Lectio Divina Lucas 2, 46-52
Lectio Divina Lucas 2, 46-52
Lectio Divina Lucas 2, 46-52
LUCAS 2, 46-52
ORACIÓN INICIAL
¡Padre que estás en los cielos! Tú eres mi creador, me acoges a través de Jesús tu Hijo,
me guías con tu Espíritu Santo. Abre mi mente para que pueda comprender el sentido de
la vida que me has dado, el proyecto que tienes sobre mí y sobre los que has puesto a mi
lado. Inflama mi corazón para que pueda adherirme con gozo y entusiasmo a tu
revelación. Refuerza mi débil voluntad, hazla disponible para unirse a los otros para
cumplir juntos tu voluntad y así hacer del mundo como una familia, más semejante a tu
imagen. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
COMENTARIO
Estamos, pues ante un Jesús que inicia su adolescencia y va con sus padres, como era
su costumbre, a la celebración de la pascua en Jerusalén. Es una familia profundamente
religiosa que se siente parte de un pueblo y vive una alianza con el Dios de Israel, por eso
celebra las fiestas con alegría y se encamina a la Casa de Dios. Testimonio vivo que se
vuelve invitación para nuestras familias cristianas a vivir intensamente su fe en la
celebración semanal de la eucaristía y de las fiestas propias de la comunidad cristiana.
Encontramos, igualmente, una cierta oposición entre el padre de Jesús en donde Lucas
habla tres veces de los padres de Jesús: José y María; y cuando la madre le presenta la
queja por haberse quedado en Jerusalén, le dice a su hijo: “Tu padre y yo te buscábamos
angustiados”. Ellos lo educaron, lo formaron en la dimensión humana y religiosa de la ley
de Dios. Pero Jesús habla de su padre Dios, es decir, de la revelación que el recibe
directamente del padre Dios y la misión que ha de cumplir en servicio del pueblo.
La obediencia a los padres marca el crecimiento de la personalidad del niño y del joven
en una familia; pero la escucha de la voluntad de Dios sobre su vida ha de ocupar un
puesto especial hasta llegar a ser más importante, a veces, que la voz y el deseo de los
padres.
Al terminar la fiesta de la pascua, Jesús se queda en Jerusalén sin avisar a sus padres y
ellos toman el camino de regreso a Nazaret, convencidos de que él está en la caravana de
los peregrinos. Pero un día después, no lo encuentran, se preocupan y lo buscan
afanosamente sin encontrarlo. Jesús ha tomado una opción, se sabe ya mayor y se queda
en Jerusalén. Los padres regresan a la ciudad y lo encuentran en el atrio del templo,
sentado en medio de los doctores de la ley. Como uno más entre ellos, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. No está sentado a los pies de ellos como discípulo, sino sentado
con ellos como un colega, escuchando y preguntando, de modo que todos están
admirados de su inteligencia y su sabiduría. Con estas indicaciones, Lucas nos está
diciendo que Jesús es el Maestro de la nueva ley.
Pero los padres están atónitos ante la nueva realidad. Como toda madre es madre, y María
interpela a Jesús: Hijo mío ¿Por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo te
estábamos buscando angustiados. La respuesta de Jesús puede parecer dura y hasta
grosera, para algunos: ¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo ocuparme de las
cosas de mi padre? Subraya, de nuevo, la oposición entre los padres y su Padre. Con
todo, si miramos bien, es la reacción propia de un adolescente con sus padres, que quiere
insistir en su independencia y la capacidad que creer tener ya para tomar decisiones por
su cuenta.
Cuantas tensiones familiares por estas respuestas bruscas de los hijos adolescentes. Sin
embargo, la actitud de Jesús es obediente: Bajó con ellos, fue a Nazaret, y permaneció
sumiso a ellos; la actitud humilde admira a la madre y ella guarda todos estos
acontecimientos en su corazón, pues la fortalecen y la forman en su experiencia de
discípula en la escuela de Jesús. De esta manera, la experiencia familiar de Jesús, María y
José se vuelve para nosotros una escuela de vida y nos ayuda a formar familias maduras,
conscientes y entregadas a la misión.
