
ha sido, como sabemos, profundizada por Laplanche (1984, 1986, 1987) en el marco de su “Teoría de la
seducción generalizada”, y cuyos rechazo y traducción, conjuntamente, han permitido describir la amnesia
infantil.

Pero en el bebé y en el niño muy pequeño, la violencia no solamente está ligada al proceso de traducción en sí
mismo, sino sobre todo al hecho de que esta traducción depende del trabajo psíquico del otro, lo que

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Aulagnier (1975) indica con su concepto de función “portavoz” de la madre (función necesaria pero portadora
de una indudable “violencia de la interpretación”), cosa que Haag (1985) recalca igualmente con su noción de
“interpretaciones parentales”, y que Laplanche (2002), de nuevo, avanza con su concepto de “situación
antropológica fundamental”, fundada sobre la reciprocidad, pero teniendo en cuenta la disimetría de los
funcionamientos psíquicos del bebé y del adulto que le cuida. A su manera y en su trabajo sobre “La
representación de cosa entre pulsión y lenguaje”, Green (1987) ha mostrado, igualmente, que la conducción
interactiva de la madre para ayudar al niño en el paso de la simple mentalización a la figuración de sus
necesidades pulsionales era, esencialmente, un acto de violencia psíquica en tanto que llevaba a una intrusión
de la madre en el mundo representacional del niño, cuya demostración estaba hecha por las representaciones
que valían también, probablemente, como afectos. Finalmente, si en cada etapa de la traducción hay siempre
pérdida de información, nos queda por decir que lo que se pierde reviste, a la vez, el estatus de un sacrificio,
en tanto que tributo pagado por una demanda de traducción, demanda a este otro del cual el bebé necesita
depender en los inicios de su vida.

Perder las palabras: le mutismo del niño psicótico


Para el bebé, las vocalizaciones y las primeras palabras no son únicamente aire en una boca vacía. El los
percibe, ante todo, como una verdadera sustancia sonora que llena la cavidad bucal y que como Abraham y
Torok (1972) han demostrado, para acceder al lenguaje y a la posible simbolización de los objetos ausentes es
necesario, sobre todo, que la boca esté “vacía de pecho” antes de “poder llenarse de palabras”. Es también lo
que nos enseñan los niños autistas para quienes hablar y emitir sonidos puede dar lugar a profundas angustias
arcaicas, no solamente de pérdida sino de arrancamiento de una parte de sí mismos (Tustin 1977, 1982, 1986),
lo que podemos encontrar en el material clínico y, especialmente, en algunos mutismos psicóticos que nos
hacen temer a veces que las palabras emitidas vayan a hundirse en el fondo de una distancia intersubjetiva tan
dolorosa de admitir para estos pacientes.

Hablar puede, pues, experimentarse en términos de pérdida de palabras pronunciadas, palabras-sustancia, pero
palabras invisibles. En la misma perspectiva, podríamos citar aquí el concepto heurístico de “Moi-tuyau”
/David Rosenfeld citado por Tustin, 1989) que, en ciertos anoréxicos de estructura más psicótica, permite
comprender mejor su búsqueda, a veces patética, de una especie de equilibrio dinámico entre el lenguaje (flujo
saliente) y la alimentación (flujo entrante).

No insistiremos más sobre el mutismo en el marco de este trabajo. Pero nos parece, sin embargo, interesante e
importante, hacer alusión a ello ya que, en el campo de la psicopatología, es siempre esencial que las
investigaciones tengan resonancia en los clínicos y los terapeutas que les permitan, sobre todo, dar coherencia
y sentido a lo que viven en sus encuentros clínicos y terapéuticos, con sujetos con dificultades de verbalizar.

Conclusiones
De la comunicación y sus diferentes modalidades hemos llegado a la cuestión de los precursores del lenguaje
verbal, pasando por la cuestión de la voz materna, a la interfaz de la música y del sentido. Nos parece que el
camino valía la pena ya que este acontecimiento del lenguaje verbal se realiza en el cruce exacto de diferentes
procesos fundamentales a lo largo de su ontogénesis: procesos de subjetivación, de simbolización, semánticos
y, más ampliamente, semióticos.

Para concluir, sin embargo, nos parece que son necesarias algunas puntualizaciones:
– Es importante, a pesar de todo, no separar los registros del sentido y el de la música, figurativa o no, ya
que sabemos que la música auténtica, generalmente no lo hace. Por tanto, así como el afecto ya no es
considerado como un simple elemento de coloración del representante-representación de la pulsión
(Freud 1915), sino como portador de su propia función de representación (Green 1973, 1987; Stern 1989,

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1993); de la misma manera podemos concebir que la enunciación no es una simple valencia del enunciado,
sino que dispone de su propio valor significativo, de su propia carga de significado. La voz y el afecto se
revelan de este modo indisociables. La música del lenguaje no solamente da el tono, tiene sentido por sí
misma y es esto, principalmente, lo que hemos querido decir con la propuesta de comparar la voz
materna con una verdadera ópera para el bebé: algunos de nosotros guardarán un amor incondicional para
esta forma del arte lírico, otros fraguarán un odio indefectible para la música en su conjunto.
– En cuanto a la voz materna, es muy probable que el bebé no “la oiga” solamente por las orejas. Hemos
hablado anteriormente de la cuestión de la comodalidad en que cada sentido se junta con las otras formas
sensoriales, por lo menos en los momentos de interacción en que se encuentran fuertemente involucrados.
Pero la voz materna, como cualquier estímulo sensorial, necesita estar segmentada para poder ser
percibida. No hay voz...inmóvil!, excepto quizás, en la voz de la madre deprimida que, por otra parte, se
revela muy poco estimulante en cuanto al desarrollo del lenguaje del bebé. Por este motivo, podemos
imaginar que el niño se encuentra, de alguna manera, entre presionado entre el desmantelamiento
(Meltzer, 1980) y la segmentación.

