9 Octubre 5 La Liturgia de La Palabra
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Todavía en vísperas del Vaticano II, Jungmann distingue la liturgia de la pa-labra como
«antemisa», y la «misa sacrificial» 157. La liturgia bizantina distingue entre la «liturgia
de los catecúmenos» y la «liturgia de los fieles», que empieza con la «oración de los
fieles», a continuación de la cual, en la entrada mayor, tiene lugar la traslación de los
dones preparados, desde la mesa en que están dispuestos al altar. Si bien las
delimitaciones no son unitarias (así p. ej. en el siglo VI se despedía a los catecúmenos
ya antes del Evangelio porque se consideraba que, a causa de la disciplina arcana,
había de privárseles todavía de él como no bautizados que eran), esta división es, de
hecho, más feliz que la de «antemisa» y «misa de los catecúmenos»: ésta última
puede provocar la im-presión de que lo propio comienza sólo con el ofertorio, y que
todo lo que le precede es más o menos insignificante, como también hasta los tiempos
más modernos lo ha defendido la teología de la moral 158. Si ya los «antepatios» de
la celebración de la misa están «por completo al servicio de la unificación de los fieles
en la comunidad cristiana» 159 a la que Cristo le ha prometido su presencia, cuánto
más estará, en ese caso, en el centro el encuentro de la comunidad con el Señor que
aquí se expresa en su palabra antes de que se encuentre con El en el santo banquete.
Teniendo presente toda subdivisión de la celebración de la misa, toda singularidad
específica de la liturgia de la palabra, a la que
2. El orden de lecturas
Para los domingos y festivos se preveen, ateniéndose al modelo antiguo, tres lecturas:
una lectura del Antiguo Testamento, una lectura del Nuevo Testamento y el Evangelio.
El orden de lecturas obedece a un ciclo de tres años (años de lecturas A, B y C), con
lo cual cada uno de los tres evangelios sinópticos se adscriben a un año de lectura,
mientras que el evangelio según san Juan se lee en determinados tiempos cada año.
Para el orden de lecturas de los do-mingos y festivos se aspiró a una síntesis entre la
armonización temática y la lectio continua. Los tiempos señalados del año litúrgico
(adviento, cuaresma, pascua) están, antes bien, determinados por temas; los
domingos de durante el año rige la lectio continua. Se prestó especial atención a la
cohesión interna entre la lectura del Antiguo Testamento y el Evangelio. Esta puede
consistir en que la lectura del Antiguo Testamento sea la de un pasaje tal de la
Escritura, al que como cita recurra el Evangelio que le sigue. O bien muestra una
contra-posición consciente entre el Nuevo y el Antiguo Testamento; o se subraya la
continuidad de la historia de salvación o el Evangelio aparece a plena luz de la
promesa del Antiguo Testamento.
El nuevo leccionario para las misas entre semana conoce sólo dos lecturas que en los
tiempos señalados obedecen a un ciclo de un año, fuera de los cuales, en las treinta y
cuatro semanas de durante el año, a un ciclo de dos años (I para los años impares, II
para los pares). Hay órdenes de lectura especiales que tienen vigencia para la
celebración de la misa en las fiestas de los santos así como en la celebración de los
sacramentos y sacramentales, para misas con distintos motivos así como en el caso
de las misas votivas. Las posibilidades de selección dadas son nuevas, lo que, no
obstante, sólo para domingos y festivos está muy limitado, en cambio, se aplica tanto
más para los días entre semana, las fiestas de los santos y las misas por motivos
diversos.
Respecto al conjunto total de la cuestión del lado de las epístolas y de los evangelios
la que tiene lugar en la comunidad congregada bajo la presidencia de su ministro, el
asiento presidencial. Así como sólo hay un Cristo, en la iglesia debe haber sólo un
altar y un ambón.
También las palabras y ritos que acompañan a las lecturas deben subrayar la
presencia de Cristo en la proclamación de la palabra. Esto tiene especial validez para
el Evangelio: En oriente y occidente el diácono solicita una bendición especial por su
proclamación; también el mismo sacerdote ruega por la gracia de una proclamación
digna. La procesión con los evangelios, acompañada con candelabros e incienso, la
incensación del evangeliario, el saludo litúrgico Dominus vobiscum reservado al
ministerio conferido por la consagración así como el triple signo menor de la cruz por
parte de los fieles sobre la frente, la boca y el pecho en la misa occidental realzan el
carácter verdaderamente sacramental de la proclamación de la Escritura y,
especialmente, de la del Evangelio. El nuevo misal enfatiza esto también en el hecho
de que la comunidad responda a las lecturas y al Evangelio con el Deo gratias
después de que el lector, o en su caso el diácono, de forma análoga a la fórmula de
los profetas en el Antiguo Testamento también haya proclamado lo predicado en la
misa como Verbum Domini 167. Antiguamente, el Deo gracias servía también de
fórmula «de la manifestación con matiz religioso, de la percepción del mensaje,
comparable al amén» 168. También el beso del evangeliario expresa veneración y
puede compararse con el beso del altar. El triple signo de la cruz por los fieles, que se
remonta hasta el siglo IX, lo interpreta Jungmann como expresión del anhelo por
captar la palabra de Dios y retener su bendición. Un signo de la cruz al final del
Evangelio debía sellar la palabra de Dios oída contra los ataques del mal. La triple
autobendición sirve de expresión de la defensa franca del mensaje de Cristo, de su
franco re-conocimiento y su fiel conservación en el corazón 169.
Para el Evangelio, el misal alemán menciona como invocación especial del que
proclama: «Evangelio de nuestro Señor Jesucristo», a lo que el pueblo responde:
«Alabado seas, Cristo».
