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rrero”, Investigaciones Geográficas, boletín 37, pp. 7-21; Instituto de Geografía, UNAM, 1998, p. 10.
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superficie de la Tierra, a poca profundidad, bajo la acción de agentes físicos (cambios de temperatura,
congelamiento, derretimiento de hielo en la fisuras de las rocas, evaporación y cristalización de las sales
contenidas en las aguas); químicos (acción del agua, del oxígeno, del dióxido de carbono) y biológicos
(actividad de los animales y plantas). Fuente: José Lugo, Diccionario geomorfológico, México, UNAM,
Instituto de Geografía, 1989, pp. 114-115.
Las velocidades de las corrientes en las partes altas de la cuenca con gran
pendiente propiciaron el arrastre no sólo de arenas y bloques de roca, sino de
objetos como árboles y palmeras, vehículos, postes, casas completas, pedazos
de construcción, muebles, aparatos y hasta personas y animales. En las partes
bajas de la cuenca ocurrieron depósitos masivos de sedimento (además del lodo
formado por el agua y las arenas, se depositaron los bloques de roca y todos los
objetos que fueron arrastrados por las corrientes). Las corrientes encontraron
obstáculos que taponaron los desagües acostumbrados y tuvieron que salir de
su cauce natural, fomentándose así las inundaciones.
Los principales daños se debieron a que los lechos de inundación de los
ríos estaban poblados, a causa de la explosión demográfica en Acapulco a partir
de los años cincuenta y a la escasa planificación urbana. Poco a poco se forma-
ron asentamientos en las laderas montañosas junto a los cauces de los ríos hasta
dejarlos, en algunas partes, con sólo 70 cm de amplitud. La mayoría de las casas
afectadas se ubicaban en barrancas, las que, al momento de producirse el
escurrimiento, se convirtieron en cauces para que el agua desembocara al mar,
o bien en zonas pantanosas que se inundaron por su predisposición natural y
por la falta de un sistema de drenaje eficaz.
Desde una perspectiva distanciada, como la que proporciona el instrumen-
tal teórico-conceptual de la geografía física, en particular de la geomorfología,
la cadena de acontecimientos que se derivan del comportamiento físico del
relieve ante la elevada cantidad de precipitación es fácilmente explicable, pero
no lo suficiente como para dar cuenta del impacto sobre la población, su pro-
yección histórica y la gama de consecuencias sociopolíticas que tuvo. Siempre
que las fuerzas naturales irrumpen sobre grupos humanos con violencia seme-
jante a la del huracán Paulina , llama la atención, incluso resulta indignante, por
la destrucción, por los muertos; sobre todo en la conciencia moderna, que suele
percibir la naturaleza de forma crecientemente distanciada: sus fenómenos no
sólo son comprensibles, sino susceptibles de descripciones precisas, de explica-
ciones plenas, y parecería, por tanto, previsible, controlable. Ciertamente, la
modernidad ha incrementado la certeza, la precisión, de los conocimientos que
permiten prever, y dominar, en grado considerable las fuerzas naturales.5 Esta
seguridad —firme, sólida, típicamente moderna— parece desvanecerse cuando
un fenómeno natural, un temblor de tierra, una sequía, una inundación, produ-
ce catástrofes. El huracán Paulina dejó centenas de muertos, miles de damnifi-
cados, además de pérdidas incontables en buena parte de las viviendas, comer-
cios, hoteles e infraestructura en general.
5 Para el caso particular de los huracanes existe una tecnología satelital que permite predecir su
comportamiento con horas e incluso días de anticipación; asimismo, las alarmas hidrometeorológicas
indican cuando la precipitación está alcanzando un límite considerado peligroso.
