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Llamada Perdida

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Capítulo 1: ...

-¿Y bien señor Kaulitz? ¿Qué le trae aquí exactamente?

-Eh, nada de señor, que solo tengo dieciocho y el porque estoy aquí creo que os
obvio.

-Bueno, yo no lo tengo tan claro. Hay muchos problemas que llevan a los hombres
hasta mi consulta.

-Pues yo te seré claro. No pisaría una de estas salas si no fuera por algo grave. 

-¿Con eso quiere decir que nunca ha visitado a un urólogo? 

-Jamás, nunca y tenía la intención de no hacerlo en mi vida, pero esto me puede. 

-Ya veo y, exactamente, ¿Cuál es el problema? 

Silencio… bufido… Sintiéndose humillado y obligado, se quitó las gafas de sol y


le dirigió una mirada penetrante al médico. 

-Desde hace una semana soy incapaz de tener… no puedo… - Tom bajó la mirada
unos segundos. – No consigo tener una… erección. No puedo empalmarme, ese es
el jodido problema. 

-Ah, entiendo. 

-No, no creo que lo entiendas tío. 

-Por favor, ¿Le importaría utilizar un lenguaje más…?

-¿Más tiquismiquis? Vale, vale. Si termina rápido y me da alguna poción milagrosa


no tendrá que aguantarme mucho más. Tengo tantas ganas de salir de aquí como
tú. 

-Hum… los problemas de erección pueden deberse a muchas cosas. Esto no es tan
fácil. De momento, tendrá que contestar a algunas preguntas. 
-Como quieras, pero no me trates de usted. Lo odio. 

-De acuerdo. ¿Eres virgen? 

-¿Tú no ves la tele? Claro que no lo soy.

-¿Con cuanta frecuencia mantienes relaciones sexuales?

-Mum… cinco, seis o siete por semana, depende de las circunstancias. 

-Buff… eso es mucho para un chico de tu edad. 

-Ya lo se. Estoy muy orgulloso de ello – sonrió ampliamente. 

-¿Alguna vez aparte de esta has tenido problemas de erección?

-No. Una vez tuve un gatillazo, pero eso no cuenta ¿no? 

-Es bueno saberlo. Por lo menos así doy por sentado que eres humano. Esto te
ocurre desde hace una semana ¿verdad?

-Sip.

-¿Y fue así, de repente? ¿No sentiste ninguna molestia antes de eso?

-No. Llevaba tres días sin tener sexo y estaba encerrado en el tour bus con tres tíos
sin contar el conductor. Estaba necesitado y recurrí al método clásico y solitario…
y la guarra ni se inmutó. 

-Mum… ¿Alguna vez has tomado…

-No necesito viagra ni nada parecido. No me hace falta así que nunca he tomado
mierdas de esas. Como mucho alcohol y tabaco, nada más.

-Ya veo. Tal vez todo esto se deba a algo psicológico.

-¿A que te refieres?

-El estrés, los agobios, ansiedad, depresiones y demás pueden influir en el


funcionamiento del aparato reproductor y con una profesión como la tuya no sería
de extrañar.

-Pero yo no estoy estresado ni tengo ansiedad ni nada de eso. Me gusta lo que


hago. 

-Entonces, quizás no se deba al trabajo. Un asunto familiar tal vez, pero estoy casi
seguro de que es algo psicológico…

-¿Asunto familiar? – Tom desvió la mirada al suelo, pensativo. – Quizás… puede


ser eso... si… definitivamente es eso.

El estar mortalmente preocupado por tu hermano gemelo puede considerarse un


horrible asunto familiar ¿no? Puede que si estuviera agobiado y estresado y esta
mal decirlo, me siento culpable de solo pensarlo pero es verdad. Bill me tiene
agobiado. 

Por supuesto, él no tiene la culpa, es normal que si desde que tenemos uso de
razón estamos unidos y somos inseparables, ahora, en este último mes, mil veces
más y aunque no quería admitirlo, me empiezo a asfixiar y es que no se separa de
mi lado ni para ir al baño y no exagero. 

Todo empezó hace un mes…

-¡Me cago en la jodida china! ¡Joder que susto! – recuerdo perfectamente esa
noche. Georg acababa de gritar y se había acurrucado en el sofá del tour bus,
donde los cuatro estábamos reunidos y apelotonados viendo Llamada perdida, una
película de miedo de esas en las que no te enteras de una mierda del argumento,
no puedes distinguir a los protagonistas de los demás japoneses y cuyo terror se
basaba en la típica tía de pelo largo y negro, cara y camisón blanco que ronda a
los protas con sus pelos desperdigados por todas las escenas. De esas de las que te
cagas de miedo sin saber porque. 

-No es china Georg, es japonesa. – murmuró Gustav, mirando fijamente la


pantalla. 

-¿Qué más da? Son todas iguales. 

-Vale, estas dentro de un grupo con el nombre de una ciudad japonesa y dices que
los chinos y los japoneses son iguales. Es para apalearte. 
-¿Os queréis callar? Quiero enterarme de la maldita historia. – ahí estaba Bill,
apretujado entre mi cuerpo y el de Gustav en el estrecho sofá, intentando captar
cada detalle de la película. 

-Pero si esto no tiene historia. Solo es una tía muerta y fea que le gusta hacer
bromas telefónicas. – Bill sonrió, pero no desvió la mirada de la pantalla. 

-Ya me gustaría a mí ver tu cara si te gastaran una broma de ese tipo… - y fue
decirlo y empezar a sonar una musiquilla que nos puso los pelos de punta. Los
cuatro pegamos un bote y yo casi me caigo del sofá. 

-Coño… ¿y eso que es? – Georg bajó el volumen de la tele enseguida y los cuatro
nos apretujamos más si se podía en el sofá, totalmente mudos y con los ojos como
platos y para que negarlo, totalmente acojonados e inmóviles. La música siguió
sonando y nadie fue capaz de moverse. 

Creo que lo que más impactó de todo aquello y lo que me hizo mantener la calma
fue sentir el temblor de Bill contra mi cuerpo. Se había puesto pálido y
prácticamente había hundido la cabeza en mi pecho, agarrándose a mi camiseta
con una mano, estrujándola. Sentí el rápido latido de su corazón contra mi cuerpo
y su respiración alterada cuando captamos de donde procedía el sonido. Venía de
su móvil. Tragué saliva y tras unos segundos, agarré el teléfono y se lo tendí a mi
hermano.

-Es para ti. – Bill estaba pálido como un muerto cuando agarró el móvil
tembloroso y leyó en voz alta.

-Un mensaje nuevo. – los cuatro soltamos un suspiró de alivio.

-¡Joder! Vale esto si que ha sido acojonante. 

-Juro no volver a meterme nunca más ni con las chinas ni con las japonesas, ni
siquiera con los mongolos. – de nuevo, dieron al play a la película, pero no le puse
atención. Estaba más pendiente de la expresión de extrañeza de mi hermano al
leer ese mensaje. 

-¿Quién es? – le susurré al oído. 

-No se… hum… publicidad – y soltó el móvil. 


Lo cierto es que sabía que Bill me acababa de mentir y como el no le daba la
menor importancia, yo tampoco. Hasta que Bill empezó a preocuparse.

Pasaban los días como si tal cosa, conciertos, entrevistas, sexo y todo ese royo que
ya formaba parte de mi día a día y en ese periodo de tiempo, oí sonar el móvil de
Bill más de lo que lo había oído en mi vida. Pero él seguía sin darle importancia. 

-Bah. Ni siendo famoso se libra uno de la publicidad – me contestaba él cuando le


preguntaba, hasta que empezó a cabrearme a mí y a todos. Esa mierda de
publicidad era un coñazo y no paraba. Bill también acabó irritado, de hecho,
hasta apagó el móvil y le dio de lado, empezando a utilizar el otro, un poco más
antiguo… 

Pero esa supuesta publicidad siguió acosándolo a cada minuto y Bill empezó a
preocuparse. El día en que noté un mínimo de miedo recorrerle el cuerpo cuando
sonó la molesta musiquita del móvil, fui yo quien se lo quitó de las manos y muy
cabreado, dispuesto a poner verdes a los de la publicidad, lo cogí…

Y no era publicidad, no, ni de lejos. 

-¡Ya estoy aquí! – Tom cerró la puerta del gran apartamento entre suspiros. Miró el
parte médico del urólogo y lo escondió debajo de la enorme sudadera. No tendría
gracia que descubrieran donde había estado y porque había ido allí. Se burlarían de
él de por vida. 

-¡Ya era hora, te toca hacer la comida y ya, tengo hambre! – le oyó decir a Gustav
desde el baño. 

-¡Ya va, ya va! – el sonido del bajo de Georg le hizo ir hacía el salón, donde el
bajista intentaba afinarlo entre bostezos. 

-¿Dónde has estado? 

-Con una amiga. 

-Supongo que no podrías haberte llevado a Bill ¿no? 

-Ju, no creo que le guste el porno casero. 


-Pues por lo menos podrías haber avisado. No veas como se ha puesto cuando se
ha levantado y no te ha visto. Casi le da un ataque de pánico. 

-¿Dónde está? 

-Encerrado en vuestra habitación. – Tom hizo una mueca con los labios y empezó
ha subir las escaleras que daban a las habitaciones. 

Entre los cuatro habían llegado a un acuerdo tras aquel horrible accidente.
Vacaciones, bueno, más bien año sabático. La idea no les había gustado, preferían
haber terminado la gira y luego ya se diría pero… necesitaban ese descanso. 

No… Bill lo necesitaba. Lo sucedido había afectado a todos, pero él había sido el
centro, quien cargaba con todo. El más débil de ellos siempre era en quien más
influía todo lo que ocurría alrededor. Primero, la suspensión de los conciertos por
su laringitis que lo había dejado deprimido y dolido, luego, el miedo y después…

-Bill, ¿estás ahí? – Tom tocó a la puerta al ver que estaba cerrada con pestillo y
suspiró, odiaba que cerrara la puerta de esa forma, le daba miedo imaginarse las
mil y una cosas que podrían suceder en el interior de ella. – Bill, abre la puerta,
sabes que odio que cierres con pestillo joder.

-¿Dónde estabas? – le oyó decir desde el interior, con voz ronca. 

-Tenía que salir ha hacer algo.

-¿Y no podías haberme llevado o como mínimo avisar? 

-Lo siento. Era algo privado, no podía llevarte. 

-Ya. ¿Te lo has pasado bien con la tía a la que te has llevado a la cama esta vez?
¿O era una virgen aburrida? Ponle nota y luego avísame. – Tom dio un suave
puñetazo a la puerta, tenso y molesto. 

-No estaba haciendo eso. 

-Siempre estas haciendo eso. Parece que no tienes otra cosa en la que pensar, a
veces no se si tengo un hermano salido y obseso por el sexo o un mono en celo. 

-Por lo menos yo no me quedo encerrado y amargado, llorando en un rincón


oscuro, aislado de la vida. – no tenía que haber dicho eso y lo sabía. Bill no dijo
nada, se hizo el silencio y Tom no se atrevió a pedir disculpas, pues él también se
había cabreado. 

Probablemente la culpa de que por el momento no pudiera acostarse con nadie ni


complacerse a si mismo fuera por el agobio que le suponía cuidar de su hermano
en el estado medio depresivo en el que se encontraba. Parecía depender totalmente
de él, lo seguía como un perrito faldero a todas partes y si él se iba sin avisar para
que no lo siguiera, como esa mañana, Bill se encerraba y se amargaba y eso le
asustaba un poco. ¿Y si amargado como estaba se le pasaba por la cabeza alguna
locura? Pensar en eso lo ponía malo, pero no podía estar siempre a su lado o sería
él quien acabaría amargado. 

-Voy ha hacer la cena – declaró al cabo de los segundos. – Baja luego, hoy te toca
a ti fregar los platos. 

-No voy a comer, no tengo hambre y si yo no como, no tengo porque fregar la


mierda de nadie. – Tom tomó aire, pero fue incapaz de detener la patada irritada
con la que golpeó la puerta. 

-¡Haz lo que te de la gana, joder! ¡Me tienes hasta las pelotas! – Bill oyó los pasos
rudos de su hermano al bajar las escaleras. Cuando se hubo ido, apoyó la espalda y
la cabeza en la puerta y se dejó caer al suelo, mirando la habitación con la mirada
perdida. 

Todos parecían estar tan bien, todos parecían haberse olvidado de todo, pero él no
podía dejar de pensar en aquello. Había sido tan horrible abrir aquella puerta del
hotel y… una auténtica pesadilla. Todo había ido mal desde entonces. Las
entrevistas, la gira, sus nervios y su relación con Tom. Casi había perdido las ganas
de cantar por no hablar de salir de fiesta con los demás. De hecho, ya solo Gustav y
Georg lo hacían de vez en cuando, Tom no… Tom no tenía intención de dejarlo
solo y sabiendo las pocas ganas que tenía de moverse de allí, a su lado se mantenía
a pesar de lo que le gustaba salir y ligar. 

Lo estaba amargando, era un egoísta pero ¿Qué iba ha hacer sin Tom? Se ponía
malo de solo pensarlo. Así que se limitaba a no pensar en nada o ha intentar disipar
aquella horrible imagen de hacía una semana, intentar olvidar aquel infierno que
había soportado ese último mes…

Capítulo 2: Prohibido
-¿Macarrones otra vez? Tom, vale que los hagas bien, pero siempre que cocinas
haces lo mismo. Me sale el tomate por la nariz tío. – Tom removió la pasta de su
plato observándolo desganado y de mal humor. 

-Si no quieres, tíralo a la basura y si quieres otra cosa para comer, te lo haces tú,
¿Clarito Georg? 

-Cómo el agua jefe. 

-¿Y Bill? – preguntó Gustav probando el plato y haciendo una mueca de asco. 

-No tiene hambre. 

-Mejor, así no tendrá que probar esta porquería, ¿Le has echado azúcar? Está
dulce. 

-Es verdad, está dulce. Sabía que teníamos que haber llamado al telepizza. El
secreto está en la masa. – Tom resopló y ni siquiera probó su comida. Se levantó
de la silla, agarró su plato, el de Gustav y el de Georg y se los llevó a la cocina,
vertiendo el contenido en el cubo de la basura. – He dicho que esta dulce, no que
no fuera comestible. 

-¿Tengo pinta de ser tu criada Georg? ¿Me ves pinta de criada? ¿Ves que tenga
tetas y camine por la casa en delantal para servirte? Porque si piensas así eso puede
arreglarse de una hostia bien dada, ¿sabes?

-Tom, tío, estaba de coña. – le defendió Gustav enseguida – No te pongas así, si


estas de mala hostia avisa y nos callamos, pero a nosotros no nos metas. – el
gemelo mayor iba a replicar pero se contuvo. Definitivamente el urólogo tenía
razón. ¿Cómo demonios iba a levantársele con semejante estrés encima? Era como
tener que cuidar a tres niños mayores, uno quisquilloso, otro alérgico a las cosas
dulces y el otro… autista. Luego se quejaba de que las madres se volvieran
amargadas y gruñonas. 

-¿Estas cabreado con Bill? ¿Qué ha pasado ahora?

-¿Y a ti que te importa? – gruñó mostrando todo su mal carácter. No dijo ni una
palabra más al notar el tenso silencio que acababa de formarse en la habitación.
Georg arrugó la cara y Gustav lo miró con gran seriedad. Últimamente se había
empeñado en ser el que mantuviera la paz entre los cuatro, el que siempre se
tragaba el marrón, el mal humor de los gemelos cuya situación se volvía cada más
tensa. Se estaban distanciando mucho y si ellos se distanciaban… al grupo le
costaría mucho salir a flote. 

-Entiendo que estés cabreado, pero Bill está muy jodido desde aquello. Sabes que
siempre le ha afectado a él más que a nadie el asunto de los fans. Esto ha sido un
golpe tremendo. Hay… hay que tener paciencia. – consiguió hablar con claridad y
calma a pesar de estar también irritado, intentando contagiar su aplomo a los
demás sin mucho éxito. 

-¿Cuánta paciencia tengo que tener? Ya ha pasado una semana y no levanta


cabeza, no se separa de mí ni para cagar. ¡Me pone histérico!

-Es tu hermano ¿no? No te queda otra opción que tener paciencia. 

-¡Ya se que es mi puto hermano, no quiero me lo repitas! – aquel grito fue el colmo
del colmo. Tom golpeó la mesa con furia, sobresaltando a Georg que se levantó de
golpe. 

-Vale. Si tienes algo que decir, no se, gracias por ejemplo por intentar ayudarte,
llámame porque yo me voy. – el bajista fue hacía la entrada del apartamento,
agarró su chaqueta y se la puso con tan mala hostia que por un momento Tom
pensó que la partiría en dos. – Vámonos Gustav. Si este desagradecido no es capaz
de apreciar los líos en los que nos metemos por intentar ayudarle, que se joda. – el
batería suspiró resignado y agarró su abrigo con preocupación en la mirada. 

-Iremos a comer por ahí, si cuando volvamos sigues igual con Bill, yo me voy a un
hotel. 

-Y yo contigo, Gus. Venga, hasta luego – y de un portazo, cerraron la puerta. Por


un momento, Tom se sintió culpable. Luego recordó que puesto que a Bill no le
daba la real gana lavar los platos, le tocaba a él y todos sus remordimientos
desaparecieron.

Cogió uno de los platos y dudó en si estrellarlo contra el suelo o darle con la
bayeta, optando por lo segundo, pero le daba tan fuerte que resultaba un milagro
que no se hiciera añicos. Maldito Bill, todo era por su culpa. 
Pensar en él lo cabreaba más y estrujó la bayeta entre el puño para no romper el
plato. 

No… no era culpa suya… 

-Bill… 

-¿Qué? – su corazón dio un vuelco y el plato se le escurrió de las manos, cayendo


al suelo y haciéndose añicos. Uno de los fragmentos acabó en los pies desnudos de
su hermano, provocándole un pequeño corte. – Au…

-¿Estás bien?

-Si, claro. 

-Lo siento.

-Ten más cuidado. – se limitó a responder. Caminó como un zombi hasta el


frigorífico, abriéndolo y pasando olímpicamente del destroce que había a sus pies,
pisando incluso algunos trozos del plato roto. Varias gotitas de sangre bañaron el
suelo que pisaba y a él no parecía importarle, no parecía ni notarlo. A Tom le
entraron ganas de vomitar al ver… los restos de su hermano. No podía llamarlo de
otra forma. 

-Bill… tú no estás bien…

-¿Hay fresas? ¿Quién las ha traído? – le cortó como quien no quiere la cosa. 

-Las envió Andreas, llegaron ayer por la noche en un paquete.

-Uh, algún día podríamos quedar los tres, hace tiempo que no le veo, me haría
ilusión. – ilusión, sin duda oír esa palabra salir de los labios de Bill debería haberlo
entusiasmado, pero en lugar de eso solo consiguió irritarse aun más. 

-¿Qué pasa? ¿No tienes suficiente conmigo, Georg y Gustav que tienes que ir a
buscar a Andreas para que te cuide? – Bill lo ignoró por completo. Sacó un plato
limpio del lavaplatos y hecho una buena cantidad de fresas en él, sentándose a la
mesa, empezando a comer con desánimo. Tom se sentó frente a él, observándolo
con mirada penetrante, pero fue incapaz de intimidarlo, como suponía. Quien
acabó intimidado fue él. Si no fuera por aquellas ojeras que habían bajo sus ojos…
eran tan parecidos.

-¿Qué pasa?

-¿Por qué ya no te maquillas? 

-No tengo ni ganas ni razones. No salgo a la calle. Es estúpido pintarme para que
solo me veáis vosotros. ¿Por qué lo preguntas? 

-Por nada. Creo que te prefiero maquillado. – Bill soltó una sonrisita irónica. 

-¿Tan feo estoy sin pintar? Pues tienes mi misma cara, así que no se de que te ríes. 

-No me río, si te prefiero pintado es precisamente para no tener que ver nuestro
parecido. – Tom frunció el ceño en cuanto captó el sentido de sus palabras. Al
parecer su hermano también lo hizo por la expresión de su cara. – No me refería a
que no me guste tu cara o… no quiero decir que… no te lo tomes a mal. Me gusta
tu cara, es como la mía, bueno, ya me entiendes…

-En realidad no, pero creo que prefiero no hacerlo si insinúas que te avergüenza
tenerme por hermano gemelo. 

-¡No es eso! Es… olvídalo ¿vale? – ni siquiera él mismo entendía lo que quería
decir, simplemente tener esa cara, tan parecida a la suya frente a él le recordaba
constantemente que eran hermanos y de alguna forma, sentía como una especie de
remordimiento, como si eso fuera algo malo. Bill pareció no darle más vueltas y
siguió comiendo en un tenso silencio. – Oye… ¿Qué has hecho con tu móvil? – por
un momento, la mano del cantante tembló. 

-Lo tiré al agua. 

-Ah, ya entiendo porque los de la discográfica me acosan últimamente a mí y no a


ti. 

-Creo que voy a darme un baño, no tengo más hambre – en silencio, se levantó de
la silla, agarrando el plato de fresas y metiéndolo en el frigorífico. 

-¡Cuidado! – para cuando oyó la voz de Tom, ya había pisado uno de los trozos del
plato desperdigados por el suelo. Un escalofrío le recorrió la columna, pero ni un
jadeo de dolor escapó de su garganta. Sacudió el pie y anduvo al baño, poniendo
perdido el suelo a causa de la sangre de la herida. – Pe… ¡Bill! 

-No pasa nada. – contestó desde el baño. – Recógelo antes de que vuelvan los
demás. – le había dolido, le dolía horrores pero estaba convencido de que se lo
merecía. 

Me encanta verte en el escenario. 

¿Qué te ha pasado hoy? Estabas afónico. Por favor, que estés bien, me moriría si
te pasara algo.

¿Por qué has anulado el concierto? Estaba deseando oírte cantar, me has
desilusionado mucho y me has hecho llorar, eres cruel, Bill. 

Ten cuidado de camino a casa, es peligroso que vayas solo pero no te preocupes,
yo iré detrás de ti, te quiero. 

¡Bienvenido a casa! Por fin seguirás la gira y de nuevo podré oírte cantar, ¡Es
genial! 

Bill, has estado increíble. No podía esperar menos de ti, te amo, que duermas
bien. 

Te quiero.

Esto es tan frustrante, tenerte a un par de metros en el escenario y no poder


alcanzarte… Bill, te deseo. 

Me gustaría pasar la noche contigo. 

¡No lo aguanto más, pienso ir al hotel y conseguirte al fin! 

Estoy deseando que llegue el momento en que por fin seas mío, solo mío. 

Te amo. Te quiero, te deseo, daría lo que fuera por un segundo junto a ti, siempre
voy ha estar detrás de ti hasta conseguirte, eres mío. 
Eres mío, mío, mío. 

-¿Publicidad? Que publicidad más toca pelotas y que directa ¿no, Bill? – recuerdo
la cara de Tom en ese momento, cuando leyó aquel mensaje y luego, todos y cada
uno de los que había recibido esa semana. Estaba cabreadísimo y no era para
menos. Yo también lo estaba. - ¿Quién es?

-No tengo ni idea. Lleva mandándome mensajes desde hace dos semanas. – le
contesté quitándole el móvil de un tirón y enseguida me mordí la lengua. Había
metido la pata. 

-¿¡Dos semanas!? ¿Y lo dices ahora? 

-Oh, vamos Tom, no es para tanto, no te pongas así. – Georg sonrió y me pidió el
móvil con la mirada. – Nuestro Billy tiene una admiradora secreta, ya es un
hombrecito, ¡Las tiene a todas loquitas, dale la enhorabuena hombre! 

-¿¡Enhorabuena por ser acosado por un completo desconocido y no decir nada!?


¡Lo que tendría que hacer es matarlo!

-¡Joder que exagerado! Solo es una fan preocupada por su ídolo. ¿Qué podría
pasar? – si hubiera sabido lo que podría pasar, no me hubiera reído entonces. Esa
misma noche las consecuencias de tomarme aquello a broma me hicieron perder
la cabeza. 

Tom se había enfadado, se tomaba aquello muy en serio e incluso se lo había


contado a Saki, para que estuviera alerta. Gustav no decía nada, pero la cosa
tampoco le hacía mucha gracia y a mí no es que me divirtiera mucho. En parte me
sentía alagado y me tomaba aquello a cachondeo. Algún día ella aparecería para
pedirme que le firmara un autógrafo y hacernos una foto y yo le pediría que por
favor, dejara los mensajes porque me molestaban. Esa noche tuve claro que no era
cachondeo. 

Me estaba duchando en el hotel tranquilamente, faltaban cuatro horas para el


concierto de esa noche. No había prisa. Entonces se abrió la puerta del baño, lo
oí. Me estaba enjabonando el pelo y me llené un ojo de champú. Picaba. 

-Oh, joder. Tom ¿estás ahí no? Pásame una toalla, me he llenado los ojos de
champú. Mierda, como escuece. – Tom era el único que tenía la tarjeta de mi
habitación de hotel, por lo que solo podía ser él el que estuviera allí. Sin hacer
ruido, asomé la cabeza y una mano por la bañera para que me diera la toalla.
Tenía los ojos cerrados por el escozor y no vi nada. Agarré la toalla que me tendía
y volví a meterme en la bañera. – Gracias… - la puerta del baño se cerró después
de eso y yo seguí tranquilamente con mi baño. Cuando salí con la toalla amarrada
a la cintura y escurriéndome el pelo con las manos, oí la musiquilla de mi móvil.
Cuando me acerqué a cogerlo, la música dejó de sonar. 

1 llamada perdida. 

¿Sería ese o esa admirador secreto otra vez? Siempre me llamaba primero y
dejaba una llamada perdida con número oculto y a los segundos llegaba un
mensaje… y así fue. 

1 mensaje nuevo.

Lo cogí y lo leí sin muchas ganas. 

Creí que nada podía alegrarme más y hacerme sentir mejor de lo que lo hacía tu
imagen en los conciertos, pero hoy, cuando te he visto en la ducha, cubierto de
espuma, me he dado cuenta de que si era posible hacerme más feliz de lo que era.
Cada vez me excitas más, estoy deseando tenerte entre mis brazos de esa forma tan
húmeda y sensual… te quiero, hasta esta noche cariño. 

No se como me vería en ese momento, pero empecé a temblar como una hoja y las
piernas empezaron a fallarme. El corazón se me salía por la boca.

-Que… que coño… ah, Tom, ya entiendo, todo esto ha sido una broma tuya, serás
cabrón. – esa suposición me hizo relajarme por completo y respirar hondo, pero
cuando oí el, toc, toc, de la puerta, de nuevo se me aceleró el corazón. Me quedé
paralizado y no contesté. De nuevo volvieron a llamar y yo solo atiné a mirar de
reojo la puerta. 

-¿Bill? ¿Te has desnucado contra la bañera o qué? ¿¡Me quieres abrir de una
vez!? – Tom… suspiré aliviado. 

-¡Abre tú, utiliza la tarjeta y no des el coñazo, me has dado un susto de muerte!

-¡Precisamente venía a por eso idiota, se te ha olvidado darme la tarjeta, abre de


una vez! – por un momento fui incapaz de reaccionar, ¿Cómo que no le había
dado la tarjeta? Pero si había estado aquí hacía unos minutos. 

-¡No me cuentes royos, has estado aquí hace un momento! 


-¡¿Qué dices?! ¡Si ni siquiera he visto mi habitación todavía! ¡Claro, como el
señor acapara todos los botones para que le suban las maletas, yo tengo que
subirme las mías solo y sin ayuda! ¡¿Pero porque no me abres?!

-¿Qué me estás contan…? – me quedé mudo, no pude pronunciar palabra al ver


las dos tarjetas de mi habitación, una mía y otra la que se suponía debía darle a
Tom, las dos sobre la mesita de noche. Giré la cabeza poco a poco, mirando la
puerta del cuarto de baño abierta de par en par. Si Tom no había entrado, ¿Quién
le había dado la toalla? 

De nuevo, la musiquilla del móvil empezó a sonar y cuando se detuvo, miré


tembloroso las letras iluminadas que resaltaban en ella. 

1 llamada perdida. 

-¡Tom! – salí corriendo hacía la puerta, espantado, abriéndola de golpe, entre


gritos y cuando la abrí, lo primero que hice fue abrazar a mi hermano con todas
mis fuerzas, empujándolo para apartarnos de la habitación abierta. 

-¡Joder Bill! ¿Qué haces? Pe… pe… ¿Estás desnudo? 

-¡Hay alguien en la habitación, hay alguien dentro! ¡Saki, Saki! – poco me faltó
para ponerme a llorar muerto de miedo. 

-¡Eh, Bill que dices, tranquilo! ¡No grites! ¡Tranquilízate! – los gritos de Tom
sonaban por encima de los míos y me hicieron callar. Sus manos callosas
apretaron mi cabeza contra su hombro y me acariciaron la espalda para
tranquilizarme, muy lentamente. Suspiré de alivio. 

-¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? – Saki había llegado, pero yo no me aparté ni un


centímetro de Tom. 

-Bill dice que hay alguien en la habitación. – oí los pasos de Saki y las palabras
que Tom murmuraba en mi oído. – Eh, no pasa nada. Saki se encarga de ese
capullo ahora mismo, ya verás, le va a aplastar la cabeza. ¿Crees que alguien va a
poder con este gorila? – sonreí un poco, me temblaba el labio. 

-Dentro no hay nadie.

-¿No? ¿Has mirado bien? 


-Si, no hay nadie, esta vacío. 

-Bill, Saki dice que no hay nadie. – poco a poco, respirando con agitación y muy
nervioso, me separé de Tom para mirar a nuestro guardaespaldas, que nos
observaba con el ceño fruncido. 

-Había alguien. Oí como alguien abría el cuarto de baño mientras me duchaba,


creía que eras tú y le pedí una toalla… me la dio… y luego salió del baño… -
estaba a punto de llorar. Tom volvió a apretar mi cabeza contra su hombro. Me
sorprendió su semblante protector, hacía años que no lo veía. 

-Puede que ya se haya ido, pero ahí dentro no hay nadie. – aseguró Saki. 

-Y si alguien ha entrado, ¿Por qué lo ha hecho? Eres un guardaespaldas, tú y tres


más que deberían rondar por aquí. ¿¡Por qué ha entrado alguien, eh!? 

-Yo no he visto a nadie y estaba aquí al lado. Si alguien se hubiera acercado, lo


abría visto…

-¿Insinúas que Bill está mintiendo? ¡Si mi hermano dice que alguien ha entrado es
que alguien ha entrado! ¡Y quiero saber como, quien, cuando y porque ahora! 

-Tom, ya vale. No pasa nada si ya se ha ido. – mi hermano no replicó, me soltó,


apartando las manos de mi cabeza y me miró serio, intentando mantener la calma.
Podía ver que estaba furioso. 

-Vale. Pero hoy no duermes aquí. Vístete en mi habitación. – se apartó de mi por


completo y entro en mi habitación de hotel, empezando a recoger la ropa que
había dejado encima de la cama, preparada para vestirme en cuanto saliera del
baño. Nuestro guardaespaldas me miraba fijamente, con una expresión que no
supe clasificar, como si hubiera algo que no le encajara en todo ese asunto. – Y
Saki, a ti te quiero ver pegado a la puerta de… ¿¡Que coño le estás mirando a mi
hermano!? – gritó Tom desde el interior. 

-Na-na-nada. – si había algo que a nuestro gorila particular le diera miedo, ese
era
Tom enfadado. Y yo le comprendía, había que tener un buen par de huevos para
plantarle cara cuando estuviera cabreado de verdad... yo los tenía, aunque no me
hacían falta, nunca se cabreaba conmigo en serio. Casi nunca. 
-¡Y tú, hermanito, ponte algo! ¿No querrás ir exhibiéndote por ahí medio desnudo
o… - antes de que dijera algo más, enmudeció. Me había dado un escalofrío de
repente y me abracé con los brazos. Tom bajó la cabeza y agarró algo de encima
de la cama, mirándolo muy fijamente. Era mi móvil. – Ju… - sonrió él con una
mueca de odio. – Así que solo un admirador secreto preocupado por su ídolo, ¿eh
Bill? – entrecerré los ojos cuando leí el mensaje de mi móvil entre temblores, no
sabría decir si de miedo o frío, de todas formas lo que leí me dejó helado. 

Definitivamente odio a tu hermano, acurrucándote de esa forma tan incestuosa


contra su cuerpo, eso me ha dolido mucho. Solo yo puedo tenerte así, eres mío,
recuérdalo, así que por favor, no vuelvas a hacerme daño de esta forma o me
enfadaré mucho y me vengaré… no te asustes ¿vale? Sabes que te quiero y sería
incapaz de hacerte daño, te estaré observando desde la primera fila. Te amo, hasta
esta noche.

En ese momento fui consciente de que estaba viviendo una pesadilla que había
empezado de manera inocente, como esas pesadillas en las que estas reunido con
toda tu familia y de repente la gente se empieza a ir, te van dejando solo poco a
poco sin que te des cuenta y cuando menos te lo esperas, te hundes en la completa
oscuridad en soledad… y ahí empieza la auténtica pesadilla. 

Mi realidad es que todo empezó con una musiquilla… una llama perdida. 

Tom suspiró una vez hubo recogido todo, limpiado los platos y fregado las pisadas
ensangrentadas de su hermano que conducían al baño. Una vez hecho, se sentó ha
ver la tele con despreocupación, o eso aparentaba. Bill llevaba más de una hora
encerrado en el baño, ¿estaría bien? Después de un cuarto de hora haciéndose la
misma pregunta, incapaz de aguantar más la preocupación, se levantó y fue al
baño. Sería idiota, podría haberlo hecho desde el principio y se abría quitado un
buen peso de encima. 

-Bill, ¿estás bien? – preguntó al tocar varias veces la puerta. Pero no obtuvo
respuesta. - ¡Bill! ¿Estás bien? ¡Contesta! – nada. Tom suspiró y cogió, intentando
calmarse sin mucho éxito. – Haber… ¡Cómo no abras la puerta en este momento la
tiro abajo! ¿¡Te enteras!? ¡Y más te vale que no te pille con las venas cortadas o
algo de eso, porque después de llevarte al hospital, donde comerás mierda, te
pincharan el suero en las venas, dejándote montones de hematomas, cortarte tus tan
queridísimas uñas y estropearte el cutis vas a desear no haber nacido! – y siguió sin
obtener respuesta. Totalmente desquiciado y preocupado, retrocedió dispuesto a
echar la puerta abajo de una patada. Una gruesa capa de madera no iba a impedirle
salvar a su hermano, al cual ya se imaginaba medio desangrado en el suelo,
desnudo y con una postura de lo más indecorosa, cubierto de sangre. Un festín para
cualquier masoquista sádico que lo encontrase. 

Mentalizándose para embestir la puerta como un toro frente a una capa roja… se
dio cuenta de que la puerta estaba abierta, sin pestillo, solo encajada. Entrecerró los
ojos. Sería estúpido. Sin darle más vueltas, abrió la puerta preparado para lo que
iba a encontrarse, para cualquier cosa… menos para esa. 

Bill estaba de pie, desnudo, secándose el pelo con una toalla a espaldas de él…
¡Con los cascos del iPod puestos a todo volumen! ¡Si podía oír hasta lo que estaba
escuchando y tarareando en voz baja tan ricamente! Nada más y nada menos que
Verboten, de LaFee. 

Le entraron auténticas ganas de matarlo, de estrangularlo hasta la muerte y luego


suicidarse, de hecho, ya estaba levantando los brazos temblorosos para agarrarlo
del cuello cuando Bill apartó la toalla con la que se restregaba el pelo. Este calló
suavemente sobre su nuca hasta la espalda brillante llena de gotitas de agua. Tom
olvidó la idea de estrangularlo, más que nada porque se había quedado tieso. Su
mirada recorrió el cuerpo de su hermano casi por instinto y lo que vio le hizo abrir
los ojos como platos. Nunca llegó a pensar que Bill fuera tan atrayente, tan
indecoroso, provocativo. Tan sensual. Tan… prohibido. 

Prohibido… Verboten. 

Bill había empezado a cantar por lo bajo la canción que escuchaba. Su voz tan
suave… hacía mucho que no lo oía cantar y precisamente había elegido esa
canción para hacerlo. 

Verboten… 

Prohibido… Bill era un deseo prohibido. 

Aturdido, retrocedió hacía atrás y cerró la puerta, apoyándose en ella. ¿Qué había
pasado? Se había quedado sin habla observando el cuerpo desnudo de su hermano
gemelo. Vale… eso había sido shockeante y lo peor no era eso. Tom bajó la mirada
lentamente, con una ceja alzada. Sus ojos iban a salírsele de las órbitas como en los
dibujos animados de los Looney Toom… ¡Estaba totalmente empalmado!
Capítulo 3: Miedo...

-Oh, que sorpresa verle aquí de nuevo Kaulitz.

-Si, si, es fantástico volver a verte. Aunque no estoy muy seguro de que hago aquí.
Venía ha hablar contigo sobre mi problema, ya sabes…

-Claro, claro. Pero no recuerdo tener una cita con usted apuntada en mi horario. 

-Es que he venido sin avisar. Ya se que estarás muy ocupado, pero esto es grave.
Necesito hablar sobre mi problema ahora mismo con un especialista. 

-Claro, lo entiendo, pero es que justo ahora termina mi turno y he quedado con mi
mujer y mis hijos para llevarlos a comer…

-Haber, ¡Aquí tienes un paciente necesitado que te exige ayuda! No puedes irte sin
atenderme. – el urólogo retrocedió y asintió débilmente con la cabeza, sentándose
en la silla. Por la cara de desesperación de Tom y la enorme vena que latía en su
frente, supo que si fuera necesario lo retendría en contra de su voluntad. Prefirió
sonreír y relajarse, recordando la gran cantidad de dinero que ganaba por solo unos
minutos de charla con aquel joven precoz. 

-De acuerdo, siéntese por favor. – Tom se sentó cómodamente en la silla,


suspirando, muy tenso. - ¿Qué le ha ocurrido? 

-Veras tío… es que ha pasado algo…

-¿Le importaría no llamarme tío? – para él, un licenciado en la universidad de


Oxford con matrícula de honor, que un crío raperillo le llamara tío le sonaba a
insulto. 

-¡Joder, no estoy para tonterías! ¡Yo aquí pago doscientos euros y por ese dinero te
llamo como me da la gana, como si te quiero llamar puta y me da por darte azotes
en el culo! 

-Ah… oh… va-vale. – sonrió forzadamente, empezando a temblar como una hoja.
¿Ha ese niño se le iba la pinza o qué? Desde luego tonto no era. 
-Lo siento. Es que estoy muy estresado, ¿por donde íbamos? 

-I-i-iba ha hablarme de su problema. 

-Ah, si, mi problema. Verás, mi problema se ha vuelto más chungo de lo que era…

-¿A-a que se refiere? Han aparecido algunas anomalías en su miembro. 

-…No… bueno, si… me he empalmado. 

-Ah… Entonces su problema se ha solucionado ¿no? 

-Si… bueno, no… es que me he empalmado de una forma muy chunga, ¿sabes? 

-¿Ha tomado drogas, algún afrodisíaco?

-No… aquí es donde yo quería llegar. Esta conversación es confidencial, como en


el FBI ¿no? De aquí no sale. 

-Por supuesto, de aquí no sale. 

-Entonces vale. Resulta que yo siempre he sido muy mujeriego, de estos que cada
día tienen una distinta en la cama y yo siempre he funcionado perfectamente,
siempre han salido todas muy contentas… y yo también, claro… bueno, pues
resulta que ¡Yo amo a las mujeres, a todas! Guapas, feas, delgadas, gordas, cada
una tiene su propio encanto especialmente, entre las piernas. 

-Eh… aja… claro. – un pequeño tic hizo temblar la sonrisa del urólogo. 

-A donde yo quiero llegar con todo esto es a algo concreto. Quiero que me
responda a una pregunta. 

-Por supuesto, para eso estoy aquí. 

-Vale… ¿Es normal que yo me empalme al ver a mi hermano gemelo desnudo? 

-¿Co-cómo? 

-Es que yo no lo veo muy normal… pero como el especialista aquí eres tú, pues
venía a preguntarte porque estoy muy rayado. Es mi hermano gemelo y veo la cosa
muy fuerte, vale que se maquille y a veces parezca una tía, pero aun así, sigo sin
verlo lógico. 

-Un momento, ¿Me está insinuando que ha tenido una erección al ver a su hermano
gemelo desnudo?

-Eh… básicamente si. Pero no pongas esa cara de flipado porque me estoy
empezando a preocupar ¿sabes?

-Es que…

-Es que ¿qué?

-Hombre, normal, normal no es. 

-Lo sabía, yo tengo que ir a un psicólogo ¿no? Sabía que esto era demasiado para ti
tío. Supongo que entonces será mejor que me vaya y busque a otro…

-¡No! – gritó el urólogo de repente. – No hace falta, con que no es normal me


refiero a que es… difícil de ver hoy en día, pero dentro de lo que cabe no es tan
raro. – sonrió. Que le cayera un rayo encima si era tan estúpido como para perder
un cliente con el que podía ganar millones. – Lo que pasa es que lleva mucho
tiempo sin mantener relaciones sexuales cuando acostumbra a tener muchas,
entonces al ver a su hermano desnudo… simplemente su cerebro le ha dado una
señal.

-Ah… ¿Qué señal?

-La señal de que hecha de menos tener un cuerpo desnudo entre sus brazos.

-Ah, vale… entonces no es raro, ¿no?

-No, no, para nada. 

-Uff, que susto, menos mal, me acabas de quitar un peso de encima tío. Joder, ya
me estaba planteando como contárselo a mi hermano.

Un problema menos. Eso de que las cosas no pueden ir a peor es mentira, al


menos en mi caso. Cuando me la he visto levantada, despierta y dura como una
piedra, he sentido que tocaba fondo. Por dios, empalmarme al ver a mi hermano
gemelo desnudo. No se puede caer más bajo. Ahora estoy más tranquilo, el
urólogo es un especialista y si dice que no pasa nada es que no pasa nada… o eso
pensé hasta meterme en el coche y conducir de camino al apartamento perdido en
mitad de aquel pueblecillo donde había dejado a Bill solo. Totalmente flipado y
empalmado, me había ido pitando al médico, me había acojonado de lo lindo y
ahora estaba más acojonado al recordar que Bill estaba solo, sin nadie que lo
vigilara. Todavía esta a tiempo de cortarse las venas en la ducha… ¡Mierda, lo he
dejado solo, sin avisar y encima en el baño! Hasta hace poco tenía que esperar en
la puerta, sentado en el suelo y hablándole mientras se duchaba… le da pánico
quedarse solo en el baño después de aquello. Y yo lo comprendo…

Acabábamos de acabar el concierto, ni siquiera recuerdo donde fue exactamente.


Había estado más pendiente de Bill que de mi guitarra o de los gritos, pese a eso,
estaba tan acostumbrado que no me equivoqué ni una vez. Tal vez un fallillo tonto,
pero nada más. Bill había estado tenso, su sonrisa era forzada y había notado que
a veces había mirado a las fans que gritaban histéricas incluso con algo de miedo.
Se me había acercado más que de costumbre, casi revoloteaba a mí alrededor.
Había estado muy superficial, al menos para ser él que se sentía tan cómodo en el
escenario como en nuestra casa. Aquella vez no… 

-¿Estás bien? – le pregunté en el vestuario en voz baja, mientras recogían nuestras


cosas. Georg y Gustav habían salido escopeteados para decirle no se qué a
David. 

-Si, claro, ¿Por qué lo preguntas? 

-Te he notado tenso. – Bill no dijo nada, repentinamente serio. – Pasa algo ¿no?
Lo tienes escrito en la cara. 

-Hum… 

-¿Qué pasa?

-… él o ella estaba allí. 

-¿Qué?

-El admirador secreto. Siempre está ahí, lo decía en el mensaje. Siempre voy ha
estar detrás de ti – dijo con preocupación. 
-Estás nervioso por eso. 

-No me siento a gusto pensando que esa persona me observa de cerca, me acosa.
Me da… miedo. – recuerdo su cara tan pálida, su angustia, su nerviosismo. Había
pasado una semana desde lo que ocurrió en aquel hotel y no lo entendía, ni yo, ni
Bill, ni los guardaespaldas, ni nadie. Los mensajes, las llamadas perdidas, seguían
llegando y ya no solo eso. Hace cinco días, en la taquilla de uno de los vestuarios,
Bill encontró en peluche viejo y sucio, con los ojos de botones sacados del que
colgaba una nota. 

Con infinito cariño y deseo. 

¿Cómo cojones había entrado en los vestuarios? ¿Quién en su sano juicio


mandaría un regalo como ese? Hacía tres días, encontramos una caja con los
restos de los huesos de un gato en el hotel, en la puerta de la habitación de mi
hermano y un collar hecho con espinas de rosa… con sangre. Bill era incapaz de
caminar por el pasillo del hotel solo. Tenía miedo. Y pese a que contratamos a más
guardaespaldas, esos macabros regalos seguían llegando. Ya no sabíamos que
hacer. 

-¿Me acompañas al baño? Me estoy meando desde hace media hora – me dijo Bill
sacándome de mi ensimismamiento. 

-¿No puedes esperar a llegar al hotel?

-¿Crees que si pudiera esperar te lo pediría? Vamos, por favor o me meo aquí
mismo. – las fans ya se habían ido, no había nadie salvo nosotros y un par de
guardaespaldas a la salida del lugar, para vigilar que nadie entrara. Los servicios
públicos estaban a varios pasillos, ¿Qué podía pasar? Además, yo estaba con Bill,
nadie se atrevería a acercarse estando yo presente, por lo menos si se trataba del
acosador. 

-Vamos, rápido eh. – Bill debería estar cagado de miedo y no se atrevería a


caminar cinco metros sin guardaespaldas y sin embargo, cuando estaba conmigo,
volvía a ser el mismo despreocupado y alegre de siempre, o eso aparentaba.
Estando yo, parecía que el resto sobraba y eso también me daba confianza a mi
mismo, que aunque lo disimulara, también tenía cierto miedo. Pero también debo
reconocer que el coraje y la rabia eran mucho mayor que el miedo. 
-¿Has terminado ya? – le pregunté a Bill, apoyado en la columna del cubículo
donde estaba metido. 

-Buaj, esto esta asqueroso. ¡Una compresa, que asco!

-¿Qué esperas? Es el baño que han utilizado las fans. Te dije que te esperaras a
llegar al hotel. 

-¡No puedo aguantar más! ¡Me meo, me meo! 

-¡Eso, pasa de mí! No te sientes en la tapa, puedes contagiarte de algo. 

-Solo voy a mear, no ha cagar. 

-Por eso digo que te sientes. 

-¡Vete a la mierda! – me reí por su rebote. Crucé los brazos y a los pocos
segundos oí el sonido de la meada de mi hermano. – Uff, por fin. 

-Quédate a gusto, no te cortes. 

-Cállate y déjame mear tranquilo. – en ese instante estaba relajado. Empecé a


juguetear con el piercing del labio, distraído, esperando a que Bill terminara,
cuando por el rabillo del ojo, me pareció ver algo moverse fuera de los servicios,
como una sombra. Me puse un poco nervioso, no muy seguro de lo que acababa de
ver. 

-Bill, termina ya. 

-Que si, que si, estoy a punto. Es la meada más larga que he echado en mi vida. 

-No hace falta que lo jures. – mis ojos se clavaron en la claridad que entraba por
el pasillo de fuera de los servicios, donde acababa de detectar movimiento… pero
esa vez fue mucho más claro. Alguien pasó, alguien corrió como una sombra
frente a mis ojos, rápidamente, fuera del baño. Ese puto acosador. - ¡Joder! – sin
dudarlo ni un momento, encendido en ira, salí flechado hacía allí. Fuera quien
fuera, estaba seguro de que era la persona por la que Bill apenas pegaba ojo en
las últimas noches. Iba a matarlo. Pero cuando salí al pasillo, no había nadie, ni a
la izquierda ni a la derecha. 
-¿¡Tom, que pasa!? – oí a mi hermano saliendo del cubículo enseguida, con la
cara blanca. 

-Vamonos de aquí. 

-¿Qué pasa? 

-Nada, no pasa nada. Has terminado ¿no? Pues venga – Bill asintió, preocupado y
caminó hacía la puerta que yo acababa de atravesar. Suspiré aliviado y me
acerqué a él cuando de repente, estando a dos metros el uno del otro, la puerta se
cerró de un portazo, quedando Bill al otro lado, en los baños y yo en el pasillo.
Estoy seguro de que me puse pálido. 

-¿Qué? ¿Qué coño? ¡Bill! – agarré el pomo de la puerta y tiré de él. Cerrado. 

-¡Tom! ¿¡Que pasa!? ¡La puerta no se abre! ¡Tom! 

-¡Joder! – tiré con más fuerza, intentando abrir. Estaba cerrado a cal y canto. -
¡Bill, deja de tirar! 

-¡No estoy tirando, abre de una vez!

-¡Es lo que intento!

-¡Esto no tiene gracia Tom, abre la jodida puerta! 

-¡Esta cerrada! – de repente, silencio. Bill dejó de hablar. 

-Tom… la luz… se ha ido la luz. – oía su voz, un murmullo. Le temblaba. – La


luz… ¡Se ha ido la luz! ¡Abre de una vez! 

-¡No puedo, no se abre! 

-¡Tom, por favor, ya vale! ¡Me estoy asustando!

-Espera, voy a llamar a alguien. – iba a salir corriendo a buscar a alguno de esos
gorilas, a David, a Georg, Gustav, a alguien que pudiera abrir la puta puerta.
Creo que yo estaba más desesperado que el mismo Bill. 

-¡No, no te vayas, no me dejes solo! – o tal vez no. Su grito desesperado me


mantuvo frente a la puerta, inmóvil. – Tom… no te vayas… 

-Tranquilo… no me voy… 

-Tom… ¡Ah! 

-¡Bill! ¿Qué pasa? 

-Hay… hay… Se ha movido… algo se ha movido… 

-¿Qué? 

-Se ha movido… ¡Hay alguien joder! – el pomo de la puerta empezó a moverse de


forma frenética por los esfuerzos que Bill hacía por abrir desde el otro lado, pero
la puerta no se movía ni un milímetro. - ¡Abre, abre, abre! – sus gritos… nunca
gritaría así después de un concierto. Se estaba destrozando la garganta en cada
grito. Estaba muerto de miedo. 

-¡Mierda, mierda, mierda, David… Saki! ¡Cabrones, venid joder! – empecé a


embestir la puerta con el hombro, empecé a darle patadas. 

-Abre… abre… por favor, abre ya… - Él estaba llorando desde el interior. 

-¡Ábrete puta zorra! 

-¡Tom! – alguien me gritó desde la izquierda. Pude ver como David corría hacía
mí desde el final del pasillo. 

-No… no… no por favor… - oí su voz tras la puerta, estaba aun más aterrorizado
que antes. 

-Bill, Bill, ¿Qué está pasando?

-No te acerques… - Que no se acercara ¿Quién? 

-Tom, ¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos? – David ya estaba a mi lado en ese
momento. 

-No… no te acerques más… ¡No me toques! 


-¿Bill está ahí dentro? – no podía responder, estaba paralizado. Sentía el miedo de
Bill… si, lo sentía recorrer mi cuerpo. 

-¡No! ¡Aaaaahhhhh! – el último grito fue escalofriante. Oí un golpe, algo pesado


cayendo al suelo y desperté. Retrocedí unos centímetros y embestí la puerta con
tanta fuerza que rompí el cierre y varias bisagras saltaron. Como mínimo me
había dislocado el hombro, pero no hice caso del dolor. Busqué a Bill con la
mirada y allí lo encontré, tirado en el suelo, con los ojos cerrados y la cara
empapada de lágrimas, todo el maquillaje corrido. Prácticamente me tiré al suelo,
muerto de miedo, agarrando su cuerpo flácido, temblando como un flan. 

-Bill… ¡Bill! ¡Por favor despierta, no me hagas esto! ¡Bill! – acaricié su cara,
apartando el pelo, limpiando el maquillaje y las lágrimas. Estaba sangrando.
Tenía un arañazo que le cruzaba la mejilla de parte a parte y le sangraba el labio.
Casi se me saltaban las lágrimas. 

-Se ha desmayado. – murmuró David a mi lado. Encendió la luz del baño y todo se
iluminó. No había nadie. No aparté la mirada de mi hermano, pero oí las voces de
los demás, de Georg, de Gustav, de Saki y más personas. Gustav se arrodilló
frente a nosotros, mientras Georg, Saki y varios más empezaron a abrir los
cubículos del baño a patadas. 

-No hay nadie. – le oí decir a Georg. 

-Men… tira… - para mi nerviosismo e histeria, en ese momento Bill empezó a


abrir los ojos muy lentamente, como temiendo con que podría encontrarse, con la
vista desenfocada. Me miró y de nuevo empezó a llorar, apoyando la cabeza en mi
hombro y estrujando mi camiseta entre sus manos. – Tom… no… no me has
abierto… - sollozó, yo también tenía ganas de llorar por el susto, pero solo atiné a
abrazarlo con fuerza. – Es-estaba ahí… me ha atacado… - Gustav me lanzó una
mirada significativa y luego bajó la mirada hasta la mano de Bill, de su muñeca.
Las tenía rojas, amoratadas. Habían estado forcejeando con él. 

-David. – nuestro productor, que no se había movido de nuestro lado fue hacía
Saki, que le señaló algo dentro de uno de los cubículos. Él frunció el ceño. 

-Ha escapado por la ventana. – declaró al fin. Bill me abrazó y siguió llorando
bajito en mi hombro, asustado, temblando. Yo, además de sentirme culpable y
angustiado… deseaba matar a la persona que había espantado a mi hermano
hasta la inconsciencia, haciéndolo llorar. 
Ese día tuvimos claras un par de cosas pese al susto. La persona que le había
atacado era un hombre y lo más probable es que fuera el acosador, pues antes de
acercarse a Bill había intentado calmarlo con palabras amistosas, un, no te
asustes, no llores, sabes que nunca te haría daño. Pero lo había hecho, al verle
muerto de miedo e incapaz de reprimir los gritos, lo había agarrado de las
muñecas con fuerza, lo había pegado a la pared, había intentado… besarle.
¡Besarle! ¡A mi hermano! Bill se había resistido y ese hijo de puta le agarró la
cara, le arañó y le mordió el labio. Bill se desmayó en ese instante y él salió
corriendo como un perro. 

Yo solo podía pensar en destripar a ese loco. No lo quería enjaulado… ¡Lo quería
muerto! 

-¡Bill! – Tom entró corriendo en el apartamento, sudando por el agobio,


desesperado. Tenía ganas de romperse la cabeza contra un pedrusco. ¿Cómo podía
haber dejado solo a Bill en ese estado? Corrió por el pasillo hacía el baño,
esperando encontrarse con lo peor pero cuando abrió, nada. Un alivio inmenso le
recorrió el cuerpo. 

-¡Tom, ya era hora! ¿Dónde te habías metido? – su hermano lo miró de arriba


abajo, con los ojos muy abiertos, visiblemente sorprendido, pero más se
impresionó Tom al verlo perfectamente maquillado, peinado (no enlacado, pero si
con el pelo liso) y vestido como si fuera a algún concierto y lo más sorprendente,
¡No parecía enfadado, para nada! De hecho parecía contento. 

-Eh… ah… yo… yo… yo estaba… Si… ¿Estás bien? – Bill sonrió como no hacía
desde hacía mucho y Tom sintió un fuerte latido retumbarle en el pecho. 

-¡Mejor que nunca! ¿A que no sabes quien ha venido mientras tú estabas fuera? –
Tom encogió la cara y alzó una ceja. 

-Hum… ¿Nena? 

-Por desgracia no, ojala. 

-¡Ah, así que prefieres a Nena antes que a mí, tu amigo de toda la vida eh! ¡Muy
bonito! – el gemelo mayor entrecerró los ojos, observando atentamente como una
cabeza rubia con gafas de sol y ropa pegada y muy de moda hacía su aparición
estelar. - ¡Cuánto tiempo sin verte tío! 
-¿Andreas?

Capítulo 4: In die Nacht

-¿Y te acuerdas de cuando llamaste nazi al director? 

-¡Como para olvidarlo! Ese capullo. Vale que me separaran de Tom, pero me
quedé a gusto después de darle una patada en la espinilla. 

-¡Le diste una patada!

-¡Si, estaba tan cabreado que empecé a patalear y le di con la punta de esas botas
de montaña! ¡Las pisa cabezas! ¿Te acuerdas? 

-¡Joder, pobre director, eso tubo que doler! 

-¡Tenías que haberle visto la cara, Andreas, fue tremendo! – Tom escuchaba los
gritos y las risas con desinterés, mirando alternativamente a su hermano y a su
mejor amigo, charlando tan animadamente. Hum… tenía ganas de echar a Andreas
de una patada en el culo, cosa que nunca imaginó que llegara a pasársele por la
cabeza. Bill sonreía, estaba muy animado y hablaba y se reía como no hacía desde
poco antes de que aquel loco lo acosara. Tom sabía que debía estar feliz por la
reacción de su hermano, pero no lo estaba, para nada. Bill sonreía y se lo pasaba
bien, pero no por su presencia, sino por la de Andreas y eso le molestaba, quizás
hasta le dolía. Quería acabar con esa sensación de inmediato. 

-Y, Andreas, ¿Qué has venido ha hacer a Munich? Pensaba que estabas de puta
madre con esa novia tuya de Hamburgo y de repente te presentas aquí sin avisar. –
saltó de repente, indagando en el tema. Andreas hizo una mueca con los labios,
simulando una especie de pez. 

-Pues nada, ¿Qué va a pasar? Solo he venido de visita ¿Es que es raro que quiera
venir a ver a mis gemelos favoritos? 

-Andreas… - Bill sonrió. – Que nos conocemos. – el muchacho miró con aparente
reproche a los gemelos, antes de bajar la cabeza y ponerse serio. 
-La he dejado. He cortado con ella. 

-¿Qué tú has cortado con ella o ella contigo? – preguntó Bill, perspicaz. Tom
sonrió con disimulo. 

-… Yo… ¡Es una pedazo de guarra! ¡Llegué al piso que compartíamos juntos
después de ir a cenar con unos colegas y me la encuentro a cuatro patas con otro tío
en nuestra cama! 

-¡Joder, que putada! 

-Si, para ella. Porque seamos sinceros Andreas, no fuiste tú precisamente quien
pilló a quien ¿verdad? – el rubio se mantuvo en silencio unos segundos y de nuevo
volvió a intentar imitar un pez con los labios, disimulando. 

-Andreas, eres un cabrón, te tenía en mejor consideración ¿sabes? – se quejó Bill


con expresión seria. Por supuesto, como buen romántico que era, aquello le parecía
horrible. 

-Vaya… ¿Y quien estaba a cuatro patas, tú o…? 

-¡Tom, gilipollas, cierra la boca! – lo sabía, si es que Andreas era un libro abierto.
A saber con quien lo había pillado la novia y haciendo que, Tom prefería no
imaginárselo. Había estado a punto de meter la pata ya que solo él sabía que
Andreas era bi. Lo mismo le daba un tío que una tía, dependiendo del momento.
Eso era algo que ni siquiera su hermano sabía. – El caso es que me ha echado de
casa y no quiero volver a casa de mis padres con el rabo entre las patas, sería
humillante. – el rubio hizo un puchero, los ojos se le empañaron y con esa carita de
cordero degollado miró al menor de los Kaulitz, con ojos brillantes. 

-Pobre Andreas. – suspiró Bill, llevando una mano a la cabeza del susodicho
empezando a acariciarle el pelo. 

-Si, pobre Andreas. Bueno… ¿Y cuando te vas? ¡Au! ¡Bill, esos pellizcos! 

-¡Eres un insensible! Es nuestro mejor amigo y necesita apoyo. 

-¡Apoyo su novia y un psicólogo! 


-¡Bah! Pasa de él Andri, esta tonto. Te puedes quedar aquí el tiempo que necesites. 

-Gracias Bill. 

-¡¿Qué?! 

-Tú si que eres un amigo, no como otros – Andreas casi tenía la cabeza apoyada en
el pecho de Bill, casi lo abrazaba y Tom lo apartó de un empujón, haciéndolo caer
al suelo de culo. 

-¡No te aproveches de la situación! ¡Precisamente volver a casa con el rabo entre


las piernas es lo mejor que podrías hacer! ¡Aprovechado! – gritó histérico. 

-¡Cierra la boca Tom! ¡No es un aprovechado, yo quiero que se quede! 

