Llamada Perdida
Llamada Perdida
Llamada Perdida
-Eh, nada de señor, que solo tengo dieciocho y el porque estoy aquí creo que os
obvio.
-Bueno, yo no lo tengo tan claro. Hay muchos problemas que llevan a los hombres
hasta mi consulta.
-Pues yo te seré claro. No pisaría una de estas salas si no fuera por algo grave.
-Desde hace una semana soy incapaz de tener… no puedo… - Tom bajó la mirada
unos segundos. – No consigo tener una… erección. No puedo empalmarme, ese es
el jodido problema.
-Ah, entiendo.
-Hum… los problemas de erección pueden deberse a muchas cosas. Esto no es tan
fácil. De momento, tendrá que contestar a algunas preguntas.
-Como quieras, pero no me trates de usted. Lo odio.
-Es bueno saberlo. Por lo menos así doy por sentado que eres humano. Esto te
ocurre desde hace una semana ¿verdad?
-Sip.
-¿Y fue así, de repente? ¿No sentiste ninguna molestia antes de eso?
-No. Llevaba tres días sin tener sexo y estaba encerrado en el tour bus con tres tíos
sin contar el conductor. Estaba necesitado y recurrí al método clásico y solitario…
y la guarra ni se inmutó.
-No necesito viagra ni nada parecido. No me hace falta así que nunca he tomado
mierdas de esas. Como mucho alcohol y tabaco, nada más.
-Entonces, quizás no se deba al trabajo. Un asunto familiar tal vez, pero estoy casi
seguro de que es algo psicológico…
Por supuesto, él no tiene la culpa, es normal que si desde que tenemos uso de
razón estamos unidos y somos inseparables, ahora, en este último mes, mil veces
más y aunque no quería admitirlo, me empiezo a asfixiar y es que no se separa de
mi lado ni para ir al baño y no exagero.
-¡Me cago en la jodida china! ¡Joder que susto! – recuerdo perfectamente esa
noche. Georg acababa de gritar y se había acurrucado en el sofá del tour bus,
donde los cuatro estábamos reunidos y apelotonados viendo Llamada perdida, una
película de miedo de esas en las que no te enteras de una mierda del argumento,
no puedes distinguir a los protagonistas de los demás japoneses y cuyo terror se
basaba en la típica tía de pelo largo y negro, cara y camisón blanco que ronda a
los protas con sus pelos desperdigados por todas las escenas. De esas de las que te
cagas de miedo sin saber porque.
-Vale, estas dentro de un grupo con el nombre de una ciudad japonesa y dices que
los chinos y los japoneses son iguales. Es para apalearte.
-¿Os queréis callar? Quiero enterarme de la maldita historia. – ahí estaba Bill,
apretujado entre mi cuerpo y el de Gustav en el estrecho sofá, intentando captar
cada detalle de la película.
-Pero si esto no tiene historia. Solo es una tía muerta y fea que le gusta hacer
bromas telefónicas. – Bill sonrió, pero no desvió la mirada de la pantalla.
-Ya me gustaría a mí ver tu cara si te gastaran una broma de ese tipo… - y fue
decirlo y empezar a sonar una musiquilla que nos puso los pelos de punta. Los
cuatro pegamos un bote y yo casi me caigo del sofá.
-Coño… ¿y eso que es? – Georg bajó el volumen de la tele enseguida y los cuatro
nos apretujamos más si se podía en el sofá, totalmente mudos y con los ojos como
platos y para que negarlo, totalmente acojonados e inmóviles. La música siguió
sonando y nadie fue capaz de moverse.
Creo que lo que más impactó de todo aquello y lo que me hizo mantener la calma
fue sentir el temblor de Bill contra mi cuerpo. Se había puesto pálido y
prácticamente había hundido la cabeza en mi pecho, agarrándose a mi camiseta
con una mano, estrujándola. Sentí el rápido latido de su corazón contra mi cuerpo
y su respiración alterada cuando captamos de donde procedía el sonido. Venía de
su móvil. Tragué saliva y tras unos segundos, agarré el teléfono y se lo tendí a mi
hermano.
-Es para ti. – Bill estaba pálido como un muerto cuando agarró el móvil
tembloroso y leyó en voz alta.
-Juro no volver a meterme nunca más ni con las chinas ni con las japonesas, ni
siquiera con los mongolos. – de nuevo, dieron al play a la película, pero no le puse
atención. Estaba más pendiente de la expresión de extrañeza de mi hermano al
leer ese mensaje.
Pasaban los días como si tal cosa, conciertos, entrevistas, sexo y todo ese royo que
ya formaba parte de mi día a día y en ese periodo de tiempo, oí sonar el móvil de
Bill más de lo que lo había oído en mi vida. Pero él seguía sin darle importancia.
Pero esa supuesta publicidad siguió acosándolo a cada minuto y Bill empezó a
preocuparse. El día en que noté un mínimo de miedo recorrerle el cuerpo cuando
sonó la molesta musiquita del móvil, fui yo quien se lo quitó de las manos y muy
cabreado, dispuesto a poner verdes a los de la publicidad, lo cogí…
-¡Ya estoy aquí! – Tom cerró la puerta del gran apartamento entre suspiros. Miró el
parte médico del urólogo y lo escondió debajo de la enorme sudadera. No tendría
gracia que descubrieran donde había estado y porque había ido allí. Se burlarían de
él de por vida.
-¡Ya era hora, te toca hacer la comida y ya, tengo hambre! – le oyó decir a Gustav
desde el baño.
-¡Ya va, ya va! – el sonido del bajo de Georg le hizo ir hacía el salón, donde el
bajista intentaba afinarlo entre bostezos.
-¿Dónde está?
-Encerrado en vuestra habitación. – Tom hizo una mueca con los labios y empezó
ha subir las escaleras que daban a las habitaciones.
Entre los cuatro habían llegado a un acuerdo tras aquel horrible accidente.
Vacaciones, bueno, más bien año sabático. La idea no les había gustado, preferían
haber terminado la gira y luego ya se diría pero… necesitaban ese descanso.
No… Bill lo necesitaba. Lo sucedido había afectado a todos, pero él había sido el
centro, quien cargaba con todo. El más débil de ellos siempre era en quien más
influía todo lo que ocurría alrededor. Primero, la suspensión de los conciertos por
su laringitis que lo había dejado deprimido y dolido, luego, el miedo y después…
-Bill, ¿estás ahí? – Tom tocó a la puerta al ver que estaba cerrada con pestillo y
suspiró, odiaba que cerrara la puerta de esa forma, le daba miedo imaginarse las
mil y una cosas que podrían suceder en el interior de ella. – Bill, abre la puerta,
sabes que odio que cierres con pestillo joder.
-Ya. ¿Te lo has pasado bien con la tía a la que te has llevado a la cama esta vez?
¿O era una virgen aburrida? Ponle nota y luego avísame. – Tom dio un suave
puñetazo a la puerta, tenso y molesto.
-Siempre estas haciendo eso. Parece que no tienes otra cosa en la que pensar, a
veces no se si tengo un hermano salido y obseso por el sexo o un mono en celo.
-Voy ha hacer la cena – declaró al cabo de los segundos. – Baja luego, hoy te toca
a ti fregar los platos.
-¡Haz lo que te de la gana, joder! ¡Me tienes hasta las pelotas! – Bill oyó los pasos
rudos de su hermano al bajar las escaleras. Cuando se hubo ido, apoyó la espalda y
la cabeza en la puerta y se dejó caer al suelo, mirando la habitación con la mirada
perdida.
Todos parecían estar tan bien, todos parecían haberse olvidado de todo, pero él no
podía dejar de pensar en aquello. Había sido tan horrible abrir aquella puerta del
hotel y… una auténtica pesadilla. Todo había ido mal desde entonces. Las
entrevistas, la gira, sus nervios y su relación con Tom. Casi había perdido las ganas
de cantar por no hablar de salir de fiesta con los demás. De hecho, ya solo Gustav y
Georg lo hacían de vez en cuando, Tom no… Tom no tenía intención de dejarlo
solo y sabiendo las pocas ganas que tenía de moverse de allí, a su lado se mantenía
a pesar de lo que le gustaba salir y ligar.
Lo estaba amargando, era un egoísta pero ¿Qué iba ha hacer sin Tom? Se ponía
malo de solo pensarlo. Así que se limitaba a no pensar en nada o ha intentar disipar
aquella horrible imagen de hacía una semana, intentar olvidar aquel infierno que
había soportado ese último mes…
Capítulo 2: Prohibido
-¿Macarrones otra vez? Tom, vale que los hagas bien, pero siempre que cocinas
haces lo mismo. Me sale el tomate por la nariz tío. – Tom removió la pasta de su
plato observándolo desganado y de mal humor.
-Si no quieres, tíralo a la basura y si quieres otra cosa para comer, te lo haces tú,
¿Clarito Georg?
-¿Y Bill? – preguntó Gustav probando el plato y haciendo una mueca de asco.
-Mejor, así no tendrá que probar esta porquería, ¿Le has echado azúcar? Está
dulce.
-Es verdad, está dulce. Sabía que teníamos que haber llamado al telepizza. El
secreto está en la masa. – Tom resopló y ni siquiera probó su comida. Se levantó
de la silla, agarró su plato, el de Gustav y el de Georg y se los llevó a la cocina,
vertiendo el contenido en el cubo de la basura. – He dicho que esta dulce, no que
no fuera comestible.
-¿Tengo pinta de ser tu criada Georg? ¿Me ves pinta de criada? ¿Ves que tenga
tetas y camine por la casa en delantal para servirte? Porque si piensas así eso puede
arreglarse de una hostia bien dada, ¿sabes?
-¿Y a ti que te importa? – gruñó mostrando todo su mal carácter. No dijo ni una
palabra más al notar el tenso silencio que acababa de formarse en la habitación.
Georg arrugó la cara y Gustav lo miró con gran seriedad. Últimamente se había
empeñado en ser el que mantuviera la paz entre los cuatro, el que siempre se
tragaba el marrón, el mal humor de los gemelos cuya situación se volvía cada más
tensa. Se estaban distanciando mucho y si ellos se distanciaban… al grupo le
costaría mucho salir a flote.
-Entiendo que estés cabreado, pero Bill está muy jodido desde aquello. Sabes que
siempre le ha afectado a él más que a nadie el asunto de los fans. Esto ha sido un
golpe tremendo. Hay… hay que tener paciencia. – consiguió hablar con claridad y
calma a pesar de estar también irritado, intentando contagiar su aplomo a los
demás sin mucho éxito.
-¡Ya se que es mi puto hermano, no quiero me lo repitas! – aquel grito fue el colmo
del colmo. Tom golpeó la mesa con furia, sobresaltando a Georg que se levantó de
golpe.
-Vale. Si tienes algo que decir, no se, gracias por ejemplo por intentar ayudarte,
llámame porque yo me voy. – el bajista fue hacía la entrada del apartamento,
agarró su chaqueta y se la puso con tan mala hostia que por un momento Tom
pensó que la partiría en dos. – Vámonos Gustav. Si este desagradecido no es capaz
de apreciar los líos en los que nos metemos por intentar ayudarle, que se joda. – el
batería suspiró resignado y agarró su abrigo con preocupación en la mirada.
-Iremos a comer por ahí, si cuando volvamos sigues igual con Bill, yo me voy a un
hotel.
Cogió uno de los platos y dudó en si estrellarlo contra el suelo o darle con la
bayeta, optando por lo segundo, pero le daba tan fuerte que resultaba un milagro
que no se hiciera añicos. Maldito Bill, todo era por su culpa.
Pensar en él lo cabreaba más y estrujó la bayeta entre el puño para no romper el
plato.
-Bill…
-¿Estás bien?
-Si, claro.
-Lo siento.
-¿Hay fresas? ¿Quién las ha traído? – le cortó como quien no quiere la cosa.
-Uh, algún día podríamos quedar los tres, hace tiempo que no le veo, me haría
ilusión. – ilusión, sin duda oír esa palabra salir de los labios de Bill debería haberlo
entusiasmado, pero en lugar de eso solo consiguió irritarse aun más.
-¿Qué pasa? ¿No tienes suficiente conmigo, Georg y Gustav que tienes que ir a
buscar a Andreas para que te cuide? – Bill lo ignoró por completo. Sacó un plato
limpio del lavaplatos y hecho una buena cantidad de fresas en él, sentándose a la
mesa, empezando a comer con desánimo. Tom se sentó frente a él, observándolo
con mirada penetrante, pero fue incapaz de intimidarlo, como suponía. Quien
acabó intimidado fue él. Si no fuera por aquellas ojeras que habían bajo sus ojos…
eran tan parecidos.
-¿Qué pasa?
-No tengo ni ganas ni razones. No salgo a la calle. Es estúpido pintarme para que
solo me veáis vosotros. ¿Por qué lo preguntas?
-Por nada. Creo que te prefiero maquillado. – Bill soltó una sonrisita irónica.
-¿Tan feo estoy sin pintar? Pues tienes mi misma cara, así que no se de que te ríes.
-No me río, si te prefiero pintado es precisamente para no tener que ver nuestro
parecido. – Tom frunció el ceño en cuanto captó el sentido de sus palabras. Al
parecer su hermano también lo hizo por la expresión de su cara. – No me refería a
que no me guste tu cara o… no quiero decir que… no te lo tomes a mal. Me gusta
tu cara, es como la mía, bueno, ya me entiendes…
-En realidad no, pero creo que prefiero no hacerlo si insinúas que te avergüenza
tenerme por hermano gemelo.
-¡No es eso! Es… olvídalo ¿vale? – ni siquiera él mismo entendía lo que quería
decir, simplemente tener esa cara, tan parecida a la suya frente a él le recordaba
constantemente que eran hermanos y de alguna forma, sentía como una especie de
remordimiento, como si eso fuera algo malo. Bill pareció no darle más vueltas y
siguió comiendo en un tenso silencio. – Oye… ¿Qué has hecho con tu móvil? – por
un momento, la mano del cantante tembló.
-Creo que voy a darme un baño, no tengo más hambre – en silencio, se levantó de
la silla, agarrando el plato de fresas y metiéndolo en el frigorífico.
-¡Cuidado! – para cuando oyó la voz de Tom, ya había pisado uno de los trozos del
plato desperdigados por el suelo. Un escalofrío le recorrió la columna, pero ni un
jadeo de dolor escapó de su garganta. Sacudió el pie y anduvo al baño, poniendo
perdido el suelo a causa de la sangre de la herida. – Pe… ¡Bill!
-No pasa nada. – contestó desde el baño. – Recógelo antes de que vuelvan los
demás. – le había dolido, le dolía horrores pero estaba convencido de que se lo
merecía.
¿Qué te ha pasado hoy? Estabas afónico. Por favor, que estés bien, me moriría si
te pasara algo.
¿Por qué has anulado el concierto? Estaba deseando oírte cantar, me has
desilusionado mucho y me has hecho llorar, eres cruel, Bill.
Ten cuidado de camino a casa, es peligroso que vayas solo pero no te preocupes,
yo iré detrás de ti, te quiero.
¡Bienvenido a casa! Por fin seguirás la gira y de nuevo podré oírte cantar, ¡Es
genial!
Bill, has estado increíble. No podía esperar menos de ti, te amo, que duermas
bien.
Te quiero.
Estoy deseando que llegue el momento en que por fin seas mío, solo mío.
Te amo. Te quiero, te deseo, daría lo que fuera por un segundo junto a ti, siempre
voy ha estar detrás de ti hasta conseguirte, eres mío.
Eres mío, mío, mío.
-¿Publicidad? Que publicidad más toca pelotas y que directa ¿no, Bill? – recuerdo
la cara de Tom en ese momento, cuando leyó aquel mensaje y luego, todos y cada
uno de los que había recibido esa semana. Estaba cabreadísimo y no era para
menos. Yo también lo estaba. - ¿Quién es?
-No tengo ni idea. Lleva mandándome mensajes desde hace dos semanas. – le
contesté quitándole el móvil de un tirón y enseguida me mordí la lengua. Había
metido la pata.
-Oh, vamos Tom, no es para tanto, no te pongas así. – Georg sonrió y me pidió el
móvil con la mirada. – Nuestro Billy tiene una admiradora secreta, ya es un
hombrecito, ¡Las tiene a todas loquitas, dale la enhorabuena hombre!
-¡Joder que exagerado! Solo es una fan preocupada por su ídolo. ¿Qué podría
pasar? – si hubiera sabido lo que podría pasar, no me hubiera reído entonces. Esa
misma noche las consecuencias de tomarme aquello a broma me hicieron perder
la cabeza.
-Oh, joder. Tom ¿estás ahí no? Pásame una toalla, me he llenado los ojos de
champú. Mierda, como escuece. – Tom era el único que tenía la tarjeta de mi
habitación de hotel, por lo que solo podía ser él el que estuviera allí. Sin hacer
ruido, asomé la cabeza y una mano por la bañera para que me diera la toalla.
Tenía los ojos cerrados por el escozor y no vi nada. Agarré la toalla que me tendía
y volví a meterme en la bañera. – Gracias… - la puerta del baño se cerró después
de eso y yo seguí tranquilamente con mi baño. Cuando salí con la toalla amarrada
a la cintura y escurriéndome el pelo con las manos, oí la musiquilla de mi móvil.
Cuando me acerqué a cogerlo, la música dejó de sonar.
1 llamada perdida.
¿Sería ese o esa admirador secreto otra vez? Siempre me llamaba primero y
dejaba una llamada perdida con número oculto y a los segundos llegaba un
mensaje… y así fue.
1 mensaje nuevo.
Creí que nada podía alegrarme más y hacerme sentir mejor de lo que lo hacía tu
imagen en los conciertos, pero hoy, cuando te he visto en la ducha, cubierto de
espuma, me he dado cuenta de que si era posible hacerme más feliz de lo que era.
Cada vez me excitas más, estoy deseando tenerte entre mis brazos de esa forma tan
húmeda y sensual… te quiero, hasta esta noche cariño.
No se como me vería en ese momento, pero empecé a temblar como una hoja y las
piernas empezaron a fallarme. El corazón se me salía por la boca.
-Que… que coño… ah, Tom, ya entiendo, todo esto ha sido una broma tuya, serás
cabrón. – esa suposición me hizo relajarme por completo y respirar hondo, pero
cuando oí el, toc, toc, de la puerta, de nuevo se me aceleró el corazón. Me quedé
paralizado y no contesté. De nuevo volvieron a llamar y yo solo atiné a mirar de
reojo la puerta.
-¿Bill? ¿Te has desnucado contra la bañera o qué? ¿¡Me quieres abrir de una
vez!? – Tom… suspiré aliviado.
-¡Abre tú, utiliza la tarjeta y no des el coñazo, me has dado un susto de muerte!
1 llamada perdida.
-¡Hay alguien en la habitación, hay alguien dentro! ¡Saki, Saki! – poco me faltó
para ponerme a llorar muerto de miedo.
-¡Eh, Bill que dices, tranquilo! ¡No grites! ¡Tranquilízate! – los gritos de Tom
sonaban por encima de los míos y me hicieron callar. Sus manos callosas
apretaron mi cabeza contra su hombro y me acariciaron la espalda para
tranquilizarme, muy lentamente. Suspiré de alivio.
-Bill dice que hay alguien en la habitación. – oí los pasos de Saki y las palabras
que Tom murmuraba en mi oído. – Eh, no pasa nada. Saki se encarga de ese
capullo ahora mismo, ya verás, le va a aplastar la cabeza. ¿Crees que alguien va a
poder con este gorila? – sonreí un poco, me temblaba el labio.
-Bill, Saki dice que no hay nadie. – poco a poco, respirando con agitación y muy
nervioso, me separé de Tom para mirar a nuestro guardaespaldas, que nos
observaba con el ceño fruncido.
-Puede que ya se haya ido, pero ahí dentro no hay nadie. – aseguró Saki.
-¿Insinúas que Bill está mintiendo? ¡Si mi hermano dice que alguien ha entrado es
que alguien ha entrado! ¡Y quiero saber como, quien, cuando y porque ahora!
-Na-na-nada. – si había algo que a nuestro gorila particular le diera miedo, ese
era
Tom enfadado. Y yo le comprendía, había que tener un buen par de huevos para
plantarle cara cuando estuviera cabreado de verdad... yo los tenía, aunque no me
hacían falta, nunca se cabreaba conmigo en serio. Casi nunca.
-¡Y tú, hermanito, ponte algo! ¿No querrás ir exhibiéndote por ahí medio desnudo
o… - antes de que dijera algo más, enmudeció. Me había dado un escalofrío de
repente y me abracé con los brazos. Tom bajó la cabeza y agarró algo de encima
de la cama, mirándolo muy fijamente. Era mi móvil. – Ju… - sonrió él con una
mueca de odio. – Así que solo un admirador secreto preocupado por su ídolo, ¿eh
Bill? – entrecerré los ojos cuando leí el mensaje de mi móvil entre temblores, no
sabría decir si de miedo o frío, de todas formas lo que leí me dejó helado.
En ese momento fui consciente de que estaba viviendo una pesadilla que había
empezado de manera inocente, como esas pesadillas en las que estas reunido con
toda tu familia y de repente la gente se empieza a ir, te van dejando solo poco a
poco sin que te des cuenta y cuando menos te lo esperas, te hundes en la completa
oscuridad en soledad… y ahí empieza la auténtica pesadilla.
Mi realidad es que todo empezó con una musiquilla… una llama perdida.
Tom suspiró una vez hubo recogido todo, limpiado los platos y fregado las pisadas
ensangrentadas de su hermano que conducían al baño. Una vez hecho, se sentó ha
ver la tele con despreocupación, o eso aparentaba. Bill llevaba más de una hora
encerrado en el baño, ¿estaría bien? Después de un cuarto de hora haciéndose la
misma pregunta, incapaz de aguantar más la preocupación, se levantó y fue al
baño. Sería idiota, podría haberlo hecho desde el principio y se abría quitado un
buen peso de encima.
-Bill, ¿estás bien? – preguntó al tocar varias veces la puerta. Pero no obtuvo
respuesta. - ¡Bill! ¿Estás bien? ¡Contesta! – nada. Tom suspiró y cogió, intentando
calmarse sin mucho éxito. – Haber… ¡Cómo no abras la puerta en este momento la
tiro abajo! ¿¡Te enteras!? ¡Y más te vale que no te pille con las venas cortadas o
algo de eso, porque después de llevarte al hospital, donde comerás mierda, te
pincharan el suero en las venas, dejándote montones de hematomas, cortarte tus tan
queridísimas uñas y estropearte el cutis vas a desear no haber nacido! – y siguió sin
obtener respuesta. Totalmente desquiciado y preocupado, retrocedió dispuesto a
echar la puerta abajo de una patada. Una gruesa capa de madera no iba a impedirle
salvar a su hermano, al cual ya se imaginaba medio desangrado en el suelo,
desnudo y con una postura de lo más indecorosa, cubierto de sangre. Un festín para
cualquier masoquista sádico que lo encontrase.
Mentalizándose para embestir la puerta como un toro frente a una capa roja… se
dio cuenta de que la puerta estaba abierta, sin pestillo, solo encajada. Entrecerró los
ojos. Sería estúpido. Sin darle más vueltas, abrió la puerta preparado para lo que
iba a encontrarse, para cualquier cosa… menos para esa.
Bill estaba de pie, desnudo, secándose el pelo con una toalla a espaldas de él…
¡Con los cascos del iPod puestos a todo volumen! ¡Si podía oír hasta lo que estaba
escuchando y tarareando en voz baja tan ricamente! Nada más y nada menos que
Verboten, de LaFee.
Prohibido… Verboten.
Bill había empezado a cantar por lo bajo la canción que escuchaba. Su voz tan
suave… hacía mucho que no lo oía cantar y precisamente había elegido esa
canción para hacerlo.
Verboten…
Aturdido, retrocedió hacía atrás y cerró la puerta, apoyándose en ella. ¿Qué había
pasado? Se había quedado sin habla observando el cuerpo desnudo de su hermano
gemelo. Vale… eso había sido shockeante y lo peor no era eso. Tom bajó la mirada
lentamente, con una ceja alzada. Sus ojos iban a salírsele de las órbitas como en los
dibujos animados de los Looney Toom… ¡Estaba totalmente empalmado!
Capítulo 3: Miedo...
-Si, si, es fantástico volver a verte. Aunque no estoy muy seguro de que hago aquí.
Venía ha hablar contigo sobre mi problema, ya sabes…
-Claro, claro. Pero no recuerdo tener una cita con usted apuntada en mi horario.
-Es que he venido sin avisar. Ya se que estarás muy ocupado, pero esto es grave.
Necesito hablar sobre mi problema ahora mismo con un especialista.
-Claro, lo entiendo, pero es que justo ahora termina mi turno y he quedado con mi
mujer y mis hijos para llevarlos a comer…
-Haber, ¡Aquí tienes un paciente necesitado que te exige ayuda! No puedes irte sin
atenderme. – el urólogo retrocedió y asintió débilmente con la cabeza, sentándose
en la silla. Por la cara de desesperación de Tom y la enorme vena que latía en su
frente, supo que si fuera necesario lo retendría en contra de su voluntad. Prefirió
sonreír y relajarse, recordando la gran cantidad de dinero que ganaba por solo unos
minutos de charla con aquel joven precoz.
-¡Joder, no estoy para tonterías! ¡Yo aquí pago doscientos euros y por ese dinero te
llamo como me da la gana, como si te quiero llamar puta y me da por darte azotes
en el culo!
-Ah… oh… va-vale. – sonrió forzadamente, empezando a temblar como una hoja.
¿Ha ese niño se le iba la pinza o qué? Desde luego tonto no era.
-Lo siento. Es que estoy muy estresado, ¿por donde íbamos?
-Ah, si, mi problema. Verás, mi problema se ha vuelto más chungo de lo que era…
-Si… bueno, no… es que me he empalmado de una forma muy chunga, ¿sabes?
-Entonces vale. Resulta que yo siempre he sido muy mujeriego, de estos que cada
día tienen una distinta en la cama y yo siempre he funcionado perfectamente,
siempre han salido todas muy contentas… y yo también, claro… bueno, pues
resulta que ¡Yo amo a las mujeres, a todas! Guapas, feas, delgadas, gordas, cada
una tiene su propio encanto especialmente, entre las piernas.
-Eh… aja… claro. – un pequeño tic hizo temblar la sonrisa del urólogo.
-A donde yo quiero llegar con todo esto es a algo concreto. Quiero que me
responda a una pregunta.
-¿Co-cómo?
-Es que yo no lo veo muy normal… pero como el especialista aquí eres tú, pues
venía a preguntarte porque estoy muy rayado. Es mi hermano gemelo y veo la cosa
muy fuerte, vale que se maquille y a veces parezca una tía, pero aun así, sigo sin
verlo lógico.
-Un momento, ¿Me está insinuando que ha tenido una erección al ver a su hermano
gemelo desnudo?
-Eh… básicamente si. Pero no pongas esa cara de flipado porque me estoy
empezando a preocupar ¿sabes?
-Es que…
-Lo sabía, yo tengo que ir a un psicólogo ¿no? Sabía que esto era demasiado para ti
tío. Supongo que entonces será mejor que me vaya y busque a otro…
-La señal de que hecha de menos tener un cuerpo desnudo entre sus brazos.
-Uff, que susto, menos mal, me acabas de quitar un peso de encima tío. Joder, ya
me estaba planteando como contárselo a mi hermano.
-Te he notado tenso. – Bill no dijo nada, repentinamente serio. – Pasa algo ¿no?
Lo tienes escrito en la cara.
-Hum…
-¿Qué pasa?
-¿Qué?
-El admirador secreto. Siempre está ahí, lo decía en el mensaje. Siempre voy ha
estar detrás de ti – dijo con preocupación.
-Estás nervioso por eso.
-No me siento a gusto pensando que esa persona me observa de cerca, me acosa.
Me da… miedo. – recuerdo su cara tan pálida, su angustia, su nerviosismo. Había
pasado una semana desde lo que ocurrió en aquel hotel y no lo entendía, ni yo, ni
Bill, ni los guardaespaldas, ni nadie. Los mensajes, las llamadas perdidas, seguían
llegando y ya no solo eso. Hace cinco días, en la taquilla de uno de los vestuarios,
Bill encontró en peluche viejo y sucio, con los ojos de botones sacados del que
colgaba una nota.
-¿Me acompañas al baño? Me estoy meando desde hace media hora – me dijo Bill
sacándome de mi ensimismamiento.
-¿Crees que si pudiera esperar te lo pediría? Vamos, por favor o me meo aquí
mismo. – las fans ya se habían ido, no había nadie salvo nosotros y un par de
guardaespaldas a la salida del lugar, para vigilar que nadie entrara. Los servicios
públicos estaban a varios pasillos, ¿Qué podía pasar? Además, yo estaba con Bill,
nadie se atrevería a acercarse estando yo presente, por lo menos si se trataba del
acosador.
-¿Qué esperas? Es el baño que han utilizado las fans. Te dije que te esperaras a
llegar al hotel.
-¡Vete a la mierda! – me reí por su rebote. Crucé los brazos y a los pocos
segundos oí el sonido de la meada de mi hermano. – Uff, por fin.
-Que si, que si, estoy a punto. Es la meada más larga que he echado en mi vida.
-No hace falta que lo jures. – mis ojos se clavaron en la claridad que entraba por
el pasillo de fuera de los servicios, donde acababa de detectar movimiento… pero
esa vez fue mucho más claro. Alguien pasó, alguien corrió como una sombra
frente a mis ojos, rápidamente, fuera del baño. Ese puto acosador. - ¡Joder! – sin
dudarlo ni un momento, encendido en ira, salí flechado hacía allí. Fuera quien
fuera, estaba seguro de que era la persona por la que Bill apenas pegaba ojo en
las últimas noches. Iba a matarlo. Pero cuando salí al pasillo, no había nadie, ni a
la izquierda ni a la derecha.
-¿¡Tom, que pasa!? – oí a mi hermano saliendo del cubículo enseguida, con la
cara blanca.
-Vamonos de aquí.
-¿Qué pasa?
-Nada, no pasa nada. Has terminado ¿no? Pues venga – Bill asintió, preocupado y
caminó hacía la puerta que yo acababa de atravesar. Suspiré aliviado y me
acerqué a él cuando de repente, estando a dos metros el uno del otro, la puerta se
cerró de un portazo, quedando Bill al otro lado, en los baños y yo en el pasillo.
Estoy seguro de que me puse pálido.
-¿Qué? ¿Qué coño? ¡Bill! – agarré el pomo de la puerta y tiré de él. Cerrado.
-¡Joder! – tiré con más fuerza, intentando abrir. Estaba cerrado a cal y canto. -
¡Bill, deja de tirar!
-Espera, voy a llamar a alguien. – iba a salir corriendo a buscar a alguno de esos
gorilas, a David, a Georg, Gustav, a alguien que pudiera abrir la puta puerta.
Creo que yo estaba más desesperado que el mismo Bill.
-Tranquilo… no me voy…
-Tom… ¡Ah!
-¿Qué?
-Abre… abre… por favor, abre ya… - Él estaba llorando desde el interior.
-¡Tom! – alguien me gritó desde la izquierda. Pude ver como David corría hacía
mí desde el final del pasillo.
-No… no… no por favor… - oí su voz tras la puerta, estaba aun más aterrorizado
que antes.
-Tom, ¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos? – David ya estaba a mi lado en ese
momento.
-Bill… ¡Bill! ¡Por favor despierta, no me hagas esto! ¡Bill! – acaricié su cara,
apartando el pelo, limpiando el maquillaje y las lágrimas. Estaba sangrando.
Tenía un arañazo que le cruzaba la mejilla de parte a parte y le sangraba el labio.
Casi se me saltaban las lágrimas.
-Se ha desmayado. – murmuró David a mi lado. Encendió la luz del baño y todo se
iluminó. No había nadie. No aparté la mirada de mi hermano, pero oí las voces de
los demás, de Georg, de Gustav, de Saki y más personas. Gustav se arrodilló
frente a nosotros, mientras Georg, Saki y varios más empezaron a abrir los
cubículos del baño a patadas.
-David. – nuestro productor, que no se había movido de nuestro lado fue hacía
Saki, que le señaló algo dentro de uno de los cubículos. Él frunció el ceño.
-Ha escapado por la ventana. – declaró al fin. Bill me abrazó y siguió llorando
bajito en mi hombro, asustado, temblando. Yo, además de sentirme culpable y
angustiado… deseaba matar a la persona que había espantado a mi hermano
hasta la inconsciencia, haciéndolo llorar.
Ese día tuvimos claras un par de cosas pese al susto. La persona que le había
atacado era un hombre y lo más probable es que fuera el acosador, pues antes de
acercarse a Bill había intentado calmarlo con palabras amistosas, un, no te
asustes, no llores, sabes que nunca te haría daño. Pero lo había hecho, al verle
muerto de miedo e incapaz de reprimir los gritos, lo había agarrado de las
muñecas con fuerza, lo había pegado a la pared, había intentado… besarle.
¡Besarle! ¡A mi hermano! Bill se había resistido y ese hijo de puta le agarró la
cara, le arañó y le mordió el labio. Bill se desmayó en ese instante y él salió
corriendo como un perro.
Yo solo podía pensar en destripar a ese loco. No lo quería enjaulado… ¡Lo quería
muerto!
-Eh… ah… yo… yo… yo estaba… Si… ¿Estás bien? – Bill sonrió como no hacía
desde hacía mucho y Tom sintió un fuerte latido retumbarle en el pecho.
-¡Mejor que nunca! ¿A que no sabes quien ha venido mientras tú estabas fuera? –
Tom encogió la cara y alzó una ceja.
-Hum… ¿Nena?
-¡Ah, así que prefieres a Nena antes que a mí, tu amigo de toda la vida eh! ¡Muy
bonito! – el gemelo mayor entrecerró los ojos, observando atentamente como una
cabeza rubia con gafas de sol y ropa pegada y muy de moda hacía su aparición
estelar. - ¡Cuánto tiempo sin verte tío!
-¿Andreas?
-¡Como para olvidarlo! Ese capullo. Vale que me separaran de Tom, pero me
quedé a gusto después de darle una patada en la espinilla.
-¡Si, estaba tan cabreado que empecé a patalear y le di con la punta de esas botas
de montaña! ¡Las pisa cabezas! ¿Te acuerdas?
-¡Tenías que haberle visto la cara, Andreas, fue tremendo! – Tom escuchaba los
gritos y las risas con desinterés, mirando alternativamente a su hermano y a su
mejor amigo, charlando tan animadamente. Hum… tenía ganas de echar a Andreas
de una patada en el culo, cosa que nunca imaginó que llegara a pasársele por la
cabeza. Bill sonreía, estaba muy animado y hablaba y se reía como no hacía desde
poco antes de que aquel loco lo acosara. Tom sabía que debía estar feliz por la
reacción de su hermano, pero no lo estaba, para nada. Bill sonreía y se lo pasaba
bien, pero no por su presencia, sino por la de Andreas y eso le molestaba, quizás
hasta le dolía. Quería acabar con esa sensación de inmediato.
-Y, Andreas, ¿Qué has venido ha hacer a Munich? Pensaba que estabas de puta
madre con esa novia tuya de Hamburgo y de repente te presentas aquí sin avisar. –
saltó de repente, indagando en el tema. Andreas hizo una mueca con los labios,
simulando una especie de pez.
-Pues nada, ¿Qué va a pasar? Solo he venido de visita ¿Es que es raro que quiera
venir a ver a mis gemelos favoritos?
-Andreas… - Bill sonrió. – Que nos conocemos. – el muchacho miró con aparente
reproche a los gemelos, antes de bajar la cabeza y ponerse serio.
-La he dejado. He cortado con ella.
-¿Qué tú has cortado con ella o ella contigo? – preguntó Bill, perspicaz. Tom
sonrió con disimulo.
-… Yo… ¡Es una pedazo de guarra! ¡Llegué al piso que compartíamos juntos
después de ir a cenar con unos colegas y me la encuentro a cuatro patas con otro tío
en nuestra cama!
-Si, para ella. Porque seamos sinceros Andreas, no fuiste tú precisamente quien
pilló a quien ¿verdad? – el rubio se mantuvo en silencio unos segundos y de nuevo
volvió a intentar imitar un pez con los labios, disimulando.
-¡Tom, gilipollas, cierra la boca! – lo sabía, si es que Andreas era un libro abierto.
A saber con quien lo había pillado la novia y haciendo que, Tom prefería no
imaginárselo. Había estado a punto de meter la pata ya que solo él sabía que
Andreas era bi. Lo mismo le daba un tío que una tía, dependiendo del momento.
Eso era algo que ni siquiera su hermano sabía. – El caso es que me ha echado de
casa y no quiero volver a casa de mis padres con el rabo entre las patas, sería
humillante. – el rubio hizo un puchero, los ojos se le empañaron y con esa carita de
cordero degollado miró al menor de los Kaulitz, con ojos brillantes.
-Pobre Andreas. – suspiró Bill, llevando una mano a la cabeza del susodicho
empezando a acariciarle el pelo.
-Si, pobre Andreas. Bueno… ¿Y cuando te vas? ¡Au! ¡Bill, esos pellizcos!
-Gracias Bill.
-¡¿Qué?!
-Tú si que eres un amigo, no como otros – Andreas casi tenía la cabeza apoyada en
el pecho de Bill, casi lo abrazaba y Tom lo apartó de un empujón, haciéndolo caer
al suelo de culo.
-¡Pues por eso es un aprovechado, se aprovecha de tu estado para venir aquí y…!
-¿¡Mi estado!? ¿¡Que estado!? ¡Estoy mejor que nunca y por eso quiero que se
quede!
-¡Me estás llamando… estas diciendo que tengo problemas con los nervios!
-¡Pues yo a ti te llamo fregona con patas y de las que limpian mierda y no se lavan,
que llevas sin lavarte las rastas desde hace cinco días!
-¡Porque tengo que limpiar la mierda que tú vas cagando mientras caminas después
de tu pelea con el psicópata ese! – Bill calló de pronto, mirando a su hermano con
los ojos muy abiertos, igual que Andreas que se había llevado las manos a la
cabeza. Eso había sido un golpe bajo.
-¿Sabes lo que limpias con tus rastas? ¡Mis huevos es lo que limpias con tu mierda
de pelo podrido, espagueti, fumetas yanqui… hippie! ¡Mis huevos es lo que
limpias hippie de mierda!
-¡Pues ahora eres tú quien se come los mecos! ¿¡Quieres más eh, quieres más!?
-Yo… yo creo que mejor me voy a un hotel o algo así y vosotros ya os la apañáis –
Andreas se levantó del suelo, de donde había estado observando la pelea y caminó
muy despacio hacía la salida, de puntillas.
-¡Una polla, tú te quedas! – gritó Bill, tirando del rubio con fuerza hacía sí,
abrazándolo del cuello como un peluche, pegando su cabeza a su pecho.
-¡Suéltalo Bill!
-¡No me hinches los cojones, no me los hinches! – Bill le enseñó los dientes como
un león provocando a otro.
-¡Si!
-¡No! – Andreas se removió entre los brazos de Bill. Se estaba ahogando de tanto
apretarle la cabeza contra su plano pecho. - ¡Imbécil! ¡Tú no puedes dormir en la
misma habitación que otra persona que no sea yo! ¿¡O quieres que vuelva a pasar
lo del acosador!? – Bill se quedó callado entonces y pareció replantearse todo lo
oído, encogiendo la cabeza. Andreas dejó de moverse y Tom se quedó serio. Por
unos segundos se hizo el silencio.
-¿Y quieres dormir en la misma habitación que él, con otra persona que no soy yo?
¿Con otro hombre? – Bill no respondió, cosa que puso a Tom de los nervios.
Frunció el ceño y apretó los puños, de nuevo cabreado. – Muy bien, parece que ya
has superado tu trauma, así que recogeré mi ropa y me voy a mi cuarto. ¡Pásatelo
bien con Andreas! – gruñó con desdén, furioso. Corrió hasta las escaleras pero
antes de empezar a subir por ellas, una mirada afilada se clavó en su hermano y
luego en la cabeza rubia que había entre sus brazos. Pretendía ser una advertencia
que Andreas no pudo captar al no ver nada, pero Bill si.
-¡Tom, espera! – gritó enseguida, pero su hermano no le hizo caso y corrió escalera
arriba. Bill soltó a Andreas con brusquedad, que suspiró aliviado.
-Tom… Tom ¿estás despierto? – recuerdo cada movimiento, cada palabra que
pronunciamos esa noche. Entonces no sabía que era la calma antes de la
tempestad.
-Saki esta pegado a la puerta, no se moverá en toda la noche. Hemos atascado las
ventanas y hay guardaespaldas en la puerta del hotel. Si ese tío entra, es que es un
fantasma.
-Siempre entra, no se como lo hace. Me sentiría más seguro con una pistola en la
mano.
-¿A dónde vas con una pistola, Terminator? Vamos ha atracar un banco con la
pipa de David. – Tom se rió y yo contuve mi sonrisa floja con seriedad.
-A mi no me hace gracia.
-¿Te lo repito otra vez? No le veo la gracia ¡No le veo la puta gracia! ¡A ti
también se te borraría esa jodida sonrisa de la boca si un loco fuera detrás de ti
para metértela por el culo! – Tom se quedó callado frente a mi grito, un par de
lágrimas se me saltaron cuando me toqué con la yema de los dedos la herida del
labio inferior. Había pasado tanto miedo allí dentro, había sido horrible y ni
siquiera recuerdo su cara, todo estaba oscuro, pero si recuerdo su voz, tan grave y
ronca... ¿Cómo podía pasarme esto a mí? Era… era repugnante.
-Bill…
-Déjame en paz.
-¿Estas llorando?
-No. – me contenía, pero estaba a punto de hacerlo. – Esto es humillante. Ese tío
me ha… ha intentado… me ha dado mucho asco. ¡Que asco, no quiero que me
toque! – había escondido la cabeza en la almohada, mojándola con mis lágrimas,
pero se podía notar en mi voz perfectamente que lloraba. Estaba tan asqueado. Oí
a Tom suspirar y sentí un escalofrío cuando pasó la yema de sus dedos por mi
espalda cubierta por la camiseta del pijama.
-Mira… es nuestra primera foto juntos. – levanté la vista y me limpié las lágrimas
con el brazo, mirando la imagen que Tom me tendía. Era una ecografía. No se
veía bien, estaba muy oscuro, pero podía ver dos cabezas enormes y distinguí
varias partes de los pequeñitos cuerpecillos. - ¿Te acuerdas de cuando estábamos
ahí dentro?
-Pues yo lo se. Este de aquí soy yo y tú el otro. – entrecerré los ojos y me fijé mejor
en la foto, intentando captar alguna diferencia que nos identificara, pero era
imposible saber quien era quien.
-Eres imbécil. – murmuré al final con una sonrisa, sin apartar la vista de la
ecografía.
-¿Por qué llevas esta foto encima? - Tom alzó una ceja y se encogió de hombros.
-Eres tan diferente a mí que necesito una prueba de que de verdad eres mi
hermano gemelo… es coña… no se, me llamaba la atención. Me gusta. ¿Tú no
tienes una cosa de estas? Una cosa que no tiene ningún valor para nadie, solo
para ti. Un objeto al que le tienes un apego especial por algo… este es el mío. La
tengo desde que dejamos a mamá por primera vez para irnos a tocar por los bares
solos. Es mi foto favorita aunque no sepa quien soy yo. – miré a Tom con los ojos
muy abiertos. Lo que me había dicho me había sorprendido mucho y me había
llegado hondo. Nunca me hubiera esperado esto de él. Era un cachondo y siempre
estábamos juntos para lo bueno y para lo malo, pero por lo general, siempre
manteníamos cierta distancia sentimental. No sabría explicarlo. Estábamos muy
unidos desde siempre, pero había una barrera, una barrera llena de orgullo
masculino. No, más bien un iceberg, frío que nació entre nosotros cuando
empezamos a dejar atrás la inocencia y la ingenuidad típica de la infancia.
Tom se había vuelto más frío, ahora solo pensaba en chicas, en sexo, en fiestas, en
su fama, en pasárselo bien. Yo era tres cuartas de lo mismo, solo que añadiéndole
preocupaciones por el trabajo, estrés y demás. A veces echaba de menos esa época
en la que nos bañábamos desnudos en la piscina del campo y luego nos
tumbábamos en la hierva para ver las nubes… dejamos de hacer eso cuando me
picó un bicho y se me puso el brazo tan hinchado que parecía un globo. Y a partir
de ahí, en la escuela, sobre los diez años, cada uno empezó a ir a lo suyo. Se
acabó el meterse en la cama del otro por la noche para contar historias de miedo
sobre muñecos asesinos, para darnos sustos y pelearnos mientras jugábamos… se
acabaron los inocentes besos en los labios que nos dábamos para imitar a los
amantes que veíamos en las telenovelas que veía mamá.
-Tom.
-No es eso, solo… ¿Por qué me la has enseñado? - Tom pareció pensárselo un
momento antes de quitarme la ecografía de las manos y dejarla sobre la mesilla de
noche.
-Tom…
-¿Qué?
-Ahora vuelvo a por él sino te importa. Total, no creo que lo necesites de mucho. –
soltó con sarcasmo. Bill lo miró unos segundos, sin saber que decir, provocando
que su hermano malinterpretara su silencio. – Porque no lo necesitas ¿verdad?
-Pues…
-¡No me lo digas, no me importa! ¡No voy a darte ni uno! – Tom se puso borde y
dios sabía que si Tom se ponía borde con su hermano, su hermano se ponía
insoportablemente cabrón.
-Tranquilo, para eso tengo los míos propios debajo de la cama. No necesito nada
tuyo.
-Pues no se para que te gastas el dinero en esas cosas si luego no les das utilidad.
-¡Pues a lo mejor hoy mismo le doy utilidad! ¿Quién sabe? ¡A lo mejor hoy gasto
el paquete entero!
-¡Ja, ya te gustaría a ti tener mi aguante! Además, no veo a nadie con quien puedas
utilizarlo. – Bill sufrió un ligero tic en el ojo y se cruzó de brazos, en actitud
chulesca.
-Pues… tal vez en esta casa hay alguien dispuesto a ayudarme a darle una utilidad.
– Tom iba a replicar, cuando de repente captó el mensaje… para variar, lo
malinterpretó. Miró a Bill con los ojos muy abiertos, que sonreía de oreja a oreja
por su ingenio. A pesar de todo, Tom era un hermano tan sobre protector como el
padre que odia a muerte al novio de su hija y sus reacciones eran idóneas para
ponerlo en evidencia. Tom tragó saliva.
-Bill… espero que sea una broma porque lo que has dicho es muy fuerte.
-Pues no, no es broma para nada. - ¡Y se quedaba tan fresco! – Es más, lo tengo
clarísimo y todo preparado para esta noche.
-Bill… - Tom retrocedió, abrazando la ropa que tenía entre sus manos y mirando
con cierto temor a su gemelo. – Esta broma no tiene gracia. Nunca me esperaría
que algún día llegaras a insinuar algo así… - Bill amplió la sonrisa - ¡Por dios que
somos hermanos! ¿¡Cómo voy a ayudarte yo a gastar un paquete de condones en
una noche!?
-Con Andreas quizás… - soltó de broma, intentando aguantar una carcajada al ver
como Tom dejaba caer la ropa a sus pies y lo miraba con ojos desorbitados.
-Que… ¿¡Qué!?
-Quédate…
-¡De la hostia que le voy a meter, lo voy a encaminar otra vez hasta la acera de la
que nunca tenía que haberse desviado! ¡Voy a…!
-¡Tom! – Bill apretó el agarre y tiró de él hacía atrás con fuerza, casi abrazándole
el brazo tenso y apretado por la presión del músculo. Tom se detuvo y dejó de
gritar al momento. – Era broma… quédate, ¿vale? Si te quedas te prometo que no
utilizaré el paquete. – Tom lo miró de reojo, con cara de desconfianza total.
-Tom… por favor… - el guitarrista era incapaz de dar un no por respuesta a esa
vocecita tristona, suspiró y se dio la vuelta, cara a cara a su hermano.
-Vale, pero solo si me regalas el paquete. – Bill sonrió con ironía. Haber como le
explicaba ahora que no había tal paquete. Desde una esquina del pasillo, Andreas
los miraba ceñudo. Era un cotilla por naturaleza, no podía negarlo.
-Hum… joder Tom, tan protector como siempre. Ya me has chafado la noche, con
las ilusiones que me estaba haciendo yo… - murmuró por lo bajo y sin embargo, el
súper oído agudizado del gemelo mayor recibió el mensaje. Tom, disimuladamente
y sin dejar de mirar a Bill, levantó el puño amenazante en dirección al rubio y este,
enseguida, salió corriendo escaleras abajo. Sabía que no era bueno bromear con ese
tema y mucho menos, jugar a rondar alrededor del Kaulitz menor si no quería que
el mayor le sacara las tripas… pero también había que reconocer que Bill era un
hombre único y posiblemente mereciera la pena correr el riesgo.
Capítulo 5: Desesperación...
Después de tantos malos recuerdos... y no tan malos, el que más deseo olvidar y el
que he intentado olvidar con todas mis fuerzas es el que da fin a mi pesadilla y
significa el principio de mi oscuridad. Lo recuerdo bien, demasiado bien, mejor
que el mismo día en que cumplí 18 años, uno de mis recuerdos favoritos.
Ese día fue el día de después de haber compartido con Tom aquellos momentos en
el que me confesó su secreto, me mostró su tesoro. Una ecografía de nosotros
dentro de la barriga de nuestra madre. Por la mañana nos levantamos tarde, al
menos Tom. Yo me levanté sobre las una, para arreglarme. Tenía cita con el
médico para ver como me iban avanzando las cuerdas vocales después de aquella
operación, aunque si podía cantar perfectamente, debían estar bien por narices.
3 llamadas perdidas.
Número… anónimo.
La mañana fue rápida y tranquila. Mis cuerdas vocales estaban de puta madre y lo
mejor de todo fue que no hubo ni una llamada más a lo largo del día… hasta las
siete de la tarde.
Tom…
-Tom ¿se puede saber que quieres? Me has metido un susto de muerte, ¿te queda
mucho para venir?
-Creo que eso depende de ti… Billy. – cada vez que recuerdo esa voz me recorren
escalofríos, lo que sentí en aquel momento… casi me caí al suelo del susto. –
Sorpresa cariño.
-T-tú…
-¿Qué tal tu cita con el médico? ¿Cómo tienes las cuerdas vocales? No me dejarás
tirado después de hacer cola cinco días como en Madrid, ¿verdad?
-¿De tu hermano? Si… estoy llamando desde su móvil. – me temblaban las piernas
y las lágrimas me asaltaron los ojos. Por un momento pensé que iba a desmayarme,
pero me sorprendí a mi mismo cuando agarré el teléfono con fuerza y empecé a
gritar.
-Tranquilízate cariño. Te pones muy feo cuando te enfadas. No ha pasado nada por
lo que debas ponerte así. Tom está aquí, conmigo.
-Nada… aun. En realidad él todavía no sabe que estoy aquí. Está muy tranquilo
duchándose. Hum… tú hermano tiene un cuerpo admirable y muy bien formado.
Va camino de tener una buena porción de músculos… pero personalmente los
prefiero más… delgaditos. Exactamente como tú.
-¡No!
-¿Por qué no? ¿Por qué sigues defendiéndolo? Está claro que las cosas son así,
aunque te pongas a llorar eso no va a cambiar. ¿Nunca te lo dijo tu madre? Nada se
consigue gritando y llorando.
-¿Cómo puedes…? Por favor, ya vale. ¿Qué te he hecho yo? ¿Qué te ha hecho mi
hermano? ¿¡Por qué no nos dejas en paz!? – no podía parar de llorar, muerto de
miedo.