Todas las sociedades tienen una forma de interpretar culturalmente los desas-
tres, de darles algún sentido que los haga aceptables, razonables en cierto modo.6
Terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas y demás catástrofes han sido
considerados ya como obra del destino o la fortuna, de una fuerza inextricable,
incontenible, o como un castigo merecido, obra del juicio de Dios, de la Provi-
dencia. La modernidad ofrece un tipo de interpretación propia, característica:
una mirada distanciada, objetiva, neutral, que reconoce en los fenómenos físi-
cos una estructura, e identifica una sucesión de procesos físicos regulares, esta-
bles, y por tanto altamente previsibles, que se pueden anticipar; esto es lo
decisivo: son susceptibles de control. Sin embargo, el ser humano moderno no
ha sido capaz de eliminar o cancelar plenamente los riesgos asociados al orden
de physis.
Existe una extensa literatura sociológica más o menos reciente que tiende a
caracterizar a la sociedad contemporánea como una sociedad del riesgo. Desde
diferentes perspectivas, Ulricht Beck (Risk Society. Towards a New Modernity ,
1992), Niklas Luhmann (Risk: A Sociological Theory, 1993) y Anthony Giddens
(The Consequences of Modernity, 1990), por citar a los principales autores,7 han
presentado una imagen de la sociedad en la que se encuentran distribuidas de
manera diversa las consecuencias imprevisibles o escasamente anticipables de las
decisiones económicas, industriales o que preceden a la implementación tecno-
lógica, que directamente impactan el sistema político, financiero, productivo,
pero también, y sobre todo, ecológico, de un mundo cada vez más interdepen-
diente en el ámbito global. Este aspecto es en cierto modo caótico, en la medida
en que genera grados considerables de incertidumbre que sitúan al hombre y a
las sociedades contemporáneas en condiciones de vulnerabilidad, de riesgo,
en la corta y larga duración histórica.
Desde luego, esta manifestación característica, este rasgo o marca de las
sociedades contemporáneas dificultan la pretensión del hombre de planificar,
de definir la proyección racional de las instituciones, recursos y esfuerzos para
el futuro, para un porvenir más seguro y próspero.8 El hombre moderno exige
mucho, acaso demasiado, a la racionalidad científica, en cuanto a su capacidad
6 Así como cualquier forma del sufrimiento, del dolor. Es algo que ha estudiado magistral-
mente Fernando Escalante, La mirada de Dios: estudio sobre la cultura del sufrimiento, México, Paidós,
pp. 145-147.
7 Un comentario general acerca de estas ideas se encuentra en el número 150, de noviembre de
Oakeshott ha llamado la “política de la fe”. The Politics of Faith and the Politics of Scepticism, Londres,
Yale University Press, 1996.
para hacer frente a las contingencias naturales. Es una constante del pensamien-
to político. Maquiavelo, al comienzo del siglo XVI, comparaba la fortuna
a uno de esos ríos torrenciales que, cuando se enfurecen, inundan los campos, tiran
abajo árboles y edificios, quitan terreno de esta parte y lo ponen en aquella otra, los
hombres huyen ante él, todos ceden a su ímpetu sin poder plantearle resistencia
alguna. Y aunque su naturaleza sea ésta, eso no quita, sin embargo, que los hom-
bres, cuando los tiempos están tranquilos, no puedan tomar precauciones mediante
diques y espigones de forma que en crecidas posteriores, o discurrirían por un
canal o su ímpetu ya no sería ni tan salvaje ni tan perjudicial. Lo mismo ocurre con
la Fortuna: ella muestra su poder cuando no hay una virtud organizada y preparada
para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no han
construido los espigones y los diques para contenerla.9
Existen diversas teorías acerca de los factores que condicionan la elección del
votante. Se define el voto por preferencias electorales estructuradas de diferen-
tes modos: a partir de la información que se recibe a través de los medios de
comunicación o también, por supuesto, a partir de la evolución de las campañas
electorales o las situaciones coyunturales del momento, la baja o alza en los
precios, la devaluación de la moneda, el desempleo, la inseguridad, o una ca-
tástrofe natural. Por ejemplo, se ha especulado en torno a que la popularidad
del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la ciudad de México, en las
EL DESASTRE DE ACAPULCO
11 Para una explicación más amplia de este concepto y los siguientes, véase Alejandra Toscana,
Paulina. La configuración de un desastre , tesis de maestría, México, División de Estudios de Posgrado,
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2003, pp. 30-35.