-¡Pues por eso es un aprovechado, se aprovecha de tu estado para venir aquí y…!

-¿¡Mi estado!? ¿¡Que estado!? ¡Estoy mejor que nunca y por eso quiero que se
quede! 

-¡Tu estado maniaco depresivo! 

-¡Me estás llamando… estas diciendo que tengo problemas con los nervios!

-¡Te estoy llamando histérico! ¡Eso es lo que te estoy llamando! 

-¡Pues yo a ti te llamo fregona con patas y de las que limpian mierda y no se lavan,
que llevas sin lavarte las rastas desde hace cinco días! 

-¡Porque tengo que limpiar la mierda que tú vas cagando mientras caminas después
de tu pelea con el psicópata ese! – Bill calló de pronto, mirando a su hermano con
los ojos muy abiertos, igual que Andreas que se había llevado las manos a la
cabeza. Eso había sido un golpe bajo. 

-¿Sabes lo que limpias con tus rastas? ¡Mis huevos es lo que limpias con tu mierda
de pelo podrido, espagueti, fumetas yanqui… hippie! ¡Mis huevos es lo que
limpias hippie de mierda! 

-Oi… ¡Oi lo que me ha dicho, oi lo que me ha dicho! ¡Porque eres mi hermano


pequeño que sino te ibas a comer un par de mecos! – Gritó Tom levantando la
mano amenazante. Andreas abrió la boca de par en par cuando Bill le dio un
guantazo en el lateral de la cabeza a su hermano. 

-¡Pues ahora eres tú quien se come los mecos! ¿¡Quieres más eh, quieres más!?

-Yo… yo creo que mejor me voy a un hotel o algo así y vosotros ya os la apañáis –
Andreas se levantó del suelo, de donde había estado observando la pelea y caminó
muy despacio hacía la salida, de puntillas. 

-¡Una polla, tú te quedas! – gritó Bill, tirando del rubio con fuerza hacía sí,
abrazándolo del cuello como un peluche, pegando su cabeza a su pecho. 

-¡Suéltalo Bill!

-¡No me da la gana! ¡Si yo digo que se queda, se queda! 

-¡No me hinches los cojones, no me los hinches! – Bill le enseñó los dientes como
un león provocando a otro. 

-¡Se queda y que sepas que hoy duerme conmigo en tu cama! 

-¡Ah, no, eso si que no! 

-¡Si! 

-¡No! – Andreas se removió entre los brazos de Bill. Se estaba ahogando de tanto
apretarle la cabeza contra su plano pecho. - ¡Imbécil! ¡Tú no puedes dormir en la
misma habitación que otra persona que no sea yo! ¿¡O quieres que vuelva a pasar
lo del acosador!? – Bill se quedó callado entonces y pareció replantearse todo lo
oído, encogiendo la cabeza. Andreas dejó de moverse y Tom se quedó serio. Por
unos segundos se hizo el silencio. 

-Es nuestro amigo. Es Andreas. 

-¿Y quieres dormir en la misma habitación que él, con otra persona que no soy yo?
¿Con otro hombre? – Bill no respondió, cosa que puso a Tom de los nervios.
Frunció el ceño y apretó los puños, de nuevo cabreado. – Muy bien, parece que ya
has superado tu trauma, así que recogeré mi ropa y me voy a mi cuarto. ¡Pásatelo
bien con Andreas! – gruñó con desdén, furioso. Corrió hasta las escaleras pero
antes de empezar a subir por ellas, una mirada afilada se clavó en su hermano y
luego en la cabeza rubia que había entre sus brazos. Pretendía ser una advertencia
que Andreas no pudo captar al no ver nada, pero Bill si. 

-¡Tom, espera! – gritó enseguida, pero su hermano no le hizo caso y corrió escalera
arriba. Bill soltó a Andreas con brusquedad, que suspiró aliviado.

-Dios, menudo rebote a pillado. – murmuró intentando calmar el tenso ambiente,


pero para entonces solo fue capaz de ver como Bill corría tras su hermano. 

No quiero que se vaya de mi cuarto. No… ¿Dormir solo en una habitación


pequeña y oscura? ¿Dormir acompañado de alguien que no sea Tom? No puedo,
no ahora, me moriré de miedo. Es tan frustrante, siento tanta impotencia e incluso
humillación al pensar que a mis dieciocho años tengo que dormir al lado de mi
hermano por miedo a que la pesadilla se vuelva a repetir. No quería reconocerlo,
pero estoy tan traumado después de eso. Esa imagen se repite en mi cabeza, una y
otra vez y hago lo posible por olvidarla, pero cuesta tanto. Solo Tom puede
tranquilizarme, solo mi hermano… como esa noche. 

-Tom… Tom ¿estás despierto? – recuerdo cada movimiento, cada palabra que
pronunciamos esa noche. Entonces no sabía que era la calma antes de la
tempestad. 

-Hum… - Tom se movió en la cama, giró el cuerpo y se puso de costado,


mirándome. – Como para dormirme contigo que no paras de hablar. ¿Por qué no
te duermes de una vez? Son las tres de la mañana. – hablábamos en susurros,
como solíamos hacer de pequeños, cuando compartíamos habitación y litera. Ese
sería el momento en que mamá entraba en la habitación y nos gritaba que
dejáramos de hablar y durmiéramos de una vez. Echaba de menos sus gritos. 

-No puedo dormir. 

-Buff… - bufó él. – Yo tampoco. 

-Estoy nervioso. ¿Y si nos esta escuchando ahora mismo? ¿Y si se cuela esta


noche? 

-Saki esta pegado a la puerta, no se moverá en toda la noche. Hemos atascado las
ventanas y hay guardaespaldas en la puerta del hotel. Si ese tío entra, es que es un
fantasma. 
-Siempre entra, no se como lo hace. Me sentiría más seguro con una pistola en la
mano. 

-¿A dónde vas con una pistola, Terminator? Vamos ha atracar un banco con la
pipa de David. – Tom se rió y yo contuve mi sonrisa floja con seriedad. 

-A mi no me hace gracia. 

-Hay que ver el lado positivo de las cosas Billy. 

-¿Y que tiene esto de positivo?

-Pues… Puede que tomen la idea para una película de terror. 

-Pues que no cuenten conmigo. – me giré en la cama y le di la espalda. Que Tom


se tomara la mayor parte de las cosas a guasa era una de sus cualidades, me
encantaba que se riera de las penas y preocupaciones en su propia cara, pero
aquello me hizo sentir mal. Yo tenía miedo y él se reía. Era como si se estuviera
riendo de mí. Hice un último esfuerzo por dormirme, cerrando los ojos, pero sentí
un movimiento brusco en la cama y me puse nervioso. Entonces silencio. Suspiré
con alivio… y pegué un bote de la cama cuando sentí como una mano me
agarraba del tobillo con fuerza. - ¡Aahh! 

-¡Jajajaja! ¡Te has puesto blanco! – Tom se descojonaba de lo lindo en mi cara,


saliendo de entre las sábanas pegado a mi espalda. Con el bello de punta, lo
empujé hacía atrás de un codazo y le tiré la almohada a la cara. 

-¡Que te jodan! – volví a acomodarme en la cama, quitándole la almohada y


apoyando la cabeza en ella, cabreado. – Imbécil. 

-Oh Bill se ha cabreado. Pobrecito que tiene miedo. 

-¿Te lo repito otra vez? No le veo la gracia ¡No le veo la puta gracia! ¡A ti
también se te borraría esa jodida sonrisa de la boca si un loco fuera detrás de ti
para metértela por el culo! – Tom se quedó callado frente a mi grito, un par de
lágrimas se me saltaron cuando me toqué con la yema de los dedos la herida del
labio inferior. Había pasado tanto miedo allí dentro, había sido horrible y ni
siquiera recuerdo su cara, todo estaba oscuro, pero si recuerdo su voz, tan grave y
ronca... ¿Cómo podía pasarme esto a mí? Era… era repugnante. 
-Bill…

-Déjame en paz. 

-¿Estas llorando? 

-No. – me contenía, pero estaba a punto de hacerlo. – Esto es humillante. Ese tío
me ha… ha intentado… me ha dado mucho asco. ¡Que asco, no quiero que me
toque! – había escondido la cabeza en la almohada, mojándola con mis lágrimas,
pero se podía notar en mi voz perfectamente que lloraba. Estaba tan asqueado. Oí
a Tom suspirar y sentí un escalofrío cuando pasó la yema de sus dedos por mi
espalda cubierta por la camiseta del pijama. 

-Billy, Billy, Billy… ¿Cuándo te vas a enterar de que tu hermano mayor te


protege? ¿Crees que yo voy a dejar que ese cerdo te ponga la mano encima? Antes
renuncio al sexo de por vida y sabes que con ese tema no bromeo. 

-No puedes… si ni siquiera Saki ha podido pillarlo y protegerme ¿Cómo vas ha


hacerlo tú? – Tom se quedó callado un momento y sentí como la cama se movía al
levantarse él. Oí sus pasos por la habitación y al cabo de los segundos volvió,
tumbándose boca abajo a mi lado, dándome unos toquecitos en el hombro para
que levantara la cabeza. 

-Mira… es nuestra primera foto juntos. – levanté la vista y me limpié las lágrimas
con el brazo, mirando la imagen que Tom me tendía. Era una ecografía. No se
veía bien, estaba muy oscuro, pero podía ver dos cabezas enormes y distinguí
varias partes de los pequeñitos cuerpecillos. - ¿Te acuerdas de cuando estábamos
ahí dentro?

-Claro que no. 

-Yo tampoco. ¿A que no sabes quien eres tú?

-Es imposible que pueda saberlo. 

-Pues yo lo se. Este de aquí soy yo y tú el otro. – entrecerré los ojos y me fijé mejor
en la foto, intentando captar alguna diferencia que nos identificara, pero era
imposible saber quien era quien. 

-¿Cómo puedes saberlo? 


-¿Ves esta cosita tan pequeñita de ahí? Esa es una mini polla, así que ese soy yo…
como la tuya no se ve, el otro eres tú. – y estalló en carcajadas. Yo no sabía si
darle un cate o reírme con él. 

-Eres imbécil. – murmuré al final con una sonrisa, sin apartar la vista de la
ecografía. 

-Bueno, dejando de lado el cachondeo, no tengo ni idea de quien es quien y no me


importa. 

-¿Por qué llevas esta foto encima? - Tom alzó una ceja y se encogió de hombros. 

-Eres tan diferente a mí que necesito una prueba de que de verdad eres mi
hermano gemelo… es coña… no se, me llamaba la atención. Me gusta. ¿Tú no
tienes una cosa de estas? Una cosa que no tiene ningún valor para nadie, solo
para ti. Un objeto al que le tienes un apego especial por algo… este es el mío. La
tengo desde que dejamos a mamá por primera vez para irnos a tocar por los bares
solos. Es mi foto favorita aunque no sepa quien soy yo. – miré a Tom con los ojos
muy abiertos. Lo que me había dicho me había sorprendido mucho y me había
llegado hondo. Nunca me hubiera esperado esto de él. Era un cachondo y siempre
estábamos juntos para lo bueno y para lo malo, pero por lo general, siempre
manteníamos cierta distancia sentimental. No sabría explicarlo. Estábamos muy
unidos desde siempre, pero había una barrera, una barrera llena de orgullo
masculino. No, más bien un iceberg, frío que nació entre nosotros cuando
empezamos a dejar atrás la inocencia y la ingenuidad típica de la infancia. 

Tom se había vuelto más frío, ahora solo pensaba en chicas, en sexo, en fiestas, en
su fama, en pasárselo bien. Yo era tres cuartas de lo mismo, solo que añadiéndole
preocupaciones por el trabajo, estrés y demás. A veces echaba de menos esa época
en la que nos bañábamos desnudos en la piscina del campo y luego nos
tumbábamos en la hierva para ver las nubes… dejamos de hacer eso cuando me
picó un bicho y se me puso el brazo tan hinchado que parecía un globo. Y a partir
de ahí, en la escuela, sobre los diez años, cada uno empezó a ir a lo suyo. Se
acabó el meterse en la cama del otro por la noche para contar historias de miedo
sobre muñecos asesinos, para darnos sustos y pelearnos mientras jugábamos… se
acabaron los inocentes besos en los labios que nos dábamos para imitar a los
amantes que veíamos en las telenovelas que veía mamá. 

Besos que nosotros ignorábamos que fueran totalmente incestuosos e intolerables


entre dos hermanos gemelos. 

-Tom.

-¿Qué? Si me vas a llamar moñas por lo de la ecografía, ahórratelo. 

-No es eso, solo… ¿Por qué me la has enseñado? - Tom pareció pensárselo un
momento antes de quitarme la ecografía de las manos y dejarla sobre la mesilla de
noche. 

-Es un recuerdo… una foto nuestra de cuando aun no teníamos conciencia de


nada. Se que tenemos un montón de cuando éramos niños, pero esa es especial
porque nunca hemos estado tan juntos como cuando estábamos en el vientre de
mamá y nunca volveremos a estar tan juntos como entonces… porque dentro de
mamá solo estábamos tú y yo, compartiendo el hilo que nos unía a la vida. Se que
puede sonar cursi, pero esa foto es mi, “In die Nacht”. – Tom suspiró y bajó la
cabeza, estaba azorado. – Estás muy nervioso y tienes miedo… si te he contado
esto es simplemente para que comprendas que no voy a ninguna parte, que aquí
estoy y que voy a protegerte, que aunque estemos separados… yo voy ha estar ahí
aunque acabe jodido. – Tom me miró unos segundos, cruzamos miradas y un
silencio tenso se formó entre los dos. En ese momento no se cuantas cosas se me
pasaron por la cabeza, pero una de ellas fue el vago recuerdo de uno de aquellos
besos inocentes que alguna vez nos habíamos dado, ese recuerdo era la prueba de
que una vez habíamos sido niños, tan inocentes que pensábamos que íbamos a
poder estar juntos el resto de nuestra vida, felices, jugueteando y riéndonos. Ya no
había inocencia. Ahora solo había realidad. 

-Tom… 

-¿Qué?

-Gracias… - murmuré. La sonrisa volvió a mi cara enseguida.

-Anda, duérmete. – la suya también. Dormimos como hacía años que no lo


hacíamos, tranquilos, relajados, sin miedos ni preocupaciones, un descanso total,
un sueño profundo. Era como volver a estar en el vientre de nuestra madre, o así
lo sentí yo. Juntos y sin ser conscientes de nada, sumidos en una maravillosa
ignorancia inocente. 

Juntos, “In die Nacht” 


Dormimos tan profundamente que ni uno ni otro despertamos cuando la
musiquilla de mi móvil empezó a sonar una y otra vez, persistente, acabando en
una llamada perdida. 

Tom recogió la ropa desperdigada por encima de su cama, las revistas de


“variedades”, sus gorras, su móvil… su cajita de preservativos o como él le llama,
su condonero… (Lo llevaba a todas partes, nunca podía saber cuando podría
necesitarlo)… su iPod… hum… ¿Qué más se dejaba? Miró la cama donde dormía
Bill al lado de la suya, pero muy diferente. Sin nada por encima, tan bien hecha,
tan perfecta. Le entraron ganas de saltar sobre ella. Indignado, caminó hacía su
habitación cargando con todas sus cosas cuando se dio cuenta de que no podría
abrir la puerta con las dos manos ocupadas. Iba a soltarlas cuando la puerta se
abrió y se cruzó con Bill, que se quedó con su nombre en la boca. 

-Tom... eh… ¿Llevas un paquete de condones en la boca? – preguntó al verle tan


cargado que no podía llevarlo en otro sitio que no fuera agarrado por los dientes.
Tom frunció el ceño y escupió el paquete que cayó al suelo. 

-Ahora vuelvo a por él sino te importa. Total, no creo que lo necesites de mucho. –
soltó con sarcasmo. Bill lo miró unos segundos, sin saber que decir, provocando
que su hermano malinterpretara su silencio. – Porque no lo necesitas ¿verdad?

-Pues…

-¡No me lo digas, no me importa! ¡No voy a darte ni uno! – Tom se puso borde y
dios sabía que si Tom se ponía borde con su hermano, su hermano se ponía
insoportablemente cabrón. 

-Tranquilo, para eso tengo los míos propios debajo de la cama. No necesito nada
tuyo. 

-Pues no se para que te gastas el dinero en esas cosas si luego no les das utilidad. 

-¡Pues a lo mejor hoy mismo le doy utilidad! ¿Quién sabe? ¡A lo mejor hoy gasto
el paquete entero! 

-¡Ja, ya te gustaría a ti tener mi aguante! Además, no veo a nadie con quien puedas
utilizarlo. – Bill sufrió un ligero tic en el ojo y se cruzó de brazos, en actitud
chulesca. 
-Pues… tal vez en esta casa hay alguien dispuesto a ayudarme a darle una utilidad.
– Tom iba a replicar, cuando de repente captó el mensaje… para variar, lo
malinterpretó. Miró a Bill con los ojos muy abiertos, que sonreía de oreja a oreja
por su ingenio. A pesar de todo, Tom era un hermano tan sobre protector como el
padre que odia a muerte al novio de su hija y sus reacciones eran idóneas para
ponerlo en evidencia. Tom tragó saliva. 

-Bill… espero que sea una broma porque lo que has dicho es muy fuerte. 

-Pues no, no es broma para nada. - ¡Y se quedaba tan fresco! – Es más, lo tengo
clarísimo y todo preparado para esta noche. 

-Bill… - Tom retrocedió, abrazando la ropa que tenía entre sus manos y mirando
con cierto temor a su gemelo. – Esta broma no tiene gracia. Nunca me esperaría
que algún día llegaras a insinuar algo así… - Bill amplió la sonrisa - ¡Por dios que
somos hermanos! ¿¡Cómo voy a ayudarte yo a gastar un paquete de condones en
una noche!? 

-¿Qué?... Ah… ¡No, contigo no idiota!

-Aah, vale. – Tom suspiró aliviado. 

-Con Andreas quizás… - soltó de broma, intentando aguantar una carcajada al ver
como Tom dejaba caer la ropa a sus pies y lo miraba con ojos desorbitados. 

-Que… ¿¡Qué!? 

-Con Andreas… quiero experimentar algo nuevo… - soltó poniéndose rojo al


aguantar la risa. 

-Pues lo siento por ti pero… tu conejillo de indias va a sufrir un accidente por el


cual no va a poder mover nada más que el cuello para beber agua con pajita ¡Ahora
mismo! – gritó hecho una fiera, ahora él más rojo que el mismo Bill, pero por furia.
Caminó remangándose las mangas de su enorme camiseta para salir del cuarto con
los puños en alto, pero Bill lo agarró del brazo antes de que saliera. - ¡Suéltame,
voy a enseñarle a ese imbécil a meterle a mi hermano cosas raras en la cabeza a
base de hostias limpias! 

-Quédate… 
-¡De la hostia que le voy a meter, lo voy a encaminar otra vez hasta la acera de la
que nunca tenía que haberse desviado! ¡Voy a…!

-¡Tom! – Bill apretó el agarre y tiró de él hacía atrás con fuerza, casi abrazándole
el brazo tenso y apretado por la presión del músculo. Tom se detuvo y dejó de
gritar al momento. – Era broma… quédate, ¿vale? Si te quedas te prometo que no
utilizaré el paquete. – Tom lo miró de reojo, con cara de desconfianza total. 

-Hum… no se si ahora quiero quedarme. En mi habitación estoy la mar de bien yo


solito, con mis cosas y con toda la intimidad del mundo y… 

-Tom… por favor… - el guitarrista era incapaz de dar un no por respuesta a esa
vocecita tristona, suspiró y se dio la vuelta, cara a cara a su hermano. 

-Vale, pero solo si me regalas el paquete. – Bill sonrió con ironía. Haber como le
explicaba ahora que no había tal paquete. Desde una esquina del pasillo, Andreas
los miraba ceñudo. Era un cotilla por naturaleza, no podía negarlo. 

-Hum… joder Tom, tan protector como siempre. Ya me has chafado la noche, con
las ilusiones que me estaba haciendo yo… - murmuró por lo bajo y sin embargo, el
súper oído agudizado del gemelo mayor recibió el mensaje. Tom, disimuladamente
y sin dejar de mirar a Bill, levantó el puño amenazante en dirección al rubio y este,
enseguida, salió corriendo escaleras abajo. Sabía que no era bueno bromear con ese
tema y mucho menos, jugar a rondar alrededor del Kaulitz menor si no quería que
el mayor le sacara las tripas… pero también había que reconocer que Bill era un
hombre único y posiblemente mereciera la pena correr el riesgo.

Capítulo 5: Desesperación...

Después de tantos malos recuerdos... y no tan malos, el que más deseo olvidar y el
que he intentado olvidar con todas mis fuerzas es el que da fin a mi pesadilla y
significa el principio de mi oscuridad. Lo recuerdo bien, demasiado bien, mejor
que el mismo día en que cumplí 18 años, uno de mis recuerdos favoritos. 

Ese día fue el día de después de haber compartido con Tom aquellos momentos en
el que me confesó su secreto, me mostró su tesoro. Una ecografía de nosotros
dentro de la barriga de nuestra madre. Por la mañana nos levantamos tarde, al
menos Tom. Yo me levanté sobre las una, para arreglarme. Tenía cita con el
médico para ver como me iban avanzando las cuerdas vocales después de aquella
operación, aunque si podía cantar perfectamente, debían estar bien por narices.

Cuando salí de la habitación de Tom, dejándolo ha este roque, me encontré a Saki


con unas enormes ojeras frente a la puerta. Le pedí que me acompañara hasta mi
habitación y esperara allí a que me arreglara para ir al médico y me acompañara
luego para llevarme a la prueba del sonido para el concierto de esa noche. Cuando
nos aseguramos de que no había nadie en la habitación, me encerré en ella y Saki
me esperó fuera. A pesar de eso, no pude evitar sentirme inquieto, así que me
duché, me vestí y me maquillé lo más rápido que pude. Hora y media, un record
para mí. Me sentí mal por haberle hecho esperar tanto al pobre Saki. Cuando la
gira acabara, pensaba darle un par de semanas de vacaciones por todo lo que le
hacíamos pasar al pobre. 

Iba a salir ya de la habitación cuando sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo, un


pitido retumbó en mis oídos nada más salir del baño y tragué saliva, mirando el
móvil que había sobre la mesita de noche. Mi móvil. Por un momento tuve la
tentación ignorarlo y salir de allí cagando leches, pero no se si por curiosidad, por
morbo o por masoca, me acerqué a él y tembloroso, lo cogí. Miré la pantalla con
nerviosismo. 

3 llamadas perdidas. 

Número… anónimo. 

Bueno, al menos no había ningún mensaje, así que me guardé el móvil en el


bolsillo trasero del pantalón y salí de la habitación. 

La mañana fue rápida y tranquila. Mis cuerdas vocales estaban de puta madre y lo
mejor de todo fue que no hubo ni una llamada más a lo largo del día… hasta las
siete de la tarde. 

Saki me llevó antes de lo previsto a la enorme cúpula bajo la cual estaba el


escenario donde esa noche pensaba hacer maravillas. Por lo visto, los demás aun
no habían llegado, así que decidí esperarlos en el vestuario tranquilamente, con un
par de guardaespaldas vigilando la entrada. Estaba pensativo, no recuerdo en qué y
también me sentía un poco inquieto cuando de repente empezó a sonar mi móvil.
Lo miré desconfiado. Si era el acosador ya dejaría un mensaje que no pensaba leer.
Al final, la musiquilla paró, suspiré… y me sobresalté cuando de nuevo empezó a
sonar, más insistente. No había dejado mensaje, por lo que quizás no fuera el
acosador. Agarré el móvil y miré la pantalla. 

Tom…

Suspiré y apreté el botón para recibir la llamada. 

-Tom ¿se puede saber que quieres? Me has metido un susto de muerte, ¿te queda
mucho para venir?

-Creo que eso depende de ti… Billy. – cada vez que recuerdo esa voz me recorren
escalofríos, lo que sentí en aquel momento… casi me caí al suelo del susto. –
Sorpresa cariño. 

-T-tú… 

-¿Qué tal tu cita con el médico? ¿Cómo tienes las cuerdas vocales? No me dejarás
tirado después de hacer cola cinco días como en Madrid, ¿verdad? 

-¿Co-como… el número es de…

-¿De tu hermano? Si… estoy llamando desde su móvil. – me temblaban las piernas
y las lágrimas me asaltaron los ojos. Por un momento pensé que iba a desmayarme,
pero me sorprendí a mi mismo cuando agarré el teléfono con fuerza y empecé a
gritar. 

-¿Dónde está? ¿¡Dónde está mi hermano!? 

-Tranquilízate cariño. Te pones muy feo cuando te enfadas. No ha pasado nada por
lo que debas ponerte así. Tom está aquí, conmigo. 

-¿Contigo? ¿Qué le has hecho? 

-Nada… aun. En realidad él todavía no sabe que estoy aquí. Está muy tranquilo
duchándose. Hum… tú hermano tiene un cuerpo admirable y muy bien formado.
Va camino de tener una buena porción de músculos… pero personalmente los
prefiero más… delgaditos. Exactamente como tú. 

-Dios mío… - había empezado a llorar. Se me encogía el corazón de solo pensar


que ese loco estaba viendo a mi hermano desnudo y podría matarlo en cualquier
momento, sin que él se diera cuenta. 

-Oh, no llores Billy. Está bien de verdad.

-No le hagas daño por favor, no le hagas nada… 

-¿Qué no le haga nada? ¿¡Que no le haga nada!? ¡Nada es precisamente lo que no


debería hacerle! El cabrón de tu hermano se merece muchas, pero que muchas
cosas… el sufrimiento y el dolor esta entre ellas y yo estoy dispuesto ha
provocárselo, créeme. Hacer lo que nadie ha tenido huevos de hacerle, a mi no me
llevará mucho tiempo… 

-¡No! 

-¿Por qué no? ¿Por qué sigues defendiéndolo? Está claro que las cosas son así,
aunque te pongas a llorar eso no va a cambiar. ¿Nunca te lo dijo tu madre? Nada se
consigue gritando y llorando. 

-¿Cómo puedes…? Por favor, ya vale. ¿Qué te he hecho yo? ¿Qué te ha hecho mi
hermano? ¿¡Por qué no nos dejas en paz!? – no podía parar de llorar, muerto de
miedo. 

-Oh no, no te hagas la víctima Billy. ¡Estoy muy enfadado contigo! ¡Me has
traicionado! Es justo que ahora recibas un escarmiento por ser un niño malo. 

-¿De que estas hablando? ¿Traicionarte yo?

-Si. Tú… me ha hecho mucho daño verte así. ¿Por qué… por qué has tenido que
pasar la noche con él? 

-¿Con él? ¿Con Tom? 

-Si, con Tom. ¿Por qué? Yo confiaba en ti. Siempre diciendo que eres muy fiel,
que lo que más admiras de las personas es su fidelidad. Has mentido. Me has
mentido. 

-Yo no te he mentido. – si alguna vez llegué a pensar que ese tío tenía algo de
cuerdo, desapareció en ese momento. – Yo no te he mentido. ¡Tú no tienes nada
que ver conmigo! ¡No soy tu puto amante! 
-¡Por supuesto que si! ¡Yo siempre estoy contigo, siempre te he protegido, siempre
te he seguido y siempre te he apoyado! ¡Tú eres mío, me perteneces! 

-¡No! ¡Yo ni siquiera te conozco, solo eres un loco joder! ¡Se te ha ido la pinza! 

-¡No me grites Billy!... – su tono de voz me estremeció, era el tono de un


desesperado, de un maldito desquiciado, un histérico… encerrado en la habitación
de mi hermano con él. Y quería matarlo. De nuevo empecé a llorar. Todo el
maquillaje se había ido a la mierda, pero no me importaba para nada. Solo sabía
que me estaba muriendo por dentro. 

-Por favor, por favor, te lo suplico… él no tiene nada que ver… sal de la habitación
y déjale en paz… después… después puedes hacer conmigo lo que quieras… - se
me atascaban las palabras – Pero por favor… déjale en paz… 

-¿Tanto le quieres?... ¡Pues corre a salvarlo! – y colgó tras ese grito. El mundo se
me vino encima. Los ojos me picaban por las lágrimas que habían echado a perder
el maquillaje, tenía ganas de vomitar y no era capaz de respirar bien. Como si el
aire no me llegara a los pulmones. Un ataque de ansiedad y a pesar de lo mareado
que estaba, salí corriendo hacía la puerta, la abrí y pasando por entre los dos
guardaespaldas, salí corriendo a la calle. 

Supongo que llamaría mucho la atención, además de por los gritos de los
guardaespaldas. Los fans estaban allí al lado haciendo cola y creo que muchos
empezaron a seguirme, pero yo no me detuve. 

Cada paso que daba era más pesado que el anterior y cada vez me costaba más
respirar y el miedo a lo que le podría ocurrir a mi hermano cada vez estaba más
presente. Me estaba asfixiando, me estaba muriendo de solo imaginarme a Tom
mutilado en la bañera. 

Esa tarde Bill había ido al médico y lo habían adelantado hasta el lugar donde se
celebraría el concierto. Cuando me desperté, sobre las tres más o menos, por un
momento el mundo se me vino encima al no verlo a mi lado hasta que recordé que
tenía cita con el médico y que era imposible que le hubieran secuestrado o algo
parecido mientras yo dormía. Aun así el peso de la preocupación no cesó en toda
la tarde. ¿Estaría bien? Era lo que me preguntaba una y otra vez, al menos podría
haberme dejado una notita. 
Después de hablar un rato con Gustav y Georg, llegó la hora de empezar a
arreglarme para el concierto. Me encerré en el baño y empecé a ducharme sin
muchas ganas, dándole vueltas una y otra vez al tema de Bill. Tenía unas ganas
inmensas de pillar al acosador y reventarle la cara a hostias. No quería que lo
pillara la policía, quería pillarlo yo mismo y ocuparme de él, seguro que se le
quitarían las ganas de acosar a nadie enseguida. 

Pensando en eso y con una sonrisa en la cara imaginándome que podría hacerle,
salí de la ducha, me puse los boxer y los pantalones que llevaría esa noche y me
estrujé las rastas para escurrir el agua que quedaba en ellas. Salí del baño y miré
la camiseta y la gorra que me pondría para el concierto, era perfecto, todo estaba
en orden pero… tenía una extraña sensación de vértigo recorriéndome el cuerpo.
No sabría como explicarlo, todo estaba bien a simple vista pero yo sabía que algo
estaba mal y me di cuenta de que así era cuando miré en la mesilla de noche.
¿Dónde estaba mi móvil? Me acerqué a la mesita con el ceño fruncido. Allí estaba
mi ecografía, bueno… la de Bill y mía. Estaba seguro de haber dejado mi móvil
sobre ella ¿Qué demonios…? Y me fijé de repente en el jarrón de cristal que me
había parecido tan cursi al llegar a esa habitación. El cristal me reflejaba a mí…
y a algo moviéndose a mi espalda. Una sombra que se me acercaba sigilosamente.
El corazón se me aceleró y he de admitir que me acojoné por completo, pero no
cundió el pánico. Clavé la vista en el cristal y observé esos movimientos, quieto, y
cuando lo vi justo a mi espalda, agarré el jarrón, me di la vuelta y con todas mis
ganas, se lo estrellé en la cabeza, haciéndolo añicos. Ese tío cayó al suelo, no
pude ver gran parte de su cara, el cabrón estaba encapuchado.

-¡Ja! ¡Eso no te lo esperabas! ¿¡Eh!? – ese imbécil se removió en el suelo


torpemente intentando levantarse y fui hacía él con el puño en alto dispuesto a
dejarlo K.O. del todo… cuando levantó el brazo y pude ver claramente el puñal
con el que me apuntaba. Eso no era una navaja normal y corriente, era un puto
pincho que te podía atravesar de parte a parte y me estaba apuntando con él.
Retrocedí, pálido y con la cara descompuesta. Ese tío quería matarme, de verdad
lo había intentado. Era… ¡era un asesino de verdad! 

-Esto tampoco te lo esperabas tú ¿no? – sonrió enseñándome el puñal como


presumiendo de él. 

-¿Quién eres? – me atreví a preguntar con un nudo en la garganta y sintiendo


náuseas de puro nerviosismo. - ¿Tú eres el acosador de mi hermano? – él sonrió. 
-¿Acosador? Nadie lo ha acosado nunca, sino esa persona ya estaría muerta. –
eso me dejaba claro que lo era. 

-Oh tío, te tengo unas ganas enormes, de verdad, ¿Por qué no sueltas el pincho y
peleamos con los puños, como dos hombres de verdad?

-No quiero pelear contigo – tragué saliva. - ¡Quiero destriparte! – y se abalanzó


sobre mí con el puñal en alto. Yo me aparté en un acto reflejo, tirándome al suelo
en plancha. Vi como el puñal se clavaba en la puerta del baño, atravesándola y él
empezó a tirar con histeria para sacarlo, igual que yo me abalancé sobre el pomo
de la puerta de la habitación, intentando abrirla. Cerrada. Quizás con un par de
embestidas consiguiera abrirla, pero no me paré a embestir nada cuando ese tío
sacó el puñal y de nuevo vino hacía mí. 

-¡Joder! – corrí por la habitación, salté por encima de la cama y me enganché a la


ventana abierta, saliéndome por ella sin pensármelo mucho, agarrándome al
diseño de la pared y poniéndome de puntillas sobre la balaustrada. Me iba a caer,
me iba a matar. Entre la espada y la pared, creo que muy pocas personas son
capaces de decir que han vivido esa frase de manera literal, yo puedo decirlo. Me
arrastré haciendo maniobras de mono para no caerme y matarme, ¡Estaba en la
puta séptima planta! Me aparté de la ventana todo cuanto pude y el corazón se me
aceleró cuando vi asomarse al tío encapuchado por ella, con el puñal en alto. Oí
gritos debajo de mí, de las personas que estarían en la calle me supongo, pero yo
solo tenía ojos para el puñal que movía con histeria ese tío, intentando
clavármelo, sin llegar a mí. En un intento de apartarme más de él, hice un
movimiento brusco hacía atrás y me escurrí. Caí, e intentando agarrarme al
diseño de la pared, casi me dejo las uñas en ello. Quedé colgando por las manos
de la balaustrada. Dudo que alguien sepa que es eso, cuando tu vida pende de un
hilo, de tu fuerza y el sudor de tus manos.

Más gritos… y uno en particular me hizo mirar abajo, a unos cuarenta metros
hasta el suelo. 

Cuando empecé a acercarme al hotel, los gritos se intensificaron. Miré hacía atrás
unos segundos, había gente, la mayoría, chicas persiguiéndome y gritando, pero
esos gritos venían de otra parte, de la calle a la que acababa de entrar. La gente se
estaba agrupando frente al hotel como si fuera una feria recién abierta. Me quedé
paralizado unos segundos, no podía ver bien con tantas lágrimas y maquillaje
corrido, aun así, me metí por entre la muchedumbre de gente que se estaba
formando allí y a base de empujones intenté salir. 
-¡Oh, dios mío, se va a caer! – oí gritar a alguien y más gritos de espanto. Me vi a
mi mismo deteniéndome enseguida con un escalofrío recorriéndome la columna y
miré hacía arriba. Allí había alguien colgando, alguien intentando no caerse desde
la séptima planta. Sabía que era él antes de identificar claramente sus rastas sueltas.
Miré hacía la derecha donde por la ventana, se asomaba él. Un hombre con una
capucha negra que atando cabos identifiqué como el acosador enseguida. Lo estaba
intentando. ¡De verdad estaba intentando matar a Tom!

-¡Tom! – en aquel grito me desgarré la garganta, pero ¿Qué más daba? No me paré
a pensar, simplemente corrí hacía el interior del hotel.

Ese grito había sido de mi hermano, estaba seguro. Miré hacía abajo y solo pude
ver como alguien corría hacía el interior del hotel y simplemente, sabía que era
Bill. Cuando volví a alzar la vista, me encontré con él, con ese loco que me miraba
con sus ojos escondidos tras la capucha y entonces, volvió dentro de la habitación
enseguida. Él también había visto a Bill. 

-¡No! ¡No! ¡Eso si que no! ¡Aléjate de mi hermano, cabrón! – por supuesto, siendo
muy consciente de que no me iba a hacer caso y de que yo me iba a matar sino
hacía algo enseguida, empecé a mirar de arriba abajo buscando una manera de
meterme dentro del hotel de nuevo. Los brazos me estaban matando, el dolor era
insoportable. Y lo encontré. Mis piernas estaban colgando justo delante de la
ventana de una habitación de la sexta planta. Con cuidado y haciendo uso de toda
mi fuerza, soportando todo el dolor soportable, me balanceé de atrás hacía
delante y pegué una patada al cristal de la ventana, haciéndola añicos. Me
balanceé de nuevo y de un salto caí dentro de la habitación, sobre los cristales
rotos. Me corté por todas partes, en la cara, en los brazos, en el pecho, las piernas
y el dolor de los brazos seguía muy presente. De todas formas, me levanté y salí
corriendo de la habitación, abriendo la puerta, corriendo por el pasillo hacía las
escaleras. Monté una escena de película de terror de muerte, yo ahí, corriendo,
llenando las paredes y el suelo de sangre, buscando a un loco que quería matarme
con un puñal… o él buscándome a mí. 

¡Genial, soy el protagonista de Scream 4! 

Bajé las escaleras casi cayéndome por ellas, poniéndolo todo perdido…

Subí las escaleras de cuatro en cuatro, con el corazón saliéndoseme por la boca y
entonces, en la cuarta planta…
Choqué con alguien que subía a trompicones, tan desesperado como yo…

Casi caemos al suelo los dos…

-¡Bill! – se había estropeado el maquillaje, tenía la cara brillante y empapada por


las lágrimas, los pantalones mojados por pisar algún charco e iba medio
despeinado, pero eso era lo que menos importaba. Los dos respirábamos
aceleradamente. Bill me miraba entre lágrimas, con una horrible expresión de
dolor en la cara. Puso las manos en mi pecho desnudo y un poco ensangrentado,
acariciándolo con miedo. 

-Joder Tom… 

-No me han apuñalado, son superficiales así que no pongas esa cara. Solo me he
cortado un poco. – no sabría describir que hubo en ese ambiente que lo hacía
diferente de los demás, era como más… más mágico, más etéreo. Un momento
muy íntimo entre nosotros. Bill me acarició las mejillas y sollozando pegó su
frente a la mía, aun desesperado. Por unos segundos respiramos el mismo aliento
y entonces se abrazó a mi cuello, llorando otra vez. 

-Me dijo que te iba a matar… snif… casi me da un ataque… - no entendía muy
bien que decía, así que simplemente correspondí el abrazo, rodeándole de la
cintura con fuerza, apoyando la barbilla en su hombro. 

-No pasa nada… ya no… buff… - nos callamos como dos muertos, solo oíamos los
sollozos de Bill. De repente me entró sueño y la vista se me empezó a nublar un
poco. Estaba mareado. 

-¡No! – de repente, Bill me empujó contra la pared y me golpeé la espalda y la


cabeza, quedando medio tonto, con la vista nublada. Sentí un pinchazo en el brazo
y solo distinguí claramente el rojo oscuro de la sangre escurriéndose por él. Me lo
agarré con fuerza, ¡Eso si era doloroso!

-¡Hijo de puta! – cuando era pequeño siempre me habían intimidado las peleas,
siempre había hecho todo lo posible por esquivarlas, pero cuando había que pelear,
yo lo hacía muy en serio. En cuanto vi a ese loco encapuchado con el puñal en la
mano, empujé a Tom y me abalancé contra él. Me tiré a su cuello como un perro
rabioso y le clavé los dientes con toda la fuerza de la que era capaz. Él gritó y me
aparté en cuanto noté el sabor de la sangre escurrirse por mis labios. Me separé y le
encasqueté un rodillazo en la entrepierna, o lo que es lo mismo, en todos los
huevos. De nuevo gritó y se encogió sobre si mismo. Para rematar le di un
puñetazo en la mejilla que lo hizo estrellarse contra la pared. Nunca me había
sentido tan orgulloso de mi mismo. Nunca hubiera dicho que yo fuera capaz de
hacer algo así, eso si, el puñetazo me había dolido más a mí que a él, que se
levantó casi enseguida, mostrándome el puñal que agarraba con fuerza en su mano.
Eso si que no lo había visto venir. 

-No te acerques Billy. – rugió con voz grave. – No quiero hacerte daño. – miré a
Tom, que parecía fuera de si, pestañeando sin cesar, tomando aire a bocanadas,
buscando un sitio donde clavar la mirada perdida que tenía. Parecía no saber donde
estaba. 

-Bill… - murmuró como un niño perdido. 

-¡Cállate! – el acosador le pegó una patada en el estómago que le hice toser y


doblarse hasta caer al suelo de costado, con la mano en la barriga. 

-¡Cabrón de mierda! – de nuevo me abalancé contra él, pero esa vez la jugada no
me fue muy bien. No se exactamente que hizo, me golpeó en la cara con el puño y
me tiró al suelo de una bofetada con los nudillos. La sangre empezó a descender
por mi nariz, la que me había roto con ese puñetazo y lo miré entre sorprendido y
asustado, acercándose a mí, despacio. 

-Te lo dije, Billy ¡Te dije que no te acercaras! ¿Por qué siempre me desobedeces?
¡Podría haberte hecho daño! ¿Lo ves? Ahora tienes tu preciosa nariz rota, ¿Y ahora
qué? ¿Y ahora qué? ¿¡Eh!? – retrocedí. – Ahora estate quietecito como un niño
bueno hasta que termine de… ¡Aahh! – cayó al suelo frente a mí. Tom lo había
agarrado del tobillo y lo había hecho caer y ahora, se había subido encima suya,
agarrándolo de las muñecas, forcejeando con él. 

-¡Quítale el puñal, Bill! ¡Quítaselo! – me levanté corriendo, pero antes de poder


acercarme, él dio la vuelta a la situación, empujando a Tom debajo suya. Levantó
el puñal y mi hermano cerró los ojos con fuerza. Me agarré al brazo del acosador
como si mi vida dependiera de ello, tirando de él hacía atrás para que no acabara
clavado en el cuello de Tom. De nuevo empecé a llorar. 

-¡Suéltame Billy! ¡Suéltame o tendré que hacerte daño otra vez! ¡Suéltame! 

-¡No! ¡Joder, estás como una puta cabra! ¡Ni yo soy tu amante ni soy nada, ni
siquiera se quien eres! ¡Suelta a mí hermano o me mato, te juro que me atravieso el
cuello con el puñal ahora mismo! ¡Suéltalo! – el brazo con el que agarraba el puñal
le tembló. Tom me miró por encima de su hombro, con los ojos muy abiertos. 

-¿Por qué? – le oí murmurar al acosador. 

-¡Es mi hermano gemelo imbécil! ¡Si lo matas me quitas media alma! ¡Así que
suéltalo! – el momento de tensión fue enorme. Por unos segundos solo pudimos oís
nuestras respiraciones entrecortadas, segundos eternos y entonces… el sonido del
puñal caer al suelo retumbó en nuestros oídos. Temblando, solté el brazo del
acosador y le pegué una patada al puñal enseguida, que cayó por las escaleras.
Poco a poco, él se fue levantando de encima de Tom, se apartó de nosotros muy
despacio… y salió corriendo escaleras arriba. Me faltó tiempo para tirarme encima
de mi hermano, abrazándolo con toda mi fuerza. A él le faltó tiempo para
reaccionar y coger aire. 

-Joder Bill… casi nos mata… - estaba temblando de miedo. – Ese maldito loco
cabrón… - se levantó entre espasmos, conmigo aun agarrado de su cuello. Le costó
trabajo levantarse, pero no me pidió que le soltara. - ¡Au! Mi brazo… - tenía una
enorme raja desde el codo hasta la muñeca, sangrando a borbotones. – Vámonos de
aquí… vámonos antes de que vuelva ese loco… 

-Iba a matarte, estaba a punto de matarte delante de mis ojos… 

-¿Qué me vas a contar? Nunca he corrido tanto en mi puta vida. La próxima vez
que alguien te mande mensajitos extraños al móvil, lo voy a tirar por un puente
¿sabes? Y como se te ocurra ocultármelo, tú iras detrás, ¿entendido? – Tom
suspiró. 

-Vale… pero si un psicópata vuelve a intentar matarte… - me separé de su cuello,


con la respiración entrecortada. Me iba a dar algo, estaba hiperventilando. Tal vez
fue por el momento de adrenalina, tal vez fuera porque era el tipo de escena de una
película en la después de acabar con el malo, los protagonistas vivían su momento
romántico, tal vez por el susto, porque aun seguían presente el miedo a perder al
otro, el caso es que… digamos que recuperamos una parte de nuestra inocencia
perdida de la infancia. Estábamos tan cerca el uno del otro que… nuestros labios se
rozaron, bueno, más que un roce fue un beso en toda regla, exactamente como
aquellos besos que compartíamos a los con seis años. 

Tom me miró unos segundos, yo hice lo mismo, con los ojos muy abiertos. 
-Será mejor que… salgamos ya… o me desangraré aquí mismo… - y yo solo fui
capaz de asentir con la cabeza, aturdido. No había que darle muchas vueltas, había
sido el susto lo que nos había impulsado a ello, nada más. Un beso fraternal como
cualquier otro y se acabó. 

Ayudé a mi hermano a bajar las escaleras, que iba medio mareado y cuando
llegamos a las puertas del hotel, nos encontramos con la policía corriendo de aquí
allá, entrando en el hotel. A buenas horas. Gustav y Georg nos miraron con los
ojos como platos. Ni siquiera se habían dado cuenta de que todo este lío había sido
por nuestra culpa, por mi culpa. Había mucho que contarles a ese par de vagos.
Montones de personas estaban allí reunidas, muchas fans. Hubieron muchos gritos
cuando salimos por la puerta. Saki se nos acercó y cargó con Tom, medio
desmayado, hacía fuera. La ambulancia venía de camino entonces. Quizás se
llevaran a Tom al hospital y por supuesto, yo iría con él. 

Me senté a su lado mientras Saki le ataba una camiseta a la herida del brazo
intentando parar un poco la hemorragia cuando tuve un mal presentimiento de
nuevo, un escalofrío me recorrió entero cuando noté la vibración de mi móvil en el
bolsillo trasero de mi pantalón. Solo yo oí la musiquilla que indicaba que alguien
me estaba llamando, habían demasiados gritos. Temblé y decidí no cogerlo, pero al
ver que insistían, no pude resistirme. Tragué saliva, lo saqué del bolsillo y miré la
pantalla. 

Tom…

Por supuesto, no era Tom. Yo sabía quien era y no pensaba cogerlo. Miré la
entrada del hotel y caminé hacía uno de los policías, para preguntar si habían
cogido ya a ese tío. El móvil temblaba en mi mano y fue entonces cuando todo
acabó... el principio de mi trauma. 

Oí un tremendo golpe a mi lado, algo había caído desde arriba y todo el mundo
empezó a gritar aun más fuerte. Algo salpicó mi cara y mi ropa. Todo el mundo
empezó a retroceder, yo me quedé estático en el lugar. Me llevé la mano a lo que
me había caído en la cara y lo miré impregnado en mis dedos. Sangre… 

A mi lado, allí estaba él, el acosador… con los sesos esparcidos por el asfalto. 

El móvil se escurrió de entre mis dedos, cayendo al suelo. 


1 llamada perdida… 

Y un grito… mi grito…

Capítulo 6: ¿Realidad?

-¡Uaaaaaahhhh! – Tom pegó un bote sobre su cama, despertándose al instante,


sobresaltado por el grito. El corazón se le iba a salir del pecho, miró a la derecha, a
la cama donde dormía Bill y se levantó de la suya de un salto, corriendo hasta su
hermano. Bill se cubría la cara con las manos, temblando, sollozando y
encogiéndose sobre si mismo. – Esta muerto, esta muerto, ¡Esta muerto! ¡Es mi
culpa, mi culpa, mi culpa! 

-¡Bill, ya! Era una pesadilla, ¡Una pesadilla! – Tom lo zarandeó despacio,
intentando hacerlo reaccionar y despertarlo de su fase de entresueño. Cuando se
despertaba de esa forma, no sabía donde estaba ni quien era, solo recordaba la
pesadilla, los recuerdos de esa noche que lo habían dejado cargando con un pesado
remordimiento que no le correspondía. 

El acosador era un hombre de veintiocho años de edad. Preferían no saber su


nombre, pero los datos de la policía eran suficientes. Ese tío era padre y marido de
dos de las fans más incondicionales de Tokio Hotel. Los habían seguido por todas
partes, en cada concierto, en cada gira, casi desde el principio y en el último año
habían sufrido un accidente de coche cuando los seguían a Francia. Las dos habían
muerto. 
Esa era la historia, el acosador se obsesionó con la muerte de su hija y su mujer,
empezó a investigarlos y al final, en plena depresión por la muerte de sus seres
queridos y el abandono del resto de familiares, empezó a padecer de esquizofrenia.
Se montó su propia paranoia, su propia película, culpando al grupo de su dolor,
empezando a investigarles, deseando hundirlos… y acabó obsesionado con el
enigmático cantante del grupo que más odiaba. Había visto en Bill una especie de
sustituto para sus traumas y había acabado convencido de que era algo así como su
hijo y su amante, como aquellos a los que había perdido. Aquello no tenía mucha
lógica, pero era imposible saber que se le pasaba por la cabeza a un demente. 
Bill, como no, se culpaba de ello. No era capaz de entender que no tenía culpa de
nada, aquello había ocurrido porque sí. Georg y Gustav se lo tomaban a la ligera, al
principio había resultado chocante, pero ya, sino fuera por Bill, casi lo abrían
olvidado. 
A Tom no es que no le importara, bueno… a decir verdad, si el acosador no
hubiera intentado matarle, quizás se hubiera sentido un poco mal por él, pero lo
único que lo jodía en esos momentos era el estado de su hermano, que ese tío se
hubiera tirado desde la octava planta de aquel hotel y hubiera desparramado sus
sesos por el asfalto… se la sudaba. El loco no podía haberse esperado a que ellos
se largaran de allí, no, tenía que haberse matado precisamente delante de Bill y
trauma al cante. 

Aquello era penoso, pero así era. Si ese muerto regresara a la vida, lo mataría de
nuevo con sus propias manos. 

-No hay forma… - murmuró Bill, encogiéndose sobre si mismo. – No se va… esta
pesadilla… 

-No le metas prisa. No te agobies. – Tom se sentó a su lado, suspirando. 

-Quiero irme de aquí. Quiero… desaparecer.

-No digas burradas. Hoy has estado muy bien, te has reído mucho y…

-Tú no lo entiendes. Solo… solo ha sido por Andreas. Es tan optimista y alegre que
me contagia su alegría. Me siento bien a su lado. – Tom tragó saliva, mirando a su
hermano con expresión de circunstancia. – De verdad me alegra que se quede, pero
eso no cambia nada... ¡No lo aguanto! – por unos momentos, ambos se quedaron
en silencio. Tom quedó pensativo mirando a su hermano. Bill no comía bien, no
dormía bien, no tenía ganas de cantar, no sonreía ni hacía bromas como antes… se
aislaba. Sentía que se distanciaba del mundo y si su hermano lo hacía, él acabaría
volviéndose loco. 

-Necesitamos una solución ya. Esto no puede seguir así. 

-No me digas. 

-Quizás si fuéramos… no se… ¿Y si vamos a casa con mamá un tiempo?

-No quiero volver a casa, estoy bien aquí. 


-Pues yo creo que lo mejor sería ir a casa. Mamá es más paciente, esta preocupada,
se encargará de ti y de animarte… - Bill apretó los labios. 

-¿Qué pasa? ¿Quieres deshacerte de mí? ¿Te molesto Tom? ¿Es eso?

-No, sabes que no. Es por tu bien. 

-¡Por mí bien nos hemos tomado un año sabático y aquí estoy, tirado en la cama y
gritando a cada hora que intento pegar ojo! 

-¡Pues si, aquí estamos todos cuando tendríamos que estar rodeado de fans
aclamando nuestros nombres! ¡Si tanto te molesta, te jodes y ya esta, como
estamos haciendo nosotros! – Bill cayó de súbito y Tom se llevó una mano ha la
frente, sofocado. 

-Claro, ha sido mi culpa, no tengo derecho a protestar. 

-No ha sido tu culpa, son cosas que pasan y si necesitas un año de descanso para
que todo este mal trago se te pase, no pasa nada, da igual, lo entendemos todos.
Pero lo que no quiero es estar un año sin hacer nada ni llegar a ninguna parte para
que sigas igual, ¿vale? – Bill bajó la cabeza, decaído. Ahora era Tom quien se
sentía culpable. Era demasiado directo y Bill, en lo referente a casos como aquel,
demasiado sensible. 

-Todo esto esta pasando demasiado deprisa. No deberíamos tomarnos las


vacaciones solo porque yo me siente un poco depre. Solo he pensado en mí, no he
pensado en ti, en Georg y Gustav, en los productores, en la discográfica… ni
siquiera en los fans. Todo el mundo… todos deben de estar decepcionado,
enfadados... 

-No digas pegos. Ellos lo entienden, yo lo entiendo, todo el mundo lo hace y sino,
que se joda. No puedes hacer más. Te fuerzas demasiado y te culpas de todo y
encima te llamas a ti mismo egoísta. Por una vez cumple con tu palabra y piensa
solo en ti, ¿quieres? 

-He estado pensando… 

-A ver – Tom suspiró. - ¿En que has estado pensando? En ninguna locura espero. 

-No es una locura pero… creo que la idea no te va a gustar, aunque tal vez me
ayude a quitarme este peso de encima. 

-Si tú crees que esa idea te va a ayudar, yo también. Venga, canta Mimosín. – Tom
esperó pacientemente su respuesta, una posible solución que estaría dispuesto a
aceptar si con ella ayudaba a su hermano… o eso pensaba antes de escucharla. 

-Quizás… un psicólogo pueda echarme una mano ¿no? – preguntó su hermano con
expresión inocente. Tom abrió mucho la boca. 

-Un psico… ¿¡Un loquero!? ¡No, ni de coña! 

-¿Por qué no? Esto es un trauma, un problema psicológico, uno de esos tíos puede
ayudarme, he oído que hasta son capaces de hacerte olvidar la causa de tu trauma
como si nunca hubiera pasado. 

-Igual que pueden hacerte olvidar eso, pueden hacerte olvidar cualquier otra cosa.
Bill, que esos tíos trabajan la mente humana, que manipulan a la gente con mucha
facilidad, ¡Que son psicólogos! Pueden saber lo que piensas y lo que sientes nada
más ver tus movimientos. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué sepan lo que sientes y se
aprovechen de ello? ¿Qué te manipulen como una marioneta cuando aprendan a
controlar tu mente?

-Tom, que son médicos no hipnotizadores coño. Que la primera tía que te ha
rechazado en la vida fuera la psicóloga del colegio te ha creado un trauma, quizás
quien debería meterse en tratamiento eres tú. 

-Esto no tiene nada que ver con la psicóloga del colegio… además, no me
rechazó… era fiel a su marido que es otra cosa distinta. ¿Qué culpa tengo yo de
que de todas las tías que había allí la que más buena estaba fuera fiel?
Normalmente, las guapas son las más putas. 

-Si, Tom, lo que tú digas, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Creo que un
psicólogo podría ayudarme de verdad. 

-Pues yo creo que no, que te lo hará pasar peor y para eso no pienso gastarme
doscientos euros la consulta. 

-En todo caso me los gastaré yo, tú solo me acompañarás y mientras yo hablo con
el tío ese, tú podrás pasearte por allí y ligar con guapas pacientes. 
-A quienes les faltara un tornillo. Que no Bill, que tú no vas a ver a ningún
loquero, además tú nunca lo has necesitado, los odias tanto como yo. 

-¿Crees que te lo pediría si creyera que no me hiciera falta? Pero es así… esto me
puede de verdad. David me aconsejó uno pero no quise ir, creí que podría con esto
solo pero… buff… de verdad que estoy desesperado. – Tom puso los ojos en
blanco. Odiaba a los médicos tanto como su hermano y sabía tan bien como él que
nunca se pondrían en manos de uno sino era estrictamente necesario y menos a un
psicólogo. Esos eran los peores, capaces de sacarte todo, de hacerte ver cosas.
Podían animarte y salvarte… pero si querían podían hacerte decaer y aprovecharse
de la persona a la que trataban y siendo dos famosos como ellos, eso sería muy
provechoso. 

Sabía que Bill era muy maniático, le gustaba tener todo bajo control y nunca iría a
ver a uno de esos tíos… a no ser que de verdad estuviera muy desesperado. 

-Está bien. – decidió al fin. La salud de su hermano era lo primero – Si eso es lo


que necesitas, podemos probar pero… - Bill esperó su respuesta pacientemente. A
pesar de todo, Tom no quería... ¡La idea de que un imbécil indagara en los
sentimientos y pensamientos de su hermano le reventaba por dentro!
Definitivamente, si alguien tenía que hacerlo debía ser de confianza. No hacía falta
que conociera a Bill, si lo conocía a él y sabía que lo matarían si intentaba hacer
algo que no debía… ¡Idea! 

-¿Pero? – Tom sonrió. 

-Irás al médico. Pero al que yo elija, ¿estás de acuerdo? – su hermano lo miró con
sorpresa e incredulidad. 

-¿Acaso conoces a un buen psicólogo? 

-Bueno… no exactamente… ¡Es mucho mejor que eso! Tú solo déjamelo a mí.
Mañana mismo podemos presentarnos delante suya. 

-¿Mañana? ¿Así tan de repente? – Tom sonrió. 

-Mañana. Ya verás, es un buen tío. A mí me solucionó mi problema de… eh…


bueno, a mí no. Quiero decir que a Andreas, cuando cortó con su primera novia…
pues le ayudó mucho. – improvisó al instante.
No era cuestión de contarle que aquel hombre le había medio ayudado a solucionar
cierto problema que le había surgido entre las piernas después de verlo desnudo en
la bañera. 

No, definitivamente no era cuestión. 

En aquel lugar, oscuro, lleno de gente apelotonada, saltando, dando vueltas,


gritando, bebiendo, pasando el pedo de su vida no había un jodido… un minúsculo
recoveco donde poder pasar unos minutos de paz. Tenía la vista desenfocada, todo
daba vueltas y vueltas y tenía el estómago revuelto. Todo se me iba a salir por la
boca de un momento a otro y no podía hacerlo allí, delante de tanta gente, delante
de esas dos preciosidades que me seguían el juego en la pista y de las cuales
elegiría una para llevármela a la cama o quizás las dos, ¿Por qué conformarme
con una pudiendo tener a ambas? Bueno, si seguía así no iba a llevarme nada,
además, de repente se me habían quitado las ganas de moverme ya fuera en la
cama o fuera de ella. 

Entre tropezones y empujones encontré los baños y me metí en el baño masculino,


agarrándome a la pared para no caerme. Me metí en uno de los cubículos, cerré la
puerta con pestillo y en cuanto abrí la tapa del water… ¡Brooaagh! Regalito.
Estuve ahí por lo menos cinco minutos echando todo lo que tenía que echar hasta
la bilis y cuando me vacié por completo, salí del cubículo, sacudiéndome la
cabeza. Ahora si que no tenía ganas de nada salvo de dormir… hasta que lo vi a
él. 

Bill entró en el baño tambaleándose, muy pálido. No quise ni imaginarme el pedo


que llevarían encima y era raro, él no solía beber mucho, al menos no en sitios
públicos. 

-Tom, te estaba buscando. – madre mía, tenía la voz tan ronca como la mía
cuando me levanto por las mañanas. 

-¿Qué pasa? ¿Ya te has cansado de fiesta? Si te quieres ir yo me voy contigo, ¿Y


Georg y Gustav? ¿Dónde andan? – había recuperado lucidez. Me incliné sobre el
lavamanos y abrí el grifo, mojándome la cara, bebiendo agua para luego
escupirla. Tenía el mal sabor de boca del vomito ¡que asco! Así si que no podía
llevarme a nadie a la cama. 

-Han ligado… creo. 


-Eso si es una novedad.

-Eso no importa ahora, quiero aprovechar que estoy tan pedo que apenas puedo
hablar para decirte una cosa… - le entró hipo. - … una cosa… 

-Aja. ¿Y porque no me lo puedes decir cuando estés sobrio? 

-Porque no me iba a atrever… 

-¿Has hecho algo malo? Si te has cargado alguna de mis guitarras o has prendido
fuego a mis gorras prefiero no saberlo. 