6. Aleluya y secuencia
El aleluya —el segundo «canto intermedio»— está relacionado con el Evangelio que le
sigue, saluda al Señor que habla por su palabra y tiene, en consecuencia, un carácter
más aclamativo que meditativo. La aclamación de la comunidad es siempre —
¡excepto en la cuaresma, IGMR 37!— el aleluya; el versículo entonado por el cantor
está tomado del Evangelio subsiguiente. El aleluya, que procede del servicio divino
judío, es en el Apocalipsis (19, 1-7) la invocación de júbilo de la Jerusalén celestial y
fue provisto de un acento pascual en la Iglesia occidental —por contraposición a los
orientales que lo entonan durante todo el año y en todas las ocasiones, incluso en la
liturgia de difuntos. En días de carácter penitencial, especialmente durante la
cuaresma, se renunciaba al aleluya y se substituía por el tracto. Además, se
desarrollaron ritos propios de la despedida del aleluya al comienzo de la cuaresma y
de su salutación de nuevo en la vigilia pascual, los cuales aportaron temas para
representaciones escénicas en la Edad Media 174. La ejecución melódica más
sencilla, es decir, más original del tracto la interpretaron los comentaristas medievales
de la misa como «canto arrastrado», que era adecuado al carácter penitencial del
tiempo; otra derivación parte de la premisa de que el canto se ejecuta sin interrupción
de una (tractim) sin interrupción responsorial. También en la liturgia renovada se
renuncia en la cuaresma al aleluya, pero, a cambio, se ha introducido antes del
Evangelio un canto responsorial en el que una aclamación a Cristo enmarca el
versículo del cantor (IGMR 38 b).
7. La homilía
8. La profesión de fe
Como texto de profesión que es, el credo de la fe puede representar en cualquier caso
un elemento extraño aunque IGMR 43 defina de pasada su función al afirmar «que la
comunidad asiente a la palabra de Dios como la ha oído en las lecturas y en la
homilía, responde a ella y evoca en el recuerdo las verdades esenciales de la fe antes
de que comience la celebración del convite». Ya la fórmula en primera persona de la
profesión de fe («Credo») destaca sobre el «nosotros» litúrgico, y hace referencia a su
lugar original en la liturgia del bautismo. Las denominaciones de symbolum y
«profesión apostólica de fe» se derivan de un escrito redactado el año 404 de Tiranio
Rufino, según el cual los doce apóstoles antes de separarse para misionar habrían
«juntado» (symballein) cada uno de los artículos de la fe. Esta leyenda tuvo
continuación en el siglo octavo en un sermón adscrito a san Agustín, a cada uno de
los artículos se les dotó incluso con Ios nombres de los doce apóstoles. El
«Apostolicum» es en realidad una profesión romana de bautismo, como la tenemos
presente en la obra de Hipólito y se remonta, probablemente, al pontificado de Víctor
(189-197) 180. El Misal Romano, como también las liturgias orientales, prefieren el
«Nicaeno-Constantinopolitanum», mientras que el Misal Alemán también permite el
uso del «Apostolicum». La profesión de fe entró en la celebración de la misa a través
de Timoteo, que fue patriarca de Constantinopla entre los años 511-517, y al que se le
atribuían simpatías por la herejía monofisita. A fin de demostrar su ortodoxia, según la
narración del historiador Teodoro el lector, ordenó que la profesión de fe se orase en
toda celebración de la misa, lo que pronto fue imitado en todo el oriente. Todavía en
ese mismo siglo llegó la profesión de fe a España donde una franja costera todavía se
encontraba bajo soberanía bizantina. Con ocasión del tercer concilio de Toledo en el
año 589, el rey ostrogodo Recaredo se convirtió al catolicismo abjurando de la fe
arriana, y se determinó que la profesión de fe había de rezarse en cada misa. Otra
línea de tradición se extiende desde el oriente pasando por Irlanda y el territorio anglo-
sajón hasta Aquisgrán, donde Carlomagno lo acogió en el servicio divino de la capilla
palaciega. Pero por primera vez en el siglo se fue extendiendo poco a poco por el
norte, de forma que el emperador Enrique II echó de menos la profesión de fe en
Roma cuando en el 1014 permaneció allí para su coronación.
El papa Benedicto VIII cedió a las instancias de Enrique e introdujo el credo en la misa
romana, si bien pronto se estableció la regulación restrictiva según la cual la profesión
de fe sólo había de pronunciarse los domingos y las festividades que se mencionan en
ella misma. Según la regulación actual (IGMR 44 y 98) la profesión de fe se reza, o en
su caso se canta, los domingos y las festividades mayores, pero puede pronunciarse
en los acontecimientos solemnes. El credo entró –quizá en contra de las intenciones
del patriarca Timoteo– en la celebración eucarística como profesión de la comunidad,
a lo cual occidente se atuvo todavía durante mucho tiempo; en oriente lo pronunciaba
al menos un representante del pueblo. Por ello, la forma cantada fue también, en la
mayoría de los casos, una antigua melodía recitativa. Será con la aparición de la
polifonía cuando por primera vez ya no la comunidad sino el coro continuaba el credo
entonado por el sacerdote. Emminghaus reclama una amplia difusión del conocimiento
del credo en latín para que la unidad de la Iglesia en la fe se exprese también más allá
de las fronteras lingüísticas –p. ej. en los encuentros internacionales–, y para que el
credo, con ello, pueda ser realmente parte de la comunidad congregada y de su
participación activa en la liturgia 181.
9. Las súplicas
A. La liturgia bizantina
C. La liturgia ambrosiana