12 Este concepto tiene su fundamento en Omar Cardona, “Evaluación de la amenaza, la vulnerabi-
lidad y el riesgo”, en Maskrey (comp.), Los desastres no son naturales, Bogotá, Tercer Mundo Editores,
2000, p. 55.
13 Así lo explican Yuri Ermoliev et al., Catastrophic Risk Management and Economic Growth,
14 Pierre Bourdieu, “El capital social. Apuntes provisionales”, Zona Abierta , 94/95, pp. 83-88,
Madrid; p. 84.
ejemplo fue lo ocurrido en los municipios Gutiérrez Zamora y Álamo, del norte
de Veracruz. Cuando ocurrieron las inundaciones de 1999, los presidentes mu-
nicipales del PRD quizás actuaron con tal negligencia que en las siguientes elec-
ciones municipales ganó el Partido Revolucionario Institucional (PRI); pero en el
municipio de Papantla, el presidente municipal del PRD tuvo una respuesta acti-
va ante los hechos, a diferencia del gobierno estatal priísta. Es posible que dicha
actitud esté relacionada con el triunfo del PRD en las siguientes elecciones muni-
cipales en ese municipio.
Desde esta perspectiva se ha estudiado el desastre desencadenado por el
huracán Paulina en las costas de Guerrero y Oaxaca, tras el cual el Partido
Revolucionario Institucional ha perdido algunos de los municipios en eleccio-
nes posteriores. Desde luego, se percibe el impacto político de los desastres; sin
embargo, y aunque se puede apreciar con evidencia empírica la relación entre
la esfera política y la vulnerabilidad, prácticamente no existen trabajos sobre
este problema desde la perspectiva de la geografía política y electoral. Interesa,
desde luego, porque hay territorios especialmente vulnerables, y exigen un aná-
lisis geográfico que permita ponderar con mayor precisión los fenómenos polí-
tico-electorales que ahí se verifican.
Es evidente, al mirar los escombros de la destrucción en Acapulco tras el
paso de Paulina , que las autoridades mostraron altos niveles de incompetencia
al no prevenir a la población del riesgo que corrían.
El desastre que desató el huracán dejó al descubierto la vulnerabilidad de
esta ciudad, manifiesta en su pobreza, marginación, hacinamiento y prolifera-
ción de asentamientos irregulares. Esta proliferación es sin duda producto de un
proceso de urbanización no planeado por nadie deliberadamente, ni mucho
menos organizado, sino resultado de las necesidades habitacionales de mucha
gente, aprovechadas tal vez por las ambiciones de otros, que vieron la oportu-
nidad de hacer negocios de provecho con el irresponsable beneplácito de las
autoridades. La densidad de la población y su establecimiento en espacios peli-
grosos aumentó numéricamente la magnitud de las desgracias humanas y la
catástrofe material.
Se distinguen dos tipos de daños: los que se deben a procesos naturales y
los que son resultado de la irresponsabilidad gubernamental en materia de
planeación. El primero está asociado con la dinámica de los escurrimientos
fluviales. La mayoría de los cauces naturales, por los que corre el agua cargada
de lodo, rocas y demás objetos, han sido modificados sin las previsiones nece-
sarias (algunos han sido desviados, otros han sido reducidos y otros han des-
aparecido totalmente al convertirse en calles, o al incorporarse al espacio de las
viviendas). En estos lugares, como en la colonia Palma Sola, en lo más alto de la
ciudad, y en la colonia Generación 2000, rumbo a Pie de la Cuesta, las corrien-
tes se desbordaron de sus cauces porque éstos resultaron insuficientes para
Política y Cultura, primavera 2003, núm. 19, pp. 65-79
74 Alejandra Toscana Aparicio
za”.18 Para poder cumplir con el objetivo propuesto se elaboraron tres estrate-
gias básicas:
18 El objetivo en realidad es un poco más amplio y se divide en tres aspectos: el primero está
enfocado a ordenar el gobierno en sus tres niveles, de manera que haya una organización clara y
eficiente que evite el desperdicio de recursos, que se formen consejos estatales y municipales de
protección civil para coordinar las acciones en la materia. El segundo se refiere a la concertación de
acciones con los sectores organizados de la población, sociales o privados, académico o de grupos
voluntarios, que hacen posible el ejercicio de una convocatoria adecuada y una actuación ordenada de
los mismos en las tareas derivadas de la ocurrencia de desastres. El tercer aspecto se refiere a la
formación de la cultura de la protección civil, mediante la concatenación de esfuerzos que permitan
fomentar la adopción, por parte de la población del país, de actitudes de autoayuda y autopreparación
ante la posibilidad de un desastre, así como el aprendizaje de conductas cuando éstos se produzcan.