-Oh no, no te hagas la víctima Billy. ¡Estoy muy enfadado contigo! ¡Me has
traicionado! Es justo que ahora recibas un escarmiento por ser un niño malo.
-Si. Tú… me ha hecho mucho daño verte así. ¿Por qué… por qué has tenido que
pasar la noche con él?
-Si, con Tom. ¿Por qué? Yo confiaba en ti. Siempre diciendo que eres muy fiel,
que lo que más admiras de las personas es su fidelidad. Has mentido. Me has
mentido.
-Yo no te he mentido. – si alguna vez llegué a pensar que ese tío tenía algo de
cuerdo, desapareció en ese momento. – Yo no te he mentido. ¡Tú no tienes nada
que ver conmigo! ¡No soy tu puto amante!
-¡Por supuesto que si! ¡Yo siempre estoy contigo, siempre te he protegido, siempre
te he seguido y siempre te he apoyado! ¡Tú eres mío, me perteneces!
-¡No! ¡Yo ni siquiera te conozco, solo eres un loco joder! ¡Se te ha ido la pinza!
-Por favor, por favor, te lo suplico… él no tiene nada que ver… sal de la habitación
y déjale en paz… después… después puedes hacer conmigo lo que quieras… - se
me atascaban las palabras – Pero por favor… déjale en paz…
-¿Tanto le quieres?... ¡Pues corre a salvarlo! – y colgó tras ese grito. El mundo se
me vino encima. Los ojos me picaban por las lágrimas que habían echado a perder
el maquillaje, tenía ganas de vomitar y no era capaz de respirar bien. Como si el
aire no me llegara a los pulmones. Un ataque de ansiedad y a pesar de lo mareado
que estaba, salí corriendo hacía la puerta, la abrí y pasando por entre los dos
guardaespaldas, salí corriendo a la calle.
Supongo que llamaría mucho la atención, además de por los gritos de los
guardaespaldas. Los fans estaban allí al lado haciendo cola y creo que muchos
empezaron a seguirme, pero yo no me detuve.
Cada paso que daba era más pesado que el anterior y cada vez me costaba más
respirar y el miedo a lo que le podría ocurrir a mi hermano cada vez estaba más
presente. Me estaba asfixiando, me estaba muriendo de solo imaginarme a Tom
mutilado en la bañera.
Esa tarde Bill había ido al médico y lo habían adelantado hasta el lugar donde se
celebraría el concierto. Cuando me desperté, sobre las tres más o menos, por un
momento el mundo se me vino encima al no verlo a mi lado hasta que recordé que
tenía cita con el médico y que era imposible que le hubieran secuestrado o algo
parecido mientras yo dormía. Aun así el peso de la preocupación no cesó en toda
la tarde. ¿Estaría bien? Era lo que me preguntaba una y otra vez, al menos podría
haberme dejado una notita.
Después de hablar un rato con Gustav y Georg, llegó la hora de empezar a
arreglarme para el concierto. Me encerré en el baño y empecé a ducharme sin
muchas ganas, dándole vueltas una y otra vez al tema de Bill. Tenía unas ganas
inmensas de pillar al acosador y reventarle la cara a hostias. No quería que lo
pillara la policía, quería pillarlo yo mismo y ocuparme de él, seguro que se le
quitarían las ganas de acosar a nadie enseguida.
Pensando en eso y con una sonrisa en la cara imaginándome que podría hacerle,
salí de la ducha, me puse los boxer y los pantalones que llevaría esa noche y me
estrujé las rastas para escurrir el agua que quedaba en ellas. Salí del baño y miré
la camiseta y la gorra que me pondría para el concierto, era perfecto, todo estaba
en orden pero… tenía una extraña sensación de vértigo recorriéndome el cuerpo.
No sabría como explicarlo, todo estaba bien a simple vista pero yo sabía que algo
estaba mal y me di cuenta de que así era cuando miré en la mesilla de noche.
¿Dónde estaba mi móvil? Me acerqué a la mesita con el ceño fruncido. Allí estaba
mi ecografía, bueno… la de Bill y mía. Estaba seguro de haber dejado mi móvil
sobre ella ¿Qué demonios…? Y me fijé de repente en el jarrón de cristal que me
había parecido tan cursi al llegar a esa habitación. El cristal me reflejaba a mí…
y a algo moviéndose a mi espalda. Una sombra que se me acercaba sigilosamente.
El corazón se me aceleró y he de admitir que me acojoné por completo, pero no
cundió el pánico. Clavé la vista en el cristal y observé esos movimientos, quieto, y
cuando lo vi justo a mi espalda, agarré el jarrón, me di la vuelta y con todas mis
ganas, se lo estrellé en la cabeza, haciéndolo añicos. Ese tío cayó al suelo, no
pude ver gran parte de su cara, el cabrón estaba encapuchado.
-Oh tío, te tengo unas ganas enormes, de verdad, ¿Por qué no sueltas el pincho y
peleamos con los puños, como dos hombres de verdad?
Más gritos… y uno en particular me hizo mirar abajo, a unos cuarenta metros
hasta el suelo.
Cuando empecé a acercarme al hotel, los gritos se intensificaron. Miré hacía atrás
unos segundos, había gente, la mayoría, chicas persiguiéndome y gritando, pero
esos gritos venían de otra parte, de la calle a la que acababa de entrar. La gente se
estaba agrupando frente al hotel como si fuera una feria recién abierta. Me quedé
paralizado unos segundos, no podía ver bien con tantas lágrimas y maquillaje
corrido, aun así, me metí por entre la muchedumbre de gente que se estaba
formando allí y a base de empujones intenté salir.
-¡Oh, dios mío, se va a caer! – oí gritar a alguien y más gritos de espanto. Me vi a
mi mismo deteniéndome enseguida con un escalofrío recorriéndome la columna y
miré hacía arriba. Allí había alguien colgando, alguien intentando no caerse desde
la séptima planta. Sabía que era él antes de identificar claramente sus rastas sueltas.
Miré hacía la derecha donde por la ventana, se asomaba él. Un hombre con una
capucha negra que atando cabos identifiqué como el acosador enseguida. Lo estaba
intentando. ¡De verdad estaba intentando matar a Tom!
-¡Tom! – en aquel grito me desgarré la garganta, pero ¿Qué más daba? No me paré
a pensar, simplemente corrí hacía el interior del hotel.
Ese grito había sido de mi hermano, estaba seguro. Miré hacía abajo y solo pude
ver como alguien corría hacía el interior del hotel y simplemente, sabía que era
Bill. Cuando volví a alzar la vista, me encontré con él, con ese loco que me miraba
con sus ojos escondidos tras la capucha y entonces, volvió dentro de la habitación
enseguida. Él también había visto a Bill.
-¡No! ¡No! ¡Eso si que no! ¡Aléjate de mi hermano, cabrón! – por supuesto, siendo
muy consciente de que no me iba a hacer caso y de que yo me iba a matar sino
hacía algo enseguida, empecé a mirar de arriba abajo buscando una manera de
meterme dentro del hotel de nuevo. Los brazos me estaban matando, el dolor era
insoportable. Y lo encontré. Mis piernas estaban colgando justo delante de la
ventana de una habitación de la sexta planta. Con cuidado y haciendo uso de toda
mi fuerza, soportando todo el dolor soportable, me balanceé de atrás hacía
delante y pegué una patada al cristal de la ventana, haciéndola añicos. Me
balanceé de nuevo y de un salto caí dentro de la habitación, sobre los cristales
rotos. Me corté por todas partes, en la cara, en los brazos, en el pecho, las piernas
y el dolor de los brazos seguía muy presente. De todas formas, me levanté y salí
corriendo de la habitación, abriendo la puerta, corriendo por el pasillo hacía las
escaleras. Monté una escena de película de terror de muerte, yo ahí, corriendo,
llenando las paredes y el suelo de sangre, buscando a un loco que quería matarme
con un puñal… o él buscándome a mí.
Bajé las escaleras casi cayéndome por ellas, poniéndolo todo perdido…
Subí las escaleras de cuatro en cuatro, con el corazón saliéndoseme por la boca y
entonces, en la cuarta planta…
Choqué con alguien que subía a trompicones, tan desesperado como yo…
-Joder Tom…
-No me han apuñalado, son superficiales así que no pongas esa cara. Solo me he
cortado un poco. – no sabría describir que hubo en ese ambiente que lo hacía
diferente de los demás, era como más… más mágico, más etéreo. Un momento
muy íntimo entre nosotros. Bill me acarició las mejillas y sollozando pegó su
frente a la mía, aun desesperado. Por unos segundos respiramos el mismo aliento
y entonces se abrazó a mi cuello, llorando otra vez.
-Me dijo que te iba a matar… snif… casi me da un ataque… - no entendía muy
bien que decía, así que simplemente correspondí el abrazo, rodeándole de la
cintura con fuerza, apoyando la barbilla en su hombro.
-No pasa nada… ya no… buff… - nos callamos como dos muertos, solo oíamos los
sollozos de Bill. De repente me entró sueño y la vista se me empezó a nublar un
poco. Estaba mareado.
-¡Hijo de puta! – cuando era pequeño siempre me habían intimidado las peleas,
siempre había hecho todo lo posible por esquivarlas, pero cuando había que pelear,
yo lo hacía muy en serio. En cuanto vi a ese loco encapuchado con el puñal en la
mano, empujé a Tom y me abalancé contra él. Me tiré a su cuello como un perro
rabioso y le clavé los dientes con toda la fuerza de la que era capaz. Él gritó y me
aparté en cuanto noté el sabor de la sangre escurrirse por mis labios. Me separé y le
encasqueté un rodillazo en la entrepierna, o lo que es lo mismo, en todos los
huevos. De nuevo gritó y se encogió sobre si mismo. Para rematar le di un
puñetazo en la mejilla que lo hizo estrellarse contra la pared. Nunca me había
sentido tan orgulloso de mi mismo. Nunca hubiera dicho que yo fuera capaz de
hacer algo así, eso si, el puñetazo me había dolido más a mí que a él, que se
levantó casi enseguida, mostrándome el puñal que agarraba con fuerza en su mano.
Eso si que no lo había visto venir.
-No te acerques Billy. – rugió con voz grave. – No quiero hacerte daño. – miré a
Tom, que parecía fuera de si, pestañeando sin cesar, tomando aire a bocanadas,
buscando un sitio donde clavar la mirada perdida que tenía. Parecía no saber donde
estaba.
-¡Cabrón de mierda! – de nuevo me abalancé contra él, pero esa vez la jugada no
me fue muy bien. No se exactamente que hizo, me golpeó en la cara con el puño y
me tiró al suelo de una bofetada con los nudillos. La sangre empezó a descender
por mi nariz, la que me había roto con ese puñetazo y lo miré entre sorprendido y
asustado, acercándose a mí, despacio.
-Te lo dije, Billy ¡Te dije que no te acercaras! ¿Por qué siempre me desobedeces?
¡Podría haberte hecho daño! ¿Lo ves? Ahora tienes tu preciosa nariz rota, ¿Y ahora
qué? ¿Y ahora qué? ¿¡Eh!? – retrocedí. – Ahora estate quietecito como un niño
bueno hasta que termine de… ¡Aahh! – cayó al suelo frente a mí. Tom lo había
agarrado del tobillo y lo había hecho caer y ahora, se había subido encima suya,
agarrándolo de las muñecas, forcejeando con él.
-¡Suéltame Billy! ¡Suéltame o tendré que hacerte daño otra vez! ¡Suéltame!
-¡No! ¡Joder, estás como una puta cabra! ¡Ni yo soy tu amante ni soy nada, ni
siquiera se quien eres! ¡Suelta a mí hermano o me mato, te juro que me atravieso el
cuello con el puñal ahora mismo! ¡Suéltalo! – el brazo con el que agarraba el puñal
le tembló. Tom me miró por encima de su hombro, con los ojos muy abiertos.
-¡Es mi hermano gemelo imbécil! ¡Si lo matas me quitas media alma! ¡Así que
suéltalo! – el momento de tensión fue enorme. Por unos segundos solo pudimos oís
nuestras respiraciones entrecortadas, segundos eternos y entonces… el sonido del
puñal caer al suelo retumbó en nuestros oídos. Temblando, solté el brazo del
acosador y le pegué una patada al puñal enseguida, que cayó por las escaleras.
Poco a poco, él se fue levantando de encima de Tom, se apartó de nosotros muy
despacio… y salió corriendo escaleras arriba. Me faltó tiempo para tirarme encima
de mi hermano, abrazándolo con toda mi fuerza. A él le faltó tiempo para
reaccionar y coger aire.
-Joder Bill… casi nos mata… - estaba temblando de miedo. – Ese maldito loco
cabrón… - se levantó entre espasmos, conmigo aun agarrado de su cuello. Le costó
trabajo levantarse, pero no me pidió que le soltara. - ¡Au! Mi brazo… - tenía una
enorme raja desde el codo hasta la muñeca, sangrando a borbotones. – Vámonos de
aquí… vámonos antes de que vuelva ese loco…
-¿Qué me vas a contar? Nunca he corrido tanto en mi puta vida. La próxima vez
que alguien te mande mensajitos extraños al móvil, lo voy a tirar por un puente
¿sabes? Y como se te ocurra ocultármelo, tú iras detrás, ¿entendido? – Tom
suspiró.
Tom me miró unos segundos, yo hice lo mismo, con los ojos muy abiertos.
-Será mejor que… salgamos ya… o me desangraré aquí mismo… - y yo solo fui
capaz de asentir con la cabeza, aturdido. No había que darle muchas vueltas, había
sido el susto lo que nos había impulsado a ello, nada más. Un beso fraternal como
cualquier otro y se acabó.
Ayudé a mi hermano a bajar las escaleras, que iba medio mareado y cuando
llegamos a las puertas del hotel, nos encontramos con la policía corriendo de aquí
allá, entrando en el hotel. A buenas horas. Gustav y Georg nos miraron con los
ojos como platos. Ni siquiera se habían dado cuenta de que todo este lío había sido
por nuestra culpa, por mi culpa. Había mucho que contarles a ese par de vagos.
Montones de personas estaban allí reunidas, muchas fans. Hubieron muchos gritos
cuando salimos por la puerta. Saki se nos acercó y cargó con Tom, medio
desmayado, hacía fuera. La ambulancia venía de camino entonces. Quizás se
llevaran a Tom al hospital y por supuesto, yo iría con él.
Me senté a su lado mientras Saki le ataba una camiseta a la herida del brazo
intentando parar un poco la hemorragia cuando tuve un mal presentimiento de
nuevo, un escalofrío me recorrió entero cuando noté la vibración de mi móvil en el
bolsillo trasero de mi pantalón. Solo yo oí la musiquilla que indicaba que alguien
me estaba llamando, habían demasiados gritos. Temblé y decidí no cogerlo, pero al
ver que insistían, no pude resistirme. Tragué saliva, lo saqué del bolsillo y miré la
pantalla.
Tom…
Por supuesto, no era Tom. Yo sabía quien era y no pensaba cogerlo. Miré la
entrada del hotel y caminé hacía uno de los policías, para preguntar si habían
cogido ya a ese tío. El móvil temblaba en mi mano y fue entonces cuando todo
acabó... el principio de mi trauma.
Oí un tremendo golpe a mi lado, algo había caído desde arriba y todo el mundo
empezó a gritar aun más fuerte. Algo salpicó mi cara y mi ropa. Todo el mundo
empezó a retroceder, yo me quedé estático en el lugar. Me llevé la mano a lo que
me había caído en la cara y lo miré impregnado en mis dedos. Sangre…
A mi lado, allí estaba él, el acosador… con los sesos esparcidos por el asfalto.
Y un grito… mi grito…
Capítulo 6: ¿Realidad?
-¡Bill, ya! Era una pesadilla, ¡Una pesadilla! – Tom lo zarandeó despacio,
intentando hacerlo reaccionar y despertarlo de su fase de entresueño. Cuando se
despertaba de esa forma, no sabía donde estaba ni quien era, solo recordaba la
pesadilla, los recuerdos de esa noche que lo habían dejado cargando con un pesado
remordimiento que no le correspondía.
Aquello era penoso, pero así era. Si ese muerto regresara a la vida, lo mataría de
nuevo con sus propias manos.
-No hay forma… - murmuró Bill, encogiéndose sobre si mismo. – No se va… esta
pesadilla…
-No digas burradas. Hoy has estado muy bien, te has reído mucho y…
-Tú no lo entiendes. Solo… solo ha sido por Andreas. Es tan optimista y alegre que
me contagia su alegría. Me siento bien a su lado. – Tom tragó saliva, mirando a su
hermano con expresión de circunstancia. – De verdad me alegra que se quede, pero
eso no cambia nada... ¡No lo aguanto! – por unos momentos, ambos se quedaron
en silencio. Tom quedó pensativo mirando a su hermano. Bill no comía bien, no
dormía bien, no tenía ganas de cantar, no sonreía ni hacía bromas como antes… se
aislaba. Sentía que se distanciaba del mundo y si su hermano lo hacía, él acabaría
volviéndose loco.
-No me digas.
-¿Qué pasa? ¿Quieres deshacerte de mí? ¿Te molesto Tom? ¿Es eso?
-¡Por mí bien nos hemos tomado un año sabático y aquí estoy, tirado en la cama y
gritando a cada hora que intento pegar ojo!
-¡Pues si, aquí estamos todos cuando tendríamos que estar rodeado de fans
aclamando nuestros nombres! ¡Si tanto te molesta, te jodes y ya esta, como
estamos haciendo nosotros! – Bill cayó de súbito y Tom se llevó una mano ha la
frente, sofocado.
-No ha sido tu culpa, son cosas que pasan y si necesitas un año de descanso para
que todo este mal trago se te pase, no pasa nada, da igual, lo entendemos todos.
Pero lo que no quiero es estar un año sin hacer nada ni llegar a ninguna parte para
que sigas igual, ¿vale? – Bill bajó la cabeza, decaído. Ahora era Tom quien se
sentía culpable. Era demasiado directo y Bill, en lo referente a casos como aquel,
demasiado sensible.
-No digas pegos. Ellos lo entienden, yo lo entiendo, todo el mundo lo hace y sino,
que se joda. No puedes hacer más. Te fuerzas demasiado y te culpas de todo y
encima te llamas a ti mismo egoísta. Por una vez cumple con tu palabra y piensa
solo en ti, ¿quieres?
-A ver – Tom suspiró. - ¿En que has estado pensando? En ninguna locura espero.
-No es una locura pero… creo que la idea no te va a gustar, aunque tal vez me
ayude a quitarme este peso de encima.
-Si tú crees que esa idea te va a ayudar, yo también. Venga, canta Mimosín. – Tom
esperó pacientemente su respuesta, una posible solución que estaría dispuesto a
aceptar si con ella ayudaba a su hermano… o eso pensaba antes de escucharla.
-Quizás… un psicólogo pueda echarme una mano ¿no? – preguntó su hermano con
expresión inocente. Tom abrió mucho la boca.
-¿Por qué no? Esto es un trauma, un problema psicológico, uno de esos tíos puede
ayudarme, he oído que hasta son capaces de hacerte olvidar la causa de tu trauma
como si nunca hubiera pasado.
-Igual que pueden hacerte olvidar eso, pueden hacerte olvidar cualquier otra cosa.
Bill, que esos tíos trabajan la mente humana, que manipulan a la gente con mucha
facilidad, ¡Que son psicólogos! Pueden saber lo que piensas y lo que sientes nada
más ver tus movimientos. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué sepan lo que sientes y se
aprovechen de ello? ¿Qué te manipulen como una marioneta cuando aprendan a
controlar tu mente?
-Tom, que son médicos no hipnotizadores coño. Que la primera tía que te ha
rechazado en la vida fuera la psicóloga del colegio te ha creado un trauma, quizás
quien debería meterse en tratamiento eres tú.
-Esto no tiene nada que ver con la psicóloga del colegio… además, no me
rechazó… era fiel a su marido que es otra cosa distinta. ¿Qué culpa tengo yo de
que de todas las tías que había allí la que más buena estaba fuera fiel?
Normalmente, las guapas son las más putas.
-Si, Tom, lo que tú digas, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Creo que un
psicólogo podría ayudarme de verdad.
-Pues yo creo que no, que te lo hará pasar peor y para eso no pienso gastarme
doscientos euros la consulta.
-En todo caso me los gastaré yo, tú solo me acompañarás y mientras yo hablo con
el tío ese, tú podrás pasearte por allí y ligar con guapas pacientes.
-A quienes les faltara un tornillo. Que no Bill, que tú no vas a ver a ningún
loquero, además tú nunca lo has necesitado, los odias tanto como yo.
-¿Crees que te lo pediría si creyera que no me hiciera falta? Pero es así… esto me
puede de verdad. David me aconsejó uno pero no quise ir, creí que podría con esto
solo pero… buff… de verdad que estoy desesperado. – Tom puso los ojos en
blanco. Odiaba a los médicos tanto como su hermano y sabía tan bien como él que
nunca se pondrían en manos de uno sino era estrictamente necesario y menos a un
psicólogo. Esos eran los peores, capaces de sacarte todo, de hacerte ver cosas.
Podían animarte y salvarte… pero si querían podían hacerte decaer y aprovecharse
de la persona a la que trataban y siendo dos famosos como ellos, eso sería muy
provechoso.
Sabía que Bill era muy maniático, le gustaba tener todo bajo control y nunca iría a
ver a uno de esos tíos… a no ser que de verdad estuviera muy desesperado.
-Irás al médico. Pero al que yo elija, ¿estás de acuerdo? – su hermano lo miró con
sorpresa e incredulidad.
-Bueno… no exactamente… ¡Es mucho mejor que eso! Tú solo déjamelo a mí.
Mañana mismo podemos presentarnos delante suya.
-Tom, te estaba buscando. – madre mía, tenía la voz tan ronca como la mía
cuando me levanto por las mañanas.
-Eso no importa ahora, quiero aprovechar que estoy tan pedo que apenas puedo
hablar para decirte una cosa… - le entró hipo. - … una cosa…
-¿Has hecho algo malo? Si te has cargado alguna de mis guitarras o has prendido
fuego a mis gorras prefiero no saberlo.
-No… el problema es que quiero hacer algo malo… contigo… - Bill se me acercó y
apoyó la mano en el lavamanos. No parecía ni saber donde estaba.
-Escucha…
-Te estoy escuchando, pero no me vengas con rodeos, suéltalo todo de una vez.
-Vale. – por un momento pareció haberse quedado pillado. Miró al suelo, con la
cabeza más allá que aquí y luego me miró fijamente, intentando parecer serio. –
Quiero despertarme mañana en tu cama.
-¿Y entonces que me estás contando? – Bill estaba rojo, no se si por la borrachera
o por lo que me tenía que decir. Tenía la vista desenfocada, intentando clavarla en
mí y de repente, en silencio, apoyó la mano en mi hombro, cerró los ojos y juntó
sus labios con los mío. Abrí los ojos como platos y me quedé quieto sin hacer nada
hasta que se separó de mí y me miró de nuevo un poco perdido.
-Ah… ya.
-Por eso no podía decírtelo sobrio… no quiero acordarme de la cara que estas
poniendo ahora mismo… pero quería probarlo… quiero ser yo quien este en tu
cama y no una de tus groupis. De todas formas, ya sabía que no podía ser… no
estoy decepcionado. – él podía decir misa, pero las lagrimitas que empezaban a
derramarse y recorrían sus mejillas estropeándole el maquillaje lo delataban. –
En fin… espero que ninguno de los dos recuerde esta conversación, no me
gustaría perderte como hermano también. Que disfrutes con tus novias. – en
realidad, las ganas de moverme en la cama habían vuelto, pero no pensaba
disfrutarlo con mis novias, sino con mi propio hermano. Le agarré de la mano y
tiré de él con fuerza. Si alguien supiera con que ganas empezamos a comernos la
boca. Ya no era labios contra labios, sino lengua contra lengua. Su piercing se
notaba caliente y húmedo entre mis labios. Aquello no era como besar a una
groupi o una tía cualquiera. Bill, aunque un poco desorientado al principio, sabía
lo que hacía además, aunque por la borrachera no se estuviera luciendo
precisamente, el sentimiento que me provocaba, de total comodidad y confianza,
sin hablar del placer, no podía compararse con ningún otro.
-Bill ya. Mejor nos vamos, no creo que aguantes mucho en pie. – en realidad,
aquel ruido me había servido para hacerme reaccionar. ¿En que estaría
pensando? Mi hermano estaba borracho, yo tampoco estaba muy sobrio y esa
repentina atracción sexual no había sido nada más que un impulso del momento.
Nunca me había gustado ver llorar a Bill, cuando pasaba me entraba el bajón y
hasta que no lograba volver a hacerle sonreír no me quedaba contento. Y lo peor
era que sus lágrimas siempre eran de lo más oportunas, esto era prueba de ello.
Lo sujeté por los hombros y medio empecé a empujarlo hacía la salida, pero él se
resistía. Con su mirada, brillante por el agua que inundaba sus ojos y su expresión
melancólica siempre conseguía lo que quería. Joder, no podía verle así.
-Como quieras. Pero luego te echaré las culpas a ti. – me miró confundido unos
segundos y casi cae de rodillas al suelo cuando me di la vuelta y empecé a
arrastrarlo hacía atrás, alejándonos de la puerta de donde empezaron a sonar
voces. El pomo se movió y rápidamente, cargando con la torpeza que Bill poseía
en aquel momento, abrí el cubículo de uno de los baños y lo empujé dentro,
metiéndome yo también. Cerré el pestillo de la puerta.
-Tom… ¿Qué haces?... hip… - Bill se sentó en la tapa del water, mirándome medio
ido. Los dos oímos las voces de varias personas entrar en el lugar. Me mordí el
labio. El corazón se me iba a salir del pecho cuando miré la cara de sorpresa que
había puesto mi hermano. – No… ¿No irás a…?
-¿No era esto lo que querías? – murmuré por lo bajo. No era cuestión de que nos
escucharan. Bajé la cabeza hasta su altura, sonriendo no se si por nerviosismo o
porque me hacía gracia su expresión. Bill no dijo nada, pero estaba tenso, lo
notaba. Le di un beso en la sien, en la mejilla, en el cuello… él echó la cabeza
hacía un lado y me agarró de la camiseta.
-Nos van a oír… no puedo… - casi podía oír como el corazón parecía estar a
punto de salírsele del pecho cuando me concentré en besar y lamer la parte de su
cuello que había justo debajo de su oreja. Sentía sus escalofríos, le temblaba todo
el cuerpo de pura excitación.
-Tranquilízate. – murmuré en su oído. Aparté el pelo liso que le caía en la cara y
lo coloqué tras su oreja, agarrándolo de las mejillas y plantándole un beso corto
en los labios. – Si no quieres que nos descubran, tápate la boca o… mantenla
ocupada con la mía. – no había color entre los labios de Bill o de cualquier otra
tía que me haya llevado a la cama, la excitación y el placer que me provocaba no
me la podía haber dado nadie.
Me agarraba las muñecas con fuerza, las manos le sudaban y parecía faltarle el
aire cada vez que alcanzaba su lengua con la mía. Las voces que se escuchaban
detrás de la puerta nos sobresaltaron y Bill se separó de mis labios enseguida,
pálido. Un hilillo de saliva descendió desde sus labios hasta la barbilla.
-No podemos… nos van a pillar… vamos ha dejarlo, luego seguimos en el hotel.
-¿Qué?
-Que digas que está ocupado. – Bill negó con la cabeza. Iba a darle un ataque de
nervios. De nuevo llamaron a la puerta y yo lo agarré del cuello de la camiseta y
lo levanté, plantándolo de cara a la pared, pegándolo ha esta. Él me miró con
pánico, notando como me pegaba a él por la espalda y empezaba a subirle la
camiseta. – Di que está ocupado sino quieres que te pillen medio desnudo y a mí
con las manos metidas en tus pantalones, dilo. – me restregué contra él con fuerza
y por su expresión azorada, estaba claro que me la había notado, tiesa y dura.
-Muy bien. Sigamos entonces. – por muchos golpes que dieran a la puerta, no creo
que hubiera sido capaz de parar. Estar allí, con mi hermano, a dos pasos de que
nos descubrieran en pleno acto incestuoso… era realmente peligroso... pero tan
morboso.
-Tom joder…
-Shhh – le tapé la boca con la mano y metí la otra por debajo de su camiseta,
acariciándole el pecho. Pareció relajarse enseguida y echó la cabeza hacía atrás,
apoyándola en mi hombro. - ¿Preferirías hacer esto en una cama? – le susurré al
oído, subiéndole la camiseta. – Billy… - despacio, levantó los brazos y se la saqué
lentamente, soltándola en el suelo. - ¿Tienes miedo de que nos pillen? – él me
agarró la mano con la que le tapaba la boca, temblando. Sentía su aliento chocar
contra mi piel. La tensión se había desvanecido con las caricias que le dedicaba a
su pecho desnudo y lo arrastré hacía atrás, lejos de la pared. Me senté en la taza
del inodoro y lo hice sentarse a horcajadas sobre mí. Noté los latidos acelerados
de su corazón cuando le acaricié esa parte del torso, había vuelto a ponerse
nervioso - ¿Qué pasa ahora? Es que acaso… ¿La sientes debajo de ti? Todo eso es
mío. – sonreí por su expresión de sorpresa y su rubor.
-Bill, no te muevas tanto. – se rió por lo bajo. Estaba totalmente rojo y yo estaba
seguro de que no era menos. Nunca me había sentido avergonzado delante de una
presa… pero Bill no era una presa, era mi hermano al que no me sentía atraído
solo de manera sexual, le quería… le quiero. Y quiero más.
-Aahh… Tom…
-Shh… más bajo. – había pegado un bote sobre mis piernas cuando colé mi mano
por sus pantalones, buscando y sobando todo lo que encontraba bajo ellos. –
Sabía que no era el único guarro…
-¡Que está ocupado joder! – no quería que Bill se pusiera tenso, no quería verle
pasarlo mal, no entre mis brazos… no quería que llorara como había empezado ha
hacer. – Bill no…
-No puede ser… odio esto… odio estar enjaulado y lo que más odio es que eres tú
quien me encierra y tira la llave. – el corazón se me rompía a pesar de no entender
a que se refería. De nuevo llamaron a la puerta y sus lágrimas aumentaron.
-No pasa nada Bill. No llores… - pegué una nueva patada a la puerta, reprimiendo
mi rabia contra quien estuviera tocando y concentrándome en los sollozos de mi
hermano. Le aparté el pelo de la cara y le aparté las lágrimas, pero seguían
saliendo sin parar.
-¡Deja de encerrarme, libérame de una vez!– Bill se dio la vuelta y me abrazó con
fuerza, llorando en mi hombro. No sabía que hacer. ¿Qué había hecho mal?
Nunca había sido tan cariñoso con nadie, nunca había tocado así ha nadie,
centrándome en su placer antes que en el mío propio y lo había hecho porque era
mi hermano, mi hermanito, a quien más quiero ya sea de forma fraternal o no, a
quien quiero proteger, por quien daría mi vida. ¿Qué he hecho mal?
-Te quiero… - las palabras me salieron solas y los suaves besos en el cuello
también. – Te quiero…
Los golpes en la puerta parecían que la iban a tirar abajo, pero no nos separamos
en ningún momento.
Y en ese momento, Tom abrió los ojos. Bill estaba a su lado, en la cama, dándole
pequeños tortazos en la cara, intentando deshacerse del abrazo en el que su
hermano le había envuelto. Tras unos segundos durante los cuales Tom pareció
situarse en el Limbo, Bill le pegó un empujón y cayó de culo al suelo, bajo la
atenta mirada de su hermano. - ¿Se puede saber en que mierda sueñas para intentar
espachurrarme? – Tom lo miró con los ojos muy abiertos.
-¿Có…Cómo? ¿Dónde estoy? – Bill puso los ojos en blanco.
-En nuestra habitación y para más información, son las doce de la mañana y
tenemos cita con el psicólogo ese a las una ¿no? ¡Llevo medio hora intentando
despertarte y tú en tu mundo yupi! No quiero ni imaginarme en que estarías
pensando para ponerte a gritar te quiero. – Tom aun estaba medio perdido,
intentando distinguir entre la realidad y los sueños. Enseguida captó que eso era la
realidad y lo otro, donde supuestamente había estado a punto de tirarse a su
hermano era el sueño… un momento, ¡Había soñado que se tiraba a su hermano en
un sueño! Se hubiera puesto a flipar en colores bermellones sino lo hubiera
sobresaltado el ruido que hacía alguien llamando a la puerta.
-¿Se puede saber que estáis haciendo para no dejarme pasar? Me estoy imaginando
lo peor. – oyó la voz de Andreas al otro lado de la puerta, impaciente.
-Llevas diciendo eso media hora Bill y aquí, en el salón, me acabo de encontrar a
ciertas personitas tiradas por el suelo, que me han confundido con Tom. ¡Con Tom,
joder! ¡Ni que tuviera una fregona en la cabeza! Vuestros amigos han vuelto ha
casa con un pedo de infarto. Georg ha vomitado en la entradita y Gustav llevaba
peluca ¡Y que peluca de mal gusto! Ahora parecen una mezcla de zombis y niña
del exorcista acojonante.
-¡Haber capullo, que te crees que puedes venirte a vivir aquí con nosotros e irte de
rositas! ¡Pues no, para pagar el alquiler vas a ocuparte de la casa! ¿¡Captas o no!?
¡A partir de ahora vas a ser la chacha Andreas y sino quieres, puerta y a joderse! –
Bill miró a su hermano con una ceja alzada. Por lo visto se había levantado de mal
humor.
-¡Tom, no me jodas!
-¡Te jodo lo que me da la gana y ya estás corriendo a limpiar esa porquería sino
quieres que vaya a comprarte un puto traje de sirviente a la tienda de la esquina! –
no hizo falta decir más. Los gemelos oyeron los pasos apresurados del rubio
bajando las escaleras.
-Bueno, como veo que tu humor va mejorando, yo me espero fuera a que termines
de vestirte y hagas la cama pero antes… - Tom se cubrió la cara con las manos,
intentando que Bill no viera su expresión de preocupación. – He estado media hora
con el pestillo de la puerta echado para que nadie pudiera verte en ese… estado.
Así que primero ve a arreglarlo.
Tierra… trágame.
Capítulo 7: Conocer...
-Ka… Kaulitz.
-El mismo. Cuanto tiempo señor… eh… bueno, me alegro de volver a verle. – el
doctor tragó saliva, ese tonito amigable y el hecho de que le llamara “señor” y
tratara de usted, no podía ser bueno. – Pues pasaba por aquí y me he acordado de
usted y me he dicho, voy a visitar a mi íntimo amigo el doctor… ah…
-Aubrey…
-Verá… esta vez no vengo por mí, sino por mi hermano Bill. – el hombre
retrocedió en la silla, ¿iba a soltarle otra vez esos extraños ritos incestuosos que se
le pasaban por la cabeza? – Es que… mi hermano tiene un problema psicológico.
Le ha pasado una cosa muy chunga y necesita ayuda psicológica o eso es lo que
cree él. – el doctor suspiró. Parecía que los tiros no iban por donde creía.
-No, no… que yo sepa no. Él siempre ha sido muy… muy decente, muy cuidadoso
con su… anomalía.
-Ya lo se y eso es lo mejor de todo esto. – Aubrey alzó una ceja, esperando una
respuesta. – Quiero que usted trate a mi hermano. – el hombre alzó también la otra
ceja, sorprendido.
-Ya lo se, pero odio a los psicólogos. Mire, el caso es este. Usted se sienta en esa
silla y escucha lo que mi hermano quiera contarle, después, le da un consejo y le
dice que no pasa nada, que todo el mundo pasa por lo mismo alguna vez y que
disfrute de la vida que son dos días. Mi hermano saldrá de aquí más contento que
unas pascuas y usted…
-Un momento, para el carro. ¿Estás tratando de decirme que me haga pasar por
psicólogo y trate a su hermano?
-Hum… no. Eso es lo que mi hermano cree, yo solo le estoy pidiendo que le de un
par de consejos prácticos basándose en su experiencia como hombre de…
¿Cuarenta y pico años?
-Tengo treinta y nueve y medio.
-Pues eso. Usted solo escucha y le dice lo que cree que es correcto en su situación.
-Ah no. No, ni hablar, lo siento pero no. Me parece que no eres muy consciente de
lo que me estás pidiendo. Quieres que ejerza el papel de psicólogo sin licencia, eso
es un delito y muy gordo. Con ello pongo en peligro la salud mental de un
paciente. Ni hablar.
-¡He dicho que no por dios! ¡Es tu hermano! ¿no? ¿Cómo puedes insinuar el
engañarle de está manera? ¿Acaso quieres que empeore la situación? Haz el favor
de enviarlo a un psicólogo de verdad y…
-Ahora mismo… ¡Bill ya puedes pasar! – el pobre urólogo abrió los ojos como
platos, ¿Cómo que ya? Pero si apenas tenía idea de que era exactamente la
psicología y ahora, de golpe y porrazo, debía tratar a un chico famoso
recientemente entrado en la etapa adulta con problemillas existenciales. Y todo por
ese loco guitarrista con aires de rapero… aunque bien pensado, quinientos euros la
hora eran quinientos euros la hora, en dos horas ganaría mil euros y en una semana
¡tres mil quinientos euros! ¡Era rico! ¡Esos gemelos eran una mina de oro! Ahora
solo le quedaba esperar que el gemelo menor no fuera tan cansino y como el
mayor.
-“Los jóvenes de hoy en día” – pensó atento a cada movimiento del muchacho. Bill
anduvo hasta situarse al lado de su hermano, serio. El urólogo se sorprendió a
sobre manera. ¿Iba maquillado? ¿Qué se había perdido? ¿Desde cuando los
hombres se maquillaban? (Es un urólogo tradicional Xdd)
-Igualmente.
-Bueno… pues entonces os dejo solos para que habléis y todo ese royo. – Tom le
revolvió el pelo liso a su hermano, que lo miró molesto, planteándose el meterle un
grito. Odiaba que le tocaran el pelo, pero se contuvo. Ha diferencia de su hermano,
él sabía cuando comportarse con educación y cuando no. Tom abrió la puerta de la
consulta sonriente, sacando medio cuerpo por ella. – Cuide de mi hermano doctor
Aubrey. – habló en tono afable, pero en su mirada el urólogo pudo ver un brillito
amenazante que le puso los pelos de punta. Supo enseguida que si no hacía bien
ese trabajo, ese chaval era capaz de prenderle fuego con un mechero.
-Si, supongo… - se formó un silencio incómodo y tenso, ¿Y ahora que tenía que
hacer? ¿Preguntarle cual era su trauma?
-En fin, supongo que tendré que empezar a relatar como empezó todo y demás
¿no?
-Si, si, claro. Cuénteme.
-Bueno, pues todo empezó una noche, con una llamada perdida y un mensaje a mi
móvil…
Tom bebió distraídamente de la lata de coca-cola que tenía entre sus manos y la
dejó de nuevo en la mesa, olvidada, concentrándose en sus propios pensamientos.
Estaba en el rincón más alejado y oscuro de la cafetería más cercana a la consulta,
con una capucha cubriéndole las rastas y con las gafas de sol puestas. Las manos le
temblaban y no era capaz de dejar de mover las piernas con movimientos
nerviosos.
-Hola Tom Kaulitz. – lo saludó como si nada. Tom palideció. Una fan, ¿y ahora
que? Como se pusiera a gritar…
-¿Quieres un autógrafo, una foto? Lo que sea pero rápido, tengo prisa nena.
-No, al menos no hasta que me digas donde está mi novio. – Tom frunció el ceño.
A ver si esa tía iba a ser una de esas locas que se creían su novia después de
haberse acostado con ella.
-Hum… ¿nos hemos dado un revolcón antes? Perdona pero no me acuerdo de ti…
¿Eres… Samantha? ¿Jenny? No serás aquella canadiense tan mona de los baños
termales ¿verdad?
-De tu hermano Bill. – sentenció tan tranquila. Tom quedó estático, mirándola con
ojos desorbitados hasta que ella rompió a reír. – Era broma. – el mayor de los
gemelos suspiró con gran alivio. Por un momento había estado a punto de echarse
sobre ella dispuesto a matarla. Esa sobre protección con la que trataba a Bill
acabaría causándole problemas – Me llamo Leyna y soy la novia… bueno, la ex
novia de Andreas. – eso ya era otra cosa. La ex de Andreas no estaba mal pero…
iba a matar a ese puto degenerado. No podía tener una novia normal y corriente
como todo el mundo, no, tenía que tener una novia que intentaba imitar a el estilo
de Bill y… un momento… Andreas estaba con una especie de clon de su
hermano… ¡Porque quería tirarse a su hermano! Ahora lo tenía claro. Como ese
imbécil no podía estar con Bill, pues se buscaba una persona con su parecido físico
y… ¡A saber en que coño pensaba mientras se la cepillaba! Pensaría en Bill, en que
quien gemía con descontrol cuando se la metía era él, pensaría que el pelo de esa
tía era el de su hermano, que el culo de ella era el de Bill, que su cara ruborizada
mientras estaba entre sus brazos desnudos, restregándosele una y otra vez era la de
su hermano… que los labios que besaba eran los suyos…
-Si, si. Solo me he acordado de una cosa. Entonces tú eres la novia de Andreas.
-Ajá.
-Que me lleves hasta él para llevarlo de vuelta a casa. Sabía que acudiría a vosotros
y el muy idiota se dejó la dirección de vuestro apartamento en nuestro piso. He
venido enseguida, no puedo dejar que ese idiota se ponga a estorbar en casas
ajenas, es tan entrometido y le hecha un morro a la vida…
-¡Rebobina! ¿Has venido para llevártelo? ¿¡Y por qué no me lo has dicho antes!?
¡Encantado de conocerte Leyna, ahora mismo te llevo a nuestra casa para que
puedas llevártelo! – por fin algo bueno. ¡Iba a librarse de ese cabezón promiscuo
que rondaba a su hermano, increíble noticia!
Leyna sonrió ante su entusiasmo de manera que él ni siquiera se percató de su
sonrisa melancólica.
-Que cuando salí del hotel, él se tiró desde la séptima planta y… delante mía… se
mató, se suicidó. – el urólogo escuchaba la historia con los ojos muy abiertos,
picadísimo, sin dejar de oír una sola palabra. Desde luego, la historia de Bill era
mucho más interesante que las batallitas que le había contado su abuelo sobre la
guerra.
-Después me vine aquí con mi hermano y los demás y… hasta ahora he estado
deprimido, aislado, sin ánimo de nada y ya no se que hacer. – Bill bajó la cabeza
con expresión de auténtica preocupación. – Ni siquiera tengo ganas de cantar. – el
cantante miró al doctor con seriedad. Al cabo de varios segundos, este se dio
cuenta de que el muchacho solo esperaba un consejo suyo, un tratamiento, un…
algo ya que supuestamente era su psicólogo.
-Pues en mi opinión me parece normal que estés deprimido pero no sirve de nada,
es una pérdida de tiempo deprimirse por alguien que ni siquiera conocías y que se
ha suicidado por culpa de una demencia que solo te hizo sufrir y de la cual no eres
culpable. Intentó matar a tu hermano y estuvo a punto de matarte a ti ¡Que se joda!
– Bill lo miró con una ceja alzada. El doctor parecía sobre excitado. – Olvídate de
él, no te culpes. Es como culparse por la muerte de un tío mutilado por Hitler que
vistes despatarrado en la calle durante la carnicería que montó, ¡Seguramente
Hitler lo pilló porque no corrió lo suficiente, no porque tú no impidieras su muerte
y ahora Hitler y su ejército de nazis te tienen en el punto de mira porque te has roto
una pierna por el camino al pararte a intentar ayudar a ese pobre infeliz al que han
mutilado! – Bill puso los ojos en blanco unos segundos y asintió débilmente.
-…Si… entiendo…
-¡Pues eso, tienes que correr por tu vida Bill! ¡Si Hitler te pilla, será el fin!
-Si… yo… correré. – Bill se levantó muy lentamente de la silla y empezó a andar
hacía la puerta de la salida encogiendo el cuello. – Gracias por todo doctor…
ahora… voy a correr… su consejo me será de gran ayuda. – murmuró abriendo la
puerta y asomando la cabeza, mirando a ambos lados del pasillo, precavido.
-¡Vuelve cuando quieras! ¡Ha sido un placer conocerte! – Bill cerró la puerta,
sonriéndole con un tic en el labio y desapareciendo tras ella. – Hum… debí haber
estudiado psicología. Que profesión tan entretenida y además… parece que se me
da bien.
Cuando Bill salió de la consulta y del edificio donde estaba, buscó como un loco el
coche de su hermano que lo sobresaltó con un pitido para que lo localizara. Bill
corrió hasta él y se metió en el asiento del copiloto como si hubiera sido impulsado
con un muelle y echó el seguro en cuanto entró.
-Tom, no te asustes… pero creo que una banda de neonazis quiere mutilarme.
-¿En serio?
-¿En serio?
-Si, en serio. – Bill alzó una ceja, alzando el cuerpo de nuevo y mirando los
asientos traseros del coche desde donde había escuchado una segunda voz.
Al bajar del coche, lo primero que hizo Leyna fue agarrarse al brazo de Bill y
pegarse a él como una lapa. El cantante, quien la muchacha había empezado a
caerle bien después de estar un cuarto de hora hablando de música y de ropa, se
dejó agarrar sonriente… y Tom se preguntó si había hecho mal en traerla hasta allí.
Cuando abrieron la puerta del apartamento, se preguntaron si allí había tres
personas o una jauría de cerdos. Hacía la mitad del pasillo, este estaba lleno de
bolsas, latas y paquetes de gusanitos desparramados por el suelo. Oyeron gritos en
el salón y se acercaron a este, abriendo la puerta pero los gritos eran tales que nadie
se dio cuenta de que acababan de llegar.
-¡¿Pero que haces gilipollas?! ¡Dale de una puta vez! – gritó Andreas dando botes
en el sillón.
-¡¿No ves que es un puto enano?! ¡¿Vas a dejar que un enano de mierda te humille
así?! – Georg saltó del sofá, parándose frente a la tele, moviéndose histérico.
Gustav parecía el único tranquilo observando el campeonato de lucha libre en la
tele por cable cuando de repente, el grandullón repleto de músculos que peleaba
contra un tío más delgado y pequeño fue tumbado por este de un golpe.
-¡No! – gritaron Andreas y Georg, dando golpes y patadas a todo lo que se ponía
por delante.
-¡Si! – el batería se levantó del sofá, saltando como un loco. - ¡Os lo dije, os lo
dije, sabía que iba a ganar, jodeos panda de perdedores, soltad la pasta!
-Si es que Gustav, si es que no se te puede dejar solo. – sonrió Andreas, divertido
por la situación.
-Tú calla rubio, que te tengo una sorpresita ¡Mira quien ha venido a verte! – Tom
cogió a Leyna de los hombros, separándola de su hermano y plantándola delante de
Andreas, que primero, pareció quedarse pillado hasta que consiguió reaccionar al
verla cruzarse de brazos en actitud chulesca.
-¿Novia? – el bajista se levantó del sofá, observando la escena tan intrigado como
los demás.
-De eso nada, EX novia. – aclaró el rubio. - ¿Qué quieres ahora Leyna? ¿Cómo
sabías que estaba aquí?
-Fácil, solo tuve que echarle un vistazo al libro de, ¿Dónde van los hombres que se
pasan el día tocándose los huevos cuando su novia les deja? Y la conclusión fue un
lugar apartado en compañía de otros hombres que se tocan los huevos con una tele,
un sofá, latas de birra y todo ello rodeados de la mierda que no recogen para no
dejar de sentir el gustirrinín que conlleva el tocarse las pelotas… esto no va por ti
Bill – aclaró al moreno con tonito afable y lastimero. Bill sonrió e hizo un gesto
con la mano indicándole que no le importaba. – Pues eso, que te dejaste la
dirección al lado del teléfono y sabía que vendrías en busca de los gemelos.
-Buenos, pues vale, lo hice ¿Y qué? Esto no te incumbe. No se que estás haciendo
aquí, lo dejaste todo muy clarito cuando rompimos.
-Te dije que quedábamos como amigos, compartimos el alquiler y que te quedaras.
-¡No! ¡He venido porque se que tienes un morro que te lo pisas y no es cuestión de
darle por culo a tus amigos en su situación! ¡No me puedo creer que seas tan idiota
como para venirte aquí con toda la cara sabiendo lo que ha pasado!
-¡No quiero, no volvería contigo por nada del mundo después de todo lo que
dijiste! ¿¡Que te importa lo que le pase al imbécil al que utilizaste solo para pasar
el rato, eh!?
-¿Pero no decías que habías cortado con ella por infidelidad? – Andreas bajó la
mirada y bufó ante la pregunta del guitarrista.
-¿Qué se supone que les has contado Andreas? ¿Qué te había sido infiel y que tú
habías cortado conmigo? ¿Por qué no me extraña? Siempre tan orgulloso incapaz
de admitir que fui yo quien te dejó.
-¡Pues si, fuiste tú quien me dejó! ¿¡Y qué!? ¡Me da igual, ya lo tengo asimilado y
superado, no me importa una mierda lo que hagas! ¡Tú te lo pierdes! – gritó
cruzándose de brazos y sacándole la lengua como un niño pequeño. Leyna suspiró
con cansancio y negó con la cabeza.
-Es que no quiero hablar contigo. ¡Me echaste de tu vida sin ninguna razón, así, de
repente! Después de todo lo que hemos pasado juntos.
-A ver, a ver que esto se está poniendo ya muy dramático y no tengo ganas de
escuchar la parte cursi del panorama. ¿Por qué habéis roto? – Andreas adoptó
expresión indignada mientras que la cara de ella se volvió seria como la de una
estatua de mármol.
-Pregúntaselo a ella.
-¿Entonces que coño haces aquí eh? ¡Sino me quieres, lárgate! – respondió el rubio
a la defensiva. Los cuatro miembros del grupo observaban la escena con una ceja
alzada, sin saber que hacer. Por suerte o por desgracia, al líder del grupo aquella
pelea pareció tocarle la fibra sensible.
-Hablar en caliente no es de mucha ayuda en una situación como esta. ¿Por qué no
os quedáis esta noche y mañana ya habláis con más calma?
-¿¡Qué!? – gritó Tom, atónito.
-¡Si! Cuantos más mejor, además nos hacía falta una figura femenina que nos diera
un punto sensible y cuerdo o acabaremos todos descontrolados. – secundó el
batería.
-Cierto. Y también necesitamos alguien que sepa cocinar algo más que macarrones
y lasaña, ¿sabes cocinar guapa?
-¡Eh, esas confianzas Georg, de guapa nada! – saltó Andreas echándole una mirada
helada. – De todas formas, no quiero que se quede.
-Tú aquí no tienes ni voz ni voto, que tú eres el primero acoplado. Si se queda uno,
se quedan los dos, como Tom y yo, venís en pack de dos.
-Eh, que yo tampoco quiero que se quede, ni el uno ni el otro y lo digo a la cara y
no es por nada, pero aquí no cabemos los seis, hay cuatro habitaciones. Una de
Georg, otra de Gustav, la mía y la de Bill. No cogéis.
-Ya, pero tú duermes en la habitación de Bill, por lo que sobra una habitación. –
Gustav miró significativamente a la pareja de rubios, que negaron con la cabeza al
instante.
-Pues por eso no hay problema, yo puedo dormir en su habitación con ella y punto.
– una mirada asesina por parte de Andreas hizo callar al bajista súbitamente.
-Vale, pues yo duermo con ella y tú, Andreas, con Tom y se acabó. – los
mencionados miraron a Bill con impresión. Tom tenía ganas de estrangularlo por
dar semejantes ideas.
