La Alegría. Clement Rosset
La Alegría. Clement Rosset
La Alegría. Clement Rosset
KEYWORDS ABSTRACT
Philosophy The tragic thought of Clément Rosset cannot be understood without one of its key
Tragic thought concepts: joy. It is not an exaggeration tos ay that his philosophy could be summed
Uncondition al approval up in the following sentence “le tus rejoice, because the worst in inevitable”, despite
Eternal return the fact that life is revealed to the autor as absurda n miserable, his philosophy finds
Happiness in the joyo f living, the attitude more consistent with that way of seeing the world.
Filosofía El pensamiento trágico de Clément Rosset no se entiende sin uno de sus conceptos
Pensamiento trágico clave: la alegría. No es exagerado decir que su filosofía se podría resumir en la
Aprobación incondicional siguiente frase «alegrémonos, porque lo peor es inevitable», a pesar de que la vida se
Eterno retorno revela para el autor absurda y miserable, su filosofía encuentra en la alegría de vivir,
Alegría la actitud más coherente con esa forma de ver el mundo.
L
a sabiduría del filósofo francés Clément Rosset se podría resumir en la siguiente frase «alegrémonos, porque
lo peor es inevitable». Rosset dijo que después de unos cuantos años en el mundo, la desilusión se hace
presente y la vida se halla ridícula, miserable o absurda, y a pesar de esa dura revelación, los hombres que
no se suicidan, resisten en ella con alegría. El desajuste entre los deseos de los hombres y lo real tal y como existe,
produce frustración y dolor, no es agradable para nada que las expectativas se vean frustradas por los hechos
no previstos, ni esperados. Pero a cierta distancia se puede observar que la disonancia entre lo que se espera
y lo que sucede, no es el resultado de una mala fortuna o de un mal proceder, sino de un pensamiento que ha
desdeñado la condición azarosa que le da lugar a todo lo que existe. Este es el punto medular en el que se sostiene
el pensamiento de Rosset, la idea de que es el azar el que de forma imprevisible e injustificable se combina en una
diversidad infinita de cosas que devienen a la existencia, sin el control de plan alguno que sostenga de manera
previa, lo que se manifiesta en la existencia.
No existe ninguna religión, ninguna moral, ninguna metafísica que pueda, no sólo encomendarse, sino
siquiera conformarse en última instancia, al «azar». Por eso, hasta ahora, no se ha producido nada malo, ni
se ha pensado nada mediocre en nombre del azar. (Rosset, 2013, p. 110)
Así pues en la idea de que es el azar el que se combina sin encomendarse a nada, sin bondadosas o aviesas
intenciones, la vida se muestra al pensamiento de los hombres como singular, irrepetible e irreductible. Y en ese
carácter irrisorio y exiguo de lo que existe, el hombre lo acepta con alegría. Habría también algunos hombres con
descontento, que no toleran el peso y se suicidan, porque con probabilidad conciben que al acabar con su vida
se termina también el sufrimiento. Hay otros como Cioran que aun teniendo una dificultad para aclimatarse a la
existencia en general, no se inmolan. Rosset asegura que Cioran percibió con mucha lucidez la insignificancia de
todas las cosas, y que tuvo una indisposición para incorporarse al tono de la existencia con alegría, pero en lugar
de terminar con su vida, optó por el pesimismo ubicando la fuente de todas las desgracias, en el nacimiento.
Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata
del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el
verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido:
«Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo...» Y antes que
la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres. (Cioran,
1981)
Schopenhauer es otro pensador del pesimismo, pero no coloca la desgracia en el nacimiento sino después, a
diferencia de Cioran, éste dice en su Regla Número 1 del El arte de ser feliz, que:
Todos hemos nacido en Arcadia, es decir, entramos en el mundo llenos de aspiraciones a la felicidad y al
goce y conservamos la insensata esperanza de realizarlas, hasta que el destino nos atrapa rudamente y nos
muestra que nada es nuestro,…Luego viene la experiencia y nos enseña que la felicidad y el goce son puras
quimeras que nos muestran una ilusión en las lejanías, mientras que el sufrimiento y el dolor son reales,
que se manifiestan a sí mismos inmediatamente sin necesitar la ilusión y la esperanza. Si esta enseñanza
trae frutos, entonces cesamos de buscar felicidad y goce y sólo procuramos escapar en lo posible al dolor y
la sufirmiento. (Schopenhauer, 2000, p. 29)
Para escapar del dolor y del sufrimiento, Schopenhauer recurre a la sabiduría práctica de la vida y
no al sistema filosófico, encuentra en este saber formas de contravenir las dificultades y las adversidades de
la vida con jugadas y trucos maquiavélicos que vencen al contrincante. A sabiendas de que la felicidad perfecta es
imposible, el hombre puede situarse entre el estoicismo y el maquiavelismo buscando siempre un estado menos
doloroso. Para logarlo elabora reglas de conducta hacia otras personas y hacia sí mismo, que reúne en su texto
sobre Eudemonología o El arte de ser feliz al que ya se hizo referencia antes.
Rosset no tuvo interés en quedarse con estas reflexiones, se encontró más cautivado por la alegría de vivir; a
pesar, como decía él mismo, de no saber casi nada sobre ello. Ya se verá que su pensamiento
es singular y muy profundo, y sobre todo desde una perspectiva de la alegría que está muy alejada de lo
habitual. En general pensamos que la alegría está vinculada la mayoría de las veces con una causa, con un motivo
de satisfacción, con un objeto, una idea o una persona altamente deseada que al fin está a nuestro alcance, y que
cuando llega, parece colmar todas las aspiraciones. Aunque luego poco a poco, la satisfacción sufre un desgaste y
el goce va disminuyendo, a veces incluso hasta desparecer en el cansancio y la irritación. Un sentimiento que se
agrava y llega a ser peor si la complacencia no se consigue nunca, dice Nietzsche en el aforismo 239 de La gaya
ciencia:
HUMAN Review, 2022, pp. 3 - 8
—Sin alegría. Basta una sola persona sin alegría para infectar toda una casa y para oscurecer el ambiente.
¡Y se necesita un milagro por lo menos para que no haya siempre una persona así! La felicidad no es una
enfermedad tan contagiosa ¿Por qué será?. (Nietzsche, 2010, p.165)
Es difícil conocer la respuesta a esta pregunta, pero está claro por experiencia reiterada que la alegría más
intensa no es la que está vinculada a una causa, a un objeto, o a una persona, tal vez es la más habitual, pero por
fortuna, no la única. Hay una alegría que no siempre se agota en la feliz circunstancia que la ha provocado, a
veces puede superar a la causa que la promueve y mantener el regocijo más allá de cualquier motivo razonable.
De esa alegría es de la que habla Rosset, de una alegría que transita hacia la totalidad de los objetos, de una
alegría indiscriminada, indeterminada y sin miedo, que acepta sin reproche las cosas tal y como son, sin ningún
deseo de por medio trabajando para que se modifiquen. De una alegría que confía en el mundo en contra de toda
experiencia, cuya tremenda confianza es pura e inocente incluso ante el desconcierto.
A esa alegría nuestro autor le llama la fuerza mayor1, un impulso que viene de la inmanencia de todo lo que
existe, de eso que se sostiene y se nutre de sí mismo. Del agrado de que las cosas existan, que sean tal y como son,
ni más, ni menos que como han devenido a la existencia. Ni más grandes, ni más pequeñas, ni más pálidas, ni más
coloridas, así, como son. La alegría tiene para él una especie de carácter totalitario, en el único sentido de que hay
alegría total o no hay alegría, la persona alegre se regocija de todo: de esto y de aquello, de eso otro y lo de más
allá, se alegra hasta el infinito de que las cosas existan porque
«Su regocijo no es particular, sino general: está «alegre por todas las alegrías»(Rosset, 2000, p. 11).