-No… el problema es que quiero hacer algo malo… contigo… - Bill se me acercó y
apoyó la mano en el lavamanos. No parecía ni saber donde estaba. 

-Algo malo… hum… ¿Qué puede ser? 

-Escucha… 

-Te estoy escuchando, pero no me vengas con rodeos, suéltalo todo de una vez. 

-Vale. – por un momento pareció haberse quedado pillado. Miró al suelo, con la
cabeza más allá que aquí y luego me miró fijamente, intentando parecer serio. –
Quiero despertarme mañana en tu cama. 

-Ah… ¿Qué le pasa a la tuya, tiene los muelles rotos o que? 

-No… no… yo quiero pasar la noche en tu cama… contigo dentro. – no pillaba


nada.

-¿Por qué? – me encogí de hombros. - ¿Tienes miedo de algo, alguien? ¿Necesitas


apoyo moral? Ya no tienes diez años como para dormir en la misma cama que tu
hermano. 

-¡Pero que yo no quiero dormir contigo! 

-¿Y entonces que me estás contando? – Bill estaba rojo, no se si por la borrachera
o por lo que me tenía que decir. Tenía la vista desenfocada, intentando clavarla en
mí y de repente, en silencio, apoyó la mano en mi hombro, cerró los ojos y juntó
sus labios con los mío. Abrí los ojos como platos y me quedé quieto sin hacer nada
hasta que se separó de mí y me miró de nuevo un poco perdido. 

-Pues eso. – murmuró y se encogió de hombros como si nada. 

-Ah… ya. 

-Por eso no podía decírtelo sobrio… no quiero acordarme de la cara que estas
poniendo ahora mismo… pero quería probarlo… quiero ser yo quien este en tu
cama y no una de tus groupis. De todas formas, ya sabía que no podía ser… no
estoy decepcionado. – él podía decir misa, pero las lagrimitas que empezaban a
derramarse y recorrían sus mejillas estropeándole el maquillaje lo delataban. –
En fin… espero que ninguno de los dos recuerde esta conversación, no me
gustaría perderte como hermano también. Que disfrutes con tus novias. – en
realidad, las ganas de moverme en la cama habían vuelto, pero no pensaba
disfrutarlo con mis novias, sino con mi propio hermano. Le agarré de la mano y
tiré de él con fuerza. Si alguien supiera con que ganas empezamos a comernos la
boca. Ya no era labios contra labios, sino lengua contra lengua. Su piercing se
notaba caliente y húmedo entre mis labios. Aquello no era como besar a una
groupi o una tía cualquiera. Bill, aunque un poco desorientado al principio, sabía
lo que hacía además, aunque por la borrachera no se estuviera luciendo
precisamente, el sentimiento que me provocaba, de total comodidad y confianza,
sin hablar del placer, no podía compararse con ningún otro. 

Le rodeé la cintura con los brazos y lo apretujé contra mi cuerpo, él me rodeó el


cuello con los brazos y por unos segundos así estuvimos, jugueteando y dándonos
placer con el movimiento ansioso de nuestros labios. Sentía el aliento de mi
hermano repleto de alcohol, pero aunque en alguna otra boca me hubiera dado
asco, no podía sentir la menor repelencia con él. Este sentimiento era único. 

Bill me acarició la nuca y escurrió la mano hasta posarla en mi mejilla,


recorriéndola con los dedos con nerviosismo. Me giré sin soltarle y lo empujé
contra la pared, aprisionándolo contra mi cuerpo. De forma rastrera y juguetona,
le restregué la rodilla contra toda su entrepierna con total descaro. Sonreí cuando
se separó de mis labios y soltó un gemido. Se mordió el labio inferior y nos
miramos, los dos acabamos sonriendo como dos idiotas embobados con los ojos
del otro, alucinando por lo que estaba ocurriendo. Pegamos nuestras frentes y nos
rozamos los labios dispuestos a empezar otra vez cuando un fuerte ruido nos
sobresaltó. 

Miramos la puerta del baño, pálidos. Se oían voces. 


-Mierda. – murmuró Bill. – Lo dejamos entonces… ¡Joder que rabia! ¡Mañana no
me acordaré de nada y no me atreveré a decirte nada otra vez! ¡Cabrones revienta
momentos fugaces! – gritó contra la puerta, fuera de si. Creo que sino lo estuviera
sujetando se caería al suelo.

-Bill ya. Mejor nos vamos, no creo que aguantes mucho en pie. – en realidad,
aquel ruido me había servido para hacerme reaccionar. ¿En que estaría
pensando? Mi hermano estaba borracho, yo tampoco estaba muy sobrio y esa
repentina atracción sexual no había sido nada más que un impulso del momento.
Nunca me había gustado ver llorar a Bill, cuando pasaba me entraba el bajón y
hasta que no lograba volver a hacerle sonreír no me quedaba contento. Y lo peor
era que sus lágrimas siempre eran de lo más oportunas, esto era prueba de ello. 

Lo sujeté por los hombros y medio empecé a empujarlo hacía la salida, pero él se
resistía. Con su mirada, brillante por el agua que inundaba sus ojos y su expresión
melancólica siempre conseguía lo que quería. Joder, no podía verle así. 

-Como quieras. Pero luego te echaré las culpas a ti. – me miró confundido unos
segundos y casi cae de rodillas al suelo cuando me di la vuelta y empecé a
arrastrarlo hacía atrás, alejándonos de la puerta de donde empezaron a sonar
voces. El pomo se movió y rápidamente, cargando con la torpeza que Bill poseía
en aquel momento, abrí el cubículo de uno de los baños y lo empujé dentro,
metiéndome yo también. Cerré el pestillo de la puerta. 

-Tom… ¿Qué haces?... hip… - Bill se sentó en la tapa del water, mirándome medio
ido. Los dos oímos las voces de varias personas entrar en el lugar. Me mordí el
labio. El corazón se me iba a salir del pecho cuando miré la cara de sorpresa que
había puesto mi hermano. – No… ¿No irás a…? 

-¿No era esto lo que querías? – murmuré por lo bajo. No era cuestión de que nos
escucharan. Bajé la cabeza hasta su altura, sonriendo no se si por nerviosismo o
porque me hacía gracia su expresión. Bill no dijo nada, pero estaba tenso, lo
notaba. Le di un beso en la sien, en la mejilla, en el cuello… él echó la cabeza
hacía un lado y me agarró de la camiseta. 

-Nos van a oír… no puedo… - casi podía oír como el corazón parecía estar a
punto de salírsele del pecho cuando me concentré en besar y lamer la parte de su
cuello que había justo debajo de su oreja. Sentía sus escalofríos, le temblaba todo
el cuerpo de pura excitación. 
-Tranquilízate. – murmuré en su oído. Aparté el pelo liso que le caía en la cara y
lo coloqué tras su oreja, agarrándolo de las mejillas y plantándole un beso corto
en los labios. – Si no quieres que nos descubran, tápate la boca o… mantenla
ocupada con la mía. – no había color entre los labios de Bill o de cualquier otra
tía que me haya llevado a la cama, la excitación y el placer que me provocaba no
me la podía haber dado nadie.

Era la excitación que provocaba infligir la ley, la excitación de lo prohibido. Creo


que si creyera en Dios y en todo eso de la Biblia, sería eso sin duda lo que
sentirían Adán y Eva al probar la fruta prohibida. 

Me agarraba las muñecas con fuerza, las manos le sudaban y parecía faltarle el
aire cada vez que alcanzaba su lengua con la mía. Las voces que se escuchaban
detrás de la puerta nos sobresaltaron y Bill se separó de mis labios enseguida,
pálido. Un hilillo de saliva descendió desde sus labios hasta la barbilla. 

-No podemos… nos van a pillar… vamos ha dejarlo, luego seguimos en el hotel. 

-No puedo esperar ha llegar al hotel… - la respiración de Bill se aceleró cuando


llamaron a la puerta. Un par de lágrimas se le escaparon de puro pánico. 

-Ya está, nos han pillado. 

-No. Di que está ocupado. 

-¿Qué? 

-Que digas que está ocupado. – Bill negó con la cabeza. Iba a darle un ataque de
nervios. De nuevo llamaron a la puerta y yo lo agarré del cuello de la camiseta y
lo levanté, plantándolo de cara a la pared, pegándolo ha esta. Él me miró con
pánico, notando como me pegaba a él por la espalda y empezaba a subirle la
camiseta. – Di que está ocupado sino quieres que te pillen medio desnudo y a mí
con las manos metidas en tus pantalones, dilo. – me restregué contra él con fuerza
y por su expresión azorada, estaba claro que me la había notado, tiesa y dura. 

-Es… está ocupado… - soltó con un murmullo lastimero y me miró de reojo,


mordiéndose el labio. 

-Muy bien. Sigamos entonces. – por muchos golpes que dieran a la puerta, no creo
que hubiera sido capaz de parar. Estar allí, con mi hermano, a dos pasos de que
nos descubrieran en pleno acto incestuoso… era realmente peligroso... pero tan
morboso. 

-Tom joder… 

-Shhh – le tapé la boca con la mano y metí la otra por debajo de su camiseta,
acariciándole el pecho. Pareció relajarse enseguida y echó la cabeza hacía atrás,
apoyándola en mi hombro. - ¿Preferirías hacer esto en una cama? – le susurré al
oído, subiéndole la camiseta. – Billy… - despacio, levantó los brazos y se la saqué
lentamente, soltándola en el suelo. - ¿Tienes miedo de que nos pillen? – él me
agarró la mano con la que le tapaba la boca, temblando. Sentía su aliento chocar
contra mi piel. La tensión se había desvanecido con las caricias que le dedicaba a
su pecho desnudo y lo arrastré hacía atrás, lejos de la pared. Me senté en la taza
del inodoro y lo hice sentarse a horcajadas sobre mí. Noté los latidos acelerados
de su corazón cuando le acaricié esa parte del torso, había vuelto a ponerse
nervioso - ¿Qué pasa ahora? Es que acaso… ¿La sientes debajo de ti? Todo eso es
mío. – sonreí por su expresión de sorpresa y su rubor. 

-Guarro… - le oí decir con un suspiro, viéndole sonreír con nerviosismo. 

-No creo que sea el único guarro de aquí…

-Imbécil… - se removió bruscamente en mi regazo y sentí el roce de su trasero


contra mí. 

-Bill, no te muevas tanto. – se rió por lo bajo. Estaba totalmente rojo y yo estaba
seguro de que no era menos. Nunca me había sentido avergonzado delante de una
presa… pero Bill no era una presa, era mi hermano al que no me sentía atraído
solo de manera sexual, le quería… le quiero. Y quiero más. 

-Aahh… Tom… 

-Shh… más bajo. – había pegado un bote sobre mis piernas cuando colé mi mano
por sus pantalones, buscando y sobando todo lo que encontraba bajo ellos. –
Sabía que no era el único guarro…

-Calla… - Bill volvía a sonreír y volvía a relajarse. Recostó la espalda contra mi


pecho y cerró los ojos, mordiéndose el labio inferior, dejándome que le tocara
todo, deshaciéndose en espasmos de placer. 
El ruido de la puerta retumbó de nuevo en nuestros oídos, sobresaltándome. Bill
abrió los ojos bruscamente y antes de que pudiera decir nada, pegué una patada a
la puerta. 

-¡Que está ocupado joder! – no quería que Bill se pusiera tenso, no quería verle
pasarlo mal, no entre mis brazos… no quería que llorara como había empezado ha
hacer. – Bill no… 

-No puede ser… odio esto… odio estar enjaulado y lo que más odio es que eres tú
quien me encierra y tira la llave. – el corazón se me rompía a pesar de no entender
a que se refería. De nuevo llamaron a la puerta y sus lágrimas aumentaron. 

-No pasa nada Bill. No llores… - pegué una nueva patada a la puerta, reprimiendo
mi rabia contra quien estuviera tocando y concentrándome en los sollozos de mi
hermano. Le aparté el pelo de la cara y le aparté las lágrimas, pero seguían
saliendo sin parar. 

-¡Deja de encerrarme, libérame de una vez!– Bill se dio la vuelta y me abrazó con
fuerza, llorando en mi hombro. No sabía que hacer. ¿Qué había hecho mal?
Nunca había sido tan cariñoso con nadie, nunca había tocado así ha nadie,
centrándome en su placer antes que en el mío propio y lo había hecho porque era
mi hermano, mi hermanito, a quien más quiero ya sea de forma fraternal o no, a
quien quiero proteger, por quien daría mi vida. ¿Qué he hecho mal? 

-Te quiero… - las palabras me salieron solas y los suaves besos en el cuello
también. – Te quiero… 

Los golpes en la puerta parecían que la iban a tirar abajo, pero no nos separamos
en ningún momento. 

-Suéltame – le oí decir a Bill al cabo de varios segundos - ¡Suéltame imbécil, que


me estás restregando todo! ¡Joder que asco Tom! ¡Despierta mono baboso!

Y en ese momento, Tom abrió los ojos. Bill estaba a su lado, en la cama, dándole
pequeños tortazos en la cara, intentando deshacerse del abrazo en el que su
hermano le había envuelto. Tras unos segundos durante los cuales Tom pareció
situarse en el Limbo, Bill le pegó un empujón y cayó de culo al suelo, bajo la
atenta mirada de su hermano. - ¿Se puede saber en que mierda sueñas para intentar
espachurrarme? – Tom lo miró con los ojos muy abiertos. 
-¿Có…Cómo? ¿Dónde estoy? – Bill puso los ojos en blanco. 

-En nuestra habitación y para más información, son las doce de la mañana y
tenemos cita con el psicólogo ese a las una ¿no? ¡Llevo medio hora intentando
despertarte y tú en tu mundo yupi! No quiero ni imaginarme en que estarías
pensando para ponerte a gritar te quiero. – Tom aun estaba medio perdido,
intentando distinguir entre la realidad y los sueños. Enseguida captó que eso era la
realidad y lo otro, donde supuestamente había estado a punto de tirarse a su
hermano era el sueño… un momento, ¡Había soñado que se tiraba a su hermano en
un sueño! Se hubiera puesto a flipar en colores bermellones sino lo hubiera
sobresaltado el ruido que hacía alguien llamando a la puerta. 

-¿Se puede saber que estáis haciendo para no dejarme pasar? Me estoy imaginando
lo peor. – oyó la voz de Andreas al otro lado de la puerta, impaciente. 

-¡Ya va, ya va! 

-Llevas diciendo eso media hora Bill y aquí, en el salón, me acabo de encontrar a
ciertas personitas tiradas por el suelo, que me han confundido con Tom. ¡Con Tom,
joder! ¡Ni que tuviera una fregona en la cabeza! Vuestros amigos han vuelto ha
casa con un pedo de infarto. Georg ha vomitado en la entradita y Gustav llevaba
peluca ¡Y que peluca de mal gusto! Ahora parecen una mezcla de zombis y niña
del exorcista acojonante. 

-Ya va Andreas. Enseguida bajamos. Friega el vomito de Georg mientras tanto. –


pidió Tom empezando a restregarse los ojos, intentando fingir tranquilidad. 

-¿¡Qué!? ¡Una polla! ¡Friégalo tú, hay que joderse! 

-¡Haber capullo, que te crees que puedes venirte a vivir aquí con nosotros e irte de
rositas! ¡Pues no, para pagar el alquiler vas a ocuparte de la casa! ¿¡Captas o no!?
¡A partir de ahora vas a ser la chacha Andreas y sino quieres, puerta y a joderse! –
Bill miró a su hermano con una ceja alzada. Por lo visto se había levantado de mal
humor. 

-¡Tom, no me jodas! 

-¡Te jodo lo que me da la gana y ya estás corriendo a limpiar esa porquería sino
quieres que vaya a comprarte un puto traje de sirviente a la tienda de la esquina! –
no hizo falta decir más. Los gemelos oyeron los pasos apresurados del rubio
bajando las escaleras. 

-Bueno, como veo que tu humor va mejorando, yo me espero fuera a que termines
de vestirte y hagas la cama pero antes… - Tom se cubrió la cara con las manos,
intentando que Bill no viera su expresión de preocupación. – He estado media hora
con el pestillo de la puerta echado para que nadie pudiera verte en ese… estado.
Así que primero ve a arreglarlo.

-¿Estado? ¿Qué estado? – preguntó somnoliento. 

-Tom, haz el favor de desmontar tu tienda de campaña ¿vale? – el guitarrista abrió


los ojos como platos, mirando su entrepierna, mucho más despierta que él. Miró a
Bill que en ese momento y sin darle mayor importancia, salió de la habitación. 

Tierra… trágame.
Capítulo 7: Conocer...

-¡Buenos días! – Tom abrió la puerta de la habitación sonriendo ampliamente. El


pobre urólogo lo miró con espanto, pegando un bote sobre la silla, pálido. 

-Ka… Kaulitz. 

-El mismo. Cuanto tiempo señor… eh… bueno, me alegro de volver a verle. – el
doctor tragó saliva, ese tonito amigable y el hecho de que le llamara “señor” y
tratara de usted, no podía ser bueno. – Pues pasaba por aquí y me he acordado de
usted y me he dicho, voy a visitar a mi íntimo amigo el doctor… ah…

-Aubrey…

-Eso es, el doctor Aubrey. 

-Aja… exactamente, ¿Qué quiere de mí Kaulitz? – Tom sonrió inocentemente y


caminó hasta su mesa, apoyando la mano en ella, mirando muy fijamente al
urólogo. 

-Verá… esta vez no vengo por mí, sino por mi hermano Bill. – el hombre
retrocedió en la silla, ¿iba a soltarle otra vez esos extraños ritos incestuosos que se
le pasaban por la cabeza? – Es que… mi hermano tiene un problema psicológico.
Le ha pasado una cosa muy chunga y necesita ayuda psicológica o eso es lo que
cree él. – el doctor suspiró. Parecía que los tiros no iban por donde creía. 

-Entiendo… ¿Y eso le afecta de alguna forma ha su…?

-No, no… que yo sepa no. Él siempre ha sido muy… muy decente, muy cuidadoso
con su… anomalía. 

-Querrá decir anatomía. 

-Pues eso. Que no utiliza mucho su… “aparato”. 

-Ya. Entonces, ¿Cuál es el problema? – Tom se quedó pillado unos segundos. 

-Se lo acabo de decir, necesita ayuda psicológica. 

-Ya pero es que yo soy urólogo, no psicólogo. 

-Ya lo se y eso es lo mejor de todo esto. – Aubrey alzó una ceja, esperando una
respuesta. – Quiero que usted trate a mi hermano. – el hombre alzó también la otra
ceja, sorprendido. 

-Pero… si su hermano tiene un problema psicológico, debe ir a un psicólogo, no a


un urólogo. 

-Ya lo se, pero odio a los psicólogos. Mire, el caso es este. Usted se sienta en esa
silla y escucha lo que mi hermano quiera contarle, después, le da un consejo y le
dice que no pasa nada, que todo el mundo pasa por lo mismo alguna vez y que
disfrute de la vida que son dos días. Mi hermano saldrá de aquí más contento que
unas pascuas y usted…

-Un momento, para el carro. ¿Estás tratando de decirme que me haga pasar por
psicólogo y trate a su hermano? 

-Hum… no. Eso es lo que mi hermano cree, yo solo le estoy pidiendo que le de un
par de consejos prácticos basándose en su experiencia como hombre de…
¿Cuarenta y pico años?
-Tengo treinta y nueve y medio. 

-Pues eso. Usted solo escucha y le dice lo que cree que es correcto en su situación.

-Ah no. No, ni hablar, lo siento pero no. Me parece que no eres muy consciente de
lo que me estás pidiendo. Quieres que ejerza el papel de psicólogo sin licencia, eso
es un delito y muy gordo. Con ello pongo en peligro la salud mental de un
paciente. Ni hablar. 

-Pero si solo tiene que escucharle. 

-No, he dicho que no. 

-Venga ya, necesito que lo haga o sino…

-¡He dicho que no por dios! ¡Es tu hermano! ¿no? ¿Cómo puedes insinuar el
engañarle de está manera? ¿Acaso quieres que empeore la situación? Haz el favor
de enviarlo a un psicólogo de verdad y…

-Trescientos euros por sesión. – el urólogo cayó de golpe, mirando al guitarrista


con seriedad. 

-Al parecer no entiende mi lenguaje…

-Quinientos euros la hora. – sentenció Tom. Aubrey tomó aire.

-¿Cuándo quieres que empiece? – Tom sonrió de oreja a oreja. 

-Ahora mismo… ¡Bill ya puedes pasar! – el pobre urólogo abrió los ojos como
platos, ¿Cómo que ya? Pero si apenas tenía idea de que era exactamente la
psicología y ahora, de golpe y porrazo, debía tratar a un chico famoso
recientemente entrado en la etapa adulta con problemillas existenciales. Y todo por
ese loco guitarrista con aires de rapero… aunque bien pensado, quinientos euros la
hora eran quinientos euros la hora, en dos horas ganaría mil euros y en una semana
¡tres mil quinientos euros! ¡Era rico! ¡Esos gemelos eran una mina de oro! Ahora
solo le quedaba esperar que el gemelo menor no fuera tan cansino y como el
mayor. 

En ese momento, la puerta de la consulta se abrió. 


-Buenos días. – el urólogo observó fijamente a Bill. No solía ver la tele salvo para
las noticias y el trabajo lo mantenía constantemente ocupado y sino, los caprichos
de su hija y su esposa. Por supuesto había oído hablar de Tokio Hotel en boca de
su hija, pero no le había llamado especial atención. ¿Ese chico era el famoso
vocalista de Tokio Hotel? Desde luego, llamar la atención llamaba, pero por su
estilo… no sabía como definirlo. 

-“Los jóvenes de hoy en día” – pensó atento a cada movimiento del muchacho. Bill
anduvo hasta situarse al lado de su hermano, serio. El urólogo se sorprendió a
sobre manera. ¿Iba maquillado? ¿Qué se había perdido? ¿Desde cuando los
hombres se maquillaban? (Es un urólogo tradicional Xdd) 

-Billy, este es el doctor Aubrey. – Bill le sonrió y estrecharon las manos. 

-Encantado de conocerle doctor Aubrey. – las pintas le habían confundido, ¡Que


chico tan educado! Pero… ¿tenía las uñas pintadas? 

-Igualmente. 

-Bueno… pues entonces os dejo solos para que habléis y todo ese royo. – Tom le
revolvió el pelo liso a su hermano, que lo miró molesto, planteándose el meterle un
grito. Odiaba que le tocaran el pelo, pero se contuvo. Ha diferencia de su hermano,
él sabía cuando comportarse con educación y cuando no. Tom abrió la puerta de la
consulta sonriente, sacando medio cuerpo por ella. – Cuide de mi hermano doctor
Aubrey. – habló en tono afable, pero en su mirada el urólogo pudo ver un brillito
amenazante que le puso los pelos de punta. Supo enseguida que si no hacía bien
ese trabajo, ese chaval era capaz de prenderle fuego con un mechero.

-Buff… por fin. – le oyó susurrar al menor. – Perdone si mi hermano le ha dicho


algo raro antes de que yo entrara, pero es muy… sobre protector. Supongo que es
una especie de cualidad especial de los hermanos mayores para cabrear a los
hermanos que vayan después que ellos. – Bill se sentó tranquilamente en una silla,
sin mostrar especial interés. 

-Si, supongo… - se formó un silencio incómodo y tenso, ¿Y ahora que tenía que
hacer? ¿Preguntarle cual era su trauma?

-En fin, supongo que tendré que empezar a relatar como empezó todo y demás
¿no? 
-Si, si, claro. Cuénteme. 

-Bueno, pues todo empezó una noche, con una llamada perdida y un mensaje a mi
móvil…

Tom bebió distraídamente de la lata de coca-cola que tenía entre sus manos y la
dejó de nuevo en la mesa, olvidada, concentrándose en sus propios pensamientos.
Estaba en el rincón más alejado y oscuro de la cafetería más cercana a la consulta,
con una capucha cubriéndole las rastas y con las gafas de sol puestas. Las manos le
temblaban y no era capaz de dejar de mover las piernas con movimientos
nerviosos. 

Aquello ya era demasiado. Quizás debería ir a un psicólogo pero de verdad, capaz


de decirle que demonios le estaba pasando, porque de golpe y porrazo soñaba con
su hermano gemelo, tocándolo, acariciándolo, insinuándosele, lamiéndolo,
besándolo… metiendo la mano donde no debía y… ¿Y porque coño se excitaba
con eso? Si al menos Bill fuera una tía, quizás algo de razón tendría ¡Pero era un
tío! A él nunca le habían gustado los tíos pero eso… eso lo estaba haciendo dudar. 

“A ver, analicemos la situación” pensó entonces, intentando recuperar la calma.


“La primera vez que me excité con Bill fue cuando lo vi desnudo en el baño y a ver
a santo de que me excito yo cuando lo he visto desnudo millones de veces… vale,
la última vez que lo vi desnudo sin contar esa fue hace unos ¿dos, tres, cuatro
años? Joder, ni que me hiciera ilusión ver desnudo a mi hermano. El caso es que
entonces, no me empalmaba al verle, me daba lo mismo. ¿Qué puede haberme
excitado de él en el baño? Buff, como no sea su culo… ¡Pero sino tiene culo! Es
como cuando una tía lleva sujetador aunque no tenga nada. Bill se pone pantalones
estrechos y le marcan tanto que parece que tiene más de lo que tiene… ¿y ahora
que? Estamos en las mismas, sino me pone su culo, ¿Qué me pone? Porque algo
me tiene que poner de él… hay que joderse, mi hermano sometiéndose a
tratamiento psicológico con un urólogo y yo aquí, pensando en lo que me pone de
él.” Tom siguió dándole vueltas al coco, incansable y agobiado, con las manos
sudorosas cuando de pronto captó cierta presencia tras de sí, una presencia que le
puso el vello de punta. Tom se giró lentamente y se encontró con algo inesperado.
Unos ojos perfectamente maquillados lo miraban fijamente tan de cerca, que
parecían querer tragárselo. Tom retrocedió hacía atrás, boquiabierto. Esos ojos
estaban pintados exactamente igual que los de su hermano, pero Bill no tenía los
ojos verdes. 
-¿Qué demonios…? – murmuró, quitándose las gafas de sol y observando de hito
en hito a la tía que había frente a él, quien lo miraba con cara de pocos amigos.
Era… ¡Era un clon del estilo de su hermano! Chaqueta de cuero negro ajustada,
maquillaje perfecto, uñas perfectamente limadas y pintadas, collares medio
góticos, anillos en todos los dedos, manguitos… sino fuera por esa minifalda
oscura de la que colgaban cadenas y esas enormes botas con plataformas, además
de ese pelo liso y rubio con mechas negras, sería fácil de confundir desde lejos. Esa
tía era la versión femenina de su hermano. 

-Hola Tom Kaulitz. – lo saludó como si nada. Tom palideció. Una fan, ¿y ahora
que? Como se pusiera a gritar… 

-¿Tom Kaulitz? ¿Dónde? – preguntó mirando de un lado a otro, fingiendo buscar a


alguien. – Ah, lo dices por mí. No, no, yo no soy Tom. Soy un friki de Tokio
Hotel, un fan más por desgracia. Tom es mi ídolo, es la caña, me encanta como le
da a la guitarra y por eso intento imitarle. Bueno, ha sido un placer conocerte… -
intentó fingir una sonrisa mientras se levantaba de la silla, dispuesto a salir
escopeteado de allí. 

-Si te levantas me pongo a gritar. – le amenazó la chica y Tom, totalmente pillado,


se sentó de nuevo, sumiso y callado. La rubia, tranquilamente, agarró la silla que
había frente a él y se sentó, observándolo muy fijamente. 

-¿Quieres un autógrafo, una foto? Lo que sea pero rápido, tengo prisa nena. 

-No me malinterpretes Tom, yo no soy tu fan y no he venido aquí por un autógrafo


o una foto. 

-¿Ah no? ¿Puedo irme entonces? – la chica sonrió enigmáticamente. 

-No, al menos no hasta que me digas donde está mi novio. – Tom frunció el ceño.
A ver si esa tía iba a ser una de esas locas que se creían su novia después de
haberse acostado con ella. 

-Hum… ¿nos hemos dado un revolcón antes? Perdona pero no me acuerdo de ti…
¿Eres… Samantha? ¿Jenny? No serás aquella canadiense tan mona de los baños
termales ¿verdad? 

-No. Es la primera vez que nos vemos… en persona quiero decir. 


-Aja. Y… ¿de que novio me hablas?

-De tu hermano Bill. – sentenció tan tranquila. Tom quedó estático, mirándola con
ojos desorbitados hasta que ella rompió a reír. – Era broma. – el mayor de los
gemelos suspiró con gran alivio. Por un momento había estado a punto de echarse
sobre ella dispuesto a matarla. Esa sobre protección con la que trataba a Bill
acabaría causándole problemas – Me llamo Leyna y soy la novia… bueno, la ex
novia de Andreas. – eso ya era otra cosa. La ex de Andreas no estaba mal pero…
iba a matar a ese puto degenerado. No podía tener una novia normal y corriente
como todo el mundo, no, tenía que tener una novia que intentaba imitar a el estilo
de Bill y… un momento… Andreas estaba con una especie de clon de su
hermano… ¡Porque quería tirarse a su hermano! Ahora lo tenía claro. Como ese
imbécil no podía estar con Bill, pues se buscaba una persona con su parecido físico
y… ¡A saber en que coño pensaba mientras se la cepillaba! Pensaría en Bill, en que
quien gemía con descontrol cuando se la metía era él, pensaría que el pelo de esa
tía era el de su hermano, que el culo de ella era el de Bill, que su cara ruborizada
mientras estaba entre sus brazos desnudos, restregándosele una y otra vez era la de
su hermano… que los labios que besaba eran los suyos…

-¡Mierda! – exclamó dándole un puñetazo a la mesa. ¡Si hasta le estaban entrando


ganas de tirársela él de solo pensar en que se parecía a Bill! 

-¿Estás bien? – preguntó ella, sobresaltada por el golpe. 

-Si, si. Solo me he acordado de una cosa. Entonces tú eres la novia de Andreas. 

-Ajá. 

-¿Y que quieres de mí?

-Que me lleves hasta él para llevarlo de vuelta a casa. Sabía que acudiría a vosotros
y el muy idiota se dejó la dirección de vuestro apartamento en nuestro piso. He
venido enseguida, no puedo dejar que ese idiota se ponga a estorbar en casas
ajenas, es tan entrometido y le hecha un morro a la vida…

-¡Rebobina! ¿Has venido para llevártelo? ¿¡Y por qué no me lo has dicho antes!?
¡Encantado de conocerte Leyna, ahora mismo te llevo a nuestra casa para que
puedas llevártelo! – por fin algo bueno. ¡Iba a librarse de ese cabezón promiscuo
que rondaba a su hermano, increíble noticia! 
Leyna sonrió ante su entusiasmo de manera que él ni siquiera se percató de su
sonrisa melancólica. 

-¿Y que pasó entonces? 

-Que cuando salí del hotel, él se tiró desde la séptima planta y… delante mía… se
mató, se suicidó. – el urólogo escuchaba la historia con los ojos muy abiertos,
picadísimo, sin dejar de oír una sola palabra. Desde luego, la historia de Bill era
mucho más interesante que las batallitas que le había contado su abuelo sobre la
guerra.

-Ya veo, ¿y después? 

-Después me vine aquí con mi hermano y los demás y… hasta ahora he estado
deprimido, aislado, sin ánimo de nada y ya no se que hacer. – Bill bajó la cabeza
con expresión de auténtica preocupación. – Ni siquiera tengo ganas de cantar. – el
cantante miró al doctor con seriedad. Al cabo de varios segundos, este se dio
cuenta de que el muchacho solo esperaba un consejo suyo, un tratamiento, un…
algo ya que supuestamente era su psicólogo. 

-Pues en mi opinión me parece normal que estés deprimido pero no sirve de nada,
es una pérdida de tiempo deprimirse por alguien que ni siquiera conocías y que se
ha suicidado por culpa de una demencia que solo te hizo sufrir y de la cual no eres
culpable. Intentó matar a tu hermano y estuvo a punto de matarte a ti ¡Que se joda!
– Bill lo miró con una ceja alzada. El doctor parecía sobre excitado. – Olvídate de
él, no te culpes. Es como culparse por la muerte de un tío mutilado por Hitler que
vistes despatarrado en la calle durante la carnicería que montó, ¡Seguramente
Hitler lo pilló porque no corrió lo suficiente, no porque tú no impidieras su muerte
y ahora Hitler y su ejército de nazis te tienen en el punto de mira porque te has roto
una pierna por el camino al pararte a intentar ayudar a ese pobre infeliz al que han
mutilado! – Bill puso los ojos en blanco unos segundos y asintió débilmente. 

-…Si… entiendo… 

-¡Pues eso, tienes que correr por tu vida Bill! ¡Si Hitler te pilla, será el fin! 

-Si… yo… correré. – Bill se levantó muy lentamente de la silla y empezó a andar
hacía la puerta de la salida encogiendo el cuello. – Gracias por todo doctor…
ahora… voy a correr… su consejo me será de gran ayuda. – murmuró abriendo la
puerta y asomando la cabeza, mirando a ambos lados del pasillo, precavido. 

-¡Vuelve cuando quieras! ¡Ha sido un placer conocerte! – Bill cerró la puerta,
sonriéndole con un tic en el labio y desapareciendo tras ella. – Hum… debí haber
estudiado psicología. Que profesión tan entretenida y además… parece que se me
da bien. 

Cuando Bill salió de la consulta y del edificio donde estaba, buscó como un loco el
coche de su hermano que lo sobresaltó con un pitido para que lo localizara. Bill
corrió hasta él y se metió en el asiento del copiloto como si hubiera sido impulsado
con un muelle y echó el seguro en cuanto entró. 

-¿Cómo te ha ido con el psicólogo Mimosín? – le preguntó su hermano


repentinamente contento. 

-Arranca – le ordenó con tono asustado. Tom lo miró confuso y acabó


encogiéndose de hombros, arrancando el coche y saliendo de allí. Bill bajó la
cabeza y descendió el cuerpo hacía abajo, escapando de la claridad de la
ventanilla. 

-Bill ¿Qué pasa?

-Tom, no te asustes… pero creo que una banda de neonazis quiere mutilarme.

-¿En serio?

-¿En serio? 

-Si, en serio. – Bill alzó una ceja, alzando el cuerpo de nuevo y mirando los
asientos traseros del coche desde donde había escuchado una segunda voz. 

-¡Hola Bill! – Leyna le sonrió ampliamente y aprovechando el momento de


confusión del moreno, le dio un breve beso en los labios. – Me llamo Leyna y soy
una gran admiradora tuya, ¡Es todo un honor conocerte en persona! 

-Ah… hola Leyna. – Bill miró a su hermano con ojos desorbitados. 

-Es la ex de Andreas que ha venido a por él. 


-Ah… ya… que guay. – murmuró sonriendo falsamente a la muchacha, que le
guiñó el ojo de manera coqueta. 

Al bajar del coche, lo primero que hizo Leyna fue agarrarse al brazo de Bill y
pegarse a él como una lapa. El cantante, quien la muchacha había empezado a
caerle bien después de estar un cuarto de hora hablando de música y de ropa, se
dejó agarrar sonriente… y Tom se preguntó si había hecho mal en traerla hasta allí.
Cuando abrieron la puerta del apartamento, se preguntaron si allí había tres
personas o una jauría de cerdos. Hacía la mitad del pasillo, este estaba lleno de
bolsas, latas y paquetes de gusanitos desparramados por el suelo. Oyeron gritos en
el salón y se acercaron a este, abriendo la puerta pero los gritos eran tales que nadie
se dio cuenta de que acababan de llegar. 

-¡¿Pero que haces gilipollas?! ¡Dale de una puta vez! – gritó Andreas dando botes
en el sillón. 

-¡¿No ves que es un puto enano?! ¡¿Vas a dejar que un enano de mierda te humille
así?! – Georg saltó del sofá, parándose frente a la tele, moviéndose histérico.
Gustav parecía el único tranquilo observando el campeonato de lucha libre en la
tele por cable cuando de repente, el grandullón repleto de músculos que peleaba
contra un tío más delgado y pequeño fue tumbado por este de un golpe. 

-¡No! – gritaron Andreas y Georg, dando golpes y patadas a todo lo que se ponía
por delante. 

-¡Si! – el batería se levantó del sofá, saltando como un loco. - ¡Os lo dije, os lo
dije, sabía que iba a ganar, jodeos panda de perdedores, soltad la pasta! 

-¿Gustav? – preguntó Bill con la boca abierta. El mencionado lo miró,


palideciendo de pronto al ver como el moreno negaba con la cabeza. – Que
decepción Gustav, y yo que te creía el menos loco de los cuatro ¡que vergüenza! –
el rubio, repentinamente cortado, se sentó en el sofá de nuevo, callado. 

-Si es que Gustav, si es que no se te puede dejar solo. – sonrió Andreas, divertido
por la situación. 

-Tú calla rubio, que te tengo una sorpresita ¡Mira quien ha venido a verte! – Tom
cogió a Leyna de los hombros, separándola de su hermano y plantándola delante de
Andreas, que primero, pareció quedarse pillado hasta que consiguió reaccionar al
verla cruzarse de brazos en actitud chulesca. 

-¡Ahhh, Leyna! ¿¡Que coño haces tú aquí!? – gritó retrocediendo espantado. 

-¿Ni dos besos a tu novia Andreas? Muy bonito cariño. 

-¿Novia? – el bajista se levantó del sofá, observando la escena tan intrigado como
los demás. 

-De eso nada, EX novia. – aclaró el rubio. - ¿Qué quieres ahora Leyna? ¿Cómo
sabías que estaba aquí?

-Fácil, solo tuve que echarle un vistazo al libro de, ¿Dónde van los hombres que se
pasan el día tocándose los huevos cuando su novia les deja? Y la conclusión fue un
lugar apartado en compañía de otros hombres que se tocan los huevos con una tele,
un sofá, latas de birra y todo ello rodeados de la mierda que no recogen para no
dejar de sentir el gustirrinín que conlleva el tocarse las pelotas… esto no va por ti
Bill – aclaró al moreno con tonito afable y lastimero. Bill sonrió e hizo un gesto
con la mano indicándole que no le importaba. – Pues eso, que te dejaste la
dirección al lado del teléfono y sabía que vendrías en busca de los gemelos. 

-Buenos, pues vale, lo hice ¿Y qué? Esto no te incumbe. No se que estás haciendo
aquí, lo dejaste todo muy clarito cuando rompimos. 

-Te dije que quedábamos como amigos, compartimos el alquiler y que te quedaras. 

-¡Ah, por eso has venido, por el alquiler!

-¡No! ¡He venido porque se que tienes un morro que te lo pisas y no es cuestión de
darle por culo a tus amigos en su situación! ¡No me puedo creer que seas tan idiota
como para venirte aquí con toda la cara sabiendo lo que ha pasado! 

-¡Di que sí Leyna! – gritó Tom, con efusividad. 

-¡Yo no molesto, Bill quiso que me quedara! 

-¡Eso es verdad! No molesta Leyna, yo se lo pedí. – le defendió Bill, recibiendo


una mirada reprobatoria de su hermano que ignoró. 
-¡Lo siento pero no! ¡Tienes que volver Andreas! 

-¡No quiero, no volvería contigo por nada del mundo después de todo lo que
dijiste! ¿¡Que te importa lo que le pase al imbécil al que utilizaste solo para pasar
el rato, eh!? 

-¿Pero no decías que habías cortado con ella por infidelidad? – Andreas bajó la
mirada y bufó ante la pregunta del guitarrista. 

-¿Qué se supone que les has contado Andreas? ¿Qué te había sido infiel y que tú
habías cortado conmigo? ¿Por qué no me extraña? Siempre tan orgulloso incapaz
de admitir que fui yo quien te dejó. 

-¡Pues si, fuiste tú quien me dejó! ¿¡Y qué!? ¡Me da igual, ya lo tengo asimilado y
superado, no me importa una mierda lo que hagas! ¡Tú te lo pierdes! – gritó
cruzándose de brazos y sacándole la lengua como un niño pequeño. Leyna suspiró
con cansancio y negó con la cabeza. 

-Está claro que así no se puede hablar contigo. 

-Es que no quiero hablar contigo. ¡Me echaste de tu vida sin ninguna razón, así, de
repente! Después de todo lo que hemos pasado juntos. 

-A ver, a ver que esto se está poniendo ya muy dramático y no tengo ganas de
escuchar la parte cursi del panorama. ¿Por qué habéis roto? – Andreas adoptó
expresión indignada mientras que la cara de ella se volvió seria como la de una
estatua de mármol. 

-Pregúntaselo a ella. 

-No hace falta que pregunten nada, te lo dije clarito, no te quiero.

-¿Entonces que coño haces aquí eh? ¡Sino me quieres, lárgate! – respondió el rubio
a la defensiva. Los cuatro miembros del grupo observaban la escena con una ceja
alzada, sin saber que hacer. Por suerte o por desgracia, al líder del grupo aquella
pelea pareció tocarle la fibra sensible. 

-Hablar en caliente no es de mucha ayuda en una situación como esta. ¿Por qué no
os quedáis esta noche y mañana ya habláis con más calma? 
-¿¡Qué!? – gritó Tom, atónito. 

-Oh… ¿puedo? – murmuró Leyna, avergonzada de pronto. Bill asintió sonriente,


encantado de ayudar a la ex pareja.

-¡Si! Cuantos más mejor, además nos hacía falta una figura femenina que nos diera
un punto sensible y cuerdo o acabaremos todos descontrolados. – secundó el
batería. 

-Cierto. Y también necesitamos alguien que sepa cocinar algo más que macarrones
y lasaña, ¿sabes cocinar guapa? 

-¡Eh, esas confianzas Georg, de guapa nada! – saltó Andreas echándole una mirada
helada. – De todas formas, no quiero que se quede. 

-Tú aquí no tienes ni voz ni voto, que tú eres el primero acoplado. Si se queda uno,
se quedan los dos, como Tom y yo, venís en pack de dos. 

-Eh, que yo tampoco quiero que se quede, ni el uno ni el otro y lo digo a la cara y
no es por nada, pero aquí no cabemos los seis, hay cuatro habitaciones. Una de
Georg, otra de Gustav, la mía y la de Bill. No cogéis. 

-Ya, pero tú duermes en la habitación de Bill, por lo que sobra una habitación. –
Gustav miró significativamente a la pareja de rubios, que negaron con la cabeza al
instante. 

-¡Ah, no, ni hablar, yo no duermo en la misma habitación que Leyna! ¡No me da la


gana! 

-Pues por eso no hay problema, yo puedo dormir en su habitación con ella y punto.
– una mirada asesina por parte de Andreas hizo callar al bajista súbitamente. 

-Vale, pues yo duermo con ella y tú, Andreas, con Tom y se acabó. – los
mencionados miraron a Bill con impresión. Tom tenía ganas de estrangularlo por
dar semejantes ideas. 

-Sino hay más remedio… me parece bien. – sentenció el rubio con seriedad,
sorprendiendo a Tom por su repentino cambio de humor. 
-Entonces… ¿voy a dormir en la misma habitación que Bill? Que… que…
¡Increíble, es flipante! ¡Estoy alucinando de verdad! ¡Ahora mismo voy a preparar
un banquete para agradeceros que seáis tan buenos conmigo! ¡De verdad sois
geniales! – Leyna salió corriendo hacía la cocina, dando botes de alegría. Nadie
pareció darse cuenta de la lagrimilla que le recorrió la mejilla en ese instante, llena
de felicidad. 

Tom no podía creérselo, la había traído para librarse de Andreas y ¡Toma! Un


problema más. Que lo llamaran egoísta si querían, pero no soportaba tenerle
rondando alrededor de su hermano. Observó como Bill salía corriendo escaleras
arriba para preparar la habitación donde dormiría esa noche y sintió la sangre
hervir. Georg salió escopeteado hacía la cocina, siguiendo a Leyna y Gustav
pareció concentrarse de nuevo en la televisión enseguida. 

-Bueno, será mejor que yo también vaya a preparar mi cama. – murmuró Andreas,
incómodo al verse solo con Tom, que le dirigió una mirada helada. 

-Joder, ¿Por qué coño no puedes volver a casa de tus padres y nos das un respiro? –
soltó sin ocultar su molestia y enseguida se arrepintió al ver la expresión
melancólica y perdida de su amigo, porque a pesar de que a veces fuera un coñazo,
era su mejor amigo. 

-Sabes que antes de volver a casa de mis padres, preferiría vivir debajo de un
puente. – por supuesto, ¿Cómo no? Era normal que no quisiera volver a ese lugar
que Andreas tenía como casa de tortura. Por un momento, un recuerdo
desagradable de su rubio amigo pasó por su cabeza. Aquella vez que se lo encontró
pegado al porche de su casa, llorando, acurrucado, temblando de frío, con el cuerpo
lleno de moratones y cortes, con la nariz y el labio roto, una brecha en la sien y la
cara medio deformada por los golpes y su expresión de desolación y pánico. Les
pidió, les suplico que lo dejaran quedarse a dormir en su casa esa noche, solo esa
noche por miedo a que lo mataran si regresaba a esas horas. 

Andreas había entrado en su casa, Simone, su madre, le había curado las heridas y
Gordon, su padrastro, le había estado contando anécdotas que le hicieron sonreír
aunque le dolieran los músculos de la cara al hacerlo y cuando se pasaron la noche
en vela, él, Bill y Andreas, jugueteando y contando historias de miedo, su amigo
había roto a llorar de alegría… el simple hecho de poder jugar tranquilo, sin miedo
a recibir golpes… solo por eso, se sintió el niño más feliz del mundo. 

Andreas les estaba eternamente agradecido por esa noche en la que creyó tener una
madre cariñosa, un padre divertido y vigoroso y unos hermanos que le habían
apoyado y se habían quedado a su lado toda la noche, velando por que su sonrisa
no se congelara… nada más lejos de la cruel realidad que le había tocado vivir. 

-De acuerdo. – Tom hizo un esfuerzo por sonreírle, quitándole un peso de encima –
Sube a preparar las camas y más te vale que la mía este bien lejos de la tuya eh, no
quiero mariconadas. – Andreas sonrió, agradeciendo la broma con la que había
quitado hierro al asunto. Tom y Bill, sin duda, eran los mejores tíos que podía
haber conocido. Corrió hacía las escaleras, subiendo el primer escalón cuando
sintió la mano de Tom sobre su hombro, deteniéndolo. – Sabes que Bill le ha
pedido a Leyna que se quede para que lo arregléis, ¿verdad? 

-… Si.

-Y fue ella quien te dejó, ¿no? ¿Por qué?

-… No lo se. Simplemente, un día llegó a casa y lo dijo y… y ya. – Tom estaba


extrañado, pero no por la actitud reservada de Andreas respecto a ese tema. Sabía
que decía la verdad. 

-Y tú… a ti te gusta. O quizás… más que gustar…

-Estoy enamorado de ella Tom, lo se, así que no le des más vueltas. Por eso me fui
de allí, para quitármela de la cabeza. Da igual cuantos hombres o mujeres se me
pongan delante… yo… de verdad quiero a Leyna, desde el primer momento en que
la vi… pero eso no significa que tenga derecho a tratarme como un perro. 

-Hum… ya. Si tanto la quieres, ¿Por qué actúas como si te diera igual que duerma
en la misma habitación que mi hermano? 

-Porque de verdad no me importa. Si fueras tú, Georg o Gustav, eso sería otro
cantar pero se que Bill nunca intentaría nada con ella. 

-¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Bill es tan hombre como yo o los demás –
Andreas miró a Tom perplejo, como si la respuesta a esa pregunta fuera tan simple
que le pareciera tonto el tener que escucharla. 

-Es obvio.

-¿Obvio el que? 
-Joder, parece mentira que tú, siendo su gemelo me lo preguntes a mí. Es obvio
que Bill no se acercará de esa forma a Leyna ni a ninguna otra en ese sentido
aunque durmiera desnuda y en su misma cama, pegada a él. – Tom frunció el ceño,
cabreándose de repente. 

-¿Qué insinúas Andreas?

-No insinúo nada. Lo afirmo porque es la realidad. A Bill no le interesan las


mujeres. – y se encogió de hombros como si nada, volviendo a subir las escaleras.
Por un momento, Tom se quedó tieso, intentando controlar el puño que sino fuera
porque era Andreas, ya le abría estampado en las costillas. 

-¿Estás llamando a mi hermano maricón en mi puta cara? – preguntó echó una


furia, cuando Andreas ya iba por el último escalón de las escaleras. 

-Tom, no hace falta que te pongas así tío. 

-¿Y cómo quieres que me ponga cuando mi mejor amigo llama maricón a mi
hermano gemelo? 

-Tom… es obvio. A Bill no le llaman la atención las mujeres, reconócelo. Tú estás


con él a todas horas. No intentes negarlo cuando lo ves con tus propios ojos. 

-Andreas… Bill no es gay. – sentenció al final, totalmente serio, apretando los


puños con fuerza. 

-Claro que no lo es… porque tú te empeñas en restregarle por la cara que no debe
serlo.

-¿De que estás hablando? ¡Él lo ha dicho millones de veces! 

-Solo delante de las cámaras, ¿Alguna vez te lo ha dicho a ti, cara a cara, a solas? 

-¡Soy su hermano gemelo, no hace falta que me lo diga! – Andreas suspiró y negó
con la cabeza. 

-Claro Tom. No puedo creer que ninguno de los dos se haya dado cuenta de que el
amor fraternal os tiene completamente ciegos… os empeñáis en vendaros los ojos
y al final, acabaréis chocando contra algo, ya lo veréis. – y como si nada,
desapareció por el pasillo de la segunda planta. Tom se contuvo unos segundos,
retrocediendo hacía atrás, alejándose de la escalera. Sabía que si seguía ahí se
lanzaría a por Andreas y probablemente no saldrían muy bien parados… pero,
¿Quién coño se creía que era ese imbécil? Podía ser amigo suyo todo lo que
quisiera, pero se había metido con Bill y Bill era sagrado. 

Tom dio un puñetazo a la pared con todas sus fuerzas, descargando su ira. Ahora lo
que descargaba eran las lágrimas de dolor por semejante maltrato a su puño, sería
bestia. Debía comprarse una pelotita antiestrés cuanto antes. 

Aun así, pese al dolor, la última frase de Andreas empezó a retumbar en su cabeza,
haciendo eco. 

“No puedo creer que ninguno de los dos se haya dado cuenta de que el amor
fraternal os tiene completamente ciegos… os empeñáis en vendaros los ojos y al
final, acabaréis chocando contra algo”

Tom no entendía muy bien lo que había querido decir con eso, pero aunque lo
entendiera, su preocupación estaba centrada básicamente en que ya ni siquiera
estaba seguro de si lo que le cegaba era el amor fraternal u otra clase de amor…

Capítulo 8: Locura

Bueno, la diferencia no era tan grande entre aquel lugar y el apartamento que
compartían. El sofá era cómodo, se escuchaban casi los mismos gritos animados
que allí, solo que multiplicados por quinientos y… ¿a quien pretendía engañar?
¿¡Qué coño hacía en esa jodida discoteca y no en el apartamento, viendo una peli
de miedo con los demás!? Porque desde que Leyna había llegado, a ver quien era
el gracioso que se atrevía a poner una película porno con ella delante. Era
increíble, pero no las echaba de menos, total, no podía excitarse salvo cuando tenía
a Bill delante y eso se había convertido en un hecho demostrable tras la conclusión
que había sacado tras el experimento accidentado. Lo ocurrido había sido:

A las tantas, no podía dormir dándole vueltas al coco. 

Todo el mundo estaba dormido y él estaba aburrido como una ostra. Andreas
roncaba como un condenado en la cama de al lado.
Decidió salir de la habitación e irse a ver la tele. La programación no era muy
inocente a esas horas y eso a Tom le gustó. Era una programación oportuna para
experimentar. 

Resultado… ninguno. Da igual cuanto se tocara, cuanto insistiera, como de salvaje


fuera y como de erótica fuera la película. Nada. 

Ocurrió que, tras varios minutos sofocado y exasperado, oyó una garganta
carraspear, intentando llamar su atención. Se giró. 

Bill lo miraba con los ojos entrecerrados, con un vaso de agua en la mano. 

-Tenía sed… - murmuró. – Y es imposible no oír los gemidos de la película. Al


menos córtate un poco o vete a “cazar” por ahí… pero en ese sofá nos sentamos
todos, bueno, a partir de ahora, yo ya no pienso hacerlo. 

Se había quedado mirándolo con los ojos desorbitados. 

-En fin, apaga eso y vete a la cama. Me siento traumado y… buff… - hizo un gesto
de asco con la boca y un escalofrío le recorrió la columna. Salió de allí subiendo
las escaleras con cara espantada, como si acabara de tragarse algo súper picante
que le arrasara la garganta. Tom, totalmente alucinado y rojo como un tomate, lo
observó desaparecer por las escaleras... su trasero se le marcaba con ese pijama tan
apretado que tenía.

Resultado del experimento: Una erección.

Tom tenía claro que Bill le ponía y eso era de locos. Había estado dándole vueltas
constantemente. Bill y él eran gemelos, clavados. ¿Y si era tan narcisista que se
ponía al verse a si mismo? ¿Se le pondría dura al mirarse al espejo? Tendría que
probarlo cuando volviera a casa. 

-¡Pero bueno Tom! ¿Qué coño haces así todavía? – Georg se le acercó entre toda la
muchedumbre con una rubia a su lado, rodeándole de la cintura y otra pelirroja al
otro, pegada como una lapa a él. Por la sonrisa de bobalicón que tenía, era obvio
que ya llevaba un buen par de copas… y también un buen par de monumentos. –
Llevamos aquí más de una hora y estás justo donde te dejé y lo peor de todo…
solo. – Tom entrecerró los ojos, clavando la mirada en la gran delantera de la
pelirroja, que se movía de arriba abajo con cada movimiento alegre que hacía. Y
tan alegre. 

-Ya dije que no tenía cuerpo para fiestas. 

-Y lo respeto, pero ya que estás aquí aprovecha. Todos lo están haciendo. Acabo de
ver a Gustav hablando con un pibón… buf… haber como acaba. Leyna está
bailando con todo lo que se le pone delante y Andreas… bueno, él está vigilándola
de cerca para que no se pase, pero ya se le han acercado unas cuantas. 

-Ya. Pues que bien por ellos. 

-¡Venga ya Tom! ¿Van a ligar todos menos tú, precisamente el que más moja del
grupo? Si sigues así, vamos a tener que cederle tu reputación de mujeriego a tu
hermano, ¡Que parecía tonto el tío! – aquello fueron palabras mágicas para Tom,
que levantó la mirada del escote de la pelirroja y lo miró con una chispa de
curiosidad y cabreo. 

-¿Cómo? ¿Qué Bill qué? ¿Dónde está el canijo de mi hermano? – preguntó con un
tono entre burlón, serio y furioso. Georg adoptó expresión sumisa. La cara de
asesino que estaba poniendo Tom le daba miedo, así que disimuladamente, miró
hacía su izquierda. El guitarrista siguió su mirada hasta dar con el sofá donde
localizó a Bill… junto con una tía de pelo ondulado y castaño muy guapa de cara.
Los dos estaban hablando animadamente. Bill dio un sorbo a su cubata, sin apartar
la mirada juguetona de ella. A Tom le hervía la sangre y escupió a un lado en gesto
despectivo. 

-Tú hermano está triunfando esta noche. 

-¡Bah! Solo están hablando y así va ha quedarse, parece mentira que no conozcas a
Bill, él nunca pasa a mayores. – Georg asintió débilmente con la cabeza, abriendo
la boca con sorpresa al ver como se desarrollaban los hechos y, para furia e
incredulidad de Tom, él también lo vio todo. 

La chica dijo algo que tuvo que hacerle gracia, pues Bill apartó el tubo de sus
labios bruscamente y empezó a reírse a carcajadas. Cuando se calmó, sonriente, se
acercó a su oído y le murmuró algo. Ella lo observó con ojos muy abiertos y le
preguntó algo, a lo que Bill negó con la cabeza y entre risas, se inclinó hasta ella y
juntó sus labios. 
La cara de Tom no era un poema, era un Picasso del bueno, totalmente desencajada
y absorta, con los ojos desorbitados. 

-¡Madre mía! ¡Y la gente llamándolo maricón! Esto tendríamos que gravarlo y


colgarlo en Internet, ¡Pero mira como le mete la lengua, un poco más y se la mete
hasta el estomago! – Tom estaba muy, muy flipado y es que el morreo que Bill le
estaba metiendo a esa chica no era normal. Parecía un experto y cuando se
separaron, pudo ver claramente como su lengua, con aquel piercing brillando
tenuemente en la oscuridad, se escurría por entre los labios de ella hasta salir y
volver a esconderse en su boca, donde dibujó una sonrisa. La chica había quedado
igual que él, perpleja y seguramente con las bragas empapadas. 

Tom sintió un instinto asesino subirle por la boca del estómago, intentando escapar
a base de gritos y puñetazos, pero también sintió un ligero escalofrío recorrerle las
piernas hasta la ingle y allí, concentrarse en un lugar entre los muslos. 

No podía seguir así, eso tenía que acabar esa misma noche.

-Trae – gruñó, agarrando de repente a la pelirroja que acompañaba a Georg y


empujándola hasta que quedó sentada a su lado, en el sofá. La agarró de la cintura,
sonriendo falsamente apretándola contra su cuerpo y acercándose a su cara. -
¿Cómo te llamas? – preguntó con tonito insinuante. Ella no contestó, solo sonrió. 

-Es rusa Tom, no sabe alemán. – le informó Georg. Tom se encogió de hombros. 

-Ni que necesitara que me contara su vida para llevármela a la cama, con que sepa
gritar, basta. – la chica parecía de lo más contenta, empezando a restregarse contra
su cuerpo, rodeándole el cuello con los brazos. Tom, desde su posición, observó a
Bill con mirada de tigre que sentía amenazado su territorio. Su hermano se levantó
entonces, diciéndole algo a su acompañante y empezando a confundirse entre la
muchedumbre de gente despatarrada en la pista. Hubo un momento en que le miró
de refilón, momento en el que Tom rodeó el cuerpo de la chica y lo estrechó más
contra el suyo, provocando más contacto y la reacción de Bill fue… una sonrisa
amistosa y que le sacara la lengua en gesto juguetón. 

Tom sintió rabia e impotencia al darse cuenta de que aunque Bill lo viera con una
chica entre sus brazos, con una persona ajena a él, no le importaba en absoluto. No
sentía odio ni rabia, ni deseos de empotrarle contra la pared y de la forma más
cruel y placentera, hacer que se arrepintiera de lo que había hecho. Por un
momento sintió deseos de hacerle llorar por lo mal que se sentía, porque estaba
siendo cruel con él y no le importaba, porque Bill no se daba cuenta de su dolor o
tal vez, lo ignoraba adrede. Y era su culpa, su culpa. 

Fuera de sí, rabioso, agarró los hombros de la chica que le había tocado
descaradamente la entrepierna y la tumbó a lo largo del sofá, empezando a
devorarle la boca como un lobo hambriento. Tenía la intención de desahogarse
como fuera y pobre de quien fuera su víctima. 

-¡Leyna ya vale! – Andreas agarró a la rubia del brazo, separándola del hombre con
quien bailaba bien pegada hacía unos segundos y quien la miraba de esa manera
tan lujuriosa. 

-¡No seas plasta Andreas, suéltame! – gritó intentando sacarse su brazo de encima,
molesta. 

-¡Eres idiota! ¿Es que no te das cuenta de que eres presa fácil para esta pandilla de
pervertidos? 

-¿Y tú no te das cuenta de que eres insoportablemente pesado? Lo que yo haga no


te importa, ya no estamos juntos. – Andreas tuvo la tentación de darle una buena
bofetada. Conocía a Leyna desde hacía más de un año, sabía de sobra que a ella no
le iba ese rollo, que solo dejaba que la tocara la gente con la que tenía gran
confianza, se fiaba de ella… pero era imposible fiarse de cualquier hombre que se
le acercara. Solo quería protegerla a pesar de saber que no se merecía que la
siguiera para ayudarla en caso de necesidad. 

-Si no estamos juntos ¿Por qué coño has vuelto a por mí? – Leyna le dirigió una
mirada venenosa. 

-Te fuiste sin pagar el alquiler y me han echado por tu culpa. 

-¡Ah, o sea, que solo has venido a por mí por el alquiler! ¡Me parece muy fuerte!

-¡Fuiste tú quien se fue con todo el morro sin pagar el último mes! ¡Es tu culpa! 