-Sino hay más remedio… me parece bien. – sentenció el rubio con seriedad,
sorprendiendo a Tom por su repentino cambio de humor.
-Entonces… ¿voy a dormir en la misma habitación que Bill? Que… que…
¡Increíble, es flipante! ¡Estoy alucinando de verdad! ¡Ahora mismo voy a preparar
un banquete para agradeceros que seáis tan buenos conmigo! ¡De verdad sois
geniales! – Leyna salió corriendo hacía la cocina, dando botes de alegría. Nadie
pareció darse cuenta de la lagrimilla que le recorrió la mejilla en ese instante, llena
de felicidad.
-Bueno, será mejor que yo también vaya a preparar mi cama. – murmuró Andreas,
incómodo al verse solo con Tom, que le dirigió una mirada helada.
-Joder, ¿Por qué coño no puedes volver a casa de tus padres y nos das un respiro? –
soltó sin ocultar su molestia y enseguida se arrepintió al ver la expresión
melancólica y perdida de su amigo, porque a pesar de que a veces fuera un coñazo,
era su mejor amigo.
-Sabes que antes de volver a casa de mis padres, preferiría vivir debajo de un
puente. – por supuesto, ¿Cómo no? Era normal que no quisiera volver a ese lugar
que Andreas tenía como casa de tortura. Por un momento, un recuerdo
desagradable de su rubio amigo pasó por su cabeza. Aquella vez que se lo encontró
pegado al porche de su casa, llorando, acurrucado, temblando de frío, con el cuerpo
lleno de moratones y cortes, con la nariz y el labio roto, una brecha en la sien y la
cara medio deformada por los golpes y su expresión de desolación y pánico. Les
pidió, les suplico que lo dejaran quedarse a dormir en su casa esa noche, solo esa
noche por miedo a que lo mataran si regresaba a esas horas.
Andreas había entrado en su casa, Simone, su madre, le había curado las heridas y
Gordon, su padrastro, le había estado contando anécdotas que le hicieron sonreír
aunque le dolieran los músculos de la cara al hacerlo y cuando se pasaron la noche
en vela, él, Bill y Andreas, jugueteando y contando historias de miedo, su amigo
había roto a llorar de alegría… el simple hecho de poder jugar tranquilo, sin miedo
a recibir golpes… solo por eso, se sintió el niño más feliz del mundo.
Andreas les estaba eternamente agradecido por esa noche en la que creyó tener una
madre cariñosa, un padre divertido y vigoroso y unos hermanos que le habían
apoyado y se habían quedado a su lado toda la noche, velando por que su sonrisa
no se congelara… nada más lejos de la cruel realidad que le había tocado vivir.
-De acuerdo. – Tom hizo un esfuerzo por sonreírle, quitándole un peso de encima –
Sube a preparar las camas y más te vale que la mía este bien lejos de la tuya eh, no
quiero mariconadas. – Andreas sonrió, agradeciendo la broma con la que había
quitado hierro al asunto. Tom y Bill, sin duda, eran los mejores tíos que podía
haber conocido. Corrió hacía las escaleras, subiendo el primer escalón cuando
sintió la mano de Tom sobre su hombro, deteniéndolo. – Sabes que Bill le ha
pedido a Leyna que se quede para que lo arregléis, ¿verdad?
-… Si.
-Estoy enamorado de ella Tom, lo se, así que no le des más vueltas. Por eso me fui
de allí, para quitármela de la cabeza. Da igual cuantos hombres o mujeres se me
pongan delante… yo… de verdad quiero a Leyna, desde el primer momento en que
la vi… pero eso no significa que tenga derecho a tratarme como un perro.
-Hum… ya. Si tanto la quieres, ¿Por qué actúas como si te diera igual que duerma
en la misma habitación que mi hermano?
-Porque de verdad no me importa. Si fueras tú, Georg o Gustav, eso sería otro
cantar pero se que Bill nunca intentaría nada con ella.
-¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Bill es tan hombre como yo o los demás –
Andreas miró a Tom perplejo, como si la respuesta a esa pregunta fuera tan simple
que le pareciera tonto el tener que escucharla.
-Es obvio.
-¿Obvio el que?
-Joder, parece mentira que tú, siendo su gemelo me lo preguntes a mí. Es obvio
que Bill no se acercará de esa forma a Leyna ni a ninguna otra en ese sentido
aunque durmiera desnuda y en su misma cama, pegada a él. – Tom frunció el ceño,
cabreándose de repente.
-¿Y cómo quieres que me ponga cuando mi mejor amigo llama maricón a mi
hermano gemelo?
-Claro que no lo es… porque tú te empeñas en restregarle por la cara que no debe
serlo.
-Solo delante de las cámaras, ¿Alguna vez te lo ha dicho a ti, cara a cara, a solas?
-¡Soy su hermano gemelo, no hace falta que me lo diga! – Andreas suspiró y negó
con la cabeza.
-Claro Tom. No puedo creer que ninguno de los dos se haya dado cuenta de que el
amor fraternal os tiene completamente ciegos… os empeñáis en vendaros los ojos
y al final, acabaréis chocando contra algo, ya lo veréis. – y como si nada,
desapareció por el pasillo de la segunda planta. Tom se contuvo unos segundos,
retrocediendo hacía atrás, alejándose de la escalera. Sabía que si seguía ahí se
lanzaría a por Andreas y probablemente no saldrían muy bien parados… pero,
¿Quién coño se creía que era ese imbécil? Podía ser amigo suyo todo lo que
quisiera, pero se había metido con Bill y Bill era sagrado.
Tom dio un puñetazo a la pared con todas sus fuerzas, descargando su ira. Ahora lo
que descargaba eran las lágrimas de dolor por semejante maltrato a su puño, sería
bestia. Debía comprarse una pelotita antiestrés cuanto antes.
Aun así, pese al dolor, la última frase de Andreas empezó a retumbar en su cabeza,
haciendo eco.
“No puedo creer que ninguno de los dos se haya dado cuenta de que el amor
fraternal os tiene completamente ciegos… os empeñáis en vendaros los ojos y al
final, acabaréis chocando contra algo”
Tom no entendía muy bien lo que había querido decir con eso, pero aunque lo
entendiera, su preocupación estaba centrada básicamente en que ya ni siquiera
estaba seguro de si lo que le cegaba era el amor fraternal u otra clase de amor…
Capítulo 8: Locura
Bueno, la diferencia no era tan grande entre aquel lugar y el apartamento que
compartían. El sofá era cómodo, se escuchaban casi los mismos gritos animados
que allí, solo que multiplicados por quinientos y… ¿a quien pretendía engañar?
¿¡Qué coño hacía en esa jodida discoteca y no en el apartamento, viendo una peli
de miedo con los demás!? Porque desde que Leyna había llegado, a ver quien era
el gracioso que se atrevía a poner una película porno con ella delante. Era
increíble, pero no las echaba de menos, total, no podía excitarse salvo cuando tenía
a Bill delante y eso se había convertido en un hecho demostrable tras la conclusión
que había sacado tras el experimento accidentado. Lo ocurrido había sido:
Todo el mundo estaba dormido y él estaba aburrido como una ostra. Andreas
roncaba como un condenado en la cama de al lado.
Decidió salir de la habitación e irse a ver la tele. La programación no era muy
inocente a esas horas y eso a Tom le gustó. Era una programación oportuna para
experimentar.
Ocurrió que, tras varios minutos sofocado y exasperado, oyó una garganta
carraspear, intentando llamar su atención. Se giró.
Bill lo miraba con los ojos entrecerrados, con un vaso de agua en la mano.
-En fin, apaga eso y vete a la cama. Me siento traumado y… buff… - hizo un gesto
de asco con la boca y un escalofrío le recorrió la columna. Salió de allí subiendo
las escaleras con cara espantada, como si acabara de tragarse algo súper picante
que le arrasara la garganta. Tom, totalmente alucinado y rojo como un tomate, lo
observó desaparecer por las escaleras... su trasero se le marcaba con ese pijama tan
apretado que tenía.
Tom tenía claro que Bill le ponía y eso era de locos. Había estado dándole vueltas
constantemente. Bill y él eran gemelos, clavados. ¿Y si era tan narcisista que se
ponía al verse a si mismo? ¿Se le pondría dura al mirarse al espejo? Tendría que
probarlo cuando volviera a casa.
-¡Pero bueno Tom! ¿Qué coño haces así todavía? – Georg se le acercó entre toda la
muchedumbre con una rubia a su lado, rodeándole de la cintura y otra pelirroja al
otro, pegada como una lapa a él. Por la sonrisa de bobalicón que tenía, era obvio
que ya llevaba un buen par de copas… y también un buen par de monumentos. –
Llevamos aquí más de una hora y estás justo donde te dejé y lo peor de todo…
solo. – Tom entrecerró los ojos, clavando la mirada en la gran delantera de la
pelirroja, que se movía de arriba abajo con cada movimiento alegre que hacía. Y
tan alegre.
-Y lo respeto, pero ya que estás aquí aprovecha. Todos lo están haciendo. Acabo de
ver a Gustav hablando con un pibón… buf… haber como acaba. Leyna está
bailando con todo lo que se le pone delante y Andreas… bueno, él está vigilándola
de cerca para que no se pase, pero ya se le han acercado unas cuantas.
-¡Venga ya Tom! ¿Van a ligar todos menos tú, precisamente el que más moja del
grupo? Si sigues así, vamos a tener que cederle tu reputación de mujeriego a tu
hermano, ¡Que parecía tonto el tío! – aquello fueron palabras mágicas para Tom,
que levantó la mirada del escote de la pelirroja y lo miró con una chispa de
curiosidad y cabreo.
-¿Cómo? ¿Qué Bill qué? ¿Dónde está el canijo de mi hermano? – preguntó con un
tono entre burlón, serio y furioso. Georg adoptó expresión sumisa. La cara de
asesino que estaba poniendo Tom le daba miedo, así que disimuladamente, miró
hacía su izquierda. El guitarrista siguió su mirada hasta dar con el sofá donde
localizó a Bill… junto con una tía de pelo ondulado y castaño muy guapa de cara.
Los dos estaban hablando animadamente. Bill dio un sorbo a su cubata, sin apartar
la mirada juguetona de ella. A Tom le hervía la sangre y escupió a un lado en gesto
despectivo.
-¡Bah! Solo están hablando y así va ha quedarse, parece mentira que no conozcas a
Bill, él nunca pasa a mayores. – Georg asintió débilmente con la cabeza, abriendo
la boca con sorpresa al ver como se desarrollaban los hechos y, para furia e
incredulidad de Tom, él también lo vio todo.
La chica dijo algo que tuvo que hacerle gracia, pues Bill apartó el tubo de sus
labios bruscamente y empezó a reírse a carcajadas. Cuando se calmó, sonriente, se
acercó a su oído y le murmuró algo. Ella lo observó con ojos muy abiertos y le
preguntó algo, a lo que Bill negó con la cabeza y entre risas, se inclinó hasta ella y
juntó sus labios.
La cara de Tom no era un poema, era un Picasso del bueno, totalmente desencajada
y absorta, con los ojos desorbitados.
Tom sintió un instinto asesino subirle por la boca del estómago, intentando escapar
a base de gritos y puñetazos, pero también sintió un ligero escalofrío recorrerle las
piernas hasta la ingle y allí, concentrarse en un lugar entre los muslos.
No podía seguir así, eso tenía que acabar esa misma noche.
-Es rusa Tom, no sabe alemán. – le informó Georg. Tom se encogió de hombros.
-Ni que necesitara que me contara su vida para llevármela a la cama, con que sepa
gritar, basta. – la chica parecía de lo más contenta, empezando a restregarse contra
su cuerpo, rodeándole el cuello con los brazos. Tom, desde su posición, observó a
Bill con mirada de tigre que sentía amenazado su territorio. Su hermano se levantó
entonces, diciéndole algo a su acompañante y empezando a confundirse entre la
muchedumbre de gente despatarrada en la pista. Hubo un momento en que le miró
de refilón, momento en el que Tom rodeó el cuerpo de la chica y lo estrechó más
contra el suyo, provocando más contacto y la reacción de Bill fue… una sonrisa
amistosa y que le sacara la lengua en gesto juguetón.
Tom sintió rabia e impotencia al darse cuenta de que aunque Bill lo viera con una
chica entre sus brazos, con una persona ajena a él, no le importaba en absoluto. No
sentía odio ni rabia, ni deseos de empotrarle contra la pared y de la forma más
cruel y placentera, hacer que se arrepintiera de lo que había hecho. Por un
momento sintió deseos de hacerle llorar por lo mal que se sentía, porque estaba
siendo cruel con él y no le importaba, porque Bill no se daba cuenta de su dolor o
tal vez, lo ignoraba adrede. Y era su culpa, su culpa.
Fuera de sí, rabioso, agarró los hombros de la chica que le había tocado
descaradamente la entrepierna y la tumbó a lo largo del sofá, empezando a
devorarle la boca como un lobo hambriento. Tenía la intención de desahogarse
como fuera y pobre de quien fuera su víctima.
-¡Leyna ya vale! – Andreas agarró a la rubia del brazo, separándola del hombre con
quien bailaba bien pegada hacía unos segundos y quien la miraba de esa manera
tan lujuriosa.
-¡No seas plasta Andreas, suéltame! – gritó intentando sacarse su brazo de encima,
molesta.
-¡Eres idiota! ¿Es que no te das cuenta de que eres presa fácil para esta pandilla de
pervertidos?
-Si no estamos juntos ¿Por qué coño has vuelto a por mí? – Leyna le dirigió una
mirada venenosa.
-¡Ah, o sea, que solo has venido a por mí por el alquiler! ¡Me parece muy fuerte!
-¡Fuiste tú quien se fue con todo el morro sin pagar el último mes! ¡Es tu culpa!
-¿Y porque estás vigilando que nadie me ponga la mano encima entonces? – ahí lo
había pillado.
-Hagis. – aquel hombre, aquel tío de casi dos metros que le había empujado y había
pasado de largo, aquella cicatriz marcada en su cara, su cuerpo musculoso, como el
de un luchador de lucha libre. No había duda, era él. Sino fuera por esa cara, esa
quemadura marcada en el lateral de su rostro y la cicatriz de ese arañazo
cruzándoselo de cabo a rabo, no lo abría reconocido. Había crecido tanto y se había
vuelto tan enorme… parecía Sansón. – Es Hagis.
-Tenemos que salir de aquí. Tenemos que buscar a los demás y salir de aquí
cagando leches. Como ese tío se encuentre con uno de nosotros y lo reconozca…
como se encuentre con Bill, lo matará. – Andreas se puso de pie de un salto. Su
corazón iba a salírsele por la boca cuando miró a Leyna y la agarró por los
hombros, muy serio. – él no te conoce a ti, así que por favor, busca a Georg y a
Gustav y diles que salgan de aquí enseguida y que pasen lo más desapercibidos que
puedan. Si ves a Tom o a Bill, diles que Hagis está aquí, ellos lo entenderán
enseguida.
Andreas no podía evitar sentirse alterado, histérico. Hagis estaba allí. ¿Por qué? No
se veían desde el instituto y ya pensaba que jamás lo volvería a ver, ni él, ni los
gemelos y ahora, toma, aparecía como por arte de magia. ¿Qué coño haría allí? Eso
era lo de menos. Como se encontrara con uno de ellos… como se encontrara con
Bill… no quería ni imaginárselo. Solo las personas que hubieran estudiado en su
mismo instituto y hubieran vivido en su barrio sabían quien era y lo loco que
estaba. A los once años ya andaba borracho de clase en clase, fumando porros. En
el instituto, además de hacer de camello para los de bachiller, siempre iba medio
colocado y todo el día andaba buscando pelea, las cuales siempre ganaba gracias a
su corpulencia y a su navaja, porque si, porque siempre llevaba navaja encima
desde los doce y más de una vez la había utilizado, no le cabía duda. La última
noticia que había tenido de él es que lo metieron en un reformatorio desde los
quince hasta los diecisiete por apuñalar a un profesor… justo después de que los
gemelos dejaran el instituto para dedicarse a la música y esa había sido la razón,
había enloquecido cuando se enteró de que Tom y Bill habían dejado en instituto y
el pueblo y que ya no podría cumplir su venganza… su venganza por aquella
cicatriz que le había chafado el sueño de ser actor.
-¡Tom, Bill! – Andreas abrió la puerta del baño masculino de una patada,
desesperado. Había buscado por la izquierda, la dirección contraria que Leyna
había elegido para buscar y no había encontrada a nadie. No podía dejarse los
baños atrás, no podía arriesgarse a que estuvieran allí y se les pasará por alto. -
¡Tom! – gritó, empezando a abrir los cubículos del lugar con alboroto. Cuando
llegó a uno, tiró del pomo y no se abrió. Estaba cerrado por dentro. Tocó con los
nudillos un par de veces, tragando saliva. Se oyeron unos sollozos. Llamó otra vez,
extrañado.
-¿Quieres dejar de dar por culo, Andreas? – esa voz o más bien ese gruñido era
claramente de Tom. Los sollozos continuaron.
-No estoy llorando. Joder, ya salgo. – Tom abrió la puerta del cubículo tras unos
segundos y sus miradas se cruzaron. Genial, no era el mejor momento para que el
guitarrista estuviera de semejante humor, totalmente cabreado. Se le notaba en la
mirada pero entonces, ¿Quién estaba llorando? Miró tras él, había alguien más.
Una chica pelirroja estaba sentada el inodoro, llorando, con la mano en el bajo
vientre y con la ropa desencajada, temblorosa.
-No he hecho nada, al menos nada que ella no quisiera. Ha sido ella quien me ha
arrastrado hasta aquí y luego se ha puesto a llorar. Sino podía conmigo, que no
insistiera tanto. – Andreas lo observaba con ojos desorbitados y Tom negó con
cabeza, molesto. - ¡No la he violado si eso es lo que piensas! Ella quería que lo
hiciera, se ha desnudado, se ha sentado encima mía, se ha puesto a montarme como
una loca y cuando iba a terminar se ha puesto a llorar. No es culpa mía, no he
hecho nada. – Andreas se mantuvo callado. Sabía con solo mirarle la cara al
guitarrista que no había hecho nada, él nunca se atrevería, pero probablemente,
había sido tan basto que le había echo daño a la pobre muchacha. Ese era uno de
sus defectos, cuando estaba cabreado, la tomaba con todo el mundo. Andreas abría
ido a ayudar a la chavala enseguida si no fuera por su estado de alteración.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Ahora que estoy disfrutando? Lárgate tú, ¿no te jode? A mi aun
me quedan unos cuantos pibes para volver a casa bien contento. – dijo cruzándose
de brazos en actitud chula. La chica se levantó entonces del inodoro y salió del
cubículo. Se situó unos segundos delante de Tom, limpiándose las lágrimas. Dijo
algo en ruso que no parecía muy bonito y le dio una buena bofetada al guitarrista.
Andreas puso los ojos en blanco, Tom hizo una mueca de cabreo con la boca y la
chica, tan digna y con la cabeza bien alta, salió del baño. – Pégame todo lo que
quieras puta, yo ya me he llevado todo lo que me podía llevar de ti. – murmuró
sonriendo con sarcasmo. El rubio negó con la cabeza, contemplando a su amigo.
No tenía ni idea de lo que le había pasado, pero bien no estaba.
-Otra vez. Joder que pesado. Que yo no me voy de aquí hasta que no me haya
tirado a un par más, ¿entiendes? Tengo que comprobar algo.
-¡Seguro que no es más grave que el problema que tengo entre las piernas! – gritó
echo una furia. Era imposible tranquilizarse, ¿Cómo podía haberle pasado eso a él?
Lo había intentado todo, más bien ella lo había intentado y no había habido forma
de que se le levantara un milímetro… hasta que se le pasó por la cabeza imaginarse
que era otra persona quien se la agarraba, otra persona… como su propio gemelo.
Había hecho todo lo posible por olvidarse de él y concentrarse en lo que estaba
haciendo, ¡Por Dios, parecía virgen! De hecho, casi estaba seguro de que lo había
pasado peor que en la primera vez. Había dejado que ella tomara la iniciativa y que
lo montara, no se veía capaz de hacer otra cosa y aunque no disfrutara, al menos ni
la mitad de lo que disfrutaría en una ocasión normal, debía conservar parte de su
orgullo y reputación. Había tenido una batalla con esa parte de su conciencia que le
hacía pensar en Bill de esa manera tan asquerosa, porque no había otro nombre
para ella. El incesto era la cosa más abominable, asquerosa y deplorable que podía
existir en el mundo, la odiaba y sentía asco de si mismo al pasársele por la cabeza
semejantes mierdas. Era una mierda, ¡Una mierda! Entonces… ¿Por qué coño
había perdido la batalla contra esa forma de pensar que tenía su mente? Cuanto
más había luchado contra ella, más quería, más quería ver, quería sentir… y acabó
abandonándose por completo.
En resumen, le había hecho daño ha esa tía por la sencilla razón de que se la había
empezado a tirar como un salvaje, como un animal, un bestia. Estaba seguro de que
podría haberla partido en dos si hubiera querido ¿Y todo porque? Se había rendido.
Se había rendido porque Bill se lo había pedido, al menos en su mente. Era
consciente de que solo era su imaginación, pero no podía controlarla, ¡No quería
controlarla! Se estaba volviendo loco… y lo peor de todo es que quería más.
-Tom, no se que coño te pasa, pero hazme caso, tenemos que largarnos.
-¡Hagis está aquí! – y, por un momento, aquel grito le abrió los ojos. No hacía falta
que Andreas dijera más, la cara descompuesta de Tom le decía que acababa de
reaccionar.
Todo el mundo, todas las personas que vivían en aquel pueblo e incluso las
personas de las ciudades de los alrededores sabían que Hagis Leiter estaba
completamente loco. Bueno, eso sería insultar a los dementes, se podría decir que
él era el criminal juvenil más buscado, más cruel y más alocado que alguien podía
encontrarse. Era un camello, un yanqui, un alcohólico, un ladrón, un abusón, un
buscapleitos, un maltratador e incluso, un asesino. A pesar de todo eso, todo el
mundo sabía también que tenía un sueño, que se esforzaba por intentar ser alguien
además de un marginado… quería ser actor y a decir verdad, era bueno, tenía
talento y hubiera llegado lejos de no ser por su comportamiento propio de un
delincuente.
Nadie se atrevía a plantarle cara, solo tres lo hicieron. Solo tres personas y una de
ellas, de quien nadie se lo hubiera imaginado, le destrozó su sueño.
-¿Y ahora que eh? ¿Vas a ponerte a llorar? Si me hubieras dado el móvil desde el
primer momento esto no abría pasado, puto mequetrefe. – Hagis, de piel castaña,
moreno repleto de increíbles músculos y de ojos azules como el hielo, estaba frente
a él. Era por lo menos cuatro cabezas más alto que él y unos tres años mayor. Un
abusón. Andreas retrocedió, asustado, pero Hagis le agarró del pelo y lo obligó a
levantarse del suelo hasta situarlo de puntillas frente a él. – ¿Qué pasa? ¿No
tienes suficiente con las palizas que te da el borracho de tu padre que también
vienes buscando camorra aquí? Voy a concederte tu deseo, enano. – Andreas se
preparó para recibir un nuevo golpe cuando notó que aquel gigante de hierro lo
soltaba y vio claramente como caía al suelo, derrumbado.
-¡Ven aquí y métete con los de tu tamaño si hay huevos soplapollas! – Reconocería
esa voz en cualquier lugar.
-Ven aquí, pequeño hijo de puta. – gruñó corriendo hacía él. Aquello se convirtió
en una pelea seria en ese instante. Todo el colegio apareció de la nada,
empezando a rodear a los tres que se iban a pelear, gritando como locos. Andreas
se echó hacía atrás enseguida, deseando salir corriendo de allí. No podía pelearse
con Hagis, ¡Lo mataría! Pero tampoco podía dejar a Tom solo, era su mejor
amigo. Confundido como estaba, empezó a temblar observando los movimientos
de los dos. Tom parecía pasárselo pipa esquivando los puños de aquel gorila,
vacilándolo en su cara, llamándolo de todo y Hagis cada vez estaba más
cabreado, sobretodo cuando Tom decidió atacar y con toda su fuerza, le pegó un
puñetazo en plena cara. Un hilillo de sangre descendió por la nariz de Hagis, que
retrocedió sorprendido.
-¡Ja! Parece que el loco Hagis tampoco es gran cosa. Mucha fama pero luego
poca acción. – a Andreas le tembló el labio. Tom parecía tan seguro de lo que
hacía y de repente, todo se fue al traste. Hagis lo cogió desprevenido y le pegó
semejante derechazo en el estómago que lo hizo estrellarse contra la puerta del
club de cocina. Quedó atontado unos segundos, suficientes para que Hagis lo
empujara y lo hiciera caer al suelo, golpeándose la cabeza con brutalidad.
-¡Joder! – Hagis gritó y no tardó nada en saltar hacía atrás y dejarse caer al suelo
de espaldas, aplastando a Andreas con su peso, que se quedó sin respiración y
semi inconsciente en el suelo por el golpe. – Luego me ocuparé de ti, rubio de los
cojones… después de raparte esas rastas al cero a ti… - los gritos de júbilo no
fueron nada comparados a los que empezaron a dar al ver la navaja que Hagis
sacaba de uno de los bolsillos de su pantalón. Tom intentó levantarse con la mano
en la cabeza. Estaba sangrando por la sien e iba mareado y antes de que pudiera
moverse un centímetro, una patada en la cabeza lo hizo caer de nuevo. Hagis se
agachó de cuclillas, situando la navaja en su cuello. – Parece que hoy vamos a ver
sangre. - nuevos gritos retumbaron en el lugar, pero ninguno de los tres se
percataron de ello hasta que vieron aquella figura imponente frente a frente.
-Bill… - murmuró su hermano, pero este lo ignoró. Su cara daba miedo pese a no
tener ninguna expresión, estaba blanca como un muerto y sus ojos eran fríos,
vacíos… aterradores. Fue hacía Hagis en silencio y se agachó hasta su lado,
soltando la sartén por el camino, acercándose hasta su oído.
De un zarpazo, como el de un tigre, el suelo del patio del recreo quedó cubierto de
sangre y el rostro que una vez había sido atractivo, quedó marcado con la cicatriz
de un arañazo profundo desde la sien hasta el cuello además de las quemaduras
del aceite hirviendo.
-¡Te mataré, te mataré, juro que cuando vuelva a verte, te mataré! – aquella
amenaza la hizo desde la camilla donde lo subieron al meterlo en la ambulancia al
llevarlo al hospital, con la cara vendada y las vendas cubiertas de sangre.
-¡Ala! – miró el suelo, donde el vaso se había hecho añicos y suspiró, cuando se
percató de que la persona que había frente a él, había recibido todo el líquido que
acababa de empaparle la camiseta. – Oh mierda, perdón. No le había vis…
-Kaulitz. – Bill tuvo que alzar la cabeza para mirar a la cara a la persona que había
frente a él, que por lo menos le sacaba dos cabezas. Aquella voz grave y con tono
amenazante le resultaba familiar. Desagradablemente familiar. – Que sorpresa.
Llevo buscándote años y cuando casi me doy por vencido en mi búsqueda, te
encuentro como un conejillo indefenso frente a un depredador. – Bill dio un paso
hacía atrás, observándole con ojos desorbitados. Esa cicatriz, esa quemadura…
-Hum… A ver… ¿eres anti? ¿neonazi?... Si eres el dueño del descampado que
salió ardiendo, ¡Fue mi hermano, yo no hice nada! O tal vez seas el hijo del
director del colegio de Hamburgo, yo no tuve la culpa de que lo despidieran eh,
¡Admite que él solito se lo buscaba! – una vena enorme se dibujó en la sien de
Hagis.
-Ya te estás pasando de graciosillo, hijo de perra. Te dije que si volvía a verte, te
mataría.
-Suéltame.
-Nunca olvidaría la cara deformada del imbécil que intentó degollar a mi hermano.
Cuando salieron de ese lugar oscuro y lleno de gente, la pobre luz de una farola los
iluminó a los tres, que corrieron hasta meterse por un callejón. Andreas se dejó
caer al suelo de rodillas, sin aliento.
-Dios, de la que nos hemos librado. – Tom se asomó por la esquina del callejón,
observando la puerta por donde acababan de salir.
-S… si.
-¿Seguro? – Bill asintió, agarrando sus brazos como quien necesita un apoyo y
Tom le abrazó, suspirando de alivio.
-¡Joder, hay que ser muy subnormal! – gritó el rubio con el móvil entre sus manos.
– Leyna acaba de llamarme. Que está con Georg y Gustav en el pub que está al
lado de no se que gasolinera. – Tom puso los ojos en blanco.
-Dicen que vayamos nosotros, que hay un stripties o algo así y a Georg no hay
quien lo mueva de allí.
-No puedo dejar a Leyna sola con esos salidos. – Tom dejó escapar un gruñido
entre dientes y soltó un bufido.
-Haz lo que te de la gana. Por mí como sino volvéis. Nosotros nos largamos antes
de que vuelva ese loco, ten cuidado por si te pilla.
Cuando los dos se metieron en el coche del gemelo mayor, este soltó un suspiro de
alivio y apoyó la frente en el volante, agarrando este con fuerza. Bill se acurrucó en
el asiento del copiloto, acariciándose los brazos con fuerza intentando entrar en
calor. Tenía frío.
-¿En que piensas para poner esa cara? No es para tanto, no creo que tengan que
hacerme puntos.
-No pensaba en eso, me estoy planteando en bajarme del coche e ir a por Hagis.
-Eres un chulo de mierda – bromeó Bill. – Hagis te haría trizas como la última
vez.
-Puede, pero si por lo menos le rompo una pierna para que no pueda perseguirte,
descansaré en paz en mi tumba. – Bill negó con la cabeza, sonriente.
-Chulo de mierda.
-Ni chulo de mierda ni nada Bill. Sabes que lo aré si quiero, no es a él a quien
tengo miedo, sino a lo que pueda hacerte. Tú ya me protegiste en su día y ahora
estás en un buen lío. Déjame protegerte a mí ahora. – la mirada seria de Tom le
hizo saber que hablaba completamente en serio y Bill sintió alivio y miedo a la
vez. No quería ver ni por asomo a ese gigante cerca de su hermano.
-Hum… - Tom arrancó el coche con desinterés, deseando volver a casa. Sentía
escalofríos recorrerle el cuerpo, se sentía observado y sin embargo, en la calle no
había nadie, todo estaba a oscuro a esas horas, por allí no había ni un alma. Cuando
oyó un ruidito desagradable, miró a su hermano y abrió los ojos como platos. Bill
se estaba bajando la cremallera de la chaqueta con lentitud, con una lentitud
desesperante a parecer de Tom.
Bill se sobresaltó cuando su cuerpo recibió una fuerte sacudida que casi lo hace
estamparse contra la luna del coche. Aquel frenazo hizo que sus pulsaciones
latieran de manera frenética y su respiración se acelerara. Tom había dado un
volantazo y había detenido el coche de golpe y porrazo.
-¿Qué haces? ¡Casi me como el cristal joder y luego soy yo quien no sabe
conducir!
-¿Qué?
-¿Te gustan los hombres? – vale, ahora si se había enterado. La pega es que estaba
totalmente flipado.
-¿Y eso a que viene? – intentó reírle la gracia a Tom, pero él no reía. No intentaba
hacerle gracia. - ¿Lo estás preguntando en serio? – Tom asintió con la cabeza –
Pues no, no me gustan. Hay que joderse, lo llevo diciendo toda la vida y aun no te
has enterado.
-No, no lo has hecho, nunca lo has dicho. No sin que las cámaras estuvieran
delante.
-Ah, encima de dudar de mí, estás diciendo que he mentido a millones de personas
¿no? – Bill se cruzó de brazos y miró al frente, indignado. – Arranca el coche y
volvamos a casa. – estupendo, lo había hecho enfadar. Sabía que ese tema le
sentaba como una patada en el culo, pero aun así, no se inmutó. Estaba decidido,
esa noche recibiría una respuesta, fuera cual fuera - ¿Estás sordo? Te he dicho que
arranques ya.
-¡Te la acabo de dar, no me gustan los hombres, nunca me han gustado y nunca me
gustarán! ¿Estás contento ya?
-¡No! Quiero que me lo digas mirándome a los ojos. – Bill puso los ojos en blanco
cuando su hermano le agarró de los hombros y lo obligó a mirarle a la cara.
-Está haciendo el ridículo, ¿sabes? Somos gemelos, se supone que deberías saber
todo sobre mis sentimientos y lo que pienso, siempre ha sido así.
-Ya lo se, no soy tonto. Te quejas de que estoy pegado a ti como una lapa y luego
eres tú quien viene corriendo para que nadie me toque, empiezas a pasar de las tías
y no quieres tener a Andreas cerca. Estás paranoico Tom, si. No se que coño te
pasa. Cuando yo empiezo a dar de lado mi trauma, tú empiezas a amargarte, no es
normal. Sabes que si te pasa algo, puedes contármelo…
-No se que te pasa exactamente, pero seguro que luego es una tontería. No creo que
ha estas altura nada pueda sorprenderme nada viniendo de ti, haber ¿Qué has
hecho? ¿Le has prendido fuego a algo, has metido la pata delante de un
paparazzi… o has metido la polla en el lugar equivocado y te persigue una banda
de ganster para partirte las piernas? – Tom no contestó, pero un ruidito nervioso
escapó de entre sus labios y apretó más los brazos con los que rodeaba la cintura de
su hermano, pegándolo más a su cuerpo, sin dejar ni un espacio libre entre ellos.
Tenía tantas ganas de estrujarlo de esa manera entre sus brazos… aquella
tranquilidad y confianza que Bill le proporcionaba era única y esa comodidad, ese
silencio, esa seguridad…
-¿Estás seguro? ¿Es que acaso lo que quieres hacer es algo que nadie se atreva ha
hacer, algo insólito, algo que los demás juzguen como de locos? ¿Por eso no te
atreves ha hacerlo, por miedo a lo que digan? No tienes que estar loco porque
tengas una idea descabellada, si la cosa fuera así, los grandes genios que han
marcado la humanidad con sus ideas serían viejos locos. Sino quieres contarme que
es lo que pasa por esa cabecita que tanto te trauma, no puedo darte un consejo
válido. Igual estás pensando en matar a alguien y yo te aconsejo que lo hagas sin
darme cuenta. ¿Qué ocurre Tom? Cuéntamelo.
-Ya tienes bastante con lo tuyo como para que yo te preocupe más con mis
tonterías.
-No me vengas con pegos. Has estado estas jodidas semanas detrás mía,
aguantándome cuando no había nadie que lo hiciera. Creo que te debo algo y
aunque no fuera así, ¡Ya no hay vuelta atrás así que o me lo cuentas e intentamos
solucionarlo, o a jodernos los dos! – con brusquedad, lo apartó de si, agarrándolo
con fuerza por los hombros, mirándolo con seriedad. Tom se sintió un completo
idiota. Ahora Bill también estaba preocupado pero era incapaz de soportar ese peso
por más tiempo, tenía que decírselo, tenía que... hacerlo… y si Bill lo rechazaba, si
lo veía como un bicho raro y decidía alejarse… antes, necesitaba probarlo…
aunque solo fuera una vez. No puedes quitarle la droga a un drogadicto de un día
para otro o sufrirá abstinencia. Esos fueron sus pensamientos cuando agarró las
mejillas de su hermano suavemente y se inclinó para juntar sus labios en un beso
cálido y sin lujuria, sin necesidad de llegar más allá. Eran suaves y estaban
húmedos, empapados como dos esponjitas y por un momento, se imaginó como
debería sentirse su cuerpo al ser lavado de arriba abajo con los besos de esa
humedad. Lo que más le gustaba de ese beso era su sabor, el sabor de lo
prohibido.
-Qu-qu… To… - intentó hablar, pero las palabras no le salían. Se encogió un poco
cuando sintió como su hermano lo miraba, como un león puede mirar a un
cervatillo asustado.
-Te lo dije… te dije que estaba enfermo. Y ahora estoy completamente loco. – Bill
no solo veía locura en sus ojos, sino también sufrimiento, pero eso no hizo que los
temblores parasen. Ese beso no había sido “su beso”, el que antaño había estado
repleto de inocencia, ahora había más que inocencia, mucho más y eso lo
atemorizaba.
Tom le agarró con más brusquedad de la barbilla, incluso haciéndole daño y volvió
a besarle, esta vez sin conformarse con solo juntar sus labios. Tenía la boca
entreabierta y las dos encajaron perfectamente una con la otra. Desde luego, la
humedad de la lengua de Bill no podía compararse con la de sus labios y aun más,
su sabor, más excitante a pesar de que su lengua retrocediera intentando huir de los
roces con la suya. Bill cerró los ojos con fuerza, sintiendo como su hermano le
aprisionaba entre sus brazos y lo apretaba cada vez con más fuerza contra su
cuerpo, casi dejándole sin respiración. Intentó hablar, pero cada vez que lo hacía,
los labios de Tom se lo impedían. No sentía asco hacía él, pero tampoco disfrutaba
porque… lo que estaba pasando era tan… raro… lo único que sentía era rechazo,
un gran rechazo hacía esa locura.
-Tom… - Tom se separó de sus labios unos segundos escasos y Bill habló
precipitadamente, mientras cogía aire. La lengua se le trabó y un poco de saliva
descendió por sus labios hasta su barbilla cuando su hermano lo empujó contra su
asiento y pasó una pierna por encima de las suyas, situándose de rodillas en su
asiento, encima de él. Sus piernas empezaron a temblar y las juntó, cerrándolas con
fuerza. Tom se inclinó y volvió a besarle, con desesperación y a Bill se le encogió
el estómago cuando sintió las frías manos de su hermano metiéndose por entre su
camiseta, recorriéndole la espalda desnuda, subiéndosela poco a poco. Eso ya era
pasarse. Bill empezó a golpear con los puños los hombros y el pecho de su
hermano, sin fuerza, solo para que él supiera que quería que lo soltase y lo hiciera,
pero no lo hacía, insistía más aún. Por lo visto, tenía intención de desnudarlo por
como le subió la camiseta, además de las caricias toscas que empezó a recibir en el
bajo vientre, casi sobre el cierre del pantalón.
Bill sintió una arcada y un punzante dolor cuando la rodilla de su hermano se pegó
a su entrepierna, restregándose violentamente contra ella. No lo aguantó más, eso
era demasiado. No se veía entre los brazos de Tom, sino en los de un completo
desconocido… quizás los de un acosador.
-¡No! – y le mordió. Tom abrió los ojos como platos y se apartó de él, dejando
escapar un alarido de dolor. Se clavó el freno de mano en la espalda y se golpeó el
brazo con el volante, pero el dolor del labio era aun más punzante. Los dos se
miraron a los ojos, uno asustado y el otro… el otro apenas sabía que había pasado,
que había hecho o mejor dicho, como se había atrevido a hacerlo. El sabor de la
sangre le llenó toda la boca y se escurrió hasta su barbilla, empezando a manchar la
gran camiseta. Le escocía horrores y cuando se llevó los dedos a la herida, supo
porque. El piercing no estaba allí, sino entre los dientes de Bill. Cuando él dejo de
apretar los dientes entre temblores, el piercing cayó sobre su regazo, salpicado de
sangre.
-Bill… - Tom tragó saliva, totalmente shokeado por lo ocurrido – Lo… lo siento…
-Lo siento… lo siento… lo siento… no quería hacerlo, yo… perdóname Bill… por
favor… - aquellas palabras se fueron repitiendo todo el camino de regreso a casa
en boca de Tom, sangrando y adolorido por cada palabra que soltaba, pero
arrepentido y desesperado, suplicó…
Los dos estaban demasiado shockeados por lo que había ocurrido y no se dieron
cuenta de lo que ocurrió en ese callejón a parte de aquel suceso. Algo ajeno. Un
flash que había iluminado la escena en determinadas ocasiones mientras se besaban
de esa forma tan incestuosa y alguien que había pulsado el botón de una cámara de
fotos con una sonrisa en la cara, rencorosa, repleta de maldad y deseos de
venganza.
-¡No! ¡No! ¡No quiero ir! – recuerdo todos los momentos que he pasado con Tom.
Recuerdo más los momentos duros y tristes que los alegres, porque él siempre
estaba ahí.
-¡He dicho que no quiero ir! ¡No voy a ir, no voy a ir, no voy a ir! – grité
histérico.
-¿¡Pero que demonios te pasa Bill!? ¡Tom lleva yendo estás dos semanas solo!
¿¡Porque no eres como tu hermano!? – ella no lo entendía, no entendía que si iba,
me harían sentir otra vez como un perro, más burlas, más insultos, más golpes
“inocentes”, más humillaciones. No quería ir.
-¡No!
-¡Pues vas a ir porque yo lo digo! ¡No voy a permitir que arruines tu futuro por
cualquier tontería! – me puse a llorar y me tiré al suelo, negando con la cabeza.
Mi madre no sabía que hacer. Podía ver sus ojos preocupados, intentando
averiguar que me ocurría y yo era incapaz de decirle nada. Quería huir y
esconderme en algún lugar, como el cobarde que era entonces… y ahí estaba él.
-Dale un tiempo mamá. Créeme, forzándolo solo vas a conseguir empeorar las
cosas. – mi madre pareció pensárselo unos segundos, pero supongo que yo no le di
otra opción. En ese momento, me levanté, corrí hasta el baño, me tiré al suelo
junto al inodoro y empecé a vomitar y a vomitar y a vomitar… y a llorar. Ese día
Tom tampoco fue al colegio. Cuando dejé de vomitar, los dos nos encerramos en
nuestro cuarto, nos tumbamos en mi cama, abrazados y solté todo lo que tenía que
soltar. Tom no dijo nada, cargó con mis lágrimas y mis lloros de cobarde y
entonces, supe que ahí estaba ese refugio que buscaba, con mi hermano, sintiendo
su apoyo. Él me apoyaba y yo, no volví a llorar, ni a sentirme humillado ni a
soportar insultos. Todo lo que había recibido, lo devolví a base de astucia
multiplicado por cuatro y todos acabaron mordiéndose la lengua porque el
maricón de Bill les había devuelto las humillaciones… porque ya no era tan
maricón. Y todo fue gracias a tu apoyo Tom, todo gracias a ti, a tus brazos que me
ofrecieron un lugar en el que poder desahogar mis penas sin miedo, sintiéndome
protegido.
¿Por qué? ¿Por qué ahora me has hecho esto? Ahora tengo miedo de que tus
brazos, en vez de protegerme, me aplasten y me asfixien. ¿Dónde está mi
hermano? ¿Dónde está Tom?
-Bill, ¿estás ahí tío? – Bill sintió un sobresalto en ese momento, sintió el corazón
latiendo con fuerza en su garganta y ocultó la cabeza bajo la gruesa colcha de la
cama. – Soy Gustav. ¿Estás o no? – Bill suspiró, aliviado y se destapó,
levantándose de la cama y yendo hasta la puerta, abriéndola varios centímetros. -
¿Qué coño haces ahí metido todo el día? Baja a bajo con nosotros. Lo estamos
pasando de puta madre, Leyna nos está enseñando ha hacer tarta, deberías haber
visto como le ha estallado la nata a Georg en la cara. Baja, anda.
-Bill… - Gustav suspiró. – Estamos preocupados joder, entendemos que lo del loco
ese te halla afectado pero… antes estabas todo el día hablando y revoloteando a
nuestro alrededor, dando por culo. La diferencia es demasiado grande. Queremos
que vuelvas a ser como antes. No te digo que mañana ya estés bien pero poco a
poco… - Bill se sintió conmovido por esa muestra de atención. Georg y Gustav
estaban preocupados por él, querían ayudarle… eran buenos colegas y se sintió
repentinamente mal por preocuparles de esa forma, encerrándose en si mismo.
Hizo un pequeño esfuerzo por sonreír y abrió la puerta por completo.
-Me has convencido. No es cuestión rayarse por algo que no tiene marcha atrás.
Además, no me fío de vosotros. Si os dejo solos seguro que hacéis una tarta de
chocolate, buf, con lo que lo odio. – Gustav sonrió, pero Bill captó enseguida que
la preocupación no se había disipado del todo.
-Me parece que tú no eres nadie para hablar con esas pintas. – sonrió Andreas. Bill
se fijó en lo que el bajista llevaba encima. ¿Un delantal de Doraemon cubierto de
nata?
-Vaya un rockero de mierda estás hecho, Georgi. Me pregunto cuanto ganaría con
una foto tuya con esas fachas.
-No tientes a la suerte Billy, tú tampoco tienes muy buena cara. – Bill prefirió no
mirarse en un espejo en ese momento. Seguro que estaría hecho un desastre.
-¡A ver, a ver, atención, la tarta ya está! – inmediatamente la atención de los allí
reunidos se desvió a Leyna, quien en ese momento empezó a sacar con unas
manoplas la humeante tarta del horno. Bill tenía que reconocer que la boca se le
hizo agua en cuanto ese olorcito entró en su nariz.
-¿Y a quien le importa lo bonita que esté? Total, estamos en confianza, no en una
boda.
-¡Que no! – Bill infló las mejillas entonces, mirando la tarta con expresión de niño
chico ansioso por un caramelo.
-Niñato malcriado – bromearon con sorna y Bill tragó el dulce, sonriendo de oreja
a oreja.
-¿¡Para él!? ¡Y yo aquí pringando intentando aprender para que se la coma él! ¡Si,
vamos, yo quiero mi parte, dame eso Bill!
-¡Con Jimy no te metas, cobarde! Quieres tarta ¿no? – Bill, con toda la mala leche
del mundo, escupió sobre la tarta. – Pues ala, para ti.
-¡Serás guarro!
-¡Te vas a poner como una foca, como cuando te operaron del quiste! ¡Te pusiste
hecho una vaca! – el vocalista miró la tarta fijamente y tragó saliva.
-Ya lo se. Me tienen envidia porque aun cuando gane un par de kilos después de la
rehabilitación, seguía siendo el sex-simbol del grupo.
-¡Ja, envidia mis cojones! La realidad es que yo lo hago más que tú, mucho más.
-Si, si, Georg, yo también te envidio. No sabes lo complicado que es estar bueno de
verdad y que las mujeres besen el suelo que pisas. Quizás algún día llegues ha
entenderlo. – Gustav, Leyna y Andreas rompieron a reír. Georg le dirigió una
mirada asesina.
-En estás ocasiones es cuando te das cuenta de que de verdad son gemelos. Luego
el creído es Tom. – Bill se llevó un trozo bien grande de tarta a la boca y miró de
reojo al suelo… hum… Tom…
-Bueno… yo… creo que me voy a tomar algo al bar del Dona. ¿Os venís, Georg,
Gustav?
-Te sigo tío. – los tres se miraron, resignados, y salieron de la cocina. El ambiente
seguía tenso cuando se oyó el portazo de la puerta de la calle cerrarse. Leyna
suspiró y salió de la cocina.
-Voy a… eh… fregar el suelo. – no hacía falta ser muy listo para saber que solo
pretendía dejarles intimidad para que pudieran hacer las paces. No sospechaban
que eso era lo último que Bill quería, quedarse a solas con él. Caminó decidido
hasta el fregadero y tomó un vaso de agua de manera apresurada, deseando salir de
allí.
-Yo… no tengo nada de que hablar contigo. – murmuró atorándose con las
palabras.
-Quizás tú no, pero yo sí. Somos hermanos, da igual cuanto tiempo te encierres en
tu habitación, vivo aquí, no puedes evitarme para siempre.
-¿Quieres apostar? – Bill negó con la cabeza. Era idiota, sabía que Tom tenía toda
la razón.
-Por favor…
-No quiero hablar contigo ahora, Tom. La última vez que lo intenté… - volvió a
negar con la cabeza.
-¡De eso quiero hablarte! Todo esto tiene una explicación. Se que es raro, que te va
a molestar mucho… en realidad, no se muy bien como vas a reaccionar, pero
necesito… te necesito Bill… por favor. – el menor observó con nerviosismo como
Tom se toqueteaba el labio con la lengua, de forma distraída. Aquellos finos hilos
negros que se lo atravesaban, en vez de su habitual piercing, le daban repelus.
Estaba seguro de que su hermano estaba deseando que pasaran los tres días para
que le quitaran los puntos cuanto antes. Se preguntó si podría volver a ponerse el
piercing que lo caracterizaba después de todo y de repente, se sintió culpable.
Eso… se lo había hecho él.
-Me besaste Tom… no me hubiera importado sino… si hubiera sido uno de esos
besos de cuando éramos pequeños, ¿los recuerdas?... pero no era eso… era muy
diferente… me… ¡Me das miedo! – Tom bajó la cabeza, con los ojos brillantes.
Bill podía ver reflejado en ellos el miedo, los remordimientos, la culpa, la
desesperación… pero también podía ver cosas que nunca había visto en Tom,
sentimientos nuevos dirigidos hacía él que le daban miedo, mucho miedo. Era tan
raros, tan… oscuros.
-¡No, no lo sabes! ¿Qué querías hacerme en el coche por dios? ¿¡Que querías
Tom!? – el mayor se mordió el labio, pero enseguida dejó de hacerlo al sentir ese
pequeño escozor sobre los puntos. Clavó los ojos en la pequeña ventana que había
sobre el fregadero y suspiró varias veces.
-¡Es lo que intento, habla de una vez! – Tom tomó aire de nuevo.
-Pero tú dijiste que… ¿me has mentido? – Tom guardó silencio unos segundos y
acabó asintiendo con la cabeza. – entonces… ¿Por qué coño me enviaste…?
¿Quién era ese hombre?
-… un urólogo… mi urólogo. – Bill tuvo que aguardar varios segundos para captar
todo. Tom le había mentido, le había contado sus penas a un urólogo, el urólogo de
su hermano y… ¿Tom con un urólogo? ¿Y eso que tenía que ver con él?
-Es un poco largo de explicar. Cuando pasó lo de ese loco y vinimos aquí…
empecé a tener problemas de… ya sabes… me quedé… como impotente, no se
como explicártelo… un día fui al urólogo, a ese urólogo, para resolver el problema
y una cosa llevó a la otra y… cuando llegué a casa… tú te estabas duchando y
yo… te vi… y… pues eso… lo entiendes ¿no? – Tom había empezado a sudar a
chorros, agarraba un vaso de agua con tanta fuerza que parecía que de un momento
a otro lo rompería en mil pedazos. Parecía hasta temblar y estaba totalmente
pálido.
-No Tom… no entiendo nada. Fuiste a un urólogo ¿y qué? ¿Qué tiene que ver eso
con lo otro? – Tom negó con la cabeza, desesperado.
-Bill… estabas desnudo, te vi en el baño… - sino fuera por lo que había ocurrido,
oír eso en boca de Tom no le abría importado. Eran gemelos, se habían visto
desnudos millones de veces pero ahora, después de todo, un escalofrío le recorrió
la espalda a Bill, que dio un paso atrás. - ¿Lo entiendes ahora? – Bill acabó
abrazándose a si mismo, tembloroso, negando con la cabeza. – Te vi y… a pesar de
que supuestamente, estaba impotente… me… me excité. – Bill estaba asustado,
nunca hubiera dicho que alguna vez tendría miedo de su propio gemelo, pero eso…
lo que Tom le estaba contando era… anormal. Quería que de repente, Tom le
gritará, “¡Ah, era broma, te la he colado doblada!” pero podía leer en la expresión
de su hermano que no era así. Era posible que él tuviera tanto o más miedo que él,
que Tom estuviera más asustado y seguramente, por sus ojos que lo miraban
fijamente, así fuera. – Bill… lo del otro día… de repente, no pude controlarme…
no pensé… no podía pensar en nada. – Bill observó como el brazo tembloroso de
su hermano se levantaba y lo dirigía hacía él, hacía su cuerpo, buscando un apoyo.