La noción más vigorosa que ha elegido Rosset para su filosofía es la alegría de vivir, y es porque en ella se
manifiesta de manera más contundente la aprobación incondicional de todo lo que existe. Rosset es un pensador
de lo trágico, y aquí lo trágico se entiende como un saber del que se está atravesado por el hecho de estar vivo, es
decir, lo posee todo el mundo y se adquiere en la experiencia de vivir. No sería extremoso decir que es un saber
del que se obtiene poco beneficio, porque es prácticamente inútil. Lo trágico se sabe hasta que se experimenta
y no se puede evitar. No es una elección, es más bien la condición de todo lo que existe. Es el sabor que deja la
experiencia en el roce con la realidad, son los encuentros afortunados y desafortunados que se tienen en la vida
para los que no hay explicación alguna. Lo trágico es la fuerza inexplicable de lo que existe, el impulso que se hace
presente de manera profunda en todos los matices intermedios del movimiento. Nadie puede escapar a lo trágico,
es el silencio que se genera ante la existencia sin sentido de lo que hay. Lo trágico está ligado a la fuerza vital y a
su instinto impredecible, injustificable e inmodificable.
Es trágico lo que deja mudo a un discurso, lo que se escapa a cualquier tentativa de interpretación: en
particular la interpretación racional (orden de las causas y fines), religiosa o moral (orden de las
justificaciones de cualquier naturaleza). Lo trágico es pues el silencio. (Rosset, 2013, p. 78)
Qué es entonces lo que genera apego a la vida, Rosset dice que la gracia
La gracia es un regalo-sorpresa: no hemos hecho nada para conseguirla y nunca podemos concebir —ni
siquiera estando colmados por ella— un argumento sobre el que pudiera fundarse cualquier remisión de
pena (Rosset, 2004, p. 103).
Es el milagro que llega a la existencia y colma de fortuna y beneficios sin haber una razón que lo justifique. Es
la alegría que viene del amor, no a la vida propia, sino a todo lo real
el amor a lo real: es decir, ni el amor a la vida, ni el amor a una persona, ni el amor a sí mismo, ni en el amor a
Dios, suponiendo que existiera ―amores todos ellos que el amor a lo real implica pero a los que no se limita
y, sobre todo, que no lo condicionan de ningún modo—. (Rosset, 2004, p. 104)
La alegría o el amor a lo real están ligados al hecho de que exista lo real, de que haya algo antes que nada. El
amor a la vida y a la muerte como variedades de lo real son el motivo de la alegría, se ama la vida porque se ama
lo real.
—La alegría es en todos los casos, un sentimiento poco confesable: un sentimiento irracional cuyo contenido
no puede revelarse a nadie por ignorarlo uno mismo. No hay ninguna razón convincente que pueda destacar
la ventaja en el hecho de que exista el ser más bien que nada. (Rosset, 2004, p. 105)
Lo real es un misterio, se conoce su existencia pero ella misma permanece hermética, se sustrae a toda posible
explicación y en eso está la naturaleza de su propia alegría, la alegría de que las cosas sean sin ninguna razón, de
que el mundo florezca y perezca sin revelar ningún secreto ni cuando viene ni cuando se va. Cualquier cosa que
ocurre es maravillosa por el hecho de no necesitar un dios o una razón, la maravilla de presenciar que la vida y la
muerte ocurran a su propia manera y sin intervención alguna.
En la alegría, lo real se presenta tal como es, idiota, sin los colores de la significación, sin impresión de
lejanía. Presencia de lo real a la que ninguna mirada, salvo la alegre, es capaz de acercarse tanto. De suerte
que la alegría no es sólo un modo de reconciliación con la muerte y la insignificancia; también es un medio
de conocimiento, una vía segura de acceso a lo real. (Rosset, 2004, p,107)
Una flor por ejemplo, aparece de golpe en su existencia , y al mismo tiempo, en todo el vacío de su manifestación.