Esto se publicó en el Diario Oficial de la Federación el 6 de mayo de 1986.
19 José Luis Trueba B., “Protección Civil: una falacia”, en Trueba Lara (comp.), Paulina: el desastre
20 Ibid., p. 73.
21 El Sol de Chilpancingo, 13 de octubre de 1997, p. 2A.
22 José Antonio Crespo, “Costos políticos del huracán”, en Trueba Lara (comp.), Paulina: el desas-
de 1997. El resultado fue 46 años. Véase José Lugo et al., “El huracán Paulina en Acapulco en octubre de
1997”, Desastres naturales en América Latina , México, FCE, 2002, p. 284.
24 Según los datos de 1990 del INEGI, solamente 24.31% de la población de Acapulco en 1961 tenía
to,25 de manera que el conocimiento empírico del territorio cuando llegó Paulina
probablemente era muy escaso. Lo anterior se agravó, desde luego, por la falta
de medidas preventivas, que debieron haberse tomado en cuenta, pues si bien
la población en general no tenía un conocimiento empírico sobre su espacio, sí
había estudios previos que indicaban las condiciones de riesgo de la ciudad.26
La carencia de la voz de alerta se puede explicar al menos de dos formas.
Quizá no se dio el aviso de alerta a los pobladores porque se subestimó el
fenómeno y no se quiso alarmar a la población; o porque no se quiso poner en
evidencia las irregularidades en que vivían muchos de los que resultaron dam-
nificados, ya que, como se mencionó, aunque en algún momento se desalojó
parcialmente el anfiteatro, tiempo después se permitieron nuevos asentamientos,
e incluso algunas de esas tierras las vendió el propio gobierno estatal a los
pobladores. O tal vez porque el gobierno no quiso provocar una movilización
social en entidades tan conflictivas a través del llamado de alerta por la inmi-
nente llegada de Paulina . Lo cierto es que miles de guerrerenses y oaxaqueños
resultaron damnificados o muertos.
Ante la situación de emergencia que se generó, el presidente municipal de
Acapulco, Juan Salgado Tenorio, declaró que el desastre no había sido culpa
de nadie más que del fenómeno natural. Pero el escándalo y el descontento ya
no podían detenerse con ese tipo de declaraciones: el desastre había alcanzado
una dimensión política. Los partidos políticos se erigieron como protagonistas,
las elecciones locales estaban próximas; y en su disputa con la definición del
conflicto en términos específicos y concretos, de acuerdo con sus objetivos
electorales, fue decisiva. Los partidos de oposición (en especial el PRD) señala-
ron enérgicamente los factores y ámbitos de negligencia con mayor precisión
que en eventos anteriores, destacando en especial la respuesta del sistema de
protección civil.27 Incluso un diputado perredista interpuso una demanda de juicio
político ante la comisión instructora en contra del entonces presidente muni-
cipal, Juan Salgado Tenorio, de algunos secretarios de gobierno, y del director
de Protección Civil.
Los miembros estatales y locales del partido político gobernante (PRI) utili-
zaron la administración pública —y la estructura partidista— estatal para captar
25 De acuerdo con los datos del INEGI, la tasa de crecimiento más alta (18.3%) en la ciudad se
presentó entre la década de 1960 y 1970; después del huracán Tara , más de 10% de la población es
inmigrante.