Lo miró con los ojos desorbitados, paralizado. – No se que hacer… lo he intentado
todo pero… no se que me pasa Bill… no se si me estoy volviendo loco o mi cuerpo
ha perdido el control o… no lo sé… ya se que es anormal, que es asqueroso y
vomitivo… pero no puedo apartarte de mi cabeza y ya no te siento como mi
hermano… - Bill no entendía nada. Esas palabras no podían estar saliendo de la
boca de su hermano y esos ojos no podían estar mirándolo a él, de esa manera,
brillando como una lucecita débil en la profundidad de una intensa oscuridad. Solo
Bill era capaz de interpretar el mensaje que escondían esos ojos, solo él y lo
entendía perfectamente.
Ayúdame.
Esas palabras cruzaron su mente miles de veces en ese instante. Ahora le tocaba a
él devolverle el favor a Tom, sujetar su mano, ser su apoyo, protegerle, ayudarle
como tantas veces había hecho él y sin embargo, era incapaz de levantar el brazo y
coger su mano.
“Creo que ahora lo entiendo a él… a ese loco, al de las llamadas perdidas. Era esto
por lo que había enloquecido, deseándote a cada segundo y siendo incapaz de
tenerte… creo que ahora empiezo a saber que es lo que se le pasa por la cabeza a
un loco como él. Pero yo tengo más suerte, ¿no? Yo soy tu hermano… a mi no me
rechazarás ¿verdad? Porque yo soy tu hermano y me querrás… igual que yo te
quiero a ti…”
Cuando sus ojos se clavaron de nuevo en la figura de Tom, no vio a su hermano,
sino a un encapuchado… capaz de cualquier cosa con tal de conseguirlo a él
para… para… no quería saberlo. Ese no era Tom, él nunca diría o haría algo así, no
era Tom, no era su hermano.
-¡No me toques! – Bill dio un salto hacía atrás, chocando contra la pared,
mirándolo espantado. Los ojos de su hermano le miraron fijamente unos segundos,
sorprendido… su mano tembló con violencia y finalmente, la dejó caer a peso
muerto. El silencio se adueñó de la habitación.
-Por… - Bill miró el suelo entre ligeros espasmos y ojos acuosos. - ¿Por qué? –
murmuró Tom.
-Enfermo… estás… enfermo… loco… ¡No quiero que me toques! – Bill sintió más
vivo que nunca a ese acosador que tanto daño le había hecho, que tanto miedo le
había metido en el cuerpo, del que no era capaz de deshacerse por mucho que
quisiera. Metido en el cuerpo de Tom. ¿Por qué no se iba? ¿Por qué no
desaparecía? ¿¡Por qué estaba en el cuerpo de Tom!? Negó repetidamente con la
cabeza y varias lágrimas empezaron a descender por sus mejillas.
Bill sintió un dolor agudo en la cabeza. Abrió los ojos lentamente y los desvió al
suelo, temblando, notando la respiración acelerada de Tom en su cuello. Le tiró del
pelo con fuerza y le agarró del brazo, apretándolo con brutalidad, clavándole las
uñas.
-Vete eh… no me toques ¿no?... estoy enfermo… ¿eso te da asco? ¡Eh, Bill,
hermanito! – Tom le sacudió varias veces sin soltarle el pelo. – Ojala… la gente
como tú no existiera. Saldré adelante yo solo, superaré esto solo y cuando lo haya
hecho… cuando veas que tu gemelo ya no te necesita… ¿Qué harás? ¿Bajo que
sombra buscarás cobijo? Porque eso es lo que eres y siempre has sido Bill… mi
sombra… ¡Mi puta sombra! – Tom lo soltó con brusquedad haciéndolo chocar
contra la pared. Bill mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo, pasivo y por un
momento, Tom sintió la necesidad de lanzarse sobre él y romperle todos los huesos
del cuerpo, pero tomó aire e intentando contener las lágrimas y la furia, salió
disparado de la cocina… y del apartamento.
Bill se dejó caer al suelo, encogió las piernas y las abrazó, hundiendo la cabeza en
ellas. Rompió a llorar sin más reparo.
Leyna, que se había dedicado durante ese tiempo a ver la televisión sin mucho
interés, al ver a Tom pasar por su lado y salir escopeteado de allí, se levantó del
sofá y se asomó a la cocina. Al ver allí a Bill, solo y en ese estado, se le encogió el
corazón. Desde luego, ver a tu ídolo hundido, de esa manera, resultaba un golpe
duro. Leyna siempre había idealizado a Bill como se idealiza a un dios, como
muchas fans lo harían, sobre un altar… pero ni mucho menos era así, ni dios, ni
superior, ni nada. Solo un hombre que como todos, tiene sus días malos y buenos.
Y era obvio que Bill no estaba en su mejor momento.
-Las cosas entre tú y Tom… han empeorado. – murmuró. Bill no contestó, solo se
pudieron oír sus sollozos. - ¿Quién es el malo de la película? – se atrevió a
preguntar transcurridos unos segundos. Bill siguió sin responder y así estuvo más
de dos minutos, callado, limpiándose las lágrimas.
-Yo… el malo soy yo… por no apoyarle y ayudarle cuando más lo necesita… el
malo soy yo… - Leyna asintió con la cabeza.
-Es lo que tiene tener un hermano ¿no? Siempre le debes algo o él te lo debe a ti y
sino lo cumples, te caen los remordimientos. ¿Es que acaso te ha pedido algo que
no quieres hacer?
-No… no lo sé.
-¿Sabes una cosa Bill? Yo también tengo un hermano mayor que yo. – Leyna
empezó a dibujar circulitos en el suelo con un dedo, pensativa y melancólica. – no
era mi gemelo, pero era mi hermano mayor y… a veces… me pedía hacer cosas
que yo no quería hacer. – Bill se limpió varias veces las lágrimas, hasta que pudo
reprimirlas medianamente bien y la miró, prestándole atención. – Cuando mi
hermano me decía, haz esto o esto otro, yo tenía que hacerlo y le odiaba por
obligarme a ello… le odiaba. Pero lo hacía porque tenía miedo de perderle. Era mi
único apoyo… ahora, después de tantos años, te das cuenta de que ese tiempo en el
que estuviste aceptando órdenes, haciendo algo que no quería hacer solo por miedo
a quedarte sola… te das cuenta de que has tirado mucha vida por la borda por
alguien que no sabía apreciarte… con esto no quiero decirte nada, no quiero decirte
que Tom no te aprecie, se nota que te quiere mucho. Es algo, una anécdota mía que
puedes interpretar como quieras. – Leyna se levantó del suelo y abrió el grifo del
fregadero, metiendo el plato donde había estado la tarta, bajo el agua.
-Hay muchas formas de interpretar mis palabras Bill. Si tú quieres verlo así, yo no
puedo negártelo. No se que os ha podido pasar para que estéis así, pero por muy
gemelos que seáis, uno no puede obligar al otro ha hacer algo que no quiere o a
sentir algo que no siente. Sois dos, esto es cosa de dos y debéis pensar que es lo
mejor para ambos pero, a veces, ser egoísta y pensar solo en ti mismo es la mejor
opción… o sino puedes acabar amargado… - Leyna empezó a frotar el plato con
cuidado. - … amargado como yo. – Bill supo entonces por la mirada melancólica
de la chica que su infancia no había sido tampoco un campo de rosas. Quizás por
eso congeniaba tan bien con Andreas y podía pasearse por el apartamento como
uno más. Ese apartamento en el que convivían todos era más bien una especie de
casa en cuarentena donde los seis vivían sonriendo, cada uno cargando con sus
penas, todos cómodos con su estancia allí porque todos llevaban un gran peso a sus
espaldas.
Andreas, maltrato, él, acoso escolar, Georg, Gustav y Leyna habían sufrido
también algún tipo de trauma en la infancia que de alguna manera, les atormentaba
y Tom… prefería no recordarlo.
-Si. No fue fácil. Pero la mente de una persona es como un vaso de agua. Hay dos
vasos, uno se llena de recuerdos y pensamientos alegres, el otro, de tristezas y
recuerdos amargos. Mi vaso de recuerdos amargos estaba al límite, hasta que se
desbordó y estalló. En ese momento, no piensas en nada, estallas y solo piensas en
escapar como sea. Así que una noche, cogí mi ropa, todos mis ahorros y me fugué.
Las primeras semanas fueron horribles, no podía dejar de pensar en mi hermano,
pero poco a poco te vas acostumbrando.
-No, eso son cosas que no se olvidan, pero tarde o temprano, ves que el recuerdo
ya no puede hacerte daño, porque solo se ha convertido en eso. Un recuerdo del
pasado.
-Pero debió ser difícil, ¿no? De repente, estás sola y tienes que buscarte la vida sin
más.
-A veces deseas tirarte desde un puente para no tener que sufrir eso, pero si tienes
suerte, encuentras algo que te saque a flote. Yo tuve suerte y encontré dos razones
que me hicieron ver que la vida merecía la pena. – Bill se quedó callado, sin saber
si preguntar o no. No quería parecer entrometido, pero sentía una gran curiosidad
por esa historia.
-Andreas.
-Sip.
-¿Y la otra?
-¿Tu rival?
-¿Eh?
-¡De eso nada! Es la verdad. Tu forma de ser y tu voz… debería ser un ejemplo
para el mundo entero. Ser como eres, sin tener miedo a lo que piensen o digan…
eso si es un ejemplo de hombre. – un pequeño temblor en el labio le hizo contener
la sonrisa de agradecimiento. Aquellas palabras significaban mucho más de lo que
alguien pudiera imaginar… pero él no era así. Sino hubiera sido por el apoyo de
Tom, nunca se hubiera atrevido a mostrarse frente a los demás como era. Había
sido Tom quien le había empujado a ello y ahora… le había dado de lado.
¿Qué clase de hermano se excita al ver a su gemelo desnudo? Un hermano que esta
enfermo y necesita ayuda. ¿Qué clase de hermano se niega a hacer de apoyo a su
gemelo cuando este le suplica ayuda?...
Bill lo decidió entonces, corrió hasta su cuarto, el que compartía con Tom y
rebuscó entre los cajones del armario. Allí, escondido hasta el fondo, encontró lo
que buscaba.
Su móvil, el que no se había atrevido a coger desde que sucedió aquello. Lo agarró,
lo encendió y suspiró. El corazón latió con fuerza.
1 llamada perdida.
No podía ser ¿de quien? El móvil había estado apagado desde hacía más de tres
semanas y todo el mundo perteneciente a la discográfica lo sabía. Bill respiró
profundamente varias veces. Era un número privado. Por un momento, estuvo a
punto de desistir de la idea de llamar a Tom y pedirle que regresara a casa, que
necesitaba hablar con él otra vez, con más calma, pero negó con la cabeza. Tom
era más importante que cualquier paranoia. Marcó despacio y se llevó el móvil al
oído, con la mano temblando… no se lo cogió. Era normal, estaría cabreadísimo y
muy dolido. Apretó el móvil con fuerza entre sus manos y lo lanzó sobre la cama,
dándole una patada a esta, con rabia. Y entonces…
Empezó a sonar.
Bill lo miró, pálido e inmóvil. Negó con la cabeza. No, no volvería a coger ese
chisme fuera quien fuera, nunca… ¿y si era Tom? Frente a ese pensamiento, no
podía ignorar la llamada. Anduvo muy despacio hasta la cama, él tiempo se le
hacía eterno y los temblores en las piernas casi le impedían andar. Frente a la
cama, decidido, cerró los ojos, agarró el móvil con rapidez y sin ver quien era,
descolgó y se lo llevó al oído.
-¿S-si? – murmuró.
-…
-… por desgracia para ti, no. – el móvil se le escurrió de las manos y cayó al suelo,
juntó con él, que cayó de culo hacía atrás. Retrocedió y miró el móvil espantado,
con miedo en la mirada. -… Bill… ¡Bill, cógelo! – oyó que le gritaba esa voz. -
¡Mocoso de mierda, más te vale escucharme sino quieres meterte en un buen lío!
Tengo algo que te puede interesar mucho y, por si acaso no me has reconocido por
la voz, te daré una pista… - Bill se levantó del suelo y corrió hasta la puerta. No
quería oír más, solo salir de allí. - … soy aquel a quien le destrozaste su sueño. – y
Bill se detuvo. No era ningún acosador.
-No voy a gastar saliva en ti. Prefiero tenerte cara a cara para decirte un par de
cosas. Nos vemos esta noche a las once en la puerta del cementerio de la avenida
de Hampshir, ¿me has oído bien? – Bill miró el teléfono con repentina indignación.
El miedo desapareció. ¿Pero que cojones decía ese imbécil? ¿Cómo sabía su
móvil? ¿Quién se creía que era? Envalentonado, agarró el móvil y se lo llevó al
oído.
-¿En serio? Pues estás fotos dicen lo contrario. Serán portada de todo el año, ya
veo los titulares. El secreto de los gemelos más famosos y deseados de toda Europa
sale a la luz… será un bombazo saber que tu hermano, antes de tirarse a una
groupi, le gusta practicar el mete saca contigo. – las pulsaciones se le dispararon.
El nerviosismo le hizo quedar paralizado.
-¿De que… hablas?
-¡Venga ya, Bill, no te hagas el tonto conmigo! En el coche, hace cuatro días, ¡Tom
te metió la lengua hasta la campanilla y lo que es peor para ti, tengo las fotos que
lo demuestran, pillados infraganti! – a Bill se le vino el mundo encima en un
segundo. – La situación es esta, quiero verte a las once en la puerta del cementerio
de la avenida Hampshir, esta noche, ¡Solo! Completamente solo. Si hay alguien
contigo, como si es tu puto perro, esas fotos saldrán a la luz. Si se lo dices a
alguien, el mundo entero sabrá vuestro pequeño secreto y Tokio Hotel, morirá. Los
antis y neonazis ya tendrán una razón para apalearos hasta la muerte. No quiero ver
a Tom cerca, solo te quiero a ti, ¿está claro? Y si llamas a la policía o a quien sea,
no es necesario que te explique las consecuencias, ¿no?... ¿¡No, Bill!?
-…No…
-Bien… hasta esta noche entonces, Billy. – pronunció con desdén y colgó. Bill
permaneció con el móvil en la mano varios minutos, petrificado, haciéndose a la
idea de que todo aquello era verdad y no una horrible pesadilla.
No le hizo falta darle muchas vueltas a la cabeza. Si se lo decía a Tom, todo se iría
a la mierda, además, él no estaba… él no querría ayudarle. Ya se lo había dicho
antes. Búscate tu sombra, Bill. No podía contar con nadie más. Incesto, ja, le
tomarían por loco. No había muchas opciones.
Eran las diez cuando se guardó el móvil en uno de los bolsillos de su pantalón,
cogió una de sus chaquetas de cuero negro y se la puso y rebuscó en el cuarto de
Georg su navaja, la cual el mayor guardaba como oro en paño por ser un regalo de
su difunto abuelo. Bill se la metió en el bolsillo trasero de su pantalón y sin decirle
más de un simple hasta luego a Leyna, salió del apartamento. No estaba muy
seguro de si podría volver luego, como había pronunciado. Quizás no volviera
nunca. Quizás lo encontraran mutilado al lado del cementerio mañana.
Bill…
El cementerio. Un lugar idóneo para firmar una sentencia de muerte ¿Y por qué no
la suya propia? Un error y acabaría bajo tierra o quizás, simplemente se le tirara
encima en cuanto lo viera y lo matara. Quizás eso sería hasta mejor. Bill no quería
ser consciente de fuera lo que fuera que pretendía hacerle. Ya que no podía librarse
de ello, ojala se diera prisa.
Cuando llegó a la entrada del cementerio, esperó varios minutos en ella, nervioso e
impaciente. Por no decir asustado.
-¿Asustado Kaulitz? – oyó aquella voz grave a su espalda. Tomó aire, intentando
conseguir algo de seguridad y se volvió. Hagis estaba allí, a varios metros de él,
tan enorme, tan musculoso e imponente como un profesional de la lucha libre. Su
sonrisa dejaba claras sus intenciones.
-¿Mentira? ¿Aun cuando tengo la prueba entre mis manos tienes los huevos de
decir mentira? – sabía que sería inútil negar lo evidente… aunque no fuera verdad.
-¿Qué quieres entonces de mí? Tienes las fotos ¿Qué quieres, dinero? – le resultó
sorprendente que su voz no temblara frente a ese gigante, ni siquiera vacilaba y no
le resultaba tan difícil. Esa faceta era otra de sus muchas caras. Por naturaleza, no
era alguien que se dejaba intimidar fácilmente frente a los matones, pero las
situaciones siempre acababan llegando a un límite en el que, o daba la cara, o huía.
Y en esa situación, huir solo traería problemas. – Si publicaras las fotos en los
medios, ya me abrías destrozado la existencia. Vaya una venganza sería.
-Lo haría, te juro que si pudiera, estás fotos ya estarían repartidas por todo el
mundo, pero en ese caso no solo te afectarían a ti. Alemania entera… no quiero ni
imaginar como quedaría el país después de esto porque, al fin y al cabo, aunque no
os queramos aquí, por desgracia este país conserva vuestras raíces de origen y sería
el más afectado… de eso nada. Claro, que siempre puedo cambiar de opinión. –
rectificó enseguida al ver una mueca de alivio en la expresión de Bill. – No, a
quien yo quiero es a ti, a tu cabeza en una bandeja. Quizás te rompa las piernas… o
quizás mejor te rompa el cuello directamente.
-No me provoques.
-No lo hago. Eres tú el que no quiere pelear como un hombre, eres tú quien te
pones en evidencia solo. – Bill se cruzó de brazos, desafiándolo y tal y como
supuso, Hagis guardó las fotos de nuevo en su bolsillo y alzó los puños.
No llegó a cogerlo.
Bill chocó contra los barrotes de hierro del portón del cementerio con tanta fuerza,
que el portón se abrió de golpe y el candado, oxidado y viejo, cayó a sus pies. Se
agarró a los barrotes, intentando sostener el cuerpo para no caer al suelo y se
volvió, moviendo la cabeza con brusquedad, intentando despertarse del
aturdimiento. Después de semejante golpe, sentía la mejilla medio dormida. Sabía
que no tardaría nada en ponérsele morada e inflamarse, seguro que al igual que su
hombro y su costado. El dolor le quemaba.
Hagis le estaba dando una paliza y si seguía así, ni siquiera podría acertarle un
pequeño golpe antes de caer al suelo. Observó alterado como el gigante se le
avecinaba, dispuesto a embestirle como un toro contra los barrotes de hierro y ahí
vio su oportunidad. Saltó hacía la izquierda en el último momento y el hombro de
Hagis impactó dolorosamente contra el hierro. Él gritó de dolor y Bill corrió hasta
situarse a su espalda. De un salto le agarró del pelo y tiró hacía atrás, separándolo
del portón y de una vez y con toda la fuerza de la que fue capaz, estrelló su cabeza
contra los barrotes de hierro. Hagis volvió a gritar, una, dos y tres veces, tantas
como Bill le hizo chocar contra los barrotes y una vez que oyó un desagradable
crujido y vio como varios barrotes se soltaban del portón y caían al suelo, lo soltó y
retrocedió.
Hagis cayó al suelo de rodillas con la mano en la cabeza. Ese era el trato, el
primero en caer, era el perdedor y no era él. Una sonrisa de alivio se dibujó en su
cara.
-Se acabo. – suspiró. – Has perdido. – murmuró con dificultad por la hinchazón de
la mejilla. Hagis se volteó con mucha lentitud, con la mano en la cabeza y
expresión de odio puro. Varias gotas de sangre se derramaron por su sien. – Dame
las fotos y me iré, como si no hubiera pasado nada… - la expresión del mayor se
volvió sombría de pronto. – Vamos, dámelas. – pidió Bill extendiendo una mano.
Una pequeña risita gutural salió de entre los labios de Hagis y el gemelo menor
empezó a impacientarse, a irritarse, a alterarse… - Dame las fotos… ¡Dame las
putas fotos! – gritó. Y Hagis se rió.
-Grita, grita… dentro de poco no podrás ni hablar. – Bill frunció el ceño, con
extrañeza y los latidos ya acelerados de su pecho, intensificaron su velocidad. Algo
no iba a bien.
-No lo creo. Esto no es una venganza Bill, es hacer justicia. – le pegó una patada a
la pierna herida, sonriente y Bill se encogió de dolor. Volvió a arrastrarse hacía
atrás como pudo. – Y para hacer justicia, a veces las trampas y los sacrificios son
necesarios.
-Un justiciero… vamos a igualar las cosas Billy. Te lo debo… para un actor, su
rostro es algo fundamental al igual que su cuerpo y tú hiciste desaparecer mis
posibilidades, me deformaste la cara… para un cantante, lo más importante es su
voz y yo… voy a hacer desaparecer la tuya. – Bill palideció. Se quedó totalmente
paralizado observando esos fríos ojos azules, desquiciados, observándole. Brandei
empezó a alejarse de allí, dejándolos solos unos segundos. – Una forma de
desgarrar las cuerdas vocales es quemar de arriba abajo todo lo que hay desde la
boca hasta el estómago con una sustancia nociva… - en ese momento, Brandei
apareció de nuevo con expresión indiferente y un pequeño bote azul en la mano.
Bill apretó los puños sobre la arena fría, tembloroso. – un líquido como… la
lejía… quizás más fuerte aun. Se te quemará la garganta hasta que no puedas
pronunciar palabra. – era realmente difícil intimidar a Bill. Hasta aquel momento,
podía decir con certeza que nadie lo había hecho (salvo cierto acosador y su
hermano), pero esas palabras, en esa boca y viendo que la amenaza iba a ser
cumplida, lo hicieron entrar en pánico.
Su voz, no.
Agarró la arena que tenía entre sus manos y se la arrojó a la cara sin pensarlo.
-¡Joder! – gritó Hagis, llevándose las manos a los ojos, empezando a restregárselos
con fuerza, retrocediendo. Bill se levantó del suelo. Varias gotitas de sudor se
escurrieron de su frente cuando sintió el tremendo dolor de la pierna y sin más,
intentó correr, adentrándose en el cementerio, cojeando y aguantando los gritos de
dolor.
En ese momento, el móvil empezó a sonar otra vez, y otra vez y otra… cansado,
miró la pantallita y por unos momentos, la mano se dirigió hacía el móvil,
dispuesto a responder.
“Enfermo”
Tom se arrepintió enseguida y apartó la mano del móvil, pero este seguía sonando.
Deseaba que dejara de sonar cuanto antes, que la tentación de agarrarlo
desapareciera, pero insistía. Se agarró el brazo con fuerza y se encogió sobre si
mismo, apretando el agarre hasta que se volvió doloroso, hasta que sintió las uñas
clavadas en él, desgarrándole la piel.
Cuando el móvil dejó de sonar, respiró, aliviado. Miró las gotitas de sangre que se
escurrían por su brazo debido al arañazo y suspiró, como si con esa pequeña
herida, todos sus males desaparecieran. Y en parte, así lo sentía.
Bill empezó a marcar otra vez el número de Tom, con desesperación al ver que no
lo cogía. ¿Por qué? ¿Por qué no lo cogía? ¿Es que Tom no sentía su miedo?
Entonces, ¿Por qué lo ignoraba? ¿Por qué le castigaba de esa forma? Intentó
levantarse otra vez del suelo, pero se agarró la pierna en cuanto hizo el intento,
adolorido. Sentía algo húmedo escurrirse por ella. Iba a subirse un poco el pantalón
para ver de donde venía ese intenso dolor… pero…
Bill alzó la navaja, amenazante, con ojos que contenían furia y miedo. Una mala
combinación que le impedía pensar bien. Solo ante el peligro. Se levantó de nuevo
del suelo, con las piernas temblorosas. En la derecha se empezaba a notar una
mancha rojiza plasmada en los pantalones. Anduvo cojeando hacía ellos, que
retrocedieron, intimidados por el brillo de la navaja apuntándolos frente a su cara.
-Baja eso. – acertó a decir Hagis. – No creas que puedes intimidarnos con esa
mierdecilla. – aun pronunciando esas palabras, no pudo evitar tragar saliva,
nervioso. Brandei lo miró con el ceño fruncido, apartándose de ellos lentamente.
-Suelta esa cosa, estúpido desgraciado. – la mano de Bill temblaba, aun así, avanzó
y colocó de inmediato la navaja bajo el cuello del mayor, rozando la piel. Hagis
volvió a tragar saliva.
-Ni hablar.
-Imbécil, va a matarte.
-No, no lo hará – sonrió con superioridad, notando el ligero tembleque del filo de
la navaja. – No es capaz.
-No me provoques. Puedes llevarte una sorpresa. – aun así, Hagis no se retractó y
siguió sonriente.
-¿Cómo te imaginas que esto puede afectar a tu trabajo? Bill Kaulitz, asesino. –
Bill no se movió. – Sabes que no puedes escapar de aquí a no ser que me mates o
seas tú quien acabe escaldado, pero ¿puedes matarme? ¿Prefieres matarme ha
aguantar una pequeña paliza? Porque solo quiero eso, hacer justicia y después, te
daré las fotos. Si me apuñalas, solo conseguirás acabar con tu grupo, con tu
trabajo, acabarás encerrado y tu familia… ¿Has pensado en tu familia? ¿Has
pensado en tu hermano? Se quedaría solo, enfrentándose solo a las consecuencias
de tu negligencia y también, a la polémica que estás fotos formaran porque,
créeme, saldrán a la luz, me mates o no. Solo tienes una opción Bill… sabes cual
es. Después… todo habrá sido un mal rato. – el momento de tensión era cada vez
mayor conforme el silencio del menor se incrementaba. Los ojos de Bill llameaban
de furia y por un segundo, Hagis llegó a pensar que se atrevería a rajarle el cuello.
El alivio le invadió por completo cuando vio una chispa de inseguridad y reflexión
en su rostro perfecto. Se atrevió a extender la mano hasta la navaja y muy
lentamente, la agarró. Bill no se resistió y de un tirón, Hagis se la quitó. – Has
elegido la mejor opción. – Bill negó con la cabeza y le escupió a la cara,
enfurecido por su debilidad. Aunque no le hubiera chantajeado de esa manera, no
se hubiera atrevido a matarlo.
Hagis no se hizo de rogar. Se limpió con asco el escupitajo que se escurría por su
rostro y de un puñetazo en plena cara, lo hizo retroceder y caer al suelo, junto a una
lápida incrustada en el suelo, sin nombre, de piedra dura, vieja y sucia. Se golpeó
la sien contra ella y quedó aturdido y mareado. Sentía mucho dolor en la cabeza y
el cuerpo adormilado. Con mucho gusto se hubiera dejado caer contra el suelo y no
se hubiera movido hasta el día siguiente sino lo hubieran agarrado de los brazos y
obligado a sentarse en el suelo.
-Bebe – le ordenó Hagis, situado de cuclillas a su lado. Bill notó un fuerte olor
subiéndole por la nariz cuando fue capaz de situar el pequeño bote de plástico azul
frente a sus labios. Todo empezaba a darle vueltas y giró la cara a un lado,
asqueado por el olor.
-No… - murmuró. Hagis le agarró de la barbilla con fuerza y le rozó los labios con
la boquilla del bote.
-Traga – Bill entreabrió los labios y se le cerraron los ojos. No lograba situarse, no
alcanzaba a reconocer la situación en la que se encontraba, como si estuviera
drogado o más bien, al borde de la inconsciencia. Despertó de golpe cuando notó
como si fuego se le colara por la garganta y se escurriera hasta su estómago.
Empezaba a arder. Empezó a toser, medio ahogándose con ese líquido que le
abrasaba la garganta.
Hagis tiró el botecito a un lado y le soltó. Bill se inclinó hacía delante, tosiendo y
sintiendo arcadas cada vez más fuertes, hasta que no pudo aguantar mas y vomitó,
todo. Tenía el estómago totalmente revuelto y le quemaba la garganta. Hubiera
matado por un poco de agua que consiguiera calmarle el quemazón.
-Ya está. Ya has conseguido lo que querías ¿no? Vámonos – oyó la voz de Brandei
a su espalda, ansiosa y nerviosa. No sabía que hacía ese chaval allí. No pintaba
nada.
-He dicho que no. Se podría decir que le he devuelto el aceite hirviendo que me
tiró a la cara, pero aun me queda rematarlo con… el corte. – Bill cayó al suelo de
costado, tosiendo con violencia. Sintió la dura piedra de la lápida bajo su cuerpo y
quiso levantarse de ahí enseguida, pero Hagis se lo impidió. Le dio una ligera
patada y se dejó caer de rodillas casi encima de su estómago. Bill vio relucir la
hoja de la navaja que le había tomado prestada a Georg en la mano de Hagis y
deseó no haberla cogido nunca. De nada le había servido.
-Bonita navaja. Creo que me la quedaré para mí. Cada vez que la vea, veré en ella
tu cara de sufrimiento y me reiré.
-Voy ha hacerte un tatuaje nuevo, Kaulitz. – Bill observó aturdido como el filo de
la navaja se precipitaba sobre su brazo y cuando sintió como este rozaba y
empezaba a cortar su piel muy lentamente, el olor y la vista de la sangre lo hicieron
removerse con violencia, intentando resistirse. Aquello dolía.
-¡Estate quieto joder! – Hagis le golpeó la cabeza con el mango de la navaja, pero
Bill se agarró con el otro brazo a la mano que le inmovilizaba contra el suelo,
desesperado, intentando forzarlo a soltarle. - ¡Suéltame! ¡Brandei, ven aquí! – el
mencionado se sobresaltó al oír como le llamaba. - ¡Ayúdame a sujetarlo! – y
Brandei se quedó en el sitio, petrificado, sin saber que hacer, observando como Bill
seguía revolviéndose en el suelo como una serpiente escurridiza intentando soltarse
de las garras de un águila. - ¡Brandei, como no vengas ahora mismo, veremos que
le pasa a la puta de tu hermana! – aquel grito llamó la atención de Bill y miró a
Brandei de reojo. Estaba atemorizado y supo que él no quería tener nada que ver
con eso. No quería hacerlo... y sin embargo, lo hizo. Se acercó, vacilante hacía él y
se arrodilló a su lado.
Los siguientes minutos, Bill creyó vivir un infierno. Sentía nauseas y mareos al ver
cada vez más y más sangre escurrirse por su brazo y más de una vez pensó que se
desmayaría, pero el dolor le impedía cerrar los ojos. Desde luego, si aquel líquido
que se había tragado no le destrozaba las cuerdas vocales, lo harían sus gritos.
Brandei cerró los ojos con fuerza y cuando Hagis separó la navaja del brazo de Bill
y la cerró, limpiándole la sangre con la mano y guardándola en un bolsillo de su
pantalón, le soltó el brazo de inmediato y se apartó enseguida.
-Se acabó. – sentenció Hagis y se levantó del suelo. – Vámonos. – Brandei echó a
andar. No quería saber nada más de lo que había ocurrido, ojala nunca hubiera
estado allí, ojala Hagis no existiera, ojala su hermana no hubiera sido tan estúpida
como para dejarse pillar in fraganti por ese imbécil en los grandes almacenes. Sino
fuera por ese maldito chantaje, podía dar por seguro que no estaría ahí esa noche.
Miró a Hagis de reojo. No podía saber como coño era capaz de seguir sonriente,
divertido por lo que acababa de hacer. Él sabía que viviría con esos gritos y esa
imagen del cantante clavada en la cabeza mucho, mucho tiempo.
-Lo que se ha tomado… podía hacerle mucho daño… además… puedes haberle
pillado la vena con esos cortes. Si lo dejamos ahí tirado podría morir… -
dramatizó, con los nervios a flor de piel, parándose de repente. No podía dejarlo
tirado sabiéndolo en peligro. - Deberíamos llamar a una ambulancia.
-No seas imbécil y vamonos. No se morirá por ver un poquillo de sangre… ahí
tienes la prueba. – Hagis hizo un ligero movimiento de cabeza y Brandei se volvió
enseguida, sorprendido. Los ojos se le desorbitaron al ver, incrédulo, como Bill,
muy lentamente, se levantaba poco a poco. El cuerpo le temblaba y tosió varias
veces. Estuvo a punto de derrumbarse de nuevo en cuanto se medio levantó,
sujetándose el brazo herido, henchido en sangre. No se podía ver rastro de carne
debajo de ese líquido espeso y rojo que salpicaba el suelo en gotitas y Brandei lo
agradeció. Prefería no saber como tenía el brazo después de semejante carnicería.
Estaba seguro de que ese tatuaje ya no existía.
-Las fotos… - murmuró Bill con voz ronca y desgarrada, grave. Desde luego, no se
parecía en nada a la suya. – Dame las fotos. – Hagis alzó una ceja y se cruzó de
brazos.
-¿Qué fotos?
-Si, lo dije. Pero hay un problema. Si te doy las fotos… ¿Cómo puedo asegurarme
de que mañana mismo no me denuncies a la policía?
-… Era… ese era el puto trato. – Bill no había soltado una lágrima durante esa
tortura, no lo había hecho pese al dolor… pero no aguantaría mucho más sin
hacerlo.
-Tú lo has dicho. Era. Ahora tengo un trato mejor… si vas a la policía, las fotos se
publican, si vas a un médico a curarte esas heridas, tarde o temprano, alguien se
acabará enterando de que te han metido una paliza y siempre hay alguien que
denuncia, así que, las fotos se publican. Si hay alguien más, alguien se entera de
que esta noche te han dado una paliza de muerte, te juro que la tortura no acabará
aquí. El trato es simple. Solo tienes que ser un niño bueno y obediente y todo
quedará aquí. – Bill no rechistó. No dijo absolutamente nada. Guardó silencio
como los muertos del cementerio aunque por dentro, la rabia y la impotencia se lo
tragaran y el dolor aumentaba y aumentaba. Conforme los vio empezar a
marcharse de allí, dirigiéndole antes una mirada de lástima y otra de burla, la ira
empezó a corroerle por dentro, a abrasarle incluso más que ese líquido le había
hecho en la garganta. Se desplomó de rodillas sobre el suelo y apretó el brazo
herido con fuerza contra su pecho, aguantando los sollozos.
Ahora veía la realidad demasiado lejana. ¿Todo había acabado con eso? No se veía
capaz de asimilarlo, era un golpe demasiado fuerte y no sabía a que se debía. ¿Qué
había hecho para merecerse eso?
¿Qué había hecho para que Tom lo odiara tanto como para no ir en su ayuda? ¿Por
qué no había aparecido? Lo único que se le había pasado por la cabeza mientras le
rajaban el brazo era su hermano, que pronto vendría a ayudarlo… pero no había
aparecido.
-Ya era hora. Leyna me ha obligado a quedarme en vela ha esperar a que llegarais,
decía que tenía un mal presentimiento y los cabrones de Georg y Gustav se han
escaqueado con la excusa de que estaban como una cuba. Yo ya he cumplido, me
voy a dormir. Dale las buenas noches a Bill de mi parte. – aunque tenía el cerebro
bastante ebrio como para captar las cosas al vuelo, su mano agarró el brazo del
rubio con fuerza, captando su atención.
-¿No está contigo? – Tom negó con la cabeza. – Leyna me dijo que salió al rato de
que tú te fueras. Creía que iba a buscarte.
-¿El qué?
-Los cortes esos. ¿Cómo te los has hecho? – Tom encontró el móvil y lo sacó,
empezando a marcar con rapidez el número de Bill.
-Yo también, paso del royo masoquista. Puede que en un principio tuviera su
morbo pero ya no tiene gracia… Bill no coge el móvil. Me estoy empezando a
preocupar.
-No en lo peor. Esta vez tengo razones para creerlo. – Andreas lo miró con una
ceja alzada.
-¿No… no se lo cogiste? ¿Tú eres tonto? ¿Por qué no? – por un momento, Tom
guardó silencio. Se toqueteó la herida del labio con impaciencia y remordimientos
y finalmente admitió…
-Vale.
Ninguno de los dos se dio cuenta de que la persona de la que hablaban ya había
llegado, justo detrás de Tom y de qué, para mal, había oído la conversación.
Bill subió escaleras arriba en total silencio, como un felino. No entró en el cuarto
que últimamente compartía con Leyna, sino en el baño y cerró la puerta con
pestillo.
Esa era la razón por la que Tom no había ido a buscarle, simplemente esa.
La rabia lo consumió por completo cuando vio que Hagis no se había dedicado a
hacer simples cortes por todo su brazo. Había sustituido su tatuaje por unas
palabras que a partir de entonces, debería llevar gravadas siempre en la piel. Unas
palabras que durante mucho tiempo, había intentado hacer desaparecer en su
mente, y en las de la gente.
Maricón perdedor.
Golpeó con rabia el suelo, con el puño cerrado varias veces, sin poder reprimir las
lágrimas de frustración. ¿Qué había hecho para merecer eso? Nada. Fue Tom quien
le besó, fue Tom que no quiso ayudarle…
-¿Qué coño es esto? – los pies se le empaparon por el agua que inundaba la
habitación, llegándole por los tobillos. - ¡Joder! – corriendo, salió de su cuarto y
golpeó la puerta de en frente con insistencia. - ¡Georg, despierta, Georg! – gritó y
corrió hacía la habitación de Leyna, golpeándola de igual manera.
-¡Oh, no! ¡He soñado con esto mil veces! ¡El barco se hunde, corramos hasta los
botes! ¿¡Dónde están los chalecos salvavidas!? ¿¡Dónde está Jack!? ¡Jack! – gritó
histérica.
-¿Qué Jack ni que niño muerto? ¡Qué no estamos en el Titanic! – exclamó Gustav
enseguida, metiéndose en su cuarto de nuevo, empezando a sacar cosas del
armario. – Aquí ha habido un maremoto o ha caído la de Noé. ¡Tenemos que
evacuar, ya!
-La playa más cercana está a más de ochocientos kilómetros y hay un sol que
ciega… además… creo que acabo de descubrir donde está el problema. – Gustav y
Leyna miraron la pequeña ranura que había bajo la puerta del baño. Resultaba
obvio que toda el agua salía a presión desde ahí. – Un capullo se ha dejado el grifo
abierto.
-Apuesto lo que sea a que ha sido Tom. – Georg intentó abrirla, pero tras varios
intentos, dio un paso atrás.
-Está cerrada. – murmuró. Gustav se acercó y golpeó la madera con los nudillos.
-¡Tom! ¿Qué mierda estás haciendo pedazo de burro? ¡Que se nos inunda el piso!
¡Que sepas que quien va a achicar agua vas a ser tú! – Nadie contestó. - ¡Tom!
-¿Qué? – sobresaltados, los tres se giraron hacía las escaleras. Tom los miró con
expresión somnolienta y unas enormes ojeras en la cara. Ni siquiera parecía
haberse dado cuenta de que el lugar estaba tremendamente inundado. Los tres
abrieron los ojos como platos al verle.
-¿Tom? ¿Y Andreas?
-¡Y yo que sé! Estoy buscando a mi hermano, no lo veo desde ayer por la noche
y… - de repente, se hizo el silencio. Los cuatro miraron la ranura de la puerta por
la que salía el agua… con un extraño color rojizo. – Joder… - Tom se abalanzó
hacía la puerta, pegándole con fuerza con los nudillos. - ¡Bill, Bill! ¿¡Estás ahí!?
¿¡Bill!? – no tardó nada en empezar a pegarle puñetazos y patadas, embistiéndola
con el hombro con fuerza. Bill nunca se encerraría en un baño así, a cal y canto,
solo. No desde que se quedó encerrado con un acosador.
Tras la puerta, Bill, muy lentamente, empezó a abrir los ojos debido a los gritos y
golpes que oía. Le costó mucho situarse en aquel lugar, le dolía el cuello, tenía el
cuerpo entumecido y tenía frío, mucho frío. No tenía apenas fuerzas para
levantarse.
Cuando vio el gran charco en el que flotaba y notó que estaba empapado, cerró el
grifo enseguida, temblando de frío. Se miró el brazo herido. La hemorragia había
parado, pero ahora lo tenía de un extraño color morado oscuro y le costaba
moverlo.
Oyó las voces fuera y los porrazos. Pudo distinguir la voz asustada de Leyna, la
preocupada de Georg y Gustav… y la desesperada de Tom. Pero esta última le hizo
hervir de rabia. Intentó levantarse del suelo con rapidez. El dolor de la pierna casi
se había desvanecido, pero el moratón no.
-No… no… no… no… - solo un pequeño murmullo llegó hasta sus oídos y con
una voz totalmente diferente a la de su hermano.
-¿Bill?
-¿Bill? Soy Leyna, ¿estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Qué haces ahí? – Leyna oyó sus
sollozos. – ¿Quieres que hablemos? Ábreme la puerta Billy y cuéntame lo que te
pasa.
-No…
-Que solo entre Leyna. – le oyeron pronunciar con esa voz grave y ronca.
-¡No, que no entre, que no entre! – Tom la miró, confuso y Leyna negó con la
cabeza, abriendo la puerta un poco y entrando a la vez que la cerraba. Los tres
esperaron unos segundos frente a la puerta, preocupados, cuando Leyna volvió a
abrirla y asomó la cabeza, pálida, completamente blanca.
-Ya hablaremos luego. – y cerró la puerta de nuevo. Tom estuvo tan inquieto
durante toda la mañana, que no podía coger la fregona sin que le temblaran las
manos. No bajó a la primera planta en dos horas, pendiente de la puerta del baño
hasta qué, tras mucha espera, la puerta se abrió. Pegó un bote del suelo, con el que
estaba medio entretenido pasándole un trapo ya empapado y miró la escena. Leyna
salió primero, con expresión de angustia y acto seguido, pudo ver como pasaba por
encima de sus hombros el brazo de Bill y lo agarraba de la cintura empezando a
andar hasta uno de los cuartos. Bill cojeaba.
Tom supo entonces que había hecho algo mal, algo terrible. Y lo peor era que Bill
lo odiaba por ello.
-¿Te duele? – Leyna le desvendó la pierna con lentitud y Bill negó con la cabeza.
-No…
-Hum…
-Tienes la mejilla hinchada y, madre mía, que ojo. No creo que pudieras disimular
esto con todo el maquillaje del mundo. – Bill asintió con lentitud. – A ver ese
brazo.
-No. – el cantante se agarró el brazo con la otra mano, estrechándolo con fuerza
contra su pecho.
-Me duele la garganta y la barriga. Empieza por darme algo para que no me duela.
– su voz ronca y débil era difícil de escuchar y más, de comprender.
-Yo no puedo hacer nada contra eso. Deberías ir a ver a tu médico personal. – al
ver los ojos brillantes y cristalinos del menor de los gemelos, suspiró. Claro… no
podía ir a un médico, no quería arriesgarse. – Bill… lo que me has contado… es
muy grave. No se que clase de fotos te habrán hecho para que tengas tanto miedo a
que se hagan públicas… pero entre lo que tragaste, la pierna y lo del brazo… no
merece la pena arriesgarse tanto. Podrías hasta morir por intoxicación o algo así. –
Bill se mantuvo callado y bajó la cabeza. – Bill, mírame… mírame… - tras unos
segundos, alzó la cabeza y la miró, intentando contener lágrimas de impotencia. -
¿Qué hay en esas fotos que tanto temes que se descubra? ¿Estás con alguien?
Necesitas desahogarte con alguien, no puedes cargar con todo eso solo.
Cuéntame… te comprometen mucho ¿no? – Bill no fue capaz de contenerse
porque, tal y como Leyna le había dicho, necesitaba desahogarse con alguien.
Dejar escapar aunque fuera un poco de su rabia, de su frustración, de su dolor. –
Estabas con alguien… - Bill asintió. - ¿Una chica? – las lágrimas amenazaban con
desbordarse en cualquier momento. – No… ¿Un… hombre? – preguntó ella con
cuidado, con mucho tacto, porque además de difícil para él, más lo era para ella
asimilar que su ídolo tuviera una tendencia semejante. El corazón le dio un vuelco
cuando vio como se le saltaban las lágrimas. – Un hombre… entonces es eso…
tienes miedo de que se descubra que eres… - Leyna tragó saliva - … gay…
-Si fuera gay… me importaría una mierda que todo el mundo lo supiera.
-Pero es tu hermano… ¿Por qué no quieres que lo sepa? – Bill pareció pensárselo
unos segundos y volvió a escribir.
“¿Me prometes, me juras por tus padres y por todo lo que más quieras en este
mundo que no se lo dirás absolutamente a nadie, nadie, nadie?” – Leyna asintió
con la cabeza, lentamente, no muy segura de querer saberlo. Aquello debía ser muy
gordo para que Bill actuara de esa manera. Y Bill volvió a escribir.
-No puede ser… - Bill golpeó la mesa con el puño, llorando otra vez. – Me estás…
tomando el pelo. ¿Me estás intentando decir que en esas fotos tú y Tom…?
Leyna negó con la cabeza incapaz de creerse lo que estaba leyendo… y sin
embargo, eso explicaría tantas cosas. El extraño comportamiento de los gemelos
los últimos días, sus peleas… pero era surrealista. Tom nunca haría algo así ¿no?
Era un maldito golfo y un mujeriego. No era posible que hubiera…
-Georg, joder… por favor, ¿Qué tonterías dices? Bill nunca intentaría suicidarse y
lo sabes.
-¿Qué no? Es fácil decirlo pero todos sabemos que es tan sensible para algunas
cosas que… solo necesitaba una buena razón para dar el paso. Tanto estrés no
podía ser bueno.
-Pues has tenido suerte. Lo que ha pasado no es muy agradable. – Gustav apoyó la
cabeza en el respaldo del sofá con cansancio y bufó.
-Ya lo he oído… me estaba haciendo el dormido para no tener que achicar agua. –
sonrió y Georg tuvo la intención de darle una buena colleja, pero finalmente
suspiró y bajó la mirada.
-¿En serio pensáis que Bill, después de tantos años trabajando juntos, intentaría
cortarse las venas? – Georg se encogió de hombros.
-Tío, yo he tenido depresiones y Gustav también y no son algo para reírle la gracia.
Es muy chungo. No sabes lo que te pasa, no sabes nada, simplemente sientes un
vacío enorme en el pecho y ganas de llorar. En un momento de pánico, puede darte
por tirarte de la azotea y adiós muy buenas. Bill no es un dios… es humano. Y si
tiene una depresión… buff… la cosa se pondrá muy fea.
-¿Por qué crees que todos aceptamos enseguida lo del año sabático? Echamos de
menos dar conciertos, nos encantaba estar en el tour bus, ahí, yendo de aquí para
allá… pero con mirar a Bill a la cara una vez, nos sobró tiempo para saber que
necesitaba un respiro. Lo del loco le afectó mucho. – explicó Gustav enseguida. A
simple vista, los dos no parecían darle importancia, pero si indagabas lo suficiente
en su forma de actuar, se les podía ver tremendamente preocupados y ansiosos.
Andreas sonrió y negó con la cabeza
-Os equivocáis. Bill nunca se atrevería a cortarse las venas. Creéis que por ser
afeminado y sensible a veces, es débil… pero es el tío más fuerte que uno se puede
echar a la cara. De hecho… el débil y por quien os debéis preocupar en serio es
Tom. – Georg y Gustav se miraron con el ceño fruncido, extrañados.
-¿Tom?
-Quiero decir, coger una navaja, un cuchillo, algo afilado y cortarse la piel. – los
dos componentes del grupo palidecieron enseguida, incapaz de creerse semejante
locura.
-No puede ser… Tom nunca haría algo que le perjudicara el cuerpo o que le dejara
marcas.
-Os digo que estaba enfermo. Yo he visto las marcas, he visto su sangre y estaban
ahí. Bill también las ha visto, Simone y Gordon también. En aquel tiempo el que
debería haberse sentido mal debía ser Bill. Era él quien sufría acoso escolar, no
Tom y sin embargo, él se llevó la peor parte. – Andreas suspiró. – A quien le
contaba como se sentía era a mí, no a Bill. No se como se sentiría exactamente,
pero por las cosas que decía, era obvio que se sentía culpable. Decía que era el
hermano mayor y que siempre debía proteger y ayudar a su hermano, decía que
Bill lo odiaría por ser tan débil, que sus padres no lo querían, que nadie lo quería…
porque era un mal hermano. Al principio pensé que eran tonterías pero… - se
encogió de hombros. – La cosa se le fue de las manos. Me dijo que así, cortándose
o golpeándose la cabeza contra algo, aunque al principio doliera, era mejor porque
luego, se sentía aliviado por dentro y no se sentía tan mala persona.
-Pero… ¿Por qué lo hacía? Es que… tuvo una pelea con Bill o…
-No. Nada de eso. Simplemente, cuando se metían con Bill, siempre lo defendía
pero aun así, Bill se sentía humillado y… no se… empezó a montarse una película
muy grande. Pensaba que la culpa de que se metieran con su hermano, era suya,
que la separación de sus padres era también su culpa, que todo era culpa suya y, de
alguna forma, automutilarse le aliviaba… tal vez porque pensaba que así se
acercaba un poco más a los que sufrían, no lo sé. Nunca se lo he preguntado. Como
he dicho, estaba enfermo, algo le pasaba por la cabeza que le hacía sentir mal y…
necesitaba ayuda. Cuando empecé a entenderlo, se lo conté a Simone y, a partir de
ahí, aunque le costó lo suyo, empezó a mejorar con tratamientos y… ah, si, creo
que sobretodo, fue gracias al psicólogo ese. – Georg frunció el ceño y Andreas
cerró los ojos.
-No se que le diría, pero desde entonces, ha odiado a todas las personas
relacionadas con la rama de la psicología y, sin embargo… nunca más volvió a
cortarse. Ni yo ni Bill sabemos que le dijo o hizo ese tío… solo, quizás, Simone y
Gordon. Luego volvió a ser el mismo pero… ahora… está perdiendo apoyo. Bill
tampoco está bien y eso le afecta más que cualquier cosa. Estoy seguro de que si
esto sigue así… su mente va a volver a flaquear…
-Son gemelos. La conexión que tienen es incomprensible pero lo que a uno le pase,
aunque sea lo más insignificante, no es indiferente para el otro. De hecho, es
posible que lo que a uno le de igual, le provoque al otro una montaña de dudas y
dolor. Es… demasiado complicado.
El silencio hizo acto de presencia entonces, inundando el salón. Los tres quedaron
pensativos ante lo oído y dicho, como si una losa les hubiera caído encima. No solo
Andreas tuvo la tentación de levantarse y subir las escaleras corriendo en busca de
Tom. No fue al único que se le pasó por la cabeza la idea de empezar a controlarle,
vigilarle. Nadie se movió y, de repente, el sonido del móvil de Gustav los
sobresaltó.
Georg y Andreas se miraron mientras lo cogía y se lo llevaba al oído, con una gran
tensión rodeándoles de repente.
-¿Francis?
-Si… joder… está… en el hospital. Tengo que ir… a verla… - murmuró Gustav
con la respiración entrecortada.
-Voy contigo. – Andreas supo entonces que aquello relacionado con los gemelos
acababa de quedar en segundo lugar. No le extrañaba. El grupo y los amigos eran
una cosa, la familia otra muy distinta.
-Parece que a Tokio Hotel le han echado un mal de ojo – susurró al aire, después
de sentir la puerta cerrarse tras él. No pensaba quedarse cruzado de brazos, allí, sin
hacer nada, sabiendo lo mal que estaban los gemelos. Bill ya tenía apoyo de Leyna,
pero Tom, no, y eso era preocupante. Subió las escaleras hasta su cuarto y sintió un
escalofrío de advertencia antes de abrir la puerta. Supo entonces que lo que abría
dentro, no le gustaría nada. Aun así no se acobardó y la abrió.
-Nada. – mentía como un niño de ocho años que acaba de romperle el jarrón
favorito a su madre.
-Nada.