-¡Estaría loco si después de todo hubiera querido quedarme contigo!

-¿Y porque estás vigilando que nadie me ponga la mano encima entonces? – ahí lo
había pillado. 

-Pues… obviamente porque… - antes de que Andreas pudiera inventarse una


excusa, sintió un fuerte empujón en la espalda que lo hizo caer al suelo de culo. -
¡Ah! ¡Joder, mira por donde vas pedazo de gili…! – ante la atenta mirada de
Leyna, el rubio se quedó mudo observando el perfil de la persona que acababa de
empujarle, quien le ignoró por completo y siguió su camino por la pista. Leyna se
agachó de cuclillas frente a él, bufando. 

-Si es que estás tonto Andreas – murmuró, pero su ex no reaccionó. Su cara


palideció en un segundo y sus ojos la miraron con expresión espantada. 

-Hagis. – aquel hombre, aquel tío de casi dos metros que le había empujado y había
pasado de largo, aquella cicatriz marcada en su cara, su cuerpo musculoso, como el
de un luchador de lucha libre. No había duda, era él. Sino fuera por esa cara, esa
quemadura marcada en el lateral de su rostro y la cicatriz de ese arañazo
cruzándoselo de cabo a rabo, no lo abría reconocido. Había crecido tanto y se había
vuelto tan enorme… parecía Sansón. – Es Hagis. 

-¿Quién? – preguntó Leyna, confusa por su actitud de pánico. 

-Tenemos que salir de aquí. Tenemos que buscar a los demás y salir de aquí
cagando leches. Como ese tío se encuentre con uno de nosotros y lo reconozca…
como se encuentre con Bill, lo matará. – Andreas se puso de pie de un salto. Su
corazón iba a salírsele por la boca cuando miró a Leyna y la agarró por los
hombros, muy serio. – él no te conoce a ti, así que por favor, busca a Georg y a
Gustav y diles que salgan de aquí enseguida y que pasen lo más desapercibidos que
puedan. Si ves a Tom o a Bill, diles que Hagis está aquí, ellos lo entenderán
enseguida. 

-¿Cómo? ¿Por… porque? ¿Quién es ese Hagis? ¿Lo conoces? 

-Ojala no lo conociera. Tú solo avisa a quien te encuentres y cuando estéis fuera,


me llamas al móvil, ¿vale? – Leyna asintió con la cabeza, confundida. No le haría
caso sino fuera porque sentía el nerviosismo y el miedo de Andreas. No estaba
bromeando. 

Andreas no podía evitar sentirse alterado, histérico. Hagis estaba allí. ¿Por qué? No
se veían desde el instituto y ya pensaba que jamás lo volvería a ver, ni él, ni los
gemelos y ahora, toma, aparecía como por arte de magia. ¿Qué coño haría allí? Eso
era lo de menos. Como se encontrara con uno de ellos… como se encontrara con
Bill… no quería ni imaginárselo. Solo las personas que hubieran estudiado en su
mismo instituto y hubieran vivido en su barrio sabían quien era y lo loco que
estaba. A los once años ya andaba borracho de clase en clase, fumando porros. En
el instituto, además de hacer de camello para los de bachiller, siempre iba medio
colocado y todo el día andaba buscando pelea, las cuales siempre ganaba gracias a
su corpulencia y a su navaja, porque si, porque siempre llevaba navaja encima
desde los doce y más de una vez la había utilizado, no le cabía duda. La última
noticia que había tenido de él es que lo metieron en un reformatorio desde los
quince hasta los diecisiete por apuñalar a un profesor… justo después de que los
gemelos dejaran el instituto para dedicarse a la música y esa había sido la razón,
había enloquecido cuando se enteró de que Tom y Bill habían dejado en instituto y
el pueblo y que ya no podría cumplir su venganza… su venganza por aquella
cicatriz que le había chafado el sueño de ser actor. 

-¡Tom, Bill! – Andreas abrió la puerta del baño masculino de una patada,
desesperado. Había buscado por la izquierda, la dirección contraria que Leyna
había elegido para buscar y no había encontrada a nadie. No podía dejarse los
baños atrás, no podía arriesgarse a que estuvieran allí y se les pasará por alto. -
¡Tom! – gritó, empezando a abrir los cubículos del lugar con alboroto. Cuando
llegó a uno, tiró del pomo y no se abrió. Estaba cerrado por dentro. Tocó con los
nudillos un par de veces, tragando saliva. Se oyeron unos sollozos. Llamó otra vez,
extrañado. 

-¿Quieres dejar de dar por culo, Andreas? – esa voz o más bien ese gruñido era
claramente de Tom. Los sollozos continuaron. 

-¿Tom? Tío ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

-No estoy llorando. Joder, ya salgo. – Tom abrió la puerta del cubículo tras unos
segundos y sus miradas se cruzaron. Genial, no era el mejor momento para que el
guitarrista estuviera de semejante humor, totalmente cabreado. Se le notaba en la
mirada pero entonces, ¿Quién estaba llorando? Miró tras él, había alguien más.
Una chica pelirroja estaba sentada el inodoro, llorando, con la mano en el bajo
vientre y con la ropa desencajada, temblorosa. 

-Tom… ¿Qué coño has hecho? 

-No he hecho nada, al menos nada que ella no quisiera. Ha sido ella quien me ha
arrastrado hasta aquí y luego se ha puesto a llorar. Sino podía conmigo, que no
insistiera tanto. – Andreas lo observaba con ojos desorbitados y Tom negó con
cabeza, molesto. - ¡No la he violado si eso es lo que piensas! Ella quería que lo
hiciera, se ha desnudado, se ha sentado encima mía, se ha puesto a montarme como
una loca y cuando iba a terminar se ha puesto a llorar. No es culpa mía, no he
hecho nada. – Andreas se mantuvo callado. Sabía con solo mirarle la cara al
guitarrista que no había hecho nada, él nunca se atrevería, pero probablemente,
había sido tan basto que le había echo daño a la pobre muchacha. Ese era uno de
sus defectos, cuando estaba cabreado, la tomaba con todo el mundo. Andreas abría
ido a ayudar a la chavala enseguida si no fuera por su estado de alteración. 

-Tenemos que salir de aquí. 

-¿Qué? ¿Por qué? ¿Ahora que estoy disfrutando? Lárgate tú, ¿no te jode? A mi aun
me quedan unos cuantos pibes para volver a casa bien contento. – dijo cruzándose
de brazos en actitud chula. La chica se levantó entonces del inodoro y salió del
cubículo. Se situó unos segundos delante de Tom, limpiándose las lágrimas. Dijo
algo en ruso que no parecía muy bonito y le dio una buena bofetada al guitarrista.
Andreas puso los ojos en blanco, Tom hizo una mueca de cabreo con la boca y la
chica, tan digna y con la cabeza bien alta, salió del baño. – Pégame todo lo que
quieras puta, yo ya me he llevado todo lo que me podía llevar de ti. – murmuró
sonriendo con sarcasmo. El rubio negó con la cabeza, contemplando a su amigo.
No tenía ni idea de lo que le había pasado, pero bien no estaba. 

-Tenemos que largarnos de aquí. – le repitió enseguida. 

-Otra vez. Joder que pesado. Que yo no me voy de aquí hasta que no me haya
tirado a un par más, ¿entiendes? Tengo que comprobar algo. 

-¡No hay tiempo para comprobar nada, esto es muy grave!

-¡Seguro que no es más grave que el problema que tengo entre las piernas! – gritó
echo una furia. Era imposible tranquilizarse, ¿Cómo podía haberle pasado eso a él?
Lo había intentado todo, más bien ella lo había intentado y no había habido forma
de que se le levantara un milímetro… hasta que se le pasó por la cabeza imaginarse
que era otra persona quien se la agarraba, otra persona… como su propio gemelo.
Había hecho todo lo posible por olvidarse de él y concentrarse en lo que estaba
haciendo, ¡Por Dios, parecía virgen! De hecho, casi estaba seguro de que lo había
pasado peor que en la primera vez. Había dejado que ella tomara la iniciativa y que
lo montara, no se veía capaz de hacer otra cosa y aunque no disfrutara, al menos ni
la mitad de lo que disfrutaría en una ocasión normal, debía conservar parte de su
orgullo y reputación. Había tenido una batalla con esa parte de su conciencia que le
hacía pensar en Bill de esa manera tan asquerosa, porque no había otro nombre
para ella. El incesto era la cosa más abominable, asquerosa y deplorable que podía
existir en el mundo, la odiaba y sentía asco de si mismo al pasársele por la cabeza
semejantes mierdas. Era una mierda, ¡Una mierda! Entonces… ¿Por qué coño
había perdido la batalla contra esa forma de pensar que tenía su mente? Cuanto
más había luchado contra ella, más quería, más quería ver, quería sentir… y acabó
abandonándose por completo. 

En resumen, le había hecho daño ha esa tía por la sencilla razón de que se la había
empezado a tirar como un salvaje, como un animal, un bestia. Estaba seguro de que
podría haberla partido en dos si hubiera querido ¿Y todo porque? Se había rendido.
Se había rendido porque Bill se lo había pedido, al menos en su mente. Era
consciente de que solo era su imaginación, pero no podía controlarla, ¡No quería
controlarla! Se estaba volviendo loco… y lo peor de todo es que quería más. 

-Tom, no se que coño te pasa, pero hazme caso, tenemos que largarnos. 

-Te lo advierto Andreas… no me hinches las pelotas. – el guitarrista tomó aire,


temblando, intentando controlar las ganas que tenía de romperle la boca a su amigo
de un puñetazo, pero no sirvió de nada. 

-¡Hagis está aquí! – y, por un momento, aquel grito le abrió los ojos. No hacía falta
que Andreas dijera más, la cara descompuesta de Tom le decía que acababa de
reaccionar. 

-¿Ha… Hagis?... ¿Aquí? – El rubio asintió y el gemelo mayor por un momento


pareció que iba a desplomarse en el suelo. - ¿Dónde está Bill? 

-Creía… creía que estaba contigo cuando empecé a buscaros. 

-Bill… mi… mi hermano… como ese loco lo toque… ¡Lo mato! 

Todo el mundo, todas las personas que vivían en aquel pueblo e incluso las
personas de las ciudades de los alrededores sabían que Hagis Leiter estaba
completamente loco. Bueno, eso sería insultar a los dementes, se podría decir que
él era el criminal juvenil más buscado, más cruel y más alocado que alguien podía
encontrarse. Era un camello, un yanqui, un alcohólico, un ladrón, un abusón, un
buscapleitos, un maltratador e incluso, un asesino. A pesar de todo eso, todo el
mundo sabía también que tenía un sueño, que se esforzaba por intentar ser alguien
además de un marginado… quería ser actor y a decir verdad, era bueno, tenía
talento y hubiera llegado lejos de no ser por su comportamiento propio de un
delincuente. 
Nadie se atrevía a plantarle cara, solo tres lo hicieron. Solo tres personas y una de
ellas, de quien nadie se lo hubiera imaginado, le destrozó su sueño. 

Andreas cayó al suelo de rodillas con la mano en el estómago. Le dolía horrores


por la patada que acababa de recibir. Quería largarse de ahí, temblaba y hacía lo
imposible por no ponerse a llorar. Aquello era tan o más doloroso que cuando le
pegaba su padre. Lo peor era que allí no estaba solo, muchas personas lo
miraban, curiosos y callaban, no le ayudaban. Aquello solo conseguía aumentar
su desesperación. 

-¿Y ahora que eh? ¿Vas a ponerte a llorar? Si me hubieras dado el móvil desde el
primer momento esto no abría pasado, puto mequetrefe. – Hagis, de piel castaña,
moreno repleto de increíbles músculos y de ojos azules como el hielo, estaba frente
a él. Era por lo menos cuatro cabezas más alto que él y unos tres años mayor. Un
abusón. Andreas retrocedió, asustado, pero Hagis le agarró del pelo y lo obligó a
levantarse del suelo hasta situarlo de puntillas frente a él. – ¿Qué pasa? ¿No
tienes suficiente con las palizas que te da el borracho de tu padre que también
vienes buscando camorra aquí? Voy a concederte tu deseo, enano. – Andreas se
preparó para recibir un nuevo golpe cuando notó que aquel gigante de hierro lo
soltaba y vio claramente como caía al suelo, derrumbado. 

-¡Ven aquí y métete con los de tu tamaño si hay huevos soplapollas! – Reconocería
esa voz en cualquier lugar. 

-¡Tom! – el mencionado sonrió de oreja a oreja por su hazaña. - ¡Imbécil, va ha


matarte, lárgate de aquí! – Hagis no tardó ni dos en segundos en levantarse del
suelo debido al fuerte empujón. Por su cara totalmente roja se notaba que estaba
enfurecido. 

-Ven aquí, pequeño hijo de puta. – gruñó corriendo hacía él. Aquello se convirtió
en una pelea seria en ese instante. Todo el colegio apareció de la nada,
empezando a rodear a los tres que se iban a pelear, gritando como locos. Andreas
se echó hacía atrás enseguida, deseando salir corriendo de allí. No podía pelearse
con Hagis, ¡Lo mataría! Pero tampoco podía dejar a Tom solo, era su mejor
amigo. Confundido como estaba, empezó a temblar observando los movimientos
de los dos. Tom parecía pasárselo pipa esquivando los puños de aquel gorila,
vacilándolo en su cara, llamándolo de todo y Hagis cada vez estaba más
cabreado, sobretodo cuando Tom decidió atacar y con toda su fuerza, le pegó un
puñetazo en plena cara. Un hilillo de sangre descendió por la nariz de Hagis, que
retrocedió sorprendido. 

-¡Ja! Parece que el loco Hagis tampoco es gran cosa. Mucha fama pero luego
poca acción. – a Andreas le tembló el labio. Tom parecía tan seguro de lo que
hacía y de repente, todo se fue al traste. Hagis lo cogió desprevenido y le pegó
semejante derechazo en el estómago que lo hizo estrellarse contra la puerta del
club de cocina. Quedó atontado unos segundos, suficientes para que Hagis lo
empujara y lo hiciera caer al suelo, golpeándose la cabeza con brutalidad. 

-¡Cabrón, cobarde! – Andreas se le tiró encima, agarrándolo del cuello,


golpeándole la cabeza y los hombros con los puños, mordiéndole como si le fuera
ha arrancar la piel. 

-¡Joder! – Hagis gritó y no tardó nada en saltar hacía atrás y dejarse caer al suelo
de espaldas, aplastando a Andreas con su peso, que se quedó sin respiración y
semi inconsciente en el suelo por el golpe. – Luego me ocuparé de ti, rubio de los
cojones… después de raparte esas rastas al cero a ti… - los gritos de júbilo no
fueron nada comparados a los que empezaron a dar al ver la navaja que Hagis
sacaba de uno de los bolsillos de su pantalón. Tom intentó levantarse con la mano
en la cabeza. Estaba sangrando por la sien e iba mareado y antes de que pudiera
moverse un centímetro, una patada en la cabeza lo hizo caer de nuevo. Hagis se
agachó de cuclillas, situando la navaja en su cuello. – Parece que hoy vamos a ver
sangre. - nuevos gritos retumbaron en el lugar, pero ninguno de los tres se
percataron de ello hasta que vieron aquella figura imponente frente a frente. 

-Vamos a ver sangre... pero va ha ser la tuya. 

-¡AAAAAAHHH! – el grito de Hagis retumbó en todo el colegio. Tom no podía


creerse lo que estaba viendo. Bill estaba delante suya, con una sartén en la mano y
Hagis… Hagis estaba en el suelo, tapándose la cara con las manos, gritando y
pataleando. Andreas, más despierto por ese grito, miró hacía la puerta del club de
cocina, donde pudo ver a Ina, la novia de Bill y miembro del club, observando la
escena con ojos desorbitados. 

Bill acababa de arrojar aceite hirviendo a la cara de Hagis. 

-Bill… - murmuró su hermano, pero este lo ignoró. Su cara daba miedo pese a no
tener ninguna expresión, estaba blanca como un muerto y sus ojos eran fríos,
vacíos… aterradores. Fue hacía Hagis en silencio y se agachó hasta su lado,
soltando la sartén por el camino, acercándose hasta su oído. 

-La próxima vez que lo toques… te mataré – y de un movimientos brusco con la


mano, clavó sus perfectas uñas en la cara de Hagis. 

De un zarpazo, como el de un tigre, el suelo del patio del recreo quedó cubierto de
sangre y el rostro que una vez había sido atractivo, quedó marcado con la cicatriz
de un arañazo profundo desde la sien hasta el cuello además de las quemaduras
del aceite hirviendo. 

-¡Te mataré, te mataré, juro que cuando vuelva a verte, te mataré! – aquella
amenaza la hizo desde la camilla donde lo subieron al meterlo en la ambulancia al
llevarlo al hospital, con la cara vendada y las vendas cubiertas de sangre. 

Cuando Tom le preguntó a su hermano porque había hecho aquello cuando


regresaron a casa, Bill se puso a temblar y lo abrazó, llorando. 

-Tenía miedo… tenía miedo… - fue su única excusa.

Bill agarró un nuevo cubata, sonrió a la mujer de la barra y se dio la vuelta,


dispuesto a volver con aquella chica tan maja que acababa de conocer. No pensaba
llegar con ella a ninguna parte y mucho menos a su cama, solo pensaba pasar un
rato agradable en compañía de alguien agradable. Se podía decir que ese “pequeño
beso” solo había sido una muestra de agradecimiento por subirle los ánimos.
Anduvo sonriente por entre la muchedumbre de gente, pensativo, cuando de
repente, chocó contra alguien y el cubata se le escurrió de las manos. 

-¡Ala! – miró el suelo, donde el vaso se había hecho añicos y suspiró, cuando se
percató de que la persona que había frente a él, había recibido todo el líquido que
acababa de empaparle la camiseta. – Oh mierda, perdón. No le había vis… 

-Kaulitz. – Bill tuvo que alzar la cabeza para mirar a la cara a la persona que había
frente a él, que por lo menos le sacaba dos cabezas. Aquella voz grave y con tono
amenazante le resultaba familiar. Desagradablemente familiar. – Que sorpresa.
Llevo buscándote años y cuando casi me doy por vencido en mi búsqueda, te
encuentro como un conejillo indefenso frente a un depredador. – Bill dio un paso
hacía atrás, observándole con ojos desorbitados. Esa cicatriz, esa quemadura… 

-¿Quién eres? – el grandullón frunció el ceño, aguantándose las ganas de reventarle


la cabeza a ese niñato que tanto odiaba. 

-¿Ya no recuerdas a tus viejos enemigos, Kaulitz? 

-Hum… A ver… ¿eres anti? ¿neonazi?... Si eres el dueño del descampado que
salió ardiendo, ¡Fue mi hermano, yo no hice nada! O tal vez seas el hijo del
director del colegio de Hamburgo, yo no tuve la culpa de que lo despidieran eh,
¡Admite que él solito se lo buscaba! – una vena enorme se dibujó en la sien de
Hagis. 

-Ya te estás pasando de graciosillo, hijo de perra. Te dije que si volvía a verte, te
mataría. 

-Te sorprenderías si supieras la cantidad de alemanes que me dicen eso. Soy el


alemán más odiado de toda Alemania… bueno, después de Hitler… no, no, borra
eso, a él lo respetaban más que a mí y… - Bill calló de súbito cuando sintió el tirón
que aquel tío le dio al agarrarlo del cuello de la chaqueta, alzándolo hasta casi su
altura. 

-Llevo mucho tiempo pensando en este en momento, en como te haría sufrir en


cuanto te tuviera entre mis brazos, en tus gritos… en tu sangre. – Bill entrecerró los
ojos, incómodo. – Que te acuerdes o no de mí es lo de menos, ya te acordarás
cuando te rompa la cabeza. – los ojos de Bill perdieron el brillo y se volvieron
inexpresivos. Agarró la muñeca de Hagis con fuerza y lo miró como quien mira a
un perro doméstico que intenta volverse en contra de su amo. Amenazándolo con
una mirada llena de desprecio y odio. 

-Suéltame. 

-¿Ya te acuerdas de mí, perdedor?

-Nunca olvidaría la cara deformada del imbécil que intentó degollar a mi hermano. 

-¡Fuiste tú quien me deformó la cara, cabrón! – Hagis, enfurecido, arrojó su cuerpo


hacía atrás, soltándolo. Bill se golpeó la espalda contra la barra, que se movió
violentamente y varios vasos y botellas cayeron al suelo haciéndose añicos,
empapándole entero con el contenido de estos. La gente que bailaba y bebía no
tardó en girarse para observar lo sucedido, mientras Bill se levantaba del suelo
apoyando manos y brazos sobre este, salpicado de cristales. Varios trocitos se
clavaron en sus palmas y algunas gotas de sangre impregnaron el suelo y sin
embargo él se levantó como si nada. Hagis iba a echársele encima en ese momento,
pero un empujón que lo pilló desprevenido le hizo perder el equilibrio, chocando
contra varias personas.

-¡Vamos! – de repente, Bill sintió como alguien le agarraba de la muñeca y


empezaba a arrastrarlo entre la multitud. No se resistió, no necesitaba mirarle para
saber quien era. 

Cuando salieron de ese lugar oscuro y lleno de gente, la pobre luz de una farola los
iluminó a los tres, que corrieron hasta meterse por un callejón. Andreas se dejó
caer al suelo de rodillas, sin aliento.

-Dios, de la que nos hemos librado. – Tom se asomó por la esquina del callejón,
observando la puerta por donde acababan de salir.

-¿Estás bien? – le preguntó a su hermano. Él no contestó y Tom fue hacía él,


agarrándolo de los hombros y zarandeándolo con fuerza - ¿¡Estás bien!? 

-S… si. 

-¿Seguro? – Bill asintió, agarrando sus brazos como quien necesita un apoyo y
Tom le abrazó, suspirando de alivio. 

-Quiero irme a casa. – murmuró con voz quebrada. 

-Vale. Te llevaré a casa… Andreas…

-¡Joder, hay que ser muy subnormal! – gritó el rubio con el móvil entre sus manos.
– Leyna acaba de llamarme. Que está con Georg y Gustav en el pub que está al
lado de no se que gasolinera. – Tom puso los ojos en blanco. 

-Pues diles que vengan para acá. 

-Dicen que vayamos nosotros, que hay un stripties o algo así y a Georg no hay
quien lo mueva de allí. 

-Imbéciles. Los sacas de un lío y se meten en otro. A mi me la suda, yo y Bill nos


vamos a casa ya, ¿vienes o no? 

-No puedo dejar a Leyna sola con esos salidos. – Tom dejó escapar un gruñido
entre dientes y soltó un bufido. 

-Haz lo que te de la gana. Por mí como sino volvéis. Nosotros nos largamos antes
de que vuelva ese loco, ten cuidado por si te pilla. 

-Descuida. – Tom agarró bruscamente la mano de su hermano, saliendo del


callejón con la guardia alta, caminando a paso ligero. Bill lo seguía como un
zombi, casi siendo arrastrado por él. Ahora que era consciente de lo que acababa
de suceder, se sentía completamente bloqueado. Sabía que ese Hagis era alguien al
que se debía temer, cuando era niño ya era un criminal, ahora, con mayoría de
edad, podría ser hasta un asesino en serie y sin embargo, Bill no le tenía miedo, al
menos no sentía miedo al pensar que podría hacerle daño a él, pero si lo sentía al
pensar en que las personas más cercanas a él podían acabar mal. Eso si lo aterraba.
En concreto pensar en que la persona más cercana a él sufriera… otra vez. 

Cuando los dos se metieron en el coche del gemelo mayor, este soltó un suspiro de
alivio y apoyó la frente en el volante, agarrando este con fuerza. Bill se acurrucó en
el asiento del copiloto, acariciándose los brazos con fuerza intentando entrar en
calor. Tenía frío. 

-¿Te ha tocado? ¿Te ha hecho daño? – le preguntó su hermano, rompiendo el


silencio. Bill se encogió de hombros y le mostró las manos. Pequeñas heridas y
cortes emanaban gotitas de sangre por la piel rasgada. – Hum… - gruñó su
hermano. De nuevo el silencio se adueñó del lugar.

-¿En que piensas para poner esa cara? No es para tanto, no creo que tengan que
hacerme puntos. 

-No pensaba en eso, me estoy planteando en bajarme del coche e ir a por Hagis. 

-Eres un chulo de mierda – bromeó Bill. – Hagis te haría trizas como la última
vez. 

-Puede, pero si por lo menos le rompo una pierna para que no pueda perseguirte,
descansaré en paz en mi tumba. – Bill negó con la cabeza, sonriente. 

-Chulo de mierda. 

-Ni chulo de mierda ni nada Bill. Sabes que lo aré si quiero, no es a él a quien
tengo miedo, sino a lo que pueda hacerte. Tú ya me protegiste en su día y ahora
estás en un buen lío. Déjame protegerte a mí ahora. – la mirada seria de Tom le
hizo saber que hablaba completamente en serio y Bill sintió alivio y miedo a la
vez. No quería ver ni por asomo a ese gigante cerca de su hermano. 

-Mejor vamos a olvidarlo. Seguramente no volveremos a encontrárnoslo. 

-Hum… - Tom arrancó el coche con desinterés, deseando volver a casa. Sentía
escalofríos recorrerle el cuerpo, se sentía observado y sin embargo, en la calle no
había nadie, todo estaba a oscuro a esas horas, por allí no había ni un alma. Cuando
oyó un ruidito desagradable, miró a su hermano y abrió los ojos como platos. Bill
se estaba bajando la cremallera de la chaqueta con lentitud, con una lentitud
desesperante a parecer de Tom. 

-Estoy empapado. Huelo a alcohol. Como nos pillen en un test de alcoholemia


vamos a estar apañados. – Bill se quitó la chaqueta y la arrojó a los asientos
traseros. Llevaba una de sus camisetas tan pegadas, la cual Tom empezó a odiar
con todas sus fuerzas en ese momento… y deseó hacerla trizas. Tom negó
violentamente con la cabeza, empezando a sudar. Miró al frente y salió del
aparcamiento con rapidez y brusquedad, agarrando el volante con manos
temblorosas. Bill bajó la ventanilla y dejó que el aire frío de la noche penetrara en
el interior del coche. Recostó la cabeza y contempló la oscuridad del paisaje. El
aire le acariciaba la cara, el largo pelo ondulaba débilmente rozándole el perfecto
cuello en el que llevaba puesto el collar de cuero negro con una carabela y él cerró
los ojos, como dejándose llevar por alguna melodía armónica que le trasmitiese el
viento. 

Tom seguía conduciendo, intentando concentrarse en la carretera, pero no podía


evitar que de vez en cuando, sus ojos se desviaran a la figura de su hermano,
dormitando a su lado. Bill se veía melancólico de esa manera, como si pensara en
algo triste, algo doloroso y Tom sintió deseos de abrazarlo otra vez, con más fuerza
que en aquel callejón, sin restricciones, sin que nadie los observara, solos. ¿Porque
no se veía capaz de hacerlo? Las manos le sudaban y las piernas le temblaban.
Tenía miedo y no podía creerse que era lo que temía, ¡Tenía miedo al rechazo! ¡Él,
que presumía de nunca haber sido rechazado, de ser un gran seductor! Pero por
desgracia, la situación era demasiado diferente a las demás, demasiado complicada.
¿Qué debía hacer? ¿Y si Bill lo rechazaba? ¿Y si lo odiara? ¿Y si lo viera como un
degenerado enfermo y lo mirara con desprecio, con asco? ¿Y si se fuera de su
lado? Tom prefería no saberlo pero, si se callaba, si no decía nada ¿Esa angustia,
esos deseos, esos pensamientos incestuosos seguirían atormentándolo de por vida?
Tampoco se veía capaz de soportar eso, se volvería completamente loco. Una vez
más, miró a Bill. Tenía los ojos entrecerrados, observando la oscuridad en silencio.
No podía más, necesitaba una respuesta, necesitaba que lo supiera, necesitaba
contarlo y desahogarse, necesitaba ayuda, necesitaba a su hermano. Lo necesitaba
a él, a su Bill, quien siempre lo apoyaba y le hacía mantener los pies en el suelo
cuando era necesario. Aunque lo rechazara, Bill lo ayudaría, no lo dejaría tirado y
podría hacer desaparecer todas esas mierdas de su cabeza y todo sería como
antes… pero… ¿Él quería que todo volviera a ser como antes?

Había, ¿Existía una pequeña posibilidad?

Bill se sobresaltó cuando su cuerpo recibió una fuerte sacudida que casi lo hace
estamparse contra la luna del coche. Aquel frenazo hizo que sus pulsaciones
latieran de manera frenética y su respiración se acelerara. Tom había dado un
volantazo y había detenido el coche de golpe y porrazo. 

-¿Qué haces? ¡Casi me como el cristal joder y luego soy yo quien no sabe
conducir! 

-¡Bill! – lo llamó su hermano, serio, soltando el volante y mirándolo.

-¿Qué? – Tom parpadeó un par de veces y tomó aire.

-¿Te gustan los hombres? – soltó de repente, de golpe, dejando descolocado a su


hermano. 

-¿Qué?

-¿Te gustan los hombres? – vale, ahora si se había enterado. La pega es que estaba
totalmente flipado. 

-¿Y eso a que viene? – intentó reírle la gracia a Tom, pero él no reía. No intentaba
hacerle gracia. - ¿Lo estás preguntando en serio? – Tom asintió con la cabeza –
Pues no, no me gustan. Hay que joderse, lo llevo diciendo toda la vida y aun no te
has enterado. 

-No, no lo has hecho, nunca lo has dicho. No sin que las cámaras estuvieran
delante. 

-Ah, encima de dudar de mí, estás diciendo que he mentido a millones de personas
¿no? – Bill se cruzó de brazos y miró al frente, indignado. – Arranca el coche y
volvamos a casa. – estupendo, lo había hecho enfadar. Sabía que ese tema le
sentaba como una patada en el culo, pero aun así, no se inmutó. Estaba decidido,
esa noche recibiría una respuesta, fuera cual fuera - ¿Estás sordo? Te he dicho que
arranques ya. 

-Quiero una respuesta. 

-¡Te la acabo de dar, no me gustan los hombres, nunca me han gustado y nunca me
gustarán! ¿Estás contento ya? 

-¡No! Quiero que me lo digas mirándome a los ojos. – Bill puso los ojos en blanco
cuando su hermano le agarró de los hombros y lo obligó a mirarle a la cara.

-Está haciendo el ridículo, ¿sabes? Somos gemelos, se supone que deberías saber
todo sobre mis sentimientos y lo que pienso, siempre ha sido así.

-Conozco tus sentimientos y se en que piensas, pero necesito tenerlo claro. No


quiero humillarte ni darte el coñazo, es culpa mía, últimamente estoy
emparanoyado y…

-Ya lo se, no soy tonto. Te quejas de que estoy pegado a ti como una lapa y luego
eres tú quien viene corriendo para que nadie me toque, empiezas a pasar de las tías
y no quieres tener a Andreas cerca. Estás paranoico Tom, si. No se que coño te
pasa. Cuando yo empiezo a dar de lado mi trauma, tú empiezas a amargarte, no es
normal. Sabes que si te pasa algo, puedes contármelo…

-¡Eso es lo que intento hacer! – la expresión de sufrimiento de Tom le sorprendió.


Con solo mirarle a los ojos, ya sentía su dolor, su confusión, su incertidumbre, sus
deseos de resistirse a algo, pero ¿a qué? Cuando Tom lo abrazó, supo que su
hermano le estaba pidiendo ayuda y por supuesto, no pensaba rechazarlo, fuera
cual fuera el motivo de su preocupación. Bill dejó que Tom apoyara la cabeza en
su hombro y le rodeó el cuello con los brazos, dándole unas palmaditas en la
espalda. 

-No se que te pasa exactamente, pero seguro que luego es una tontería. No creo que
ha estas altura nada pueda sorprenderme nada viniendo de ti, haber ¿Qué has
hecho? ¿Le has prendido fuego a algo, has metido la pata delante de un
paparazzi… o has metido la polla en el lugar equivocado y te persigue una banda
de ganster para partirte las piernas? – Tom no contestó, pero un ruidito nervioso
escapó de entre sus labios y apretó más los brazos con los que rodeaba la cintura de
su hermano, pegándolo más a su cuerpo, sin dejar ni un espacio libre entre ellos.
Tenía tantas ganas de estrujarlo de esa manera entre sus brazos… aquella
tranquilidad y confianza que Bill le proporcionaba era única y esa comodidad, ese
silencio, esa seguridad…

-No he hecho nada… es lo que quiero y no me atrevo ha hacer… es lo que no debo


hacer. ¡No puedo hacerlo y por solo pensar en ello, ya debería estar en un puto
manicomio! ¡Estoy enfermo Bill, enfermo y loco! – Bill guardó silencio unos
segundos, analizando sus palabras. 

-¿Estás seguro? ¿Es que acaso lo que quieres hacer es algo que nadie se atreva ha
hacer, algo insólito, algo que los demás juzguen como de locos? ¿Por eso no te
atreves ha hacerlo, por miedo a lo que digan? No tienes que estar loco porque
tengas una idea descabellada, si la cosa fuera así, los grandes genios que han
marcado la humanidad con sus ideas serían viejos locos. Sino quieres contarme que
es lo que pasa por esa cabecita que tanto te trauma, no puedo darte un consejo
válido. Igual estás pensando en matar a alguien y yo te aconsejo que lo hagas sin
darme cuenta. ¿Qué ocurre Tom? Cuéntamelo. 

-Ya tienes bastante con lo tuyo como para que yo te preocupe más con mis
tonterías. 

-No me vengas con pegos. Has estado estas jodidas semanas detrás mía,
aguantándome cuando no había nadie que lo hiciera. Creo que te debo algo y
aunque no fuera así, ¡Ya no hay vuelta atrás así que o me lo cuentas e intentamos
solucionarlo, o a jodernos los dos! – con brusquedad, lo apartó de si, agarrándolo
con fuerza por los hombros, mirándolo con seriedad. Tom se sintió un completo
idiota. Ahora Bill también estaba preocupado pero era incapaz de soportar ese peso
por más tiempo, tenía que decírselo, tenía que... hacerlo… y si Bill lo rechazaba, si
lo veía como un bicho raro y decidía alejarse… antes, necesitaba probarlo…
aunque solo fuera una vez. No puedes quitarle la droga a un drogadicto de un día
para otro o sufrirá abstinencia. Esos fueron sus pensamientos cuando agarró las
mejillas de su hermano suavemente y se inclinó para juntar sus labios en un beso
cálido y sin lujuria, sin necesidad de llegar más allá. Eran suaves y estaban
húmedos, empapados como dos esponjitas y por un momento, se imaginó como
debería sentirse su cuerpo al ser lavado de arriba abajo con los besos de esa
humedad. Lo que más le gustaba de ese beso era su sabor, el sabor de lo
prohibido. 

Bill estaba paralizado, incapaz de reaccionar, con ojos desorbitados. Parpadeó un


par de veces, sorprendido y simplemente se mantuvo quieto, sin saber que hacer.
Los labios de su hermano eran bastos y ásperos, nada comparado a los labios de
una chica, pero no podía negar que su corazón se había disparado de una manera
incomparable a cuando besaba a una chica. Lo sentía escapársele por la boca y un
escalofrío le recorrió la espalda. De repente, se puso a temblar como una hoja entre
sus brazos y se agarró con fuerza a su gran camiseta. Un gemido escapó de su boca
cuando se separó de él, la respiración casi se le había cortado y se puso pálido.

-Qu-qu… To… - intentó hablar, pero las palabras no le salían. Se encogió un poco
cuando sintió como su hermano lo miraba, como un león puede mirar a un
cervatillo asustado. 

-Te lo dije… te dije que estaba enfermo. Y ahora estoy completamente loco. – Bill
no solo veía locura en sus ojos, sino también sufrimiento, pero eso no hizo que los
temblores parasen. Ese beso no había sido “su beso”, el que antaño había estado
repleto de inocencia, ahora había más que inocencia, mucho más y eso lo
atemorizaba. 

Tom le agarró con más brusquedad de la barbilla, incluso haciéndole daño y volvió
a besarle, esta vez sin conformarse con solo juntar sus labios. Tenía la boca
entreabierta y las dos encajaron perfectamente una con la otra. Desde luego, la
humedad de la lengua de Bill no podía compararse con la de sus labios y aun más,
su sabor, más excitante a pesar de que su lengua retrocediera intentando huir de los
roces con la suya. Bill cerró los ojos con fuerza, sintiendo como su hermano le
aprisionaba entre sus brazos y lo apretaba cada vez con más fuerza contra su
cuerpo, casi dejándole sin respiración. Intentó hablar, pero cada vez que lo hacía,
los labios de Tom se lo impedían. No sentía asco hacía él, pero tampoco disfrutaba
porque… lo que estaba pasando era tan… raro… lo único que sentía era rechazo,
un gran rechazo hacía esa locura. 

-Tom… - Tom se separó de sus labios unos segundos escasos y Bill habló
precipitadamente, mientras cogía aire. La lengua se le trabó y un poco de saliva
descendió por sus labios hasta su barbilla cuando su hermano lo empujó contra su
asiento y pasó una pierna por encima de las suyas, situándose de rodillas en su
asiento, encima de él. Sus piernas empezaron a temblar y las juntó, cerrándolas con
fuerza. Tom se inclinó y volvió a besarle, con desesperación y a Bill se le encogió
el estómago cuando sintió las frías manos de su hermano metiéndose por entre su
camiseta, recorriéndole la espalda desnuda, subiéndosela poco a poco. Eso ya era
pasarse. Bill empezó a golpear con los puños los hombros y el pecho de su
hermano, sin fuerza, solo para que él supiera que quería que lo soltase y lo hiciera,
pero no lo hacía, insistía más aún. Por lo visto, tenía intención de desnudarlo por
como le subió la camiseta, además de las caricias toscas que empezó a recibir en el
bajo vientre, casi sobre el cierre del pantalón. 

-¡Tom! – gritó en cuanto se separó unos centímetros de él, intentando sacarle la


camiseta. Bill tiró de ella hacía abajo de forma violenta, resistiéndose. Eso ya era el
colmo. Por unos momentos se miraron. Tom no parecía él, estaba como
hipnotizado, observándole. 

-Creo… que ahora lo entiendo… - murmuró. Bill volvió a encogerse, con la


respiración acelerada y ojos vidriosos. No parecía su hermano… empezaba hasta
darle miedo. – Creo que ahora lo entiendo a él… a ese loco, al de las llamadas
perdidas. Era esto por lo que había enloquecido, deseándote a cada segundo y
siendo incapaz de tenerte… creo que ahora empiezo a saber que es lo que se le
pasa por la cabeza a un loco como él. – Los labios de Bill temblaron y sus ojos
brillaron por las lágrimas. Aquellas palabras fueron como si le hubieran clavado un
puñal en pleno corazón. Su hermano, sangre de su sangre, con las mismas
intenciones que la persona que más miedo pudo provocarle en la vida. Miedo… en
aquel momento le tenía miedo, mucho miedo. Quería salir de allí. – Pero yo tengo
más suerte, ¿no? – Tom estaba fuera de sí, no sabía lo que decía, completamente
dominado por instintos salvajes y no se daba cuenta de que estaba haciéndole daño
a su hermano cuando le agarró de las muñecas con fuerza, hasta hacerlas crujir
incluso. Bill soltó un sollozo, ¡Quería salir de allí, quería desaparecer, tenía miedo!
– Yo soy tu hermano… - cuanto más se acercaba Tom a sus labios, más miedo
sentía, igual que aquella vez encerrado en el baño con ese loco… ahora el loco era
su propio gemelo. Las lágrimas empezaron a descender por sus mejillas. - … a mi
no me rechazarás ¿verdad? Porque yo soy tu hermano y me querrás… - sus labios
rozaron los suyos, temblorosos y mojados por las lágrimas. – igual que yo te quiero
a ti… - esa vez si sintió asco cuando la lengua de Tom alcanzó la suya, persistente
y alocado. Sus labios se amoldaron a los suyos a cada movimiento, expertos,
devorando sus labios con ansia, agarrándole la cabeza y pegándolo a la suya,
intentando llegar más y más hondo con la lengua. 

Bill sintió una arcada y un punzante dolor cuando la rodilla de su hermano se pegó
a su entrepierna, restregándose violentamente contra ella. No lo aguantó más, eso
era demasiado. No se veía entre los brazos de Tom, sino en los de un completo
desconocido… quizás los de un acosador. 

-¡No! – y le mordió. Tom abrió los ojos como platos y se apartó de él, dejando
escapar un alarido de dolor. Se clavó el freno de mano en la espalda y se golpeó el
brazo con el volante, pero el dolor del labio era aun más punzante. Los dos se
miraron a los ojos, uno asustado y el otro… el otro apenas sabía que había pasado,
que había hecho o mejor dicho, como se había atrevido a hacerlo. El sabor de la
sangre le llenó toda la boca y se escurrió hasta su barbilla, empezando a manchar la
gran camiseta. Le escocía horrores y cuando se llevó los dedos a la herida, supo
porque. El piercing no estaba allí, sino entre los dientes de Bill. Cuando él dejo de
apretar los dientes entre temblores, el piercing cayó sobre su regazo, salpicado de
sangre. 

-Vamonos – murmuró, subiendo las piernas al asiento, ocultando la cabeza entre


ellas y abrazándose a si mismo. 

-Bill… - Tom tragó saliva, totalmente shokeado por lo ocurrido – Lo… lo siento…

-¡Arranca! – le gritó su hermano y Tom no fue capaz de replicar. 

-Lo siento… lo siento… lo siento… no quería hacerlo, yo… perdóname Bill… por
favor… - aquellas palabras se fueron repitiendo todo el camino de regreso a casa
en boca de Tom, sangrando y adolorido por cada palabra que soltaba, pero
arrepentido y desesperado, suplicó…

Y Bill, por una vez, no le escuchó. 

Los dos estaban demasiado shockeados por lo que había ocurrido y no se dieron
cuenta de lo que ocurrió en ese callejón a parte de aquel suceso. Algo ajeno. Un
flash que había iluminado la escena en determinadas ocasiones mientras se besaban
de esa forma tan incestuosa y alguien que había pulsado el botón de una cámara de
fotos con una sonrisa en la cara, rencorosa, repleta de maldad y deseos de
venganza.

Capítulo 9: Un vaso que estalla...

-¡No! ¡No! ¡No quiero ir! – recuerdo todos los momentos que he pasado con Tom.
Recuerdo más los momentos duros y tristes que los alegres, porque él siempre
estaba ahí.

Aquella vez, mamá me levantó de la cama, me sacó al pasillo casi a rastras y me


tiró la ropa a la cara. 
-¡Venga Bill, levántate, tienes que ir al colegio!

-¡Te he dicho que no quiero ir!

-¡Llevas faltando dos semanas, no puedes permitirte perder más clase! 

-¡He dicho que no quiero ir! ¡No voy a ir, no voy a ir, no voy a ir! – grité
histérico. 

-¿¡Pero que demonios te pasa Bill!? ¡Tom lleva yendo estás dos semanas solo!
¿¡Porque no eres como tu hermano!? – ella no lo entendía, no entendía que si iba,
me harían sentir otra vez como un perro, más burlas, más insultos, más golpes
“inocentes”, más humillaciones. No quería ir. 

-¡No!

-¡Pues vas a ir porque yo lo digo! ¡No voy a permitir que arruines tu futuro por
cualquier tontería! – me puse a llorar y me tiré al suelo, negando con la cabeza.
Mi madre no sabía que hacer. Podía ver sus ojos preocupados, intentando
averiguar que me ocurría y yo era incapaz de decirle nada. Quería huir y
esconderme en algún lugar, como el cobarde que era entonces… y ahí estaba él. 

-Mamá… - mi madre miró a Tom, observando la escena desde el umbral de la


puerta con expresión seria. – Ya vale. Déjalo tranquilo. – desde que nos
cambiaron de clase a mi hermano y a mí, el colegio era una replica exacta del
infierno, al menos para mí. Tom no era consciente de lo que me ocurría, no lo
veía. Yo me había vuelto vulnerable cuando él se fue a otra clase y sin embargo,
no me reprochaba que me encerrara en mi cuarto y que no saliera de allí nada
más que para comer y mear. Como si me entendiera. Como si supiera lo que
ocurría, lo que sentía. 

-Tom, Bill no puede faltar más a clase, es demasiado.

-Dale un tiempo mamá. Créeme, forzándolo solo vas a conseguir empeorar las
cosas. – mi madre pareció pensárselo unos segundos, pero supongo que yo no le di
otra opción. En ese momento, me levanté, corrí hasta el baño, me tiré al suelo
junto al inodoro y empecé a vomitar y a vomitar y a vomitar… y a llorar. Ese día
Tom tampoco fue al colegio. Cuando dejé de vomitar, los dos nos encerramos en
nuestro cuarto, nos tumbamos en mi cama, abrazados y solté todo lo que tenía que
soltar. Tom no dijo nada, cargó con mis lágrimas y mis lloros de cobarde y
entonces, supe que ahí estaba ese refugio que buscaba, con mi hermano, sintiendo
su apoyo. Él me apoyaba y yo, no volví a llorar, ni a sentirme humillado ni a
soportar insultos. Todo lo que había recibido, lo devolví a base de astucia
multiplicado por cuatro y todos acabaron mordiéndose la lengua porque el
maricón de Bill les había devuelto las humillaciones… porque ya no era tan
maricón. Y todo fue gracias a tu apoyo Tom, todo gracias a ti, a tus brazos que me
ofrecieron un lugar en el que poder desahogar mis penas sin miedo, sintiéndome
protegido. 

¿Por qué? ¿Por qué ahora me has hecho esto? Ahora tengo miedo de que tus
brazos, en vez de protegerme, me aplasten y me asfixien. ¿Dónde está mi
hermano? ¿Dónde está Tom?

-Bill, ¿estás ahí tío? – Bill sintió un sobresalto en ese momento, sintió el corazón
latiendo con fuerza en su garganta y ocultó la cabeza bajo la gruesa colcha de la
cama. – Soy Gustav. ¿Estás o no? – Bill suspiró, aliviado y se destapó,
levantándose de la cama y yendo hasta la puerta, abriéndola varios centímetros. -
¿Qué coño haces ahí metido todo el día? Baja a bajo con nosotros. Lo estamos
pasando de puta madre, Leyna nos está enseñando ha hacer tarta, deberías haber
visto como le ha estallado la nata a Georg en la cara. Baja, anda. 

-No… no tengo ganas. 

-Bill… - Gustav suspiró. – Estamos preocupados joder, entendemos que lo del loco
ese te halla afectado pero… antes estabas todo el día hablando y revoloteando a
nuestro alrededor, dando por culo. La diferencia es demasiado grande. Queremos
que vuelvas a ser como antes. No te digo que mañana ya estés bien pero poco a
poco… - Bill se sintió conmovido por esa muestra de atención. Georg y Gustav
estaban preocupados por él, querían ayudarle… eran buenos colegas y se sintió
repentinamente mal por preocuparles de esa forma, encerrándose en si mismo.
Hizo un pequeño esfuerzo por sonreír y abrió la puerta por completo. 

-Me has convencido. No es cuestión rayarse por algo que no tiene marcha atrás.
Además, no me fío de vosotros. Si os dejo solos seguro que hacéis una tarta de
chocolate, buf, con lo que lo odio. – Gustav sonrió, pero Bill captó enseguida que
la preocupación no se había disipado del todo. 

-¡Ta ta ta chan! ¡Y hace acto de aparición el fantasma del apartamento! – Bill


entrecerró los ojos y bufó, mirando a Georg que lo señalaba con un dedo, fingiendo
terror ante su repentina aparición. 

-Me parece que tú no eres nadie para hablar con esas pintas. – sonrió Andreas. Bill
se fijó en lo que el bajista llevaba encima. ¿Un delantal de Doraemon cubierto de
nata? 

-Vaya un rockero de mierda estás hecho, Georgi. Me pregunto cuanto ganaría con
una foto tuya con esas fachas. 

-No tientes a la suerte Billy, tú tampoco tienes muy buena cara. – Bill prefirió no
mirarse en un espejo en ese momento. Seguro que estaría hecho un desastre. 

-¡A ver, a ver, atención, la tarta ya está! – inmediatamente la atención de los allí
reunidos se desvió a Leyna, quien en ese momento empezó a sacar con unas
manoplas la humeante tarta del horno. Bill tenía que reconocer que la boca se le
hizo agua en cuanto ese olorcito entró en su nariz. 

-Hum… tarta… yo quiero probar. – Leyna miró de manera amenazante a Andreas


y a Georg en cuanto se acercaron con la baba colgando. 

-¡Eh, ni se os ocurra! Primero hay que ponerla bonita y después ya se comerá. 

-¿Y a quien le importa lo bonita que esté? Total, estamos en confianza, no en una
boda. 

-¡Que no! – Bill infló las mejillas entonces, mirando la tarta con expresión de niño
chico ansioso por un caramelo.

-Jo… yo también quiero. 

-¡Toma Billy! ¡Abre la boquita! – y Leyna ya estaba allí, sonriente, partiendo la


tarta en un microsegundo y poniendo un trozo frente a la cara del cantante. Bill
recibió una mirada asesina por parte de Andreas y Georg.

-Niñato malcriado – bromearon con sorna y Bill tragó el dulce, sonriendo de oreja
a oreja.

-¡Mum, que rica! – les restregó por la cara. 

-¿Y porque él puede comer y yo no? 


-Porque la tarta es para él, ¿Qué te creías? 

-¿¡Para él!? ¡Y yo aquí pringando intentando aprender para que se la coma él! ¡Si,
vamos, yo quiero mi parte, dame eso Bill!

-¡No quiero, es mía! ¡Mía, mía, mía!

-¡Serás mocoso egoísta! 

-¡Y a mucha honra! 

-¡Eres el cantante más egoísta de la historia! ¡Yo te maldigo, que la maldición de


Jim Morrison caiga sobre ti! 

-¡Con Jimy no te metas, cobarde! Quieres tarta ¿no? – Bill, con toda la mala leche
del mundo, escupió sobre la tarta. – Pues ala, para ti. 

-¡Serás guarro!

-Aaahhh, te jodes. ¡Ha hacer otra, esta para mua! 

-¡Te vas a poner como una foca, como cuando te operaron del quiste! ¡Te pusiste
hecho una vaca! – el vocalista miró la tarta fijamente y tragó saliva. 

-…Bueno… ¡Me la suda, yo quiero tarta! – y pinchó en ella, llevándosela a la boca


y relamiéndose los labios. 

-¡Eso, eso, Billy, tú sin complejos! 

-Ya lo se. Me tienen envidia porque aun cuando gane un par de kilos después de la
rehabilitación, seguía siendo el sex-simbol del grupo. 

-¡Ja, envidia mis cojones! La realidad es que yo lo hago más que tú, mucho más. 

-Si, si, Georg, yo también te envidio. No sabes lo complicado que es estar bueno de
verdad y que las mujeres besen el suelo que pisas. Quizás algún día llegues ha
entenderlo. – Gustav, Leyna y Andreas rompieron a reír. Georg le dirigió una
mirada asesina. 
-En estás ocasiones es cuando te das cuenta de que de verdad son gemelos. Luego
el creído es Tom. – Bill se llevó un trozo bien grande de tarta a la boca y miró de
reojo al suelo… hum… Tom…

-¿Qué estáis diciendo de mí? – la sala se quedó en silencio y todos se volvieron a


ver al mayor de los Kaulitz cruzado de brazos en la puerta. Bill rompió el silencio,
quien se levantó de un salto, tosiendo con violencia. Se le había ido el trozo de
tarta por el otro lado y empezó a golpearse el pecho, intentando expulsarlo. –
Bill… - lo llamó Tom al verle ruborizado y atorado. - ¿Estás bien? – apoyó una
mano en su hombro y Bill, enseguida, se volvió, dándole un fuerte manotazo para
que se apartara.

-No… no me toques… - contestó intentando recuperar la respiración. Los demás


los miraron con resignación. Era bastante obvia la actitud defensiva con la que
actuaba Bill y la resignada y culpable de Tom. Algo le había hecho el mayor y no
convenía meterse. 

-Bueno… yo… creo que me voy a tomar algo al bar del Dona. ¿Os venís, Georg,
Gustav? 

-Te sigo tío. – los tres se miraron, resignados, y salieron de la cocina. El ambiente
seguía tenso cuando se oyó el portazo de la puerta de la calle cerrarse. Leyna
suspiró y salió de la cocina. 

-Voy a… eh… fregar el suelo. – no hacía falta ser muy listo para saber que solo
pretendía dejarles intimidad para que pudieran hacer las paces. No sospechaban
que eso era lo último que Bill quería, quedarse a solas con él. Caminó decidido
hasta el fregadero y tomó un vaso de agua de manera apresurada, deseando salir de
allí. 

-Bill… tengo que hablar contigo. 

-Yo… no tengo nada de que hablar contigo. – murmuró atorándose con las
palabras. 

-Quizás tú no, pero yo sí. Somos hermanos, da igual cuanto tiempo te encierres en
tu habitación, vivo aquí, no puedes evitarme para siempre. 

-¿Quieres apostar? – Bill negó con la cabeza. Era idiota, sabía que Tom tenía toda
la razón. 
-Por favor… 

-No quiero hablar contigo ahora, Tom. La última vez que lo intenté… - volvió a
negar con la cabeza. 

-Se me fue la pinza, ¿vale? Lo se. Se que me volví loco pero…

-¿Solo loco? Me parece que no lo entiendes. Intentaste… intentaste… ¡No se lo


que intentaste Tom, pero no quiero que me toques!

-¡De eso quiero hablarte! Todo esto tiene una explicación. Se que es raro, que te va
a molestar mucho… en realidad, no se muy bien como vas a reaccionar, pero
necesito… te necesito Bill… por favor. – el menor observó con nerviosismo como
Tom se toqueteaba el labio con la lengua, de forma distraída. Aquellos finos hilos
negros que se lo atravesaban, en vez de su habitual piercing, le daban repelus.
Estaba seguro de que su hermano estaba deseando que pasaran los tres días para
que le quitaran los puntos cuanto antes. Se preguntó si podría volver a ponerse el
piercing que lo caracterizaba después de todo y de repente, se sintió culpable.
Eso… se lo había hecho él. 

-Me besaste Tom… no me hubiera importado sino… si hubiera sido uno de esos
besos de cuando éramos pequeños, ¿los recuerdas?... pero no era eso… era muy
diferente… me… ¡Me das miedo! – Tom bajó la cabeza, con los ojos brillantes.
Bill podía ver reflejado en ellos el miedo, los remordimientos, la culpa, la
desesperación… pero también podía ver cosas que nunca había visto en Tom,
sentimientos nuevos dirigidos hacía él que le daban miedo, mucho miedo. Era tan
raros, tan… oscuros. 

-Se que he metido la pata, joder. 

-¡No, no lo sabes! ¿Qué querías hacerme en el coche por dios? ¿¡Que querías
Tom!? – el mayor se mordió el labio, pero enseguida dejó de hacerlo al sentir ese
pequeño escozor sobre los puntos. Clavó los ojos en la pequeña ventana que había
sobre el fregadero y suspiró varias veces. 

-Bill… necesito que me escuches… 

-Es lo que estoy haciendo.


-Pero también necesito que me comprendas y me apoyes porque… 

-¡Es lo que intento, habla de una vez! – Tom tomó aire de nuevo. 

-El hombre al que visitaste el otro día, el psicólogo… no es un psicólogo. – Bill


frunció el ceño, extrañado. 

-¿Cómo que no? 

-No es un psicólogo. Nunca lo ha sido. Es más, no tiene ni pajolera idea de


psicología. 

-Pero tú dijiste que… ¿me has mentido? – Tom guardó silencio unos segundos y
acabó asintiendo con la cabeza. – entonces… ¿Por qué coño me enviaste…?
¿Quién era ese hombre?

-… un urólogo… mi urólogo. – Bill tuvo que aguardar varios segundos para captar
todo. Tom le había mentido, le había contado sus penas a un urólogo, el urólogo de
su hermano y… ¿Tom con un urólogo? ¿Y eso que tenía que ver con él? 

-No, no entiendo nada. ¿Qué tiene que ver eso conmigo? 

-Es un poco largo de explicar. Cuando pasó lo de ese loco y vinimos aquí…
empecé a tener problemas de… ya sabes… me quedé… como impotente, no se
como explicártelo… un día fui al urólogo, a ese urólogo, para resolver el problema
y una cosa llevó a la otra y… cuando llegué a casa… tú te estabas duchando y
yo… te vi… y… pues eso… lo entiendes ¿no? – Tom había empezado a sudar a
chorros, agarraba un vaso de agua con tanta fuerza que parecía que de un momento
a otro lo rompería en mil pedazos. Parecía hasta temblar y estaba totalmente
pálido. 

-No Tom… no entiendo nada. Fuiste a un urólogo ¿y qué? ¿Qué tiene que ver eso
con lo otro? – Tom negó con la cabeza, desesperado. 

-Bill… estabas desnudo, te vi en el baño… - sino fuera por lo que había ocurrido,
oír eso en boca de Tom no le abría importado. Eran gemelos, se habían visto
desnudos millones de veces pero ahora, después de todo, un escalofrío le recorrió
la espalda a Bill, que dio un paso atrás. - ¿Lo entiendes ahora? – Bill acabó
abrazándose a si mismo, tembloroso, negando con la cabeza. – Te vi y… a pesar de
que supuestamente, estaba impotente… me… me excité. – Bill estaba asustado,
nunca hubiera dicho que alguna vez tendría miedo de su propio gemelo, pero eso…
lo que Tom le estaba contando era… anormal. Quería que de repente, Tom le
gritará, “¡Ah, era broma, te la he colado doblada!” pero podía leer en la expresión
de su hermano que no era así. Era posible que él tuviera tanto o más miedo que él,
que Tom estuviera más asustado y seguramente, por sus ojos que lo miraban
fijamente, así fuera. – Bill… lo del otro día… de repente, no pude controlarme…
no pensé… no podía pensar en nada. – Bill observó como el brazo tembloroso de
su hermano se levantaba y lo dirigía hacía él, hacía su cuerpo, buscando un apoyo.
Lo miró con los ojos desorbitados, paralizado. – No se que hacer… lo he intentado
todo pero… no se que me pasa Bill… no se si me estoy volviendo loco o mi cuerpo
ha perdido el control o… no lo sé… ya se que es anormal, que es asqueroso y
vomitivo… pero no puedo apartarte de mi cabeza y ya no te siento como mi
hermano… - Bill no entendía nada. Esas palabras no podían estar saliendo de la
boca de su hermano y esos ojos no podían estar mirándolo a él, de esa manera,
brillando como una lucecita débil en la profundidad de una intensa oscuridad. Solo
Bill era capaz de interpretar el mensaje que escondían esos ojos, solo él y lo
entendía perfectamente. 

Ayúdame. 

Los ojos de Tom le suplicaban ayuda. Su mano temblorosa intentaba buscar el


apoyo de la suya. Muchas cosas pasaron por la cabeza de Bill en ese momento,
muchos recuerdos con el hermano que tanto quería. 

“Estás muy nervioso y tienes miedo… si te he contado esto es simplemente para


que comprendas que no voy a ninguna parte, que aquí estoy y que voy a protegerte,
que aunque estemos separados… yo voy ha estar ahí aunque acabe jodido.” 

Esas palabras cruzaron su mente miles de veces en ese instante. Ahora le tocaba a
él devolverle el favor a Tom, sujetar su mano, ser su apoyo, protegerle, ayudarle
como tantas veces había hecho él y sin embargo, era incapaz de levantar el brazo y
coger su mano. 

“Creo que ahora lo entiendo a él… a ese loco, al de las llamadas perdidas. Era esto
por lo que había enloquecido, deseándote a cada segundo y siendo incapaz de
tenerte… creo que ahora empiezo a saber que es lo que se le pasa por la cabeza a
un loco como él. Pero yo tengo más suerte, ¿no? Yo soy tu hermano… a mi no me
rechazarás ¿verdad? Porque yo soy tu hermano y me querrás… igual que yo te
quiero a ti…”
Cuando sus ojos se clavaron de nuevo en la figura de Tom, no vio a su hermano,
sino a un encapuchado… capaz de cualquier cosa con tal de conseguirlo a él
para… para… no quería saberlo. Ese no era Tom, él nunca diría o haría algo así, no
era Tom, no era su hermano.

¡Era un maldito enfermo! 

-¡No me toques! – Bill dio un salto hacía atrás, chocando contra la pared,
mirándolo espantado. Los ojos de su hermano le miraron fijamente unos segundos,
sorprendido… su mano tembló con violencia y finalmente, la dejó caer a peso
muerto. El silencio se adueñó de la habitación.