Es una flor concreta, singular, irrepetible, que aunque guarde parecido con otras, es ella misma y ninguna puede
suplantar su existencia. Su advenimiento se muestra simple, único, movedizo, frágil y efímero, aparece en todo
su esplendor al florecer, sin esconderse se manifiesta completamente en la peculiaridad de sus formas, y a pesar
de exhibirse tan abiertamente, su existencia parece más bien silenciosa. Su florecer no revela ningún por qué,
ninguna razón, ningún argumento, es así y punto. No proporciona más información que la exhibición completa
de su forma. Aceptarla y tal como es, es la consecuencia de la aprobación total de su existencia. La tentación que
hay por extraer de todo una significación, es lo que aleja de la alegría. Maravillarase de que la flor sea, es alegría.
La alegría viene de verla aparecer, de observar que no fue necesario hacer nada para producirla tal y como
es, cuando la flor se abre es como un milagro que se revela a la existencia, una forma que se muestra confiada
en su determinación concreta, que en calma ha esperado a florecer y en calma esperará a perecer, aceptando su
realidad sin reclamo alguno.
2. La alegría amorosa
Ese sentimiento de alegría que puede venir de cualquier cosa concreta y que produce un goce, permite al que lo
experimenta sentirse plenamente existiendo en el mundo. Esa disposición que ofrece la vida se exacerba en las
condiciones eróticas de la vida amorosa. Rosset afirma que la alegría, sobre todo la erótica, se desplaza de un
objeto singular amado a la totalidad de los objetos, y todavía más, cuando el entusiasmo es frenético, la alegría se
traslada a la existencia en general. Alegrarse por una flor, es alegrarse por todas.
Este paso de lo particular a lo general, de una felicidad simple a una especie de bienestar cósmico, es muy
sensible en lo que constituye el regocijo por excelencia de los seres vivos: la sexualidad (Rosset, 2000, p.18).
Dice el autor que el placer sexual y la alegría que le es consustancial, no se agota en el beneficio extraído por
sus protagonistas, ni tampoco cuando se trata de un único héroe en el caso del que se procura un placer solitario.
La alegría sexual se desborda en un deleite que rebasa los intereses del individuo y recae en una instancia que
está más allá del hecho: en el interés de la especie y la existencia en general. La persona verdaderamente alegre no
puede decir con puntualidad por qué está alegre, son demasiadas cosas y no encuentra ninguna en particular que
sea suficiente para describir la dimensión de su alegría, es incapaz de precisar el motivo exacto de su satisfacción
porque hay algo en la impresión que tiene, pero siempre queda mucho por decir sobre el encanto de la existencia.
La vida entera no alcanza para señalar las manifestaciones de deleite, incluso si se dedicara a eso de tiempo
completo. Del motivo exacto de la alegría casi no se sabe nada, pero no por eso deja de alegrar. Es un sentimiento
irracional que como se dijo antes, permanece hermético y esquiva todo esclarecimiento. Es un misterio parecido
al de la vida en la que nadie sabe cómo ni hacia dónde dirigirse con certeza, pero por alguna extraña e invisible
fuerza, el hombre sigue en movimiento y resistiendo. Es un misterio sin secreto como dice Rosset:
El secreto de las cosas reside en que no hay secreto. El mensaje de fondo no es más que un ruido, nadie me
indica nada, no hay ninguna indicación (…) (Rosset, 2004, p.44).
Detrás de la existencia de las cosas parece que no hay nada, nada para leer ni para interpretar, sólo un ruido
de existencia que se muestra con inocencia y plenamente, de tal forma que la alegría no está en la razón de las
cosas, sino en la sin razón de ellas, es su fuerza mayor la que alegra los espíritus. La vida tiene una energía que
como la sexual irrumpe sin mayor advertencia que su destello, y cualquier interpretación sobre su barrunto es
insuficiente, y siempre exigua.