-¡Imbécil, imbécil, subnormal, maldito gilipollas! ¿¡Qué crees que estás haciendo,
eh!? ¿¡Tan mal crees que te va en la puta vida como para ponerte a intentar
quitártela!? ¡No me jodas! ¡Deja de hacerte la jodida víctima cuando tu hermano
está para el arrastre! ¡No seas egoísta tío, ya tenemos suficiente con Bill como para
que ahora tú también te nos vuelvas depresivo! – le gritó, hecho una furia. Sentía
ganas de golpearle otra vez, pero Tom se había quedado totalmente paralizado,
cabizbajo, ni siquiera parecía escucharle. – ¿Ahora no dices nada?
-No lo entiendes…
-Si, si que lo hago. Entiendo que eres un cobarde inmaduro incapaz de enfrentarte
a los problemas, solo. Tú hermano necesita ayuda, tiene un problema y tú, en vez
de ayudarle, causas más problemas…
-No lo entiendes… - repitió con un tono de voz que le hizo tragar saliva.
-Tom… - Andreas tomó aire con ansia – … si te parece que estás mal, si quieres
cortarte y hacerte la víctima… te la corto, ¿entiendes? Te la corto con mis propias
manos y entonces, ¡Si que tendrás razones para hacerte la víctima!
-¡Pues sería lo mejor! ¡De que me sirve tenerla entera si solo se levanta cuando
tengo a mi hermano delante! – y… silencio. Andreas retrocedió, mudo y Tom se
levantó de la cama, incapaz de estarse quieto.
-¿Qué has dicho? – Tom negó con la cabeza, histérico. - ¿Qué acabas de decir?
-Te dije que no lo entenderías.
-Creo que sigo sin entenderte bien. Tal vez tenga que ir al médico o…
-Lo mejor es que no es una broma. – y, así, apartó las sábanas de su brazo herido y
le mostró los múltiples cortes con los que se había levantado la piel. La sangre que
se escurría por él. Andreas pudo ver en su cara que las lágrimas que nunca le había
visto derramar al orgulloso Tom se habían escapado… y la causa no era el dolor
del brazo.
La causa era su propio gemelo, que, sin que Tom lo supiera, tenía el brazo en su
mismo estado, justamente en el mismo lugar.
Ninguno de los dos podía saber que, esa herida, era una advertencia.
¿Qué puede ocurrir cuando la conexión entre dos gemelos empieza a romperse?
Capítulo 13: Muñeco roto
Andreas abrió los ojos, somnoliento y agotado. Se dio la vuelta sobre la cama otra
vez y hundió la cabeza sobre la almohada.
El maldito sonido del móvil le hizo gruñir y, finalmente, se levantó de la cama y lo
agarró. Miró la pantalla.
¿Leyna?
-¿Si?
-¿Andreas?
-No, soy el hombre del saco. ¿Qué haces llamándome a estás horas? Tía, si quieres
algo, toca a la puerta.
-¿Cómo que estás en el hospital? ¿Es por la hermana de Gustav? No me digas que
a muerto o…
-No, no, no es por ella. Aunque estamos en el mismo hospital. Me he cruzado con
Georg.
-¿Estamos? ¿Quién más está contigo? – Leyna guardó silencio unos segundos.
-Te he cogido el coche. Lo siento, pero era una emergencia. Es… Bill…
-… Bill no quiere que nadie sepa que está enfermo, y mucho menos Tom.
-¿Qué?
-No me lo puedo creer. Casi llegué a pensar que se trataba de una broma por su
parte pero… ¿hablaba en serio cuando te lo contó?
-Leyna, no se que coño le pasa a Tom, pero te juro que no hablaba en cachondeo
cuando me dijo que… dios… si se lo oyeras decir a alguien que no fuera su
hermano, pensarías… no sé… Tom actúa como si estuviera… como si Bill le
atrajera de una forma… es como si lo viera como una groupi a la que tirarse. No lo
ve como su hermano, es… otra cosa. Ceo que no está bien.
-Claro que no está bien. ¿Qué demonios pretende? ¡Por dios, es su hermano
gemelo!
-No me refiero a eso. Es él el que no está bien y lo peor es que lo sabe. Sabe que lo
que piensa y desea no es normal, pero… está perdido, ¿vale? No sabe que hacer.
No le resulta fácil resistirse.
-Hablas como si fuera un animal que solo tiene instintos sexuales. ¡Es un maldito
ser humano, Andreas! ¡No puede llegar y de buenas a primeras, intentar cepillarse
a su propio hermano! ¡Eso es incesto y del fuerte!
-¡Ya lo se, no hace falta que me lo grites! – Andreas se llevó la mano a la boca,
observando la puerta del cuarto de reojo. Había hablado demasiado fuerte, pero
Tom pareció no inmutarse. Suspiró – Leyna… Tom necesita ayuda psicológica
otra vez y seguramente, Bill también. Tiene que haber una explicación para esa
cosa que se le ha metido en la cabeza. Dame tiempo ¿vale? De alguna manera
puedo hacer que cambie.
-Andreas…
-Solo un tiempo.
-… Ahh… vale, pero poco eh y Bill… bueno… no creo que quiera acercársele en
un tiempo. Díselo, pero que no se ofenda y no se te ocurra decirle lo del hospital.
-Ya se me ocurrirá algo, pero… llámame cuando sepas que pasa ¿vale?
-Si, vale. – y colgó. Leyna suspiró y guardó el móvil en su bolsillo. Miró a Georg y
sonrió, divertida. Una niña de unos nueve o diez años, con la cabeza vendada y la
ropa del hospital, acompañada de su madre, se le había acercado y le pedía un
autógrafo, ilusionada. Georg le firmó, intentando sonreír como buenamente pudo y
acabó haciéndose una foto con ella.
-¡No, claro que no! ¿Por qué iban a cortarle el pelo? – la niña hizo un puchero y se
señaló la cabeza.
-Es que yo también estoy enferma y me han tenido que cortar el pelo. Ahora estoy
muy fea. Me encanta el pelo de Billy, quería tenerlo como él, pero si se lo cortan
como a mí… - la expresión forzada de Georg cambió en ese momento. Sintió una
ligera presión en el pecho. ¿Qué enfermedad podía tener esa niña? Tal vez tuviera
algún tumor en el cerebro o algo parecido. Tan joven y ya tenía que luchar por su
vida encerrada en esas cuatro paredes. Era algo realmente cruel.
-Kitty, cariño, tenemos que irnos – le dijo la madre. La niña asintió con la cabeza.
-Me tengo que ir. Cuando veas a Billy, ¿le puedes decir una cosa de mi parte?
-Dile que quiero que se recupere pronto y que quiero oírle cantar otra vez, ¡Muy
pronto, muy pronto!
-Se lo diré, seguro que se pone muy contento cuando se lo diga y se recuperará más
rápido para cantar a niñas tan guapas como tú. – las mejillas de la pequeña se
tiñeron de rojo y diciendo adiós con la mano, empezó a caminar tras su madre por
los pasillos del hospital. Leyna miró la escena en silencio.
Probablemente, esa niña no viviría lo suficiente como para volver a oír cantar a
Bill.
-¡Tom, por favor, no seas loco! – Tom abrió el armario del cuarto con brusquedad,
agarró la ropa que había colgada de las perchas y la sacó de un tirón,
desperdigándola sobre la cama. Rebuscó entre los cajones, sacó sus gorras y todo
cuanto vio suyo. Cogió la enorme mochila y una de las maletas que siempre
llevaba consigo de gira de debajo de la cama y la posó sobre ella, abriéndola.
Comenzó a llenarla con su ropa sin ningún orden, histérico. – Tom tío, no seas
crío. – le replicaba Andreas, volviendo a agarrar la ropa que metía en la mochila y
sacándola de ella de nuevo. – Piénsalo detenidamente. ¿Dónde vas a ir tú solo?
-Pero tío… - Tom, harto de que Andreas le sacara la ropa de la maleta, cogió un
buen montón, la metió en ella y la cerró, empezando a arrastrarla hacía las
escaleras y cargándose la mochila al hombro. El rubio lo siguió, muy alterado. –
Piensa en Bill. Te necesita, necesita tu ayuda en estos momentos tan difíciles.
-Necesita a su hermano y yo no soy su hermano, ahora solo soy un imbécil medio
loco que solo sabe traer problemas.
-¡Claro que no eres un loco! Simplemente quiere acostarte con tu hermano gemelo.
– Tom le dirigió una mirada asesina y siguió caminando hasta la entradita.
-Me voy.
-¡Tom joder, no! ¡Tú no te vas! ¿A dónde piensas ir solo y sin dinero?
-¿Sin dinero? ¿Tengo que recordarte que soy una estrella del rock? Estoy forrado
imbécil y si digo que me voy, me voy.
-¡Tom, por favor! ¡No puedes irte solo! – Andreas le agarró la maleta, desesperado,
tirando de él hacía atrás. – ¡Bill se vendrá abajo y tú también! ¡Acabaran
encontrándote en una semana fiambre dentro de un contenedor de basura devorado
por vagabundos! ¡Por favor Tom! – el mayor de los Kaulitz, harto de tirar de la
maleta, finalmente la soltó con brusquedad y agarrando con fuerza la mochila que
llevaba al hombro, empezó a caminar hacía fuera. - ¡No, no te vayas, no me dejes!
– dramatizó Andreas, tirándose al suelo y abrazándose a su pierna, impidiéndole
caminar.
-¡No, no, te lo suplico por la amistad que nos une! ¡Te lo ruego!
-¡Sino te quedas, te juro que me aprovecharé de Bill! ¡Lo vigilaré por las esquinas
como un lobo vigila a su presa antes de comérsela y me lo comeré! – Tom se
detuvo en ese instante y puso los ojos en blanco.
-Dile a Bill que no es por él, que no se preocupe por mí y que no intente
localizarme. Dile que volveré cuando todo se calme un poco.
-Tú solo díselo ¿vale? Y… dile también que le quiero. Como mi hermano. Que
quiero a mi hermano. – Andreas se cruzó de brazos, observándolo cabreado. – Ah,
y dale también esto. – Tom buscó algo en su bolsillo y soltó la mochila en el suelo
un segundo, volviendo hacía atrás. Agarró la mano de Andreas y depositó algo en
ella. El rubio lo miró sorprendido. – No se cuanto tiempo estaré fuera, pero espero
que con esto no se olvide de mi. Él lo entenderá. – Andreas y él se miraron a los
ojos unos segundos, en silencio. Con esa mirada su rubio amigo lo entendió todo.
Sin duda, aquello era lo mejor que podía hacer, por los dos.
-Bill ¿estás seguro de que estás bien? – Bill, pálido y con la mano en la barriga,
echó la cabeza hacía atrás, apoyándola en el asiento delantero. – ¿Te sigue
doliendo?
-Odio los hospitales y ese olor a enfermedad que hay en el aire. – Leyna lo miró de
reojo un segundo y volvió a posar la vista sobre la carretera. Agarró con fuerza el
volante.
-Si. Yo también.
-Pobre Gustav.
-Creo que si. O lo intentará. Ella es muy fuerte. Gustav y Georg también. – Bill
empezó a juguetear con sus manos, de forma histérica y a sudar. - ¿Puedes ir más
rápido?
-Ni se te ocurra. – Bill se abrazó a si mismo, con los ojos puestos sobre la
carretera, empezando a temblar débilmente y Leyna volvió a acelerar. Giró en una
curva y se adentró en el barrio de espectaculares casas, donde al final de ellas, casi
separadas del resto, estaba la suya. Ni si quiera se molestó en aparcar bien cuando
Bill ya había salido del coche, empezando a empaparse bajo la lluvia. Corrió
tambaleándose un poco hacía la puerta y justo cuando iba a llamar, se fijo en quien
había al lado de esta, apoyado en la pared, de brazos cruzados y cabizbajo. A Bill
le bastó un segundo para saber que sus suposiciones eran ciertas.
-¿Dónde está Tom? – Andreas alzó una ceja, sorprendido por semejante voz. Era
grave, ronca, quebrada y costaba entender las palabras que salían de la boca del
cantante.
-¿Qué te pasa en la voz? – los ojos de Bill brillaron, acuosos, o tal vez fuera el
efecto de la lluvia sobre su cabeza.
-Se ha ido. Acaba de irse hace unos minutos. – sintió esas palabras golpearle el
cuerpo como una descarga eléctrica, como si un rayo le hubiera caído encima. Ni
siquiera necesitaba preguntar a donde había ido.
-Me dijo… Tom me dijo que te diera esto. Que tú lo entenderías. – Andreas le
tendió un sobrecito cerrado y Bill lo observó con incluso algo de miedo.
Tembloroso, lo agarró y muy lentamente, con el corazón en la boca, empezó a
abrirlo. Algo cayó al suelo con un suave tintineo y Bill se agachó enseguida para
cogerlo. Palideció en cuanto lo tuvo en su mano.
-¿Y porque se lo quita ahora? – Bill no dijo nada, se limitó a morderse el labio
inferior e intentar aguantar un borbotón de lágrimas que de repente le vinieron a
los ojos. Miró el sobre otra vez y estuvo a punto de estrujarlo entre sus manos, sin
embargo, se dio cuenta de que había algo más. Lo abrió de nuevo e introdujo dos
dedos, sacando un papel… no, no era un papel.
Tom se ajustó bien la gorra y las gafas de sol antes de subir al autobús. Si no le
reconocían, iría haciendo el ridículo porque, ¿a quien se le ocurriría llevar gafas de
sol con ese tiempo? Se echó la capucha de la sudadera sobre la cabeza y caminó
hasta el final del autobús. Por suerte, no había nadie capaz de reconocerlo.
Se colocó al lado de la ventana y miró el paisaje gris, las gotas de agua caer y
escurrirse por el cristal. Suspiró. Iría a recoger su coche del mecánico y se iría a…
ya pensaría en algo. Ahora debía mentalizarse de que aquello era lo correcto,
porque lo era ¿verdad?
Bill iba a sufrir. Él iba a sufrir. Pero volvería curado y volverían a ser los mismos
de siempre. Los gemelos inseparables. Estaba deseando que eso ocurriera, estaba
deseando volver a verle. Apenas llevaba unas horas lejos de él y ya le echaba de
menos.
Bill…
Bill…
Un golpe le hizo abrir los ojos de nuevo. Otro golpe y el ruido de algo chocar
desde fuera del autobús le sobresaltó. Y otro golpe… una mano golpeó su propia
ventana desde fuera y Tom se levantó enseguida de su asiento y miró fuera de ella.
Las lágrimas no dejaban de caer por su rostro demacrado. Aun no podía creerse lo
que había pasado. Su hermano se había ido… sin él. Si se lo hubieran dicho hacía
unos meses, jamás lo hubiera creído. Para él siempre había sido totalmente
imposible que acabaran separados, pasara lo que pasara. Estaban demasiado
unidos, demasiado sincronizados, a donde iba uno, iba el otro, lo que sintiera uno
lo sentía el otro. ¿Era posible que Tom no sintiera su necesidad de tenerle cerca?
No, no podía ser. Entonces, ¿Por qué se había ido? ¿Por qué le había dejado solo?
Lo había dejado solo… él era el muñeco y Tom el amo cruel que se había
deshecho de él.
-Lo siento… - Bill alzó la mirada, pero siguió totalmente quieto. Sintió como los
brazos de Tom lo agarraban con cuidado y lo alzaban, intentando levantarle, pero
solo consiguió situarlo de rodillas frente a él, con el cuerpo débil, totalmente flojo.
Exactamente como un maniquí al que acaban de cortarle las cuerdas. – Lo siento…
perdóname… - Tom lo abrazó con fuerza, empapándose con su cuerpo y las
lágrimas que pese a su expresión indiferente, Bill no había dejado de derramar.
Apoyó la frente en su hombro y dejó que Tom le abrazara con toda la fuerza que
quisiera.
-Si…
-Si… - Tom le abrazó con más fuerza. – Por eso mismo quería desaparecer. – Bill
se mantuvo en silencio. Parecía no entenderlo, parecía hallarse en un estado de
shock del que no era capaz de salir, pero Tom no estaba preocupado por eso
precisamente. Sabía que el susto que le había dado había sido más de lo que podía
soportar y que permanecería así hasta que todo se calmara… ¿pero cuando se
calmaría todo? – Volvamos a casa. – esperaba arreglar algo con esas palabras y de
nuevo, intentó ponerlo en pie, pero Bill no ponía nada de su parte.
-No vuelvas ha hacerlo. – dijo en tono cansado y Tom se dio cuenta en ese instante
que la voz de su hermano sonaba de otra manera. Ese sonido agudo y dulce ya no
estaba. – No vuelvas a intentar irte sin mí.
-No lo aré. – finalmente, haciendo uso de su fuerza, cogió a Bill en brazos como
pudo hasta que sus pies se separaron del suelo. Bill apoyó la cabeza en su hombro
y cerró los ojos, pasando los brazos alrededor de su cuello.
-¿Un trabajo? ¿Qué clase de trabajo? – Alina retiró el cigarro de sus labios y
expulsó el humo, mirando con ojos afilados a su viejo manager, que nervioso, se
frotó las manos sudorosas.
-Te he dicho y te vuelvo a repetir que no pienso volver a pisar una pasarela, no se
porque insistes tanto, solo fui una modelo como miles que hay por ahí.
-Tú fuiste la más cercana a Top model y lo sabes, las superabas a todas y hubieras
logrado ser la más famosa de Alemania e incluso de Europa sino lo hubieras
dejado porque te diera la gana. – Alina puso los ojos en blanco y se revolvió en la
silla, dispuesta a levantarse. - ¡No, no, no! ¡Lo siento, no era eso lo que te quería
decir! Por favor, siéntate y deja que termine. – la chica suspiró y volvió a
acomodarse en la silla. Cruzó sus largas y perfectas piernas, dio una última
calada al cigarrillo y lo apagó contra el cenicero.
-Vale, vale. Siempre tan impaciente. Verás… cuando leí tu nombre en uno de esos
artículos, y no hablando sobre ti, sino que eras tú quien lo había escrito, me
acordé de algo y creo que, ahora que eres una periodista en toda regla, te
interesaría trabajar en ello.
-Y yo veo que sigues sin encontrar el tornillo que perdiste el día que naciste. Tokio
Hotel es agua pasada.
-Y sin embargo, el mundo los recuerda y al parecer, los recordará por mucho más
tiempo. Después de que ganaran el último premio por el que millones de bandas se
matarían, prácticamente se han convertido en legenda y, además, la desaparición
de los gemelos Kaulitz ayudó mucho y aun ahora, sigue siendo un misterio sin
resolver. – Alina le dirigió la mirada más envenenada que encontró, con sus
penetrantes y afilados ojos azules. Su antiguo manager se encogió sobre la silla,
intimidado. ¿Quién no lo estaría con semejante mujer de hielo delante?
-¿Por qué tiraste por la borda tres años de fama y trabajo el mismo año que los
gemelos desaparecieron y Tokio Hotel se acabó? – Alina no contestó y miró hacía
el suelo. Apretó los puños de sus manos con suavidad.
Andreas suspiró aliviado al ver la escena y Leyna alzó una ceja, en señal de
sorpresa.
Tom respiraba con profundidad y cansancio. El suelo a sus pies estaba encharcado
por su ancha ropa, ahora empapada y pegada a su delgado cuerpo. Bill parecía
hallarse entre el sueño y un estado de indiferencia total, con la cabeza sobre el
hombro de su hermano y los ojos entrecerrados. Abrazaba su cuello, tembloroso,
como un niño indefenso y asustado, pero su expresión no dejaba ver más allá. Tom
apretó con fuerza el cuerpo de su hermano y los miró con el ceño fruncido.
-¿Quién lo sabía? – preguntó. Leyna bajó la cabeza y ese gestó bastó para delatarla
– Te lo contó a ti ¿verdad?
-Lo siento.
-De acuerdo. – murmuró Tom. Apretó con más fuerza a su hermano entre sus
brazos y anduvo hacía las escaleras, pasando por el lado de ambos con total
parsimonia. – Si algo le pasa a Bill, será tu culpa.
-¡Cierra el pico Andreas, cállate! – gritó, indignado y por su tono, Andreas supo
que estaba muy cabreado y también, preocupado. Aun así, no se cayó.
-No le eches las culpas a los demás. Es tu hermano gemelo. Eres tú quien debe
saber que pasa… no… eres tú quien debería haberlo impedido. – Tom no dijo
absolutamente nada, no se lo reprochó, quizás fuera simplemente porque sabía que
tenía razón. Ignorándolos, empezó a subir las escaleras con Bill en brazos, que
miró a Andreas y a Leyna por encima del hombro de su hermano. Al segundo,
volvió a bajar la mirada.
No lo entendía, ¿Por qué después de todo Bill seguía a su lado? Porque ahí estaba,
durmiendo a su lado, con la mano aferrando fuertemente su brazo. Tom sabía a que
se debía y se maldijo a si mismo. Bill tenía miedo, miedo de que se fuera y era
normal. Eran gemelos, se necesitaban como respirar.
-¿Qué? – solo eso podía hacer, contestarle de esa manera entre cariñosa y atenta
propia de un buen hermano. Cosa que no era.
-Siempre te han gustado las mujeres más que a ninguno… - Tom entrecerró los
ojos al sentir como le apretaba con más fuerza el brazo. - ¿Por qué yo de repente? –
el mayor cerró los ojos y suspiró. - ¿Es por qué a veces parezco una chica? ¿Por mi
manera de ser? Se que soy afeminado pero nunca creí que eso te molestara.
-No me molesta.
-¿Entonces? – Bill se alzó sobre la cama, sentándose en esta sin apartar la vista de
su hermano, que de nuevo miró al techo intentando aparentar indiferencia.
-Duérmete anda.
Se veía tan delicado y sensible, con ese cuerpo tan… Tom pegó un bote sobre la
cama.
-¿Eh? – Bill se miró a si mismo enseguida, llevándose una mano al pecho. – Ah, si.
Estaba empapado y no encontraba el pijama. ¿Te molesta? – Tom lo miró de arriba
abajo con los ojos como platos. Se ruborizó al ver sobresalir una de las piernas
desnudas de debajo de las sábanas.
-No… bueno si, los boxer. Es que como era tan larga y ancha… - Tom lo miró
descompuesto.
-¡No te hagas el inocente, sabes porque! – Bill estrujó la camiseta entre sus manos.
-Me has visto desnudo muchas veces como para ponerte así por un poco de piel.
-Oye…
-¿Alguna vez… alguna vez te a atraído un hombre Bill? – el menor entrecerró los
ojos. Ya habían tocado ese tema antes y la cosa no había acabado bien, pero Tom
necesitaba preguntar, quería desahogarse de alguna manera y tal vez…
-Quizás… alguna vez… si… - esa respuesta lo descolocó por completo. – Aunque
nunca sexualmente. – su hermano lo miró de reojo un microsegundo. Enseguida
volvió a clavar los ojos en la pared.
-Bajo mi punto de vista era normal… porque el hombre que siempre me ha atraído
eres tú. – Bill tragó saliva y bajó la cabeza, avergonzado y dolido por la mirada con
la que Tom lo miraba, de incredulidad, de rabia… de desprecio. Desprecio a sí
mismo.
-Esto… ¡Esto es de locos joder!
-Hace tres meses. – murmuró Bill con esa voz tan grave y temblorosa – Hace tres
meses que no me abrazas. Y antes de eso… hacía años, nueve años que no me
besabas. ¿No lo recuerdas? Antes de crecer, antes de empezar con el grupo, cuando
vestíamos igual y cuando éramos totalmente iguales… todas las noches, bajabas a
mi litera y me dabas un beso de buenas noches en los labios, y sino bajabas tú,
subía yo y hacía lo mismo. También cuando nos poníamos enfermos. Así nos
contagiamos la varicela, ¿recuerdas?
-¿Cómo puedes acordarte todavía de eso? – aunque Tom se mantuvo serio, Bill
soltó una risita nerviosa.
¿Qué como podía saberlo? Esa no era excusa. Eran gemelos, debería haberlo
sentido. Debería haber sentido su dolor, su miedo, su angustia en cada situación y
sin embargo, no sentía nada. Ya no. Solo se preocupaba por si mismo y Bill…
Bill callaba.
Estaba seguro de que por muchas mujeres que llegara a besar en su día, nunca
sentiría nada parecido a lo que sentía cuando estaba con Tom. Era imposible
describirlo.
-No te preocupes – cuando apartó sus labios, Bill aun seguía con los ojos cerrados
esperando más. Los abrió ruborizado cuando Tom apoyó la frente con la suya y
forzó una sonrisa. – No volverá a pasar en todo lo que dure este tiempo fuera del
escenario, ni tampoco cuando volvamos los cuatro otra vez. Cuando vuelva Tokio
Hotel.
-Si…
-Claro. – todo lo bonito que ese momento pudiera llegar a tener, desapareció.
-Duérmete Andreas. Aún son las tres – el rubio sonrió al ver los ojos claros de
Leyna pendientes de él, sobre la cama, tumbada a su lado.
-Vale. – Leyna le dedicó una sonrisa dulce al verle cerrar los ojos. – Estoy muy
feliz de que volvamos a estar juntos. – murmuró, somnoliento, dándole la espalda
sobre la cama. – Estoy… feliz… - y volvió a quedarse dormido.
Leyna sonrió.
-Buenos días. – Alina miró con una falsa sonrisa a la mujer que acababa de
abrirle la puerta. Era alta, delgada y guapa, un bombón en toda regla. No le
extrañó que una mujer así hubiera conseguido ganarse el corazón de Georg
Listing. Ex actriz sin mucho éxito. – Me llamo Alina Wolfgang, soy periodista.
¿Podría hablar con su marido unos minutos?
-¿Alina Wolfgang? Tú… ¿No eres la famosa Top model, Mami Wolf? – Alina dejó
escapar una suave carcajada.
-No llegué a Top, además, eso fue hace mucho tiempo. ¿Podría hablar con Georg
Listing, por favor? – la mujer sonrió dulcemente y se apartó de la puerta.
-Claro, pasa. Está en el jardín, jugando con los niños. ¿Sobre que quiere
preguntarle?
Georg había cambiado mucho. Fácilmente se le podía confundir con uno de sus
guardaespaldas. Era enorme, tanto en altura como en anchura, pero más que
grasa, lo que había en su cuerpo era una buena proporción de musculatura. Se le
veía sumamente corpulento. Tenía el pelo quizás, más largo que la última vez que
lo vio actuar, pero lo llevaba recogido en una coleta baja y estaba bastante menos
cuidado.
Era el mayor de los cuatro, tendría 30 años escasos y tenía la misma cara de niño
bueno que nunca rompe un plato.
-En esa foto tendría veintitrés años. Fue la última que nos echaron juntos, los
cuatro. Se publicó en toda Europa varias veces y luego… bueno, aun circulará por
Internet. – la foto era sencilla y típica. Los cuatro, Gustav con actitud indiferente,
Georg sonriendo y… los gemelos. Tom tenía la mano apoyada en el hombro de su
hermano y no sonreía seductoramente o adoptaba expresión chulesca. Tenía los
ojos entrecerrados, como si intentara que el sol no le cegara y la sonrisa,
prácticamente era forzada. La otra mano la ocultaba tras su espalda. Alina nunca
había podido detectar apenas rastro de maquillaje en su cara, pero en esa foto
podía verlo claramente, en la cara y hasta en el cuello.
-Fue muy torpe. Se cayó sobre una vidriera y se cortó por todas partes. Tuvieron
que maquillarle mucho para disimular los cortes. – le explicó Georg enseguida.
-Entiendo. – y miró a Bill. Él, Bill, siempre tan perfecto. Tenía el pelo
perfectamente alisado entonces y negro como el ala de un cuervo. No sonreía.
Serio y sereno, pero su mirada sonreía por él, brillaba como una estrella, como él.
Alina había visto esa foto miles de veces y siempre hubo algo que la tuvo intrigada
desde el momento en que la vió. Bill parecía decir adiós con los ojos, adiós, hasta
siempre y… gracias.
-Después de esto…
-Creo que la canción que Bill cantó esa noche fue despedida suficiente. Gustav y
yo no necesitamos hablar con ellos para saber que iban a largarse. Cuando Bill
nos la cantó la primera vez para componer la música, supimos que esa sería la
última vez que nos reuniríamos para componer algo más.
-¿Y no hablasteis con ellos? ¿No les dijisteis nada? – Georg negó con la cabeza.
-No nos debían nada y nosotros a ellos tampoco. ¿Sabes? Mucha gente cree que la
razón de que se largaran, de que nos separáramos era que las cosas empezaron a
ir mal entre los cuatro. Discusiones, peleas, lo típico. Creen que los gemelos
decidieron dejarnos tirados para empezar de nuevo ellos solos… se equivocan.
Todo estaba bien entre los cuatro, todo… - Alina bajó la cabeza, con pesar. El
ambiente se había vuelto tenso de repente.
-Y no les debo nada. Simplemente, no podría tocar con otras personas ni tampoco
viajar con otros. Los gemelos y Gustav son únicos, especialmente los gemelos.
Eran el alma del grupo.
-Nunca sentí celos por eso, ni tampoco Gustav. Es verdad que a veces, nosotros
dos quedábamos en segundo lugar pero Tom siempre lo decía… “¿Qué haríais
vosotros sin mí? Seguramente lo mismo que yo sin vosotros”
-¿Tom decía eso? – Alina lo miró con sorpresa. Recordaba a Tom y, aunque le
caía bien y le hacía gracia, siempre lo consideró un creído y un machista.
-Tom lo dejó todo y entre lo que dejó, esta su imagen. Una imagen muy contraria a
lo que era en realidad. No era un creído, simplemente lo aparentaba, pero siempre
tenía muy en cuenta la opinión de los demás y sabía que si algo o alguien fallaba,
todo lo demás también, incluido él. Quizás lo haría por conveniencia, pero se
preocupaba de que todo fuera bien en el grupo. En ese aspecto se parecía mucho a
Gustav.
-Bueno… Ni Tom ni Bill fueron nunca muy expresivos delante de las personas de
lo profunda que era su relación. La verdad es que Tom adoraba a su hermano, le
quería más que a su propia vida. Él sabía que si le quitabas a su hermano, no
sería nada. Se puede decir que prácticamente dependía de él.
-¿En serio?
-Claro. El cariño que le podía profesar una madre a su hijo no tenía nada que ver
con el que Tom cuidaba a Bill. Dicen que la fama es adictiva y crea dependencia
de ella pero… estoy seguro de que teniendo a Bill a su lado, no le fue tan difícil
abandonarla.
-Hum… ¿Crees que pudo haber entre ellos…? – Alina frunció el ceño.
El corazón se me iba a salir del pecho. Las manos me temblaban y sudaban y los
labios se me iban a derretir en cualquier momento. Besar a mi hermano gemelo en
otra parte que no es la mejilla ya es raro, pero peor es desear hacerlo por cualquier
parte de su cuerpo. Por todas y cada una de ellas… y tener la oportunidad de
hacerlo.
Siempre he estado con Bill, para lo bueno y para lo malo, veinticuatro horas al día
y ahora, no entiendo porque precisamente ahora es cuando alcanzo a entender lo
que significa para mí. Todo…
-¡Tom! – la voz de Bill se volvió aguda de nuevo en el instante en que dejé caer mi
cuerpo sobre el suyo en la cama y nuestras frentes quedaron pegadas una a la otra.
Cerró la boca al instante, temblándole el labio inferior. – Otra vez no… - murmuró
con los ojos brillantes. Estaba totalmente echado sobre él y sentía su pulso
acelerado bombear contra mi pecho, exactamente igual que mi corazón. Noté como
lentamente apoyaba la mano sobre mi hombro y empujaba, intentando apartarme, y
de un manotazo, fui yo quien le agarró la muñeca y la posé sobre la almohada,
inmovilizándolo.
-Somos gemelos… tú también tienes que sentirlo ¿No Bill? – era imposible que
estando tan conectados no sintiera ni siquiera una cuarta parte del remolino de
sentimientos que yo tenía atascado en la boca del estómago. Cuando apretó los
dientes y desvió la mirada supe que si lo sentía. Estaba frustrado. Le apreté más el
brazo y dejó escapar un jadeo. – Entonces déjame…
-¡Tom, piensa un poco por favor! Eres mi hermano y además yo no soy ninguna
fan, ¡Soy un hombre! ¿Es que no eres consciente de eso? ¡Tú mismo pones en
entredicho tu propia reputación de mujeriego de la que tan orgulloso te sientes!
¡Soy un tío!
-No soy lo que él cree que soy. No soy lo que ellos creen que soy. – Sabía a que se
refería. Tantos rumores afirmando una homosexualidad que supuestamente no
existía y ahora yo… me sentí mal. – Pero no importa. Ya no importa. – cuando me
abrazó el cuello y me hizo caer sobre él por completo, no pude evitar temblar ante
su contacto. Sentía como me acariciaba las rastas hasta llegar al hilo que me las
sujetaba y soltármelas, cayendo libres por mi espalda. – Tom… fóllame… ahora. –
me mordí el labio, escuchando ese susurro en mi oreja. Su mano descendió hasta el
principio de mi gran camiseta y empezó a introducirla por debajo de ella,
acariciándome la espalda con la yema de los dedos.
-Lo se.
-Estas pesadito con el tema ¿no? Olvídalo. No pienses en eso ahora. – alzó la
cabeza y me miró, intentando aguantar una risita nerviosa. – Está noche no soy tu
hermano.
-¿Entonces?
-¿El qué? – Bill adoptó expresión insinuante y entonces alzó la mano. Entre sus
dedos tenía algo que bien conocía. – Ala… ¿Me lo pones?
-Me pone. – apretó el piercing con fuerza y no nos entretuvimos en más charlas
banales. 18 años de charlas banales ya eran muchas.
Leyna se vistió con rapidez y en silencio. Agarró el móvil, miró por última vez el
cuerpo de Andreas, tumbado sobre la cama, ajeno a todo y abrió la puerta de la
habitación, cerrándola tras ella en silencio. Se apoyó en esta y desbloqueó el
teclado del móvil.
Se giró bruscamente hacía la puerta cerrada y guiada por una enorme curiosidad,
anduvo hasta ella. Débiles jadeos se oían a través de ella y de vez en cuando, algún
que otro gemido ronco. Leyna se estremeció de repente y un escalofrió placentero
le puso los pelos de punta.
Bill curvó la espalda hacía atrás. No pudo contener los débiles gemidos que
escapaban de su garganta. Sentía como se le tensaba el cuerpo y apretó con fuerza
las sábanas entre sus manos. Las gotitas de sudor se resbalaban por su cuerpo y la
larga melena rozaba la almohada.
-Ah… ahhh… - no era la primera vez que se masturbaba desde luego, pero es que
Tom no lo masturbaba, hacía maravillas. Le había abrazado y le había empezado a
rozar en la cama con ganas, acariciándole el torso, comiéndole la boca con besos
hambrientos. Bill había tenido sus dudas al principio, pero tenía que reconocer que
Tom no se echaba flores cuando decía que era un auténtico experto en ese tema.
Incluso con él, siendo hombre. Le tocaba el pecho plano de una forma que le hacía
temblar y de igual manera le besaba los labios, moviendo su lengua entre estos,
jugueteando con la suya y rozándole insistentemente el piercing con ella. Le
apartaba el sudor de la frente mientras le acariciaba el pelo, apartándoselo de la
cara por completo y Bill… no tenía muy claro que hacer salvo dejarse llevar por
las manos expertas de su hermano.
Cuando Tom se inclinó hacía él entreabrió los labios, esperando que volviera a
colar su lengua en su boca pero su hermano le sonrió con picardía, le separó
lentamente las piernas y se colocó en medio. Bill miró por unos segundos su
erección y tragó saliva al cruzársele por la cabeza las intenciones de Tom. Se puso
nervioso al instante y retrocedió un poco.
-No seas burro. – murmuró su hermano con voz ronca. – No pienses cosas raras…
todavía. – su pecho subía y bajaba con rapidez, alterado como estaba. Tom se
toqueteó el piercing del labio con la lengua frente a la atenta mirada de su
hermano. – Hay muchas formas de hacerlo y aunque nunca lo había pensado… se
me acaba de ocurrir una. – Bill se quedó sin respiración en cuanto Tom rozó la
punta de su erección con la suya y soltó un gemido lastimero cuando las agitó con
brusquedad entre su mano, una junto a la otra. Tom soltó una especie de gruñido
placentero y Bill se tapó la boca con ambas manos, intentando acallar los gemidos
que ascendían con precipitación por su garganta. – Exagerado… apenas te he
tocado. Quítate las manos de la boca. – no lo hizo y no lo haría mientras se la
sacudiera y la restregara contra la suya con tanta fuerza y eso le hiciera sentir
espasmos de placer.
Tom, entre jadeos, podía ver las gotitas de sudor brillar en la penumbra de la
habitación recorriendo el cuerpo de su hermano y sus ojos, entrecerrados e
iluminados por las lagrimitas acumuladas. Sabía que Bill se estaba derritiendo de
placer y hacía un gran esfuerzo por no ponerse a chillar como el escandaloso que
era. No pudo evitar sonreír y aumentar el ritmo con el que se la acariciaba,
inclinándose hacía delante de nuevo. Bill se removió bajo su cuerpo débilmente y
Tom le lamió los dedos de las manos con las que se tapaba la boca. Tal y como
esperaba, su hermano los apartó enseguida y se enganchó a su cuello, pegándose a
él como una lapa.
-¡Tom! – estrujó las rastas entre sus manos y se abrazó a él con fuerza, notando
como varios escalofríos le recorrían toda la espalda por completo y sentía
cosquilleos en el bajo vientre. Se tensó por completo escasos segundos y entonces,
suspiró.
-Cá… cállate. – la cara de Bill casi parecía un semáforo rojo en plena oscuridad y
Tom no pudo reprimirse más. Estalló en carcajadas. - ¡Cállate, no te rías! ¡Uah,
que asco! –Clavó la mirada en su torso desnudo y empezó a mover las manos
frenéticamente, como un molinillo de viento, soltando sollozos lastimeros. ¡Lo que
le había caído encima! Y su hermano se reía con todo el morro - ¡Estoy pegajoso,
que asco, que asco! ¡Estoy lleno de… de…!
-Semen. – Tom observaba risueño como esa sustancia blanquecina se escurría por
el cuerpo de su hermano como gotitas de agua. No pudo evitar pasarse la lengua
por los labios mirando la cara de asco y vergüenza que era su hermano. Le pedía a
gritos que se lo comiera.
-¡Cállate!
-¡Jajaja!
-… Creo que necesito una ducha para quitarme esta cosa… pringosa y asquerosa
y…
-No digas tonterías, es tuyo, ¿Qué puede tener eso de asqueroso? – Bill era tan
tiquismiquis como su madre. Actuaba como si en su vida se hubiera tocado y los
dos sabían que no era así. Tom se preguntó por un momento si intentaba hacerse el
inocente con él y si lo estaba haciendo, ¿Intentaba vacilarle o…?
-¡Lo es, es…! – Bill no se atrevió a pronunciar ninguna otra palabra. La mano de
Tom se posó sobre su pecho, justo encima de donde estaba la sustancia
blanquecina y espesa. Le acarició el torso como sino hubiera nada, como si le
estuviera limpiando los restos de su semilla y el corazón de Bill, ya acelerado de
por si, empezó a retumbar con fuerza bajo su piel.
-Tom… - Dejó escapar un débil jadeo y las piernas se le tensaron en cuando sintió
algo duro rozarle la entrada, presionando en ese lugar tan íntimo, dispuesto a
entrar. Ya no estaba tan seguro de lo que hacía. – Tom… me estoy…
-Si… ¡No! – se removió bruscamente y cerró los ojos con fuerza, sintiendo el
pinchazo de dolor que le hizo curvar la espalda y se encogió – Duele… Tom, me
duele…
-Lo siento. – Tom soltó su cintura y descendió las manos hasta el bajo vientre,
empezando a acariciarle el pecho con suavidad. El corazón de su hermano latía
desbocado y su respiración se tornaba entrecortada cuando le empezó a rozar con
los dedos la ingle. Su cuerpo entero se estremeció. - ¿Mejor si te toco aquí? – le
pasó la mano sobre su miembro, lentamente y Bill se mordió el labio unos
segundos.
-¡Eso no es…no es… Tom! – acabó gimiendo con fuerza en cuanto uno de los
dedos de su hermano presionó con fuerza la punta húmeda.
-¿Estás loco? – gritó de nuevo y Tom no pudo más que reír observando esa carita
ruborizada.
Tom enseguida alcanzó el ritmo que buscaba, el mismo ritmo salvaje y fogoso con
el que siempre había tratado a las mujeres, pero también totalmente diferente, claro
que eso era algo que solo él y Bill alcanzaban a sentir. Ese calor abrasador que los
recorría por dentro y un millón de sentimientos desconocidos chocando entre si
provocándoles sacudidas de intenso placer. Los sentidos disparados, la mente en
blanco. ¿Qué clase de capullo había dicho que algo así estaba prohibido? Un idiota
ignorante.
Bill sentía el sudor escurrirse por su cuerpo hasta el bajo vientre. Notaba como los
músculos de su hermano se tensaban y rozaban su cuerpo casi como en una caricia,
empapado en sudor al igual que él.
-¡Aaaahh…! Tom… ¡Tom! – era imposible evitar los gritos y los gemidos. El
placer era demasiado.
-No… grites… – Tom se mordía el labio y cerraba la boca, apretando los dientes, y
manteniendo el cuerpo de su hermano pegado al suyo. Compartir el calor de ambos
era increíble, placentero, excitante… sentirse cerca. Con cada nueva embestida,
fuerte, rápida y profunda, Bill volvía a temblar entre sus brazos y sentía como se le
tensaban todos los músculos del cuerpo otra vez. Sentía cada movimiento tan
profundo y brutal, la pelvis de Tom chocando contra su trasero con fuerza... La
sensación que le estaba haciendo perder la cabeza se concentraba en un lugar que
estaba a punto de explotar, un lugar que su hermano manoseaba y estrujaba con
brutalidad. El placer le cegaba y Tom gemía sobre su hombro, con los labios
húmedos pegados a su oído, bajito, con voz ronca y grave. Una voz tan sexy y
masculina…
-Tom… me voy a correr… - el mayor se la estrujó de una forma tan burra que a
Bill se le nubló la vista. – ¡Me voy a correr! – ese grito retumbó en los oídos de
Tom y sintió la sacudida de placer que tanto esperaba.
-¡Maldita sea Bill! – la mano que marcaba el ritmo de las embestidas se abalanzó
hasta su boca abierta y el menor sintió como se la tapaba para intentar acallar sus
berridos. Agarró la mano que no le dejaba gritar, desesperado y clavó las uñas en
ella. - … Bill… - le oyó murmurar a su hermano entre jadeos. - ¡Eres un jodido
bestia!
-¡Ah! – abrió los ojos como platos y un par de lágrimas se le escaparon de puro
gozo. Tom le había pegado, se la había soltado y le había dado bien fuerte con la
palma de la mano en el trasero. - … hum…
-¿Te gusta acaso… que te de duro… Macky? – su voz era provocativa y le acarició
con los labios la nuca, entre mechones de cabello brillante sobre la piel húmeda por
el sudor. Bill le dirigió una mirada avergonzada y apretó con fuerza la mano
pegada a su boca. Con la lengua, lamió los dedos lascivamente ante los ojos
atónitos de su hermano y en cuanto su mano tembló, le mordió los dedos con saña.
Oyó un gruñido por parte de su hermano y notó como su entrada empezaba a
humedecerse desde lo más hondo. El calor lo abrumaba y se restregó contra su
cuerpo. – Bill… te vas a enterar, canijo. – pasó la mano por su pecho y tiró de él
hacía arriba, levantándolo hasta tener su espalda pegada a su torso. Notó como su
hermano salía de su interior y un líquido espeso se escurría por sus piernas. La
húmeda punta del pene de Tom le rozaba de nuevo.
De todas formas, no hacía falta decir nada para que Tom supiera que su hermano
correspondía plenamente a sus sentimientos.
Cuando volvió a penetrarle por última vez, con una sacudida bestial, se le nubló la
mente por completo y solo pudo ver como la realidad se desvanecía. Tom y él no
eran hermanos, no eran gemelos, ni siquiera eran famosos y podrían llevar una
relación tranquila y normal como la de cualquier otra pareja… nada más lejos de la
realidad.
Arqueó la espalda y su nuca dio con el hombro de su hermano, que apretó la
cabeza entre su pelo oscuro.
Bill estuvo a punto de desgarrarse la garganta debido al último grito que Tom no se
molestó en obligarle a contener, ocupado en acallar su propio grito entre dientes.
Apretó con fuerza a su hermano entre sus brazos y… silencio…
-Tom… has matado todo el romanticismo… - se quejó Bill sin moverse, con la
cabeza echada aun sobre su hombro. Tenía los ojos cerrados y los labios
entreabiertos, por los que se escurrían un hilo de saliva hasta la barbilla debido al
último grito. Tom sonrió y le beso el cuello varias veces.
-¿Sino qué?
-…
-Tom…
-¿Hum?
-… Si.
-… Yo también.
-Y yo… - Tom le agarró de la mano cuyo brazo estaba vendado al igual que el
suyo y entrelazó sus dedos, cerrando los ojos. - … totalmente loco por ti.
La conexión que los unía se había restablecido mucho más fuerte que nunca… y a
la vez mucho más vulnerable.
-¿Perdón?
-Eres la periodista que le preguntó a Georg ayer, ¿no? Supuso que vendrías a por
mí ahora y parece ser que no se equivocaba.
-¿Venir a por ti? ¿Quién eres? – Alina abrió la puerta del coche y salió de él,
mirando con curiosidad al hombre que había frente a ella. Tendría su estatura,
quizás un par de centímetros más. Estaría en igual o mejor forma incluso que
Georg, que ya era mucho decir.
-Soy el dueño de la casa que hay en frente de donde lleva aparcado tu coche más
de cinco horas. – Alina lo miró con los ojos como platos y volvió a observar la
gran casa que había frente a ella. Luego, miró de nuevo al hombre rubio, ya no
tan desconocido para ella y al ver el tatuaje que tenía hecho en el brazo, sus dudas
desaparecieron.
-¿Gustav Shafer?
-Diría que si. En fin… - Gustav caminó hasta la entrada de la casa cargando con
varias bolsas de la compra. Las dejó un momento en el suelo y abrió la puerta con
las llaves, cargándolas otra vez. - ¿Entras? – Alina lo miró con cara de asombro.
– No pensarás que voy a responder a nada fuera, con este frío ¿no?
-Claro – y entró en la casa del ex batería. De nuevo, como había hecho en casa de
Georg, se quedó embelesada observando el interior de la casa, no porque fuera
sorprendente, sino precisamente, por lo normal que resultaba. Muchas veces se
había preguntado que había sido del grupo después de la desaparición de los
gemelos, donde estarían, como estarían… cada uno había seguido su vida como si
nada. Como personas normales a pesar de que aun, hoy en día, eran reconocidos
por las esquinas.
-Cuando te vi en el coche, ahí, sola, me asusté un poco. Hoy en día todavía hay
gente que me pide autógrafos. – le contó Gustav desde la cocina.
-¿Eso no es bueno? Saber que aun hay fans de Tokio Hotel debe ser muy
halagador.
-Lo es. Cuando empezamos nunca pensé que llegaríamos a tanto. Una vez leí en
una revista que ya, prácticamente, somos un grupo legendario. Casi como los
Beatles, ¿te lo puedes creer? Yo aun no. ¿Quieres tomar algo?
-No gracias. Tengo… tengo que coger un avión a las tres. – Gustav asomó la
cabeza por la puerta de la cocina, y la miró con una ceja alzada.
-¿Qué ocurre?
-Nada. Eres periodista, revolver las cosas del pasado sin importarte el dolor que
puedas causar, como una persona sin escrúpulos, debe dársete bien. – Alina no
dijo nada, aunque lo oído la molestó, debía actuar como una buena profesional.
-¿Y donde crees que podrían estar? – Gustav salió de la cocina y se sentó en el
sillón, con la vista clavada en la pared. Alina quedó callada, esperando una
respuesta por más de dos minutos. Sabía que si no quería contestar, sería
imposible sonsacárselo por mucho que insistiera.
-Sino quieren que les encuentren, no irán a un lugar con mucho turismo. Micro
Asia quizás… hay muchos lugares así en el mundo. De lo único de lo que estoy
seguro es que se las habrán apañado bien. – Alina suspiró y miró al suelo,
pensativa. Estaba claro que así no llegarían a ninguna parte. Por lo pronto, tenía
claro que los gemelos no podían estar en un lugar con mucho turismo y en el que
fueran fácilmente reconocibles. Alemania, España, Francia, prácticamente toda
Europa y casi toda América quedaban descartadas.
-¿Tienes idea de porque decidieron dejarlo todo e irse? – Gustav cerró los ojos y
se acomodó en el estrecho sillón, resignándose a que esa conversación iba a
alargarse mucho.
-¿Bill?
-Tom se volvió muy paciente y cariñoso con él, simplemente y Bill también.
¿Georg no te lo contó? – Alina negó con la cabeza. – Este tío… siempre tan
discreto. Él mismo dijo una burrada tremenda sobre esa nueva actitud… aunque
tengo que reconocer que era lo que mejor explicaba el comportamiento de los dos,
claro, que solo era broma… - Alina lo miró expectante, esperando una explicación
a lo oído. – Es una tontería pero, Georg dijo una vez que más que una pareja de
gemelos, parecían una pareja de amantes…
-¿A… amantes?
-Cualquiera que halla pasado con los dos más de dos horas se daría cuenta.
-Entonces la relación entre ambos era muy estrecha… ¿Qué clase de relación
había entre los cuatro? – Gustav se encogió de hombros.
-Amigos supongo.
-¿Supones?
-Los gemelos, no… más bien Tom. Él siempre fue muy selectivo a la hora de elegir
a las personas con las que compartiría parte de su vida. Solo se fiaba de tres, Bill,
su madre y…
-Andreas.
-¿Y Bill?
-Él era más… instintivo. No le daba muchas vueltas a las cosas y antes de que se
diera cuenta ya había hecho de alguien amigo suyo hasta cierto punto, luego…
quizás se arrepentía, pero el gran pilar que significaba su hermano le hacía
olvidarse de los problemas más fácilmente. Tom siempre le apoyaba y por eso
podía permitirse el ser más cercano a los demás en lo que a sentimientos se refiere
porque luego, Tom siempre estaba y estaría allí y podía arrepentirse y llorar en su
hombro. Bill era más… humano. Tom era como un… guardián protector o algo
así. Creo que… no podía permitirse acercarse mucho a las personas porque sentía
la necesidad de cuidar de Bill y cuanto más afecto sintiera por una persona, más
difícil se le haría luego apoyar a su hermano.
-Si querías acercarte a ellos, debías alcanzar el corazón de los dos ¿es eso lo que
quieres decir?
-Si, algo así. Y Tom no era fácil de convencer. Ganarse a Bill era cuestión de
meses, conseguir a Tom no era cuestión de tiempo, sino de hechos y acciones.
-Y… ¿Crees que alguna vez os consideró amigos de verdad? – Gustav sonrió.
-Si. Puede que no fuera esa su intención al principio, pero acabó considerándonos
amigos.
-Entiendo. Pese a todo, la relación entre los cuatro también era estrecha, tenían
fama, dinero, mujeres… Y lo dejaron todo un día, de repente, ¿Sólo porque Bill
tenía un poco de depresión? – Gustav bajó la cabeza – Ese no fue el motivo
principal, ¿verdad? – el rubio se sumió en el más absoluto silencio durante varios
segundos.
-No lo creo.
...
-¿Eh? – el moreno abrió los ojos de golpe, mirando a Andreas con los ojos como
platos. - ¿Dónde estoy?