-Por… - Bill miró el suelo entre ligeros espasmos y ojos acuosos. - ¿Por qué? –
murmuró Tom. 

-Enfermo… estás… enfermo… loco… ¡No quiero que me toques! – Bill sintió más
vivo que nunca a ese acosador que tanto daño le había hecho, que tanto miedo le
había metido en el cuerpo, del que no era capaz de deshacerse por mucho que
quisiera. Metido en el cuerpo de Tom. ¿Por qué no se iba? ¿Por qué no
desaparecía? ¿¡Por qué estaba en el cuerpo de Tom!? Negó repetidamente con la
cabeza y varias lágrimas empezaron a descender por sus mejillas. 

Vete, vete, vete, vete, vete… ¡Vete! 

Bill sintió un dolor agudo en la cabeza. Abrió los ojos lentamente y los desvió al
suelo, temblando, notando la respiración acelerada de Tom en su cuello. Le tiró del
pelo con fuerza y le agarró del brazo, apretándolo con brutalidad, clavándole las
uñas. 

-Vete eh… no me toques ¿no?... estoy enfermo… ¿eso te da asco? ¡Eh, Bill,
hermanito! – Tom le sacudió varias veces sin soltarle el pelo. – Ojala… la gente
como tú no existiera. Saldré adelante yo solo, superaré esto solo y cuando lo haya
hecho… cuando veas que tu gemelo ya no te necesita… ¿Qué harás? ¿Bajo que
sombra buscarás cobijo? Porque eso es lo que eres y siempre has sido Bill… mi
sombra… ¡Mi puta sombra! – Tom lo soltó con brusquedad haciéndolo chocar
contra la pared. Bill mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo, pasivo y por un
momento, Tom sintió la necesidad de lanzarse sobre él y romperle todos los huesos
del cuerpo, pero tomó aire e intentando contener las lágrimas y la furia, salió
disparado de la cocina… y del apartamento. 
Bill se dejó caer al suelo, encogió las piernas y las abrazó, hundiendo la cabeza en
ellas. Rompió a llorar sin más reparo. 

Leyna, que se había dedicado durante ese tiempo a ver la televisión sin mucho
interés, al ver a Tom pasar por su lado y salir escopeteado de allí, se levantó del
sofá y se asomó a la cocina. Al ver allí a Bill, solo y en ese estado, se le encogió el
corazón. Desde luego, ver a tu ídolo hundido, de esa manera, resultaba un golpe
duro. Leyna siempre había idealizado a Bill como se idealiza a un dios, como
muchas fans lo harían, sobre un altar… pero ni mucho menos era así, ni dios, ni
superior, ni nada. Solo un hombre que como todos, tiene sus días malos y buenos.
Y era obvio que Bill no estaba en su mejor momento. 

Se acercó a él, despacio y en silencio y se sentó a su lado. 

-Las cosas entre tú y Tom… han empeorado. – murmuró. Bill no contestó, solo se
pudieron oír sus sollozos. - ¿Quién es el malo de la película? – se atrevió a
preguntar transcurridos unos segundos. Bill siguió sin responder y así estuvo más
de dos minutos, callado, limpiándose las lágrimas. 

-Yo… el malo soy yo… por no apoyarle y ayudarle cuando más lo necesita… el
malo soy yo… - Leyna asintió con la cabeza. 

-Es lo que tiene tener un hermano ¿no? Siempre le debes algo o él te lo debe a ti y
sino lo cumples, te caen los remordimientos. ¿Es que acaso te ha pedido algo que
no quieres hacer? 

-No… no lo sé. 

-¿Sabes una cosa Bill? Yo también tengo un hermano mayor que yo. – Leyna
empezó a dibujar circulitos en el suelo con un dedo, pensativa y melancólica. – no
era mi gemelo, pero era mi hermano mayor y… a veces… me pedía hacer cosas
que yo no quería hacer. – Bill se limpió varias veces las lágrimas, hasta que pudo
reprimirlas medianamente bien y la miró, prestándole atención. – Cuando mi
hermano me decía, haz esto o esto otro, yo tenía que hacerlo y le odiaba por
obligarme a ello… le odiaba. Pero lo hacía porque tenía miedo de perderle. Era mi
único apoyo… ahora, después de tantos años, te das cuenta de que ese tiempo en el
que estuviste aceptando órdenes, haciendo algo que no quería hacer solo por miedo
a quedarte sola… te das cuenta de que has tirado mucha vida por la borda por
alguien que no sabía apreciarte… con esto no quiero decirte nada, no quiero decirte
que Tom no te aprecie, se nota que te quiere mucho. Es algo, una anécdota mía que
puedes interpretar como quieras. – Leyna se levantó del suelo y abrió el grifo del
fregadero, metiendo el plato donde había estado la tarta, bajo el agua. 

-Con eso quieres decir que… ¿no debería ayudar a Tom?

-Hay muchas formas de interpretar mis palabras Bill. Si tú quieres verlo así, yo no
puedo negártelo. No se que os ha podido pasar para que estéis así, pero por muy
gemelos que seáis, uno no puede obligar al otro ha hacer algo que no quiere o a
sentir algo que no siente. Sois dos, esto es cosa de dos y debéis pensar que es lo
mejor para ambos pero, a veces, ser egoísta y pensar solo en ti mismo es la mejor
opción… o sino puedes acabar amargado… - Leyna empezó a frotar el plato con
cuidado. - … amargado como yo. – Bill supo entonces por la mirada melancólica
de la chica que su infancia no había sido tampoco un campo de rosas. Quizás por
eso congeniaba tan bien con Andreas y podía pasearse por el apartamento como
uno más. Ese apartamento en el que convivían todos era más bien una especie de
casa en cuarentena donde los seis vivían sonriendo, cada uno cargando con sus
penas, todos cómodos con su estancia allí porque todos llevaban un gran peso a sus
espaldas. 

Andreas, maltrato, él, acoso escolar, Georg, Gustav y Leyna habían sufrido
también algún tipo de trauma en la infancia que de alguna manera, les atormentaba
y Tom… prefería no recordarlo. 

-Dejaste a tu hermano… ¿no? – preguntó Bill, interesado de repente. Se levantó del


suelo y se quedó apoyado en la pared, mirando hacía abajo. 

-Si. No fue fácil. Pero la mente de una persona es como un vaso de agua. Hay dos
vasos, uno se llena de recuerdos y pensamientos alegres, el otro, de tristezas y
recuerdos amargos. Mi vaso de recuerdos amargos estaba al límite, hasta que se
desbordó y estalló. En ese momento, no piensas en nada, estallas y solo piensas en
escapar como sea. Así que una noche, cogí mi ropa, todos mis ahorros y me fugué.
Las primeras semanas fueron horribles, no podía dejar de pensar en mi hermano,
pero poco a poco te vas acostumbrando. 

-¿Te has olvidado de él?

-No, eso son cosas que no se olvidan, pero tarde o temprano, ves que el recuerdo
ya no puede hacerte daño, porque solo se ha convertido en eso. Un recuerdo del
pasado. 
-Pero debió ser difícil, ¿no? De repente, estás sola y tienes que buscarte la vida sin
más. 

-A veces deseas tirarte desde un puente para no tener que sufrir eso, pero si tienes
suerte, encuentras algo que te saque a flote. Yo tuve suerte y encontré dos razones
que me hicieron ver que la vida merecía la pena. – Bill se quedó callado, sin saber
si preguntar o no. No quería parecer entrometido, pero sentía una gran curiosidad
por esa historia. 

-¿Qué… cosas? – Leyna sonrió. 

-Una de ellas, fue el amor. Puedes encontrarlo en todas partes, en un amigo, en un


hermano, en una pareja, en un primo. Yo lo encontré en forma de un capullo rubio
con aires de vacilón. – Bill sonrió.

-Andreas. 

-Sip. 

-¿Y la otra?

-¡Mi rival! – Leyna pegó un salto y alzó el puño. 

-¿Tu rival?

-¡El gran Bill Kaulitz! – le señaló y Bill alzó una ceja. 

-¿Eh?

-¡Desde el mismo momento en que escuché Spring Night, te convertiste en mi


rival! Me dije, Leyna, baja del puente por donde estás a punto de tirarte y apúntate
a clases de canto, que tienes que enseñarle a Billy la gran fuerza con la que te
azotan sus canciones con las tuyas ¡Ha cantar! Y me puse a componer canciones y
ha cantar para, algún día, poder competir contigo. – Bill solo fue capaz de
entrecerrar los ojos, sin acabar de creérselo. 

-¿Me estás vacilando?

-¡De eso nada! Es la verdad. Tu forma de ser y tu voz… debería ser un ejemplo
para el mundo entero. Ser como eres, sin tener miedo a lo que piensen o digan…
eso si es un ejemplo de hombre. – un pequeño temblor en el labio le hizo contener
la sonrisa de agradecimiento. Aquellas palabras significaban mucho más de lo que
alguien pudiera imaginar… pero él no era así. Sino hubiera sido por el apoyo de
Tom, nunca se hubiera atrevido a mostrarse frente a los demás como era. Había
sido Tom quien le había empujado a ello y ahora… le había dado de lado. 

¿Qué clase de hermano se excita al ver a su gemelo desnudo? Un hermano que esta
enfermo y necesita ayuda. ¿Qué clase de hermano se niega a hacer de apoyo a su
gemelo cuando este le suplica ayuda?... 

Una soberana mierda. 

Bill lo decidió entonces, corrió hasta su cuarto, el que compartía con Tom y
rebuscó entre los cajones del armario. Allí, escondido hasta el fondo, encontró lo
que buscaba. 
Su móvil, el que no se había atrevido a coger desde que sucedió aquello. Lo agarró,
lo encendió y suspiró. El corazón latió con fuerza.

1 llamada perdida. 

No podía ser ¿de quien? El móvil había estado apagado desde hacía más de tres
semanas y todo el mundo perteneciente a la discográfica lo sabía. Bill respiró
profundamente varias veces. Era un número privado. Por un momento, estuvo a
punto de desistir de la idea de llamar a Tom y pedirle que regresara a casa, que
necesitaba hablar con él otra vez, con más calma, pero negó con la cabeza. Tom
era más importante que cualquier paranoia. Marcó despacio y se llevó el móvil al
oído, con la mano temblando… no se lo cogió. Era normal, estaría cabreadísimo y
muy dolido. Apretó el móvil con fuerza entre sus manos y lo lanzó sobre la cama,
dándole una patada a esta, con rabia. Y entonces…

Empezó a sonar.

Bill lo miró, pálido e inmóvil. Negó con la cabeza. No, no volvería a coger ese
chisme fuera quien fuera, nunca… ¿y si era Tom? Frente a ese pensamiento, no
podía ignorar la llamada. Anduvo muy despacio hasta la cama, él tiempo se le
hacía eterno y los temblores en las piernas casi le impedían andar. Frente a la
cama, decidido, cerró los ojos, agarró el móvil con rapidez y sin ver quien era,
descolgó y se lo llevó al oído. 

-¿S-si? – murmuró. 
-…

-¿Quién es? ¿T-Tom? ¿Eres tú? 

-… por desgracia para ti, no. – el móvil se le escurrió de las manos y cayó al suelo,
juntó con él, que cayó de culo hacía atrás. Retrocedió y miró el móvil espantado,
con miedo en la mirada. -… Bill… ¡Bill, cógelo! – oyó que le gritaba esa voz. -
¡Mocoso de mierda, más te vale escucharme sino quieres meterte en un buen lío!
Tengo algo que te puede interesar mucho y, por si acaso no me has reconocido por
la voz, te daré una pista… - Bill se levantó del suelo y corrió hasta la puerta. No
quería oír más, solo salir de allí. - … soy aquel a quien le destrozaste su sueño. – y
Bill se detuvo. No era ningún acosador. 

-¿Ha… Hagis? – se atrevió a pronunciar muy bajo. 

-No voy a gastar saliva en ti. Prefiero tenerte cara a cara para decirte un par de
cosas. Nos vemos esta noche a las once en la puerta del cementerio de la avenida
de Hampshir, ¿me has oído bien? – Bill miró el teléfono con repentina indignación.
El miedo desapareció. ¿Pero que cojones decía ese imbécil? ¿Cómo sabía su
móvil? ¿Quién se creía que era? Envalentonado, agarró el móvil y se lo llevó al
oído. 

-¿Cómo coño sabes mi móvil? ¿Y que es eso de quedar? Yo no voy contigo a


ninguna parte, ¿entiendes? No vuelvas a llamarme sino quieres problemas. 

-Precisamente, ahí está la gracia. No soy yo quien está en un buen problema.


Tengo algo, unas fotos por las que cualquier medio de comunicación puede
pagarme millones. – Bill frunció el ceño. – unas fotos muy comprometidas, de ti. 

-No lo creo. Es un farol. En estas últimas semanas no me ha dado por tirarme a


nadie ni pasearme borracho por la ciudad, a diferencia de ti, tengo cosas más
importantes que hacer. 

-¿En serio? Pues estás fotos dicen lo contrario. Serán portada de todo el año, ya
veo los titulares. El secreto de los gemelos más famosos y deseados de toda Europa
sale a la luz… será un bombazo saber que tu hermano, antes de tirarse a una
groupi, le gusta practicar el mete saca contigo. – las pulsaciones se le dispararon.
El nerviosismo le hizo quedar paralizado. 
-¿De que… hablas? 

-¡Venga ya, Bill, no te hagas el tonto conmigo! En el coche, hace cuatro días, ¡Tom
te metió la lengua hasta la campanilla y lo que es peor para ti, tengo las fotos que
lo demuestran, pillados infraganti! – a Bill se le vino el mundo encima en un
segundo. – La situación es esta, quiero verte a las once en la puerta del cementerio
de la avenida Hampshir, esta noche, ¡Solo! Completamente solo. Si hay alguien
contigo, como si es tu puto perro, esas fotos saldrán a la luz. Si se lo dices a
alguien, el mundo entero sabrá vuestro pequeño secreto y Tokio Hotel, morirá. Los
antis y neonazis ya tendrán una razón para apalearos hasta la muerte. No quiero ver
a Tom cerca, solo te quiero a ti, ¿está claro? Y si llamas a la policía o a quien sea,
no es necesario que te explique las consecuencias, ¿no?... ¿¡No, Bill!?

-…No… 

-Bien… hasta esta noche entonces, Billy. – pronunció con desdén y colgó. Bill
permaneció con el móvil en la mano varios minutos, petrificado, haciéndose a la
idea de que todo aquello era verdad y no una horrible pesadilla. 

Todo aquello se podía traducir de una manera bastante simple. O iba y


probablemente, Hagis lo matara a puñaladas… o Tokio Hotel y todo lo que ello
representaba, morían con él. 

No le hizo falta darle muchas vueltas a la cabeza. Si se lo decía a Tom, todo se iría
a la mierda, además, él no estaba… él no querría ayudarle. Ya se lo había dicho
antes. Búscate tu sombra, Bill. No podía contar con nadie más. Incesto, ja, le
tomarían por loco. No había muchas opciones. 

Eran las diez cuando se guardó el móvil en uno de los bolsillos de su pantalón,
cogió una de sus chaquetas de cuero negro y se la puso y rebuscó en el cuarto de
Georg su navaja, la cual el mayor guardaba como oro en paño por ser un regalo de
su difunto abuelo. Bill se la metió en el bolsillo trasero de su pantalón y sin decirle
más de un simple hasta luego a Leyna, salió del apartamento. No estaba muy
seguro de si podría volver luego, como había pronunciado. Quizás no volviera
nunca. Quizás lo encontraran mutilado al lado del cementerio mañana. 

Caminando por las calles de la ciudad, ya de noche, oscuras y poco iluminadas,


además de casi desiertas, pudo saber como se hubo sentido Leyna cuando aquel
vaso repleto de recuerdos amargos y sentimientos melancólicos estalló en su
cabeza. Sola y perdida había buscado una salida y la había encontrado… pero Bill
dudaba mucho que llegara a encontrar su salida antes de las once. 

Cuando Tom escuchó la musiquilla de su móvil, sintiéndolo vibrar dentro de sus


enormes pantalones, se apartó el vaso de vodka de los labios y lo cogió. 

Bill… 

Aunque no lo pareciera, hizo un gran esfuerzo por no descolgar el móvil y


contestarle. En su lugar, lo dejó sobre la barra de aquel bar con tranquilidad y tras
darle un nuevo sorbo al vaso, lo estrelló contra la mesa, haciéndolo añicos. Los
cristales se clavaron en la palma de su mano y la barra no tardó en recibir una fina
capa de color rojizo que emanaba de los cortes. Tom se sacó los cristalitos
incrustados en su mano uno a uno, sintiendo el dolor y el escozor y por su sonrisa,
parecía disfrutarlo.

Capítulo 10: Golpe...

El cementerio. Un lugar idóneo para firmar una sentencia de muerte ¿Y por qué no
la suya propia? Un error y acabaría bajo tierra o quizás, simplemente se le tirara
encima en cuanto lo viera y lo matara. Quizás eso sería hasta mejor. Bill no quería
ser consciente de fuera lo que fuera que pretendía hacerle. Ya que no podía librarse
de ello, ojala se diera prisa. 

Cuando llegó a la entrada del cementerio, esperó varios minutos en ella, nervioso e
impaciente. Por no decir asustado. 

-¿Asustado Kaulitz? – oyó aquella voz grave a su espalda. Tomó aire, intentando
conseguir algo de seguridad y se volvió. Hagis estaba allí, a varios metros de él,
tan enorme, tan musculoso e imponente como un profesional de la lucha libre. Su
sonrisa dejaba claras sus intenciones. 

-“Dios, va ha matarme” – Hagis se masajeó los nudillos de los puños hasta


hacerlos crujir, intimidante. Las piernas de Bill empezaron a temblar. El mayor se
llevó las manos a los bolsillos y sacó algo que le mostró con una sonrisa
sardónica. 
-Esto es lo que buscas. Las fotos. – la respiración del cantante se aceleró. – Para ser
sincero, desde el principio me olía que eras un desviado. No había que conocerte a
fondo para llegar a esa conclusión… pero de tu hermano no me lo esperaba… y
mucho menos que llegarais a ser tan sumamente depravados… joder, entre
vosotros, gemelos. – una mueca de asco se dibujó en su cara.

-Eso es mentira. Nunca hemos hecho algo parecido.

-¿Mentira? ¿Aun cuando tengo la prueba entre mis manos tienes los huevos de
decir mentira? – sabía que sería inútil negar lo evidente… aunque no fuera verdad. 

-¿Qué quieres entonces de mí? Tienes las fotos ¿Qué quieres, dinero? – le resultó
sorprendente que su voz no temblara frente a ese gigante, ni siquiera vacilaba y no
le resultaba tan difícil. Esa faceta era otra de sus muchas caras. Por naturaleza, no
era alguien que se dejaba intimidar fácilmente frente a los matones, pero las
situaciones siempre acababan llegando a un límite en el que, o daba la cara, o huía.
Y en esa situación, huir solo traería problemas. – Si publicaras las fotos en los
medios, ya me abrías destrozado la existencia. Vaya una venganza sería. 

-Lo haría, te juro que si pudiera, estás fotos ya estarían repartidas por todo el
mundo, pero en ese caso no solo te afectarían a ti. Alemania entera… no quiero ni
imaginar como quedaría el país después de esto porque, al fin y al cabo, aunque no
os queramos aquí, por desgracia este país conserva vuestras raíces de origen y sería
el más afectado… de eso nada. Claro, que siempre puedo cambiar de opinión. –
rectificó enseguida al ver una mueca de alivio en la expresión de Bill. – No, a
quien yo quiero es a ti, a tu cabeza en una bandeja. Quizás te rompa las piernas… o
quizás mejor te rompa el cuello directamente. 

-¿Y si te la juegas? – Bill no se achicó frente a su mirada amenazante. Dio un paso


al frente, plantándole cara haciendo acopio de valía. Lo que acababa de decir era la
burrada más grande que había salido de su boca en la vida pero… de todas formas,
ya no tenía nada que perder y sin embargo, si mucho que ganar, aunque fuera con
una mínima posibilidad. – Pelea contra mí. Uno contra uno… si ganas tú, mátame.
Si gano yo, me darás las fotos y aquí no ha pasado nada. – Hagis sonrió con sorna. 

-¿Para que voy a jugármela si te tengo cogido por los huevos? 

-¿Y por qué no ibas ha hacerlo? Total, yo soy un canijo amariconado y tú un


gigante con ansías de venganza. ¿Tengo alguna posibilidad de ganar o… tienes
miedo de que puedas perder? – la sonrisa desapareció de la cara de Hagis, que se
volvió repentinamente serio. 

-No me provoques. 

-No lo hago. Eres tú el que no quiere pelear como un hombre, eres tú quien te
pones en evidencia solo. – Bill se cruzó de brazos, desafiándolo y tal y como
supuso, Hagis guardó las fotos de nuevo en su bolsillo y alzó los puños. 

-Vas ha desear no haber nacido. 

Francisca dio un volantazo brusco y tocó el claxón mientras adelantaba


bruscamente el coche que había frente a ella, que iba prácticamente pisando
huevos. Eran las once y media de la noche y aun no había llegado a su pequeño
apartamento que debía recoger, limpiar y ordenar, sin mencionar hacer la cena y
planchar la ropa para mañana. 
Estaba hecha polvo. Ese maldito trabajo le ocupaba todo el día. No le dejaba
tiempo para si misma y mucho menos, podría llegar a encontrar a un guapo y
simpático chico con el que criar a una preciosidad de niña. 

En esos momentos envidiaba al enano de su hermano. Él si que se lo había


montado bien. Ahora era independiente, famoso, ganaba un pastón y viajaba por
tantos países que seria difícil saber cuantos había recorrido ya. Solo le faltaba una
buena novia y tendría vida de rey. ¿Dónde estaría ahora? esa era una buena
pregunta. ¿Estaría bien? ¿Y como le iría al pobre Bill? Menudo trauma tendría
encima. ¿Estaría Tom cuidando de él como su gemelo que era?... ¿Y Georg?...
¿Cómo le iría a ese petardo putero? Ese pequeño bastardo… que malos ratos le
había hecho pasar con sus manías y ahora… ahora sonreía en todas las fotos,
burlón. Sonrió. ¿Se acordaría ese idiota de ella? Más le valía, le debía unas
cuantas. 

En ese momento, oyó el móvil retumbar dentro de su bolso. Lo miró de reojo, en el


asiento delantero. No era buena idea cogerlo en ese momento. ¿Y si era su jefe? Le
echaría una bronca del diez por no estar localizable las 24 horas del día.
Enfuruñada, soltó la mano del volante y empezó a rebuscar en su bolso con los
ojos puestos en la carretera. 

-¡Joder! – gruñó al no encontrarlo. Desvió la mirada un segundo, un simple


segundo para encontrar el dichoso móvil… 

No llegó a cogerlo. 

Bill chocó contra los barrotes de hierro del portón del cementerio con tanta fuerza,
que el portón se abrió de golpe y el candado, oxidado y viejo, cayó a sus pies. Se
agarró a los barrotes, intentando sostener el cuerpo para no caer al suelo y se
volvió, moviendo la cabeza con brusquedad, intentando despertarse del
aturdimiento. Después de semejante golpe, sentía la mejilla medio dormida. Sabía
que no tardaría nada en ponérsele morada e inflamarse, seguro que al igual que su
hombro y su costado. El dolor le quemaba. 

Hagis le estaba dando una paliza y si seguía así, ni siquiera podría acertarle un
pequeño golpe antes de caer al suelo. Observó alterado como el gigante se le
avecinaba, dispuesto a embestirle como un toro contra los barrotes de hierro y ahí
vio su oportunidad. Saltó hacía la izquierda en el último momento y el hombro de
Hagis impactó dolorosamente contra el hierro. Él gritó de dolor y Bill corrió hasta
situarse a su espalda. De un salto le agarró del pelo y tiró hacía atrás, separándolo
del portón y de una vez y con toda la fuerza de la que fue capaz, estrelló su cabeza
contra los barrotes de hierro. Hagis volvió a gritar, una, dos y tres veces, tantas
como Bill le hizo chocar contra los barrotes y una vez que oyó un desagradable
crujido y vio como varios barrotes se soltaban del portón y caían al suelo, lo soltó y
retrocedió. 

Hagis cayó al suelo de rodillas con la mano en la cabeza. Ese era el trato, el
primero en caer, era el perdedor y no era él. Una sonrisa de alivio se dibujó en su
cara. 

-Se acabo. – suspiró. – Has perdido. – murmuró con dificultad por la hinchazón de
la mejilla. Hagis se volteó con mucha lentitud, con la mano en la cabeza y
expresión de odio puro. Varias gotas de sangre se derramaron por su sien. – Dame
las fotos y me iré, como si no hubiera pasado nada… - la expresión del mayor se
volvió sombría de pronto. – Vamos, dámelas. – pidió Bill extendiendo una mano.
Una pequeña risita gutural salió de entre los labios de Hagis y el gemelo menor
empezó a impacientarse, a irritarse, a alterarse… - Dame las fotos… ¡Dame las
putas fotos! – gritó. Y Hagis se rió. 

-Grita, grita… dentro de poco no podrás ni hablar. – Bill frunció el ceño, con
extrañeza y los latidos ya acelerados de su pecho, intensificaron su velocidad. Algo
no iba a bien. 

Y de repente, un golpe y un dolor bestial le hicieron perder el equilibrio. 

-¡Aah! – cayó al suelo de costado y se llevó las manos a la pierna derecha,


acurrucándose horriblemente adolorido. Algo le había golpeado y cuando levantó
la mirada, se encontró con la mirada socarrona de otra persona. Le sonaba de
algo… no era la primera vez que lo veía. Soltó el barrote de hierro con el que le
había golpeado la pierna y anduvo hacía Hagis, tendiéndole la mano y ayudándole
a levantarse. 

-En fin, supongo que no te acordarás de Brandei. Estabais en la misma clase en el


colegio, ¿No, Brandei? – era pelirrojo, canijo, paliducho y alto. Ese ridículo
bigotillo daba grima. Bill se medio levantó, o lo intentó, pero el dolor de la pierna
era horrible. Esperaba que no se la hubiera roto o algo parecido. Se sentó en el
suelo y se arrastró hacía atrás cuando los vio avanzar hacía él. Ahora, más que un
gigante, Hagis parecía un Tintán. 

-Esto… no era el trato, ¡Has hecho trampa! 

-No lo creo. Esto no es una venganza Bill, es hacer justicia. – le pegó una patada a
la pierna herida, sonriente y Bill se encogió de dolor. Volvió a arrastrarse hacía
atrás como pudo. – Y para hacer justicia, a veces las trampas y los sacrificios son
necesarios. 

-Deja de actuar como si te creyeras un justiciero. Ni siquiera empezaste tu carrera


de actor y esto no es una película, ni siquiera una mala. – gruñó entre dientes. La
sonrisa del mayor no desapareció.

-Un justiciero… vamos a igualar las cosas Billy. Te lo debo… para un actor, su
rostro es algo fundamental al igual que su cuerpo y tú hiciste desaparecer mis
posibilidades, me deformaste la cara… para un cantante, lo más importante es su
voz y yo… voy a hacer desaparecer la tuya. – Bill palideció. Se quedó totalmente
paralizado observando esos fríos ojos azules, desquiciados, observándole. Brandei
empezó a alejarse de allí, dejándolos solos unos segundos. – Una forma de
desgarrar las cuerdas vocales es quemar de arriba abajo todo lo que hay desde la
boca hasta el estómago con una sustancia nociva… - en ese momento, Brandei
apareció de nuevo con expresión indiferente y un pequeño bote azul en la mano.
Bill apretó los puños sobre la arena fría, tembloroso. – un líquido como… la
lejía… quizás más fuerte aun. Se te quemará la garganta hasta que no puedas
pronunciar palabra. – era realmente difícil intimidar a Bill. Hasta aquel momento,
podía decir con certeza que nadie lo había hecho (salvo cierto acosador y su
hermano), pero esas palabras, en esa boca y viendo que la amenaza iba a ser
cumplida, lo hicieron entrar en pánico. 

Su voz, no. 

Agarró la arena que tenía entre sus manos y se la arrojó a la cara sin pensarlo. 

-¡Joder! – gritó Hagis, llevándose las manos a los ojos, empezando a restregárselos
con fuerza, retrocediendo. Bill se levantó del suelo. Varias gotitas de sudor se
escurrieron de su frente cuando sintió el tremendo dolor de la pierna y sin más,
intentó correr, adentrándose en el cementerio, cojeando y aguantando los gritos de
dolor. 

No sabía exactamente que estaba pasando a su espalda. No se paró a mirar atrás y


siguió corriendo como buenamente podía, presa de la desesperación y el pánico.
Sabía perfectamente que si querían, lo cogerían. Sabía que no podría escapar de allí
con la voz intacta solo. Sabía que necesitaba ayuda y también sabía que si la pedía,
podría ser el fin, pero el miedo… esa situación le podía. Alguien tenía que
ayudarle, alguien tenía que ir a por él y ayudarle… alguien…

“¿Dónde estás? ¡Ven a por mí! ¿A que esperas? ¡Ayúdame!”

El brazo de Tom tembló unos segundos. Un escalofrío le recorrió la espalda. Una


molesta sensación le hizo perder las ganas de beber y soltó el nuevo vaso casi
vacío sobre la barra. 

Reconocía esa sensación. Sabía que debía hacer… pero no se movió. 

En ese momento, el móvil empezó a sonar otra vez, y otra vez y otra… cansado,
miró la pantallita y por unos momentos, la mano se dirigió hacía el móvil,
dispuesto a responder. 

“Enfermo” 

Tom se arrepintió enseguida y apartó la mano del móvil, pero este seguía sonando.
Deseaba que dejara de sonar cuanto antes, que la tentación de agarrarlo
desapareciera, pero insistía. Se agarró el brazo con fuerza y se encogió sobre si
mismo, apretando el agarre hasta que se volvió doloroso, hasta que sintió las uñas
clavadas en él, desgarrándole la piel. 

Cuando el móvil dejó de sonar, respiró, aliviado. Miró las gotitas de sangre que se
escurrían por su brazo debido al arañazo y suspiró, como si con esa pequeña
herida, todos sus males desaparecieran. Y en parte, así lo sentía. 

La pierna derecha se le durmió de repente, en la pantalla de su móvil pudo ver


reflejada una llamada perdida y las uñas de sus manos se hundieron más sobre su
piel. Por su cabeza solo podía pasar una cosa…

Todo era su culpa, porque era un mal hermano. 

Bill empezó a marcar otra vez el número de Tom, con desesperación al ver que no
lo cogía. ¿Por qué? ¿Por qué no lo cogía? ¿Es que Tom no sentía su miedo?
Entonces, ¿Por qué lo ignoraba? ¿Por qué le castigaba de esa forma? Intentó
levantarse otra vez del suelo, pero se agarró la pierna en cuanto hizo el intento,
adolorido. Sentía algo húmedo escurrirse por ella. Iba a subirse un poco el pantalón
para ver de donde venía ese intenso dolor… pero…

-Te encontré. – por un momento, tuvo la sensación de que el corazón se le había


parado.

Capítulo 11: Cantar... Nunca más...

-¡Joder! – Brandei saltó hacía atrás en cuanto lo notó. De inmediato, Hagis lo


siguió, separándose de Bill de inmediato, mirándolo espantado. Brandei se agarró
el brazo con fuerza, donde la sangre empezó a emanar del profundo corte y miró
con rabia al menor.

Bill alzó la navaja, amenazante, con ojos que contenían furia y miedo. Una mala
combinación que le impedía pensar bien. Solo ante el peligro. Se levantó de nuevo
del suelo, con las piernas temblorosas. En la derecha se empezaba a notar una
mancha rojiza plasmada en los pantalones. Anduvo cojeando hacía ellos, que
retrocedieron, intimidados por el brillo de la navaja apuntándolos frente a su cara. 

-Baja eso. – acertó a decir Hagis. – No creas que puedes intimidarnos con esa
mierdecilla. – aun pronunciando esas palabras, no pudo evitar tragar saliva,
nervioso. Brandei lo miró con el ceño fruncido, apartándose de ellos lentamente. 

-No te muevas – dijo Bill, en un tono de ira, dirigiéndose a él y encarándose a


Hagis. – No me la vas a pegar otra vez. – el tenso silencio hizo acto de aparición y
un aura fantasmal envolvió el lugar. El hecho de que fuera de noche y estuvieran
rodeados de tumbas no ayudaba a infundir tranquilidad. 

-Suelta esa cosa, estúpido desgraciado. – la mano de Bill temblaba, aun así, avanzó
y colocó de inmediato la navaja bajo el cuello del mayor, rozando la piel. Hagis
volvió a tragar saliva. 

-Hagis… - lo llamó Brandei en tono miedoso. – Vámonos. 

-Ni hablar. 

-Imbécil, va a matarte. 

-No, no lo hará – sonrió con superioridad, notando el ligero tembleque del filo de
la navaja. – No es capaz. 

-No me provoques. Puedes llevarte una sorpresa. – aun así, Hagis no se retractó y
siguió sonriente. 

-¿Cómo te imaginas que esto puede afectar a tu trabajo? Bill Kaulitz, asesino. –
Bill no se movió. – Sabes que no puedes escapar de aquí a no ser que me mates o
seas tú quien acabe escaldado, pero ¿puedes matarme? ¿Prefieres matarme ha
aguantar una pequeña paliza? Porque solo quiero eso, hacer justicia y después, te
daré las fotos. Si me apuñalas, solo conseguirás acabar con tu grupo, con tu
trabajo, acabarás encerrado y tu familia… ¿Has pensado en tu familia? ¿Has
pensado en tu hermano? Se quedaría solo, enfrentándose solo a las consecuencias
de tu negligencia y también, a la polémica que estás fotos formaran porque,
créeme, saldrán a la luz, me mates o no. Solo tienes una opción Bill… sabes cual
es. Después… todo habrá sido un mal rato. – el momento de tensión era cada vez
mayor conforme el silencio del menor se incrementaba. Los ojos de Bill llameaban
de furia y por un segundo, Hagis llegó a pensar que se atrevería a rajarle el cuello.
El alivio le invadió por completo cuando vio una chispa de inseguridad y reflexión
en su rostro perfecto. Se atrevió a extender la mano hasta la navaja y muy
lentamente, la agarró. Bill no se resistió y de un tirón, Hagis se la quitó. – Has
elegido la mejor opción. – Bill negó con la cabeza y le escupió a la cara,
enfurecido por su debilidad. Aunque no le hubiera chantajeado de esa manera, no
se hubiera atrevido a matarlo. 

Hagis no se hizo de rogar. Se limpió con asco el escupitajo que se escurría por su
rostro y de un puñetazo en plena cara, lo hizo retroceder y caer al suelo, junto a una
lápida incrustada en el suelo, sin nombre, de piedra dura, vieja y sucia. Se golpeó
la sien contra ella y quedó aturdido y mareado. Sentía mucho dolor en la cabeza y
el cuerpo adormilado. Con mucho gusto se hubiera dejado caer contra el suelo y no
se hubiera movido hasta el día siguiente sino lo hubieran agarrado de los brazos y
obligado a sentarse en el suelo. 

-Bebe – le ordenó Hagis, situado de cuclillas a su lado. Bill notó un fuerte olor
subiéndole por la nariz cuando fue capaz de situar el pequeño bote de plástico azul
frente a sus labios. Todo empezaba a darle vueltas y giró la cara a un lado,
asqueado por el olor. 

-No… - murmuró. Hagis le agarró de la barbilla con fuerza y le rozó los labios con
la boquilla del bote. 

-Traga – Bill entreabrió los labios y se le cerraron los ojos. No lograba situarse, no
alcanzaba a reconocer la situación en la que se encontraba, como si estuviera
drogado o más bien, al borde de la inconsciencia. Despertó de golpe cuando notó
como si fuego se le colara por la garganta y se escurriera hasta su estómago.
Empezaba a arder. Empezó a toser, medio ahogándose con ese líquido que le
abrasaba la garganta. 

Hagis tiró el botecito a un lado y le soltó. Bill se inclinó hacía delante, tosiendo y
sintiendo arcadas cada vez más fuertes, hasta que no pudo aguantar mas y vomitó,
todo. Tenía el estómago totalmente revuelto y le quemaba la garganta. Hubiera
matado por un poco de agua que consiguiera calmarle el quemazón. 

Eso era lejía pura o quizás, algo peor. 

Se volvió a un lado y se agarró el cuello, respirando con dificultad. El cuerpo le


temblaba y quería vomitar otra vez, pero nada quedaba en su estómago para echar. 

-Ya está. Ya has conseguido lo que querías ¿no? Vámonos – oyó la voz de Brandei
a su espalda, ansiosa y nerviosa. No sabía que hacía ese chaval allí. No pintaba
nada.

-No. Aun me queda algo que devolver. 


-Ya has hecho bastante. Eso que se ha tomado podría hasta matarlo. Mejor nos
largamos de aquí…

-He dicho que no. Se podría decir que le he devuelto el aceite hirviendo que me
tiró a la cara, pero aun me queda rematarlo con… el corte. – Bill cayó al suelo de
costado, tosiendo con violencia. Sintió la dura piedra de la lápida bajo su cuerpo y
quiso levantarse de ahí enseguida, pero Hagis se lo impidió. Le dio una ligera
patada y se dejó caer de rodillas casi encima de su estómago. Bill vio relucir la
hoja de la navaja que le había tomado prestada a Georg en la mano de Hagis y
deseó no haberla cogido nunca. De nada le había servido.

-Bonita navaja. Creo que me la quedaré para mí. Cada vez que la vea, veré en ella
tu cara de sufrimiento y me reiré. 

-¿Qué vas a hacerle? – le preguntó Brandei, frunciendo el ceño, acongojado,


observando como el mayor le remangaba la chaqueta de cuero al indefenso
cantante, medio desmayado sobre esa lápida. Por un momento, tuvo la tentación de
intervenir, pero el pensar en la furia de Hagis lo hizo cambiar de opinión
enseguida. 

Hagis le agarró el brazo en el que pudo ver a la perfección aquel impresionante


tatuaje con la palabra Freiheit 89. Era un tatuaje increíble, perfecto.

Incluso llegó a sentir algo de pena al destrozarlo. 

-Voy ha hacerte un tatuaje nuevo, Kaulitz. – Bill observó aturdido como el filo de
la navaja se precipitaba sobre su brazo y cuando sintió como este rozaba y
empezaba a cortar su piel muy lentamente, el olor y la vista de la sangre lo hicieron
removerse con violencia, intentando resistirse. Aquello dolía. 

-¡No! ¡Para, para! 

-¡Estate quieto joder! – Hagis le golpeó la cabeza con el mango de la navaja, pero
Bill se agarró con el otro brazo a la mano que le inmovilizaba contra el suelo,
desesperado, intentando forzarlo a soltarle. - ¡Suéltame! ¡Brandei, ven aquí! – el
mencionado se sobresaltó al oír como le llamaba. - ¡Ayúdame a sujetarlo! – y
Brandei se quedó en el sitio, petrificado, sin saber que hacer, observando como Bill
seguía revolviéndose en el suelo como una serpiente escurridiza intentando soltarse
de las garras de un águila. - ¡Brandei, como no vengas ahora mismo, veremos que
le pasa a la puta de tu hermana! – aquel grito llamó la atención de Bill y miró a
Brandei de reojo. Estaba atemorizado y supo que él no quería tener nada que ver
con eso. No quería hacerlo... y sin embargo, lo hizo. Se acercó, vacilante hacía él y
se arrodilló a su lado. 

Los siguientes minutos, Bill creyó vivir un infierno. Sentía nauseas y mareos al ver
cada vez más y más sangre escurrirse por su brazo y más de una vez pensó que se
desmayaría, pero el dolor le impedía cerrar los ojos. Desde luego, si aquel líquido
que se había tragado no le destrozaba las cuerdas vocales, lo harían sus gritos. 

Brandei cerró los ojos con fuerza y cuando Hagis separó la navaja del brazo de Bill
y la cerró, limpiándole la sangre con la mano y guardándola en un bolsillo de su
pantalón, le soltó el brazo de inmediato y se apartó enseguida.

-Se acabó. – sentenció Hagis y se levantó del suelo. – Vámonos. – Brandei echó a
andar. No quería saber nada más de lo que había ocurrido, ojala nunca hubiera
estado allí, ojala Hagis no existiera, ojala su hermana no hubiera sido tan estúpida
como para dejarse pillar in fraganti por ese imbécil en los grandes almacenes. Sino
fuera por ese maldito chantaje, podía dar por seguro que no estaría ahí esa noche.
Miró a Hagis de reojo. No podía saber como coño era capaz de seguir sonriente,
divertido por lo que acababa de hacer. Él sabía que viviría con esos gritos y esa
imagen del cantante clavada en la cabeza mucho, mucho tiempo. 

-Lo que se ha tomado… podía hacerle mucho daño… además… puedes haberle
pillado la vena con esos cortes. Si lo dejamos ahí tirado podría morir… -
dramatizó, con los nervios a flor de piel, parándose de repente. No podía dejarlo
tirado sabiéndolo en peligro. - Deberíamos llamar a una ambulancia. 

-No seas imbécil y vamonos. No se morirá por ver un poquillo de sangre… ahí
tienes la prueba. – Hagis hizo un ligero movimiento de cabeza y Brandei se volvió
enseguida, sorprendido. Los ojos se le desorbitaron al ver, incrédulo, como Bill,
muy lentamente, se levantaba poco a poco. El cuerpo le temblaba y tosió varias
veces. Estuvo a punto de derrumbarse de nuevo en cuanto se medio levantó,
sujetándose el brazo herido, henchido en sangre. No se podía ver rastro de carne
debajo de ese líquido espeso y rojo que salpicaba el suelo en gotitas y Brandei lo
agradeció. Prefería no saber como tenía el brazo después de semejante carnicería.
Estaba seguro de que ese tatuaje ya no existía. 

-Las fotos… - murmuró Bill con voz ronca y desgarrada, grave. Desde luego, no se
parecía en nada a la suya. – Dame las fotos. – Hagis alzó una ceja y se cruzó de
brazos. 

-¿Qué fotos?

-Dijiste que si me quedaba quieto… me las darías y todo esto se acabaría. 

-Ah… esas fotos. ¿Dije que te las devolvería?

-¡Eso dijiste! – jadeó Bill y rompió a toser otra vez. 

-Si, lo dije. Pero hay un problema. Si te doy las fotos… ¿Cómo puedo asegurarme
de que mañana mismo no me denuncies a la policía? 

-No lo haré… ¡Pero dame las malditas fotos!

-No. Va a ser que no. 

-… Era… ese era el puto trato. – Bill no había soltado una lágrima durante esa
tortura, no lo había hecho pese al dolor… pero no aguantaría mucho más sin
hacerlo. 

-Tú lo has dicho. Era. Ahora tengo un trato mejor… si vas a la policía, las fotos se
publican, si vas a un médico a curarte esas heridas, tarde o temprano, alguien se
acabará enterando de que te han metido una paliza y siempre hay alguien que
denuncia, así que, las fotos se publican. Si hay alguien más, alguien se entera de
que esta noche te han dado una paliza de muerte, te juro que la tortura no acabará
aquí. El trato es simple. Solo tienes que ser un niño bueno y obediente y todo
quedará aquí. – Bill no rechistó. No dijo absolutamente nada. Guardó silencio
como los muertos del cementerio aunque por dentro, la rabia y la impotencia se lo
tragaran y el dolor aumentaba y aumentaba. Conforme los vio empezar a
marcharse de allí, dirigiéndole antes una mirada de lástima y otra de burla, la ira
empezó a corroerle por dentro, a abrasarle incluso más que ese líquido le había
hecho en la garganta. Se desplomó de rodillas sobre el suelo y apretó el brazo
herido con fuerza contra su pecho, aguantando los sollozos. 

-Ah, se me olvidaba. – oyó murmurar a Hagis antes de desaparecer tras el portón


del cementerio. – Si vuelves a subirte a un escenario… si vuelves a cantar… no te
conviene para nada. – y desapareció. Ese era el único punto por el que Bill volvería
a gritar. 
-No… no… - intentó levantarse del suelo una vez más y correr, echar a correr
detrás de Hagis y gritarle que se fuera a la mierda, que no podía hacer eso, que no
se callaría, que no… al dar un solo paso, el dolor de la pierna le recorrió toda la
columna y cayó al suelo cuan largo era. – No… no… ¡No! – y las lágrimas salieron
solas.

Ahora veía la realidad demasiado lejana. ¿Todo había acabado con eso? No se veía
capaz de asimilarlo, era un golpe demasiado fuerte y no sabía a que se debía. ¿Qué
había hecho para merecerse eso? 

¿Qué había hecho para que Tom lo odiara tanto como para no ir en su ayuda? ¿Por
qué no había aparecido? Lo único que se le había pasado por la cabeza mientras le
rajaban el brazo era su hermano, que pronto vendría a ayudarlo… pero no había
aparecido. 

¿Por qué?... necesitaba saberlo. 

Cuando Tom llegó a casa, pensaba ir directamente a la cama, de cabeza. La resaca


al día siguiente sería tremenda, pero cuando llegó y se encontró a Andreas sentado
en el sofá, cruzado de brazos, con el ceño fruncido y tomándose una taza de café,
supo que algo pasaba, algo no muy bueno y enseguida lo relacionó con la extraña
sensación que tenía metida en el cuerpo. Preocupación, ansiedad, agobio… el
corazón parecía que se le salía por la boca desde hacía más de una hora. 

-¿Andreas? – el rubio se volvió y suspiró, poniendo los ojos en blanco. 

-Ya era hora. Leyna me ha obligado a quedarme en vela ha esperar a que llegarais,
decía que tenía un mal presentimiento y los cabrones de Georg y Gustav se han
escaqueado con la excusa de que estaban como una cuba. Yo ya he cumplido, me
voy a dormir. Dale las buenas noches a Bill de mi parte. – aunque tenía el cerebro
bastante ebrio como para captar las cosas al vuelo, su mano agarró el brazo del
rubio con fuerza, captando su atención. 

-¿Dónde está Bill? – Andreas frunció el ceño de inmediato.

-¿No está contigo? – Tom negó con la cabeza. – Leyna me dijo que salió al rato de
que tú te fueras. Creía que iba a buscarte.

-No lo he visto desde que salí de aquí. 


-… Pues… son las tres de la mañana. ¿Dónde coño está entonces? – Tom, de
golpe, perdió la embriagez y rebuscó entre sus bolsillos el móvil, nervioso. - ¿Qué
es eso que tienes en el brazo? – preguntó Andreas, astuto. 

-¿El qué?

-Los cortes esos. ¿Cómo te los has hecho? – Tom encontró el móvil y lo sacó,
empezando a marcar con rapidez el número de Bill. 

-Me caí y me clavé un par de cristales. – Andreas frunció el ceño mientras él se


llevaba el móvil al oído. - … no contesta… joder…

-Tom… no estarás volviendo ha hacerlo, ¿verdad? No estarás empezando otra vez


ha hacerte… esas cosas, ¿no? – Tom siguió serio, marcando otra vez. 

-Dejé de mutilarme hace mucho tiempo, ya lo sabes… mierda… sigue sin


contestar. 

-Tom, hablo en serio. 

-Yo también, paso del royo masoquista. Puede que en un principio tuviera su
morbo pero ya no tiene gracia… Bill no coge el móvil. Me estoy empezando a
preocupar. 

-Déjalo, ya es mayorcito ¿no? – Tom bajó la mirada. 

-O puede que le halla pasado algo. 

-Si, seguro que lo han secuestrado una orgía groupis.

-Hablo en serio. Creo que le ha pasado algo. 

-Guay, ¿En que te basas? Siempre te pones en lo peor. 

-No en lo peor. Esta vez tengo razones para creerlo. – Andreas lo miró con una
ceja alzada. 

-¿Ah, sí? – Tom asintió en silencio. 

-Lo siento… se que ha pasado algo, se que no está bien.


-Conexión entre gemelos. Precioso. ¿Algo más que instinto fraternal para
alarmarnos?

-… Me llamó hace un par de horas… parecía desesperado… pero no se lo cogí. –


ahora si, Andreas pareció preocuparse por lo oído y palideció.

-¿No… no se lo cogiste? ¿Tú eres tonto? ¿Por qué no? – por un momento, Tom
guardó silencio. Se toqueteó la herida del labio con impaciencia y remordimientos
y finalmente admitió…

-Porque no me salió de la punta del nabo… simplemente por eso… - el tenso


silencio invadió el salón y al final, los dos acabaron sentados en el sofá,
mortalmente preocupados… unos más que otros. 

-Esperaremos un poco más… sino aparece, saldremos a buscarle. 

-Vale. 

Ninguno de los dos se dio cuenta de que la persona de la que hablaban ya había
llegado, justo detrás de Tom y de qué, para mal, había oído la conversación. 

Bill subió escaleras arriba en total silencio, como un felino. No entró en el cuarto
que últimamente compartía con Leyna, sino en el baño y cerró la puerta con
pestillo. 

“Porque no me salió de la punta del nabo… simplemente por eso…”

Esa era la razón por la que Tom no había ido a buscarle, simplemente esa. 

Como un zombi, abrió el grifo de la bañera y se quitó la chaqueta con cuidado. Se


subió como pudo el pantalón de la pierna derecha hasta arriba del todo, haciendo
un gran esfuerzo por no soltar quejidos de dolor. Cuando vio la herida, vio normal
sentir semejante dolor con cada paso. Tenía clavada una pequeña astilla de metal
bajo la rodilla y toda esta, hasta el muslo, tenía un feo color morado que iba
empeorando por momentos. Se arrastró hasta el espejo que había colgado sobre el
lavamanos y lo abrió. Allí estaba el alcohol, el algodón, las vendas… justo lo que
necesitaba. 

Se sentó en el borde de la bañera y agarró la astilla. Nunca se hubiera atrevido a


hacer eso si la situación no lo requiriera. Nadie más podría hacerlo porque nadie
más podría ayudarlo… porque a su hermano no le había salido de la punta del
nabo. 

De un tirón se la sacó, apretando con fuerza los dientes. Un pequeño gemido


escapó de su boca y una lagrimilla descendió por su cara. Metió la pierna bajo el
chorro de agua fría, esperando que la hemorragia parara y sintiendo un gran alivio
al dolor. Cuando la sacó, se la vendó como pudo, utilizando lo menos posible el
brazo herido, aunque si tenía algo más que un moratón, dudaba mucho que la
venda ayudara. Se puso de rodillas frente a la bañera y muy lentamente, se atrevió
a introducir el brazo. De inmediato, el agua se tiñó de rojo y Bill apoyó la cabeza
sobre el borde de la bañera. No quería ver los restos de su perfecto tatuaje, pero
tuvo que hacerlo para ver la magnitud de la herida. 

La rabia lo consumió por completo cuando vio que Hagis no se había dedicado a
hacer simples cortes por todo su brazo. Había sustituido su tatuaje por unas
palabras que a partir de entonces, debería llevar gravadas siempre en la piel. Unas
palabras que durante mucho tiempo, había intentado hacer desaparecer en su
mente, y en las de la gente. 

Maricón perdedor. 

Golpeó con rabia el suelo, con el puño cerrado varias veces, sin poder reprimir las
lágrimas de frustración. ¿Qué había hecho para merecer eso? Nada. Fue Tom quien
le besó, fue Tom que no quiso ayudarle…

Fue Tom… y por su culpa, nunca más podría volver a cantar. 

Pensando en eso, no pudo aguantar más y se desmayó.

Capítulo 12: Confesiones

Un extraño sonido lo despertó casi de inmediato. De repente, sintió la necesidad de


ir al baño y, con extrema pereza, abrió los ojos. Gustav bostezó y se desperezó un
poco, sacándose las sábanas de encima, con los ojos entrecerrados. Miró el
despertador. Las ocho de la mañana, aun podría dormir un poco más. Aun así,
necesitaba ir al baño.
En cuanto puso los pies en el suelo, se quedó helado. 

-¿Qué coño es esto? – los pies se le empaparon por el agua que inundaba la
habitación, llegándole por los tobillos. - ¡Joder! – corriendo, salió de su cuarto y
golpeó la puerta de en frente con insistencia. - ¡Georg, despierta, Georg! – gritó y
corrió hacía la habitación de Leyna, golpeándola de igual manera. 

-¿Qué cojones es esto? – exclamó Georg, abriendo la puerta de la habitación en


pijama, aun adormilado. Leyna salió casi a la nada, observando el agua que corría
por todo el pasillo y se escurría por entre las puertas. 

-¡Oh, no! ¡He soñado con esto mil veces! ¡El barco se hunde, corramos hasta los
botes! ¿¡Dónde están los chalecos salvavidas!? ¿¡Dónde está Jack!? ¡Jack! – gritó
histérica. 

-¿Qué Jack ni que niño muerto? ¡Qué no estamos en el Titanic! – exclamó Gustav
enseguida, metiéndose en su cuarto de nuevo, empezando a sacar cosas del
armario. – Aquí ha habido un maremoto o ha caído la de Noé. ¡Tenemos que
evacuar, ya! 

-La playa más cercana está a más de ochocientos kilómetros y hay un sol que
ciega… además… creo que acabo de descubrir donde está el problema. – Gustav y
Leyna miraron la pequeña ranura que había bajo la puerta del baño. Resultaba
obvio que toda el agua salía a presión desde ahí. – Un capullo se ha dejado el grifo
abierto. 

-Apuesto lo que sea a que ha sido Tom. – Georg intentó abrirla, pero tras varios
intentos, dio un paso atrás. 

-Está cerrada. – murmuró. Gustav se acercó y golpeó la madera con los nudillos. 

-¡Tom! ¿Qué mierda estás haciendo pedazo de burro? ¡Que se nos inunda el piso!
¡Que sepas que quien va a achicar agua vas a ser tú! – Nadie contestó. - ¡Tom! 

-¿Qué? – sobresaltados, los tres se giraron hacía las escaleras. Tom los miró con
expresión somnolienta y unas enormes ojeras en la cara. Ni siquiera parecía
haberse dado cuenta de que el lugar estaba tremendamente inundado. Los tres
abrieron los ojos como platos al verle. 
-¿Tom? ¿Y Andreas? 

-Abajo, durmiendo en el sofá como un tronco… ¿por qué? – Leyna frunció el


ceño. 

-¿Quién hay entonces ahí dentro? – preguntó señalando la puerta.

-¡Y yo que sé! Estoy buscando a mi hermano, no lo veo desde ayer por la noche
y… - de repente, se hizo el silencio. Los cuatro miraron la ranura de la puerta por
la que salía el agua… con un extraño color rojizo. – Joder… - Tom se abalanzó
hacía la puerta, pegándole con fuerza con los nudillos. - ¡Bill, Bill! ¿¡Estás ahí!?
¿¡Bill!? – no tardó nada en empezar a pegarle puñetazos y patadas, embistiéndola
con el hombro con fuerza. Bill nunca se encerraría en un baño así, a cal y canto,
solo. No desde que se quedó encerrado con un acosador. 

Tras la puerta, Bill, muy lentamente, empezó a abrir los ojos debido a los gritos y
golpes que oía. Le costó mucho situarse en aquel lugar, le dolía el cuello, tenía el
cuerpo entumecido y tenía frío, mucho frío. No tenía apenas fuerzas para
levantarse. 

Cuando vio el gran charco en el que flotaba y notó que estaba empapado, cerró el
grifo enseguida, temblando de frío. Se miró el brazo herido. La hemorragia había
parado, pero ahora lo tenía de un extraño color morado oscuro y le costaba
moverlo. 

Oyó las voces fuera y los porrazos. Pudo distinguir la voz asustada de Leyna, la
preocupada de Georg y Gustav… y la desesperada de Tom. Pero esta última le hizo
hervir de rabia. Intentó levantarse del suelo con rapidez. El dolor de la pierna casi
se había desvanecido, pero el moratón no. 

-Deja… - murmuró… solo eso salió de su boca. Su garganta quemaba y su voz,


grave, desgarrada y casi inaudible le hizo llevarse una mano a los labios, pálido. 

Empezó a sollozar… y a llorar. 

-¿Bill estás ahí? ¡Por favor, contéstame! – le oyó gritar a su hermano. 

-No… no… no… no… - solo un pequeño murmullo llegó hasta sus oídos y con
una voz totalmente diferente a la de su hermano. 
-¿Bill? 

-¡Déjame jodido gilipollas, te odio! – Tom retrocedió enseguida, separándose de la


puerta, mirándola con espanto. ¿Y esa voz? ¿Qué era? ¿Qué estaba pasando?
Georg y Gustav se miraron con el ceño fruncido y Leyna, decidida, caminó hasta la
puerta, agarrando el pomo. 

-¿Bill? Soy Leyna, ¿estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Qué haces ahí? – Leyna oyó sus
sollozos. – ¿Quieres que hablemos? Ábreme la puerta Billy y cuéntame lo que te
pasa. 

-No… 

-No se lo diré a nadie, ¿vale? Te lo prometo, sabes que a mí me lo puedes contar.


Ábreme la puerta. – Tom entrecerró los ojos al notar el silencio de su hermano,
reflexionando. No se lo podía creer, ¿A Leyna le hacía caso y no a él, que era su
gemelo? ¿Sería por esa voz dulce que tenía ella, cómo la de una madre protectora?
Oyó como el pestillo de la puerta se abría desde dentro y dio un paso al frente
dispuesto a entrar. 

-Que solo entre Leyna. – le oyeron pronunciar con esa voz grave y ronca. 

-¿No quieres que entre Tom también, Bill?

-¡No, que no entre, que no entre! – Tom la miró, confuso y Leyna negó con la
cabeza, abriendo la puerta un poco y entrando a la vez que la cerraba. Los tres
esperaron unos segundos frente a la puerta, preocupados, cuando Leyna volvió a
abrirla y asomó la cabeza, pálida, completamente blanca. 

-Recoged… recoged esto mientras tanto… - dijo con tartamudeos. 

-¿Está bien? – preguntó Tom de inmediato. Ella suspiró.

-Ya hablaremos luego. – y cerró la puerta de nuevo. Tom estuvo tan inquieto
durante toda la mañana, que no podía coger la fregona sin que le temblaran las
manos. No bajó a la primera planta en dos horas, pendiente de la puerta del baño
hasta qué, tras mucha espera, la puerta se abrió. Pegó un bote del suelo, con el que
estaba medio entretenido pasándole un trapo ya empapado y miró la escena. Leyna
salió primero, con expresión de angustia y acto seguido, pudo ver como pasaba por
encima de sus hombros el brazo de Bill y lo agarraba de la cintura empezando a
andar hasta uno de los cuartos. Bill cojeaba. 

-Bill… - lo llamó y su hermano, en vez de girarse a mirarlo, escondió la cabeza


entre el cuello de Leyna, como intentando ocultarle la cara. Ella le dirigió tal
mirada de enfado, que se le puso el vello de punta y ambos, acabaron
introduciéndose en la habitación de Leyna, cerrando la puerta de un portazo. 

Tom supo entonces que había hecho algo mal, algo terrible. Y lo peor era que Bill
lo odiaba por ello. 

-¿Te duele? – Leyna le desvendó la pierna con lentitud y Bill negó con la cabeza. 

-No…

-No creo que esté rota ni nada parecido. 

-Hum… 

-Tienes la mejilla hinchada y, madre mía, que ojo. No creo que pudieras disimular
esto con todo el maquillaje del mundo. – Bill asintió con lentitud. – A ver ese
brazo. 

-No. – el cantante se agarró el brazo con la otra mano, estrechándolo con fuerza
contra su pecho. 

-Bill, no seas cabezón. 

-Me duele la garganta y la barriga. Empieza por darme algo para que no me duela.
– su voz ronca y débil era difícil de escuchar y más, de comprender. 