El concepto de desmantelamiento permite al niño, pues, separar las sensaciones según sus propios ejes, con el
fin de escapar a las vivencias de un estímulo que solicita los cinco sentidos simultáneamente. Se trata así de un
proceso de tipo “intersensorial” del cual su inverso, su articulación, permite, por el contrario, que el niño
empiece a percibir que existe una fuente exterior a él y común a sus diferentes sensaciones.

La segmentación posibilita sentir cada estímulo sensorial como un fenómeno dinámico y no estático, en que
tan sólo lo que está en movimiento puede ser percibido. Se trata, pues, de un fenómeno “intrasensorial”. Nos
parece que el equilibrio dinámico entre desmantelamiento y segmentación debería ser considerado como el
corazón mismo de los procesos perceptivos, ya que una sola segmentación de los flujos sensoriales según
ritmos compatibles permite la articulación de las sensaciones y de ahí el acceso a la intersubjetividad. Dicho de
otra manera, la puesta en movimiento de los flujos sensoriales es esencial en la llegada del lenguaje, en la
medida en que éste se origina fundamental e irreductiblemente en la intersubjetividad la cual es, sin ningún
género de duda, la condición sine qua non. La voz materna ocuparía aquí un lugar particular, en relación con
la segmentación visual tan fisiológicamente suelta (gracias a la ritmo del esfínter palpebral), como a la
segmentación auditiva tan delicada (en ausencia del esfínter auditivo, es necesario taparse las orejas para no
oír, lo cual solamente algunos bebés saben hacer).

La voz materna, cuya importancia conocemos para la “semiotización” del mundo del niño, sólo pude
segmentarse de dos maneras: a partir del niño mismo (variando su estado de atención), o a partir del discurso
de la madre (cuando realiza variaciones sobre la música de su lenguaje). Esto supone que los procesos de
atención del bebé sean intactos y suficientemente móviles, y que el lenguaje materno no resulte demasiado
monótono a causa de alguna psicopatología, especialmente depresiva. En el interfaz interior-exterior, bebé-
madre, la voz materna se muestra como un eslabón central para el desarrollo del niño y su acceso al lenguaje
verbal, como un eslabón que requiere e induce a la vez las aptitudes del bebé a recibirla de manera útil y a las
capacidades maternas a emitirla de manera eficaz.

La madre sería como el director de orquesta de las diferentes segmentaciones sensoriales del bebé; como un
director de orquesta que le ayuda a segmentar los diferentes flujos sensoriales según ritmos compatibles y al
hacerlo le ayuda al montaje de sus sensaciones, acompañando así a su hijo hacia una intersubjetividad
estabilizada. El conjunto de estos diferentes mecanismos se revelan eminentemente sutiles y, por muy
delicados y necesarios que sean, pueden ser vividos por el infante como dolorosos y portadores de una
violencia de desarrollo probablemente indeformable: violencia del acceso a la intersubjetividad, violencia de la

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separación de la voz de la madre entre música y significado, violencia del paso de la narrativa analógica a la
narrativa digital, violencia de la vivencia de pérdida de las palabras emitidas.

Todo esto nos recuerda que el lenguaje se inscribe profundamente en el registro del deseo, el cual nos
confronta infaliblemente a la sexualidad, al sufrimiento y a la muerte y que el acceso al lenguaje, en tanto que
nueva etapa del desarrollo, viene a retomar y a trabajar de nuevo, a su nivel, los procesos de las etapas
precedentes. De esta manera, la afirmación fálica del yo por el acto de la palabra viene así, poco o mucho, a
reactualizar algo de la “violencia fundamental” inicial (Bergeret, 1984), y esto nos servirá, por ahora, de
palabra final.

Traducción de Montserrat Domingo

Notas
1. Recibimos importantes ayudas y queremos manifestar aquí, la particular generosidad de los socios
siguientes: la filial francesa de EADS (European Aeronautic Space Company), la Société Française de
Radiotéléphone (SFR) y también la Fundación BETTENCOURT-SCHUELLER.
2. Con el término “disfasia” entendemos una de las formas más graves de retrasos en el lenguaje infantil, que
puede predominar en el lado receptivo o en el lado expresivo, pero que demuestra siempre un obstáculo
importante en la integración del niño en la gramática profunda del lenguaje (especialmente la sintaxis).
Generalmente estas disfasias no se integran en el marco del trastorno de organización de la personalidad
(como podía pensarse antes), son muy difíciles de diagnosticar con certeza antes de la edad de seis años y en el
estado actual de las cosas no se reconocen signos precursores que permitirían prevenirlas eficazmente. Su
pronóstico no está todavía claro, amenaza el acceso el lenguaje escrito pero también, y es todavía más grave, el
acceso a posibilidades de comunicación oral normales o sueltas.

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Psicopatol. salud ment. 2005, 5, 67-81 82

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