-¿Ah, si? – Bill se acurrucó en el sofá aun más, rodeando las piernas flexionadas
con los brazos y apoyando la barbilla sobre ellas. Las ojeras bajo sus ojos se hacían
muy presentes y su expresión somnolienta irritaba al rubio que daba vueltas
alrededor del sofá, histérico.
-Andreas, son las once de la mañana y apenas he pegado ojo. Tengo sueño y solo
he bajado para ir al servicio cuando te me has echado encima de repente… ¿Por
qué no me dejas volver a la cama y luego me cuentas? – el rubio se cruzó de brazos
frente a él, escrutándolo con la mirada severamente.
-¡Eres un perro!
-¿En la cama? – preguntó Andreas alzando una ceja. Bill forzó una sonrisa irónica.
-Si… bueno… anoche hicimos las paces y eso… y en fin… cosas de gemelos. – la
mirada de sospecha que Andreas le lanzaba le puso los pelos de punta. ¿Lo sabría?
Aunque no sería de extrañar con los gritos que había metido mientras… Bill se
ruborizó y su mirada se iluminó unos segundos. Quería volver a la cama con
Tom…
-¿Lo entiendes Bill? ¡Porque yo no! Pasamos la noche juntos y de repente, al día
siguiente Leyna se va. Llevo horas llamándola al móvil y no hay forma de que me
lo coja, ¡Estoy desesperado!
-Ya…
-Oh, no…
-Bill, ¿estás bien? Te has quedado blanco… - claro que se había quedado blanco.
Quería levantarse y correr escaleras arriba, abrazar a Tom y no soltarle, comérselo
a besos…
-Buenas Tom… - le saludó Andreas sin mucho interés. Bill no se atrevía a volverse
a mirarle, ¿Cómo le miraría a la cara? ¿Qué debería decir? Oyó los pasos de su
hermano caminar hasta el sofá sobre el que estaba acurrucado y el corazón se le
aceleró.
-Leyna se ha ido.
-¿Ah si? Espera, que voy a reírme… ¡Jajaja, pringado! ¡Te han vuelto a dejar! –
Andreas alzó los brazos y abrió las manos, haciendo crujir los dedos imitando un
estrangulamiento. Deseaba matar a Tom, ¡Deseaba matarlo con su propias manos!
-Claaaaaro. Lo que tú digas. Que nos jodan… - Bill tragó saliva. Ese comentario
no iría por él ¿no? ¿Y si Tom además de dejarle, pretendía restregárselo por la
cara?
-¡Iros a la mierda! ¡Me voy a la ducha y si me corto las venas, vosotros cargareis
con el muerto! – Bill miró con los ojos como platos como el rubio salía disparado
hacía el baño. ¿Cómo? ¿Lo iba ha dejar solo con Tom?
-¡Limpia la sangre cuando termines! – gritó su hermano, sonriente y los dos oyeron
como de un portazo, la puerta del baño se cerraba con el rubio dentro. Una gran
tensión paralizó a Bill por completo. Quería salir de allí corriendo, no, mejor aún,
quería morirse en ese instantes antes de que Tom le dijera que todo había sido un
error y si quería irse, pues se iba y punto.
-¡Voy a desayunar! – pegó un bote y aun sin mirar a su hermano, salió corriendo
hacía la cocina. Tom lo miró irse con el corazón en un puño por el sobresalto.
-Será idiota. – en la cocina Bill abrió el frigorífico y con manos temblorosas cogió
el plato repleto de fresas que había en el fondo, medio escondido para que nadie las
cogiera… para que Tom no se las comiera. Las miró detenidamente sobre el plato.
Cuando eran pequeños se peleaban por ellas, uno siempre las escondía del otro
para comérselas todas sin tener que compartirlas con nadie. Tom era el que
siempre lo hacía. Siempre era el primero en cogerlas y esconderlas para comérselas
luego y él cogía un berrinche… pero al final, siempre acababa dándole. Siempre le
daba una para que dejara de llorar.
-Soy idiota. – murmuró con una sonrisa en la cara. Esos recuerdos le habían
recordado algo muy importante y, finalmente, giró la cara. Tom estaba a su lado,
mirándolo fijamente en silencio. - ¿Quieres? – preguntó mostrándole el plato
repleto de fresas.
Por supuesto. Por mucho que se hubieran acostado, por mucho que se hubieran
besado y tocado, eso no cambiaba los hechos. Seguían siendo tan hermanos como
antes, igual de dependientes el uno del otro, los mismos de siempre y eso no podría
cambiarlo aunque mantuvieran una relación incestuosa.
Nada había cambiado. Seguían siendo ellos. Seguían siendo los mismos. Quizás
ese amor siempre había estado ahí, desde siempre y no lo habían notado hasta que
se habían visto separados y la necesidad de tener cerca al otro los había
desbordado. La atracción y el deseo habían chocado de pleno con esos
sentimientos y habían explotado.
Quizás, sino hubieran nacido juntos, nunca hubieran sentido eso a lo que le habían
atribuido el nombre de amor.
-No quería moverme de la cama pero Andreas… - Tom sostuvo una de las fresas
entre los dedos, mirándola distraídamente, escuchando a su hermano.
-No hace falta que me des explicaciones. Estaba despierto cuando saliste del
cuarto, solo me hice el dormido. – se la llevó a los labios, mordiéndola y
saboreándola con gula. – Te quedaste mirándome unos segundos, me acariciaste
las rastas y me diste un beso en la frente antes de bajar. – Bill sonrió y se acomodó
en el sofá de nuevo. Estiró la mano para coger una fresa pero en el último
momento, Tom la agarró y la mordió, dirigiéndole una mirada de superioridad. Bill
infló las mejillas y se cruzó de brazos fingiendo enfado y su hermano no tardó nada
en sonreír, agarrando otra fresa. – Di… ahhh…
-Eso me ha dolido, ahora te quedas sin fresa. – Antes de que pudiera apartarla de
su vista, Bill se la quitó de un manotazo y se la llevó a la boca, tragándosela de un
mordisco. Tom lo miró con una sonrisita en la cara.
-¿Cosas raras?
-… mum… no pienso meterme nada tuyo en la boca de cintura para abajo. – Tom
lo miró con la boca abierta.
-¿Cómo puedes pensar que a mi se me cruce por la cabeza algo así? – Bill alzó una
ceja y su hermano le sostuvo la mirada, serio, pero solo hasta que estalló en
carcajadas. – Mierda de conexión entre gemelos. Pero esa no es la cuestión Bill. La
cuestión es que tú eres mucho más idiota que yo.
-¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho? – Tom suspiró y apoyó la cabeza sobre el cabezal
del sofá, cerrando los ojos, como si estuviera dormitando. Bill era incapaz de
borrar esa sonrisa bobalicona de la cara mientras lo observaba y el silencio, para
nada incómodo, dominaba el lugar. Con timidez, posó la mano sobre la de su
hermano y le acarició con la yema de los dedos la delgada línea morada que
formaba una vena en ella, subiendo por su brazo, sintiendo su suave piel contra la
suya. Tom no se inmutó en ningún momento, ni siquiera cuando Bill apoyó la
cabeza sobre su hombro dócilmente, aun acariciándole el brazo con suavidad.
Era como estar dentro de una burbuja, como esa noche. Solo los dos.
-Hum… si, lo pensé. Y eso me dio miedo… pero tengo razones para tener miedo. –
en ese momento, Tom abrió los ojos notando la fuerza con la que Bill había
empezado a agarrarle el brazo. Tenía razón, había muchas razones para tener
miedo pero no pensaba acobardarse ante nadie y menos si con eso su hermano salía
escaldado. Ahora, la vida de los dos podría dar un giro de 360 grados con
demasiada facilidad.
-Te protegeré.
-No te preocupes entonces, no volveré a poner tantas pegas porque no habrá otra
noche.
-¡Hum! – Bill le dio la espalda e hizo amago de levantarse cuando su hermano tiró
bruscamente de él hacía atrás agarrándolo por el brazo vendado - ¡Au!
Aunque en realidad… quería decírselo. Pero por otro lado… se sentía humillado y,
si se enteraba…
-No me pasa nada. Me hice un pequeño corte. – intentó hacer que soltara su brazo
con suavidad, pero la mano de Tom parecía pegada a él. Bill le miró con
disimulada angustia y tuvo que tragar saliva al ver la expresión serena de su
hermano.
-Un pequeño corte ¿eh? – murmuró. Bill sintió el malestar de su hermano con solo
mirarle a la cara. Extrañado y dolido porque no confiara en él y le contara que era
lo que le preocupaba, lo que le dolía.
-Yo… - y en ese momento para nada oportuno, el sonido agudo del timbre retumbó
por toda la casa. Tom desvió la mirada enseguida hacía el pasillo que daba a la
puerta de la calle y Bill soltó un suspiro de alivio.
-Voy a ver quien es entonces. – le dirigió una última mirada que le heló la sangre.
Tom estaba decepcionado, pero no alcanzó a averiguar si de él, o de si mismo.
Solo sintió como le dedicaba una caricia sobre la venda situada alrededor de su
brazo, muy lentamente, como a cámara lenta y en cuanto le vio darle la espalda
saliendo al pasillo, fue incapaz de callarse.
-Ve… a abrir. - ¿Por qué tenía que mirarle con esos ojos de mártir? Cómo si fuera
a crucificarle de un momento a otro, ¿Tan grave era lo que le quería contar? Tom
sabía que sí, lo era y la intriga le hacía quedarse en el sitio, esperando una
respuesta inmediata.
-Joder…
-Cuanta más prisa te des, antes podrás volver conmigo. – Eso bastó para hacerle
recuperar la sonrisa despreocupada y pícara al momento y sin previo aviso, lo
atrapó por la cintura y lo pegó con fuerza contra su caliente cuerpo. Los brazos de
Bill quedaron atrapados entre ambos torsos y entreabrió los labios esperando que
Tom los aprisionara con los suyos, pero este desvió la boca hasta su cuello y posó
los labios humedecidos sobre él.
Tom se separó de su cuello dejando plasmada en el una marca rojiza y ascendió los
labios rozando con la punta de la nariz la mejilla de su hermano. No esperó a
mirarle a los ojos antes de que sus labios entraran en contacto con rudeza y sus
lenguas empezaran rozarse, ansiosas por más contacto.
Tom volteó, aplastándolo entre su cuerpo y la pared, con una de las rodillas entre
las piernas de su hermano, rozándole con fuerza su miembro escondido entre los
pantalones. Bill soltaba suspiros ahogados en su boca y estrujaba sus rastas entre
sus manos fuertemente.
El timbre sonó otra vez, con más insistencia y Tom, haciendo uso de su poco
autocontrol, se separo bruscamente de sus labios, dándole un pequeño bocado al
inferior y rompiendo todo contacto con el cuerpo contrario. Le dirigió una mirada
complacida y divertida a Bill, que lo observaba atento a sus movimientos, con los
labios rojos, las mejillas ruborizadas y ojos ardiendo de deseo. Respiraba
acelerado.
-¡Sé lo que dije! – gritó alterado. – Y me da igual… - a esas alturas le daba igual
todo, cómo si en ese instante aparecía un paparazzi saltando por su ventana y
empezaba a hacerles fotos. Quería que Tom lo cogiera, lo desnudara y lo tomara
con fuerza contra la pared, hasta reventarlo por dentro, delante de quien fuera, de
toda Alemania si era necesario. Se estaba muriendo por dentro del puñetero deseo
que Tom le había inyectado con toda su maldad esa noche. Ahora no podría desear
a nadie más. Lo había hecho suyo de los pies a la cabeza.
-Me daré prisa. – contestó Tom con sonrisita creída y anduvo hasta la puerta. – Y
la próxima vez te llevaré a un sitio donde puedas gritar a gusto sin tener que
contenerte. – el sonrojo de Bill aumentó y no podía negar que su deseo también.
-Tom…
El mayor, en esos momentos, no podía ser más feliz. Por eso, abrió la puerta con
una sonrisa en la cara y cuando antes de poder pronunciar palabra notó un líquido
de olor extraño salpicándole la cara, su expresión cambió radicalmente a una de
sorpresa. No tuvo más de cinco segundos para poder reconocer a la persona que
tenía frente a sí, cinco segundos antes de que su mente quedara en blanco y el
cuerpo le fallase, cinco segundos antes de caer al suelo con un golpe seco, sumido
en una completa inconsciencia.
Bill miró atónito a Tom, cayendo al suelo de rodillas y acto seguido, de costado,
cuan largo era, totalmente desplomado. Corrió hacía él enseguida, dejándose caer a
su lado, agarrándole por los hombros con fuerza, empezando a sacudirlo con
nerviosismo y entonces, el nombre de su hermano se ahogó en su garganta en
cuanto alzó la mirada y sus pupilas dieron con la figura esbelta de una persona en
el umbral de la puerta, pero no una cualquiera… no pudo evitar varias lágrimas
descender por su mejilla y romper a temblar, totalmente paralizado por el pánico.
Al igual que su cuerpo, su mente se bloqueó y ni siquiera pudo pensar que aquello
que estaba viendo en ese instante era totalmente imposible.
-¿¡Quien eres tú!? – ese grito lo sobresaltó y cuando alzó la vista al final del pasillo
pudo ver claramente los ojos espantados y rabiosos de un chico rubio empapado,
recién salido de la ducha. Andreas observó el panorama escasos segundos, confuso
y horriblemente sorprendido. - ¿¡Que estás haciendo!? – el encapuchado no
contestó. - ¡Voy a llamar a la policía!
-¡Cierra la boca, niñato! – Andreas apretó los puños. Desde luego, no iba a
quedarse cruzado de brazos observando como un desconocido encapuchado se
llevaba a sus dos mejores amigos así porque sí. Consciente de que podría ir armado
y de que encima ese tío era como 10 centímetros más alto y ancho que él,
rápidamente, corrió hasta el salón y casi de un salto, agarró el móvil que había
sobre la mesa y empezó a marcar, alterado, pero en cuanto sonó el primer toque,
sintió el dolor de un proyectil impactar de lleno contra su rostro y cayó al suelo con
brutalidad. Observó con horror como su móvil caía y patinaba hasta esconderse
bajo el sofá y como la sangre de su nariz rota descendía hasta su barbilla y
encharcaba el suelo.
-¿Es usted Gordon Trumper? – preguntó de inmediato y el hombre alzó una ceja.
-¿Sobre qué?
-Verá… soy periodista y… - antes de que la chica pudiera decir nada más, el
padrastro de los gemelos le cerro la puerta literalmente en las narices. Alina abrió
los ojos como platos y retrocedió. Chasqueó los dientes. Sería posible…
-Solo vengo ha hacer unas preguntas sobre los gemelos, no quiero nada más. Yo…
- debería decir que estaba haciendo un artículo sobre su desaparición, sobre Tokio
Hotel y lo que representó la banda para muchos jóvenes, pero no era eso lo que
buscaba en realidad. - … Estoy intentando encontrarlos. Solo quiero encontrarlos.
– Alina esperó pacientemente una respuesta que no llegaba y finalmente, tuvo que
resignarse a que si quería encontrarlos, no podía contar con la ayuda de su
familia. Era normal. Nadie los había encontrado después de 7 años, ¿cómo iba a
tener alguna posibilidad ella?
Se volteó, dispuesta a irse. Debería darse prisa, no le gustaría perder otro vuelo.
El tiempo corría en su contra y cuando se dispuso a irse, segura de que había
llegado hasta allí para nada, oyó la puerta abrirse tras ella. Se giró y miró al
padrastro de los gemelos ya entrado en años en el umbral de la puerta, cruzado de
brazos observándola con ojos cansados.
-No se nada de los gemelos, absolutamente nada, por eso quiero informarme.
-Pero usted no quiere que las personas se enteren de que ocurrió. Esto es un
asunto personal para ti ¿no?
-… yo era una de sus fans.
-Comprendo. – Simone dio un breve sorbo a su café. - ¿Ha hablado ya con Georg
y Gustav?
-Desde luego. Ellos no harían algo que cambiara el ritmo de sus vidas sin razón
alguna.
-¿Qué importa la razón? La cuestión es que se fueron y nadie sabe donde están.
-Si pregunta por qué y no donde, jamás los encontrará. – Alina suspiró.
-Supongo que tiene razón. ¿Usted tiene idea de dónde pueden estar? – Simone
negó lentamente con la cabeza.
-Hace casi siete años que no tengo contacto con ellos. La última vez que los vi… -
en sus ojos se vislumbró un brillo de melancolía y nostalgia y Alina tragó saliva. -
… parecían tan vulnerables y frágiles que sentí que si los tocaba, se romperían.
Estuvimos hablando toda la noche y ellos hacían un esfuerzo por sonreír, por
fingir que nada pasaba pero yo sabía que no era así. Estaban cansados y
destrozados por dentro. Cuando les pregunté que ocurría Bill palideció y negó con
la cabeza. “Nada” me dijo, “Cosas del trabajo” y se subió a su cuarto
rápidamente, alegando que tenía sueño.
-Mi hijo mayor y yo nos quedamos abajo y empezó a ayudarme a lavar los platos,
cosa que ya me pareció bastante extraña. Quería hablarme de algo importante, lo
sabía por su forma de actuar y empezamos ha hablar.
-¿Qué quiso decir con eso? – Simone negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. –
Estaba enamorado de alguien que no le convenía… ¿Se largó por eso quizás?
¿Con esa persona? Y claro… no iba a dejar atrás a su gemelo. – entonces, Simone
estalló en carcajadas.
-Conociendo a mis hijos, por muy enamorado que uno estuviera de alguien eso no
sería suficiente para alejarlos de su música. La amaban casi tanto como a sí
mismos. Cuando la dieron de lado, también dieron de lado una parte de sí muy
importante.
Sentía un nudo atascado en su garganta y supo que sino se iba pronto de allí,
estallaría.
-Entonces, sino sabe nada, supongo que será mejor que me vaya. – algo en su tono
de voz debió alertar a Simone en ese momento, que de un salto, se levantó de la
silla, pero le importó poco lo que pensara esa mujer de ella. Se preguntó entonces
que pensarían Bill y Tom si se enteraran de que su madre había sonreído con
simpatía mientras le hablaban de su desaparición y el estómago se le revolvió. Se
sentía como si la hubieran traicionado a ella misma.
-No hace falta. – Alina quería irse corriendo de allí o rompería a llorar. No tenía
intención de humillarse frente a nadie de esa manera pero Simone insistió y
dirigiéndole una mirada a Gordon que lo hizo quedarse en el sitio, la siguió hasta
la puerta. En cuanto la abrió, avanzó rápidamente dispuesta a irse sin ni siquiera
despedirse.
-¡Espere! – Alina se detuvo con la mano en el corazón, ansiosa. – Hay algo que
me gustaría decirle. – la exmodelo tomó aire y lo expulsó por la boca, intentando
tranquilizarse y al cabo de varios segundos, se volvió.
-¿Qué?
-Hace muchos años cometí un error. Tropecé dos veces con la misma piedra y por
mi culpa… sino fuera por mis errores ellos seguirían aquí, conmigo. – los ojos de
la mujer brillaban, aguados. – Estoy segura de que a pesar de todo, en el fondo
deben de odiarme.
-Yo no entiendo… - Simone avanzó hacía ella y le agarró el brazo de repente.
Tenía un bolígrafo en sus manos y empezó a escribir sobre él, frente a una confusa
Alina.
-Pero, ¿de que está hablando? ¿Usted sabe porque se fueron? – Simone dejó de
escribir en ese instante y la miró fijamente a los ojos.
-Tú… debes haber oído hablar de él si de verdad eras fan de mis hijos. Han
pasado siete años y no se que habrá sido de él pero si hay algo que contar… él lo
sabrá. Lo difícil será sonsacárselo… la vida no le ha tratado muy bien a causa de
la desaparición de mis hijos y el rencor que les guarda apenas le deja vivir… o
quizás sean los remordimientos.
Abrí los ojos. Me dolía el cuerpo y el suelo frío sobre el que estaba me hizo sentir
un escalofrío. Adolorido, lo primero que hice fue toquetearme el cuello, mientras
empezaba a levantarme entre quejidos. Me di cuenta entonces de que mi gorra
había desaparecido y no solo eso… me percaté de que no estaba precisamente en
casa, en el apartamento que compartía con Georg, Gustav y mi hermano…
Mi hermano…
De un salto, me levanté del suelo y bastante alterado, empecé a buscarle con la
mirada. Estaba en un salón, un enorme salón de una casa que me sonaba
extrañamente familiar. La decoración era un tanto antigua, de haría varios años.
Estaba muy iluminado por la luz de las bombillas, porque al mirar fuera, a través
de las enormes puertas de cristal que daban a un espacioso jardín, vi que era de
noche.
-¿Si?
-¿Quién eres?
-¿Quién crees que soy? – estupendo, querían jugar conmigo a hacer bromas
telefónicas.
-¿El capullo que me ha traído aquí? Bill, se que eres tú, no estamos para bromas.
¿Dónde me has traído enano?
-¿No te suena la decoración? –me crucé de brazos y puse los ojos en blanco,
dejándome caer sobre el sofá. La decoración me importaba más bien poco.
-Esta bien, ¿Quieres jugar? ¿Qué quieres que haga? Me gusta ese tono grave que le
das a tu voz, pero me pone más esa vocecita aguda tuya, “Tom… si, así… me
gusta”– gemí poniendo voz aguda. – Billy, no hacía falta que me trajeras a un lugar
desconocido si querías jugar a la línea erótica. – la pequeña carcajada que escuché
al otro lado de la línea me hizo sonreír. - ¿Te lo pasas bien? espero que Georg y
Gustav no estén ahí, porque sino, creo que acabo de cagarla. Avísame sino quieres
que todo el mundo se entere de nuestro secreto cariño.
-¿Qué secreto?
-Ah no, no creas que soy tan tonto como para soltarlo. ¿Y si esto es una cámara
oculta qué? Deberías tener más cuidado o todos se enteraran de que nos lo
montamos juntos… ¡Oh no! ¿He dicho eso en voz alta? – exclamé sonriente, con
expresión de fingida sorpresa. – Bill por favor, deja de jugar.
-¡Jajaja!
-Mira que eres idiota. Como si alguien más a parte de ti me estuviera escuchando.
-Si, claro, ¿Cómo no? ¿Sabes una cosa tío? No me das miedo, seas quien seas. No
es la primera vez que me enfrento con un loco.
-¿Dónde está Bill? – pregunté, en el tono más tranquilo que pude lograr, severo.
-Sal fuera. – se limitó a decir la voz. Yo suspiré, agarré con fuerza el inalámbrico y
me levanté del sofá, caminando hacía las puertas de cristal que daban al jardín. Salí
fuera, con los cinco sentidos puestos en el lugar, muy alerta. No vi nada. De nuevo,
me llevé el teléfono al oído.
-Joder…
-¿Quién demonios…?
-No, ni hablar.
Si saliera corriendo…
-No estarás pensando en huir ¿verdad? – apreté los dientes con fuerza.
-Escúchame capullo, voy a colgarte y voy a mandarte a tomar por culo, ¿me
entiendes? No pienso seguirte el juego, me largo, ¿me oyes?
-Claro, lárgate, puedes irte cuando quieras pero… ¿no te olvidas de algo… o
alguien? – otro golpe me hizo encogerme de miedo y el vello se me puso de punta.
Antes de volverme, deseé que aquello no estuviera sucediendo, que fuera una
pesadilla como otra cualquiera. Sabía que no lo era y, de alguna forma, sabía que
no podría huir aunque tuviera el camino libre, porque allí, en esa casa, aun estaba
mi otra mitad. Justo detrás del cristal que en ese momento, Bill golpeaba con los
puños, dentro de esa casa.
-¡Bill! – corrí hasta mi hermano, que golpeaba las puertas de cristal con expresión
desesperada, intentando llegar hasta mí. Intenté abrir la puerta tirando del pomo,
pero no se abría.
Bill temblaba de miedo al otro lado y las lágrimas descendieron por sus mejillas.
Estoy seguro de que se acordaba a la perfección de aquel día, aquel terrorífico
momento en el que se quedó encerrado en el baño junto a un acosador
esquizofrénico, en la oscuridad. Yo también estaba muerto de miedo y lo primero
que hice fue pegarle una patada al cristal y luego embestirlo con el hombro. Me
encogí de dolor y el cristal no cedió, ni siquiera sufrió rasguño alguno.
Bill lo golpeó con fuerza con los puños, dándole patadas furiosas, desesperado.
Retrocedió varios metros dispuesto a correr hacía él y embestirlo y yo negué con la
cabeza, haciéndole gestos con las manos para que se detuviera y gritándole
negaciones que seguramente no llegarían a su oído. El cristal estaba blindado, se
iba ha hacer mucho daño.
-¡Bill, ya vale, tranquilízate, estoy aquí! – aunque no pudiera oírme a través del
cristal, tal vez sintió mi desesperación. Pegué mi mano a la puerta de cristal y
apoyé la frente sobre él, intentando mantenerme lo más relajado posible. A Bill,
por el momento, se le contagió una parte de mi aparente tranquilidad y anduvo de
nuevo hasta mí, tembloroso. Posó una mano sobre la mía, aun cuando el cristal nos
impedía el contacto que tanto deseaba.
-Sácame de aquí, Tom. – supe que eso era lo que rogaba en su fuero interno y
tragué saliva, decidido.
Una vez más, me llevé el teléfono al oído sin apartar la mirada de mi hermano.
-Veo que por fin empiezas a comprender las reglas del juego. Regla número uno…
aquí las preguntas y las órdenes las doy yo y de momento, te ordeno que vayas
hacía el cadáver y juegues al quien es quien con él. La primera pregunta es…
¿Quién es él?
-Ya te he dicho que las preguntas las hago yo. Si me haces perder la paciencia,
Billy lo va a pasar mal. – tragué saliva y asentí con la cabeza con los ojos clavados
en los confusos de mi hermano. Lentamente, me aparté del cristal y anduve hacía
el cadáver que había sobre el suelo. Oí como Bill volvía a golpear el cristal,
nervioso y le dirigí una mirada tranquilizadora que le hizo morderse el labio con
preocupación.
-¿Qué coño hace este aquí? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
-¡Oh, vamos Tom! No me digas que nunca has visto una película sobre un asesino
sicótico. No pensarás en serio que voy a ser yo quien cargue con el muerto. La
historia es esta… Hagis quería venganza por su sueño frustrado y la consiguió, y
cuando tú te enteraste de que le hizo a tu hermano, furioso, lo asesinaste sin
piedad.
-¡No entiendo nada de lo que me estás contando, joder!
-¿Qué? – yo aun estaba shock, un shock que me iba a durar un buen rato. Mi
cabeza estaba repleta de dudas y mi cuerpo estaba temblando de terror.
-Mira su brazo. – aun así, no me negué a cumplir las ordenes. Bill estaba dentro, yo
fuera. Él estaba en peligro y no pensaba arriesgarme. Solo tenía que seguirle el
royo, solo eso, así que volví a darme la vuelta, caminé hasta el cristal donde al otro
lado, Bill se movió, nervioso y confuso y mis ojos se clavaron instintivamente en
su brazo, el cual ya no estaba vendado. No se que cara pondría en ese momento,
pero en cuanto vi la cicatriz aun reciente gravada en su piel, al rojo vivo y lo que
quedaba de su impresionante tatuaje y leí las palabras maricón perdedor en él,
golpeé con todas mis fuerzas el cristal con el puño cerrado, tan colérico que Bill
retrocedió, sobresaltado por mi arrebato de ira.
-La historia es de lo más simple. Hagis quería vengarse y lo hizo, no solo le metió
la paliza del siglo a Billy, sino que empezó a chantajearlo. Cuando tú te enteraste,
hiciste que tu hermano contactara con él y quedasteis a las afueras de Magdeburg.
Hubo una fuerte pelea y Hagis fue apuñalado, por ti. Murió a los pocos minutos,
desangrado.
-Eso depende.
-¿¡De qué!?
-De si consigues salir vivo de aquí o no. – no podía creerme lo que estaba
sucediendo. Mi cuerpo se movió solo, con histeria, dando vueltas por el jardín y en
un momento de locura, grité, rabioso.
-¡No puedes hacer eso, no he hecho nada, no hay pruebas, no hay nada, ni siquiera
se que está pasando! ¿¡Por qué estoy aquí, que tiene que ver Bill en todo esto,
quien coño eres!?
-¡Cállate ya joder! ¡Te dije que las preguntas las hacía yo y solo yo, así que cierra
la boca! – me mordí la lengua, golpeando el cristal de nuevo. Bill me observaba
con nerviosismo.
-Vale… ¡Vale! Dime lo que tengo que hacer para sacar a mi hermano de ahí.
-Es muy fácil. Solo tienes que responder a una pregunta y te juro que tu hermano
saldrá sano y salvo… siempre que la respuesta sea correcta. – tragué saliva. – Sólo
respóndeme a esto... ¿Por qué tu padre abandonó a tu madre hace doce años?
-¿De qué coño hablas? ¿Qué tiene que ver eso con todo este tinglado?
-Solo, ¡Responde! – estaba rabioso y aún así, me tragué la ira con la mente repleta
de pensamientos sobre Bill, intentando calmarme.
-Se fue… él dejó de querer a mamá y se fue. Solo… solo eso. A nosotros nos dejó
tirados, fue un imbécil pero… aún así se preocupaba por Bill y por mí después de
todo. – era increíble que aun después de tanto tiempo la herida aún no hubiera
cicatrizado del todo. Acababan de meter el dedo en la yaga, pero eso no importaba,
no ahora.
-¡No, no he fallado! ¡Mi padre cogió un día las maletas y se largó, no hay más
explicación, dejó tirada a mi madre y se fue!
-No, ni hablar.
-¿Qué coño vas a saber tú si es verdad o mentira? ¡Yo lo ví con mis propios ojos,
yo lo viví!
-¡Entonces deberías saber que papi dejó a mami porque era una maldita zorra y se
enteró en el último momento! ¡Papi era un buen hombre que fue vilmente
engañado por la clase de mujerzuela que mira antes por lo que le conviene a lo que
los demás sienten, y aún teniendo hijos, actuó igual! – me quedé completamente
paralizado. Si la confusión y la alteración me habían dominado por completo desde
el principio, ahora era incapaz de reaccionar.
-Lo siento Tom, pero me temo que el tiempo se ha acabado para Billy. Le has
fallado a tu pobre hermano. – y colgó. Tampoco había tiempo para quedarme
shockeado. Oí el ruido que hizo el puño de Bill al golpear el cristal y volteé
enseguida. Lo encontré de espaldas a mí, con la vista clavada en el frente y noté su
cuerpo temblando violentamente contra el cristal. Entonces me fijé en lo que
miraba con tanto pavor.
Una persona se aproximaba hacía él, vestida de negro por entera, con una capucha
ocultándole gran parte del rostro y un pañuelo negro cubriendo la nariz y la boca.
Andaba hacía él lentamente, como si lo analizara con la mirada, no, más bien
divertido por el miedo que recorría su cuerpo y entonces, vi a través del cristal algo
brillante resplandeciendo en su mano.
-¡Bill! ¡Sal de ahí! – volví a golpear el cristal con fuerza, pero mi hermano no se
movió. Temblaba, muerto de miedo y el encapuchado seguía avanzando. - ¡Bill! –
no se movía y yo estaba desesperado. Retrocedí y rápidamente, justo cuando el
encapuchado estaba a menos de un metro de él, me abalancé contra el cristal, que
tembló débilmente frente a la embestida de mi hombro. Me retorcí de dolor un
segundo y cuando volví a alzar la cabeza, vi a Bill caer al suelo y al puñal del
encapuchado dar contra el cristal con violencia, justo en el lugar en el que mi
hermano se había hallado hacía escasos segundos.
-¡Corre! – grité, aún sabiendo que no me oía y Bill se levantó del suelo y salió
corriendo fuera del salón. El encapuchado salió tras él y yo retrocedí, con la mano
en el hombro, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no chillar de dolor. No podía
mover el brazo y cuando lo noté flácido e inmóvil, supe que se me había salido. El
hueso se me había desencajado y se me descompuso el estómago.
Pero eso era lo de menos. Debía entrar en esa casa y estaba claro que era imposible
hacerlo por las puertas del jardín. Corrí alrededor de ella, buscando la entrada o
alguna ventana abierta y cuando encontré la puerta de entrada, intenté abrirla
inútilmente.
Tenía que entrar, tenía que entrar, Bill estaba dentro, solo y con un asesino
pisándole los talones.
Andreas abrió los ojos con lentitud. Desorientado y aturdido como se encontraba,
se vio incapaz de situarse en el lugar donde estaba tumbado en ese instante. Le
llevó varios minutos despertar del pequeño trance en el que se había sumido y
entonces notó la sangre reseca que descendía por su nariz salpicando el suelo.
Alguien había entrado, alguien había atacado a los gemelos y alguien le había
atacado a él. Debería estar muerto, pensó, recordando una navaja brillando
amenazadoramente frente a su cara.
-Ya vale – recordó que alguien pronunció esas palabras con una serena voz
femenina y el hombre que estaba sobre él apuntándole con arma blanca miró la
figura oscura, delgada y esbelta que se hallaba en el umbral de la puerta. – Ya
tenemos lo que queríamos, él no tiene nada que ver en esto. – esas palabras le
azotaron la cabeza con fuerza, no por el significado en sí, sino por el
reconocimiento de esa voz. Sabía de quien era esa voz, la reconocería en cualquier
parte del mundo. Esa voz femenina…
-Ley… - murmuró. La chica que los observaba le dirigió una breve mirada bajo la
capucha que le tapaba los ojos. – Ley…
-Haz que se calle y vámonos. – dijo ella, con un tono de voz totalmente indiferente
y lo último que Andreas sintió fue un fuerte olor y algo líquido salpicarle la cara.
Después, todo era oscuridad.
-Mierda… Leyna, ¿Qué has hecho? – murmuró para sí. Anduvo hacía el salón,
cabizbajo y alterado y entonces, lo vio. El móvil se iluminaba levemente bajó el
sofá y corrió hasta él, agarrándolo con fuerza y de pronto, lo miró como un niño
mira una fea herida ensangrentada impregnada en su piel.
No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero los gemelos habían sido
secuestrados, eso era seguro. Debería llamar a la policía y denunciarlo, pero si lo
hacía y Leyna tenía algo que ver, ¿que sería de ella? ¿Y los gemelos? ¿Qué sería de
ellos si no lo denunciaba?
Corrí por toda la casa buscando una salida. El terror me guiaba y me hacía correr
como nunca lo había hecho. Cuando di con la puerta de entrada, se me escaparon
lágrimas de alivio y me lancé sobre el pomo.
-No… no… ¡No, no, no! ¡No, por favor! – estaba cerrada a cal y canto y me
deshice en llanto. Miré hacía atrás y allí estaba el encapuchado, saliendo del
pasillo, mirándome bajo la capucha y dirigiéndose hacía mí a paso ligero, con el
puñal en alto. Desesperado, cogí lo primero que vi sobre el mueble de la entradita y
le tiré un marco de fotos a la cabeza. Él retrocedió enseguida y casi cae al suelo.
Yo salí corriendo de nuevo, tirando de paso el mueble poco pesado sobre él, pero
en cuando entré en la cocina y cerré la puerta tras de mí, encajando el cabezal de
una silla bajo el pomo para atrancarla, los golpes de unos puños furiosos la
hicieron temblar y el ruido se me hizo aterrador.
Busqué por la cocina, tembloroso e histérico algo con lo que poder defenderme y
encontré uno de los cajones repleto de cubiertos, cuchillos y unas tijeras bien
grandes para cortar la carne o para lo que fuera que la utilizaran. Tomé el cuchillo
más grande que vi y me guardé las tijeras entre la cintura de mi pantalón y mi piel,
tapándolas con la camiseta negra. Estaban frías.
Los golpes seguían retumbando en mis oídos, la mano con la que sostenía el
cuchillo temblaba y estaba al borde de un ataque de nervios, con los ojos clavados
en la puerta, esperando lo peor.
Empecé a poner patas arriba la cocina, guiándome por el sonido del teléfono y al
fin lo encontré sobre uno de los estantes. Lo miré unos segundos, desconcertado.
Era exactamente el mismo modelo de Tom, el mismo de hacía unos meses, quiero
decir. El que perdió en aquella persecución en el hotel donde nos atacó el
acosador.
¡Claro que era el mismo modelo, era su móvil! Lo reconocí por el arañazo de la
pantalla, pero… ¿Qué hacía ahí? Joder, ya lo pensaría luego. Lo abrí y leí
sobrecogido el nombre que se iluminaba en la pantalla.
-¿¡Andreas!?
-¡Si!
-Pero…
-No tengo ni idea de donde… - miré a través del cristal blindado de la pequeña
ventana, intentando reconocer el paisaje… y lo conocía. Conocía el lugar, conocía
la jodida casa pero… ¿De qué? ¿Dónde demonios…? Un momento…
Vi a lo lejos, entre dos árboles del jardín una piedra enorme rodeada de flores
silvestres. No podía ser que estuviera en ese lugar ¿no? O si… ¡Claro que conocía
la casa, claro que conocía el jardín! ¡Allí, entre esos dos árboles, debajo de esa
roca, Tom y yo enterramos a nuestro primer gato cuando murió, hacía tantos años
que apenas lo recuerdo, pero fue allí, fue allí! Eso significaba que esta casa era…
¿Nuestra antigua casa de Hamburgo?
-¿Qué?
Giré mi cuerpo lentamente hacía la puerta y temblé cuando vi que estaba abierta.
-¡Bill, Bill! ¿¡Que está pasando!? – oí los gritos de Andreas a través del móvil,
pero no contesté. Él aplastó el móvil antes de que pudiera responder, agachándose
de cuclillas frente a mí. En una mano, cargaba con el puñal, en la otra, con el
cuchillo que se me acababa de escapar, el que me puso bajo el cuello.
Cuando caí dentro de la casa, abriendo la ventana con empujones flojos, me dieron
ganas de echarme a llorar. Desde luego, no había sido fácil escalar hasta el
segundo piso por el canalón con un brazo fuera. El dolor era difícil de soportar y
no tenía ni tiempo ni paciencia como para colocármelo. Ni siquiera sabía como se
hacía y sabía que iba a doler.
Eso era lo de menos. Lo importante ahora era encontrar a mi hermano sin que me
encontrara ese loco primero pero, aun así, me quedé unos momentos absorto,
observando la habitación. Porque ya había estado allí antes.
Una ligera sospecha empezó a dominar mi mente, pero un grito que me paralizó
durante un instante me dejó la mente en blanco, y solo fui capaz de correr. Abrí la
puerta del cuarto, corrí por el pasillo hasta el principio de las escaleras y entonces
alguien me agarró del hombro. Volteé rápidamente, alzando el brazo y antes de que
pudiera siquiera ver a la persona que me atacaba, agarré el puñal con el que
pretendía apuñalarme por la espalda, con la mano desnuda.
Intenté levantarme, pero solo podía utilizar un brazo y tenía la mano ensangrentada
y desgarrada. Me escurrí con mi propia sangre y me desesperé.
-Ya no eres tan gallito ¿eh? El siempre orgulloso Tom, patéticamente destrozado
sobre su lecho de muerte. – la misma voz que la del teléfono. No repliqué, no era
cuestión hacerlo en mi posición.
-Tranquilo. Voy a llevarte ahora mismo junto a él. – y me agarró del brazo
descolocado, levantándome del suelo tirando bruscamente de él. Me tragué los
gritos de dolor y me obligué a levantarme y a seguirle lo más de cerca posible,
intentando evitar que tirara de nuevo del brazo que ya ni sentía. Me arrastró hasta
el salón y allí, cuando abrió la puerta, vi claramente a mi hermano, por fin, en un
rincón del lugar.
-Tom… - y tras un segundo en el que suspiró con alivio, miró al encapuchado que
me acompañaba, esta vez, con sorpresa y horror. Pronto me di cuenta de porque.
Frente a Bill, con otro puñal en alto, había otra persona, otro encapuchado.
Eran dos.
El que me sujetaba del brazo me empujó y caí a los pies de Bill, que enseguida
reaccionó y me agarró, arrastrándome y haciéndome apoyar la cabeza en su pecho,
abrazándome de manera sobreprotectora.
Uno de los encapuchados, el más bajo, nos dio la espalda y de un salto, se sentó
con despreocupación sobre la mesa del salón.
-Supongo que ahora es el momento en el que empiezan las escenas gore ¿no? – Bill
me abrazó con más fuerza.
-Si nos vais a matar, por lo menos tenemos el derecho de saber quienes… y
porque. – el alto giró la cabeza hacía el más bajo, como pidiéndole su opinión y él
hizo un gesto despectivo con las manos.
-Van a morir de todas formas, ¿no? ¿Qué más da ya? Además, Billy tiene razón,
tienen todo el derecho del mundo a saberlo.
-Vosotros… tuvisteis algo que ver con aquello ¿verdad? – el encapuchado subido a
la mesa estalló en carcajadas con mi pregunta.
-Sólo un poquito.
-¿Cómo? ¿En serio creíais que un loco cualquiera iba a poder burlar la seguridad
de los hoteles o a los guardaespaldas como si fuera un fantasma? ¿En serio
pensabais que era una gran casualidad que encontrara los dos números de móvil de
uno de los cantantes más famosos de Europa, así, con solo chasquear los dedos? –
entonces, encajó todo.
-¡Yo, si! – admitió, alzando los brazos al techo, como si esperara una alabanza por
nuestra parte. - ¡Fui yo quien lo hizo!
-¿¡Por qué!? ¿¡Cómo pudiste utilizar a un pobre enfermo de esa manera!? ¿¡Para
que demonios lo hiciste!? – estalló Bill entonces, gritando, enfurecido. Así que
todo lo ocurrido, todo su sufrimiento, su sentimiento de culpa, era algo que no
habría tenido la necesidad de soportar sino hubiera sido por ellos… por ¿Quiénes?
¿Y por qué?
-¿Para que lo hice? Para destrozarte por dentro, ¡Para destrozar a los gemelos
Kaulitz, los malditos niñatos que han conseguido la fama a costa del dolor de su
familia! ¡Para destrozaros, mocosos arrogantes! – alzó el puñal frente a nosotros e
instintivamente me agarré al brazo que me abrazaba con fuerza los hombros. La
sangre de mi herida quedó impregnada en su piel. A él no le importó. - Quería
veros caer tan rápido como habías ascendido. ¡Quería veros llorar cuando os
dierais el hostión contra la dura realidad y que no fuerais capaces de volver a
ascender! ¡Miraros, nacisteis siendo unos nadie, pero joder, nacisteis también
hechos para la fama, para vivir un sueño! ¡No tenéis ni idea de lo que es vivir
despierto!
-Si, muy cierto. Pero el acosador era un psicótico, un pobre demente y eso no lo
tuvimos muy en cuenta. Su actitud era demasiado voluble como para poder
controlar sus reacciones y se suicidó antes de acabar el trabajo. Él ni siquiera sabía
que le estábamos utilizando para beneficio propio, creía que le estábamos dando
una oportunidad de contactar con su amado Bill. Nadie se molestó en investigar
más allá. La víctima no tenía familia y nadie reclamó su cadáver y todo el mundo
estaba demasiado traumado como para denunciar lo ocurrido. Si alguien hubiera
indagado más en el asunto, hubieran acabado descubriendo tarde o temprano que
alguien más listo y con influencia había sido el cerebro del crimen. Pero nadie le
dio verdadera importancia al incidente.
-Fue fácil guiarlo hasta la discoteca aquella noche y, aunque de nuevo, nuestros
planes no salieron exactamente como habíamos planeado, Hagis descubrió algo
muy curioso, ¿verdad, Billy? – miré a mi hermano de reojo. Se mordía el labio
inferior, rabioso. Entonces, el mayor sacó algo del bolsillo y nos lo mostró,
sonriente.
Me quedé mudo al ver esas fotos y sabía exactamente el momento en el que habían
sido tomadas. De repente, algo hizo clic en mi cabeza y todo encajó.
-Pensamos que con eso, Tokio Hotel acabaría pero… los gemelos se esforzaron de
nuevo por permanecer juntos pese a todo y eso no nos convenía y… ¡Aquí
estamos! – gritó con entusiasmo el más bajo y, por unos momento Bill y yo
permanecimos en silencio, sin saber que decir, que hacer, como reaccionar…
íbamos a morir.
-Aún sigo sin entenderlo. ¿Por qué nos odiáis tanto? ¿Qué hemos hecho nosotros?
¿¡Quienes sois!? – el grito de Bill retumbó en mi oídos. Sentí su barbilla temblar
sobre mi hombro y sus lágrimas descender hasta mojar mi piel.
-¿Qué quienes somos? ¿Qué por qué os odiamos? Todo empezó hace mucho
tiempo, demasiado y me entristece el hecho de que no nos reconozcáis, porque,
aunque siempre ha sido de manera secundaria, siempre hemos estado en contacto
con vosotros mucho más de lo que creéis.
Alina no sabía que hacer. Eran las once de la mañana y acababa de aparcar su
BMW en un paso de cebra después de más de cinco horas de viaje. Estaba
cansada y nerviosa, pero sobretodo ansiosa por saber quien demonios era la
persona a la que Simone había enviado. Mientras subía las escaleras del edificio,
se mostró segura y confiada, pero una vez frente a la puerta indicada según lo
escrito en su brazo, tragó saliva.
¿Quién sería la persona que abría tras la puerta? Alzó la mano temblorosa,
rozando el timbre de esta con los dedos cuando de repente, la puerta se abrió.
Esa persona se quedó tan sorprendida de verla frente a su puerta como ella por la
repentina sorpresa.
-¿Si? ¿Puedo ayudarla en algo? – por unos momentos, Alina no supo que
responder. El hombre tendría poco menos de treinta años, era rubio, de ojos
penetrantes, marrones. Su mirada entre curiosa e inquieta le recordó a su viejo
ídolo. Aquel al que buscaba. Eso la hizo volver a la realidad.
-Soy… - bajó la mirada unos segundos y se mordió el labio. – Soy Alina Wolfgang
y…
-¿La modelo?
-No… bueno, si. Pero, exmodelo sería el término correcto y… - Alina lo observó
detenidamente con los ojos muy abiertos mientras sacaba un paquete de tabaco, se
llevaba un cigarrillo a los labios y lo encendía despreocupadamente con un
mechero. - ¿Puedo saber quien…?
-¿Yo? ¿No eres tú quien ha llamado a mi puerta? ¿Por qué debería decirte quien
soy? – en eso tenía razón. – Ah, claro… puede que seas la nueva vecina. En ese
caso, siento ser tan descortés pero, la verdad es que tengo un poco de prisa.
Bienvenida a la urbanización, si necesitas algo, contacta con el presidente, sexto
piso, puerta c. Chao. – y empezó a andar por el pasillo, dirigiéndose hacía las
escaleras dando caladas al cigarrillo con inquietud.
-¿Perdón? – murmuró.
-Vamos, no me jodas…
-Soy periodista y…
-Vete. Ve y dile a la zorra de Simone que se meta sus suposiciones por el culo. Yo
no se donde están y si lo supiera, tampoco lo diría.
-¡Tú sabes lo que pasó! Sabes porque se fueron, ¿verdad? – el rubio abrió la boca
de par en par. Cerró la puerta del coche de un portazo y se encaminó hacía ella.
Alina retrocedió. Parecía indignado.
-¿Quién te crees que eres? Vienes aquí, después de siete años y te crees con
derecho a preguntar eso y encima esperas una respuesta por mi parte. Odio a las
personas como tú, odio a los periodistas insensibles, odio…
-Claro, todo el mundo dice lo mismo. Si eres una especie de madre soltera que
necesita de una especie de artículo sensacionalista para dar de comer a su hija,
creo que te resultará más fácil encontrar las cenizas de Hitler y su familia a que
algo salga de mi boca. – Alina suspiró, sulfurada. Iba a ser imposible tratar con
él.
-¿Estás de coña?
-No tengo familia, ¿sabes? No tengo prisa. – ese dato pareció interesarle. Alzó
una ceja.
-Oh… vaya, que pena… Tengo que irme a trabajar, llego tarde. – se excusó
enseguida y volvió a encaminarse hacía su coche.
-Mierda… - tocó el claxón y abrió la ventanilla del porsche. Alina corrió hacía él
enseguida, con los nervios a flor de piel y vio como el rubio le extendía unas llaves
con expresión indiferente. – Voy a volver tarde. Ya que se ve que eres más terca
que una jodida mula, no voy a hacerte el feo de dejarte tirada en la calle. Puedes
entrar en mi casa y… ponerte cómoda. – Alina sonrió, agarrando las llaves.
-Es discutible.
-Imposible.
-¿Debo hacer algo especial para que me lo cuentes? – el hombre la miró con
impresión. Alina hizo un puchero infantil y acto seguido, él sonrió.
-Ese gesto me recuerda a Bill. Él también tenía una manera muy peculiar de
convencer a las personas para que hicieran lo que quisiera con carantoñas.
-Eso quiere decir un, poco probable. – ella acabó encogiéndose de hombros y
separándose del coche.
-Vale. Esperaré. – y tras una breve mirada seductora y divertida, el coche salió del
aparcamiento. Fue entonces cuando Alina se dio cuenta de que ni siquiera sabía
su nombre. - ¡Eh, espera, oye! – gritó cuando el coche casi doblaba la esquina,
pero de repente, de un temerario volantazo, dio un giro y en un visto y no visto, la
ventanilla del conductor se situó abierta de nuevo frente a ella.
En aquel momento lo que más deseaba era alejarme y arrastrar a Tom conmigo,
lejos.
-¿Por qué? – eso fue lo único que pude hacer, murmurar un débil porque.
-¿Un motivo? ¿Has oído eso, papá? – murmuró y mi mirada y la de Tom se volvió
inmediatamente hacía él.
-¿Papá? – murmuró Tom y los dos nos quedamos absortos observando como aquel
con el que habíamos estado trabajando tantos años, aquel que nos acompañó hasta
lo más alto, el que tantas veces nos había ayudado, al que a veces incluso yo
mismo le había pedido opinión en las letras de mis canciones.
¿Cómo? ¿Por qué David Jost, nuestro manager y productor estaba frente a
nosotros, amenazándonos con matarnos, diciendo tantas cosas que en esos
momentos me parecían incomprensibles? Mi alrededor, el ambiente de película de
terror que nos rodeaba se tambalea bajo mis piernas, ¿O eran mis rodillas las que
no dejaban de temblar? También me pareció que el corazón se me encogía sobre si
mismo, como si quisiera huir y esconderse en lo más profundo de mis entrañas,
pero mis entrañas también se estaban retorciendo de horror.
-David… hijo de puta… - Tom se retorció entre mis brazos, como si intentara
levantarse del suelo y hacerle frente. Solo consiguió encoger el brazo que notaba
flácido sobre mis rodillas.
-¿Por qué?... ¿¡Por qué joder!? – David, después de tantos años, ya le había tomado
por amigo y… casi por un tercer padre. Eso era una puñalada demasiado afilada y
clavada con tanta profundidad que era incapaz de soportarlo con serenidad y
David, como si nada, se encogió de hombros.
-Parece ser que os han ocultado muchas cosas después de tantos años. – sonrió
Leyna.
-Esta situación es… una pequeña venganza. El mundo estará mejor sin vosotros
chicos, yo y mi preciosa Leyna también porque, vosotros no deberías existir.
Fuisteis un error y... - David sonrió con burla - … el hecho de que mantengáis una
relación incestuosa solo me da más razón.
-Nuestra relación no tiene nada que ver con esto. – Tom soltó un quejido de dolor
al intentar volver a levantarse. Yo no le permití moverse un ápice. - ¿Qué queréis
decir? – me apretó con fuerza el brazo. - ¿Quién te crees que eres para decir que
deberíamos o no existir? Estás como una puta cabra, tú… y esa zorra también. – la
expresión burlona de David no menguó, sin embargo, pateó con rudeza una de las
piernas de mi hermano, que se encogió aun más, observándole con rabia y dolor.