El encuentro sexual puede hacer felices a sus protagonistas, sin duda los cuerpos entrelazados experimentan
los exquisitos placeres de la carne, pero el objeto de la alegría corporal da más de lo que «objetivamente» posee,
es como un efecto que escapa a su causa en beneficio de un júbilo supremo que lleva a recuperar mucho más de
lo que se ha entregado en el encuentro. Rosset lo dice de la siguiente manera:
El goce esperado es sustituido por un goce no sólo más intenso, sino también y sobre todo, de otra clase,
porque ya no es un determinado cuerpo el que entonces aparece como fuente de placer, sino todos los
cuerpos sin distinción, e incluso el hecho de la existencia en general, que de pronto se experimenta como
algo deseado de manera universal. Así, lo que sucede en el momento del orgasmo puede ser descrito como
un tránsito de lo singular a lo general, el tránsito de la búsqueda de un placer particular a la obtención de
un goce si no universal, sí al menos experimentado como tal. (Rosset, 2000, p.19)
En una pequeña digresión, Rosset dice que a veces también, el placer sexual lejos de conducir a un contento
amplio y gozoso, se experimenta como algo decepcionante que lleva a esa típica tristeza denominada post coitum,
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un desaliento que desata en los hombres una terrible congoja, una clase de abatimiento que no produce el
más mínimo interés y que lleva a un punto en el que se pudren todos los pensamientos, revelándose con ello la
precariedad de la existencia. En esa revelación de hastío y obscuro disgusto aparecen algunas veces las ganas de
interrumpir de manera radical la existencia propia, de esa decisión de acabar con todo de la que se habló en los
primeros párrafos. Pero ya se ha dicho antes que no es de la tristeza sino de su contrario de lo que habla Rosset,
porque su interés está en el vigor y el peso que infunde la alegría de vivir.
Entonces, volvamos a la alegría y a decir de ella que se presenta a los ojos de los hombres como una experiencia
de aprobación incondicional, el que está alegre suscribe la vida porque le atrae y le agrada sin motivos ni
explicaciones. Se intuye arrobado por un sentimiento loco e irreflexivo del que no puede dar cuenta, pero sabe que
le gusta. En la alegría no se reconoce ningún argumento, ninguna demostración, ni ninguna profunda explicación
que justifique la existencia, es el entusiasmo el que se hace imprescindible para experimentarla, y se siente, o
no se siente, pero no hay posibilidades de simularla. La alegría no es por algo en concreto, cuando se piensa así,
la alegría desparece a medida que se va buscando alguna razón, porque no la hay. Aunque resulte paradójico, a
pesar de lo insignificante y efímera que se muestra la existencia, la alegría se produce porque lo que celebra es la
existencia, y no su duración..
El privilegio extraordinario de la alegría reside, incluso, en esa actitud para perseverar cuando su causa
ha sido oída y condenada, en ese arte casi femenino de no admitir ninguna razón, de ignorar alegremente
la adversidad más manifiesta y las contradicciones más flagrantes, pues la alegría tiene en común con la
feminidad el hecho de permanecer indiferente a cualquier objeción. (Rosset, 2000, p. 12)
El amor que es una actitud más femenina, y que como fuerza tiende a nutrir y a proteger la existencia, es una
especie de impulso que se adhiere a las cosas sin ninguna razón, sólo por la alegría de que existan, sin ningún
interés o beneficio personal que esté más allá del regocijo. La actitud de lo femenino no se dispone a comprender
nada, sino a amar el misterio más profundo de la vida, se entrega a él y hace lo que está en sus manos para que
exista. En la relación amorosa se encuentran las semillas en un baile constante y seductor, en un rítmico vaivén
en el que se abrazan los cuerpos hasta llegar a la plenitud del momento, un instante en el que se transporta la
existencia a la totalidad. El que da y el que recibe se confunden en una agitación que los desborda.