-Yo no puedo hacer nada contra eso. Deberías ir a ver a tu médico personal. – al
ver los ojos brillantes y cristalinos del menor de los gemelos, suspiró. Claro… no
podía ir a un médico, no quería arriesgarse. – Bill… lo que me has contado… es
muy grave. No se que clase de fotos te habrán hecho para que tengas tanto miedo a
que se hagan públicas… pero entre lo que tragaste, la pierna y lo del brazo… no
merece la pena arriesgarse tanto. Podrías hasta morir por intoxicación o algo así. –
Bill se mantuvo callado y bajó la cabeza. – Bill, mírame… mírame… - tras unos
segundos, alzó la cabeza y la miró, intentando contener lágrimas de impotencia. -
¿Qué hay en esas fotos que tanto temes que se descubra? ¿Estás con alguien?
Necesitas desahogarte con alguien, no puedes cargar con todo eso solo.
Cuéntame… te comprometen mucho ¿no? – Bill no fue capaz de contenerse
porque, tal y como Leyna le había dicho, necesitaba desahogarse con alguien.
Dejar escapar aunque fuera un poco de su rabia, de su frustración, de su dolor. –
Estabas con alguien… - Bill asintió. - ¿Una chica? – las lágrimas amenazaban con
desbordarse en cualquier momento. – No… ¿Un… hombre? – preguntó ella con
cuidado, con mucho tacto, porque además de difícil para él, más lo era para ella
asimilar que su ídolo tuviera una tendencia semejante. El corazón le dio un vuelco
cuando vio como se le saltaban las lágrimas. – Un hombre… entonces es eso…
tienes miedo de que se descubra que eres… - Leyna tragó saliva - … gay…

-No… si solo fuera eso… 

-No… ¿no es eso? 

-Si fuera gay… me importaría una mierda que todo el mundo lo supiera. 

-No lo eres entonces. 

-¡No! ¡Nunca lo he sido! – gritó con un sollozo y la voz se le desvaneció por


completo, acabando en un chillido agudo. 

-Entonces… ¿Qué es lo que no quieres que se descubra? – Bill escondió la cara


tras sus manos y se tumbó a lo largo de la cama, llorando y Leyna supo que no
conseguiría sacarle nada más. Necesitaba ayuda cuanto antes, necesitaba que
alguien le mirara la garganta porque, si Bill perdía la voz… se moriría de pena. –
Creo que lo mejor sería que se lo dijeras a Tom. No era su intención no contestarte
al móvil, estaba cabreado, es normal que… - Bill saltó de la cama y la agarró del
brazo con fuerza, mirándola con rabia y negando con la cabeza. Intentó hablar pero
solo le salió un ruidito afónico. Mordiéndose el labio inferior, caminó hasta el
escritorio y abrió un cajón. Agarró un pequeño cuaderno y un bolígrafo y empezó a
escribir. 

“Prométeme que no se lo dirás a nadie y mucho menos, a Tom” – escribió y se lo


mostró. Leyna no entendía a que venía semejante muestra de desconfianza hacía su
hermano. 

-Pero es tu hermano… ¿Por qué no quieres que lo sepa? – Bill pareció pensárselo
unos segundos y volvió a escribir. 
“¿Me prometes, me juras por tus padres y por todo lo que más quieras en este
mundo que no se lo dirás absolutamente a nadie, nadie, nadie?” – Leyna asintió
con la cabeza, lentamente, no muy segura de querer saberlo. Aquello debía ser muy
gordo para que Bill actuara de esa manera. Y Bill volvió a escribir. 

“El hombre con el que estaba en esas fotos era Tom” 

Leyna frunció el ceño.

-¿Qué estabais haciendo? ¿Intentasteis matar a un hombre, pusisteis una bomba,


qué puede comprometeros tanto si se descubre? ¿Por qué te has arriesgado tanto si
estabas con él? – Bill suspiró y volvió a empezar a escribir. Varias lágrimas se
derramaron sobre el papel. 

“¿Alguna vez has oído hablar del incesto?” 

Leyna palideció de inmediato y lo miró con ojos desorbitados. 

-No puede ser… - Bill golpeó la mesa con el puño, llorando otra vez. – Me estás…
tomando el pelo. ¿Me estás intentando decir que en esas fotos tú y Tom…? 

“Tom se volvió loco. Nunca lo he visto así, ¿sabes? Me asustó mucho.”

Leyna negó con la cabeza incapaz de creerse lo que estaba leyendo… y sin
embargo, eso explicaría tantas cosas. El extraño comportamiento de los gemelos
los últimos días, sus peleas… pero era surrealista. Tom nunca haría algo así ¿no?
Era un maldito golfo y un mujeriego. No era posible que hubiera…

-¿Qué demonios te hizo?

Y Bill, entre lágrimas, negó con la cabeza y volvió a empezar a escribir. 

-No entiendo absolutamente nada de lo que está pasando. – se enfuruñó Georg,


dejándose caer sobre el sofá a peso muerto. – Vale que Bill no está muy feliz
últimamente, pero de ahí a… eso…

-¿Eso qué es? – preguntó Gustav, cruzado de brazos. 


-Pues… eso… joder, lleva toda la noche encerrado en el baño. Tenía la voz hecha
polvo de tanto llorar y… el agua era roja tío, ¡Roja! Este tiene una depresión de
caballo y se ha intentado cortar las venas, fijo. 

-Georg, joder… por favor, ¿Qué tonterías dices? Bill nunca intentaría suicidarse y
lo sabes. 

-¿Qué no? Es fácil decirlo pero todos sabemos que es tan sensible para algunas
cosas que… solo necesitaba una buena razón para dar el paso. Tanto estrés no
podía ser bueno. 

-Te equivocas tío. – la atención de ambos se dirigió a Andreas. En ese momento,


abrió los ojos y empezó a bostezar, desperezándose sobre el cómodo sofá. – Me he
quedado dormido. 

-Pues has tenido suerte. Lo que ha pasado no es muy agradable. – Gustav apoyó la
cabeza en el respaldo del sofá con cansancio y bufó.

-Ya lo he oído… me estaba haciendo el dormido para no tener que achicar agua. –
sonrió y Georg tuvo la intención de darle una buena colleja, pero finalmente
suspiró y bajó la mirada. 

-No te culpo. Yo hubiera hecho igual. 

-¿En serio pensáis que Bill, después de tantos años trabajando juntos, intentaría
cortarse las venas? – Georg se encogió de hombros. 

-Tío, yo he tenido depresiones y Gustav también y no son algo para reírle la gracia.
Es muy chungo. No sabes lo que te pasa, no sabes nada, simplemente sientes un
vacío enorme en el pecho y ganas de llorar. En un momento de pánico, puede darte
por tirarte de la azotea y adiós muy buenas. Bill no es un dios… es humano. Y si
tiene una depresión… buff… la cosa se pondrá muy fea. 

-¿Por qué crees que todos aceptamos enseguida lo del año sabático? Echamos de
menos dar conciertos, nos encantaba estar en el tour bus, ahí, yendo de aquí para
allá… pero con mirar a Bill a la cara una vez, nos sobró tiempo para saber que
necesitaba un respiro. Lo del loco le afectó mucho. – explicó Gustav enseguida. A
simple vista, los dos no parecían darle importancia, pero si indagabas lo suficiente
en su forma de actuar, se les podía ver tremendamente preocupados y ansiosos.
Andreas sonrió y negó con la cabeza

-Os equivocáis. Bill nunca se atrevería a cortarse las venas. Creéis que por ser
afeminado y sensible a veces, es débil… pero es el tío más fuerte que uno se puede
echar a la cara. De hecho… el débil y por quien os debéis preocupar en serio es
Tom. – Georg y Gustav se miraron con el ceño fruncido, extrañados. 

-¿Tom?

-Supongo que no os lo ha contado, ninguno de los dos. Es normal, es un tema


delicado. – Andreas se cruzó de piernas y brazos sobre el sofá, repentinamente
serio. – Resulta que Tom, sobre los… hum… diez, once o doce años… quizás
empezó más joven pero… el caso es que padeció una enfermedad mental un tanto
rara. No tengo idea de que se le pasaba por la cabeza pero… el caso es que empezó
a autolesionarse.

-¿Cómo… autolesionarse? Quieres decir de… - Andreas negó con la cabeza. 

-Quiero decir, coger una navaja, un cuchillo, algo afilado y cortarse la piel. – los
dos componentes del grupo palidecieron enseguida, incapaz de creerse semejante
locura. 

-No puede ser… Tom nunca haría algo que le perjudicara el cuerpo o que le dejara
marcas. 

-Os digo que estaba enfermo. Yo he visto las marcas, he visto su sangre y estaban
ahí. Bill también las ha visto, Simone y Gordon también. En aquel tiempo el que
debería haberse sentido mal debía ser Bill. Era él quien sufría acoso escolar, no
Tom y sin embargo, él se llevó la peor parte. – Andreas suspiró. – A quien le
contaba como se sentía era a mí, no a Bill. No se como se sentiría exactamente,
pero por las cosas que decía, era obvio que se sentía culpable. Decía que era el
hermano mayor y que siempre debía proteger y ayudar a su hermano, decía que
Bill lo odiaría por ser tan débil, que sus padres no lo querían, que nadie lo quería…
porque era un mal hermano. Al principio pensé que eran tonterías pero… - se
encogió de hombros. – La cosa se le fue de las manos. Me dijo que así, cortándose
o golpeándose la cabeza contra algo, aunque al principio doliera, era mejor porque
luego, se sentía aliviado por dentro y no se sentía tan mala persona. 

-Pero… ¿Por qué lo hacía? Es que… tuvo una pelea con Bill o… 
-No. Nada de eso. Simplemente, cuando se metían con Bill, siempre lo defendía
pero aun así, Bill se sentía humillado y… no se… empezó a montarse una película
muy grande. Pensaba que la culpa de que se metieran con su hermano, era suya,
que la separación de sus padres era también su culpa, que todo era culpa suya y, de
alguna forma, automutilarse le aliviaba… tal vez porque pensaba que así se
acercaba un poco más a los que sufrían, no lo sé. Nunca se lo he preguntado. Como
he dicho, estaba enfermo, algo le pasaba por la cabeza que le hacía sentir mal y…
necesitaba ayuda. Cuando empecé a entenderlo, se lo conté a Simone y, a partir de
ahí, aunque le costó lo suyo, empezó a mejorar con tratamientos y… ah, si, creo
que sobretodo, fue gracias al psicólogo ese. – Georg frunció el ceño y Andreas
cerró los ojos. 

-No se que le diría, pero desde entonces, ha odiado a todas las personas
relacionadas con la rama de la psicología y, sin embargo… nunca más volvió a
cortarse. Ni yo ni Bill sabemos que le dijo o hizo ese tío… solo, quizás, Simone y
Gordon. Luego volvió a ser el mismo pero… ahora… está perdiendo apoyo. Bill
tampoco está bien y eso le afecta más que cualquier cosa. Estoy seguro de que si
esto sigue así… su mente va a volver a flaquear… 

-Sino lo está haciendo ya. – Andreas asintió. 

-Son gemelos. La conexión que tienen es incomprensible pero lo que a uno le pase,
aunque sea lo más insignificante, no es indiferente para el otro. De hecho, es
posible que lo que a uno le de igual, le provoque al otro una montaña de dudas y
dolor. Es… demasiado complicado. 

El silencio hizo acto de presencia entonces, inundando el salón. Los tres quedaron
pensativos ante lo oído y dicho, como si una losa les hubiera caído encima. No solo
Andreas tuvo la tentación de levantarse y subir las escaleras corriendo en busca de
Tom. No fue al único que se le pasó por la cabeza la idea de empezar a controlarle,
vigilarle. Nadie se movió y, de repente, el sonido del móvil de Gustav los
sobresaltó. 

Georg y Andreas se miraron mientras lo cogía y se lo llevaba al oído, con una gran
tensión rodeándoles de repente. 

-¿Si?... ah, mamá… - suspiraron, aliviados. - … ¿Qué?... – Gustav guardó silenció


y de un salto, se levantó del sofá. - … ¿Dónde? … voy para allá. – y colgó. Por su
tono de voz, Georg y Andreas supieron enseguida que algo había pasado. Gustav
se llevó las manos a la cara, tomó aire con ansiedad y golpeó el sofá con fuerza. –
Mierda… mi hermana ha tenido un accidente. – Georg se levantó del sofá como si
se le hubiera clavado una aguja.

-¿Francis?

-Si… joder… está… en el hospital. Tengo que ir… a verla… - murmuró Gustav
con la respiración entrecortada. 

-Voy contigo. – Andreas supo entonces que aquello relacionado con los gemelos
acababa de quedar en segundo lugar. No le extrañaba. El grupo y los amigos eran
una cosa, la familia otra muy distinta. 

-Parece que a Tokio Hotel le han echado un mal de ojo – susurró al aire, después
de sentir la puerta cerrarse tras él. No pensaba quedarse cruzado de brazos, allí, sin
hacer nada, sabiendo lo mal que estaban los gemelos. Bill ya tenía apoyo de Leyna,
pero Tom, no, y eso era preocupante. Subió las escaleras hasta su cuarto y sintió un
escalofrío de advertencia antes de abrir la puerta. Supo entonces que lo que abría
dentro, no le gustaría nada. Aun así no se acobardó y la abrió. 

Tom pareció sobresaltarse y quedarse estático en el sitio, encogido y de espaldas a


él. Cuando lo miró de reojo, suspiró un tanto aliviado. 

-Ah… eres tú. 

-¿Qué haces? – preguntó enseguida, desconfiado. Tom se dio la vuelta como si


nada y lo miró, bastante pálido, con las manos a la espalda. 

-Nada. – mentía como un niño de ocho años que acaba de romperle el jarrón
favorito a su madre. 

-¿Qué tienes en las manos? – Tom dio un paso atrás. 

-Nada. 

-Tom, por favor, que ya nos conocemos. Dame lo que tengas. 

-¿Y porque debería hacerlo? No eres mi padre, si no quiero, no quiero. – Andreas


puso los ojos en blanco unos segundos. Y, sin decir nada, de un salto y un
empujón, lo tiró sobre la cama, situándose sobre él. - ¡Ah! – Tom gritó y se
revolvió con brusquedad y mueca de dolor mientras Andreas empezaba a forcejear
con él. - ¡No, no, suéltame! – y, de un tirón, Andreas saltó hacía atrás y cayó al
suelo. Se miró la mano, ensangrentada y, en ella, el fino y afilado trozo de cristal
que le había conseguido arrancar. Tom se revolvió en la cama entre quejidos de
dolor, con una mano apretando su otro brazo. Las sábanas se empaparon de
sangre. 

-¿Tu eres imbécil? ¿¡Eres gilipollas o te lo haces Tom!? 

-¡Vete a la mierda! – gruñó, levantándose de la cama y agarrando las sábanas,


empezando a taparse con ellas el brazo. El blanco de estas acabó tiñéndose de rojo
y Andreas, furioso, le agarró del otro brazo con fuerza y le dio semejante bofetón
que lo hizo sentarse de nuevo sobre la cama. Tom se llevó la mano a la cara y se
encogió sobre si mismo, bajando la mirada, temblando. 

-¡Imbécil, imbécil, subnormal, maldito gilipollas! ¿¡Qué crees que estás haciendo,
eh!? ¿¡Tan mal crees que te va en la puta vida como para ponerte a intentar
quitártela!? ¡No me jodas! ¡Deja de hacerte la jodida víctima cuando tu hermano
está para el arrastre! ¡No seas egoísta tío, ya tenemos suficiente con Bill como para
que ahora tú también te nos vuelvas depresivo! – le gritó, hecho una furia. Sentía
ganas de golpearle otra vez, pero Tom se había quedado totalmente paralizado,
cabizbajo, ni siquiera parecía escucharle. – ¿Ahora no dices nada?

-No lo entiendes…

-Si, si que lo hago. Entiendo que eres un cobarde inmaduro incapaz de enfrentarte
a los problemas, solo. Tú hermano necesita ayuda, tiene un problema y tú, en vez
de ayudarle, causas más problemas…

-No lo entiendes… - repitió con un tono de voz que le hizo tragar saliva. 

-Tom… - Andreas tomó aire con ansia – … si te parece que estás mal, si quieres
cortarte y hacerte la víctima… te la corto, ¿entiendes? Te la corto con mis propias
manos y entonces, ¡Si que tendrás razones para hacerte la víctima! 

-¡Pues sería lo mejor! ¡De que me sirve tenerla entera si solo se levanta cuando
tengo a mi hermano delante! – y… silencio. Andreas retrocedió, mudo y Tom se
levantó de la cama, incapaz de estarse quieto.

-¿Qué has dicho? – Tom negó con la cabeza, histérico. - ¿Qué acabas de decir?
-Te dije que no lo entenderías. 

-No lo entiendo porque he escuchado mal… porque lo que he oído es que… 

-Quiero tirarme a mi hermano. – Andreas se quedó totalmente tieso. 

-Creo que sigo sin entenderte bien. Tal vez tenga que ir al médico o…

-Quiero coger a Bill, desnudarlo, tirarlo sobre la cama y… - Tom se mordió el


labio inferior, tembloroso – Quiero besarle y tocarle y… tenerle. No quiero que sea
mi hermano. No quiero que alguien le toque, no quiero que nadie fantasee con él…
quiero que esté ahí, para mí. – Andreas asintió ligeramente con la cabeza y se dejó
caer sobre la cama. Pasaron varios segundos en silencio, tras los cuales, de repente,
empezó a reír con histeria. 

-Entiendo… ahora lo entiendo todo… quieres vivir un romance incestuoso con tu


hermano gemelo… - Andreas rompió a reír en ese instante. – Siendo personas
públicas encima… - siguió riendo. – Y tú, con fama de mujeriego. – llegó un
momento en el que se llevó las manos a la barriga y empezó a revolverse sobre la
cama, partiéndose de risa. Tom no pudo evitar ponerse a reír de igual forma
cuando estuvo a punto de caerse de la cama de la risa. – Joder, que broma más
cachonda tío, ¿Sabes qué? Casi me la trago. 

-¿De verdad? – sonrió Tom - ¿Y sabes que es lo mejor? – Andreas se encogió de


hombros. 

-Lo mejor es que no es una broma. – y, así, apartó las sábanas de su brazo herido y
le mostró los múltiples cortes con los que se había levantado la piel. La sangre que
se escurría por él. Andreas pudo ver en su cara que las lágrimas que nunca le había
visto derramar al orgulloso Tom se habían escapado… y la causa no era el dolor
del brazo. 

La causa era su propio gemelo, que, sin que Tom lo supiera, tenía el brazo en su
mismo estado, justamente en el mismo lugar. 

Ninguno de los dos podía saber que, esa herida, era una advertencia. 

¿Qué puede ocurrir cuando la conexión entre dos gemelos empieza a romperse?
Capítulo 13: Muñeco roto

Andreas abrió los ojos, somnoliento y agotado. Se dio la vuelta sobre la cama otra
vez y hundió la cabeza sobre la almohada.
El maldito sonido del móvil le hizo gruñir y, finalmente, se levantó de la cama y lo
agarró. Miró la pantalla. 

¿Leyna? 

-¿Si?

-¿Andreas? 

-No, soy el hombre del saco. ¿Qué haces llamándome a estás horas? Tía, si quieres
algo, toca a la puerta. 

-No estoy allí Andreas. Estoy en el hospital. 

-¿Cómo? – Andreas miró la hora en el despertador. Las cinco y veinte. Dirigió la


vista hacía su compañero de habitación. Tom parecía estar profundamente dormido
acurrucado en su cama, con el brazo vendado. Su pecho subía y bajaba
pausadamente. Andreas se fijo en su expresión, cansada y dolida. La pequeña
brecha del labio, sin los horribles hilos que le habían quitado varias horas antes, era
casi imperceptible. El piercing estaba sobre la mesita de noche. 

Andreas se levantó de la cama y caminó hasta salirse del cuarto, de puntillas, en


silencio. 

-¿Cómo que estás en el hospital? ¿Es por la hermana de Gustav? No me digas que
a muerto o…

-No, no, no es por ella. Aunque estamos en el mismo hospital. Me he cruzado con
Georg. 

-¿Estamos? ¿Quién más está contigo? – Leyna guardó silencio unos segundos.

-Te he cogido el coche. Lo siento, pero era una emergencia. Es… Bill…

-¿Bill? ¿Qué le pasa?


-No lo se muy bien. Esta noche me han despertado sus quejidos. Estaba encogido y
revolviéndose en la cama. Decía que le dolía mucho la barriga. Intenté calmarle,
pero llegó un momento en el que hasta se le saltaron las lágrimas y empezó a
vomitar, así que te cogí las llaves y lo llevé al hospital. 

-Joder… ¿Por qué no me despertaste? 

-… Bill no quiere que nadie sepa que está enfermo, y mucho menos Tom. 

-Ya… creo… que lo entiendo. – Andreas recordó levemente la conversación tan


extraña que había mantenido con su mejor amigo y… si lo que le había contado era
verdad, no podía culpar a Bill. – Es… ¿por lo del beso?

-¿Qué?

-¿Bill está tan distante de Tom por lo del beso?

-… No puede… ¿Tom te lo ha contado? ¿Te a contado que besó a…? 

-Si. Lo del coche ¿no?

-No me lo puedo creer. Casi llegué a pensar que se trataba de una broma por su
parte pero… ¿hablaba en serio cuando te lo contó?

-Leyna, no se que coño le pasa a Tom, pero te juro que no hablaba en cachondeo
cuando me dijo que… dios… si se lo oyeras decir a alguien que no fuera su
hermano, pensarías… no sé… Tom actúa como si estuviera… como si Bill le
atrajera de una forma… es como si lo viera como una groupi a la que tirarse. No lo
ve como su hermano, es… otra cosa. Ceo que no está bien. 

-Claro que no está bien. ¿Qué demonios pretende? ¡Por dios, es su hermano
gemelo! 

-No me refiero a eso. Es él el que no está bien y lo peor es que lo sabe. Sabe que lo
que piensa y desea no es normal, pero… está perdido, ¿vale? No sabe que hacer.
No le resulta fácil resistirse. 

-Hablas como si fuera un animal que solo tiene instintos sexuales. ¡Es un maldito
ser humano, Andreas! ¡No puede llegar y de buenas a primeras, intentar cepillarse
a su propio hermano! ¡Eso es incesto y del fuerte!

-¡Ya lo se, no hace falta que me lo grites! – Andreas se llevó la mano a la boca,
observando la puerta del cuarto de reojo. Había hablado demasiado fuerte, pero
Tom pareció no inmutarse. Suspiró – Leyna… Tom necesita ayuda psicológica
otra vez y seguramente, Bill también. Tiene que haber una explicación para esa
cosa que se le ha metido en la cabeza. Dame tiempo ¿vale? De alguna manera
puedo hacer que cambie. 

-Andreas…

-Solo un tiempo.

-… Ahh… vale, pero poco eh y Bill… bueno… no creo que quiera acercársele en
un tiempo. Díselo, pero que no se ofenda y no se te ocurra decirle lo del hospital. 

-Ya se me ocurrirá algo, pero… llámame cuando sepas que pasa ¿vale? 

-Si, vale. – y colgó. Leyna suspiró y guardó el móvil en su bolsillo. Miró a Georg y
sonrió, divertida. Una niña de unos nueve o diez años, con la cabeza vendada y la
ropa del hospital, acompañada de su madre, se le había acercado y le pedía un
autógrafo, ilusionada. Georg le firmó, intentando sonreír como buenamente pudo y
acabó haciéndose una foto con ella. 

-Oye y… ¿Cuándo volveréis a tocar? – preguntó la niña.

-Hum… pues, cuando Billy se ponga mejor. 

-¿Está enfermo? No le cortaran el pelo ¿verdad? 

-¡No, claro que no! ¿Por qué iban a cortarle el pelo? – la niña hizo un puchero y se
señaló la cabeza. 

-Es que yo también estoy enferma y me han tenido que cortar el pelo. Ahora estoy
muy fea. Me encanta el pelo de Billy, quería tenerlo como él, pero si se lo cortan
como a mí… - la expresión forzada de Georg cambió en ese momento. Sintió una
ligera presión en el pecho. ¿Qué enfermedad podía tener esa niña? Tal vez tuviera
algún tumor en el cerebro o algo parecido. Tan joven y ya tenía que luchar por su
vida encerrada en esas cuatro paredes. Era algo realmente cruel. 
-Kitty, cariño, tenemos que irnos – le dijo la madre. La niña asintió con la cabeza.

-Me tengo que ir. Cuando veas a Billy, ¿le puedes decir una cosa de mi parte?

-¡Claro, lo que quieras! – Kitty dio un saltito, ilusionada. 

-Dile que quiero que se recupere pronto y que quiero oírle cantar otra vez, ¡Muy
pronto, muy pronto! 

-Se lo diré, seguro que se pone muy contento cuando se lo diga y se recuperará más
rápido para cantar a niñas tan guapas como tú. – las mejillas de la pequeña se
tiñeron de rojo y diciendo adiós con la mano, empezó a caminar tras su madre por
los pasillos del hospital. Leyna miró la escena en silencio. 

Probablemente, esa niña no viviría lo suficiente como para volver a oír cantar a
Bill. 

-¡Tom, por favor, no seas loco! – Tom abrió el armario del cuarto con brusquedad,
agarró la ropa que había colgada de las perchas y la sacó de un tirón,
desperdigándola sobre la cama. Rebuscó entre los cajones, sacó sus gorras y todo
cuanto vio suyo. Cogió la enorme mochila y una de las maletas que siempre
llevaba consigo de gira de debajo de la cama y la posó sobre ella, abriéndola.
Comenzó a llenarla con su ropa sin ningún orden, histérico. – Tom tío, no seas
crío. – le replicaba Andreas, volviendo a agarrar la ropa que metía en la mochila y
sacándola de ella de nuevo. – Piénsalo detenidamente. ¿Dónde vas a ir tú solo? 

-A cualquier parte lejos de Bill. 

-Tom… tú no puedes irte de aquí, al menos no sin Bill. Lo necesitas y él también.


Sois gemelos, ¿recuerdas? No podéis separaros. 

-Si puedo. No somos siameses, si la situación lo requiere, lo aré. 

-Pero tío… - Tom, harto de que Andreas le sacara la ropa de la maleta, cogió un
buen montón, la metió en ella y la cerró, empezando a arrastrarla hacía las
escaleras y cargándose la mochila al hombro. El rubio lo siguió, muy alterado. –
Piensa en Bill. Te necesita, necesita tu ayuda en estos momentos tan difíciles. 
-Necesita a su hermano y yo no soy su hermano, ahora solo soy un imbécil medio
loco que solo sabe traer problemas. 

-¡Claro que no eres un loco! Simplemente quiere acostarte con tu hermano gemelo.
– Tom le dirigió una mirada asesina y siguió caminando hasta la entradita. 

-Me voy. 

-¡Tom joder, no! ¡Tú no te vas! ¿A dónde piensas ir solo y sin dinero? 

-¿Sin dinero? ¿Tengo que recordarte que soy una estrella del rock? Estoy forrado
imbécil y si digo que me voy, me voy. 

-¡Tom, por favor! ¡No puedes irte solo! – Andreas le agarró la maleta, desesperado,
tirando de él hacía atrás. – ¡Bill se vendrá abajo y tú también! ¡Acabaran
encontrándote en una semana fiambre dentro de un contenedor de basura devorado
por vagabundos! ¡Por favor Tom! – el mayor de los Kaulitz, harto de tirar de la
maleta, finalmente la soltó con brusquedad y agarrando con fuerza la mochila que
llevaba al hombro, empezó a caminar hacía fuera. - ¡No, no te vayas, no me dejes!
– dramatizó Andreas, tirándose al suelo y abrazándose a su pierna, impidiéndole
caminar. 

-¡Andreas, no me seas burro! ¡Suéltame joder! 

-¡No, no, te lo suplico por la amistad que nos une! ¡Te lo ruego! 

-¡Andreas me estoy cabreando mucho! 

-¡Sino te quedas, te juro que me aprovecharé de Bill! ¡Lo vigilaré por las esquinas
como un lobo vigila a su presa antes de comérsela y me lo comeré! – Tom se
detuvo en ese instante y puso los ojos en blanco. 

-Hazlo si quieres. Que tengas suerte. – y de un tirón, se zafó de su abrazo y empezó


a caminar de nuevo hasta la acera. Andreas lo miró con los ojos muy abiertos y
corrió hacía él de nuevo. - ¡Ni se te ocurra acercarte o te juro que te estampo los
dientes contra el suelo! – gruñó Tom y Andreas se quedó en el sitio.

-Cobarde. - Tom suspiró.

-Dile a Bill que no es por él, que no se preocupe por mí y que no intente
localizarme. Dile que volveré cuando todo se calme un poco. 

-Tom, eres un cobarde. 

-Tú solo díselo ¿vale? Y… dile también que le quiero. Como mi hermano. Que
quiero a mi hermano. – Andreas se cruzó de brazos, observándolo cabreado. – Ah,
y dale también esto. – Tom buscó algo en su bolsillo y soltó la mochila en el suelo
un segundo, volviendo hacía atrás. Agarró la mano de Andreas y depositó algo en
ella. El rubio lo miró sorprendido. – No se cuanto tiempo estaré fuera, pero espero
que con esto no se olvide de mi. Él lo entenderá. – Andreas y él se miraron a los
ojos unos segundos, en silencio. Con esa mirada su rubio amigo lo entendió todo.
Sin duda, aquello era lo mejor que podía hacer, por los dos. 

En ese momento, empezó a llover. 

-Bill ¿estás seguro de que estás bien? – Bill, pálido y con la mano en la barriga,
echó la cabeza hacía atrás, apoyándola en el asiento delantero. – ¿Te sigue
doliendo?

-No. – mintió. – Estoy mejor. – murmuró con voz baja y ronca. 

-Deberías haberte quedado hoy en el hospital. 

-Odio los hospitales y ese olor a enfermedad que hay en el aire. – Leyna lo miró de
reojo un segundo y volvió a posar la vista sobre la carretera. Agarró con fuerza el
volante.

-Si. Yo también. 

-Pobre Gustav. 

-¿Crees que Francisca despertará de ese coma?

-Creo que si. O lo intentará. Ella es muy fuerte. Gustav y Georg también. – Bill
empezó a juguetear con sus manos, de forma histérica y a sudar. - ¿Puedes ir más
rápido? 

-¿Qué te pasa? ¿Estás bien? 


-Si… bueno… no. No hasta que llegue a casa y vea a Tom. – se acarició la herida
vendada del brazo, ansioso. – Tengo un mal presentimiento. Algo no va bien. –
Leyna aceleró. 

-Bill, estás muy pálido. 

-Estoy un poco mareado. 

-¿Quieres que paremos?

-Ni se te ocurra. – Bill se abrazó a si mismo, con los ojos puestos sobre la
carretera, empezando a temblar débilmente y Leyna volvió a acelerar. Giró en una
curva y se adentró en el barrio de espectaculares casas, donde al final de ellas, casi
separadas del resto, estaba la suya. Ni si quiera se molestó en aparcar bien cuando
Bill ya había salido del coche, empezando a empaparse bajo la lluvia. Corrió
tambaleándose un poco hacía la puerta y justo cuando iba a llamar, se fijo en quien
había al lado de esta, apoyado en la pared, de brazos cruzados y cabizbajo. A Bill
le bastó un segundo para saber que sus suposiciones eran ciertas. 

-Ya era hora. – murmuró Andreas. – He salido un momento y me he dejado las


llaves dentro. ¡Estoy empapado hasta los huesos! 

-¿Dónde está Tom? – Andreas alzó una ceja, sorprendido por semejante voz. Era
grave, ronca, quebrada y costaba entender las palabras que salían de la boca del
cantante. 

-¿Qué te pasa en la voz? – los ojos de Bill brillaron, acuosos, o tal vez fuera el
efecto de la lluvia sobre su cabeza. 

-¿Dónde está mi hermano? – volvió a preguntar, en voz baja. Andreas bajó la


mirada. 

-Se ha ido. Acaba de irse hace unos minutos. – sintió esas palabras golpearle el
cuerpo como una descarga eléctrica, como si un rayo le hubiera caído encima. Ni
siquiera necesitaba preguntar a donde había ido. 

-¿Qué se ha ido? ¿A dónde? – preguntó Leyna tras él y Andreas negó con la


cabeza. 
-No tengo la más remota idea. Simplemente… quería irse y… lo siento Bill. – el
mencionado lo observó con detenimiento, sin reaccionar. No podía ser, imposible.
Una cosa era que no quería que su hermano se le acercara pero otra muy distinta es
que quisiera que se largara. Lo necesitaba. Necesitaba a Tom como respirar.
Necesitaba saber que estaba ahí, que le tenía y que pese a todo, lo quería. No podía
haberse ido así… no podía… 

Las piernas empezaron a temblarle. Estaba a punto de caer al suelo, no se veía


capaz de sostenerse por mucho más tiempo. 

-Me dijo… Tom me dijo que te diera esto. Que tú lo entenderías. – Andreas le
tendió un sobrecito cerrado y Bill lo observó con incluso algo de miedo.
Tembloroso, lo agarró y muy lentamente, con el corazón en la boca, empezó a
abrirlo. Algo cayó al suelo con un suave tintineo y Bill se agachó enseguida para
cogerlo. Palideció en cuanto lo tuvo en su mano. 

-¿Qué es eso? – murmuró Leyna. 

-Eso no es… - Andreas frunció el ceño. – ¿Su piercing? 

-Era el mío. – susurró Bill. – Quien en un principio iba a hacerse un piercing en el


labio, era yo. Pero al final, me lo hice en la lengua y tuve que comprar otro. Este se
lo di a él para hacerle rabiar, convencido de que no se atrevería a imitarme y… al
día siguiente, se atravesó el labio y se lo puso. No se lo ha quitado desde entonces,
ni siquiera cuando se le infectó. 

-¿Y porque se lo quita ahora? – Bill no dijo nada, se limitó a morderse el labio
inferior e intentar aguantar un borbotón de lágrimas que de repente le vinieron a
los ojos. Miró el sobre otra vez y estuvo a punto de estrujarlo entre sus manos, sin
embargo, se dio cuenta de que había algo más. Lo abrió de nuevo e introdujo dos
dedos, sacando un papel… no, no era un papel. 

Lo miró detenidamente unos segundos y finalmente, sus ojos se llenaron de


lágrimas. Andreas y Leyna se alertaron enseguida, pero ninguno fue capaz de
reaccionar tan rápido como él, que salió corriendo por la acera, la misma por la que
Tom se había marchado varios minutos antes. 

-¡Bill! – Andreas le llamó enseguida y hubiera corrido tras él si Leyna no le


hubiera agarrado del brazo, mirando al suelo donde aquel trozo de papel había
caído. 
No era un papel, era una ecografía. La de dos gemelos. 

Tom se ajustó bien la gorra y las gafas de sol antes de subir al autobús. Si no le
reconocían, iría haciendo el ridículo porque, ¿a quien se le ocurriría llevar gafas de
sol con ese tiempo? Se echó la capucha de la sudadera sobre la cabeza y caminó
hasta el final del autobús. Por suerte, no había nadie capaz de reconocerlo. 

Se colocó al lado de la ventana y miró el paisaje gris, las gotas de agua caer y
escurrirse por el cristal. Suspiró. Iría a recoger su coche del mecánico y se iría a…
ya pensaría en algo. Ahora debía mentalizarse de que aquello era lo correcto,
porque lo era ¿verdad? 

Bill iba a sufrir. Él iba a sufrir. Pero volvería curado y volverían a ser los mismos
de siempre. Los gemelos inseparables. Estaba deseando que eso ocurriera, estaba
deseando volver a verle. Apenas llevaba unas horas lejos de él y ya le echaba de
menos. 

Bill… 

Cerró los ojos y empezó a prometerse a si mismo que esos pensamientos


incestuosos no volverían a pasársele por la cabeza, que ese deseo ilógico
desparecería pronto, muy pronto y podría volver a ver a su hermano. 

Bill… 

Un golpe le hizo abrir los ojos de nuevo. Otro golpe y el ruido de algo chocar
desde fuera del autobús le sobresaltó. Y otro golpe… una mano golpeó su propia
ventana desde fuera y Tom se levantó enseguida de su asiento y miró fuera de ella. 

En un instante, sus ojos se cruzaron con los de su hermano, llenos de lágrimas,


corriendo detrás del autobús, gritando su nombre con la mirada y al momento, su
cuerpo se desvaneció al caer al suelo bruscamente. 

-¡Para el autobús, para! 

Bill no se movió ni un ápice tumbado sobre el suelo encharcado. Se había dado un


buen golpe y tenía frío, mucho frío. El agua de la lluvia le había puesto perdido y
empezó a temblar, pero no tenía fuerzas como para levantarse. No se sentía capaz
de hacerlo solo. Como si le hubieran arrancado una parte importante de si mismo
que le daba vida. Se sentía un muñeco inútil, roto y sucio del que su amo se había
deshecho con suma facilidad y ahora, en la basura, no tenía nada ni nadie que
jugara con él. Solo le tocaba esperar a que pasara el camión de la basura y lo
triturara.

Las lágrimas no dejaban de caer por su rostro demacrado. Aun no podía creerse lo
que había pasado. Su hermano se había ido… sin él. Si se lo hubieran dicho hacía
unos meses, jamás lo hubiera creído. Para él siempre había sido totalmente
imposible que acabaran separados, pasara lo que pasara. Estaban demasiado
unidos, demasiado sincronizados, a donde iba uno, iba el otro, lo que sintiera uno
lo sentía el otro. ¿Era posible que Tom no sintiera su necesidad de tenerle cerca?
No, no podía ser. Entonces, ¿Por qué se había ido? ¿Por qué le había dejado solo?
Lo había dejado solo… él era el muñeco y Tom el amo cruel que se había
deshecho de él. 

Pobre muñeco roto, sucio y abandonado por su amo. 

-Lo siento… - Bill alzó la mirada, pero siguió totalmente quieto. Sintió como los
brazos de Tom lo agarraban con cuidado y lo alzaban, intentando levantarle, pero
solo consiguió situarlo de rodillas frente a él, con el cuerpo débil, totalmente flojo.
Exactamente como un maniquí al que acaban de cortarle las cuerdas. – Lo siento…
perdóname… - Tom lo abrazó con fuerza, empapándose con su cuerpo y las
lágrimas que pese a su expresión indiferente, Bill no había dejado de derramar.
Apoyó la frente en su hombro y dejó que Tom le abrazara con toda la fuerza que
quisiera.

-Me ibas a dejar solo. 

-Si… 

-Pero soy tu gemelo. A donde vayas tú, voy yo. 

-Si… - Tom le abrazó con más fuerza. – Por eso mismo quería desaparecer. – Bill
se mantuvo en silencio. Parecía no entenderlo, parecía hallarse en un estado de
shock del que no era capaz de salir, pero Tom no estaba preocupado por eso
precisamente. Sabía que el susto que le había dado había sido más de lo que podía
soportar y que permanecería así hasta que todo se calmara… ¿pero cuando se
calmaría todo? – Volvamos a casa. – esperaba arreglar algo con esas palabras y de
nuevo, intentó ponerlo en pie, pero Bill no ponía nada de su parte. 

-No vuelvas ha hacerlo. – dijo en tono cansado y Tom se dio cuenta en ese instante
que la voz de su hermano sonaba de otra manera. Ese sonido agudo y dulce ya no
estaba. – No vuelvas a intentar irte sin mí. 

-No lo aré. – finalmente, haciendo uso de su fuerza, cogió a Bill en brazos como
pudo hasta que sus pies se separaron del suelo. Bill apoyó la cabeza en su hombro
y cerró los ojos, pasando los brazos alrededor de su cuello. 

-No vuelvas a hacerlo… no vuelvas a hacerlo…

Capítulo 14: Investigación

-¿Un trabajo? ¿Qué clase de trabajo? – Alina retiró el cigarro de sus labios y
expulsó el humo, mirando con ojos afilados a su viejo manager, que nervioso, se
frotó las manos sudorosas. 

-Verás, resulta que desde que dejaste la compañía…

-Te he dicho y te vuelvo a repetir que no pienso volver a pisar una pasarela, no se
porque insistes tanto, solo fui una modelo como miles que hay por ahí.

-Tú fuiste la más cercana a Top model y lo sabes, las superabas a todas y hubieras
logrado ser la más famosa de Alemania e incluso de Europa sino lo hubieras
dejado porque te diera la gana. – Alina puso los ojos en blanco y se revolvió en la
silla, dispuesta a levantarse. - ¡No, no, no! ¡Lo siento, no era eso lo que te quería
decir! Por favor, siéntate y deja que termine. – la chica suspiró y volvió a
acomodarse en la silla. Cruzó sus largas y perfectas piernas, dio una última
calada al cigarrillo y lo apagó contra el cenicero. 

-Canta antes de que me arrepienta. 

-Bueno… en primer lugar, enhorabuena por tu nuevo puesto de trabajo…

-Por favor, ve al grano. 

-Vale, vale. Siempre tan impaciente. Verás… cuando leí tu nombre en uno de esos
artículos, y no hablando sobre ti, sino que eras tú quien lo había escrito, me
acordé de algo y creo que, ahora que eres una periodista en toda regla, te
interesaría trabajar en ello. 

-Hum… estoy abierta a sugerencias. Hoy en día el mundo se ha vuelto tan


aburrido que no iría mal suscitar un poco de polémica con la que la gente se
entretenga. 

-Eso mismo opino yo y, ¿Qué es lo que ha suscitado más polémica en Alemania e


incluso en toda Europa y parte de América en los últimos años? – Alina frunció el
ceño. – Un grupo. Un simple grupo formado por cuatro adolescentes que hacían
ruido. 

-¿Te refieres a Tokio Hotel? – el manager sonrió. 

-Veo que sigues en la honda. 

-Y yo veo que sigues sin encontrar el tornillo que perdiste el día que naciste. Tokio
Hotel es agua pasada. 

-Y sin embargo, el mundo los recuerda y al parecer, los recordará por mucho más
tiempo. Después de que ganaran el último premio por el que millones de bandas se
matarían, prácticamente se han convertido en legenda y, además, la desaparición
de los gemelos Kaulitz ayudó mucho y aun ahora, sigue siendo un misterio sin
resolver. – Alina le dirigió la mirada más envenenada que encontró, con sus
penetrantes y afilados ojos azules. Su antiguo manager se encogió sobre la silla,
intimidado. ¿Quién no lo estaría con semejante mujer de hielo delante? 

-Han pasado siete años después de su desaparición y, sino he entendido mal, tú


quieres que investigue todo eso, lo revuelva y haga un bonito artículo. – él
simplemente asintió. - ¿Por qué? 

-¿Por qué tiraste por la borda tres años de fama y trabajo el mismo año que los
gemelos desaparecieron y Tokio Hotel se acabó? – Alina no contestó y miró hacía
el suelo. Apretó los puños de sus manos con suavidad.

-¿Quieres que investigue? De acuerdo. – con su característica elegancia, la chica


se levantó de su asiento y le dio la espalda a su acompañante, empezando a
encaminarse hacía la salida de la cafetería. – Pero no te prometo nada. 
-Lo se pero, ¿Quién sabe? Quizás hasta des con ellos. – Su carcajada tronó en sus
oídos y Alina tuvo la tentación de volver y borrarle la sonrisa de la cara de la
forma más violenta posible.

Capítulo 15: Soledad... "In die Nacht"

Andreas y Leyna, prácticamente saltaron del sofá en cuanto oyeron el sonido de la


puerta abrirse. Los dos, en silencio, caminaron hacía el pasillo y se asomaron
lentamente. 

Andreas suspiró aliviado al ver la escena y Leyna alzó una ceja, en señal de
sorpresa. 

Tom respiraba con profundidad y cansancio. El suelo a sus pies estaba encharcado
por su ancha ropa, ahora empapada y pegada a su delgado cuerpo. Bill parecía
hallarse entre el sueño y un estado de indiferencia total, con la cabeza sobre el
hombro de su hermano y los ojos entrecerrados. Abrazaba su cuello, tembloroso,
como un niño indefenso y asustado, pero su expresión no dejaba ver más allá. Tom
apretó con fuerza el cuerpo de su hermano y los miró con el ceño fruncido. 

-¿Quién lo sabía? – preguntó. Leyna bajó la cabeza y ese gestó bastó para delatarla
– Te lo contó a ti ¿verdad?

-¿Contar el qué? – preguntó Andreas, clavando la mirada en ella. 

-¿Qué le ha pasado a Bill en la voz, Leyna? – Tom la miró con severidad y


Andreas con confusión. Abrió la boca para hablar pero entonces, la mirada oscura
de Bill se clavó en ella, aun inexpresiva. Leyna no necesitó nada más para saber
cual era el deseo del menor. Cerró la boca y negó con la cabeza. 

-Lo siento. 

-De acuerdo. – murmuró Tom. Apretó con más fuerza a su hermano entre sus
brazos y anduvo hacía las escaleras, pasando por el lado de ambos con total
parsimonia. – Si algo le pasa a Bill, será tu culpa. 

-¡Tom! – le rechistó su amigo enseguida. 

-¡Cierra el pico Andreas, cállate! – gritó, indignado y por su tono, Andreas supo
que estaba muy cabreado y también, preocupado. Aun así, no se cayó.

-No le eches las culpas a los demás. Es tu hermano gemelo. Eres tú quien debe
saber que pasa… no… eres tú quien debería haberlo impedido. – Tom no dijo
absolutamente nada, no se lo reprochó, quizás fuera simplemente porque sabía que
tenía razón. Ignorándolos, empezó a subir las escaleras con Bill en brazos, que
miró a Andreas y a Leyna por encima del hombro de su hermano. Al segundo,
volvió a bajar la mirada. 

Andreas suspiró y cabizbajo, se adentró en el salón de nuevo. 

Leyna siguió observando las escaleras mordiéndose el labio inferior. 

Tom miraba el techo desde la cama, totalmente ensimismado. La habitación estaba


oscura y sentía un hormigueo extraño en el brazo vendado. Sentía la necesidad de
coger algo afilado y clavárselo. La ansiedad desaparecería conforme viera la
sangre y sintiera el dolor y entonces podría dormir, aunque ni cortándose todo el
cuerpo a tajos podría estar seguro de si podría dormir o no con la persona que
estaba a su lado. 

No lo entendía, ¿Por qué después de todo Bill seguía a su lado? Porque ahí estaba,
durmiendo a su lado, con la mano aferrando fuertemente su brazo. Tom sabía a que
se debía y se maldijo a si mismo. Bill tenía miedo, miedo de que se fuera y era
normal. Eran gemelos, se necesitaban como respirar. 

Eso era lo peor. Que se necesitaban mutuamente. 

Tom quería llorar. 

-Tom… - el murmullo de su hermano lo hizo serenarse casi de inmediato y


entrecerró los ojos, aguantando lágrimas. Giró el cuerpo y se situó de costado sobre
la cama, observando a Bill que lo miraba con ojos expresivos y preocupados. Se
suponía que estaba durmiendo. 

-¿Qué? – solo eso podía hacer, contestarle de esa manera entre cariñosa y atenta
propia de un buen hermano. Cosa que no era. 

-Siempre te han gustado las mujeres más que a ninguno… - Tom entrecerró los
ojos al sentir como le apretaba con más fuerza el brazo. - ¿Por qué yo de repente? –
el mayor cerró los ojos y suspiró. - ¿Es por qué a veces parezco una chica? ¿Por mi
manera de ser? Se que soy afeminado pero nunca creí que eso te molestara. 

-No me molesta. 

-¿Entonces? – Bill se alzó sobre la cama, sentándose en esta sin apartar la vista de
su hermano, que de nuevo miró al techo intentando aparentar indiferencia. 

-Duérmete anda. 

-No. Quiero saberlo. – de nuevo, el mayor suspiró y giró la cabeza, clavando la


mirada en la cara de su hermano. Era cierto que Bill era afeminado, muy
afeminado, tanto en gestos como en forma de pensar, eso era algo que no podía
negar, pero esa forma de ser de su hermano no le molestaba, a veces le parecía
irritante pero ahora, le parecía encantadora. Su cara era tan fina, sus ojos tan
expresivos, su mirada le recordaba a la de un niño inocente e ingenuo. Pero Bill no
era inocente y mucho menos ingenuo. – Tom… - le llamó de nuevo y pudo ver
relucir en el interior de su boca aquel piercing plateado. El cabello le cayó sobre la
cara con una leve sacudida y Tom tragó saliva. 

No podía evitarlo, cualquier faceta de su hermano le parecía tan condenadamente


sexy. 

Se veía tan delicado y sensible, con ese cuerpo tan… Tom pegó un bote sobre la
cama. 

-¿Tienes puesta una de mis camisetas? 

-¿Eh? – Bill se miró a si mismo enseguida, llevándose una mano al pecho. – Ah, si.
Estaba empapado y no encontraba el pijama. ¿Te molesta? – Tom lo miró de arriba
abajo con los ojos como platos. Se ruborizó al ver sobresalir una de las piernas
desnudas de debajo de las sábanas. 

-¿No tienes nada debajo? 

-No… bueno si, los boxer. Es que como era tan larga y ancha… - Tom lo miró
descompuesto. 

-Bill, por favor, ponte algo debajo. 


-¿Por qué? 

-¡No te hagas el inocente, sabes porque! – Bill estrujó la camiseta entre sus manos. 

-Me has visto desnudo muchas veces como para ponerte así por un poco de piel. 

-No me lo recuerdes… - Tom se dio la vuelta entonces, dándole la espalda,


sentándose en el borde de la cama. Hundió la cara entre sus manos, inquieto y así
se mantuvo varios segundos, en completo silencio. Bill no se movió, observándole.
Aquella situación le podía. Deseaba tanto ir hacía él y abrazarle con fuerza, pero
¿Cómo reaccionaría Tom? 

-Oye… 

-¿Alguna vez… alguna vez te a atraído un hombre Bill? – el menor entrecerró los
ojos. Ya habían tocado ese tema antes y la cosa no había acabado bien, pero Tom
necesitaba preguntar, quería desahogarse de alguna manera y tal vez…

-Quizás… alguna vez… si… - esa respuesta lo descolocó por completo. – Aunque
nunca sexualmente. – su hermano lo miró de reojo un microsegundo. Enseguida
volvió a clavar los ojos en la pared. 

-¿Por qué nunca me lo habías dicho?

-Nunca le di importancia. Es normal. 

-¿Qué es normal? – Tom se levantó de la cama de un bote, con los ojos


resplandecientes, lleno de rabia - ¡Eso no es normal Bill, puedo aceptar la
homosexualidad, puedo aceptar que un diez por ciento de la población lo sea, pero
aunque sea así, no es normal y nunca lo será, nunca! – gritó, apretando los puños.
¿Por qué tenía que ocurrirle eso a él? Siempre le habían gustado las tías, todas y
ahora, su cuerpo no solo le decía lo contrario ¿Bill también? ¿¡Qué era eso, el
mundo al revés!? 

-Bajo mi punto de vista era normal… porque el hombre que siempre me ha atraído
eres tú. – Bill tragó saliva y bajó la cabeza, avergonzado y dolido por la mirada con
la que Tom lo miraba, de incredulidad, de rabia… de desprecio. Desprecio a sí
mismo. 
-Esto… ¡Esto es de locos joder!

-Hace tres meses. – murmuró Bill con esa voz tan grave y temblorosa – Hace tres
meses que no me abrazas. Y antes de eso… hacía años, nueve años que no me
besabas. ¿No lo recuerdas? Antes de crecer, antes de empezar con el grupo, cuando
vestíamos igual y cuando éramos totalmente iguales… todas las noches, bajabas a
mi litera y me dabas un beso de buenas noches en los labios, y sino bajabas tú,
subía yo y hacía lo mismo. También cuando nos poníamos enfermos. Así nos
contagiamos la varicela, ¿recuerdas? 

-¿Cómo puedes acordarte todavía de eso? – aunque Tom se mantuvo serio, Bill
soltó una risita nerviosa. 

-“In die Nacht” Yo no necesito una ecografía. El recuerdo me basta. Siempre me


ha gustado cualquier contacto físico contigo. Un abrazo, un beso… pero todo eso
desapareció hace mucho tiempo y yo… - Bill bajó la cabeza. Sus ojos
resplandecían en la penumbra y aunque Tom no podía distinguirlo entre la
oscuridad, juraría que sus mejillas se tiñeron de rojo al momento. - ¡Siempre he
querido que esos momentos se repitieran y me daba igual quien mirara o que
dijeran!... pero… tú no. Te sentías tan orgulloso de tus ligues de una noche y yo…
me sentía solo en la oscuridad de mi habitación mientras tú les dedicabas besos de
buenas noches a chicas que no conocía de nada. Yo… estaba perdido… la primera
vez que intenté escapar de esa soledad en la noche fue también mi primera vez, con
la intérprete de nuestra primera gira europea. – confesó abochornado. Tom
entrecerró los ojos, sorprendido. Esa mujer tendría veinte años largos en aquel
entonces, Bill quince, quizás dieciséis. – No puedo quejarme ni negar que no
estuviera bien. Ni esa vez, ni las cinco o seis que siguieron… pero nunca me atreví
a besarle en los labios y fue entonces cuando me di cuenta de que algo iba mal…
desde entonces… no he vuelto a meter a nadie en mi cama. Prefiero estar solo en la
noche… aún lo estoy. – Tom no sabía que decir. Jamás había sido consciente de
eso, de hecho, apenas recordaba esos besos inocentes de hacía tantos años, ¿Cómo
podía saber él que Bill se sentía abandonado cuando no estaba con él?

¿Qué como podía saberlo? Esa no era excusa. Eran gemelos, debería haberlo
sentido. Debería haber sentido su dolor, su miedo, su angustia en cada situación y
sin embargo, no sentía nada. Ya no. Solo se preocupaba por si mismo y Bill… 

Bill callaba. 

Se agarró con fuerza el brazo vendado, observando a su hermano. Entonces se


percató de algo en lo que no se había fijado antes. Él también tenía el brazo
vendado, aquel en el que estaba ese tatuaje del que estaba tan orgulloso. Se odió a
sí mismo aún más. 

-Bill… ven… - el mencionado alzó la cabeza y observó como Tom se sentaba


cerca suya, haciéndole un gesto con el dedo para que se acercara. Bill anduvo a
gatas sobre la cama hasta su hermano y a escasos centímetros de su cara, Tom le
agarró de la barbilla y le dio un beso suave en los labios. Bill abrió los ojos como
platos, sorprendido. Sintió como su hermano le apartaba varios mechones de la
cara acariciándole el cuello y la mejilla y los situaba tras su oreja. Bill cerró los
ojos. 

Estaba seguro de que por muchas mujeres que llegara a besar en su día, nunca
sentiría nada parecido a lo que sentía cuando estaba con Tom. Era imposible
describirlo. 

-No te preocupes – cuando apartó sus labios, Bill aun seguía con los ojos cerrados
esperando más. Los abrió ruborizado cuando Tom apoyó la frente con la suya y
forzó una sonrisa. – No volverá a pasar en todo lo que dure este tiempo fuera del
escenario, ni tampoco cuando volvamos los cuatro otra vez. Cuando vuelva Tokio
Hotel. 

El corazón de Bill dio un vuelco. El brazo herido empezó a temblar. 

-¿Cuándo… volvamos? – murmuró. 

-Si…

-¿Cuándo yo… - tragó saliva – …vuelva a cantar? – Tom sonrió. 

-Claro. – todo lo bonito que ese momento pudiera llegar a tener, desapareció. 

“Si vuelves a subirte a un escenario… si vuelves a cantar… no te conviene para


nada”

-No… - Bill separó sus frentes y apoyó la frente en su hombro, empezando a


suspirar en su cuello. – Eso no va ha pasar. – Cuando pasó los brazos alrededor del
cuello de Tom, se agarró con fuerza el brazo a su espalda. – No va ha pasar…
Nunca volveré a cantar. 
-¿Qué dices? Claro que si. 

-No… no puedo… - Tom sintió como su hombro se humedecía y un ligero


escalofrío al oír la voz temblorosa de su hermano.

-… Tom… bésame otra vez…

Andreas se revolvió en la cama, molesto. Empezó a patalear débilmente y hundió


la cabeza en la almohada, pero el insistente sonido seguía sonando. Alzó la mano
buscando la causa del ruido sobre la mesilla de noche cuando dejó de sonar y
levantó la vista.

-Duérmete Andreas. Aún son las tres – el rubio sonrió al ver los ojos claros de
Leyna pendientes de él, sobre la cama, tumbada a su lado.

-Vale. – Leyna le dedicó una sonrisa dulce al verle cerrar los ojos. – Estoy muy
feliz de que volvamos a estar juntos. – murmuró, somnoliento, dándole la espalda
sobre la cama. – Estoy… feliz… - y volvió a quedarse dormido. 

Leyna lo observó varios segundos con seriedad. Le apartó un poco el flequillo de la


cara y se volteó con cuidado, para no despertarlo. Entonces, asegurándose de que
dormía, agarró su móvil, el que había sobre la mesilla de noche y lo abrió,
fijándose en la pantalla.

Una llamada perdida.

Leyna sonrió.

Capítulo 16: Nuestra locura...

-Buenos días. – Alina miró con una falsa sonrisa a la mujer que acababa de
abrirle la puerta. Era alta, delgada y guapa, un bombón en toda regla. No le
extrañó que una mujer así hubiera conseguido ganarse el corazón de Georg
Listing. Ex actriz sin mucho éxito. – Me llamo Alina Wolfgang, soy periodista.
¿Podría hablar con su marido unos minutos? 
-¿Alina Wolfgang? Tú… ¿No eres la famosa Top model, Mami Wolf? – Alina dejó
escapar una suave carcajada. 

-No llegué a Top, además, eso fue hace mucho tiempo. ¿Podría hablar con Georg
Listing, por favor? – la mujer sonrió dulcemente y se apartó de la puerta. 

-Claro, pasa. Está en el jardín, jugando con los niños. ¿Sobre que quiere
preguntarle?

-Nada en especial. – Alina observó la casa mientras seguía a la mujer que la


guiaba hasta el jardín. Era una casa lujosa, con una bonita decoración interior,
perfectamente organizada y ordenada. Al parecer, el bajista se lo había montado
muy bien después de dejar el mundo de la fama por la puerta grande. 

Poco antes de llegar al jardín, Alina se detuvo un instante y observó lo que


parecía el estudio o el despacho de Georg, con la puerta abierta de par en par.
Solo podía ser suyo. Ese bajo colocado en una de las esquinas de la habitación,
brillante y bien cuidado, conservándose tras 7 años en perfecto estado solo podía
ser suyo. 

-Espere un momento, voy a llamarle. – Alina asintió débilmente y se adentró en el


salón, observando todo cuanto la rodeaba. Sus ojos volaron sobre los marcos de
fotos que habían sobre la mesa, sobre la estantería llena de libros y, al final, casi
escondida entre las demás, hubo una que le llamó la atención más que ninguna
otra. 

La observó con detenimiento. 

-¿Sabes donde es eso? – una voz masculina la sobresaltó y enseguida, apartó la


mirada del marco. Por un momento, el corazón le dio un vuelco al verle allí, a su
lado. Había ido a muchos conciertos y, de hecho, tenía una foto con los cuatro que
le costó mucho conseguir. Su primera paga al empezar a trabajar de modelo se la
gastó en esa foto y, durante mucho tiempo, la guardó como oro en paño… ahora…

Georg había cambiado mucho. Fácilmente se le podía confundir con uno de sus
guardaespaldas. Era enorme, tanto en altura como en anchura, pero más que
grasa, lo que había en su cuerpo era una buena proporción de musculatura. Se le
veía sumamente corpulento. Tenía el pelo quizás, más largo que la última vez que
lo vio actuar, pero lo llevaba recogido en una coleta baja y estaba bastante menos
cuidado. 

Era el mayor de los cuatro, tendría 30 años escasos y tenía la misma cara de niño
bueno que nunca rompe un plato. 

Como si se hubiera estado manteniendo así a posta, como si estuviera esperando a


que los viejos tiempos regresaran y no le pillaran desprevenido. 

-En esa foto tendría veintitrés años. Fue la última que nos echaron juntos, los
cuatro. Se publicó en toda Europa varias veces y luego… bueno, aun circulará por
Internet. – la foto era sencilla y típica. Los cuatro, Gustav con actitud indiferente,
Georg sonriendo y… los gemelos. Tom tenía la mano apoyada en el hombro de su
hermano y no sonreía seductoramente o adoptaba expresión chulesca. Tenía los
ojos entrecerrados, como si intentara que el sol no le cegara y la sonrisa,
prácticamente era forzada. La otra mano la ocultaba tras su espalda. Alina nunca
había podido detectar apenas rastro de maquillaje en su cara, pero en esa foto
podía verlo claramente, en la cara y hasta en el cuello. 

-Tom… ¿no está…? – murmuró. 

-Fue muy torpe. Se cayó sobre una vidriera y se cortó por todas partes. Tuvieron
que maquillarle mucho para disimular los cortes. – le explicó Georg enseguida. 

-Entiendo. – y miró a Bill. Él, Bill, siempre tan perfecto. Tenía el pelo
perfectamente alisado entonces y negro como el ala de un cuervo. No sonreía.
Serio y sereno, pero su mirada sonreía por él, brillaba como una estrella, como él.
Alina había visto esa foto miles de veces y siempre hubo algo que la tuvo intrigada
desde el momento en que la vió. Bill parecía decir adiós con los ojos, adiós, hasta
siempre y… gracias. 