-Ya vale, papá. Estoy cansada. Tantos años con los labios sellados, esperando una
oportunidad para acercarnos, pasando por tantas penalidades… al menos quiero
verles la cara que se les queda cuando sepan quienes son. – mi vista estaba nublosa
a causa de las lágrimas. Bajé la cabeza, con la esperanza de disimular mi dolor,
esperando que las lágrimas se detuvieran de una vez. Me sentía traicionado, dolido
y lo peor era que por mi mente no paraban de pasar escenas en las que David había
estado presente, como un tercer padre, como otro amigo, como un punto de apoyo,
como un compañero. Desde luego, Tom no tenía ese problema. Siempre había
visto a David como un mero compañero de trabajo y yo, como portavoz del grupo,
había sido el que más contacto había tenido con él.
Y Leyna… era una buena chica, me había ayudado mucho en ese último mes y
ahora… todo, todo había sido pura fachada.
-Todo empezó hace mucho tiempo, hace unos… diecinueve años, antes de que
nacierais desde luego. Tendría casi vuestra edad entonces. – no quería seguir
escuchando, ya me daba igual. – Estaba soltero y tenía mi propio grupo… - David
se paseó, inquieto, por el salón. Miró a través de las puertas de cristal. El cadáver
de Hagis seguía allí, tirado en medio del jardín. – Una noche, fuimos a tocar a un
local. Estábamos nerviosos, pero aun así, arrasamos y, desde mi posición, desde el
escenario, la vi a ella. – de repente, noté como el agarre de Tom se aflojaba y el
brazo empezó a temblarle. Sentí que algo horrible estaba a punto de sernos
revelado. – Ella… se llamaba Simone.
-Cuernos… adulterio, si. Yo era el otro, pero también era el que de verdad quería a
Simone… ella no supo verlo, no quería verlo. Estaba demasiado fascinada por
vuestro padre y él se limitaba a dejarla sola en casa, tirarse a la carretera y volver al
cabo de la semana para pasar de ella. Simone necesitaba un punto de apoyo,
alguien que le diera el cariño que su marido no le ofrecía. Ese fui yo. –
permanecimos en silencio, me mordí el labio, asimilando el relato, conteniendo las
emociones pese a la importancia de semejantes hechos. – Quería que Simone
abandonara a vuestro padre pero, si hay algo que hayáis heredado de ella a parte de
su belleza, es su tozudez. Pasamos varios años así, viéndonos a escondidas hasta
que ocurrió algo que cambió el ritmo de nuestra vida. – David nos miró. Tom tragó
saliva y supe entonces que él también lo sabía.
-¿Quieres decir que somos hijos tuyos? – la facilidad con la que Tom parecía
asimilar la información me sorprendió, me dejó sin palabras.
-Eso es lo que quería averiguar. Vuestra madre os criaba como suyos, vuestro
padre os creía suyos. No sabía absolutamente nada de lo nuestro y… Simone
tampoco se veía muy dispuesta a dejar que lo descubriera, descubrir que había otra
posibilidad. Ni ella misma lo sabía. Decía, son mis hijos, quien sea el padre no
importa. A mí si me importaba… porque la sola idea de pensar que podríais ser
míos me volvía loco. Necesitaba saberlo, pero Simone no me dejaba acercarme a
vosotros, nunca me dejó acercarme y vosotros… crecisteis sumidos en la
ignorancia de mi existencia. Siempre os he vigilado de cerca, buscando una
oportunidad y, a pesar de vuestro nacimiento, las cosas entre vuestros padres
seguían mal. Yo solo aprovechaba la ocasión para veros dormir en vuestras cunas,
ella aprovechaba la ocasión para obtener un poco de amor por mi parte. – Tom
guardó silencio y, de pronto, giró la cara, mirando a Leyna de manera significativa.
Ella sonrió con fingida inocencia.
-Si existo… ¡Si que existo! ¡Siempre he existido, sois vosotros los que no deberíais
existir! – empezó a gritar, con histeria. – Mamá me abandonó, nuestra madre me
abandonó cuando nací, dejándome sola y yo… crecí en un orfanato sin conocer el
cariño de una familia, esperando que alguien me sacase de allí, sin saber quien era
ni de donde venía. Nunca os dijo que había dado a luz a aquella hija bastarda y que
luego la abandonó para que se pudriera, no tuvo valor… y sin embargo, si que se
quedó con vosotros. – se puso roja, rabiosa. - ¡Os odio!
-¡¿Te crees que por el hecho de decir todas esas cosas me das alguna pena?! ¡Sea
verdad o mentira eso no cambia nada! ¡Estáis locos, los dos! – yo me mantenía en
silencio, totalmente ajeno a la situación. Tom gritaba, furioso.
-¡Los odio, papá, los odio! ¡Ellos también nos arrebataron a mamá! – gritó y se
acurrucó en los brazos de David, llorando a lágrima viva. Abracé a Tom con fuerza
cuando de nuevo, intentó levantarse.
-Por favor… - susurré en su oído y apoyé los labios unos segundos en su sien
herida. Eso pareció tranquilizarlo.
-Simone me dejó justo después de dejarlo con vuestro padre y se mudó con
vosotros para que no tuviera oportunidad alguna de veros… y por lo visto, en su
nuevo hogar encontró al verdadero amor. Ni siquiera me dijo donde estaba mi hija,
creía que estaría mejor en un orfanato que conmigo… creía que estaba loco.
-Yo también encontré el amor allá por donde fui, solo y desamparado, buscando a
una hija perdida. Se llamaba Elsa y era psicóloga… - ahora fue David quien sonrió
y noté los músculos de mi hermano tensarse. - ¿Te suena, Tom?
Frunció el ceño.
-Llegué a quererla mucho más que a vuestra madre. Ella me salvó del suicidio y
me ayudó a buscar a Leyna. Estábamos a un paso de encontrarla cuando… llegó un
nuevo paciente a su consulta bastante particular con un trastorno psicológico. Un
niño con tendencia a la automutilación.
-Tom…
-Entonces, ¿Por qué nos ayudaste? ¿Por qué nos guiaste hasta la fama, por qué nos
has llevado a lo más alto y ahora…? – ahora era yo quien hablaba, con voz
temblorosa y David negó con la cabeza.
-Al mismo tiempo que di con vosotros di con mi pequeña Leyna y vi que no era el
único que lo había pasado mal. Entonces lo decidí… - David apartó lentamente a
Leyna de si, con delicadeza, como un padre que ama con locura a su hija y se
encaminó hasta la mesa. Cogió un sobre azulado, cerrado y nos lo mostró. – Decidí
que, según las pruebas de ADN que conseguí realizar gracias a una pequeña
muestra de vuestro pelo, organizaría una pequeña venganza o no. Estás son las
pruebas. – y nos arrojó el sobre a los pies. Tom y yo lo miramos y ambos tragamos
saliva.
-Y… ¿Cuál fue el resultado? Somos… ¿hijos tuyos, o no? – murmuré, sabiendo ya
que sería incapaz de coger el sobre, abrirlo y mirar lo que había dentro, pero por
toda respuesta, David nos observó con detenimiento hasta que sus labios se
separaron para hablar de nuevo.
-¿Sabéis que hace muchos años, en algunos lugares del mundo como, por ejemplo,
Japón o China, se decían que los gemelos traían mala suerte? Incluso se decía que
podían llegar a causar muerte porque, estos, eran la reencarnación de dos amantes
que en el pasado, habían acabado muertos por cometer un crimen pasional, por
vivir un amor prohibido y, para que esos gemelos no trajeran la desgracia a
aquellos que los rodeaban… los castigaban. Castigaban los crímenes vividos de su
vida pasada como amantes desgraciados. ¿Sabéis como los castigaban? – los dos
seguimos en silencio. Vi sonreír furtivamente a Leyna y sentí el corazón a punto de
estallar. También sentí el de Tom, bombeando con tanta fuerza y exactamente al
mismo ritmo que el mío… como si supieran que sería la última vez que latirían
juntos.
-A los gemelos se les castigaba con una separación lenta y angustiosa. Separaban
sus almas… con la muerte de uno de ellos.
-Elegid… ¿Cuál de los dos acepta una muerte lenta y dolorosa para salvar al otro?
-Mami… eh, Mami, despierta. – Alina abrió los ojos enseguida, sobresaltada y
encogida por el frío. Lo primero que hizo fue mirar su alrededor y se vio en un
apartamento pequeño, desconocido y oscuro que le hizo sentir claustrofobia. -
¡Mami! – pegó un salto, con el corazón a mil por hora y observó, con respiración
entrecortada como Andreas se partí de risa frente a ella. – Menos mal que te di las
llaves, sino te hubieras quedado roque en la calle, Mami.
-Era mi nombre artístico, de cuando era modelo. Ahora ya no tiene sentido que me
llames así. Soy Alina, ¿vale?
-Alina.
-¡Alina!
-¿Qué? ¿Quieres dormir un poco más? Siento haberte despertado, pero dijiste que
querías hablar conmigo en cuanto volviera y… ya he terminado mi turno de noche,
además, estabas babeando sobre mi sofá nuevo.
-¡Yo no babeo!
-Si, gracias.
-¿Cargado?
-Mucho.
-Ok. – Alina se levantó entonces, encendiendo la lamparita que había al lado del
sofá. El salón se iluminó lo suficiente como para permitirle ver la decoración y los
muebles. No era gran cosa. Al menos, no era comparable con los muebles de las
casa de Georg o Gustav, pero el lugar era muy acogedor.
Había una foto sobre la mesilla de la lamparita. La miró, curiosa. Ahí estaba él,
bastante joven, acompañado por una chica rubia y muy maquillada, de ojos
verdes. Sin saber porque, le recordó ligeramente a Bill.
-No, estoy soltero y sin compromiso. ¿Por qué? ¿Te interesa? – sonrió burlón,
dándole un sorbo al café.
-Lo decía por la foto que hay sobre la mesilla… por la chica… - la expresión
burlesca del rubio desapareció enseguida.
-En realidad no… si que era mi novia pero… murió. – le dio otro suave sorbo al
café y suspiró.
-Ups… lo siento. No lo sabía, no tenía que haber preguntado, soy una cotilla.
-No, no pasa nada. Fue hace muchos años, ya lo tengo superado. – Alina observó
con detenimiento su expresión, entre resignada y melancólica. “Un lobo solitario”
pensó y agarró la taza de café con las dos manos, llevándosela a los labios.
-Uff…
-¿Qué pasa?
-¿Quieres agua?
-No, no. Está bien. – sopló con suavidad, esperando que se enfriase. A pesar de
que el lugar era acogedor, hacía un frío que le ponía el vello de punta. Vio como
el rubio daba golpecitos a su taza, con nerviosismo.
-No, no hace falta. En realidad, prefiero saber… - Alina lo miró y la mirada del
rubio se cruzó con la suya. De repente, las palabras se ahogaron en su garganta y
sintió que sus ojos se la tragaban, que la paralizaban.
No era la primera vez que sentía eso… siempre que había visto los ojos de Bill por
la televisión o en alguna foto, había sentido que sus ojos la invadían por
completo.
-… ¿Dónde… está el baño? – consiguió murmurar. Andreas arqueó una ceja, pero
siguió observándola en silencio. – El… baño…
-El baño… ¡Ah, si, el baño! – desvió la mirada enseguida, como despertando de un
trance. – Está a la… izquierda… por el pasillo… - tartamudeó con nerviosismo.
-Gracias. – Alina se levantó del sofá con las piernas temblorosas por el frío,
soltando la taza de café en la mesa y con los ojos clavados en el suelo. – Ahora
vuelvo. – y Andreas la observó desaparecer por el pasillo. Cuando oyó la puerta
del baño cerrarse, suspiro con alivio y por un momento, dejó a su cuerpo
descansar sobre el estrecho sofá, encogiéndose sobre si mismo, acurrucándose en
él.
Cuando cogió el coche, solo, deteniendo la hemorragia de la nariz rota como pudo
y se lanzó a la carretera, sin llamar a nadie, para buscar a Bill, Tom… y Leyna.
-Bill… - mis labios se separaron, secos, para hablar. Los hombros me temblaban y
él lo notaba. Tenía miedo, para que negarlo, mucho miedo. Pero estaba seguro de
mi decisión. - … Vete.
-…
-Si uno de los dos puede salvarse, no seré yo. Vete. – Bill no contestaba, solo me
abrazaba. – Bill…
-No me voy de aquí sin ti, Tom. Lo sabes, así que no seas tan estúpido y guárdate
la saliva.
-¿Es que no lo entiendes? Solo uno… solo uno Bill… no tenemos otra
oportunidad… - Bill me acarició el cuello con los dedos, lentamente. Quería
mirarle a la cara y saber que se le estaba pasando por la cabeza en ese momento o,
tal vez, quería verle por última vez. Si moría, deseaba que su cara fuera lo último
que viera, llevarme su recuerdo allí a donde fuera después de muerto, pero mis ojos
estaban clavados en aquel que pretendía separarme de mi hermano, de… mi
amante.
-¿Y bien? ¿Quién va a morir? – preguntó David, divertido por nuestra agonía. Sentí
el aliento de Bill en mi oreja antes de poder abrir la boca de nuevo.
-Si nos queda otra oportunidad. – murmuró y, de repente, dejé de sentir sus bazos
rodeándome y caí hacía atrás. – Lárgate de aquí Tom. – se separó de mí,
arrastrándose lejos, dirigiéndome una mirada gélida. – Seré yo quien muera aquí
hoy. – me quedé de piedra.
-¿Qué?
-Mátame a mí.
-¿¡Que coño estás diciendo Bill!? ¡Ni hablar, matadme a mí! – me puse de rodillas
frente a ellos entre quejidos de dolor, hecho una furia.
-¡A ti no merece la pena que te maten, eres el guitarrista, tú eres secundario, yo soy
el más importante del grupo! – me hubiera quedado pillado sino fuera por la
situación, ¿Qué coño decía ahora?
-¡Vete Tom! ¡Tienes el brazo hecho picadillo y la mano tonta, no sirves de nada
muerto! ¡Lárgate!
-¡Joder, que pesado! ¿¡Y a mí que me importa!? ¿¡Crees que me importas solo por
hacer esto!? ¡No malinterpretes las cosas, es una bonita manera de acabar con tanto
trauma y librarme de ti!
-¡De eso nada! ¿¡Te crees que soy imbécil!? ¡No necesito ayuda de nadie para
planificar mis planes! ¡Lo tenía todo planeado! Solo me lo monté contigo por mera
curiosidad, pero te volviste tan pegajoso que me dio cosa mandarte a tomar por
culo tan pronto. Además, eres bueno en la cama, hay que admitirlo.
-¡Joder, nunca pensé que mis aventuras con las groupis te convertirían en una
especie de puta, pero claro, algo se te tenía que pegar! ¡Pues no te des tantos aires,
como si de verdad me hubieras conseguido engatusar, tampoco as sido mucho más
que un rollo con la ligera diferencia de que eras mi hermano y me daba lastima
tener que hacerte daño! ¡Pero ya está, todo arreglado, ya no hay nada que te
detenga aquí, ya puedes largarte!
-¡No lo creo, aun hay algo que me detiene aquí! – David y Leyna iban a
interrumpir en cualquier momento, indignados y confusos ante semejante
actuación.
-¿¡En serio!? ¿¡Y que te detiene!? – Bill se llevo una mano a la espalda con
rapidez, agarrando algo que se mantenía sujeto entre la cintura del pantalón.
-Una última oportunidad para los dos. – y saltó al suelo con unas tijeras en alto que
clavó en la pierna de David, justo bajo la rodilla.
-¡AAAH! – David gritó de dolor, Bill profundizó clavándolas con más fuerza y se
apartó, saltando hacía Leyna.
-¿Viene la policía? Entonces, con un poco de suerte, quizás solo tengamos que
esperar un poco más. Le has clavado las tijeras bien a fondo, ¿no? Le llevará un
tiempo sacárselas y hacerse algo para parar la hemorragia y aún así, vendrá
cojeando. Como máximo, podemos tener un cuarto de hora hasta que nos descubra,
después… esparcirá nuestros sesos por aquí. – tragué saliva. – Pero Leyna… - Bill
alzó el puñal que había conseguido arrebatarle.
-Un arma que no creo que nos sirva de mucho. Yo estoy lisiado y ellos ya están
avisados. En cuanto nos vean nos mataran, sin dudar, solo hemos ganado un poco
de tiempo y, si la policía no llega pronto… se acabó. – apoyé la espalda contra la
pared y me dejé caer lentamente sobre el suelo, agarrándome el hombro. Lo moví
débilmente, intentando colocarlo de nuevo, pero el dolor me podía. Yo no podría
colocármelo solo. – Quizás deberíamos haberle hecho caso, así, al menos uno de
nosotros sobreviviría. – Bill se arrodilló frente a mí, mirándome muy serio.
-Y comerte a besos y caricias y hacerte el amor de todas las formas que sean
posibles. – Se ruborizo y con el labio tembloroso, se tapó la cara con las manos,
limpiándose las lágrimas con ellas. Me hubiera gustado acariciarle y haber hecho
desaparecer esas gotitas con mis propias manos, pero una no paraba de sangrar y la
otra, con el hombro desencajado, no ayudaba. – Me siento inservible y no puedo
moverme. Espero no quedarme así para siempre o perderé mi fama en la cama. –
intenté quitarle hierro al asunto y conseguí hacerle sonreír.
-Por eso tengo que recuperarme pronto o acabaré peor de lo que estoy ahora. – Bill
no respondió, se me echó encima, abrazándome con fuerza, tembloroso. Sentía sus
lágrimas cayendo sobre mi hombro herido y su brusquedad me hizo polvo, pero no
me quejé. Por un momento pensé que me había leído el pensamiento, sólo quería
tenerlo cerca, lo más cerca posible de mí.
-Claro que no. ¿Ya no te acuerdas? Moriremos juntos, juntos y locos a los ojos de
los demás.
Bill me apretó con mucha más fuerza y yo, no sin dolor, pegué mi cuerpo al suyo y
cerré los ojos…
-Ya estoy aquí otra vez. – Alina se quedó mirando sobrecogida el cuerpo de
Andreas sobre el sofá, tumbado, totalmente inmóvil. Por un momento pensó que
estaba muerto y se inclinó hacía delante, dándole una ligera sacudida a su
hombro.
-Que horror, ¿Quién demonios fue capaz de hacer algo así? – Andreas se mordió
el labio inferior y apretó los puños.
-El mismo al que consideraban su mejor amigo… yo. – y Alina se quedó sin
palabras. – Aquel día hacía frío, alguien vino por la mañana y se llevó a los
gemelos en contra de su voluntad. A mi me dejaron inconsciente y cuando desperté
recibí una llamada alarmante de Bill. Debí llamar a la policía, pero en lugar de
eso… tuve miedo de que a Leyna le pasara algo.
-¿Leyna?
-Mi novia. Sabía que andaba metida en algo, que ella estaba involucrada en aquel
secuestro y no llamé a la policía porque temía que la condenaran, temía las
consecuencias que eso podía causar. Estaba tan jodidamente enamorado, tan
ciego que ni siquiera pensé en Bill y Tom. Cogí el coche y solo, fui a buscarles, sin
pedir ayuda a nadie y, cuando llegué… Leyna estaba muerta, a los pies de los
gemelos y Bill tenía un puñal ensangrentado. – Alina se llevó la mano a los labios,
reprimiendo un grito de horror. No se lo podía creer, era imposible. - ¿Te lo
puedes creer? Las personas en las que más confiaba, mis mejores amigos…
habían matado a la persona a la que más amaba. No atendí a razones. Me alejé de
ellos sin decir nada, necesitaba pensar y, al cabo de unos meses, volví a verlos en
la televisión. Tokio Hotel había vuelto, ni siquiera habían finalizado el año
sabático para que Bill se recuperara. Volvieron, sonrientes y yo, roto de dolor,
pudriéndome solo en mi agonía… quería vengarme y al cabo de un tiempo, supe
como hacerlo. Les chantajeé con hacer público algo que los masacraría. –
Andreas suspiró y se tapó la cara con las manos. – Desde que se fueron, no ha
pasado un solo día que no me arrepienta de lo que hice, pero nunca he sido capaz
de ir a por ellos y pedirles que regresaran. Nunca he tenido los huevos suficientes
para volver a por ellos… y aún no los tengo. – Alina estaba de piedra, totalmente
petrificada. De repente, había descubierto que su ídolo y su amor de adolescencia
había cometido un homicidio y que, a raíz de eso, tuvo que desaparecer, tuvo que
huir como un cobarde para que no se descubriera un escándalo. No lo entendía,
estaba decepcionada, horriblemente decepcionada y tocada. No sabía si enfadarse
con el rubio o dejar de buscar a los gemelos… no sabía como reaccionar.
-Espero que tengas pasaporte. – le tendió un sobre blanco y cuando ella lo miró,
interrogante, él asintió con la cabeza y Alina lo abrió. – Todos los años compro el
mismo billete de avión, decidido a ir… pero al final nunca soy capaz de hacerlo.
Espero que a ti te sea más útil que a mí. – Alina leyó el destino del avión en el
billete, con los labios secos.
-El lugar al que la estoy llevando digamos que no es muy concurrido por los
turistas. No hay hoteles, las tiendas están lejos, en general es una zona tranquila y
que yo sepa, apenas hay gente viviendo allí.
-Entiendo.
-Eso sí, quien tenga una casa allí debe de ser alguien afortunado y con dinero.
Aunque esté lejos del centro, las pocas casas que hay tienen su propia zona de
playa y suelen ser bastante impresionantes.
-¿Es aquí a donde quería llegar, señorita? – me preguntó el taxista en cuanto salí
del coche. En realidad, no estaba muy segura. Busqué algo con la mirada que me
asegurara que el lugar en el que estaba era el adecuado, pero no encontré nada.
Saqué del bolso el papel con la dirección que me había dado Andreas y la leí otra
vez. Su número de móvil estaba al lado, por si necesitaba algo o, simplemente por
tenerlo localizado. Finalmente, pagué al taxista, le di las gracias y me enfrenté
cara a cara con la realidad.
Intenté abrir la valla, pero tenía cerradura, así que empecé a trepar y, en cuanto
trepé toda su longitud, observé por fin lo que había tras el inmenso jardín. Era una
casa, una casa bastante grande, pero tampoco era una mansión como me había
hecho pensar el taxista con tantas exageraciones. Tenía la fachada de un tono
marrón claro y las tejas rojas. No era una casa rústica, en realidad, como cabía
esperar si piensas que los gemelos Kaulitz viven en ella. La playa estaba justo
detrás de la casa, casi podía escuchar el murmullo de las olas.
Cuando descendía por la valla, lentamente y en cuanto posé los pies sobre el
extenso jardín, oí los graves y estridentes ladridos de un perro que corría hacía
mí. Retrocedí hasta chocar de nuevo contra la valla, aterrada. Era un enorme
rottweiler, precioso y bien cuidado había que admitir, pero yo solo tenía ojos para
sus inmensos dientes, a través de los que gruñía y ladraba. Me planteé en ese
momento volver a subir la valla y echar a correr en cuanto dio un salto y apoyó
las patas delanteras sobre mis hombros. Me tiró al suelo y no pude evitar gritar,
pensando que me iba a morder la cara.
-¡Scotty! – ese grito bastó para que el perro dejara de gruñirme y, de repente, me
lamió toda la cara dócilmente. Me encogí de asco y el perro se apartó de encima
mía y salió corriendo hacía la casa. Cuando me medio levanté, limpiándome las
babas del chucho con el brazo, alcé la vista.
Llevaba unos pantalones grandes y anchos, varias tallas mayor a la suya, como
hacía años. Estaba desnudo de cintura para arriba, más ancho de hombros y poco
más musculoso. Las facciones de la cara más masculinas, aun llevaba el piercing
en el labio y aún tenía las rastas. Parecían más sanas y cuidadas que hacía siete
años y eso me sorprendió, largas hasta la media espalda, recogidas en una coleta,
aunque algunas parecían haberse escapado y caían acariciándole los hombros.
Tenía una cicatriz en el costado izquierdo de considerable tamaño. Su expresión
era más adulta pero, pese a todo, su rostro seguía teniendo esa faceta inexplicable
que, al menos para mí, le caracterizaba.
-¡Scotty, la próxima vez le vas a pedir al vecino que te tire la pelotita! – eso si lo
gritó en alemán, pateando el suelo como un crío malcriado. Me miró con el ceño
fruncido, como si esperara que me despistara para cometer un homicidio. - ¿Qué
quieres y quien eres?
-¿Tanto te molesta?
-¡No, claro que no! ¡Llevo siete años escondido de gente como vosotros por gusto!
– creo que podía ver como le salía humo de la nariz. Finalmente, después de oír
como me ponía verde y como maldecía a su perro de todas las formas posibles,
pareció resignarse y tranquilizarse. - ¿Quién te ha dicho donde estoy? – preguntó
con un tic en el ojo.
-Andreas.
-¿Tanto te importa?
-Si, mucho. Pero si ese hecho hiciera desaparecer a los periodistas como tú, no
hubiera tenido que huir.
Primero, apareció el acosador de Bill que le acosó durante varias semanas hasta
que la situación se salió de contraste y, según las noticias de entonces, el intento
de asesinato hacía Tom por su parte, que acabó en el suicidio del acosador. Bill
quedó un poco traumado por semejante acontecimiento y se tomó un año sabático
junto a los demás en Munich. Tom y él se sentían irritados al principio, luego, muy
cariñosos, demasiado según Georg y Gustav. Después, ocurrió el supuesto
secuestro. Según Andreas, secuestraron a los gemelos una mañana y por la tarde
noche, él encontró el cadáver de su novia, Leyna, a manos de Bill. Los gemelos
guardaron silencio y, al cabo de un par de meses, volvieron al trabajo con Bill
repentinamente curado y Andreas, desolado por la traición de sus mejores amigos
les amenazó con hacer público un escándalo sensacionalista y ellos, se vieron
obligados a huir. Hasta ahí todo bien pero… ¿Qué clase de escándalo era el que
les obligó a huir? Debía de se algo muy fuerte como para llegar a ese extremo,
¿Tendría algo que ver con el supuesto enamoramiento del que hablaba Simone?
-¿Por qué estás aquí? – preguntó entonces. - La información debió costarte cara.
-Georg, Gustav, vuestros padres y Andreas, las personas que mejor os conocían.
-Si.
-¿Tiene algo que ver con vuestro supuesto enamoramiento? Vuestra madre me
comentó que antes de marcharos, le dijiste que Bill y tú estabais enamorados de
alguien, ¿no? – Por un momento, noté como sus expresivos ojos menguaban y se
volvían brillantes y expresivos, como si lo oído le hubiera enternecido.
-Mi madre… ¿Cómo está? – por supuesto, hacía siete años que se mantenían
aislados y no tenían noticia de sus seres queridos. Eso debía ser doloroso.
-Está bien, muy sana. Ella fue quien me dio la dirección de Andreas y… - recordé
vagamente la conversación que había mantenido con ella. – Decía que, sentía no
haber podido hacer nada por vosotros, que todo era culpa suya, que ojala no la
odiarais. – los ojos de Tom resplandecieron por la humedad.
-No la odio. – contestó con voz pastosa. – Nunca la he odiado y tampoco la culpo
de nada. Yo se mejor que nadie lo que es dejarse llevar por los sentimientos del
momento.
El golpe sordo del cuerpo de Leyna al caer al suelo me despertó y caí, de rodillas
frente a ella, aún con el puñal en la mano.
-¡Bill! – oí la voz y los pasos acelerados de Tom correr hacía el salón. Cuando
llegó, se mantuvo quieto en el umbral de la puerta, observando el panorama en
silencio. Solo recuerdo la sensación de vértigo retumbando en mi cabeza, un sudor
frío recorriendo mi cuerpo.
-No… no… no ha sido… mi culpa… - ¿De dónde salía esa voz débil y
aterrorizada? Me di cuenta de que era mi voz cuando sentí un brazo de Tom
rodeándome los hombros, apretándome contra su cuerpo, duro y ensangrentado. –
Te ha… disparado…
-Estoy bien. – murmuró. Aun así, no reprimió un gemido de dolor cuando le rocé
la herida del costado. Mis manos se tiñeron de rojo.
No era capaz de apartar los ojos de Leyna. La herida del pecho parecía crecer cada
vez más, ensangrentando el suelo. Ella nos miraba, empezando a toser. Varias
gotitas de sangre descendieron por sus labios.
-Nunca se está solo del todo… podías haberme pedido ayuda… - Leyna sonrió,
mostrando sus blancos dientes cubiertos de sangre en una imagen macabra.
-An…dreas…
-Si. Andreas. – sus ojos brillaron, llenos de humedad, llenos de sentimientos, llenos
de dolor.
-Si…
-Él creía en mí… creía que era capaz de hacer cosas… creía en mi futuro… en
nuestro futuro, juntos. – varias lágrimas acabaron escapando de sus ojos, brillantes
como el mar cuando el Sol reflejaba sus rayos en él. Alzó una mano temblorosa
frente a mi rostro. La agarré con fuerza. – Por favor… sé que no tengo derecho a
pediros esto pero… por favor, no se lo digáis a Andreas… él cree… en mí… - su
mano estaba ensangrentada, pero su agarre era firme. Sabía que mi mano era el
último apoyo para ella, el último que iba a tener para siempre y, de repente, vi otra
mano estrechar la suya. Tom agarró su otra mano con firmeza. Leyna sonrió con
suavidad. – Me hubiera gustado… haberte tenido como hermano mayor, Tom…
seguro… que eres el mejor. – sabía lo que sentía Tom en el momento en el que se
mordió el labio inferior y tragó saliva, con los ojos tan brillantes como los de
Leyna, pero sería imposible describirlo con palabras. Nos limitamos a ser el último
apoyo de nuestra hermana perdida y despechada mientras esta moría frente a
nuestros ojos. - ¿Sabes una cosa Bill? La primera vez que te oí cantar… supe que
eras alguien especial para mí… quería conocerte… la canción que escuché ese día,
es mi favorita… Spring Night… infundía tanta esperanza, incluso para gente como
yo. – lloré. Lloré mucho. Las lágrimas caían sobre el rostro puro y blanco de mi
hermana como si fueran copos de nieve.
-Debí haber sabido antes… que nadie saltaría por mí… - el agarre firme de su
mano desapareció entonces, solo Tom y yo sostuvimos sus manos hasta el final,
hasta que cerró los ojos para no volver a abrirlos.
-Para ser nuestro supuesto padre, no tienes ni idea de nosotros. Eres un pobre
ignorante con tendencias sicóticas, David. Necesitas ayuda. – a Tom le salió del
alma. Tom era rencoroso como el que más y, de ser una situación normal, hubiera
intentado matarlo. No lo hizo. Leyna acababa de morir y su muerte había chocado
con fuerza contra su corazón. Yo ni siquiera podía hablar. El nudo en la garganta
me lo impedía.
Cerró los ojos con resignación y apretó el gatillo justo cuando Tom se abalanzaba
sobre mí, tapándome los ojos con su cuerpo, abrazándome.
Recuerdo el tacto de mis lágrimas al escurrirse por mi rostro, los brazos fuertes de
Tom tapándome los ojos, los temblores de su cuerpo… sus lágrimas impactando
contra mi frente. Su suave llanto… o quizás era el mío.
Observando el fuego consumirlo todo, sentí que también se consumía una parte de
mi pasado, de nuestro pasado, de la que no habíamos sabido hasta esa noche y,
cuando finalmente Tom posó sus labios sobre los míos, reaccioné.
Lo miré.
-Si. – Tom y yo observamos desde lejos como las llamas se lo tragaban todo
mientras nosotros caminábamos, alejándonos de allí, de nuestro pasado, en
silencio, para que no nos siguiera. No miramos ni una vez hacía atrás pero el nudo
en la garganta no desaparecía. Necesitaba un punto de apoyo.
Después de eso, poco a poco, en varias semanas, todo volvió a la normalidad, o eso
parecía. Nadie se enteró de lo sucedido esa tarde, nadie, a pesar de que la
misteriosa desaparición de David Jost desató una gran polémica.
Francisca, la hermana Gustav se recuperó, pero una de sus piernas quedó dañada.
Eso deprimió mucho a Gus y a Georg, pero poco a poco, como he dicho, todo
volvió a la normalidad.
Y cuando digo todo, digo absolutamente todo…
...
-La verdad.
-Porque han pasado siete años y ya, no puede hacer daño a nadie y mucho menos
a vosotros.
-¿Eso crees tú? Nuestra vida era la música y lo dejamos todo, la fama, los lujos,
los viajes, los conciertos, a nuestros amigos, a nuestra familia, todo, solo para que
no se supiera y ahora, vienes tú y dices que la verdad ya no puede hacer daño a
nadie. Tú no tienes ni idea de todo lo que Bill y yo pasamos. El infierno por el que
pasó mi hermano.
-Mucho es poco. – sonrió con dulzura. – unidos desde antes de nacer, ese vínculo
era irrompible. No podíamos imaginar un mundo sin el otro, era desesperante
pensar en eso y, por desgracia, ese vínculo nos llevó a la perdición cuando…
mutó.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Cuéntamelo tú.
-¿Desde el principio? – asentí. – Bill era especial. Nació especial. Nació brillando
como una estrella en un cielo oscuro y sin luz y, lo que lo diferenció de los demás
es que su luz no se apagó. Estaba hecho para la fama, para cantar, para crear sus
propias canciones, incluso para posar como un modelo. Era abierto, vivía sin
complejos, rico, famoso y con muchas amistades, para nada se sentía solo como
muchas estrellas, ¿Qué más podía pedir?
-Lo era, igualito que él. También nací para la fama… En realidad nací para estar
a su lado. Solo había una ligera diferencia que nos separaba. – lo miré,
expectante. – Yo era avaricioso y cuando me proponía conseguir algo, lo
conseguía y, por suerte o por desgracia, cuando lo conseguía me cansaba
rápidamente del premio. Bill no. Él adoraba aquello que conseguía con su propio
esfuerzo. – Tom paró unos segundos, suspirando pesadamente. – Lo que quiero
decir es que, en un momento determinado, me fijé en la persona equivocada y la
deseé con todas mis fuerzas hasta que la conseguí y eso… nos destruyó porque,
como siempre ocurría, al conseguir a esa persona, pronto me cansé de ella. –
intentaba hacer un esfuerzo por comprender aquello que me contaba, pero no lo
encajaba en ningún lado. Tom estuvo con alguien con quien no debía y Andreas le
amenazó con hacerlo público pero, ¿Qué tenía que ver eso con Bill?
-¿Quién era esa persona? ¿Tan grave era que hubierais mantenido una relación?
¿Tan escandaloso era?
-¡El mundo tiene derecho a saberlo, vuestros fans tienen derecho a saberlo!
-¿Acaso creías que lo encontrarías aquí? Mi hermano está muerto. Bill murió hace
seis años.
-Han pasado ocho meses desde el accidente del acosador. Según fuentes de
información, el hombre resultó ser un joven de mediana edad cuya familia había
fallecido trágicamente en un accidente de coche cuando iban a uno de vuestros
conciertos y, por desgracia, eso lo volvió completamente loco y llegó a tal extremo
como el de acosar a Bill. ¿Podrías explicarnos como te sientes respecto a este tema
que desató una gran polémica, Bill? – Bill levantó la cabeza y concentró su
penetrante mirada en la cámara que lo gravaba en esos momentos, serenó y
aparentemente tranquilo. Con ojos gélidos.
-Es un tema incómodo del cual preferiría no hablar pero era de esperar que tarde o
temprano alguien acabaría haciéndome esta clase de preguntas así que… - cerró los
ojos varios segundos, suspirando. – En realidad no siento ninguna clase de rencor
hacía ese pobre hombre, no fue culpa suya…
-¿Es cierto que durante estos ocho meses has recibido atención psicológica debido
al trauma que la acciones del acosador supusieron para ti? – Bill se sentía
incómodo.
-¿Y que puedes decirnos sobre la desaparición de David Jost? – observé y noté
claramente su tensión. Como tragó saliva con fuerza, como se le hacía un nudo en
la garganta donde se le atascaron las palabras. Desvió la mirada al suelo, con la
vista clavada en el micrófono que tenía entre las manos. Durante unos segundos, a
pesar de los flashes, el jolgorio de los periodistas y los murmullos, sentí como si el
tiempo se hubiera detenido para Bill y para mí, provocado por su repentino
silencio.
Alcé una mano cuando el tiempo volvió ha estar en marcha para despertarle de
aquel lapsus y, antes de poder posar la mano sobre su hombro, él se despertó y me
miró, con los ojos y la expresión más fría que por primera vez, me dedicaba a mí,
en vez de a su enemigo o a un ser odiado. Me di cuenta entonces de que el ser
odiado para él era yo y, finalmente, dándome de nuevo la cara, me tendió el
micrófono para que hablara yo.
¿La razón? Bill me odiaba, ¿por qué? por que en esos dos meses tras la muerte de
David y Leyna, le había dado completamente de lado. Quiero decir que… desde
entonces no le había besado ni una vez, no le había tocado y había evitado
descaradamente cualquier contacto con él, incluso sus preguntas.
-¿Estas… enfadado conmigo? – esa fue una de ellas y la última. La ignoré por
completo y aún me duele el recordar su voz, su expresión al tenderme la mano para
agarrar la mía y lo cruel que fui al deshacerme de ella, como si nada. Lo que más
deseaba entonces fue abrazarle con fuerza. Es lo que he estado deseando como un
loco en estos dos meses, abrazarle, besarle y… hacerle tantas cosas… y en su
lugar, lo he ignorado por completo. Bill no entiende porque, no entiende nada. Lo
sé por sus ojos. Me mira todos los días intentando aparentar indiferencia, pero se
que espera una explicación que ni siquiera él es capaz de pedir. Teme que sea
demasiado dolorosa, teme que después de todo, ya no le quiera. Está esperando que
sea yo quien se lo diga, aún tiene esa esperanza y, si sigue así, si esta situación
sigue así, no se cuanto tiempo seré capaz de aguantar. O cuanto será capaz de
aguantar él porque… no entiendo exactamente que se le pasará por la cabeza, pero
yo, cada día le deseo más, cada día pienso en él, siempre pienso en él.
Y, lo peor era saber que yo tenía la culpa de todo. De todas las recientes muertes.
La culpa de ellas son mías y ni siquiera Bill lo sabe. No quiero compartir este peso
con él, no es su culpa, no es su culpa.
-Puede que seáis gemelos, pero aún así, tu hermano es “raro”, es un niño “raro” y
tú lo sabes. Sabes que siempre será así, sabes que sufrirá por ello el resto de su vida
y tú te sientes impotente y frustrado porque sabes que no puedes hacer nada por
remediarlo… porque nació siendo “raro”
Esas fueron las crueles palabras que Elsa, la psicóloga amante de David me dijo
hace siete años.
Probablemente, tuviera razón con cada una de esas palabras, pero yo no estaba
dispuesto a aceptarlas entonces. No estaba dispuesto a que nadie dijera que mi
hermano era un niño “raro”, él era normal, como todos, normal, con los mismos
gustos que todos los niños del colegio. Los mismos gustos. De mayor no sería
ningún… desviado. No lo sería porque era normal o eso deseaba creer, eso deseaba
que fuera.
Pero yo sabía que era “especial” y no estaba seguro de que eso fuera del todo
bueno.
-¿Y tú? ¿Qué eres tú? No eres nadie, estás sola, naciste sola y morirás sola. No eres
nadie para replicar, solo una mujerzuela desgraciada a la que nadie quiere.
Esas fueron mis crueles palabras para ella y, a la semana, la encontraron muerta
porque le hice ver algo que ella no quería ver. Le hice ver que David la utilizaba y
no la quería y, yo, sin saberlo, la conduje hasta la muerte con mis palabras.
Y nadie lo sabe.
Por favor, sea quien sea quien decida que debemos sufrir por nuestra locura
incestuosa, que toda su furia recaiga sobre mí. Que todo el dolor de la persona a la
que amo en secreto recaiga sobre mí, porque no se merece sufrir por un demonio
como yo.
-No aguanto más. – el concierto de esa noche acababa de terminar. Bill había
recuperado su voz por completo después de una recuperación vertiginosa y difícil y
estaba orgulloso de eso, pero en aquel momento, a pesar de que el concierto había
salido perfecto, no pareció sentirse para nada feliz. – No aguanto más… -
caminábamos por los pasillos del hotel. Georg y Gustav se habían introducido en
sus habitaciones por el pasillo izquierdo. Bill me agarró del brazo con fuerza y tiró
de mí hacía atrás, arrastrándome frente a la puerta de su habitación.
-¡Pues yo no! – tenía miedo. Sabía lo que quería y no sabía que decirle.
-¡No seas crío Bill! – íbamos a estar solos ahí dentro, ¿verdad? No me veía capaz.
-¡Si no lo haces te juro que aunque tenga que gritarlo aquí mismo, lo aré, aunque
todo el mundo se entere! – Bill estaba perdiendo fuerzas. Sus ojos estaban
empezando a llenarse de lágrimas. No soportaba verle así y de un tirón, me libré de
su agarre y le di la espalda.
-Deja de hacer el tonto, ya no eres un crío. – gruñí con brusquedad. Oí sus suaves
sollozos a mi espalda y los latidos ahogados de mi corazón se hicieron tan
insistentes que casi sentí vértigo.
-Han pasado dos meses, ¿Crees que no me he dado cuenta? Ya… no me tocas… ni
siquiera me hablas y todavía no se porque… ¿Por qué…?
-… Eres mi hermano. Creí que por el hecho de ser tú, esos sentimientos durarían
para siempre… pero no ha sido así y… esto ha ido demasiado lejos. Me he dado
cuenta demasiado tarde. – no se como mi voz podía sonar tan firme con el nudo
que sentía atrapado en la garganta. – Lo de aquella noche… fue…
-Ni se te ocurra decir que fue un error. – se me adelantó él, con la voz queda. –
Dijiste que después de lo de aquella noche no me dejarías… y que me ibas a
proteger ¿Ha esto te referías? Fuiste tú el primero en besarme Tom, fuiste tú el
primero que se me abalanzó sin admitir un no por respuesta… me costó asimilarlo
pero… lo acepté y… superé los miedos y el sentimiento de saber que no estás
haciendo lo correcto pero eres incapaz de negarte a eso… deje que… - la lengua se
le trababa, le costaba hablar sin sollozar, los ojos brillantes y repletos de lágrimas
me miraban, desesperados y suplicantes. – Dejé que me… tocaras y… me
abrazaras. Me desnudaras y me… lo hicieras como si fuera una de tus groupis… es
Tom, el mujeriego, pero por encima de eso es mi hermano, no me va ha hacer
daño. De verdad me quiere… eso pensé. – Se limpió las lágrimas, lentamente, pero
en cuanto alzó la vista de nuevo, sus ojos volvieron a humedecerse. - ¿Acaso fui
demasiado ingenuo al pensar que mi hermano gemelo, con el que he compartido
mis 19 años no me traicionaría y me acabaría utilizando como… una perra en
celo?
-¡Me has follado como a una de tus fans, como una de las muchas putas que te has
tirado a lo largo de tu vida y ahora me estás mandando a la mierda, a mí, a tu
gemelo! ¡Niégalo si tienes huevos! – callé… ¿Qué debía decir ahora? ¿Por qué era
todo tan difícil? Bill no podía controlar las lágrimas, sus hombros se tensaban en
débiles espasmos de rabia, ¿Qué haría un buen hermano mayor en esos momentos?
No lo sé, yo simplemente seguí mi instinto y me acerqué a él con pasos lentos.
Alcé una mano para acariciarle el rostro empapado, sin deseo, sin lujuria, solo
como consuelo y él… me pegó.
Me golpeó la cara con el dorso de la mano, con toda su fuerza. Perdí el equilibrio
unos segundos y cuando lo recuperé, lo primero que sentí fueron los brazos de Bill
rodeando mi cuello y sus labios pegados con rudeza a los míos. Mis manos
temblaban, mi mente estaba en blanco, solo sabía… que no debía corresponder.
Cerré los ojos y no me moví. Esperé. Estaba pasando el peor rato de mi vida,
teniendo lo que más deseaba frente a mis ojos y sabiendo que si lo cogía, no
tardaría en hacerse pedazos.
Esperaba que Bill se apartara de un momento a otro pero en lugar de eso, se pegó
más a mí. Todo su cuerpo en contacto con el mío, en un ruego desesperado, con
sus lágrimas empapando mis mejillas y su lengua encontrándose con la mía entre
mis labios y yo… no podía ser tan cerdo como para empalmarme frente a su
sufrimiento.
Me costó hacerlo, de verdad que me costó y me dolió aún más, pero finalmente, le
agarré con fuerza de las muñecas y lo aparté de mí con dureza. Me miró entre
asustado y sorprendido cuando le empujé contra la pared, inmovilizándolo, con la
mirada rabiosa clavada en sus ojos entrecerrados por el dolor que le suponía mi
fuerte y severo agarre.
-¿¡Quieres que vuelva ha hacerlo, eh!? ¿¡Quieres que te ponga a cuatro patas y
vuelva a montarte como un animal!? ¿¡Tanto te ha gustado o qué, Bill!? ¡Pídemelo
si quieres, lo haré sin rechistar, sabes que me encanta tirarme todo lo que es capaz
de gritar mi nombre, pero mientras lo hago, no me pidas amor! ¡No me pidas que
te bese en los labios, que te acaricie para tranquilizarte si estas nervioso o te de
cariño, que pare si te duele lo que te hago, que vaya más despacio o que no te trate
como si fueras cualquier otra persona! – grité, histérico, rabioso. Palideció. - … No
eres especial Bill, ni siquiera que seas mi hermano te hace especial en la cama…
solo eres un entretenimiento y de no ser por los años que llevamos juntos y por los
lazos que nos unen… no intentaría protegerte… porque no quiero hacerte más
daño… - su expresión se contrajo de dolor. El labio inferior le temblaba. – Eres mi
hermano y te quiero y te respeto como tal… pero no me pidas más… no quiero que
te humilles más frente a mí…
-Eres… un hombre al fin y al cabo… deja de llorar por esto, tú no eres así y los dos
lo sabemos. Tú… no eres así de patético. – ahí, definitivamente le destrocé el
orgullo. Cerró los ojos unos segundos, intentando tranquilizarse.
-No… no siento nada Bill… nada. – mentí. Apretó los puños con fuerza y abrió los
ojos. – Quiero… que te olvides de todo lo que ha pasado entre nosotros. Que te
olvides de lo que hicimos esa noche, de los besos que te he dado, de las palabras
que te he dedicado… entre nosotros no ha habido más que lo que las cámaras
gravan.
Y estaba convencido de que, aunque era cruel, era lo mejor para todos, sobretodo
para Bill.
Te quiero a ti.
Sígueme y suplícamelo.
-Yo…
Yo…
-No te quiero…
Te quiero…
El silencio se hizo presente entre nosotros. Bill bajó la cabeza y su pelo le ocultó la
mirada. Lentamente le solté las muñecas y empecé a retroceder, observándolo,
intentando averiguar que le pasaba por la cabeza, si por fin se lo había tragado o
no.
-¡Tienes miedo, Tom! – se me encaró de repente. Las lágrimas habían parado por
completo, pero por el brillo de sus ojos, resultaba obvio que había estado llorando.
Sus ojos ahora estaban furiosos y corrió hasta mí como si fuera a matarme con la
mirada rabiosa - ¡Tienes miedo de que nos descubran, tienes miedo de lo que digan
los demás, tienes miedo de que toda tu reputación de mierda se vaya al cuerno y
tienes miedo de lo que pueden hacernos si alguien se entera! – retrocedí un tanto,
sorprendido por su arrebato de ira. - ¡Admítelo! ¡Admite que el único patético que
hay aquí, eres tú!
Me quedé mudo. Nunca le había visto tan cabreado, incluso podía decir que el
vello se le había erizado como un gato a punto de saltar sobre una posible amenaza
y, aún peor era que me había descubierto.
-¡Cobarde! – tragué saliva. Las tornas del juego habían cambiado. Bill se limpió
con la mano los restos de lágrimas que había en sus mejillas y se cruzó de brazos
frente a mí. Sabía que no me dejaría ir tan fácilmente. – Dices que soy un hombre
patético, ¿Te has mirado al espejo? Te gusta follar en caliente pero cuando la cosa
va a más, te acobardas y huyes con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho.
¿Te has parado a pensar que yo soy tu hermano y que por eso, esa estrategia no va
a servirte conmigo? – retrocedí cuando avanzó hacía mí. – No intentes huir de mí,
es imposible que puedas encontrar un escondite que yo no pueda descubrir. – me
sentía como un mocoso siendo regañado por su padre al encontrarle un montón de
revistas porno. Avergonzado e irritado, totalmente abochornado. - ¿Por qué no
respondes? ¿Por qué de repente tienes miedo a mantener esta relación?
-Yo…
-¡A ti no parece importarte nada lo que pueda pasar si nos descubren! ¡Esto es
incesto, un delito, una locura! ¡Podrían destruirnos con un chasquido de dedos si
nos pillan, podrían destruir todo lo que hemos construido juntos, todos nuestros
sueños, a nosotros mismos, nuestro futuro! ¿¡No lo entiendes!? ¡Por supuesto que
tengo miedo! – y otra vez, me cruzó la cara de un bofetón. Me quedé incluso más
sorprendido que la otra vez, sintiendo la mejilla arder de nuevo.
-¿Y crees que yo no tengo miedo? ¿Crees que me da igual que se descubra? ¡Eres
imbécil, un completo gilipollas! ¡Por lo menos yo no niego lo evidente, se que te
quiero y aunque el mundo entero lo descubriera mañana y me lo preguntaran a la
cara, no lo negaría! ¡No pienso retractarme en mis palabras, lucharé por lo que
quiero hasta el final y si llega antes de lo esperado, aquí lo espero! – sus ojos
brillaban con un fulgor resplandeciente que nunca le había visto. – Puede que sea
un hombre patético por llorar así por algo como esto pero… por lo menos yo no
intento esconderme bajo las piedras y le hago daño a la persona que quiero por
miedo… o es que… ¿De verdad no me quieres? – supongo que en aquel momento
podría haber dicho claramente, no. Si lo hubiera dicho, todo hubiera quedado ahí.
Bill hubiera dado el tema por zanjado y yo también, todo habría acabado entre
nosotros y quizás, algún día, nos reiríamos de todo esto pero… ¿Podíamos negar lo
evidente? ¿Podíamos huir de lo que sentíamos el uno por el otro y reprimir
nuestros impulsos toda la vida? Porque pese a todo, algo estaba claro para mí. No
me iba a alejar lo más mínimo de él. – Tom… - me llamó de nuevo,
repentinamente preocupado por mi silencio, temiendo la respuesta. Suspiré.
-Yo… quería protegernos. Todo era mucho más fácil antes de que ocurriera esto,
no teníamos nada que temer, nada que ocultar a nadie… ahora cargamos con tres
muertos a la espalda y una relación incestuosa.
-Eso… ¿Quiere decir que si me quieres? – Puse los ojos en blanco unos segundos y
Bill me agarró de la enorme sudadera, sacudiéndomela con nerviosismo. - ¡Tom! –
Y en ese momento, varios golpecitos sobre la puerta nos hicieron desviar la
atención hacía ella. Salvado por la campana.
-¿¡El qué!? ¡Si sientes lo mismo que yo! ¿Qué tienes que pensar?