El encuentro amoroso precedido por la erótica lleva al goce de la totalidad como dice Rosset, hay un olvido de
sí, un momento en el que desaparece el miedo a fundirse con el otro, los cuerpos se reúnen y la confianza hace que
los amantes exploten en el amor. En esa adorable colisión se abre la puerta a una experiencia que disuelve todas
las formas en una aprobación jubilosa. Y ese beneplácito convierte el asentimiento en una fiesta, y eso sobreviene
de manera espontánea. El encuentro amoroso estalla en la alegría y el derroche de la fiesta, donde nada falta y
todo es un exceso que se derrama en la existencia entera.
El acercamiento de los cuerpos no pretende arrancar verdades a la vida, se acerca a ella mediante la relación
sexual, y de ella obtiene un banquete de placeres que degustan los enamorados. La gratuidad del acto permite
que las cosas vayan sucediendo poco a poco, en una actitud afectuosa que acepta la vida sin hacer demasiadas
preguntas, y con plena confianza en que su flujo indicará hacia dónde hay que moverse se acepta ese y todos los
actos que vienen con la vida, el recorrido nunca es el mismo, siempre nuevo y cargado de una energía diferente.
Esto abre un espacio a la interpretación que hace Rosset sobre la idea de eterno retorno en Nietzsche, y que en su
opinión, es la respuesta de aprobación por un sentimiento de profunda alegría hacia la vida. Rosset escribe:
Que yo sepa, en el conjunto de libros que Nietzsche ha publicado o de los que ha autorizado su publicación,
no hay más que dos páginas, y bastante cortas, expresamente consagradas a la cuestión del eterno retorno:
el aforismo 341 de El gay saber y el aforismo 56 de Más allá del bien y del mal. De la efectiva escasez de los
textos que se le han consagrado, es cierto que no se podría concluir que el pensamiento del eterno retorno
ocupa un lugar secundario o desdeñable en la obra de Nietzsche, ya que, por otra parte, el propio Nietzsche
da fe, y con bastante frecuencia, de la gran importancia que otorga a este pensamiento, sin que por ello
precise su naturaleza exacta. (Rosset, 2000, pp. 103-104)
La idea de Rosset es que para no hacer interpretaciones muy erradas, lo mejor es limitarse a lo escrito y
publicado por Nietzsche sobre el tema. En el aforismo 341 de La gaya ciencia, Nietzsche escribe:
— La carga más pesada. ¿Qué dirías si un día o una noche se introdujera furtivamente un demonio en
tu más honda soledad y te dijera: «Esta vida, tal como la vives ahora y la has vivido, deberás vivirla una e
innumerables veces más; y no habrá nada nuevo en ella, sino que habrán de volver a ti cada dolor y cada
placer, cada pensamiento y cada gemido, y todo lo que hay en la vida inefablemente pequeño y grande, todo
en el mismo orden e idéntica sucesión, y esa araña, y ese claro de luna entre los árboles, y ese instante y yo
mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se le da la vuelta una y otra vez, y a ti con él, ¡grano de polvo
del polvo!». (Nietzsche, 2010, pp. 213-214)
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Rosset dice que la interrogación del demonio nietzscheano no pretende extraer una verdad de las cosas, sino
una reacción afectiva, porque el ejercicio de Nietzsche en este aforismo, no se trata de una pregunta filosófica
sino de una consulta psicológica. En la ficción de que todo volviera al mundo estrictamente de la misma manera
como lo plantea, de manera furtiva en la más profunda soledad, la respuesta del hombre revelaría la intensidad de
alegría y de tristeza que guarda en su verdadero deseo.
