SuperVioleta - Mari Ferrer
SuperVioleta - Mari Ferrer
SuperVioleta - Mari Ferrer
ISBN: 978-956-15-2933-5
Inscripción N° 265.533
Impreso en Chile. Printed in Chile
Tercera edición: enero de 2019
Dirección de Arte:
José Crespo y Rosa Marín
Proyecto gráfico:
Marisol Del Burgo, Rubén Chumillas y Julia Ortega
Conversión ePub:
Eduardo Cobo
Ilustración de cubierta:
Alfredo Cáceres
Violeta no era como las otras niñas de su edad. Le gustaban los repollitos
de bruselas, prefería el color naranjo antes que el rosado y siempre se
andaba secreteando con ella misma. Le encantaba dibujar y lo hacía muy
bien, pero sus trabajos también eran un poco diferentes a los de sus
compañeros. Aun así, nadie sospechaba que esa niña de cara graciosa y
piernas flacas escondía insectos en el bolsillo y una identidad secreta.
Con esa frase, todo le hizo sentido. El mundo era un lugar lleno de peligros
y amenazas, y ella estaba ahí para proteger a sus seres queridos de todo lo
que pudiera hacerles daño.
No era una misión fácil, pero Violeta era valiente, atrevida y aventurera:
era SuperVioleta y sus mayores superpoderes eran su bondad a prueba de
balas y tocarse la nariz con la punta de la lengua.
Pero si bien sus intenciones siempre eran las mejores, a veces sus ganas de
salvar el mundo la hacían meterse en problemas.
Como cuando sus padres le advirtieron lo peligroso que era hablar con
extraños, y esa misma tarde llegó de visita la tía abuela Sonia, directamente
a abrazar y apretarle la cara a Violeta:
—¡Pero qué niña tan grande y linda! Si parece ayer que eras un puntito
gordo y rosado. Mírate ahora, estás igual a tu mamá. ¿Cuántos años tienes?
Violeta no contestó.
—Parece que es tímida la niña, ¿quieres un caramelo? Te traje de todos los
sabores. —Violeta seguía muda.
—Mi amor, contéstele a la tía —le pidió su mamá con algo de vergüenza
—. Mira qué amorosa, te trajo dulces, dígale gracias, no sea maleducada.
—No debemos hablar con extraños —dijo al fin.
—Pero ella no es una extraña —interrumpió el papá—. Es tu tía Sonia, la
hermana de la Abuela. Puedes hablarle sin problemas.
La niña tomó aire y muy convencida contestó:
—¿Cómo que no es extraña? Tiene nariz de tucán, bigotes, un lunar
peludo y trasero de elefante. ¡Parece de otro planeta! ¿Y si es parte de un
plan de invasión marciana y viene a espiar nuestra casa para devorarnos
mientras dormimos? ¡De mí no obtendrá ningún tipo de información! ¡No
logrará sacarme palabra!
Violeta no respondió, la tía Sonia seguía pareciéndole una mujer muy muy
extraña.
Su mamá dejó de hablar por teléfono y fue hasta donde estaba ella.
—Mi amor, pasó algo terrible.
—Espantoso, espantoso —agregó la tía.
—No sé cómo decírtelo —continuó su mamá.
—¿Qué cosa? —preguntó Violeta muy preocupada a esas alturas.
—¡La Abuela! ¡La Abuela desapareció! Fui a su habitación esta mañana y
no estaba —le contestó mientras rompía en llanto.
—No sabemos si la raptaron, si se la llevaron los extraterrestres, o se fugó
con un antiguo novio, o el cartero, o quién sabe. Como sea, no pudo haberse
ido sola, así que alguien más está involucrado en esto. No dejaron ni una
nota los desgraciados. —De los nervios, la tía Sonia no paraba de hablar.
¡La Abuela! Violeta no podía creer que se había olvidado de su tesoro.