-Después de esto…

-Se fueron, los dos y desaparecieron del mapa. 

-¿Ni siquiera se despidieron? – Georg suspiró. 

-Creo que la canción que Bill cantó esa noche fue despedida suficiente. Gustav y
yo no necesitamos hablar con ellos para saber que iban a largarse. Cuando Bill
nos la cantó la primera vez para componer la música, supimos que esa sería la
última vez que nos reuniríamos para componer algo más. 
-¿Y no hablasteis con ellos? ¿No les dijisteis nada? – Georg negó con la cabeza. 

-No. No había nada de que hablar. 

-Pero… ¡Os dejaron tirados! – acabó hablando en un tono más elevado de lo


normal y sin embargo, Georg no se inmutó. Siguió observando la fotografía, con
nostalgia y melancolía. 

-No nos debían nada y nosotros a ellos tampoco. ¿Sabes? Mucha gente cree que la
razón de que se largaran, de que nos separáramos era que las cosas empezaron a
ir mal entre los cuatro. Discusiones, peleas, lo típico. Creen que los gemelos
decidieron dejarnos tirados para empezar de nuevo ellos solos… se equivocan.
Todo estaba bien entre los cuatro, todo… - Alina bajó la cabeza, con pesar. El
ambiente se había vuelto tenso de repente. 

-¿Alguna vez has pensado en volver a tocar en otro grupo? – se atrevió a


preguntar. 

-Mentiría si te dijera que no lo he pensado y deseado, que no hecho de menos esa


vida… pero jamás volvería a subirme a un escenario. No sin Gustav, Tom y Bill. 

-Acabas de decir que no les debías nada…

-Y no les debo nada. Simplemente, no podría tocar con otras personas ni tampoco
viajar con otros. Los gemelos y Gustav son únicos, especialmente los gemelos.
Eran el alma del grupo. 

-Eso es cierto. Ellos acaparaban todo y a vosotros… - Alina se quedó totalmente


callada entonces y Georg sonrió. 

-Nunca sentí celos por eso, ni tampoco Gustav. Es verdad que a veces, nosotros
dos quedábamos en segundo lugar pero Tom siempre lo decía… “¿Qué haríais
vosotros sin mí? Seguramente lo mismo que yo sin vosotros” 

-¿Tom decía eso? – Alina lo miró con sorpresa. Recordaba a Tom y, aunque le
caía bien y le hacía gracia, siempre lo consideró un creído y un machista. 

-Tom lo dejó todo y entre lo que dejó, esta su imagen. Una imagen muy contraria a
lo que era en realidad. No era un creído, simplemente lo aparentaba, pero siempre
tenía muy en cuenta la opinión de los demás y sabía que si algo o alguien fallaba,
todo lo demás también, incluido él. Quizás lo haría por conveniencia, pero se
preocupaba de que todo fuera bien en el grupo. En ese aspecto se parecía mucho a
Gustav. 

-Entonces… aparentaba algo que no era. 

-Si. Más cosas de lo que crees. 

-¿Por ejemplo? – Georg volvió a clavar la mirada en la fotografía y se mostró


pensativo e indeciso. 

-Supongo que no debería decirle esto a un periodista. Las personas se montan


muchas películas con cualquier detalle que le das pero… esa es la realidad…

-¿A que te refieres? 

-Bueno… Ni Tom ni Bill fueron nunca muy expresivos delante de las personas de
lo profunda que era su relación. La verdad es que Tom adoraba a su hermano, le
quería más que a su propia vida. Él sabía que si le quitabas a su hermano, no
sería nada. Se puede decir que prácticamente dependía de él. 

-¿En serio? 

-Claro. El cariño que le podía profesar una madre a su hijo no tenía nada que ver
con el que Tom cuidaba a Bill. Dicen que la fama es adictiva y crea dependencia
de ella pero… estoy seguro de que teniendo a Bill a su lado, no le fue tan difícil
abandonarla. 

-Hum… ¿Crees que pudo haber entre ellos…? – Alina frunció el ceño. 

-¿Qué? – preguntó Georg, mirándola de reojo.

-Nada, es una tontería. 

-¿Qué estás buscando exactamente con estás preguntas? 

-Estoy… buscándolos a ellos. 

-¿Crees que pueden estar vivos después de 7 años desaparecidos? – Alina se


encogió de hombros. 

-No descarto esa posibilidad ¿Y tú, lo crees? 

-Deseo que lo estén. 

-Entonces, supongo que no puedes darme ninguna pista de donde están.

El corazón se me iba a salir del pecho. Las manos me temblaban y sudaban y los
labios se me iban a derretir en cualquier momento. Besar a mi hermano gemelo en
otra parte que no es la mejilla ya es raro, pero peor es desear hacerlo por cualquier
parte de su cuerpo. Por todas y cada una de ellas… y tener la oportunidad de
hacerlo. 

Tengo esa oportunidad en la palma de mi mano y se que no debería agarrarla,


pero… no puedo evitarlo.

Bill me pide que le bese y yo lo he hecho. Me ha pedido que lo abrace y es lo que


hago y como si fuera una de sus millones de fans locas, quiero más. 

Siempre he estado con Bill, para lo bueno y para lo malo, veinticuatro horas al día
y ahora, no entiendo porque precisamente ahora es cuando alcanzo a entender lo
que significa para mí. Todo… 

Mi gemelo, es también mi alma gemela, mi complementario. Es contradictorio


pero el hecho de nacer juntos ya nos hizo ser el uno para el otro. No creo en el
amor verdadero, pero necesito a Bill y él me necesita a mí, para vivir, para sentir,
para soñar, para estar completo… si eso no es amor verdadero, no creo que lo
necesite.

-¡Tom! – la voz de Bill se volvió aguda de nuevo en el instante en que dejé caer mi
cuerpo sobre el suyo en la cama y nuestras frentes quedaron pegadas una a la otra.
Cerró la boca al instante, temblándole el labio inferior. – Otra vez no… - murmuró
con los ojos brillantes. Estaba totalmente echado sobre él y sentía su pulso
acelerado bombear contra mi pecho, exactamente igual que mi corazón. Noté como
lentamente apoyaba la mano sobre mi hombro y empujaba, intentando apartarme, y
de un manotazo, fui yo quien le agarró la muñeca y la posé sobre la almohada,
inmovilizándolo.
-Somos gemelos… tú también tienes que sentirlo ¿No Bill? – era imposible que
estando tan conectados no sintiera ni siquiera una cuarta parte del remolino de
sentimientos que yo tenía atascado en la boca del estómago. Cuando apretó los
dientes y desvió la mirada supe que si lo sentía. Estaba frustrado. Le apreté más el
brazo y dejó escapar un jadeo. – Entonces déjame…

-¡No! – gritó, revolviéndose sobre la cama e intentando apartarme. El muy cabezón


se hacía daño con cada movimiento. 

-¿Por qué no? Si tú y yo…

-¡Tom, piensa un poco por favor! Eres mi hermano y además yo no soy ninguna
fan, ¡Soy un hombre! ¿Es que no eres consciente de eso? ¡Tú mismo pones en
entredicho tu propia reputación de mujeriego de la que tan orgulloso te sientes!
¡Soy un tío! 

-¡Pero sigues siendo Bill y te quiero! - de inmediato, se quedó quieto. – Estoy


seguro… de que tú también lo entiendes. - Giró la cabeza y clavó la mirada en el
brazo vendado. Había algo que le mantenía indeciso, algo relacionado con lo que
ocultaba esa maldita venda que le hacía sufrir. Entonces, apretó el puño y me
miró. 

-No soy lo que él cree que soy. No soy lo que ellos creen que soy. – Sabía a que se
refería. Tantos rumores afirmando una homosexualidad que supuestamente no
existía y ahora yo… me sentí mal. – Pero no importa. Ya no importa. – cuando me
abrazó el cuello y me hizo caer sobre él por completo, no pude evitar temblar ante
su contacto. Sentía como me acariciaba las rastas hasta llegar al hilo que me las
sujetaba y soltármelas, cayendo libres por mi espalda. – Tom… fóllame… ahora. –
me mordí el labio, escuchando ese susurro en mi oreja. Su mano descendió hasta el
principio de mi gran camiseta y empezó a introducirla por debajo de ella,
acariciándome la espalda con la yema de los dedos. 

-No… – volví a apartar su mano de mí y me separé de su cuerpo un tanto, de


rodillas sobre él. Me quité la camiseta y la dejé caer sobre el suelo. Mi mirada se
clavó en los ojos de mi hermano, que de inmediato, este se tapó con las manos,
abochornado. No me lo podía creer, era tan tontito. – Bill… por favor… - le agarré
los brazos y con brusquedad, le empujé hacía arriba, obligándolo a sentarse sobre
la cama, frente a mí. Su pelo suelto me hizo cosquillas cuando rozó mi torso al
bajar la cabeza. – Llevamos más de 18 años juntos… no me vengas ahora con
vergüenzas. – le besé la frente y le acaricié el cuello.

-Nunca pensé que… esto… 

-Lo se. 

-Es muy fuerte Tom.

-Estas pesadito con el tema ¿no? Olvídalo. No pienses en eso ahora. – alzó la
cabeza y me miró, intentando aguantar una risita nerviosa. – Está noche no soy tu
hermano. 

-¿Entonces? 

-Soy Tom. Solo necesitas eso para disfrutar… solo Tom. 

-¿Ah si? Te falta algo Tom.

-¿El qué? – Bill adoptó expresión insinuante y entonces alzó la mano. Entre sus
dedos tenía algo que bien conocía. – Ala… ¿Me lo pones? 

-Me pone. – apretó el piercing con fuerza y no nos entretuvimos en más charlas
banales. 18 años de charlas banales ya eran muchas.

Leyna se vistió con rapidez y en silencio. Agarró el móvil, miró por última vez el
cuerpo de Andreas, tumbado sobre la cama, ajeno a todo y abrió la puerta de la
habitación, cerrándola tras ella en silencio. Se apoyó en esta y desbloqueó el
teclado del móvil. 

Empezó a marcar, caminando por la oscuridad del pasillo y se llevó el móvil al


oído y entonces… lo oyó. 

Se giró bruscamente hacía la puerta cerrada y guiada por una enorme curiosidad,
anduvo hasta ella. Débiles jadeos se oían a través de ella y de vez en cuando, algún
que otro gemido ronco. Leyna se estremeció de repente y un escalofrió placentero
le puso los pelos de punta. 

Colgó, bajando las escaleras con una maliciosa sonrisa en la cara. 


Bill curvó la espalda hacía atrás. No pudo contener los débiles gemidos que
escapaban de su garganta. Sentía como se le tensaba el cuerpo y apretó con fuerza
las sábanas entre sus manos. Las gotitas de sudor se resbalaban por su cuerpo y la
larga melena rozaba la almohada. 

Se mordió el labio y movió las piernas bruscamente, incapaz de estarse quieto. 

-… Yo se de uno que es muy sensible… - escuchó la voz grave de Tom en tono


burlón. Bill sintió un escalofrió y apretó los ojos cerrados. - … No vas a poder
aguantar mucho más… - oyó de nuevo la voz de Tom, más cerca de su oído. Sintió
la necesidad de cerrar las piernas bruscamente y entonces fue cuando notó como la
cintura de su hermano le cerraba el paso, entre estás. El bajo vientre de Tom se
pegó al suyo, las rastas le rozaron los hombros con un leve cosquilleo y tuvo que
dejarse caer sobre la cama por completo. De un tirón, Tom arrojó la almohada
fuera de la cama y apretó una de las manos de Bill contra la suya… con la otra…
Bill disfrutaba como nunca. 

-Ah… ahhh… - no era la primera vez que se masturbaba desde luego, pero es que
Tom no lo masturbaba, hacía maravillas. Le había abrazado y le había empezado a
rozar en la cama con ganas, acariciándole el torso, comiéndole la boca con besos
hambrientos. Bill había tenido sus dudas al principio, pero tenía que reconocer que
Tom no se echaba flores cuando decía que era un auténtico experto en ese tema.
Incluso con él, siendo hombre. Le tocaba el pecho plano de una forma que le hacía
temblar y de igual manera le besaba los labios, moviendo su lengua entre estos,
jugueteando con la suya y rozándole insistentemente el piercing con ella. Le
apartaba el sudor de la frente mientras le acariciaba el pelo, apartándoselo de la
cara por completo y Bill… no tenía muy claro que hacer salvo dejarse llevar por
las manos expertas de su hermano. 

Cuando Tom se inclinó hacía él entreabrió los labios, esperando que volviera a
colar su lengua en su boca pero su hermano le sonrió con picardía, le separó
lentamente las piernas y se colocó en medio. Bill miró por unos segundos su
erección y tragó saliva al cruzársele por la cabeza las intenciones de Tom. Se puso
nervioso al instante y retrocedió un poco. 

-No seas burro. – murmuró su hermano con voz ronca. – No pienses cosas raras…
todavía. – su pecho subía y bajaba con rapidez, alterado como estaba. Tom se
toqueteó el piercing del labio con la lengua frente a la atenta mirada de su
hermano. – Hay muchas formas de hacerlo y aunque nunca lo había pensado… se
me acaba de ocurrir una. – Bill se quedó sin respiración en cuanto Tom rozó la
punta de su erección con la suya y soltó un gemido lastimero cuando las agitó con
brusquedad entre su mano, una junto a la otra. Tom soltó una especie de gruñido
placentero y Bill se tapó la boca con ambas manos, intentando acallar los gemidos
que ascendían con precipitación por su garganta. – Exagerado… apenas te he
tocado. Quítate las manos de la boca. – no lo hizo y no lo haría mientras se la
sacudiera y la restregara contra la suya con tanta fuerza y eso le hiciera sentir
espasmos de placer. 

Tom, entre jadeos, podía ver las gotitas de sudor brillar en la penumbra de la
habitación recorriendo el cuerpo de su hermano y sus ojos, entrecerrados e
iluminados por las lagrimitas acumuladas. Sabía que Bill se estaba derritiendo de
placer y hacía un gran esfuerzo por no ponerse a chillar como el escandaloso que
era. No pudo evitar sonreír y aumentar el ritmo con el que se la acariciaba,
inclinándose hacía delante de nuevo. Bill se removió bajo su cuerpo débilmente y
Tom le lamió los dedos de las manos con las que se tapaba la boca. Tal y como
esperaba, su hermano los apartó enseguida y se enganchó a su cuello, pegándose a
él como una lapa.

-¡Tom! – estrujó las rastas entre sus manos y se abrazó a él con fuerza, notando
como varios escalofríos le recorrían toda la espalda por completo y sentía
cosquilleos en el bajo vientre. Se tensó por completo escasos segundos y entonces,
suspiró. 

-No puede ser… - murmuró Tom, momentáneamente pálido. Bill sonrió


débilmente con la cabeza oculta sobre su hombro y un pequeño tic en la ceja. 

-Ja… ja… - dejó escapar, ruborizado. 

-¿Ya…? – Tom lo apartó de su cuerpo enseguida, como si le hubieran pinchado y


lo observó detenidamente. – Encima de sensible ¿rápido?

-Cá… cállate. – la cara de Bill casi parecía un semáforo rojo en plena oscuridad y
Tom no pudo reprimirse más. Estalló en carcajadas. - ¡Cállate, no te rías! ¡Uah,
que asco! –Clavó la mirada en su torso desnudo y empezó a mover las manos
frenéticamente, como un molinillo de viento, soltando sollozos lastimeros. ¡Lo que
le había caído encima! Y su hermano se reía con todo el morro - ¡Estoy pegajoso,
que asco, que asco! ¡Estoy lleno de… de…! 
-Semen. – Tom observaba risueño como esa sustancia blanquecina se escurría por
el cuerpo de su hermano como gotitas de agua. No pudo evitar pasarse la lengua
por los labios mirando la cara de asco y vergüenza que era su hermano. Le pedía a
gritos que se lo comiera. 

-¡Cállate! 

-¡Jajaja! 

-¡Que asco Tom!

-A mi no me mires, eso lo as soltado tú. Yo todavía estoy palote. 

-… Creo que necesito una ducha para quitarme esta cosa… pringosa y asquerosa
y… 

-No digas tonterías, es tuyo, ¿Qué puede tener eso de asqueroso? – Bill era tan
tiquismiquis como su madre. Actuaba como si en su vida se hubiera tocado y los
dos sabían que no era así. Tom se preguntó por un momento si intentaba hacerse el
inocente con él y si lo estaba haciendo, ¿Intentaba vacilarle o…?

-¡Lo es, es…! – Bill no se atrevió a pronunciar ninguna otra palabra. La mano de
Tom se posó sobre su pecho, justo encima de donde estaba la sustancia
blanquecina y espesa. Le acarició el torso como sino hubiera nada, como si le
estuviera limpiando los restos de su semilla y el corazón de Bill, ya acelerado de
por si, empezó a retumbar con fuerza bajo su piel. 

-No quiero hacerte daño –dijo de repente, sonriente. Se miró la sustancia


blanquecina que se escurría por sus dedos como si fuera helado derretido y fue
dejando un rastro de ella hasta sus labios, acariciándolos hasta que los entreabrió. –
Pero quiero follarte y para eso, es necesario lo demás. 

-¿Da-daño? – apretó los dedos contra su barbilla y visualizó el piercing de su


hermano atravesando su lengua, carnosa y húmeda. Le pedía que la rozara con la
suya y no tardó nada en inclinarse y juntar sus labios entreabiertos, cruzando la
barrera de los dientes, devorando su boca con ansias descontroladas. Bill apoyó las
manos en sus hombros, clavando las uñas con fuerza. – Hum… - soltó una especie
de ronroneó cuando Tom se separó de él y por unos segundos sus lenguas
quedaron unidas por un hilito de saliva. 
-Se acabaron los preliminares, Mimosín. – la sonrisa amable de su hermano
desapareció al momento y Bill sintió un ligero tirón de pelo que le hizo alzar la
cabeza y apretar los dientes. – Dije que te iba a hacer daño, pero no te preocupes…
- de otro débil tirón y un pequeño empujón, cayó boca abajo sobre la cama y las
manos de su hermano aprisionaron las suyas contra el suave colchón. Bill giró la
cabeza enseguida, clavando los ojos asustados en su hermano, a su espalda, que
casi dejó caer todo el cuerpo sobre él y apoyó la barbilla sobre su hombro. Las
rastas cayeron a ambos lados de su cara y sintió el cálido aliento de Tom rozarle el
oído. – Soy tu hermano a pesar de todo y te quiero… supongo que está noche más
como un amante que hermano, pero no puedo dejar de quererte siendo Bill. – el
menor apretó las sábanas con las manos. 

-Tom… - Dejó escapar un débil jadeo y las piernas se le tensaron en cuando sintió
algo duro rozarle la entrada, presionando en ese lugar tan íntimo, dispuesto a
entrar. Ya no estaba tan seguro de lo que hacía. – Tom… me estoy… 

-¿Empalmando otra vez? – murmuró en su oído, burlón. 

-Si… ¡No! – se removió bruscamente y cerró los ojos con fuerza, sintiendo el
pinchazo de dolor que le hizo curvar la espalda y se encogió – Duele… Tom, me
duele…

-Aguanta – gruñó con brusquedad en su oído – Y te juro… que lo próximo que


sentirás será un placer insoportable. – Bill ladeó la cabeza, sintiendo los dientes de
su hermano mordiéndole el lóbulo de la oreja y lamiéndole la mejilla después. Se
estremeció ante el contacto de su lengua húmeda contra su sensible piel. 

Empezó a moverse lentamente, indagando en el interior de su hermano con


embestidas suaves pero profundas. Deseaba alcanzar ese ritmo desenfrenado por el
que tantas se habían derretido de placer, sabía que alcanzaría la gloria en cuanto
acelerara porque con esos simples movimientos, tan lentos y pausados, ya le
temblaban las piernas pero… Bill se había dejado caer casi por completo sobre la
cama, haciendo un esfuerzo por aguantar su ritmo y mantener el trasero pegado a
su pelvis. Estrujaba las sábanas del colchón con fuerza y apoyaba la cabeza sobre
el colchón, girando la cara, ruborizado, con los ojos cerrados y los dientes
apretados. No lo estaba disfrutando y eso le impedía disfrutar a él también. Hacerle
daño a Bill era lo último que quería, así que haciendo un gran esfuerzo, se detuvo
en su interior y apoyó la frente sobre su nuca sudorosa.
-… ¿Tom? – lo llamó con una vocecita aguda y su hermano suspiró.

-Lo siento. – Tom soltó su cintura y descendió las manos hasta el bajo vientre,
empezando a acariciarle el pecho con suavidad. El corazón de su hermano latía
desbocado y su respiración se tornaba entrecortada cuando le empezó a rozar con
los dedos la ingle. Su cuerpo entero se estremeció. - ¿Mejor si te toco aquí? – le
pasó la mano sobre su miembro, lentamente y Bill se mordió el labio unos
segundos. 

-… Si… así… me gusta… - Tom sonrió notando como su hermano empezaba a


relajarse y a jadear en cuanto se lo agarró con firmeza y empezó a ir de arriba
abajo. Bill temblaba en cuanto le rozaba la punta con los dedos. 

-Te estás volviendo tan pervertido como yo, hermanito. 

-¡Eso no es…no es… Tom! – acabó gimiendo con fuerza en cuanto uno de los
dedos de su hermano presionó con fuerza la punta húmeda. 

-Si gritas tanto nos van a pillar… ¿No te parece morboso? 

-¿Estás loco? – gritó de nuevo y Tom no pudo más que reír observando esa carita
ruborizada. 

-Vamos a seguir… y no grites. – ordenó con rudeza y desbocado por completo, se


echó sobre él con una embestida salvaje y fogosa. Para Bill ya no hubo dolor.
Apartó la cara de la cama, acalorado y sudoroso y abrió los labios, incapaz de
aguantar el grito. Tom se la sacudió con fuerza, quizás como advertencia,
estrujándosela con brusquedad, pero si con eso pretendía acallar los gritos de su
hermano, solo alcanzó a obtener el efecto contrario. 

Tom enseguida alcanzó el ritmo que buscaba, el mismo ritmo salvaje y fogoso con
el que siempre había tratado a las mujeres, pero también totalmente diferente, claro
que eso era algo que solo él y Bill alcanzaban a sentir. Ese calor abrasador que los
recorría por dentro y un millón de sentimientos desconocidos chocando entre si
provocándoles sacudidas de intenso placer. Los sentidos disparados, la mente en
blanco. ¿Qué clase de capullo había dicho que algo así estaba prohibido? Un idiota
ignorante. 

Bill sentía el sudor escurrirse por su cuerpo hasta el bajo vientre. Notaba como los
músculos de su hermano se tensaban y rozaban su cuerpo casi como en una caricia,
empapado en sudor al igual que él.

-¡Aaaahh…! Tom… ¡Tom! – era imposible evitar los gritos y los gemidos. El
placer era demasiado.

-No… grites… – Tom se mordía el labio y cerraba la boca, apretando los dientes, y
manteniendo el cuerpo de su hermano pegado al suyo. Compartir el calor de ambos
era increíble, placentero, excitante… sentirse cerca. Con cada nueva embestida,
fuerte, rápida y profunda, Bill volvía a temblar entre sus brazos y sentía como se le
tensaban todos los músculos del cuerpo otra vez. Sentía cada movimiento tan
profundo y brutal, la pelvis de Tom chocando contra su trasero con fuerza... La
sensación que le estaba haciendo perder la cabeza se concentraba en un lugar que
estaba a punto de explotar, un lugar que su hermano manoseaba y estrujaba con
brutalidad. El placer le cegaba y Tom gemía sobre su hombro, con los labios
húmedos pegados a su oído, bajito, con voz ronca y grave. Una voz tan sexy y
masculina…

-Tom… me voy a correr… - el mayor se la estrujó de una forma tan burra que a
Bill se le nubló la vista. – ¡Me voy a correr! – ese grito retumbó en los oídos de
Tom y sintió la sacudida de placer que tanto esperaba. 

-¡Maldita sea Bill! – la mano que marcaba el ritmo de las embestidas se abalanzó
hasta su boca abierta y el menor sintió como se la tapaba para intentar acallar sus
berridos. Agarró la mano que no le dejaba gritar, desesperado y clavó las uñas en
ella. - … Bill… - le oyó murmurar a su hermano entre jadeos. - ¡Eres un jodido
bestia!

-¡Ah! – abrió los ojos como platos y un par de lágrimas se le escaparon de puro
gozo. Tom le había pegado, se la había soltado y le había dado bien fuerte con la
palma de la mano en el trasero. - … hum… 

-¿Te gusta acaso… que te de duro… Macky? – su voz era provocativa y le acarició
con los labios la nuca, entre mechones de cabello brillante sobre la piel húmeda por
el sudor. Bill le dirigió una mirada avergonzada y apretó con fuerza la mano
pegada a su boca. Con la lengua, lamió los dedos lascivamente ante los ojos
atónitos de su hermano y en cuanto su mano tembló, le mordió los dedos con saña.
Oyó un gruñido por parte de su hermano y notó como su entrada empezaba a
humedecerse desde lo más hondo. El calor lo abrumaba y se restregó contra su
cuerpo. – Bill… te vas a enterar, canijo. – pasó la mano por su pecho y tiró de él
hacía arriba, levantándolo hasta tener su espalda pegada a su torso. Notó como su
hermano salía de su interior y un líquido espeso se escurría por sus piernas. La
húmeda punta del pene de Tom le rozaba de nuevo. 

-Nunca me he follado a nadie tan escandaloso como tú, Bill… - el cantante se


estremeció, sintiendo como Tom empezaba a penetrarle de nuevo, lentamente. No
parecía tener intención de dejarle gritar con la mano sobre sus labios y dos dedos
humedecidos por su saliva atrapados entre sus dientes. – Te quiero tanto... me
pasaría la vida en la cama contigo, follándote hasta reventarte… Tenerte solo para
mí. – Bill acarició con la lengua sus dedos, incapaz de decir nada. 

De todas formas, no hacía falta decir nada para que Tom supiera que su hermano
correspondía plenamente a sus sentimientos. 

Cuando volvió a penetrarle por última vez, con una sacudida bestial, se le nubló la
mente por completo y solo pudo ver como la realidad se desvanecía. Tom y él no
eran hermanos, no eran gemelos, ni siquiera eran famosos y podrían llevar una
relación tranquila y normal como la de cualquier otra pareja… nada más lejos de la
realidad. 
Arqueó la espalda y su nuca dio con el hombro de su hermano, que apretó la
cabeza entre su pelo oscuro. 

Bill estuvo a punto de desgarrarse la garganta debido al último grito que Tom no se
molestó en obligarle a contener, ocupado en acallar su propio grito entre dientes.
Apretó con fuerza a su hermano entre sus brazos y… silencio… 

Durante varios minutos ambos se concentraron en intentar recuperar el aliento y


volver a respirar con normalidad, el corazón se les iba a salir por la boca. Tom
observaba las manchas blancas que habían acabado empapando la cama y los
restos de semen que se escurrían por las largas y finas piernas de Bill, que
temblaban ligeramente. 

-Mierda… - murmuró – Con las prisas se me olvidó el condón… 

-Tom… has matado todo el romanticismo… - se quejó Bill sin moverse, con la
cabeza echada aun sobre su hombro. Tenía los ojos cerrados y los labios
entreabiertos, por los que se escurrían un hilo de saliva hasta la barbilla debido al
último grito. Tom sonrió y le beso el cuello varias veces. 

-Hum… me has mordido la mano.


-Y tú me has pegado… 

-¿No te ha gustado? – se burló. Bill carraspeó. 

-Da gracias a que estoy cansado… sino… 

-¿Sino qué? 

-… 

-¿Bill? – su hermano no contestó. Sus ojos se cerraban solos y Tom sonrió


enternecido, moviéndose con suavidad y tumbándose sobre la cama con Bill al
lado, somnoliento. 

-Tom…

-¿Hum?

-Estamos locos… los dos… 

-… Si. 

-Quiero morirme contigo igual de loco que ahora… completamente loco. 

-… Yo también. 

-Te quiero aunque esté loco.

-Y yo… - Tom le agarró de la mano cuyo brazo estaba vendado al igual que el
suyo y entrelazó sus dedos, cerrando los ojos. - … totalmente loco por ti. 

La conexión que los unía se había restablecido mucho más fuerte que nunca… y a
la vez mucho más vulnerable.

Capítulo 17: Fresas amargas...


Alina alzó la cabeza al oír varios golpecitos contra su ventanilla. Se había
quedado dormida con la cabeza apoyada sobre el volante y, sobresaltada, miró
hacía el lugar de donde procedían los golpecitos. Observó sorprendida la cara de
un hombre que le resultaba extrañamente familiar, mirándola con seriedad y en
silencio. Rubio, ojos marrones y expresión un tanto distante e indiferente. 

Empezó a bajar la ventanilla enseguida y él asomó la cabeza a través de esta. 

-¿Llevas ahí esperándome mucho tiempo? – preguntó y Alina lo miró confusa. 

-¿Perdón? 

-Eres la periodista que le preguntó a Georg ayer, ¿no? Supuso que vendrías a por
mí ahora y parece ser que no se equivocaba. 

-¿Venir a por ti? ¿Quién eres? – Alina abrió la puerta del coche y salió de él,
mirando con curiosidad al hombre que había frente a ella. Tendría su estatura,
quizás un par de centímetros más. Estaría en igual o mejor forma incluso que
Georg, que ya era mucho decir. 

-Soy el dueño de la casa que hay en frente de donde lleva aparcado tu coche más
de cinco horas. – Alina lo miró con los ojos como platos y volvió a observar la
gran casa que había frente a ella. Luego, miró de nuevo al hombre rubio, ya no
tan desconocido para ella y al ver el tatuaje que tenía hecho en el brazo, sus dudas
desaparecieron. 

-¿Gustav Shafer? 

-Ahora me has puesto en duda. – Alina abría gritado si no lo hubiera tenido


delante. Santo cielo, menudo cambio. Esa carita que le había parecido hacía
tiempo de un niño serio y maduro, ahora era la carita de un adulto serio y
maduro. Y debía admitir que… vaya adulto. 

-Oh… me has pillado. 

-Diría que si. En fin… - Gustav caminó hasta la entrada de la casa cargando con
varias bolsas de la compra. Las dejó un momento en el suelo y abrió la puerta con
las llaves, cargándolas otra vez. - ¿Entras? – Alina lo miró con cara de asombro.
– No pensarás que voy a responder a nada fuera, con este frío ¿no? 
-Claro – y entró en la casa del ex batería. De nuevo, como había hecho en casa de
Georg, se quedó embelesada observando el interior de la casa, no porque fuera
sorprendente, sino precisamente, por lo normal que resultaba. Muchas veces se
había preguntado que había sido del grupo después de la desaparición de los
gemelos, donde estarían, como estarían… cada uno había seguido su vida como si
nada. Como personas normales a pesar de que aun, hoy en día, eran reconocidos
por las esquinas. 

-Cuando te vi en el coche, ahí, sola, me asusté un poco. Hoy en día todavía hay
gente que me pide autógrafos. – le contó Gustav desde la cocina. 

-¿Eso no es bueno? Saber que aun hay fans de Tokio Hotel debe ser muy
halagador. 

-Lo es. Cuando empezamos nunca pensé que llegaríamos a tanto. Una vez leí en
una revista que ya, prácticamente, somos un grupo legendario. Casi como los
Beatles, ¿te lo puedes creer? Yo aun no. ¿Quieres tomar algo? 

-No gracias. Tengo… tengo que coger un avión a las tres. – Gustav asomó la
cabeza por la puerta de la cocina, y la miró con una ceja alzada. 

-¿A dónde vas?

-A Hamburgo. Voy a contactar con la madre de los gemelos. 

-¿Simone? Hum… - Gustav volvió a adentrarse en la cocina. 

-¿Qué ocurre? 

-Nada. Eres periodista, revolver las cosas del pasado sin importarte el dolor que
puedas causar, como una persona sin escrúpulos, debe dársete bien. – Alina no
dijo nada, aunque lo oído la molestó, debía actuar como una buena profesional. 

-¿Qué puedes contarme de los gemelos? 

-Depende… si quieres saber donde están, no puedo decirte mucho. No tengo la


más remota idea. 

-¿Quieres decir que crees que están vivos?


-Si, desde luego, tienen que estarlo. Tienen que estar en algún sitio, lejos. 

-¿Cómo puedes estar tan seguro? 

-Porque ellos querían irse, querían desaparecer y si una persona quiere


desaparecer y que nadie la encuentre, lo hace, simplemente. No pueden estar
muertos, si lo estuvieran, ya lo sabríamos. 

-¿Y donde crees que podrían estar? – Gustav salió de la cocina y se sentó en el
sillón, con la vista clavada en la pared. Alina quedó callada, esperando una
respuesta por más de dos minutos. Sabía que si no quería contestar, sería
imposible sonsacárselo por mucho que insistiera. 

-Ganamos millones con las últimas giras y la venta de discos en América…


podrían estar en cualquier parte del mundo. Si yo fuera ellos… pensando como
ellos… - se retractó. – Un lugar soleado, con buen tiempo… 

-¿Las Maldivas? – Gustav sonrió. 

-Sino quieren que les encuentren, no irán a un lugar con mucho turismo. Micro
Asia quizás… hay muchos lugares así en el mundo. De lo único de lo que estoy
seguro es que se las habrán apañado bien. – Alina suspiró y miró al suelo,
pensativa. Estaba claro que así no llegarían a ninguna parte. Por lo pronto, tenía
claro que los gemelos no podían estar en un lugar con mucho turismo y en el que
fueran fácilmente reconocibles. Alemania, España, Francia, prácticamente toda
Europa y casi toda América quedaban descartadas. 

-¿Tienes idea de porque decidieron dejarlo todo e irse? – Gustav cerró los ojos y
se acomodó en el estrecho sillón, resignándose a que esa conversación iba a
alargarse mucho. 

-Bill… mayormente fue por Bill. 

-¿Bill?

-Estaba cansado y a consecuencia de eso, Tom también. Antes de que se largaran,


los cuatro alquilamos una casa en Munich, después de lo de aquel loco. 

-Lo del acosador. 


-Si, eso. Pasamos varios meses allí. Bill estaba muy deprimido y Tom se irritaba
con facilidad por eso. Se peleaban constantemente y eso no le ayudaba mucho. Se
distanciaron un poco al pasar las semanas pero luego… la actitud de los dos
cambió radicalmente. – Alina entrecerró los ojos.

-¿Qué quieres decir? – Gustav se encogió de hombros. 

-Tom se volvió muy paciente y cariñoso con él, simplemente y Bill también.
¿Georg no te lo contó? – Alina negó con la cabeza. – Este tío… siempre tan
discreto. Él mismo dijo una burrada tremenda sobre esa nueva actitud… aunque
tengo que reconocer que era lo que mejor explicaba el comportamiento de los dos,
claro, que solo era broma… - Alina lo miró expectante, esperando una explicación
a lo oído. – Es una tontería pero, Georg dijo una vez que más que una pareja de
gemelos, parecían una pareja de amantes…

-¿A… amantes?

-Era coña. Por supuesto no eran amantes, simplemente se querían mucho y


dependían el uno del otro. 

-Georg pensaba lo mismo. 

-Cualquiera que halla pasado con los dos más de dos horas se daría cuenta. 

-Entonces la relación entre ambos era muy estrecha… ¿Qué clase de relación
había entre los cuatro? – Gustav se encogió de hombros. 

-Amigos supongo. 

-¿Supones?

-Los gemelos, no… más bien Tom. Él siempre fue muy selectivo a la hora de elegir
a las personas con las que compartiría parte de su vida. Solo se fiaba de tres, Bill,
su madre y…

-¿Y? – Gustav entrecerró los ojos. 

-Andreas. 

-Ah, si. Él… 


-Si, él… Entre los cuatro había un buen royo… – cambió de tema rápidamente –
Colegas sería el término adecuado. Había un afecto y un gran margen de
confianza, pero pocas personas eran capaces de ganarse por completo el corazón
de Tom. 

-¿Y Bill?

-Él era más… instintivo. No le daba muchas vueltas a las cosas y antes de que se
diera cuenta ya había hecho de alguien amigo suyo hasta cierto punto, luego…
quizás se arrepentía, pero el gran pilar que significaba su hermano le hacía
olvidarse de los problemas más fácilmente. Tom siempre le apoyaba y por eso
podía permitirse el ser más cercano a los demás en lo que a sentimientos se refiere
porque luego, Tom siempre estaba y estaría allí y podía arrepentirse y llorar en su
hombro. Bill era más… humano. Tom era como un… guardián protector o algo
así. Creo que… no podía permitirse acercarse mucho a las personas porque sentía
la necesidad de cuidar de Bill y cuanto más afecto sintiera por una persona, más
difícil se le haría luego apoyar a su hermano. 

-Si querías acercarte a ellos, debías alcanzar el corazón de los dos ¿es eso lo que
quieres decir? 

-Si, algo así. Y Tom no era fácil de convencer. Ganarse a Bill era cuestión de
meses, conseguir a Tom no era cuestión de tiempo, sino de hechos y acciones. 

-Y… ¿Crees que alguna vez os consideró amigos de verdad? – Gustav sonrió. 

-Si. Puede que no fuera esa su intención al principio, pero acabó considerándonos
amigos. 

-Entiendo. Pese a todo, la relación entre los cuatro también era estrecha, tenían
fama, dinero, mujeres… Y lo dejaron todo un día, de repente, ¿Sólo porque Bill
tenía un poco de depresión? – Gustav bajó la cabeza – Ese no fue el motivo
principal, ¿verdad? – el rubio se sumió en el más absoluto silencio durante varios
segundos. 

-No lo creo. 

-¿Por qué crees tú que lo dejarían todo para irse entonces? 


-Le he dado muchas vueltas a lo largo de los años. Sin duda, para dejarlo todo,
debían encontrarse en una situación que los comprometía de manera insoportable
y solo hallaron esa solución. 

-Un secreto. Algo oscuro. 

-Si... algo muy oscuro.

...

-Y se ha ido… ¡Se ha ido! Después de lo de anoche, después de que nos


reconciliáramos… fue fantástico, tan romántico, tan… Bill, ¿me estás
escuchando? 

-¿Eh? – el moreno abrió los ojos de golpe, mirando a Andreas con los ojos como
platos. - ¿Dónde estoy? 

-¡Te has vuelto a quedar dormido! 

-¿Ah, si? – Bill se acurrucó en el sofá aun más, rodeando las piernas flexionadas
con los brazos y apoyando la barbilla sobre ellas. Las ojeras bajo sus ojos se hacían
muy presentes y su expresión somnolienta irritaba al rubio que daba vueltas
alrededor del sofá, histérico. 

-¡Joder Bill, te estoy contando algo importante y tú te duermes delante de mis


narices! 

-Andreas, son las once de la mañana y apenas he pegado ojo. Tengo sueño y solo
he bajado para ir al servicio cuando te me has echado encima de repente… ¿Por
qué no me dejas volver a la cama y luego me cuentas? – el rubio se cruzó de brazos
frente a él, escrutándolo con la mirada severamente. 

-¡Eres un perro! 

-No te pases. Como Tom se despierte y no me vea en la cama, se va a cabrear. 

-¿En la cama? – preguntó Andreas alzando una ceja. Bill forzó una sonrisa irónica. 

-Si… bueno… anoche hicimos las paces y eso… y en fin… cosas de gemelos. – la
mirada de sospecha que Andreas le lanzaba le puso los pelos de punta. ¿Lo sabría?
Aunque no sería de extrañar con los gritos que había metido mientras… Bill se
ruborizó y su mirada se iluminó unos segundos. Quería volver a la cama con
Tom…

-Bueno, es igual. Escúchame y no te duermas ¿Quieres? Leyna y yo… ayer… ya


sabes y hoy… - Bill asintió con la cabeza varias veces, aun así, no se molestaba en
escuchar a Andreas, su mente estaba en otra parte, más concretamente, sus
pensamientos iban dirigidos hacía Tom y a su relación imposible. ¿Qué iba a pasar
ahora? ¿Con que cara lo miraría? ¿Cómo deberían actuar? ¿Cómo sino hubiera
pasado nada? Y… ¿Cuándo podrían volver a recrear una noche como esa? No era
justo. Habían pasado gran parte de la noche despiertos, revolviéndose en la cama,
tocándose por todos lados, devorándose los labios, explorando el cuerpo del otro
tras unos minutos de descanso después de la penetración y aún así, cansado y
somnoliento, Bill quería más. 

-¿Lo entiendes Bill? ¡Porque yo no! Pasamos la noche juntos y de repente, al día
siguiente Leyna se va. Llevo horas llamándola al móvil y no hay forma de que me
lo coja, ¡Estoy desesperado! 

-Ya…

-¿Cómo que ya? ¿No lo entiendes? ¡Leyna ha desaparecido después de acostarse


conmigo! ¿¡Cómo te sentiría tú si a ti te hicieran eso!? – Bill miró a su amigo,
carcomido por la angustia y tragó saliva. ¿Y si a él le hiciera eso? ¿Y si Tom se
levantaba en ese momento y le dejaba, arrepentido por lo de anoche? Sus ojos se
dilataron. 

-Oh, no…

-Si. Oh, no… eso he dicho yo cuando no la he visto a mi lado. 

-Es… es… - la cara se le descompuso en ese momento. ¿Y si Tom pasaba de él


después de acostarse juntos? Claro, ya se había acostado con él, ¿Qué más quería?
Volvería a tirarse a las groupis de siempre, yendo de flor en flor otra vez y él… 

-Bill, ¿estás bien? Te has quedado blanco… - claro que se había quedado blanco.
Quería levantarse y correr escaleras arriba, abrazar a Tom y no soltarle, comérselo
a besos…

-Ey… - un escalofrío le recorrió la espalda y se abrazó con más fuerza a sus


piernas. 

-Buenas Tom… - le saludó Andreas sin mucho interés. Bill no se atrevía a volverse
a mirarle, ¿Cómo le miraría a la cara? ¿Qué debería decir? Oyó los pasos de su
hermano caminar hasta el sofá sobre el que estaba acurrucado y el corazón se le
aceleró. 

-¿A qué vienen esas voces? Me habéis despertado. 

-Leyna se ha ido. 

-¿Ah si? Espera, que voy a reírme… ¡Jajaja, pringado! ¡Te han vuelto a dejar! –
Andreas alzó los brazos y abrió las manos, haciendo crujir los dedos imitando un
estrangulamiento. Deseaba matar a Tom, ¡Deseaba matarlo con su propias manos! 

-¡Grr, que os jodan a los dos y a ti más Tom!

-Claaaaaro. Lo que tú digas. Que nos jodan… - Bill tragó saliva. Ese comentario
no iría por él ¿no? ¿Y si Tom además de dejarle, pretendía restregárselo por la
cara?

-¡Iros a la mierda! ¡Me voy a la ducha y si me corto las venas, vosotros cargareis
con el muerto! – Bill miró con los ojos como platos como el rubio salía disparado
hacía el baño. ¿Cómo? ¿Lo iba ha dejar solo con Tom?

-¡Limpia la sangre cuando termines! – gritó su hermano, sonriente y los dos oyeron
como de un portazo, la puerta del baño se cerraba con el rubio dentro. Una gran
tensión paralizó a Bill por completo. Quería salir de allí corriendo, no, mejor aún,
quería morirse en ese instantes antes de que Tom le dijera que todo había sido un
error y si quería irse, pues se iba y punto.

-¡Voy a desayunar! – pegó un bote y aun sin mirar a su hermano, salió corriendo
hacía la cocina. Tom lo miró irse con el corazón en un puño por el sobresalto. 

-Será idiota. – en la cocina Bill abrió el frigorífico y con manos temblorosas cogió
el plato repleto de fresas que había en el fondo, medio escondido para que nadie las
cogiera… para que Tom no se las comiera. Las miró detenidamente sobre el plato. 

Cuando eran pequeños se peleaban por ellas, uno siempre las escondía del otro
para comérselas todas sin tener que compartirlas con nadie. Tom era el que
siempre lo hacía. Siempre era el primero en cogerlas y esconderlas para comérselas
luego y él cogía un berrinche… pero al final, siempre acababa dándole. Siempre le
daba una para que dejara de llorar. 

-Soy idiota. – murmuró con una sonrisa en la cara. Esos recuerdos le habían
recordado algo muy importante y, finalmente, giró la cara. Tom estaba a su lado,
mirándolo fijamente en silencio. - ¿Quieres? – preguntó mostrándole el plato
repleto de fresas. 

Por supuesto. Por mucho que se hubieran acostado, por mucho que se hubieran
besado y tocado, eso no cambiaba los hechos. Seguían siendo tan hermanos como
antes, igual de dependientes el uno del otro, los mismos de siempre y eso no podría
cambiarlo aunque mantuvieran una relación incestuosa. 

Nada había cambiado. Seguían siendo ellos. Seguían siendo los mismos. Quizás
ese amor siempre había estado ahí, desde siempre y no lo habían notado hasta que
se habían visto separados y la necesidad de tener cerca al otro los había
desbordado. La atracción y el deseo habían chocado de pleno con esos
sentimientos y habían explotado. 

Quizás, sino hubieran nacido juntos, nunca hubieran sentido eso a lo que le habían
atribuido el nombre de amor. 

El ser gemelos era un arma de doble filo. 

-No quería moverme de la cama pero Andreas… - Tom sostuvo una de las fresas
entre los dedos, mirándola distraídamente, escuchando a su hermano. 

-No hace falta que me des explicaciones. Estaba despierto cuando saliste del
cuarto, solo me hice el dormido. – se la llevó a los labios, mordiéndola y
saboreándola con gula. – Te quedaste mirándome unos segundos, me acariciaste
las rastas y me diste un beso en la frente antes de bajar. – Bill sonrió y se acomodó
en el sofá de nuevo. Estiró la mano para coger una fresa pero en el último
momento, Tom la agarró y la mordió, dirigiéndole una mirada de superioridad. Bill
infló las mejillas y se cruzó de brazos fingiendo enfado y su hermano no tardó nada
en sonreír, agarrando otra fresa. – Di… ahhh… 

-¿Qué? – Bill no pudo hacer más que reír. 

-Se llama romanticismo, Bill. Ya sabes, lo que tú eres a todo momento, un


romántico. 

-Tú no eres romántico, eres un golfo. 

-Eso me ha dolido, ahora te quedas sin fresa. – Antes de que pudiera apartarla de
su vista, Bill se la quitó de un manotazo y se la llevó a la boca, tragándosela de un
mordisco. Tom lo miró con una sonrisita en la cara. 

-Eres idiota Tom. 

-¿Yo? ¿Por qué?

-Porque estás pensando cosas raras. 

-¿Cosas raras?

-… mum… no pienso meterme nada tuyo en la boca de cintura para abajo. – Tom
lo miró con la boca abierta.

-¿Cómo puedes pensar que a mi se me cruce por la cabeza algo así? – Bill alzó una
ceja y su hermano le sostuvo la mirada, serio, pero solo hasta que estalló en
carcajadas. – Mierda de conexión entre gemelos. Pero esa no es la cuestión Bill. La
cuestión es que tú eres mucho más idiota que yo. 

-¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho? – Tom suspiró y apoyó la cabeza sobre el cabezal
del sofá, cerrando los ojos, como si estuviera dormitando. Bill era incapaz de
borrar esa sonrisa bobalicona de la cara mientras lo observaba y el silencio, para
nada incómodo, dominaba el lugar. Con timidez, posó la mano sobre la de su
hermano y le acarició con la yema de los dedos la delgada línea morada que
formaba una vena en ella, subiendo por su brazo, sintiendo su suave piel contra la
suya. Tom no se inmutó en ningún momento, ni siquiera cuando Bill apoyó la
cabeza sobre su hombro dócilmente, aun acariciándole el brazo con suavidad. 

Era como estar dentro de una burbuja, como esa noche. Solo los dos. 

-Eres idiota Bill… porque llegaste a pensar que después de lo de anoche, te


dejaría. 

-Hum… si, lo pensé. Y eso me dio miedo… pero tengo razones para tener miedo. –
en ese momento, Tom abrió los ojos notando la fuerza con la que Bill había
empezado a agarrarle el brazo. Tenía razón, había muchas razones para tener
miedo pero no pensaba acobardarse ante nadie y menos si con eso su hermano salía
escaldado. Ahora, la vida de los dos podría dar un giro de 360 grados con
demasiada facilidad. 

-Te protegeré. 

-Ni hablar. – le contestó enseguida, resuelto y sonriente. – No soy una mujer y si


me tratas como una me voy a cabrear. No necesito que me protejas.

-Por la noche no ponías tantas pegas. – Bill apartó la cabeza de su hombro y se


cruzó de brazos, con expresión indignada. 

-No te preocupes entonces, no volveré a poner tantas pegas porque no habrá otra
noche. 

-¡Era broma, era broma! 

-¡Hum! – Bill le dio la espalda e hizo amago de levantarse cuando su hermano tiró
bruscamente de él hacía atrás agarrándolo por el brazo vendado - ¡Au!

-¿Qué te pasa en el brazo? – por un momento, a Bill le entró el pánico. Después de


lo de esa noche se había olvidado por completo de aquella marca gravada a fuego
en su piel, de lo que había ocurrido varios días atrás y de que aún tenía marcas en
el cuerpo por semejante paliza. Aun le dolía y sino fuera porque esa noche, Tom y
él la habían pasado desnudos y en penumbra, estaba seguro de que su hermano
abría visto las secuelas de su trauma… no le hubiera hecho gracia. Y dudaba
mucho que en ese momento, si se la hiciera. 

Aunque en realidad… quería decírselo. Pero por otro lado… se sentía humillado y,
si se enteraba…

-No me pasa nada. Me hice un pequeño corte. – intentó hacer que soltara su brazo
con suavidad, pero la mano de Tom parecía pegada a él. Bill le miró con
disimulada angustia y tuvo que tragar saliva al ver la expresión serena de su
hermano. 

Sabía que le mentía. 

-Un pequeño corte ¿eh? – murmuró. Bill sintió el malestar de su hermano con solo
mirarle a la cara. Extrañado y dolido porque no confiara en él y le contara que era
lo que le preocupaba, lo que le dolía. 

-Yo… - y en ese momento para nada oportuno, el sonido agudo del timbre retumbó
por toda la casa. Tom desvió la mirada enseguida hacía el pasillo que daba a la
puerta de la calle y Bill soltó un suspiro de alivio. 

-¿Serán Georg o Gustav? 

-… Ellos tienen llaves. – Tom asintió lentamente. – Además, Francisca sigue en


coma. 

-Voy a ver quien es entonces. – le dirigió una última mirada que le heló la sangre.
Tom estaba decepcionado, pero no alcanzó a averiguar si de él, o de si mismo.
Solo sintió como le dedicaba una caricia sobre la venda situada alrededor de su
brazo, muy lentamente, como a cámara lenta y en cuanto le vio darle la espalda
saliendo al pasillo, fue incapaz de callarse. 

-¡Tom! – se abalanzó sobre él en ese instante, sobresaltándolo de puro susto


cuando apoyó las manos sobre su pecho y le hizo retroceder de un empujón hasta
que su espalda dio contra la pared. – Te lo contaré todo – exclamó de repente
frente a su mirada atónita. - … Todo… pero solo si me prometes que no vas a
enfadarte. 

-¿Por qué iba a enfadarme? – preguntó medio divertido por su reacción. 

El sonido del timbre volvió a retumbar por el lugar. 

-Ve… a abrir. - ¿Por qué tenía que mirarle con esos ojos de mártir? Cómo si fuera
a crucificarle de un momento a otro, ¿Tan grave era lo que le quería contar? Tom
sabía que sí, lo era y la intriga le hacía quedarse en el sitio, esperando una
respuesta inmediata. 

El timbre sonó de nuevo, persistente y el mayor suspiró. 

-Joder… 

-Cuanta más prisa te des, antes podrás volver conmigo. – Eso bastó para hacerle
recuperar la sonrisa despreocupada y pícara al momento y sin previo aviso, lo
atrapó por la cintura y lo pegó con fuerza contra su caliente cuerpo. Los brazos de
Bill quedaron atrapados entre ambos torsos y entreabrió los labios esperando que
Tom los aprisionara con los suyos, pero este desvió la boca hasta su cuello y posó
los labios humedecidos sobre él.

-¡Ah…! – jadeó y se estremeció en cuanto notó la caliente lengua sobre su piel y la


fuerte succión, como en un pequeño y húmedo contacto era capaz de sentirlo todo
y nada, como Tom lo estrechaba entre sus brazos con firmeza y como él había
acabado rodeándole el cuello y se apretaba contra su cuerpo, buscando más
contacto. 

El timbre sonó otra vez. 

Tom se separó de su cuello dejando plasmada en el una marca rojiza y ascendió los
labios rozando con la punta de la nariz la mejilla de su hermano. No esperó a
mirarle a los ojos antes de que sus labios entraran en contacto con rudeza y sus
lenguas empezaran rozarse, ansiosas por más contacto. 

Tom volteó, aplastándolo entre su cuerpo y la pared, con una de las rodillas entre
las piernas de su hermano, rozándole con fuerza su miembro escondido entre los
pantalones. Bill soltaba suspiros ahogados en su boca y estrujaba sus rastas entre
sus manos fuertemente. 

El timbre sonó otra vez, con más insistencia y Tom, haciendo uso de su poco
autocontrol, se separo bruscamente de sus labios, dándole un pequeño bocado al
inferior y rompiendo todo contacto con el cuerpo contrario. Le dirigió una mirada
complacida y divertida a Bill, que lo observaba atento a sus movimientos, con los
labios rojos, las mejillas ruborizadas y ojos ardiendo de deseo. Respiraba
acelerado. 

-No abras… - le pidió en cuanto fue hacía la puerta. 

-Dijiste que cuanto más rápido fuera… 

-¡Sé lo que dije! – gritó alterado. – Y me da igual… - a esas alturas le daba igual
todo, cómo si en ese instante aparecía un paparazzi saltando por su ventana y
empezaba a hacerles fotos. Quería que Tom lo cogiera, lo desnudara y lo tomara
con fuerza contra la pared, hasta reventarlo por dentro, delante de quien fuera, de
toda Alemania si era necesario. Se estaba muriendo por dentro del puñetero deseo
que Tom le había inyectado con toda su maldad esa noche. Ahora no podría desear
a nadie más. Lo había hecho suyo de los pies a la cabeza. 
-Me daré prisa. – contestó Tom con sonrisita creída y anduvo hasta la puerta. – Y
la próxima vez te llevaré a un sitio donde puedas gritar a gusto sin tener que
contenerte. – el sonrojo de Bill aumentó y no podía negar que su deseo también.

-Tom… 

El mayor, en esos momentos, no podía ser más feliz. Por eso, abrió la puerta con
una sonrisa en la cara y cuando antes de poder pronunciar palabra notó un líquido
de olor extraño salpicándole la cara, su expresión cambió radicalmente a una de
sorpresa. No tuvo más de cinco segundos para poder reconocer a la persona que
tenía frente a sí, cinco segundos antes de que su mente quedara en blanco y el
cuerpo le fallase, cinco segundos antes de caer al suelo con un golpe seco, sumido
en una completa inconsciencia. 

Bill miró atónito a Tom, cayendo al suelo de rodillas y acto seguido, de costado,
cuan largo era, totalmente desplomado. Corrió hacía él enseguida, dejándose caer a
su lado, agarrándole por los hombros con fuerza, empezando a sacudirlo con
nerviosismo y entonces, el nombre de su hermano se ahogó en su garganta en
cuanto alzó la mirada y sus pupilas dieron con la figura esbelta de una persona en
el umbral de la puerta, pero no una cualquiera… no pudo evitar varias lágrimas
descender por su mejilla y romper a temblar, totalmente paralizado por el pánico.
Al igual que su cuerpo, su mente se bloqueó y ni siquiera pudo pensar que aquello
que estaba viendo en ese instante era totalmente imposible. 

Un encapuchado. Igual que su acosador… el mismo. 

Ni siquiera fue capaz de oponer resistencia cuando el encapuchado, de un


movimiento rápido, le tapó la boca con un pañuelo húmedo que desprendía un
fuerte olor y, tras cinco segundos de pánico, no supo si cayó inconsciente debido a
ese olor extraño que le había invadido las fosas nasales o de puro terror. 

El encapuchado sonrió entonces y se inclinó hacía delante, dispuesto a agarrar el


cuerpo flácido de Bill. 

-¿¡Quien eres tú!? – ese grito lo sobresaltó y cuando alzó la vista al final del pasillo
pudo ver claramente los ojos espantados y rabiosos de un chico rubio empapado,
recién salido de la ducha. Andreas observó el panorama escasos segundos, confuso
y horriblemente sorprendido. - ¿¡Que estás haciendo!? – el encapuchado no
contestó. - ¡Voy a llamar a la policía!
-¡Cierra la boca, niñato! – Andreas apretó los puños. Desde luego, no iba a
quedarse cruzado de brazos observando como un desconocido encapuchado se
llevaba a sus dos mejores amigos así porque sí. Consciente de que podría ir armado
y de que encima ese tío era como 10 centímetros más alto y ancho que él,
rápidamente, corrió hasta el salón y casi de un salto, agarró el móvil que había
sobre la mesa y empezó a marcar, alterado, pero en cuanto sonó el primer toque,
sintió el dolor de un proyectil impactar de lleno contra su rostro y cayó al suelo con
brutalidad. Observó con horror como su móvil caía y patinaba hasta esconderse
bajo el sofá y como la sangre de su nariz rota descendía hasta su barbilla y
encharcaba el suelo. 

El encapuchado le agarró del cabello y lo zarandeó cruelmente hasta situarlo de


rodillas frente a él. 

-A ti no te necesitamos para nada. – y Andreas vio con los ojos brillantes y


atemorizados el brillo de una navaja frente a su rostro.

Capítulo 18: Familia...

-¿Si? – Alina miró a aquel hombre con interés, intentado identificarlo. 

-¿Es usted Gordon Trumper? – preguntó de inmediato y el hombre alzó una ceja. 

-¿Puedo ayudarla en algo? 

-Me gustaría hablar con… su mujer. 

-¿Sobre qué? 

-Verá… soy periodista y… - antes de que la chica pudiera decir nada más, el
padrastro de los gemelos le cerro la puerta literalmente en las narices. Alina abrió
los ojos como platos y retrocedió. Chasqueó los dientes. Sería posible…

-Lárguese – le oyó decir a Gordon detrás de la puerta. 

-Solo vengo ha hacer unas preguntas sobre los gemelos, no quiero nada más. Yo…
- debería decir que estaba haciendo un artículo sobre su desaparición, sobre Tokio
Hotel y lo que representó la banda para muchos jóvenes, pero no era eso lo que
buscaba en realidad. - … Estoy intentando encontrarlos. Solo quiero encontrarlos.
– Alina esperó pacientemente una respuesta que no llegaba y finalmente, tuvo que
resignarse a que si quería encontrarlos, no podía contar con la ayuda de su
familia. Era normal. Nadie los había encontrado después de 7 años, ¿cómo iba a
tener alguna posibilidad ella? 

Se volteó, dispuesta a irse. Debería darse prisa, no le gustaría perder otro vuelo.
El tiempo corría en su contra y cuando se dispuso a irse, segura de que había
llegado hasta allí para nada, oyó la puerta abrirse tras ella. Se giró y miró al
padrastro de los gemelos ya entrado en años en el umbral de la puerta, cruzado de
brazos observándola con ojos cansados. 

-¿Qué quiere saber? 

-Vinieron antes de irse, a despedirse de su madre, ¿verdad? – Gordon no contestó.


– Lo único que quiero es encontrarlos. Aunque sea periodista, no tengo intención
de publicar nada que pueda…

-¿Periodista? – Añina le dio la espalda a Gordon, sobresaltada y miró a la mujer


que acababa de entrar en el jardín, cargada con las bolsas de la compra. Su
atención se centró en ella por completo y contra todo pronóstico, la mujer le
sonrió. - ¿Viene a preguntar por mis niños? 

Gordon estaba pegado a su mujer en todo momento, en silencio, pero observando


y vigilando a Alina con detenimiento. Simone se había sentado con tranquilidad
frente a ella después de servirle un café bien cargado y la expresión afable de su
cara permaneció plasmada en ella, como si le fuera imposible mover los músculos
del rostro para adoptar otra expresión. 

-¿Por qué está aquí? – le preguntó de improviso. 

-No se nada de los gemelos, absolutamente nada, por eso quiero informarme. 