La buena acogida a la idea de eterno retorno es, para Nietzsche, la señal más inequívoca de la alegría, idea
esta que él mismo define en un pasaje de Ecce homo como «la forma más alta de aquiescencia a que puede
llegarse» y como la expresión de «la pasión del sí por excelencia». (Rosset, 2000, p. 107)
En el aforismo 56 de Más allá del bien y del mal, Nietzsche es todavía más contundente en la idea de que un
hombre afirmador de lo que existe, ama tanto las cosas tal y como, que no sólo acepta que sean así una sola vez,
sino que así podría ser todo por la eternidad. Contra al pesimismo Nietzsche redime al hombre:
totalmente lleno de vida y totalmente afirmador del mundo, hombre que no sólo ha aprendido a resignarse
y a soportar todo aquello que ha sido y es, sino que quiere volver a tenerlo tal como ha sido y como es,por
toda la eternidad, gritando insaciablemente da capo! [¡que se repita!] no sólo a sí mismo, sino a la obra y al
espectáculo entero, y no sólo a un espectáculo, sino, en el fondo, a aquel que tiene necesidad precisamente
de ese espectáculo ― y lo hace necesario: porque una y otra vez tiene necesidad de sí mismo ― y lo hace
necesario ― ―¿Cómo? ¿Y esto no sería ― circulus vitiosus deus [dios es un círculo vicioso]?. (Nietzsche,
1995, p. 81)
Un hombre alegre diría sin miedo que volvería a vivir lo mismo punto por punto y en el mismo orden, incluso
cuando vinieran a su memoria los momentos más tristes y dolorosos de la existencia. La balanza se cargaría al sí
quiero y la respuesta se expresaría con alegría extrema, vendrían también las muestras de agradecimiento por lo
bien que la ha pasado la mayoría del tiempo. Y sin desear que sea de otra manera, sin anhelos ni pretensiones y sin
tratar de imponer órdenes distintos se quedaría a vivir lo mismo una y otra vez. Es una elección en la hipotética
pregunta del que acoge la idea del eterno retorno, éste elige incluso en la complejidad de inclinar la balanza hacia
uno u otro lado, sabe por experiencia que la vida es impredecible y azarosa, que no sigue una lógica que se pueda
aprender y adoctrinar para evitar el yerro, no se puede escapar de ahí, así que elige la repetición de lo mismo
porque comprende que se trata de un festejo, se alegra de estar vivo y de escuchar el canto que se despliega en
todo lo que existe.
Es una elección para espíritus de gran calibre como el de Nietzsche, y ni siquiera él, siendo el más grande entre
todos el afirmador total de lo que existe, se escapa a la dificultad. Confiesa su objeción a esa idea en un pasaje de
Ecce homo que Rosset rescata, para señalarlo como un momento jocoso y cruel al mismo tiempo. En una de las
últimas páginas enviadas por Nietzsche a su impresor, para que fuera incorporada de manera íntegra al texto,
escribe:
Cuando busco la antítesis más profunda de mí mismo, la incalculable vulgaridad de los instintos, encuentro
siempre a mi madre y a mi hermana, —creer que yo estoy emparentado con tal canaille (gentuza) sería
una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me
inspira un horror indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con seguridad infalible
el instante en que es posible herirme cruentamente— en mis instantes supremos, pues entonces falta toda
fuerza para defenderse contra gusanos venenosos… La contigüidad fisiológica hace posible tal disharmonia
praestabilita (desarmonía prestablecida). Confieso que la objeción más honda contra el «eterno retorno»,
que es mi pensamiento auténticamente abismal, son siempre mi madre y mi hermana. (Nietzsche, 2006, p.
29)
Peter Gast (Pseudónimo de Johann Heinrich Köselitz 1854-1918, músico y compositor alemán, amigo de
Nietzsche y director de sus archivos en Weimar, Alemania), encargado de la impresión, descubrió en el texto
algunos indicios de su trastorno mental, y desechó la página no sólo por esto, sino por el enfado de la hermana. El
hecho además ocurrió unos días antes de que se le declarara la locura a Nietzsche, no obstante, continúa Rosset:
el texto es revelador de lo que Nietzsche pensaba sobre el tema del eterno retorno.
La dificultad para aprobar con alegría y sin objeciones la existencia, estriba en pensar que la respuesta viene
de la valoración del mundo, de un espacio que funciona con los conceptos rígidos y dominantes del pensamiento.
La existencia no sigue una lógica filosófica sino la del flujo en el que deviene la realidad, y ésta tiene que ser
experimentada diluyendo muchas veces, las fronteras entre las cosas de la realidad.