-Esta bien… como quieras. Pero piensa rápido, porque no pienso esperarte dos
meses más. De hecho… quizás esta misma noche ya me encuentres en la cama con
otro. – salió al pasillo dejando esa frase en el aire y no puedo negarlo, me dejó
alterado y preocupado, incluso cabreado. No podía imaginarme a alguien más
tocando a Bill como yo lo hacía y, para tranquilizarme, pensé que no existía nadie
a quien Bill le tuviera la suficiente confianza como para dejarle que se lo llevara a
la cama.
-¿Vas de caza, Bill? – esa voz nos paralizó en el pasillo. – Y, he oído mal o
¿Tienes intención de probar con un tío?
Nos volvimos, tragando saliva.
-Andreas…
Ahí estaba él, observándonos con ojos afilados, con un extraño brillo de malicia y
una gran sonrisa en la cara, totalmente falsa.
Me dio escalofríos.
-¿Y dónde demonios has estado todo este tiempo? – la lengua se me trabó. Tuve
que repetir esa misma frase unas tres veces hasta que se me entendió y Andreas
dejó escapar una sonrisita.
-Pensando, como no. Necesitaba plantearme un par de cosas después de… la
desaparición de Leyna. – me miró con unos ojos penetrantes y una sonrisa que no
supe clasificar. Me quedé callado y le di un nuevo sorbo al vaso de vodka que tenía
entre las manos.
-Tom, léeme los labios. ¡Vete a la mierda! – Tom frunció el ceño, pero no me
soltó.
-Te llevaré a la habitación. – empezó a arrastrarme hacía las afueras del pub, bajo
el hotel y yo comencé a patalear como un crío.
-¿Te llevo yo, Bill? – la atención de los dos se desvió a Andreas, quien nos
observaba aparentemente divertido. Incluso mi cerebro repleto de alcohol captó al
momento que no era una idea muy brillante.
-No. Lo llevaré yo. – también capté de inmediato que sería una buena forma de
machacar a Tom así que, simplemente, me decidí a correr el riesgo y me zafé de su
abrazo, dejándome casi caer en brazos de mi mejor amigo. En esos momentos,
ciertamente, prefería que fuera él quien me arrastrara hasta mi cuarto. Quería que
Tom lo pasara mal, igual de mal que me lo había hecho pasar a mí durante esos dos
meses, o peor y que luego, viniera suplicándome de rodillas y, por su expresión
furiosa al verme en brazos de Andreas, juraría que lo estaba consiguiendo. – Bill,
venga, no seas crío.
-No me cabrees.
-¿Por qué no me dejas que lo lleve yo? ¿Acaso he hecho algo que te haga
desconfiar de mí? Eres mi mejor amigo Tom… yo si que confío plenamente en ti.
– esas palabras me hicieron tragar saliva. La muerte de Leyna aún estaba
demasiado presente y Andreas no sabía nada, absolutamente nada… o eso
pensaba.
Me sentía un horrible traidor después de todo lo que él había hecho por nosotros
pero, ¿Qué íbamos a decirle? No podíamos contarle que había intentado matarnos.
Respetaría la última petición de mi hermana perdida hasta la muerte y me llevaría
su secreto a la tumba, aunque a ojos de Andreas, eso me convirtiera en un vil
traidor.
-Está bien. – murmuró Tom. – Acompáñalo tú. – entrecerré los ojos. La última
frase de Andreas le había hecho sentir culpable. – Pero yo también subiré
enseguida después de hablar con los productores. – era una advertencia entre
líneas. Andreas sonrió.
-¡Andreas, tú también eres un capullo!- cuando Tom pasó por nuestro lado,
caminando hacía los productores, me dirigió una mirada helada. Yo me abracé con
fuerza a Andreas, con un repentino mareo y él empezó a arrastrarme fuera del pub.
-¿Y ese cabreo con Tom? ¿Por qué os habéis peleado esta vez? – me preguntó en el
ascensor. Estaba tan mareado y cansado que apoyé la cabeza en su hombro y dejé
que él me mantuviera firme agarrándome de la cintura.
-… Me ha utilizado…
-¿Utilizado?
-Sois mis mejores amigos. Me interesa. – de no estar borracho, supongo que abría
notado el tono peligroso con el que mencionaba aquello y yo, en vez de notarlo,
empecé a desnudarme para ponerme el pijama frente a sus narices. Habíamos
estado juntos desde que éramos unos mocosos, Tom, yo y Andreas, para nosotros
no había pudor, pero ya no éramos unos mocosos y eso también debería haberlo
tenido en cuenta.
Me quité la camiseta, somnoliento.
-Tom simplemente es… idiota. Utiliza a su propio hermano para… probar sus
métodos de seducción. – empecé a deshacerme de los complementos que llevaba
encima, ni siquiera tenía ganas de desmaquillarme ni de guardarlos. Los tiré al
suelo con desgana.
-¿Qué quieres decir con eso? – el comentario pareció hacerle gracia y yo empecé a
desabrocharme los pantalones. – Por lo que acabas de decir, cualquiera diría que ha
intentado seducirte.
-Mum…
-¿Te gustan los hombres, Bill? – noté como la cama se movía al situarse a mi lado.
-… No…
-Yo siempre he sabido que mentías cuando lo negabas frente a las cámaras, aunque
ni tú mismo lo reconocieras. Pero parece ser que el beso que te dio Tom, te ha
abierto los ojos. – sentí una mano fría posarse sobre mi pecho desnudo y temblé.
-No me gusta…
-No…
-Reconócelo.
-… No…
-¡Reconócelo! – abrí los ojos, sobresaltado por su grito furioso y lo vi sobre mí,
agarrándome con fuerza los brazos, como si quisiera descargar toda su rabia sobre
mi cuerpo aturdido repleto de alcohol. Me asusté… mucho…
-¿Qué me has hecho tú a mí? – sentí las uñas clavarse en mis brazos. El rostro de
Andreas estaba a escasos centímetros del mío, parecía dispuesto a estrangularme
en cualquier momento. Ya había visto esos ojos antes, en Leyna, en David, en
Hagis… ¿Quería matarme? ¿Quería…? – Eras mi mejor amigo… ¿Qué has hecho
conmigo, con mi vida? ¿¡Que habéis hecho!? – me zarandeó bruscamente sobre la
cama, las lágrimas se me saltaron.
-¡No!
-¡Cállate! ¡No tienes derecho ha hablar! ¡Tú no tienes ni idea de lo que hay entre
Tom y yo, no tienes ni idea de nuestro sufrimiento, no tienes ni idea de lo que
sentimos! ¡Ni tú ni nadie tenéis derecho a criticarnos ni a intentar separarnos! ¡Te
odio! ¡Os odio a todos! ¡Os odio! – supongo que los dos sentíamos exactamente lo
mismo en aquel momento. Él había perdido a Leyna, la persona que más quería, a
mí, Tom no me aceptaba. Estaba llorando, destrozado, sin saber, sin comprender,
sin entender, deseando que alguien me entendiera, deseando tener alguien con
quien compartir mi sufrimiento y, para bien o para mal, Andreas me comprendía y
compartía mi incertidumbre.
Quizás, quizás en otras circunstancias, solo como estaba de nuevo en la noche, le
hubiera hecho un sitio a mi lado, incluso en la cama, pero ni siquiera fui capaz de
mirarle a la cara y él, por alguna extraña razón, tampoco fue capaz de mirarme a
mí.
-Maricón perdedor… - Sentí como me arañaba con las uñas la cicatriz del brazo.
Me mordí el labio, recordando vagamente la navaja desgarrar mi piel. – Eres tú el
que no lo entiende. Me habéis traicionado y me habéis quitado a Leyna, lo se. – no
llegué a sorprenderme, tampoco es que fuera muy consciente de sus palabras. –
Mataste a Leyna, tú y Tom y yo que os consideraba mis amigos… mis hermanos…
quiero saber porque…
Callé…
-Tom…
-En absoluto. Tenemos un asunto pendiente desde hace dos meses, lo tengo con los
dos.
-Callaos… ¡Callaos los dos! – Estaba débil, borracho perdido, depresivo, como
quisiera, pero no estaba tonto. Tom… ¿Quién demonios se creía que era? Era él el
que me dejaba en ese estado de vulnerabilidad precisamente por su egocentrismo y
ahora, cuando me veía desarmado frente a otro, se ponía a gritar.
-¿Que mas te da? Lo que haga o deje de hacer, no es asunto tuyo. Ya no.
Tom no contestó.
-¿En serio me ves capaz de forzar a tu hermano, Tom? – Andreas tenía una lengua
de víbora cuando quería y Tom le agarró de la chaqueta, sacudiéndolo.
-¡Si que eres algo mío, Bill! – su respuesta me dejó impresionado, dirigiéndome
una mirada afilada y amenazante. Tragué saliva… no sería capaz… - Si te acercas
a él, te mataré, ¿entiendes?
-¡Joder, vete a tirarte a una groupie! ¡Ya le has oído, hará lo que le de la gana, no
es nada tuyo!
No es nada tuyo…
Tom dibujó una sonrisa en su cara con tanta malicia que me puso los pelos de
punta.
-Tom, cállate.
-¡Tom!
-¡Te mosquea que tenga miedo a contarlo! ¿No? Pues voy a demostrarte a ti que no
tengo miedo y tú… - empujó a Andreas bruscamente contra la puerta cerrada y le
señaló, en advertencia – Tú quédate ahí, mirando, calladito… - su mirada, ahora
puesta en mi hizo que me diera un vuelco al corazón y cuando se encaminó hacía
la cama, me levanté de un salto. Tom me agarró de los brazos al ver mis
intenciones de huir y tiró de mí hasta que choqué contra su cuerpo duro. - ¿Ahora
huyes?
-¡Una cosa es tener miedo y otra muy distinta es esto! ¡No seas crío!
¿Qué debía hacer ahora? si decía que Tom mentía, traicionaría mis propias
palabras y le traicionaría a él. Si decía que era cierto… las consecuencias eran
imprevisibles, pero no serían buenas, eso era seguro.
Estaba acorralado y entonces supe que era así como Tom se había sentido durante
esos dos meses, totalmente acorralado. Entre la espada y la pared.
...
-¿De que murió Bill? – habían pasado exactamente diez minutos desde que Tom
había pronunciado esas palabras.
Sabía que me había hecho daño, pero no pareció importarle en absoluto. Supuse
que más dolor sentiría él, un dolor indescriptible.
-Bill murió de cáncer… en la garganta. – cerré los ojos. Estaba segura de que si
en aquel momento hubiera intentado levantarme de la silla, me hubiera caído al
suelo. Me mareé. – Supongo que ya había empezado antes de venir aquí, puede
que incluso antes de lo del acosador pero ninguno de nosotros se percató, ni
siquiera él. Unas semanas después de llegar aquí, empezó a toser mucho. No le
dimos mucha importancia, lo tomamos como un simple resfriado. Luego empeoró.
– suspiró y desvió la mirada. Vi sus ojos brillando intensamente, lágrimas
reprimidas en ellos - Perdió diez kilos en una semana, era un saco de huesos y
piel, daba pena verle. Decía que le dolía el cuello y le costaba tragar hasta el
agua y, entonces, una noche, empezó a vomitar y a toser coágulos de sangre.
Fuimos al hospital y… - Tomó aire de nuevo, ansioso. – Ya se había extendido a
los glangios linfáticos y se había diseminado a otras partes del cuerpo fuera de la
cabeza. ¡Ni siquiera se que mierda son los glangios linfáticos!... Se moría… se
moría y yo no podía hacer nada. – Tom golpeó con los puños la mesa, que tembló
violentamente. Su expresión era un remolino de emociones.
Impotencia, rabia, dolor… cosas que yo también sentía en ese momento pero
estaba segura de que no sería ni la mitad de lo que sentía él.
-¿Sufrió mucho?
-Ese día fuimos a la playa los dos. Lo llevé a caballito, como cuando éramos
pequeños y nos metimos en el agua… Bill dio un gritito… estaba muy fría… me
dijo, no me sueltes o me moriré… no le solté… nos tumbamos esa noche en la
arena de la playa a ver las estrellas y él, intentó cantar 1000 meere… y no pudo…
se quedó dormido con la cabeza en mi pecho… - esa vez, si pude ver claramente
un par de lágrimas descendiendo por su mejilla, incapaz de reprimir las
emociones del momento, su recuerdo. - … y al día siguiente no despertó.
-Ya tienes tu dichosa exclusiva. Era esto lo que querías saber, donde acabaron los
gemelos que tanta polémica desataron una vez, que a tantas personas movieron, y
ya sabes como han acabado. Uno está pudriéndose bajo tierra y el otro… muerto
en vida... Ahora vete.
Quería decir algo que consiguiera consolarle, algo que pudiera ayudarle… pero
no existía en el mundo una sola palabra capaz de calmar semejante dolor.
-Tom…
-Me da igual que clase de artículo sensacionalista escribas, me da igual lo que des
a entender a la gente. Eso ya no me incumbe, ya no es mi mundo. Solo espero que
aquellos que una vez nos apoyaron sepan que Bill está en paz y… - esperé
pacientemente a que se limpiara las lágrimas y se tranquilizara un poco, cogiendo
aire y soltándolo con ansias – No le digas a nadie que estoy aquí. No quiero…
visitas inesperadas de fans o periodistas o lo que sea… - asentí con la cabeza,
tenía un nudo en la garganta. – Ahora lárgate. – me quedé callada. No había nada
que decir. Me levanté de la silla y murmuré un “gracias por todo” y anduve hacía
la salida cuando una idea se me pasó por la cabeza.
-Tom… ¿Por qué no vuelves a Alemania, con tu familia? Con tu madre, con tu
padrastro… Georg y Gustav te esperan. No… no hace falta que te condenes, aquí
solo y encerrado. – Tom cerró los ojos, impasible ante mi pregunta.
-Pero…
-Vete de una vez. – asentí con la cabeza. Sabía cuando rendirme y sabía aceptar
un no, y ese era definitivo.
-Si alguna vez necesitas algo… contacta con alguno de nosotros. Todos se
alegraran mucho de saber que estás bien. – y me fui. No quería permanecer en esa
casa ni un segundo más, me ahogaba, me asfixiaba saber que allí se hallaba el
último aliento de Bill.
Llamé a un taxi de nuevo a través de mi móvil y esperé quince minutos a que
apareciera. Me adentré dentro rápidamente y apreté las manos contra mi cara,
conteniendo un sollozo.
-Una visita muy corta a sus parientes ¿no? – el taxista era el mismo que me había
llevado hasta allí y fingí una sonrisa.
Desde la ventanilla del copiloto pude ver a Scotty en la puerta de su casa, solo,
ladrando y moviendo la cola, como si se estuviera despidiendo de mí.
Bill estaba dudando. Después de todo lo dicho esa misma tarde, dudaba. En parte
me sentía aliviado, eso demostraba que no era el único que tenía miedo pero ahora
que yo estaba seguro, que quizás, por el alcohol, me había resignado y me había
decidido, él dudaba.
Si en ese momento tan crítico Andreas solo fuera nuestro amigo, no le hubiera
dado tantas vueltas pero ahora que sabía lo de Leyna, se había convertido en otra
cosa… En nuestro juez, aquel que nos juzgaría como lo harían todas y cada una de
las personas que nos rodeaban. Juzgaría nuestra relación, nuestros actos, nuestros
sentimientos, nuestra vida, nuestros sueños, nuestro deseo, nuestros lazos…
Bill estaba viendo cara a cara al verdugo antes de firmar nuestra sentencia de
muerte y estaba aterrado. Podía ver las gotitas de sudor descender por su espalda.
-N… no… - tartamudeó. No tenía intención de dejar que se negara a algo que no
era verdad y se arrepintiera el resto de su vida.
Me levanté de la cama y le abracé contra mi cuerpo. Le tapé los ojos con una mano
y los míos se encontraron con los de Andreas. Una parte de él ya sabía que era
verdad, la otra me retaba a revelar nuestra relación abiertamente. No tenía miedo a
ser juzgado, ya no, mientras sentía el calor de Bill contra mi cuerpo.
-Tom… - me agarró la mano que tapaba sus ojos, tembloroso. Apoyé la otra sobre
su pecho, el corazón le latía con fuerza.
-No quiero que te acerques más a Bill. – Andreas sonrió y se cruzó de brazos.
-Él ya no es mi simple hermano – Bill me clavó las uñas en el brazo que rodeaba
su torso.
-Lo es.
-No pienso exhibirme solo para darle el gusto de ponerse cachondo. No soy ningún
mono de circo.
-Claro que no. – aparté la mano de sus ojos y la posé sobre su cuello.
Instintivamente sus pupilas ignoraron a Andreas y se centraron en las mías. – Ni yo
quiero que te exhibas, solo… delante mía. – no le di ni siquiera un momento para
recapacitar o dudar. Bruscamente, posé mi otra mano sobre su mejilla y entreabrí
mis labios, cazando los suyos al vuelo.
Bill había empezado a introducir las manos bajo mi camiseta, dejándose llevar por
completo, acariciándome los pocos músculos de mi torso con suavidad, como si
quisiera sentir su forma con la yema de los dedos.
-Joder… - nuestros labios se separaron, húmedos por los roces de la lengua del
otro. Bill se ruborizó repentinamente y casi escondió la cabeza en mi hombro,
apoyando las manos en mi cintura bajo la camiseta. Miré a Andreas, molesto por
su presencia. Se había llevado una mano a la boca y había desviado la mirada. Nos
observaba aún incrédulo. - ¿Cómo podéis hacer algo así entre vosotros?
-Vete Andreas.
-No… no hasta que me digáis que ocurrió ese día. – el corazón se me encogió. –
¿Qué pasó? ¿Por qué Leyna…?
-No es eso lo que pienso. – le seguí con la mirada mientras me rodeaba, con un
dedo puesto en mi pecho y se situaba mi espalda, quitándome la goma que me
ataba las rastas con un poco más de brusquedad. Sentí un ligero tirón y estás
quedaron sueltas sobre mis hombros y espalda.
-Lo dije… pero en realidad quería decir que eres patéticamente atrayente. Como
una perra en celo atrayendo a los chuchos.
-Por desgracia para ti… - le di un suave y breve lametón en los labios, aturdiéndolo
unos segundos. – Lo soy. – Bill cerró los ojos, sumiso y yo jugueteé con sus labios,
atrapando el inferior entre los míos y acabando por introducir mi lengua sin ningún
tipo de pudor en su boca.
Dos meses se decía pronto, el tiempo que se me había hecho a mí sin volver a
tenerle así se me había antojado eterno, desesperantemente eterno y a juzgar por la
manera en la que me tocaba, no era el único que lo había sentido así.
Me volví y bruscamente hice que su pelvis y la mía chocaran cuando lo atraje hacía
mí agarrándolo del trasero. Estaba duro, tanto como yo.
Bill no era capaz de mantener las manos quietas en un solo lugar. Recorría mi
pecho con las manos con tanta desesperación que parecía que temiera que
desapareciera. Me gustaba que me tocara así. Me gustaban sus labios húmedos
moviéndose sobre los míos como si fuera la última vez, nuestras lenguas
enredándose dentro de su boca, jugueteando con su piercing, dándole toquecitos
insistentes. Nuestro cálido contacto podría ser mejor, más profundo… y era lo que
más deseaba.
Bill pareció leerme el pensamiento, deteniendo su mano por fin sobre mi corazón y
empujándome hacía atrás hasta que mis rodillas chocaron contra el filo de la cama.
Caí sobre ella, arrastrándolo conmigo. Nuestros labios aún juntos, poco dispuestos
a separarse. Nuestras lenguas entrelazadas. Su cuerpo sobre el mío, mis manos
acariciando su espalda, las suyas aún se entretenían perfilando cada curva de mi
torso y entonces, separó sus labios de los míos. Le brillaban enrojecidos y los
utilizó para besarme la barbilla, empezando a descender rozándome con ellos el
pecho.
-Sigue… - le insté. Ahora era yo quien sonreía al verle abochornado, pero a pesar
de su vergüenza, me desabrochó el pantalón y empezó a quitármelo junto con los
boxer. Me tensé cuando mi miembro quedó frente a su cara, totalmente duro y
tieso, no por pudor, sino por la manera en la que Bill lo miró. Sabía exactamente lo
que se le estaba pasando por la cabeza en ese momento. – Bill… - apartó la mirada
de mi erección y me miró fijamente. – No estoy seguro de querer verte haciendo
eso. – me observó unos instantes, en silencio, con los labios entreabiertos antes de
gatear sobre mí y de nuevo situar su rostro a escasos centímetros de mi cara. Su
pelo cayó como una cascada sobre sus hombros.
-¡Idiota!
-¿Y por qué me despiertas tan temprano? Hoy no hay nada que hacer. – me tumbé
de nuevo boca arriba en la cama, con los brazos extendidos y Tom se sentó,
apoyando la espalda contra el cabezal de la cama, mirándome.
-Gemías en sueños.
No puedo negar que a veces, el no poder tocarle me saca de quicio. El tener que
guardar silencio me hace traicionar mis propios principios, traicionarme a mi
mismo. Tom no tiene ese problema y a veces, sobretodo cuando en alguna
entrevista me preguntan sobre la chica de mis sueños y tengo que mentir, siento
tanta rabia que estoy deseando estar a solas con él para estrangularle… nunca lo
hago, siempre acabo entre sus brazos antes de poder pronunciar palabra y toda esa
rabia desaparece por completo por la noche, cuando uno de los dos, se cuela
furtivamente en la habitación del otro.
Georg y Gustav sospechan. ¿Para que me voy a mentir? No sospechan de mí, pero
si que a Tom le pasa algo, que se ha encaprichado de alguien porque ha dado un
cambio… demasiado brusco. Ya no habla de tirarse a groupies, de lo buena que
está Jésica Alba, de la Mansión Play Boy (Aunque la sigue viendo y en realidad no
me importa que lo haga) o de que mantiene mucho sexo y los demás no. No lo
hace a no ser que le pregunten, entonces, se tira un farol lo más discretamente
posible, (mirándome primero a mí con disimulo) o cambia de tema drásticamente.
El otro día, Georg me preguntó esquivando a Tom que le ocurría, si sabía algo de
porque de repente no se lo tenía tan creído con el tema del sexo y porque esquivaba
a las chicas. Me contó que en nuestra última fiesta, varias chicas que en palabras
textuales de Georg, estaban tremendas, se presentaron dispuestas a todo frente a
ellos. Él triunfó, Tom les siguió el juego durante un rato pero a la hora de la
verdad, ni siquiera se disculpó cuando salió apresuradamente del lugar, dejándolas
tiradas y calientes con insinuaciones que no tenía intención de cumplir. No me
sentí para nada culpable al pensar que seguramente, esa noche, la abría pasado
conmigo, como casi todas las noches de ese mes hasta ahora. Es una suerte que a
pesar de todo, nadie se halla dado cuenta de que Tom suele meterse en mi
habitación después de las fiestas y se ha acostumbrado a darme sustos de muerte
antes de abalanzarse sobre mí.
El corazón me late con fuerza con cada sobresalto y continua así toda la noche. Es
como si de repente no le conociera, como si hubiéramos empezado de cero con
algo nuevo y en cierto modo, es así.
-¿Yo?... no…
-¡Suéltalo mequetrefe!
-Georg, déjalo.
-¡No me las monto, vuestra actitud es muy clara! Tom, te reprimes con las tías,
cosa que nunca antes había sucedido, Bill… tú…
-¿Yo qué? – intenté actuar con tanta despreocupación como Tom, pero no salió
bien. Movía las piernas con histeria, incapaz de estarme quieto.
-No. Insinúo que la otra noche, después de que Tom desapareciera dejando a esas
tías bien calientes y después de que yo aprovechara la ocasión y volviera agotado
al hotel, pasando por delante de tu habitación para ir a la mía… te oí. – me puse
rígido y esta vez no fui el único. Tom, aún disimulando, se puso serio de repente.
-No eran gritos de dolor. Eran gritos de, ya sabes… no gritos solitarios. Gritos de,
¡Oh, que me corro! Bill… o te estabas masturbando, o estabas restregándote con
alguien, ¡No lo niegues! – creo que me ruboricé. Intenté averiguar que noche
podría ser esa, pero... podría haber sido cualquiera. De treinta noches, alrededor de
doce nos habíamos acostado juntos y las restantes, habíamos estado tan ocupados o
cansados, que no había dado tiempo de hacer nada - ¡Te has puesto rojo!
-¡Cállate!
-¡Suéltalo!
-¡Trolero!
-Bill, díselo ya para que se calle. – miré a Tom con los ojos desorbitados y él me
dirigió una mirada tranquila y con aplomo. – Dile lo de la fan.
-¿Fan, que fan? – preguntó Georg enseguida, picando como todo buen cotilla.
-Bill conoció a una fan de estas incondicionales que nos siguen a todas partes, muy
mona y… pues le gusta. – Georg me miró de nuevo, esperando mi inmediata
afirmación.
-Pues nada… nos conocemos desde hace un mes, nos vemos en todos los
conciertos y el otro día, dimos el paso y acabamos en mi habitación y… eso…
-Es mi hermano. – Georg no le dio más vueltas y suspirando se levantó del sofá.
-¡Abre la ventana del baño sino quieres matarnos! – le gritó Tom, a lo que él
contestó con un simple corte de manga. Cuando salió del bascktage, por fin pude
respirar con tranquilidad. La tensión se fue en cuanto Tom me dio un apretó en el
hombro y nos miramos, relajándome al instante al rozar su nariz con la mía en
actitud cariñosa.
-No estés tan tenso. No sabe nada, relájate.
-No te hubiera oído sino dieras gritos como un loco cuando me montas.
-¡Cállate! ¡No vuelvas a decir eso! – que bochornoso era oírle decir esas cosas con
tanta naturalidad y mientras yo me ruborizaba hasta la raíz del pelo, él se rió y me
pasó el brazo por los hombros encogidos, empujándome hacía él hasta que mi
cabeza dio con su hombro.
-A pesar de que un día de estos me vayas ha dejar sordo, tus gritos me ponen
tanto… - sentí su húmeda lengua escurrirse por el lóbulo de mi oreja y mis piernas
temblaron de excitación.
-¡Ah, Tom!
-Si… - pegó sus labios a mi mejilla y la recorrió buscando mis labios temblorosos.
-¡Tíos! ¡Tíos! ¡Tíos! ¡Tíos! – los gritos de loco de Gustav nos sobresaltaron y
como si tuviéramos implantado un muelle, Tom me soltó y cada uno pegamos un
salto, separándonos, situándonos cada uno en una esquina del sofá, mirándonos
con los ojos como platos. - ¡Tíos!
-¡No grites! ¡Ya te hemos oído! – respondió Tom, llevándose una mano al pecho
del susto, intentando controlar los latidos acelerados de su corazón. Me miró con la
respiración entrecortada y sonrió cuando se percató de que a mí me había ocurrido
exactamente lo mismo.
-¡Nos han nominado, nos han nominado! ¡Nos han nominado a los premios
Megstel de este año!
-¿Qué?
-Gustav… ¿Qué te has fumado? – era obvio que Tom no se lo creía, al contrario
que yo, que me levanté de un salto del sofá. Retiraba lo dicho, si era posible
emocionarme más de lo que ya lo estaba y lo supe cuando creí ver a mi corazón
revoloteando a mí alrededor. Gustav empezó a dar saltos con las manos en la
cabeza, como un loco mientras gritaba.
-¡AAAHH!
-¡Tom, nuestro sueño hecho realidad! ¿¡Cómo quieres que no grite!? ¡Gustav, te
quiero tío! – nos abrazamos los dos y empezamos a dar botes entre gritos como dos
locos. Tanta emoción, tanta felicidad no podía ser buena. Los premios Megstel,
uno de los eventos más importantes en el mundo de la música y donde a veces,
grandes músicos hacen historia. Ni en mis mejores sueños podría haberlo
imaginado.
-¡Eh, eh! ¿Qué pasa aquí? – Georg apareció por la puerta en ese momento, con el
móvil en la mano y todos nos quedamos mirándolo hasta que Gustav y yo le
tendimos los brazos al grandullón, emocionados.
-¡Georg, que vamos a participar en los premios Megstel! ¡Que vamos ha hacer
historia, tío, que somos los mejores!
-¿Pero no os dais cuenta de que aunque vayamos a esos premios podemos hacer
historia o hacer el ridículo? ¡Ahí van las estrellas mundiales, los veteranos,
nosotros somos novatos! – los tres dejamos de saltar de repente y miramos a Tom,
serios.
-Vale, vale… Si es que… ¿Qué haríais vosotros sin mí? – y los cuatros empezamos
a dar botes y a gritar como locos.
En aquel momento pensé que no podía ser más feliz. Estaba en una burbuja de
cristal, a un paso de hacer realidad un sueño que una vez creí imposible,
compartiendo mi emoción y mi alegría junto a personas importantes para mí,
personas a las que quería y una a la que amaba y la cual, me amaba.
Deseé con todas mis fuerzas, entre gritos de júbilo que aquello no acabara, que
todo siguiera así. Hacer música con Gustav, Georg y Tom, unas de mis pocas
personas especiales. Viajar por el mundo, mostrarle a la gente el significado de la
unión de los cuatro, el significado de nuestra música, de nuestras canciones, de la
fuerza de nuestros sueños e ilusiones, vivir, soñar, reír y llorar juntos… amar…
De repente, tan frágil como era, la burbuja se hizo añicos con el sonido de una
musiquilla que nos hizo separarnos.
–¡Cuánto tiempo tío!... Si, están conmigo, ¿te los paso? – preguntó Georg por el
teléfono y frunció el ceño. - ¡Pero si los tengo al lado! ¿Por qué no…? … vale,
vale, ¿dónde?... ¿Mañana? Supongo que tienes suerte de que estemos en
Alemania… vale, yo les doy el recado, ¡A ver cuando te pasas otra vez por…! –
puso los ojos en blanco, separándose el móvil del oído. – Ha colgado.
-¿Era Andreas?
-¿Vais a ir? – Gustav nos miró con el ceño fruncido. Sospechaba algo, sabía que
algo no iba bien y no era cuestión de pararse a dar explicaciones.
-Claro que vamos a ir. – afirmé enseguida. En ese momento, nuestro nuevo
manager se adentró en la habitación. Me mosqueaba tenerle cerca, no le llegaba ni
a la suela de los zapatos a David. Aunque Jost solo había tratado de ganarse
nuestra confianza desde el primer momento, era difícil de olvidar, porque había
sido el mejor en su trabajo.
Era la hora de salir al escenario y mientras recorríamos el pasillo rumbo a él, Tom
me dirigió una mirada asesina.
-¿Vas a dejar de portarte como un crío o vas a estar así todo el jodido camino?
-Que te follen – Tom estaba enfadado y yo también. Eran las cuatro de la tarde y
llevábamos alrededor de media hora de recorrido hacía Munich en el maldito
Cadillac. Estaba de mal humor y llevaba toda la media hora sin dirigirle la palabra.
Durante el concierto, me ignoró y pasó de mí todo lo posible, como sino me
hubiera dado cuenta y por la noche no vino a mi habitación y la llevaba clara si
creía que yo iría a la suya, arrastrándome para preguntarle que le pasaba. Tenía la
intención de llevarle en mi nuevo BMW, ilusionado por enseñarle como conducía,
pero se empeñó en ir en su Cadillac y conducir él o sino, no vendría y se acabó.
Ese día me había levantado odiándole a muerte.
-¿Qué dices?
-Que eres un gilipollas sino te has dado cuenta de que vamos directos a una
trampa. Eso digo.
-Estás flipado.
-Cree que matamos a Leyna porque descubrió que estamos juntos. Ya no es amigo
nuestro.
-Quiere vengarse.
-Estás paranoico.
-Ya me lo dirás cuando tengas una bala en la cabeza. - suspiré. Abrí la ventana y
dejé que el aire azotara mi cara suavemente. Tom siempre había sospechado hasta
de su propia sombra. Solo confiaba ciegamente en mí. También confiaba en
nuestra madre antes de saber que durante años nos había ocultado que teníamos
una hermana y que, probablemente, no éramos hijos de aquel al que creíamos
nuestro padre. Y confiaba en Andreas antes de verlo sobre mí aquella noche en la
cama. Ahora, su actitud con mamá guardaba cierto recelo a pesar de no haber
tocado el tema de Leyna y de Jost. Aún no estábamos preparados para oír su
versión.
A estás alturas, yo era el único de quien no sospechaba que podía tener dobles
intenciones cuando hacía cualquier cosa fuera de su campo de visión.
-¿Volvemos? – me preguntó.
-Ni hablar. ¿En serio crees que Andreas intentará matarnos, Tom?
-Matarnos no. Quizás haya contratado a unos mafiosos para rompernos las piernas.
-¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¡Ponte en su lugar! ¿Qué harías tú si él me hubiera
matado a mí?
-Pues entonces frena y déjame aquí. Iré yo. – no pareció escucharme, pero frunció
el ceño. – Tom… se lo debemos. Le debemos una explicación al menos, le
debemos una disculpa y todo nuestro apoyo y comprensión y lo sabes. – puso los
ojos en blanco. – También sabes que le quiero y tú también le quieres – ahora sí,
bufó.
-Y tú sabes que yo también a ti, pero… quiero tenerle a mi lado, como antes. De
verdad que lo quiero y tal vez, bueno… hemos estado desde parvularios juntos.
Andreas no tirará todo eso por la borda por esto, ¿No?
A Tom le sudaban las manos cuando aparcó frente a la casa y me dio un fuerte
apretón en el brazo para que no me abalanzara y le siguiera.
Los dos caminamos hasta la puerta lentamente y Tom introdujo la copia de las
llaves que cada uno tenía para la casa. Entramos. Todo estaba oscuro.
-¿Andreas? – le llamó él después, con un tono de voz más alto de lo normal bajo
las escaleras, esperando que la voz llegara hasta el segundo piso. Me adentré en el
salón, incómodo, con la vista fija en la televisión encendida de un color azulado. El
DVD también estaba encendido y abierto con un disco. Tom ladeó la cabeza
cuando llegó a mi lado.
-Espera… - los dos observamos como de repente, el DVD se cerraba con el disco.
Leyendo…
Cargando…
Play…
La televisión se iluminó.
-Abre las piernas… más… - me tembló el labio al oír a Tom con ese tono ronco y
excitado que siempre utilizaba cuando nos tocábamos de esa manera… Como lo
estábamos haciendo en pantalla…
Tom estaba de rodillas sobre la cama, desnudo, con las rastas sueltas acariciándole
la espalda, tensa e inclinada sobre mí, las manos separando mis piernas desnudas,
entre ellas. Mi cabeza estaba inclinada hacía atrás, mis labios rojizos y
entreabiertos, las mejillas encendidas, los ojos cerrados, apoyado sobre mis
antebrazos temblorosos.
Empecé a temblar.
Me pregunté porque no habría hecho caso a Tom cuando me dijo que íbamos
directos a una trampa…
1 mes después...
Definitivamente los Premios Megstel de música de este año han sido realmente
competitivos. Miles de grupos han estado hoy aquí, con nosotros. De los más
famosos y conocidos del mundo como los Rolling Stone, que han sido los que han
presentado a los ganadores del Gran Premio. ¡Ha sido una gran sorpresa para todos
que nadie se esperaba! Los ganadores de este Gran Premio vinieron aquí
nominados siendo unos novatos de apenas 19 a 21 años y se han llevado a casa no
solo el Gran Premio, sino el reconocimiento mundial y el paso a la historia de la
música. ¡Nadie se lo hubiera imaginado!
Hoy, aquí, dándonos más de una sorpresa nos han iluminado con una canción
nueva cuya letra, estoy segura, nos ha llegado a los más hondo a cada uno de
nosotros, cantada en inglés, incluso me ha parecido ver a algunos miembros del
jurado con lágrimas en los ojos y, como si el cielo quisiera apoyarles, ha dado un
gran espectáculo de rayos y truenos sobre nuestras cabezas que nos ha dejado
boquiabiertos.
La canción con la que han actuado y que pasará a la historia junto con ellos, se
titula Llamada Perdida y aún no estamos muy seguros de que significado tiene para
los cuatro miembros del grupo, pero estamos dispuestos a preguntárselo en cuanto
les encontremos entre esta masa de famosos…
Un momento… ¿Se han ido de la fiesta, ya?... ¿Ha dónde ha ido Tokio Hotel?
………………………………………………………………………………………
…….
-¿A que vienen esos gemidos? – Bill se rió de esa manera que tanta gracia nos
hacía a los cuatro, la risa de un niño pequeño e inocente que se preparaba para
realizar alguna travesura. Nos habíamos sentado bajo el tejado de la parada del
autobús, los cuatro y, a pesar de que el Premio Megstel relucía entre nuestras
manos, lo soltamos en el suelo, a nuestro lado y nos centramos en observar el
paisaje nevado.
Todo estaba blanco, era precioso a pesar del frío que hacía.
-¿No os parece bonito? Nunca hemos estado juntos para ver la nieve, así. Está
bastante bien.
-Nunca la hemos visto juntos porque a decir verdad, prefiero pasar la Navidad con
mi familia antes que con vosotros, so capullos.
-¡Oohh! No sabes a quien estás retando enano. Si me tiras eso… - y antes de que
pudiera acabar, la bola impactó en mi cara. Tom y Georg empezaron a reírle la
gracia cuando otra bola les cayó encima y los tres nos levantamos
atropelladamente.
Las bolas de nieve volaban por todas partes mientras los cuatro correteábamos de
aquí para allá. Un juego de niños. Hacía años que no jugábamos. Cuando éramos
cuatro mocos siempre íbamos de aquí para allá, hacíamos travesuras y lo
pasábamos pipa con cualquier cosa. Aún así, encerrarnos en el garaje para hacer
música siempre había sido nuestro juego favorito.
-¡Sanwich!
-¡No!
-¡Apisonadora!
-¡Rompehuesos!
-¡Aahh! ¡Me aplastáis, me aplastáis! ¡Aahh, que bestia Georg! – los cuatro
rodamos por la nieve después de aplastar a Bill con todo nuestro peso y nos
empapamos la ropa, riéndonos por tonterías. Nos quedamos tumbados sobre la
fría nieve, observando el cielo nublado, tan blanco como la nieve sobre la que
estábamos.
-¿Hum? Pues…
-Y yo a mi familia.
-¿Nosotros porque?
-Sois los que más se lo han currado… o mejor, podemos llevárnoslo al estudio y
así lo veremos todos los días, cuando vayamos a ensayar. Seguro que nos inspira.
– pensé que era una buena idea, al fin y al cabo el premio era de los cuatro, pero
cuando no obtuve respuesta por parte de los gemelos, los miré con el ceño
fruncido. - ¿Tíos? – ninguno de los dos contestó.
Entre los cuatro corría cierto aire candente. El frío no nos afectaba. Estábamos
cómodos allí, despatarrados por el suelo, sin decir ni una palabra. No nos hacían
falta.
-Está nevando.
-Si.
-¡Que capullo!
Los cuatro nos levantamos de sobre la nieve, mirando la carretera, el único lugar
donde no había ni un copo de nieve.
…
[He tenido que quitar el enlace de youtube que Sarae había puesto porque la
misma página ha quitado el video. Lo siento D:]
-¿Os vais? – pregunté. Cuando Tom asintió, una extraña sensación me provocó un
escalofrió. Todo se volvió sombrío de repente. – Bueno, vale. Supongo que estaréis
deseando regresar a casa después de todo.
-Si… estamos deseándolo. – Bill sonrió, pero había algo en sus ojos que me hizo
preocuparme más de lo necesario, una extraña melancolía y su sonrisa no estaba
tan llena de vida como hacía unos segundos.
Gustav cerró los ojos unos leves segundos y le devolvió el abrazo con la misma
efusividad. Sentí que me estaba perdiendo algo, que algo no encajaba, algo no
andaba bien.
Me quedé descolocado unos segundos, sin saber que pensar, que hacer. Miré a
Tom. Él tenía la vista clavada en el suelo, intentando parecer indiferente.
No lo era.
-Es… mi gorra favorita, ya lo sabes. Puede que a ti no te haga tanta gracia como a
mí que te la regale pero… - suspiró. – Se que te gustaba y quiero que te la quedes.
-No… no quiero…
-Tom no…
-Veré que puedo hacer. – mis ojos se clavaron en la gorra que tenía entre mis
manos temblorosas mientras Tom subía al autobús.
Sentía como me desvanecía poco a poco, como mi mente se nublaba tanto como el
cielo del que no paraban de caer copos de nieve.
En ese momento, apenas tuve el suficiente valor para levantar la cabeza y mirar
hacía el autobús, al final de los escalones donde Tom agarró a Bill, tirando de él
hacia dentro.
Antes de que se cerraran las puertas del bus pude ver el maquillaje corrido por las
mejillas de nuestro cantante, de nuestro Bill. Corrido por las lágrimas.
Me mordí el labio inferior y me puse la gorra de Tom incluso con rabia, tapándome
los ojos cuanto pude con la visera.
Maldecí mis lágrimas por no permitirme ver bien a aquellos que nos dejaban atrás.
Sin un adiós.
...
Bill ya se había sentado cuando llegué al final del bus, al lado de la ventana. La
nieve caía tras ella y él parecía contemplarla con tanta frialdad como la misma,
pero el temblor de la barbilla y las lágrimas que estaban provocando churretones
negros de maquillaje bajo sus ojos lo delataban.
-… Lo siento… - y colgó.
Sabía quien había llamado, sabía a quien pertenecía aquella voz débil y arrepentida
cuando me levanté, abrí la ventana del bus y arrojé el móvil por ella. La cerré de
nuevo y volví a sentarme al lado de Bill en silencio.
Intenté apartar las lágrimas de su cara húmeda acariciándole las mejillas con los
dedos, sin éxito. Las lágrimas no paraban y mi vista se volvió borrosa cuando el
agua también se acumuló en mis ojos. Me separé de él y me encogí sobre mi
asiento.
Bill me acarició la mano con sus suaves dedos y estos se entrelazaron lentamente,
en una armonía perfecta.
Siete años.
Los cuatro habíamos estado juntos durante más de siete años, haciendo música, no
solo buscando el reconocimiento de los demás, no solo buscando fama,
buscándonos a nosotros mismos y lo que habíamos encontrado era mucho más de
lo que podríamos haber imaginado.
El sueño se había hecho realidad y con ello, el sueño había acabado y era ahora
cuando más deseaba volver a soñar, cuando más lo necesitaba.
Era tan puro como los copos de nieve que caían del cielo.
Epílogo
Eran las dos del mediodía cuando sonó el timbre de mi apartamento. Yo aún
dormía profundamente sobre el sofá en el que me había quedado frito. La
televisión encendida y una sábana enredada entre mis piernas. La luz se filtraba a
través de las persianas, pero no tenía intención de levantarme.
El irritante sonido del timbre tronó otra vez… y otra… y luego otra… me revolví
bruscamente y me caí del sofá, golpeándome la cabeza con la mesa,
despertándome de golpe y me levanté del suelo, mosqueado y dolido.
Me restregué los ojos con las manos caminando hacía el baño cuando el timbre
sonó otra vez y, suspirando, me dirigí hacía la puerta.
Iba a ponerme borde con quien me encontrara al otro lado de la puerta por
despertarme a esas horas, aunque ya casi fuera hora de comer. Trabajaba por la
noche y volvía sobre las cinco o seis de la mañana y casi me pasaba todo el día
durmiendo. Se me podía llamar diurno, pero esa no era razón para molestar, mis
vecinos bien lo sabían y me planteé durante un breve instante quien demonios
sería si ellos me esquivaban precisamente por mi mal humor cuando abrí la
puerta… y todo rastro de irritación desapareció de repente.
-Alina…
-¿Puedo pasar? – murmuró con voz ronca y grave. Le brillaban los ojos y durante
unos segundos me quedé perplejo, observándola.
La miré con los ojos como platos, visiblemente sorprendido por ese arrebato y
varias lágrimas se le saltaron.
-Lo siento. Tenía que hacerlo. – me acaricié la mejilla con una mano y ella se
llevó la mano a la boca, reprimiendo un sollozo.
Sabía que eso no quería decir nada bueno.
-No. No tengo. – Alina se restregó los ojos con la manga de su chaqueta y se sentó
en el sofá con toda confianza, intentando controlarse.
-He visto a Tom… - sollozó. El corazón se me aceleró. – Vive en una casa a las
afueras del pueblo, al lado de la playa. Tiene un perro llamado Scotty.
-Tom…
-Estaba bien… o eso creo… cuando le hablé de Simone, sus ojos brillaron de una
forma, Andreas. Sus ojos… parecía estar a punto de llorar. – me senté a su lado,
tembloroso. Agarré el paquete de tabaco de encima de la mesa y saqué un cigarro,
pero las manos me temblaban tanto que fui incapaz de encenderlo. Los aplasté
entre mis dedos.
-¿Qué te dijo?
-¿Quieres saberlo? ¿En serio? – la miré. Había dejado de llorar y ahora se
abrazaba a sí misma, temblando como una hoja. Se veía frágil y vulnerable. Me
dieron ganas de abrazarla, sentí su necesidad, la necesidad de un punto de apoyo,
de alguien que le apartara las lágrimas y no las dejara salir. La necesidad de
contacto, contacto humano, calidez.
Mi mano le acarició la mejilla húmeda y sus ojos se clavaron en los míos, como
hacía varios días. De nuevo sentí esa conexión que me obligaba a no dejar de
mirarla y entonces, volvieron a aparecer lágrimas.
-Bill no estaba, ¿Quieres saber porque? – creo que empecé a sudar, sentía calor
abrasarme el cuerpo. Luego me di cuenta de que se trataba de pánico.
-Tom me contó que Bill padeció cáncer de garganta y al llegar allí, todo se volvió
oscuro para él. – un fuerte latido me dejó sin aliento. Alina apretó mi mano con
fuerza. – Murió hace seis años. – me quedé callado unos segundos, sin ser muy
capaz de musitar palabra alguna hasta que una débil interrogación emanó de mis
labios.
-¿Qué?
-¡Bill murió hace seis años, Andreas! – y Alina me abrazó, llorando, otra vez.
Bill está muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto,
muerto…
Imposible…
La estreché entre mis brazos con fuerza, intentando consolarla a pesar de todo.
Los dos nos tumbamos sobre el sofá, ella sobre mí, y siguió llorando, sin parar. Le
acaricié la cabeza durante un buen rato, quizás horas.
-Si. – yo tampoco quería pasar la noche solo. Necesitaba calor humano, algo que
me había negado desde aquel día. Ahora, la necesitaba a ella y ella, a mí.
Lo que pasó con nosotros después de esa noche, es otra historia. Bill y Tom nos
habían unido y de un día a otro, todo el rencor que guardaba hacía ellos había
desaparecido. Todo había quedado compensado, por eso, cuando a la mañana
siguiente me desperté en la cama con Alina al lado, durmiendo sobre mi pecho
desnudo, lo primero que hice fue abrir la caja de metal donde guardaba aquel
DVD y lo destrocé hasta que los trozos en los que lo había roto quedaron
pulverizados.
Sin embargo, eso no cambiaba nada y supe que tendría que vivir con ese peso en
mi conciencia mucho, mucho tiempo.
Alina no lloró más después de aquella noche. Escribió un artículo con todo lo que
sabía de Tokio Hotel, como la última fan que había visto a uno de los gemelos
desaparecidos, sin embargo, nunca salió de su portátil. Nunca lo publicó, nunca
vio la luz.
Decidió que era más importante mantener la leyenda viva, porque a pesar de todo,
Tokio Hotel seguía y sería siempre una leyenda, con un misterio sin resolver que
hacía que cierta esperanza perdurara en el corazón de aquellas personas que le
habían seguido muchos años atrás.
Aunque el artículo no viera la luz, había una errata en él, una errata que Alina
consideraba correcta y yo no me atreví a contradecir, porque sabía que eso era lo
que ellos querían.
Lo cierto es que, solo las personas más cercanas a ellos sabían que, si uno de los
dos gemelos moría, el otro iría con él bajo tierra.
Por eso, cuando Georg, Gustav y Simone recibieron la noticia de que Tom había
afirmado que Bill había muerto seis años atrás, nadie lloró…
No se me daba bien cantar, por eso no solía hacerlo, pero mientras observaba
como el Sol se ocultaba tras las aguas del mar y todo se volvía de un color
anaranjado rojizo, como el fuego, me entraban ganas de cantar, gritar, armar
todo el alboroto posible, porque llegaba la noche y, desde hacía muchos años,
adoraba la noche incluso más que antes, mucho más… Aunque el día también era
inmejorable.
Scotty estaba tumbado a mi lado, sobre la arena, con la cabeza entre las patas
estiradas, tranquilo y adormilado. Bostezó y se me escapó una sonrisa divertida.
-¿Qué pasa chico? ¿Te aburres? – Scotty levantó la cabeza y me miró fijamente.
Cogí su pelotita y empecé a pasarla de una mano a otra. Él comenzó a mover la
cola, ansioso. – Ve a por ella – y se la lancé. Scotty salió corriendo tras ella hasta
que la agarró entre sus dientes levantando una humareda de arena y empezó a
correr hacía mí de nuevo. – Buen chi… ¡Oye! – me ignoró por completo, pasando
por mi lado con la pelotita entre los dientes y provocando que varias motas de
arena me entraran en los ojos.
-Mierda… - cerré los ojos y me limpié las lágrimas con cuidado y nerviosismo,
hasta que una mano me apartó los dedos de ellos con suavidad y la calidez de su
tacto me acarició la cara, limpiándome las lágrimas con caricias delicadas.
-Eres un burro. – no pude evitar sonreír como un idiota enamorado cuando sus
labios se posaron sobre mis párpados y me sopló levemente los ojos hasta que
cualquier rastro de arena desapareció de mi punto de mira. – A ver ahora… - posé
las manos sobre su cintura cuando fui abriéndolos lentamente, pestañeando y lo
primero que vi fueron sus brillantes ojos, observándome. Su pelo oscuro y a esas
alturas, casi tan largo como el mío sobre sus hombros. Sus perfectos y carnosos
labios, los que besaba incontables veces al día desde hacía años, las perfectas
facciones de su rostro pálido, que se había hecho más maduro tras los años, pero
siempre permanecía igual de bello, de apacible y sereno, como esculpido en
piedra. Su sonrisa…
Bill… mi Bill…
-¿Ahora mejor? – me preguntó con su armoniosa voz y una vez más, mis labios
empezaron a devorar los suyos sin piedad, sin una palabra y nuestras lenguas se
amoldaron con la misma calidez de siempre, con la misma ansia.
-Ese maldito chucho… no solo no sabe jugar con la pelota, se dedica a interrumpir
en el momento más inoportuno.
-De juegos… si… y que nos llene la playa de pequeños Scottys. Dentro de poco no
habrá forma de hacer nada aquí fuera. – Scotty volvió a ladrar con fuerza,
provocándonos una risita. Cogí la pelota de nuevo y se la lancé con fuerza. –
¡Anda, corre a por la pelota y no vuelvas! – le grité y Bill me empujó y se situó
sobre mí, rodeándome el cuello con los brazos, apoyando su frente contra la mía.
-¿Por dónde íbamos?
-¿En serio?
-Desde luego. – me besó otra vez en los labios suavemente, sin profundidad.
-Te quiero… - soltó contra mis labios y su aliento penetró entre ellos, formando
parte de mí, otra vez. Él ya era parte de mí, siempre había sido parte de mí.
Hemos renunciado a tanto por ello, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra
vida, nuestros sueños y ahora, es nuestro.
Bill nunca a sido tan mío y nunca lo será, yo nunca seré tan suyo y nunca lo seré,
por eso, hace años, tomamos una decisión.
Para muchos, Bill estaba muerto, para mí, más vivo que nunca entre mis brazos.
Todo empezó con una Llamada Perdida y todo acabó en eso para muchos, pero
para nosotros, todo empezó de nuevo aquel día.