26 Por ejemplo, el estudio denominado Acapulco 2000 , en el que se concluyó que el valle de La
Sabana, en donde se construyó Ciudad Renacimiento, no era apto para construir unidades habitacionales,
puesto que el nivel freático se encuentra a poca profundidad y puede, en una temporada de lluvias,
aparecer en la superficie del terreno y sus aguas ocasionar inundaciones. Otro ejemplo es el trabajo que
realizó Iván Restrepo en 1990 en el Centro de Ecodesarrollo, en el que expuso la crítica situación en la
que vivían miles de familias en el anfiteatro.
27 Jesús Manuel Macías y Aurelio Fernández, op. cit., pp. 27-28.
y canalizar todo tipo de flujo de ayuda hacia el área afectada, fortaleciendo así
la actividad de auxilio y ayuda como una arena más de la disputa política;28
desde luego, la oposición no perdió la oportunidad para descalificar y criticar
estas acciones de las autoridades, que suspicazmente fueron interpretadas como
propaganda electoral.
El gobierno federal, por encima de las instancias locales y estatales, y con
ayuda del ejército, tomó el mando total y estableció controles en las áreas afec-
tadas de Guerrero y Oaxaca mediante la vigilancia y la administración o
coadministración de albergues. Las autoridades locales quedaron nulificadas; el
presidente municipal sólo sirvió para cargar las peticiones que le daban los
damnificados al presidente. Ernesto Zedillo se presentó como el único interlo-
cutor de los damnificados, desconociendo abierta y públicamente cualquier for-
ma de liderazgo formal o informal en la relación. Así, se desconocía toda forma
colectiva y sólo se daba reconocimiento al damnificado individual.29 Más tarde,
en las colonias afectadas se buscaron militantes del partido político gobernante
para que se encargaran de administrar la ayuda de acuerdo con objetivos parti-
distas. Pero en algunas zonas, como en la colonia Palma Sola, los ciudadanos se
habían organizado ya para las labores de rescate, implementación de albergues
y ayuda a los damnificados, ciudadanos que no militaban en el PRI y que vieron
la oportunidad de hacer carrera política en el partido de oposición de mayor
fuerza, el PRD, por su desempeño en la atención de la emergencia.
Se entiende que el comportamiento del gobierno federal haya sido ése. El
contexto probablemente no permitía otra actitud. Había ya un ambiente de
competencia electoral que no favorecía demasiado al PRI; altos niveles de po-
breza, hacinamiento y carencias en general en todos los sectores, y la existencia
de la guerrilla del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Además, había que
cuidar y restaurar la imagen turística de Acapulco, por lo que las obras de
limpieza y reconstrucción iniciaron en la costera Miguel Alemán y en las playas,
que estaban llenas de rocas, lodo, objetos y hasta cadáveres humanos que fue-
ron arrastrados por las corrientes. Ante esta prioridad, hubo mayor descontento
entre la población, y la oposición encontró otro punto más que criticar.30
Tres meses después del desastre, el presidente municipal presentó su re-
nuncia. La prensa nacional menciona tres posibles causas: la entrega de cierta
información sobre el ex presidente Zedillo a uno de sus rivales políticos, en
donde se revelaba que el presidente no había pagado el impuesto predial; la
incorporación de este personaje al gabinete del candidato al gobierno estatal
de ese momento, y su irresponsabilidad para prevenir los daños desatados por
28 Ibid., p. 28.
29 Ibid., p. 29.
30 Cinco años después hay todavía familias damnificadas en espera de nuevos hogares.
el huracán (la prensa local subraya esta última causa). Fuera cual fuese el moti-
vo, el hecho es que Juan Salgado fue retirado de la vida pública y sustituido por
otro presidente municipal, que entró con la promesa de reconstruir los daños
causados por el huracán; promesa poco convincente.
Las siguientes elecciones municipales las ganó el PRD por primera vez en
este municipio, y desde entonces se mantiene en el poder; ha obtenido la ma-
yoría de los votos en las elecciones para diputados locales, en particular en las
zonas que resultaron más afectadas, como la cuenca del río Camarón, que atra-
viesa la ciudad de norte a sur. Y desde entonces también utiliza los recuerdos
del desastre como pieza clave en su propaganda electoral.
CONSIDERACIÓN FINAL