En la ética amorosa los objetos dejan de disponerse para una mirada interesada, los límites se cruzan y se
mezclan entre ellos. Por eso Nietzsche puede emparentar directamente con Dioniso y desaparecer de un tajo
cualquier separación entre ambos, Dioniso y Nietzsche pueden latir y vibrar en el mismo corazón porque están
totalmente llenos de vida, pero su madre y su hermana no pertenecen a ese tipo de nobleza. Más allá de su
génetica, emparenta con la vitalidad de una existencia más potenete que la familia.
HUMAN Review, 2022, pp. 7 - 8
El pensamiento nietzscheano no se encamina a eliminar lo que existe, sino a prescindir de las identidades. Es
decir, comprende que lo que se manifiesta en una existencia concreta no existe por alguna determinación anterior
a su aparición, no hay un plan anticipado ni una razón para su existencia, ni causas, ni sentidos establecidos por
fuera de su misma presencia. No hay hilos invisibles que conecten y que guarden un secreto en espera de ser
descubierto, este entendimiento libera al que observa de una interpretación o de una lectura con significado. Por
eso puede entablar más vínculos con Dioniso que con su hermana, los límites de la genética se cruzan y se mezclan
entre ellos para dar lugar a un pensamiento tan hondo y tan complejo como este. Las condiciones azarosas que
le dieron lugar al universo son las que también han llevado al planeta tierra a tener condiciones para albergar la
vida, y no al revés, el planeta no fue concebido por nadie ni por nada para que haya vida para los hombres, hay
vida porque así como es y se mueve, eso es posible. De aquí la alegría porque exista el universo, sin ninguna razón
de por medio, existe y en una diversidad casi inimaginable.
En la alegría como pensamiento ético, se experimenta también la idea de eternidad nietzscheana, Rosset
dice que eso se comprende bien cuando el que aprueba muestra el amor a lo que existe tal y como es. El hombre
que ama las cosas tal y como son no desea ninguna modificación en ellas, se asombra con alegría y aprueba con
plenitud. El que está afligido por un intenso sufrimiento en cambio, no quiere la eternidad sino la finitud más
próxima, para salir rápidamente del ahogo.
En la sexualidad, la energía está desbordada y aparece en el cuerpo que se aloja para ingresar en el éxtasis
del encuentro amoroso, y se topa con una felicidad sin causa que se agota en sí misma. Echados a andar los
mecanismos, la energía surge y los dispositivos se desquician en una explosión que arroja plenitud. Después de
la plétora viene el remanso en que todo se alinea en la misma superficie, en una especie de existencia intemporal
donde todo se libera de los trebejos habituales. En esa alegría se experimenta el goce, pero no se puede explicar
en qué consiste, porque mientras el placer irrumpe, la conciencia se desvanece. Cualquier cosa que se diga será
insuficiente o grandilocuente, y se quedará insípida o excesiva la descripción sin alcanzar el tono en que todo
ha sucedido. Las cosas tienen existencia, y no hay nada para comprender en ellas. Cuando se comprende que
no hay respuestas, se advierte también el absurdo de las preguntas. El misterio de las cosas es que no tienen
significación, tienen existencia como dice Pessoa en la voz de su heterónimo Alberto Caeiro. No se revela ningún
misterio, únicamente se le deja en paz.
Referencias
Cioran, E. M. (1981). Del inconveniente de haber nacido. Taurus.
https://crimideia.com.br/blog/wp-content/uploads/2010/02/em-cioran-del-incoveniente-de-haber-nacido.
pdf
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(2006). Ecce homo. Alianza.
(2010). La gaya ciencia. Edimat.
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Rosset, Clément (2000). La fuerza mayor. Acuarela.
(2004). Lo real. Tratado de la idiotez. Pretextos.
(2013). Lógica de lo peor. El cuenco de plata.
Schopenhauer, Arthur (2000). El arte de ser feliz. Herder.