REFLEXIÓN
Cuando Jesús cumplió doce años, se quedó en Jerusalén. Sus padres, que no lo sabían, lo
buscan solícitamente y no lo encuentran. Lo buscan entre los parientes, lo buscan en la
caravana, lo buscan entre los conocidos: y no lo encuentran entre ellos. Jesús es, pues,
buscado por sus padres: por el padre que lo había alimentado y acompañado al bajar a
Egipto. Y sin embargo no lo encuentran con la rapidez con que lo buscan. A Jesús no se
le encuentra entre los parientes y consanguíneos; no se le encuentra entre los que
corporalmente le están unidos. Mi Jesús no puede ser hallado en una nutrida caravana.
Aprende dónde lo encuentran quienes lo buscaban, para que buscándolo también tú
puedas encontrarlo como José y María. Al ir en su busca —dice— lo encontraron en el
templo. En ningún otro lugar, sino en el templo; y no simplemente en el templo, sino en
medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Busca, pues, tú también a
Jesús en el templo, búscalo en la Iglesia, búscalo junto a los maestros que hay en el
templo y no salen de él. Si de esta forma lo buscas, lo encontrarás.
Por otra parte, si alguien se tiene por maestro y no posee a Jesús, éste tan sólo de nombre
es maestro y, en consecuencia, no podrá ser hallado Jesús en su compañía, Jesús es la
Palabra y la Sabiduría de Dios. Le encuentran sentado en medio de los maestros, y no
sólo sentado, sino haciéndoles preguntas y escuchándolos.
También en la actualidad está Jesús presente, nos interroga y nos escucha cuando
hablamos. Todos —dice— quedaban asombrados. ¿De qué se asombraban? No de sus
preguntas, con ser admirables, sino de sus respuestas. Formulaba preguntas a los
maestros y, como a veces eran incapaces de responderle, él mismo daba la respuesta a las
cuestiones planteadas. Y para que la respuesta no sea un simple expediente para llenar tu
turno en la conversación, sino que esté imbuida de doctrina escriturística, déjate
amaestrar por la ley divina. Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno. Aquella
respuesta versaba sobre los asuntos que Moisés ignoraba y acerca de los cuales el Señor
le instruía. Unas veces es Jesús quien pregunta, otras, es el que responde. Y, como más
arriba hemos dicho, si bien sus preguntas eran admirables, mucho más admirables, sin
embargo, eran sus respuestas.
Por tanto, para que también nosotros podamos escucharlo y pueda él plantearnos
problemas, roguémosle y busquémosle en medio de fatigas y dolores, y entonces
podremos encontrar al que buscamos. No en vano está escrito: Tu padre y yo te
buscábamos angustiados. Conviene que quien busca a Jesús no lo busque negligente,
disoluta o eventualmente, como hacen muchos que, por eso, no consiguen encontrarlo.
Digamos, por el contrario: «¡Angustiados te buscamos!», y una vez dicho, él mismo
responderá a nuestra alma que lo busca afanosamente y en medio de la angustia,
diciendo: ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
¿Qué edad tenia Jesús?
¿Se perdió el niño Jesús?
¿Dónde buscan a Jesús?
¿Dónde se encontraba Jesús?
¿Qué hacía ahí?
¿Qué le dice María a Jesús?
¿Cuál es la respuesta de Jesús?
¿Los padres de Jesús comprendieron sus palabras?
¿Qué relación se establece en Nazaret entre Jesús y sus padres?
¿Dónde conservaban estos hechos la María?
¿Antes quienes crecía Jesús?
¿En qué aspectos crecía?
¿Habrá alguna relación entre 1,80; 2,40; 2,52?