Urgueteó entre sus bolsillos, y ahí al fondo, entre algunos insectos y un
chicle a medio masticar, estaba el mapa que había dibujado en la mañana.
—No se preocupen, no se la ha llevado ni un ladrón ni un pirata. Yo la
protegí y sé dónde está.
—¿Un pirata? ¿De qué estás hablando, Violeta?
—preguntó su papá sin comprender nada.
En realidad, nadie entendía nada. Pero no tuvieron respuesta porque
Violeta partió a toda velocidad en dirección al jardín.
El corazón le latía fuerte. Ser la heroína la hacía sentir muy bien. Sin soltar
el mapa, siguió las instrucciones que ella misma había dibujado: llegó al
patio saltando en un pie, dio tres vueltas alrededor del almendro, un par de
volteretas, caminó hacia atrás y entró a la bodega, que estaba al final del
jardín. Respiró aliviada cuando vio que la Abuela aún seguía ahí.
—Es hora de devolverte, Abuela, ya habrá momento para que me
agradezcas el haberte protegido de todos los bandidos que te quieren robar.
Le dio un beso en la frente, agarró la silla de ruedas y haciendo fuerza la
llevó a la sala.
—Acá está —dijo triunfante.
—Pero por Dios, Violeta… ¿Qué hay que decirte para que entiendas?
¿Cómo no logras comprender que la imaginación tiene un límite? A la
Abuela no se le maquilla, no se le peina, no se le afeita, no se le corta el pelo y
menos —y recalcó— Y MENOS, se le esconde en la bodega.
—Pero mamá… —intentó decir Violeta.
—¡Pero nada! —la interrumpió—. Y como castigo tendrás que acompañar
a la tía Sonia al podólogo todas las semanas hasta que termine su
tratamiento contra los callos.
—¡Nooo! ¡A la tía Sonia no!
—A la tía Sonia sí. ¿Creías que tus acciones no tendrían consecuencias?
¿Te das cuenta de la gravedad de lo que hiciste? La Abuela necesita estar
tranquila, respirar aire fresco, no pasar frío… recuerda lo que te dije, ¡la
Abuela es como un tesoro que hay que cuidar! —y dando pisadas de elefante
salió de la pieza y cerró la puerta.
Estaba claro que algo había hecho mal, si no,
no le hubiesen dado ese castigo tan espantoso.
Aun así la Abuela seguía siendo un tesoro que había que proteger.
Pensando y repensando, se dio cuenta de que su error había estado en el
escondite… la bodega no era un buen lugar, porque además, estaba muy
cerca de la casa y tenía más riesgo de ser encontrada por los piratas. ¿Cómo
no se había dado cuenta antes? Si la Abuela necesitaba tranquilidad, aire,
calor, y un lugar más lejano y seguro, era lógico que el escondite perfecto era
otro:
—¡La selva tropical! —gritó, y empezó a escribir en su libreta:
¡Qué plan tan perfecto! Ahí sí que no la encontrarían ni los piratas, ni los
ladrones, ni el villano más villano, ni el mejor de los investigadores secretos
de todo el mundo. Sus padres iban a estar orgullosísimos de ella. Tanto, que
seguramente la iban a recompensar con una fiesta donde ella podría escoger
a los invitados. Convidaría al policía pero no a la tía Sonia. Ser la heroína la
hacía sentir perfectamente bien y eso era un tesoro casi tan valioso como la
Abuela.
Y pensando en su fiesta, en su tesoro escondido y en el nuevo mapa que
tendría que hacer temprano al día siguiente, SuperVioleta se durmió con una
gran sonrisa.
Mari Ferrer.
Autora
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Víctor Carvajal
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¡Ay, cuánto me vuelvo a querer!
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Aquí acaba este libro
escrito, ilustrado, diseñado, editado, impreso
por personas que aman los libros.
Aquí acaba este libro que tú has leído,
el libro que ya eres.