-Entonces, ¿van a volver a remover el pasado? 

-Pronto abran sido 7 años y nadie tiene idea de que ocurrió. 

-Pero usted no quiere que las personas se enteren de que ocurrió. Esto es un
asunto personal para ti ¿no? 
-… yo era una de sus fans. 

-Comprendo. – Simone dio un breve sorbo a su café. - ¿Ha hablado ya con Georg
y Gustav?

-Si. Sus hijos… tenían una razón para irse ¿verdad?

-Desde luego. Ellos no harían algo que cambiara el ritmo de sus vidas sin razón
alguna. 

-¿Sabe cual es la razón para que se fueran? – la sonrisa de Simone se volvió de


pronto divertida.

-¿Qué importa la razón? La cuestión es que se fueron y nadie sabe donde están. 

-Si, pero la razón de su huida es… 

-Si pregunta por qué y no donde, jamás los encontrará. – Alina suspiró. 

-Supongo que tiene razón. ¿Usted tiene idea de dónde pueden estar? – Simone
negó lentamente con la cabeza. 

-Hace casi siete años que no tengo contacto con ellos. La última vez que los vi… -
en sus ojos se vislumbró un brillo de melancolía y nostalgia y Alina tragó saliva. -
… parecían tan vulnerables y frágiles que sentí que si los tocaba, se romperían.
Estuvimos hablando toda la noche y ellos hacían un esfuerzo por sonreír, por
fingir que nada pasaba pero yo sabía que no era así. Estaban cansados y
destrozados por dentro. Cuando les pregunté que ocurría Bill palideció y negó con
la cabeza. “Nada” me dijo, “Cosas del trabajo” y se subió a su cuarto
rápidamente, alegando que tenía sueño. 

-Ya estaban raros cuando llegaron aquí. – afirmó Alina.

-Mi hijo mayor y yo nos quedamos abajo y empezó a ayudarme a lavar los platos,
cosa que ya me pareció bastante extraña. Quería hablarme de algo importante, lo
sabía por su forma de actuar y empezamos ha hablar. 

“¿Qué le pasa a tu hermano?”


“Cosas del trabajo, mamá, ya te lo ha dicho” 
“¿Algo por lo que deba preocuparme?”
“Tú no tienes que preocuparte de nada, es cosa nuestra”
“Hum… ¿por qué será que no me convences?”
“¡Oh, mamá!”
“Vale, vale, me callaré”
“No te preocupes por Bill. Él está…”
“¿Está qué?” 
“Está… enamorado”
“¿Enamorado? No puede ser. ¿Hablas en serio? ¿De quien?”
“Es un secreto”
“¡Oh, no seas malo!”
“Mamá, eres una cotilla”
“¡Hijo por favor! Dime, ¿Alguna famosa? ¿La conozco?”
“… Hum… quizás te suene”
“¿Quién es?”
“No puedo decírtelo, ¡Es un secreto!”
“¡Tom, eres un mal hijo!”
“Y tú cotilla”
“¿Es por eso por lo que está así? ¿Acaso no es correspondido?”
“¡Jajaja! ¿Quién iba a ser tan idiota como para rechazarle? Es un amor
correspondido al cien por cien”
“¿Entonces?”
“… Bueno… te sorprendería saber que a pesar de cuanto se quieren, esa persona
no le conviene para nada”

-¿Qué quiso decir con eso? – Simone negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. –
Estaba enamorado de alguien que no le convenía… ¿Se largó por eso quizás?
¿Con esa persona? Y claro… no iba a dejar atrás a su gemelo. – entonces, Simone
estalló en carcajadas. 

-Conociendo a mis hijos, por muy enamorado que uno estuviera de alguien eso no
sería suficiente para alejarlos de su música. La amaban casi tanto como a sí
mismos. Cuando la dieron de lado, también dieron de lado una parte de sí muy
importante. 

-Pero entonces… sigo sin verle lógica. 

-¿Crees que alguien se la ve? Ni siquiera yo siendo su madre he logrado


comprenderlos después de siete años. – y entonces Alina enmudeció. No sabía que
demonios había esperado encontrar después de siete años. Todos habían seguido
con sus vidas como si nada, Georg casado y con hijos, Gustav trabajaba en una
discográfica, soltero pero independiente y feliz y la familia de los gemelos… la
madre de ambos sonreía. Se sentía decepcionada y estúpida. Cuando le
propusieron el trabajo, una pequeña chispa de esperanza cruzó su mente, como si
de repente hubiera aparecido una mínima posibilidad de volver a verlos, de que
volvieran a aparecer después de siete años, juntos de nuevo, los cuatro. Pero no…
nadie sabía donde estaban, era posible que hasta estuvieran muertos. 

Sentía un nudo atascado en su garganta y supo que sino se iba pronto de allí,
estallaría. 

-Entonces, sino sabe nada, supongo que será mejor que me vaya. – algo en su tono
de voz debió alertar a Simone en ese momento, que de un salto, se levantó de la
silla, pero le importó poco lo que pensara esa mujer de ella. Se preguntó entonces
que pensarían Bill y Tom si se enteraran de que su madre había sonreído con
simpatía mientras le hablaban de su desaparición y el estómago se le revolvió. Se
sentía como si la hubieran traicionado a ella misma. 

-La acompañaré hasta la puerta. – se ofreció ella amablemente.

-No hace falta. – Alina quería irse corriendo de allí o rompería a llorar. No tenía
intención de humillarse frente a nadie de esa manera pero Simone insistió y
dirigiéndole una mirada a Gordon que lo hizo quedarse en el sitio, la siguió hasta
la puerta. En cuanto la abrió, avanzó rápidamente dispuesta a irse sin ni siquiera
despedirse. 

-¡Espere! – Alina se detuvo con la mano en el corazón, ansiosa. – Hay algo que
me gustaría decirle. – la exmodelo tomó aire y lo expulsó por la boca, intentando
tranquilizarse y al cabo de varios segundos, se volvió. 

La sonrisa amable de Simone había desaparecido. 

-Yo no pude hacer nada por ellos. – sentenció. 

-¿Qué?

-Hace muchos años cometí un error. Tropecé dos veces con la misma piedra y por
mi culpa… sino fuera por mis errores ellos seguirían aquí, conmigo. – los ojos de
la mujer brillaban, aguados. – Estoy segura de que a pesar de todo, en el fondo
deben de odiarme. 
-Yo no entiendo… - Simone avanzó hacía ella y le agarró el brazo de repente.
Tenía un bolígrafo en sus manos y empezó a escribir sobre él, frente a una confusa
Alina. 

-Yo no se donde están. No me lo dijeron. Tom simplemente dijo, “vamos a irnos de


vacaciones los dos solos durante un tiempo. No se cuando volveremos” y se
fueron. Es normal que no quisieran decírmelo después de lo que hice. No soy una
buena madre. 

-Pero, ¿de que está hablando? ¿Usted sabe porque se fueron? – Simone dejó de
escribir en ese instante y la miró fijamente a los ojos. 

-Ya te lo he dicho. Yo no pude ayudarles entonces y tampoco puedo hacerlo ahora.


Quizás no me lo perdonen nunca y no pienso traicionarles de ese modo. En este
momento, solo hay una persona capaz de ayudarles… - miró lo escrito en su brazo
bajando la mirada. - … esa persona está en Hannover, está es su dirección. 

-¿Quién es la persona a la que me envías? 

-Tú… debes haber oído hablar de él si de verdad eras fan de mis hijos. Han
pasado siete años y no se que habrá sido de él pero si hay algo que contar… él lo
sabrá. Lo difícil será sonsacárselo… la vida no le ha tratado muy bien a causa de
la desaparición de mis hijos y el rencor que les guarda apenas le deja vivir… o
quizás sean los remordimientos. 

Estoy segura de que él sabe exactamente donde están…

Capítulo 19: Juego.

Abrí los ojos. Me dolía el cuerpo y el suelo frío sobre el que estaba me hizo sentir
un escalofrío. Adolorido, lo primero que hice fue toquetearme el cuello, mientras
empezaba a levantarme entre quejidos. Me di cuenta entonces de que mi gorra
había desaparecido y no solo eso… me percaté de que no estaba precisamente en
casa, en el apartamento que compartía con Georg, Gustav y mi hermano… 

Mi hermano… 
De un salto, me levanté del suelo y bastante alterado, empecé a buscarle con la
mirada. Estaba en un salón, un enorme salón de una casa que me sonaba
extrañamente familiar. La decoración era un tanto antigua, de haría varios años.
Estaba muy iluminado por la luz de las bombillas, porque al mirar fuera, a través
de las enormes puertas de cristal que daban a un espacioso jardín, vi que era de
noche. 

-¿Bill? – murmuré, descolocado y confundido. Como respuesta, el sonido del


teléfono me sobresaltó. Busqué otra vez con la mirada a alguien o algo que pudiera
aclararme que demonios hacía allí y mi vista, de nuevo se clavó en el teléfono que
no paraba de sonar sobre la mesa. Tragué saliva e inquieto, fui hacía él y lo cogí. 

-¿Si? 

-Hola Tom. – una voz grave me puso los pelos de punta.

-¿Quién eres?

-¿Quién crees que soy? – estupendo, querían jugar conmigo a hacer bromas
telefónicas. 

-¿El capullo que me ha traído aquí? Bill, se que eres tú, no estamos para bromas.
¿Dónde me has traído enano? 

-¿No te suena la decoración? –me crucé de brazos y puse los ojos en blanco,
dejándome caer sobre el sofá. La decoración me importaba más bien poco. 

-Esta bien, ¿Quieres jugar? ¿Qué quieres que haga? Me gusta ese tono grave que le
das a tu voz, pero me pone más esa vocecita aguda tuya, “Tom… si, así… me
gusta”– gemí poniendo voz aguda. – Billy, no hacía falta que me trajeras a un lugar
desconocido si querías jugar a la línea erótica. – la pequeña carcajada que escuché
al otro lado de la línea me hizo sonreír. - ¿Te lo pasas bien? espero que Georg y
Gustav no estén ahí, porque sino, creo que acabo de cagarla. Avísame sino quieres
que todo el mundo se entere de nuestro secreto cariño. 

-¿Qué secreto?

-Ah no, no creas que soy tan tonto como para soltarlo. ¿Y si esto es una cámara
oculta qué? Deberías tener más cuidado o todos se enteraran de que nos lo
montamos juntos… ¡Oh no! ¿He dicho eso en voz alta? – exclamé sonriente, con
expresión de fingida sorpresa. – Bill por favor, deja de jugar. 

-¡Jajaja! 

-¿De que te ríes? 

-¿Cómo se te ocurre soltar algo así por aquí? 

-Mira que eres idiota. Como si alguien más a parte de ti me estuviera escuchando. 

-Cierto… pero tal vez te interese saber que no soy Bill. 

-¿Ah no? ¿Quién eres entonces? – pregunté, incrédulo. 

-Un asesino que te ha secuestrado a ti y a tu hermano para jugar a un juego y luego,


destriparos. 

-Si, claro, ¿Cómo no? ¿Sabes una cosa tío? No me das miedo, seas quien seas. No
es la primera vez que me enfrento con un loco.

-Lo se. ¿Suficiente experiencia con el acosador de la capucha? – otra carcajada


estalló al otro lado de la línea y entonces tuve la certeza de que aquella voz, no
pertenecía a mi hermano. No conocía a nadie que fuera tan sumamente cruel como
para hacer una broma semejante sobre un difunto enfermo. 

-¿Dónde está Bill? – pregunté, en el tono más tranquilo que pude lograr, severo. 

-Sal fuera. – se limitó a decir la voz. Yo suspiré, agarré con fuerza el inalámbrico y
me levanté del sofá, caminando hacía las puertas de cristal que daban al jardín. Salí
fuera, con los cinco sentidos puestos en el lugar, muy alerta. No vi nada. De nuevo,
me llevé el teléfono al oído. 

-¿Qué quieres que vea? 

-Detrás de ti… – y al instante, me di la vuelta. Por un momento, mi mirada quedó


clavada en el cuerpo inerte que se balanceaba de derecha a izquierda sobre la
balaustrada de la ventana del segundo piso. Varias gotitas de sangre goteaban sobre
las baldosas del jardín y una arcada subió hasta mi boca. Me arqueé bruscamente y
estuve a punto de vomitar. Me tapé la boca y me mantuve varios segundos
observando el suelo, incapaz de alzar la mirada. 

-Joder… 

-¿Sorprendido? – oí a través del teléfono y de nuevo, me lo llevé al oído,


tembloroso. 

-¿Quién demonios…? 

-Compruébalo tú mismo. – un golpe me hizo caer hacía atrás, dando un grito


debido al sobresalto y observé el cadáver que acababa de descolgarse desde la
ventana y había chocado contra el suelo. Era un hombre grande, muy grande.
Parecía un ex boxeador. 

Negué con la cabeza. No podría describir el miedo que me recorrió en ese


momento el cuerpo. 

-Esto tiene que ser coña. 

-Acércate y compruébalo. – me repitió la voz del teléfono, pero en vez de


acercarme, retrocedí. 

-No, ni hablar. 

-Tom… acércate. – mientras decía que no con la cabeza, seguí retrocediendo,


tragando saliva. Miré las baldosas del suelo y me di la vuelta. El jardín era grande,
amplio y era incapaz de ver ninguna otra vivienda cercana a esa, como si ese lugar
estuviera abandonado en mitad del campo… 

Si saliera corriendo… 

-No estarás pensando en huir ¿verdad? – apreté los dientes con fuerza. 

-Escúchame capullo, voy a colgarte y voy a mandarte a tomar por culo, ¿me
entiendes? No pienso seguirte el juego, me largo, ¿me oyes? 

-Claro, lárgate, puedes irte cuando quieras pero… ¿no te olvidas de algo… o
alguien? – otro golpe me hizo encogerme de miedo y el vello se me puso de punta.
Antes de volverme, deseé que aquello no estuviera sucediendo, que fuera una
pesadilla como otra cualquiera. Sabía que no lo era y, de alguna forma, sabía que
no podría huir aunque tuviera el camino libre, porque allí, en esa casa, aun estaba
mi otra mitad. Justo detrás del cristal que en ese momento, Bill golpeaba con los
puños, dentro de esa casa. 

-¡Bill! – corrí hasta mi hermano, que golpeaba las puertas de cristal con expresión
desesperada, intentando llegar hasta mí. Intenté abrir la puerta tirando del pomo,
pero no se abría. 

Otra vez no. 

Bill temblaba de miedo al otro lado y las lágrimas descendieron por sus mejillas.
Estoy seguro de que se acordaba a la perfección de aquel día, aquel terrorífico
momento en el que se quedó encerrado en el baño junto a un acosador
esquizofrénico, en la oscuridad. Yo también estaba muerto de miedo y lo primero
que hice fue pegarle una patada al cristal y luego embestirlo con el hombro. Me
encogí de dolor y el cristal no cedió, ni siquiera sufrió rasguño alguno. 

Bill lo golpeó con fuerza con los puños, dándole patadas furiosas, desesperado.
Retrocedió varios metros dispuesto a correr hacía él y embestirlo y yo negué con la
cabeza, haciéndole gestos con las manos para que se detuviera y gritándole
negaciones que seguramente no llegarían a su oído. El cristal estaba blindado, se
iba ha hacer mucho daño. 

-¡Bill, ya vale, tranquilízate, estoy aquí! – aunque no pudiera oírme a través del
cristal, tal vez sintió mi desesperación. Pegué mi mano a la puerta de cristal y
apoyé la frente sobre él, intentando mantenerme lo más relajado posible. A Bill,
por el momento, se le contagió una parte de mi aparente tranquilidad y anduvo de
nuevo hasta mí, tembloroso. Posó una mano sobre la mía, aun cuando el cristal nos
impedía el contacto que tanto deseaba. 

-Sácame de aquí, Tom. – supe que eso era lo que rogaba en su fuero interno y
tragué saliva, decidido. 

Una vez más, me llevé el teléfono al oído sin apartar la mirada de mi hermano. 

-Está bien. ¿Qué tengo que hacer?

-Veo que por fin empiezas a comprender las reglas del juego. Regla número uno…
aquí las preguntas y las órdenes las doy yo y de momento, te ordeno que vayas
hacía el cadáver y juegues al quien es quien con él. La primera pregunta es…
¿Quién es él? 

-¿Qué clase de mierda de juego es este? 

-Ya te he dicho que las preguntas las hago yo. Si me haces perder la paciencia,
Billy lo va a pasar mal. – tragué saliva y asentí con la cabeza con los ojos clavados
en los confusos de mi hermano. Lentamente, me aparté del cristal y anduve hacía
el cadáver que había sobre el suelo. Oí como Bill volvía a golpear el cristal,
nervioso y le dirigí una mirada tranquilizadora que le hizo morderse el labio con
preocupación. 

Me planté frente al cuerpo inerte y no sin sentir náuseas me agaché y le empujé


hacía un lado, haciendo que quedara boca arriba. Me aparté espantado y me tapé la
boca, sintiendo arcadas. 

-Hagis… - la cicatriz que le cruzaba la cara y las quemaduras plasmadas en ella


eran prueba suficiente. Sus ojos azules estaban abiertos de par en par y por los
labios se escurrían hilos de saliva y sangre. Retrocedí, asqueado y miré a mi
hermano, con los ojos clavados en él y una mueca de horror en la cara. 

-Es Hagis, ¡Hagis! – grité al teléfono. 

-¡Exacto, respuesta correcta! 

-¿Qué coño hace este aquí? ¿Qué tiene que ver él en todo esto? 

-¿No es obvio? Él es la persona que os ha traído aquí. Mi cómplice. 

-Tú cómplice, ya… ¿Y por qué lo has matado entonces? 

-No he sido yo quien lo ha matado, sino tú. 

-¿Qué? ¿De qué estás hablando?

-¡Oh, vamos Tom! No me digas que nunca has visto una película sobre un asesino
sicótico. No pensarás en serio que voy a ser yo quien cargue con el muerto. La
historia es esta… Hagis quería venganza por su sueño frustrado y la consiguió, y
cuando tú te enteraste de que le hizo a tu hermano, furioso, lo asesinaste sin
piedad. 
-¡No entiendo nada de lo que me estás contando, joder! 

-Oh, no me digas que tu hermanito no te ha dicho absolutamente nada de lo que le


ocurrió la otra noche. Te daré una pista Tom… su brazo. 

-¿Qué? – yo aun estaba shock, un shock que me iba a durar un buen rato. Mi
cabeza estaba repleta de dudas y mi cuerpo estaba temblando de terror.

-Mira su brazo. – aun así, no me negué a cumplir las ordenes. Bill estaba dentro, yo
fuera. Él estaba en peligro y no pensaba arriesgarme. Solo tenía que seguirle el
royo, solo eso, así que volví a darme la vuelta, caminé hasta el cristal donde al otro
lado, Bill se movió, nervioso y confuso y mis ojos se clavaron instintivamente en
su brazo, el cual ya no estaba vendado. No se que cara pondría en ese momento,
pero en cuanto vi la cicatriz aun reciente gravada en su piel, al rojo vivo y lo que
quedaba de su impresionante tatuaje y leí las palabras maricón perdedor en él,
golpeé con todas mis fuerzas el cristal con el puño cerrado, tan colérico que Bill
retrocedió, sobresaltado por mi arrebato de ira. 

-La historia es de lo más simple. Hagis quería vengarse y lo hizo, no solo le metió
la paliza del siglo a Billy, sino que empezó a chantajearlo. Cuando tú te enteraste,
hiciste que tu hermano contactara con él y quedasteis a las afueras de Magdeburg.
Hubo una fuerte pelea y Hagis fue apuñalado, por ti. Murió a los pocos minutos,
desangrado. 

-¿Intentas echarme las culpas de un asesinato a mí?

-Eso depende. 

-¿¡De qué!?

-De si consigues salir vivo de aquí o no. – no podía creerme lo que estaba
sucediendo. Mi cuerpo se movió solo, con histeria, dando vueltas por el jardín y en
un momento de locura, grité, rabioso. 

-¡No puedes hacer eso, no he hecho nada, no hay pruebas, no hay nada, ni siquiera
se que está pasando! ¿¡Por qué estoy aquí, que tiene que ver Bill en todo esto,
quien coño eres!? 

-¡Cállate ya joder! ¡Te dije que las preguntas las hacía yo y solo yo, así que cierra
la boca! – me mordí la lengua, golpeando el cristal de nuevo. Bill me observaba
con nerviosismo. 

-Vale… ¡Vale! Dime lo que tengo que hacer para sacar a mi hermano de ahí. 

-Es muy fácil. Solo tienes que responder a una pregunta y te juro que tu hermano
saldrá sano y salvo… siempre que la respuesta sea correcta. – tragué saliva. – Sólo
respóndeme a esto... ¿Por qué tu padre abandonó a tu madre hace doce años?

-¿Qué? – me quedé totalmente boquiabierto. 

-Venga ya, te lo he puesto muy fácil. 

-¿De qué coño hablas? ¿Qué tiene que ver eso con todo este tinglado?

-Solo, ¡Responde! – estaba rabioso y aún así, me tragué la ira con la mente repleta
de pensamientos sobre Bill, intentando calmarme. 

-Se fue… él dejó de querer a mamá y se fue. Solo… solo eso. A nosotros nos dejó
tirados, fue un imbécil pero… aún así se preocupaba por Bill y por mí después de
todo. – era increíble que aun después de tanto tiempo la herida aún no hubiera
cicatrizado del todo. Acababan de meter el dedo en la yaga, pero eso no importaba,
no ahora. 

-… Es una pena… respuesta incorrecta. 

-¿¡Qué!? – la sangre se me congeló en las venas. 

-La respuesta es incorrecta, has fallado. 

-¡No, no he fallado! ¡Mi padre cogió un día las maletas y se largó, no hay más
explicación, dejó tirada a mi madre y se fue! 

-No, ni hablar. 

-¿Qué coño vas a saber tú si es verdad o mentira? ¡Yo lo ví con mis propios ojos,
yo lo viví!

-¡Entonces deberías saber que papi dejó a mami porque era una maldita zorra y se
enteró en el último momento! ¡Papi era un buen hombre que fue vilmente
engañado por la clase de mujerzuela que mira antes por lo que le conviene a lo que
los demás sienten, y aún teniendo hijos, actuó igual! – me quedé completamente
paralizado. Si la confusión y la alteración me habían dominado por completo desde
el principio, ahora era incapaz de reaccionar. 

-¿Qué gilipolleces dices?

-Lo siento Tom, pero me temo que el tiempo se ha acabado para Billy. Le has
fallado a tu pobre hermano. – y colgó. Tampoco había tiempo para quedarme
shockeado. Oí el ruido que hizo el puño de Bill al golpear el cristal y volteé
enseguida. Lo encontré de espaldas a mí, con la vista clavada en el frente y noté su
cuerpo temblando violentamente contra el cristal. Entonces me fijé en lo que
miraba con tanto pavor. 

Una persona se aproximaba hacía él, vestida de negro por entera, con una capucha
ocultándole gran parte del rostro y un pañuelo negro cubriendo la nariz y la boca.
Andaba hacía él lentamente, como si lo analizara con la mirada, no, más bien
divertido por el miedo que recorría su cuerpo y entonces, vi a través del cristal algo
brillante resplandeciendo en su mano. 

-¡Bill! ¡Sal de ahí! – volví a golpear el cristal con fuerza, pero mi hermano no se
movió. Temblaba, muerto de miedo y el encapuchado seguía avanzando. - ¡Bill! –
no se movía y yo estaba desesperado. Retrocedí y rápidamente, justo cuando el
encapuchado estaba a menos de un metro de él, me abalancé contra el cristal, que
tembló débilmente frente a la embestida de mi hombro. Me retorcí de dolor un
segundo y cuando volví a alzar la cabeza, vi a Bill caer al suelo y al puñal del
encapuchado dar contra el cristal con violencia, justo en el lugar en el que mi
hermano se había hallado hacía escasos segundos. 

-¡Corre! – grité, aún sabiendo que no me oía y Bill se levantó del suelo y salió
corriendo fuera del salón. El encapuchado salió tras él y yo retrocedí, con la mano
en el hombro, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no chillar de dolor. No podía
mover el brazo y cuando lo noté flácido e inmóvil, supe que se me había salido. El
hueso se me había desencajado y se me descompuso el estómago. 

Pero eso era lo de menos. Debía entrar en esa casa y estaba claro que era imposible
hacerlo por las puertas del jardín. Corrí alrededor de ella, buscando la entrada o
alguna ventana abierta y cuando encontré la puerta de entrada, intenté abrirla
inútilmente. 

Tenía que entrar, tenía que entrar, Bill estaba dentro, solo y con un asesino
pisándole los talones. 

Alcé la mirada, reprimiendo lágrimas de desesperación y mis ojos se clavaron en el


canalón pegado a la fachada que subía hasta el tejado, pasando justo al lado de la
ventana de la segunda planta, medio abierta. 

Iba a ser difícil escalar con un brazo desencajado. 

Andreas abrió los ojos con lentitud. Desorientado y aturdido como se encontraba,
se vio incapaz de situarse en el lugar donde estaba tumbado en ese instante. Le
llevó varios minutos despertar del pequeño trance en el que se había sumido y
entonces notó la sangre reseca que descendía por su nariz salpicando el suelo. 

Se levantó, no sin trabajo y se llevó las manos a la cabeza, adolorido. 

-¿Qué demonios…? – y entonces lo recordó todo, de golpe, y la realidad volvió a


dejarlo en estado de shock durante varios segundos. 

Alguien había entrado, alguien había atacado a los gemelos y alguien le había
atacado a él. Debería estar muerto, pensó, recordando una navaja brillando
amenazadoramente frente a su cara. 

-Ya vale – recordó que alguien pronunció esas palabras con una serena voz
femenina y el hombre que estaba sobre él apuntándole con arma blanca miró la
figura oscura, delgada y esbelta que se hallaba en el umbral de la puerta. – Ya
tenemos lo que queríamos, él no tiene nada que ver en esto. – esas palabras le
azotaron la cabeza con fuerza, no por el significado en sí, sino por el
reconocimiento de esa voz. Sabía de quien era esa voz, la reconocería en cualquier
parte del mundo. Esa voz femenina… 

-De acuerdo. – el encapuchado guardó la navaja, pero él no le prestó atención a ese


detalle. 

-Ley… - murmuró. La chica que los observaba le dirigió una breve mirada bajo la
capucha que le tapaba los ojos. – Ley… 

-Haz que se calle y vámonos. – dijo ella, con un tono de voz totalmente indiferente
y lo último que Andreas sintió fue un fuerte olor y algo líquido salpicarle la cara.
Después, todo era oscuridad. 

Entonces, fue consciente de todo lo ocurrido y se levantó del suelo de golpe.


Corrió por toda la casa, abriendo todas las puertas, buscando por todas las
habitaciones, gritando con desesperación esperando una respuesta por parte de los
gemelos, de sus amigos… nada. 

-Mierda… Leyna, ¿Qué has hecho? – murmuró para sí. Anduvo hacía el salón,
cabizbajo y alterado y entonces, lo vio. El móvil se iluminaba levemente bajó el
sofá y corrió hasta él, agarrándolo con fuerza y de pronto, lo miró como un niño
mira una fea herida ensangrentada impregnada en su piel. 

No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero los gemelos habían sido
secuestrados, eso era seguro. Debería llamar a la policía y denunciarlo, pero si lo
hacía y Leyna tenía algo que ver, ¿que sería de ella? ¿Y los gemelos? ¿Qué sería de
ellos si no lo denunciaba? 

Y entonces, supo que debía tomar una difícil decisión. 

Corrí por toda la casa buscando una salida. El terror me guiaba y me hacía correr
como nunca lo había hecho. Cuando di con la puerta de entrada, se me escaparon
lágrimas de alivio y me lancé sobre el pomo.

-No… no… ¡No, no, no! ¡No, por favor! – estaba cerrada a cal y canto y me
deshice en llanto. Miré hacía atrás y allí estaba el encapuchado, saliendo del
pasillo, mirándome bajo la capucha y dirigiéndose hacía mí a paso ligero, con el
puñal en alto. Desesperado, cogí lo primero que vi sobre el mueble de la entradita y
le tiré un marco de fotos a la cabeza. Él retrocedió enseguida y casi cae al suelo.
Yo salí corriendo de nuevo, tirando de paso el mueble poco pesado sobre él, pero
en cuando entré en la cocina y cerré la puerta tras de mí, encajando el cabezal de
una silla bajo el pomo para atrancarla, los golpes de unos puños furiosos la
hicieron temblar y el ruido se me hizo aterrador. 

Busqué por la cocina, tembloroso e histérico algo con lo que poder defenderme y
encontré uno de los cajones repleto de cubiertos, cuchillos y unas tijeras bien
grandes para cortar la carne o para lo que fuera que la utilizaran. Tomé el cuchillo
más grande que vi y me guardé las tijeras entre la cintura de mi pantalón y mi piel,
tapándolas con la camiseta negra. Estaban frías. 
Los golpes seguían retumbando en mis oídos, la mano con la que sostenía el
cuchillo temblaba y estaba al borde de un ataque de nervios, con los ojos clavados
en la puerta, esperando lo peor. 

Busqué una salida con desesperación, recorriéndome la cocina de arriba abajo y


entonces, el sonido de un móvil me desconcertó. 

Un móvil… podría llamar a la policía. 

Empecé a poner patas arriba la cocina, guiándome por el sonido del teléfono y al
fin lo encontré sobre uno de los estantes. Lo miré unos segundos, desconcertado.
Era exactamente el mismo modelo de Tom, el mismo de hacía unos meses, quiero
decir. El que perdió en aquella persecución en el hotel donde nos atacó el
acosador. 

¡Claro que era el mismo modelo, era su móvil! Lo reconocí por el arañazo de la
pantalla, pero… ¿Qué hacía ahí? Joder, ya lo pensaría luego. Lo abrí y leí
sobrecogido el nombre que se iluminaba en la pantalla.

Pulsé el botón para recibir la llamada. 

-¿¡Andreas!? 

-¡Bill! – suspiré, aliviado. - ¿¡Dónde estáis, que ha pasado!?

-¡Andreas, menos mal que eres tú! ¿Dónde estás?

-En casa. Un encapuchado me atacó cuando intenté defenderos, acabo de


despertar. 

-¿Viste como nos secuestraban?

-¡Si!

-¿¡Y por qué coño llamas al móvil de Tom!? ¡Llama a la policía! 

-Pero…

-¡Andreas, por favor! 


-¿Dónde estáis? – claro, ¿De que servía llamar a la policía si no sabía a donde
enviarles? Miré a mi alrededor, tranquilizándome poco a poco. 

-No tengo ni idea de donde… - miré a través del cristal blindado de la pequeña
ventana, intentando reconocer el paisaje… y lo conocía. Conocía el lugar, conocía
la jodida casa pero… ¿De qué? ¿Dónde demonios…? Un momento… 

Vi a lo lejos, entre dos árboles del jardín una piedra enorme rodeada de flores
silvestres. No podía ser que estuviera en ese lugar ¿no? O si… ¡Claro que conocía
la casa, claro que conocía el jardín! ¡Allí, entre esos dos árboles, debajo de esa
roca, Tom y yo enterramos a nuestro primer gato cuando murió, hacía tantos años
que apenas lo recuerdo, pero fue allí, fue allí! Eso significaba que esta casa era…
¿Nuestra antigua casa de Hamburgo? 

-Hamburgo. – murmuré al teléfono. 

-¿Qué?

-Estoy seguro de que estamos en nuestra antigua casa de Hamburgo, ¡Seguro! 

-¿Cómo puedes estar tan seguro? 

-¿¡Quieres dejar de poner pegas y llamar a la policía!? ¡Tengo un maldito asesino


pisándome los talones y no se donde demonios está mi hermano! – y entonces, me
quedé mudo. Los ruidos de la puerta habían parado. 

Giré mi cuerpo lentamente hacía la puerta y temblé cuando vi que estaba abierta. 

-Bill, ¿sigues ahí? – no era capaz de contestar. - ¡Bill! – el móvil se me escurrió de


las manos entonces y cayó al suelo. 

-¡No! – grité y guiado por el miedo y la desesperación, me giré con el cuchillo en


la mano. Sino me hubiera girado en ese momento, tal vez estuviera muerto. El
puñal dio con el cuchillo y este se me escapó de las manos. 

El encapuchado me golpeó la frente con el mango del puñal y caí al suelo. 

-¡Bill, Bill! ¿¡Que está pasando!? – oí los gritos de Andreas a través del móvil,
pero no contesté. Él aplastó el móvil antes de que pudiera responder, agachándose
de cuclillas frente a mí. En una mano, cargaba con el puñal, en la otra, con el
cuchillo que se me acababa de escapar, el que me puso bajo el cuello. 

-Ahora, vas a estarte quietecito porque tú y yo, tenemos un asunto pendiente. 

No pude evitarlo. Empecé a gritar, aterrorizado.

Capítulo 20: Secreto.

Cuando caí dentro de la casa, abriendo la ventana con empujones flojos, me dieron
ganas de echarme a llorar. Desde luego, no había sido fácil escalar hasta el
segundo piso por el canalón con un brazo fuera. El dolor era difícil de soportar y
no tenía ni tiempo ni paciencia como para colocármelo. Ni siquiera sabía como se
hacía y sabía que iba a doler. 

Eso era lo de menos. Lo importante ahora era encontrar a mi hermano sin que me
encontrara ese loco primero pero, aun así, me quedé unos momentos absorto,
observando la habitación. Porque ya había estado allí antes. 

Un escritorio, un armario empotrado enorme, dos sillas… y dos literas. La


decoración era diferente, pero lo demás era exactamente igual. Nuestra habitación,
mía y de Bill, de hacía bastantes años, de cuando aun íbamos a la escuela. ¿Qué
hacíamos allí? ¿Qué pretendía el secuestrador trayéndonos aquí? 

Una ligera sospecha empezó a dominar mi mente, pero un grito que me paralizó
durante un instante me dejó la mente en blanco, y solo fui capaz de correr. Abrí la
puerta del cuarto, corrí por el pasillo hasta el principio de las escaleras y entonces
alguien me agarró del hombro. Volteé rápidamente, alzando el brazo y antes de que
pudiera siquiera ver a la persona que me atacaba, agarré el puñal con el que
pretendía apuñalarme por la espalda, con la mano desnuda. 

-Ah… ah… - la sangre se escurrió por mi mano, salpicando el suelo. Mi mano


temblaba. Me dolía horrores y esa persona me pegó un puñetazo en la mejilla que
no pude esquivar. Caí por las escaleras. No sentí mucho al clavarle las esquinas de
los escalones mientras caía y me golpeaba la cabeza, lo que si sentí fue el dolor al
caer sobre el brazo desencajado. Grité como no había gritado en mi vida y observé,
impotente, como el encapuchado bajaba con pasos seguros y tranquilos. 

Intenté levantarme, pero solo podía utilizar un brazo y tenía la mano ensangrentada
y desgarrada. Me escurrí con mi propia sangre y me desesperé. 

-Ya no eres tan gallito ¿eh? El siempre orgulloso Tom, patéticamente destrozado
sobre su lecho de muerte. – la misma voz que la del teléfono. No repliqué, no era
cuestión hacerlo en mi posición. 

-¿Dónde está Bill? – murmuré y noté el sabor metálico de la sangre en mi boca. 

-Tranquilo. Voy a llevarte ahora mismo junto a él. – y me agarró del brazo
descolocado, levantándome del suelo tirando bruscamente de él. Me tragué los
gritos de dolor y me obligué a levantarme y a seguirle lo más de cerca posible,
intentando evitar que tirara de nuevo del brazo que ya ni sentía. Me arrastró hasta
el salón y allí, cuando abrió la puerta, vi claramente a mi hermano, por fin, en un
rincón del lugar. 

-¡Bill! – me miró, con cara de espanto. 

-Tom… - y tras un segundo en el que suspiró con alivio, miró al encapuchado que
me acompañaba, esta vez, con sorpresa y horror. Pronto me di cuenta de porque.
Frente a Bill, con otro puñal en alto, había otra persona, otro encapuchado. 

Eran dos.

El que me sujetaba del brazo me empujó y caí a los pies de Bill, que enseguida
reaccionó y me agarró, arrastrándome y haciéndome apoyar la cabeza en su pecho,
abrazándome de manera sobreprotectora. 

Uno de los encapuchados, el más bajo, nos dio la espalda y de un salto, se sentó
con despreocupación sobre la mesa del salón.

-Supongo que ahora es el momento en el que empiezan las escenas gore ¿no? – Bill
me abrazó con más fuerza. 

-¿Quiénes sois? – preguntó entonces y me sorprendí al notar que su voz no


temblaba ni un ápice. Quizás, al igual que a mí cuando lo he visto sano y salvo, el
verme le halla dado fuerzas y valor. 
-No creo que te interese saberlo. – se encogió de hombros el más alto. 

-Si nos vais a matar, por lo menos tenemos el derecho de saber quienes… y
porque. – el alto giró la cabeza hacía el más bajo, como pidiéndole su opinión y él
hizo un gesto despectivo con las manos. 

-Van a morir de todas formas, ¿no? ¿Qué más da ya? Además, Billy tiene razón,
tienen todo el derecho del mundo a saberlo. 

-Entonces, hay un motivo. – murmuró Bill. – No sois como el acosador aquel, no


estáis locos… ¿O si? 

-En realidad, él no estaba exactamente loco. Psicótico maniaco depresivo que se


dejó llevar demasiado por su paranoia sería el término correcto. Nunca pensé que
acabaría saltando desde la azotea de un hotel por darle demasiada libertad a su
imaginación. – habló el alto, jugando con el puñal distraídamente. 

-Vosotros… tuvisteis algo que ver con aquello ¿verdad? – el encapuchado subido a
la mesa estalló en carcajadas con mi pregunta. 

-Sólo un poquito. 

-¿Por qué? ¿Cómo? 

-¿Cómo? ¿En serio creíais que un loco cualquiera iba a poder burlar la seguridad
de los hoteles o a los guardaespaldas como si fuera un fantasma? ¿En serio
pensabais que era una gran casualidad que encontrara los dos números de móvil de
uno de los cantantes más famosos de Europa, así, con solo chasquear los dedos? –
entonces, encajó todo. 

-Tú, tú le diste los números, la información necesaria para seguirnos el rastro


durante toda la gira…

-¡Yo, si! – admitió, alzando los brazos al techo, como si esperara una alabanza por
nuestra parte. - ¡Fui yo quien lo hizo! 

-¿¡Por qué!? ¿¡Cómo pudiste utilizar a un pobre enfermo de esa manera!? ¿¡Para
que demonios lo hiciste!? – estalló Bill entonces, gritando, enfurecido. Así que
todo lo ocurrido, todo su sufrimiento, su sentimiento de culpa, era algo que no
habría tenido la necesidad de soportar sino hubiera sido por ellos… por ¿Quiénes?
¿Y por qué?

-¿Para que lo hice? Para destrozarte por dentro, ¡Para destrozar a los gemelos
Kaulitz, los malditos niñatos que han conseguido la fama a costa del dolor de su
familia! ¡Para destrozaros, mocosos arrogantes! – alzó el puñal frente a nosotros e
instintivamente me agarré al brazo que me abrazaba con fuerza los hombros. La
sangre de mi herida quedó impregnada en su piel. A él no le importó. - Quería
veros caer tan rápido como habías ascendido. ¡Quería veros llorar cuando os
dierais el hostión contra la dura realidad y que no fuerais capaces de volver a
ascender! ¡Miraros, nacisteis siendo unos nadie, pero joder, nacisteis también
hechos para la fama, para vivir un sueño! ¡No tenéis ni idea de lo que es vivir
despierto! 

-Cálmate… - interrumpió entonces el otro y apartó el puñal de nosotros. – El caso


es que sabíamos como iba a reaccionar Bill después de semejante trauma. Nuestra
intención era que uno acabara mal, muerto quizás, a manos del acosador. Él otro se
derrumbaría y Tokio Hotel acabaría. Por desgracia no fue así… 

-Vosotros intentasteis matar a Tom. Vosotros condujisteis al acosador hasta su


habitación. – Bill y yo no tardamos en empezar a atar cabos con cada nueva
información que nos llegaba. 

-Si, muy cierto. Pero el acosador era un psicótico, un pobre demente y eso no lo
tuvimos muy en cuenta. Su actitud era demasiado voluble como para poder
controlar sus reacciones y se suicidó antes de acabar el trabajo. Él ni siquiera sabía
que le estábamos utilizando para beneficio propio, creía que le estábamos dando
una oportunidad de contactar con su amado Bill. Nadie se molestó en investigar
más allá. La víctima no tenía familia y nadie reclamó su cadáver y todo el mundo
estaba demasiado traumado como para denunciar lo ocurrido. Si alguien hubiera
indagado más en el asunto, hubieran acabado descubriendo tarde o temprano que
alguien más listo y con influencia había sido el cerebro del crimen. Pero nadie le
dio verdadera importancia al incidente. 

-Hijos de puta. – murmuré. 

-Ju… después de aquello, supimos con certeza que necesitábamos poner en


práctica el plan B para rematar la jugada y dejaros totalmente fuera de juego. Para
eso volvimos a usar la misma táctica… utilizar a personas “psicóticas” – se
encogió de hombros levemente. – Y fingir que nosotros no teníamos nada que ver. 
-Hagis, un imbécil tarado con mucha fuerza y ansias de venganza hacía el gemelo
menor fue la mejor opción. Dimos con él fácilmente, seguía viviendo en su vieja
casa heredada de su difunta madre y en cuanto le hablamos de los gemelos, se
olvidó de lo demás. Cogió el coche y partió en vuestra búsqueda, deseando
destriparos. – el menor sonrió. 

-Fue fácil guiarlo hasta la discoteca aquella noche y, aunque de nuevo, nuestros
planes no salieron exactamente como habíamos planeado, Hagis descubrió algo
muy curioso, ¿verdad, Billy? – miré a mi hermano de reojo. Se mordía el labio
inferior, rabioso. Entonces, el mayor sacó algo del bolsillo y nos lo mostró,
sonriente. 

Me quedé mudo al ver esas fotos y sabía exactamente el momento en el que habían
sido tomadas. De repente, algo hizo clic en mi cabeza y todo encajó. 

-Hagis llamó a Bill exactamente al día siguiente, nosotros le facilitamos el número


de nuevo y… esa misma noche, Billy lo pasó realmente mal. 

-Pensamos que con eso, Tokio Hotel acabaría pero… los gemelos se esforzaron de
nuevo por permanecer juntos pese a todo y eso no nos convenía y… ¡Aquí
estamos! – gritó con entusiasmo el más bajo y, por unos momento Bill y yo
permanecimos en silencio, sin saber que decir, que hacer, como reaccionar…
íbamos a morir. 

-Aún sigo sin entenderlo. ¿Por qué nos odiáis tanto? ¿Qué hemos hecho nosotros?
¿¡Quienes sois!? – el grito de Bill retumbó en mi oídos. Sentí su barbilla temblar
sobre mi hombro y sus lágrimas descender hasta mojar mi piel. 

-¿Qué quienes somos? ¿Qué por qué os odiamos? Todo empezó hace mucho
tiempo, demasiado y me entristece el hecho de que no nos reconozcáis, porque,
aunque siempre ha sido de manera secundaria, siempre hemos estado en contacto
con vosotros mucho más de lo que creéis. 

Y, durante el escaso segundo en el que ambos se quitaron la capucha y dejaron sus


rostros al descubierto, sentí con más intensidad que nunca el miedo y la necesidad
que Bill tenía de compartir ese momento conmigo, aunque fuera en esas
circunstancias tan desagradables. Porque aunque aun no sabíamos cuanto, aquel
era un momento muy importante y cuando vimos sus rostros, solo algo nos rondó
por la cabeza en ese preciso instante. 
¿Por qué?

Capítulo 21: Pasado.

Alina no sabía que hacer. Eran las once de la mañana y acababa de aparcar su
BMW en un paso de cebra después de más de cinco horas de viaje. Estaba
cansada y nerviosa, pero sobretodo ansiosa por saber quien demonios era la
persona a la que Simone había enviado. Mientras subía las escaleras del edificio,
se mostró segura y confiada, pero una vez frente a la puerta indicada según lo
escrito en su brazo, tragó saliva. 

¿Quién sería la persona que abría tras la puerta? Alzó la mano temblorosa,
rozando el timbre de esta con los dedos cuando de repente, la puerta se abrió. 

Esa persona se quedó tan sorprendida de verla frente a su puerta como ella por la
repentina sorpresa. 

Él alzó una ceja mientras se colocaba bien la chaqueta.

-¿Si? ¿Puedo ayudarla en algo? – por unos momentos, Alina no supo que
responder. El hombre tendría poco menos de treinta años, era rubio, de ojos
penetrantes, marrones. Su mirada entre curiosa e inquieta le recordó a su viejo
ídolo. Aquel al que buscaba. Eso la hizo volver a la realidad. 

-Soy… - bajó la mirada unos segundos y se mordió el labio. – Soy Alina Wolfgang
y…

-¿La modelo? 

-No… bueno, si. Pero, exmodelo sería el término correcto y… - Alina lo observó
detenidamente con los ojos muy abiertos mientras sacaba un paquete de tabaco, se
llevaba un cigarrillo a los labios y lo encendía despreocupadamente con un
mechero. - ¿Puedo saber quien…?

-¿Yo? ¿No eres tú quien ha llamado a mi puerta? ¿Por qué debería decirte quien
soy? – en eso tenía razón. – Ah, claro… puede que seas la nueva vecina. En ese
caso, siento ser tan descortés pero, la verdad es que tengo un poco de prisa.
Bienvenida a la urbanización, si necesitas algo, contacta con el presidente, sexto
piso, puerta c. Chao. – y empezó a andar por el pasillo, dirigiéndose hacía las
escaleras dando caladas al cigarrillo con inquietud. 

Alina observó de nuevo la dirección que Simone había plasmado en su brazo. No


había duda a no ser que la mujer se hubiera equivocado, así que corrió escaleras
abajo, detrás del rubio de pelo alborotado. 

-¡Oye, por favor, necesito hacerte unas preguntas! – le gritó y el hombre ni se


giró. 

-Ya te he dicho que si tienes algún problema, habla con el presidente. 

-¡No soy de la urbanización! – él siguió andando, ignorándola, bajando hasta al


aparcamiento. Se detuvo frente a un porsche negro que ya tendría un par de años,
pero estaba tan cuidado y tan limpio que parecía nuevo. Abrió la puerta del
conductor con parsimonia. - ¡Simone me dijo que tú podrías ayudarme! – y él se
detuvo. Giró la cabeza y la miró, serio.

-¿Perdón? – murmuró.

-Simone me dio tu dirección. Dijo que tú sabrías contestar a mis preguntas y… - él


apoyó los brazos en el capó del coche, observándola detenidamente, dándole otra
calada al cigarrillo. 

-¿Preguntas sobre? – su tono sonó peligrosamente agresivo. 

-Sobre… los gemelos. Los gemelos Kaulitz. – el hombre bufó. 

-Vamos, no me jodas… 

-Soy periodista y…

-Vete. Ve y dile a la zorra de Simone que se meta sus suposiciones por el culo. Yo
no se donde están y si lo supiera, tampoco lo diría. 

-¡Tú sabes lo que pasó! Sabes porque se fueron, ¿verdad? – el rubio abrió la boca
de par en par. Cerró la puerta del coche de un portazo y se encaminó hacía ella.
Alina retrocedió. Parecía indignado. 
-¿Quién te crees que eres? Vienes aquí, después de siete años y te crees con
derecho a preguntar eso y encima esperas una respuesta por mi parte. Odio a las
personas como tú, odio a los periodistas insensibles, odio…

-Esto no lo hago por un artículo o algo parecido. – él se cruzó de brazos. 

-Claro, todo el mundo dice lo mismo. Si eres una especie de madre soltera que
necesita de una especie de artículo sensacionalista para dar de comer a su hija,
creo que te resultará más fácil encontrar las cenizas de Hitler y su familia a que
algo salga de mi boca. – Alina suspiró, sulfurada. Iba a ser imposible tratar con
él. 

-Bien, entonces dime donde están y se lo preguntaré yo misma. – él rió. 

-¿Estás de coña?

-Se donde vives, no me iré hasta que no me lo digas. 

-Definitivamente estás de guasa. 

-No tengo familia, ¿sabes? No tengo prisa. – ese dato pareció interesarle. Alzó
una ceja. 

-¿No tienes familia?

-No. Los dejé tirados por un sueño estúpido. 

-Oh… vaya, que pena… Tengo que irme a trabajar, llego tarde. – se excusó
enseguida y volvió a encaminarse hacía su coche. 

-Bien, te esperaré aquí. – sonrió Alina. 

-Pues espera sentada. – susurró para si y se adentró en su coche, arrojando antes


el cigarrillo al asfalto y pisoteándolo con descuido, sin embargo, una vez dentro
del colche, volvió a encender otro. Arrancó y miró a través del espejo retrovisor.
La chica seguía allí, cruzada de brazos. Suspiró… ese día se quedaría trabajando
hasta tarde, no volvería hasta las dos o tres de la madrugada. Le sabía mal dejarla
allí plantada y sobretodo… esas malditas preguntas, las intenciones de esa
estúpida periodista… destapar el pasado, el horrible pasado. 
No le debía nada. Solo era una estúpida mujer que creía saber mucho. No le debía
nada, no le debía nada, no le debía nada…

Pero a ellos dos quizás si…

Dio un suave puñetazo al volante. 

-Mierda… - tocó el claxón y abrió la ventanilla del porsche. Alina corrió hacía él
enseguida, con los nervios a flor de piel y vio como el rubio le extendía unas llaves
con expresión indiferente. – Voy a volver tarde. Ya que se ve que eres más terca
que una jodida mula, no voy a hacerte el feo de dejarte tirada en la calle. Puedes
entrar en mi casa y… ponerte cómoda. – Alina sonrió, agarrando las llaves. 

-¿Me lo contarás todo cuando vuelvas? 

-Eso es tema aparte. 

-Es discutible. 

-Imposible. 

-¿Debo hacer algo especial para que me lo cuentes? – el hombre la miró con
impresión. Alina hizo un puchero infantil y acto seguido, él sonrió. 

-Ese gesto me recuerda a Bill. Él también tenía una manera muy peculiar de
convencer a las personas para que hicieran lo que quisiera con carantoñas. 

-¿Eso quiere decir un, de acuerdo?

-Eso quiere decir un, poco probable. – ella acabó encogiéndose de hombros y
separándose del coche. 

-Vale. Esperaré. – y tras una breve mirada seductora y divertida, el coche salió del
aparcamiento. Fue entonces cuando Alina se dio cuenta de que ni siquiera sabía
su nombre. - ¡Eh, espera, oye! – gritó cuando el coche casi doblaba la esquina,
pero de repente, de un temerario volantazo, dio un giro y en un visto y no visto, la
ventanilla del conductor se situó abierta de nuevo frente a ella. 

-¿Si? – habló en tono seductor. 


-Aún no me has dicho tu nombre. – volvió a sonreír. 

-Andreas. – y de nuevo, el porsche salió disparado, desapareciendo de su vista


casi a la nada, dejando a Alina boquiabierta y ensimismada. 

-¿Andreas? – murmuró, con un hilillo de voz.

Ya estaba paralizado desde mucho antes de que se quitaran la capucha, de miedo,


de terror pensando que el acosador había revivido solo para vengarse de mí, para
perseguirme hasta causarme la muerte entre torturas. De alguna forma, al ver la
cara de ambos me tranquilicé un tanto, pero aunque el miedo había disminuido, la
confusión, el dolor, la angustia, la frustración y los temores chocaron contra mí
como un muro de ladrillo. Sentí la mano ensangrentada de Tom aferrarse con más
fuerza mi brazo y yo apreté el agarre de su hombro. 

En aquel momento lo que más deseaba era alejarme y arrastrar a Tom conmigo,
lejos. 

-¿Por qué? – eso fue lo único que pude hacer, murmurar un débil porque.

La sonrisita maliciosa de Leyna me puso el vello de punta. 

-¿Un motivo? ¿Has oído eso, papá? – murmuró y mi mirada y la de Tom se volvió
inmediatamente hacía él. 

-¿Papá? – murmuró Tom y los dos nos quedamos absortos observando como aquel
con el que habíamos estado trabajando tantos años, aquel que nos acompañó hasta
lo más alto, el que tantas veces nos había ayudado, al que a veces incluso yo
mismo le había pedido opinión en las letras de mis canciones. 

¿Cómo? ¿Por qué David Jost, nuestro manager y productor estaba frente a
nosotros, amenazándonos con matarnos, diciendo tantas cosas que en esos
momentos me parecían incomprensibles? Mi alrededor, el ambiente de película de
terror que nos rodeaba se tambalea bajo mis piernas, ¿O eran mis rodillas las que
no dejaban de temblar? También me pareció que el corazón se me encogía sobre si
mismo, como si quisiera huir y esconderse en lo más profundo de mis entrañas,
pero mis entrañas también se estaban retorciendo de horror. 
-David… hijo de puta… - Tom se retorció entre mis brazos, como si intentara
levantarse del suelo y hacerle frente. Solo consiguió encoger el brazo que notaba
flácido sobre mis rodillas. 

-Quieto Tom, o te quedarás sin brazo. – oí un ruidito extraño en ese momento. Un


sonido que retumbaba en mis oídos de forma molesta y entonces me di cuenta de
que era mi voz. Mis pobres cuerdas vocales intentando articular palabras y los ojos
húmedos y cargados de agua que no tardaron en desbordarse. Si el cuerpo de Tom
no estuviera entre mis brazos, me hubiera limpiado las lágrimas con furia y me
hubiera abalanzado encima de David. Mi ira empezaba a sobrepasar el miedo. 

-¿Por qué?... ¿¡Por qué joder!? – David, después de tantos años, ya le había tomado
por amigo y… casi por un tercer padre. Eso era una puñalada demasiado afilada y
clavada con tanta profundidad que era incapaz de soportarlo con serenidad y
David, como si nada, se encogió de hombros.

-Parece ser que os han ocultado muchas cosas después de tantos años. – sonrió
Leyna. 

-Esta situación es… una pequeña venganza. El mundo estará mejor sin vosotros
chicos, yo y mi preciosa Leyna también porque, vosotros no deberías existir.
Fuisteis un error y... - David sonrió con burla - … el hecho de que mantengáis una
relación incestuosa solo me da más razón. 

-Nuestra relación no tiene nada que ver con esto. – Tom soltó un quejido de dolor
al intentar volver a levantarse. Yo no le permití moverse un ápice. - ¿Qué queréis
decir? – me apretó con fuerza el brazo. - ¿Quién te crees que eres para decir que
deberíamos o no existir? Estás como una puta cabra, tú… y esa zorra también. – la
expresión burlona de David no menguó, sin embargo, pateó con rudeza una de las
piernas de mi hermano, que se encogió aun más, observándole con rabia y dolor. 

-Vuelve a decir algo como eso y te romperé la pierna. 

-Ya vale, papá. Estoy cansada. Tantos años con los labios sellados, esperando una
oportunidad para acercarnos, pasando por tantas penalidades… al menos quiero
verles la cara que se les queda cuando sepan quienes son. – mi vista estaba nublosa
a causa de las lágrimas. Bajé la cabeza, con la esperanza de disimular mi dolor,
esperando que las lágrimas se detuvieran de una vez. Me sentía traicionado, dolido
y lo peor era que por mi mente no paraban de pasar escenas en las que David había
estado presente, como un tercer padre, como otro amigo, como un punto de apoyo,
como un compañero. Desde luego, Tom no tenía ese problema. Siempre había
visto a David como un mero compañero de trabajo y yo, como portavoz del grupo,
había sido el que más contacto había tenido con él. 

Y Leyna… era una buena chica, me había ayudado mucho en ese último mes y
ahora… todo, todo había sido pura fachada.

-Todo empezó hace mucho tiempo, hace unos… diecinueve años, antes de que
nacierais desde luego. Tendría casi vuestra edad entonces. – no quería seguir
escuchando, ya me daba igual. – Estaba soltero y tenía mi propio grupo… - David
se paseó, inquieto, por el salón. Miró a través de las puertas de cristal. El cadáver
de Hagis seguía allí, tirado en medio del jardín. – Una noche, fuimos a tocar a un
local. Estábamos nerviosos, pero aun así, arrasamos y, desde mi posición, desde el
escenario, la vi a ella. – de repente, noté como el agarre de Tom se aflojaba y el
brazo empezó a temblarle. Sentí que algo horrible estaba a punto de sernos
revelado. – Ella… se llamaba Simone. 

El temblor se intensificó en ambos y contuve la respiración. 

-Vuestra madre… era preciosa en aquel entonces, ¿sabéis? Y a mi me enamoró en


el momento en el que nuestras miradas se cruzaron. Desgraciadamente, iba
acompañada… pero eso no pudo impedir lo inevitable. – su rostro se llenó
amargura y yo… no podía describir lo que sentía. Durante unos segundos, se formó
un silencio incómodo hasta que Leyna saltó de la mesa ágilmente. 

-Vuestra madre y vuestro padre ya estaban prometidos cuando sucedió, eso no


pareció importarle a mamá Simone. Papi se unió a su círculo de amigos fácilmente.
Simone siempre estaba acompañada por alguien y… vuestro padre no sospechó
nada, incluso hasta después de la boda. Pobre ingenuo… 

-¿Estás insinuando… que mi madre le ponía los cuernos a mi padre… contigo? –


las palabras que yo era incapaz de transmitir salieron de la boca de mi hermano y,
temblando, pegué su cuerpo débil y magullado al mío, con fuerza, apoyando la
frente sobre su hombro. 

-Cuernos… adulterio, si. Yo era el otro, pero también era el que de verdad quería a
Simone… ella no supo verlo, no quería verlo. Estaba demasiado fascinada por
vuestro padre y él se limitaba a dejarla sola en casa, tirarse a la carretera y volver al
cabo de la semana para pasar de ella. Simone necesitaba un punto de apoyo,
alguien que le diera el cariño que su marido no le ofrecía. Ese fui yo. –
permanecimos en silencio, me mordí el labio, asimilando el relato, conteniendo las
emociones pese a la importancia de semejantes hechos. – Quería que Simone
abandonara a vuestro padre pero, si hay algo que hayáis heredado de ella a parte de
su belleza, es su tozudez. Pasamos varios años así, viéndonos a escondidas hasta
que ocurrió algo que cambió el ritmo de nuestra vida. – David nos miró. Tom tragó
saliva y supe entonces que él también lo sabía. 

-No puede ser… - solo yo fui capaz de oírle. 

-… Se quedó embarazada. De gemelos. – creo que el corazón se me paró durante


unos segundos y me vi incapaz de respirar, incapaz de asimilar lo que oía, incapaz
de razonar. 

-¿Quieres decir que somos hijos tuyos? – la facilidad con la que Tom parecía
asimilar la información me sorprendió, me dejó sin palabras. 

-Eso es lo que quería averiguar. Vuestra madre os criaba como suyos, vuestro
padre os creía suyos. No sabía absolutamente nada de lo nuestro y… Simone
tampoco se veía muy dispuesta a dejar que lo descubriera, descubrir que había otra
posibilidad. Ni ella misma lo sabía. Decía, son mis hijos, quien sea el padre no
importa. A mí si me importaba… porque la sola idea de pensar que podríais ser
míos me volvía loco. Necesitaba saberlo, pero Simone no me dejaba acercarme a
vosotros, nunca me dejó acercarme y vosotros… crecisteis sumidos en la
ignorancia de mi existencia. Siempre os he vigilado de cerca, buscando una
oportunidad y, a pesar de vuestro nacimiento, las cosas entre vuestros padres
seguían mal. Yo solo aprovechaba la ocasión para veros dormir en vuestras cunas,
ella aprovechaba la ocasión para obtener un poco de amor por mi parte. – Tom
guardó silencio y, de pronto, giró la cara, mirando a Leyna de manera significativa.
Ella sonrió con fingida inocencia. 

-Vuestro padre se acabó enterando por mi culpa. A mamá Simone se le volvió a


hinchar la barriga y esa vez, vuestro padre supo con certeza que no era un hijo
suyo. Eso pasó cuando teníais alrededor de seis o siete años. Cuando vuestros
padres se separaron…

-Eso no es cierto… mamá abortó al bebé. – esas palabras parecieron horrorizarla. –


Tú no existes. 

-Si existo… ¡Si que existo! ¡Siempre he existido, sois vosotros los que no deberíais
existir! – empezó a gritar, con histeria. – Mamá me abandonó, nuestra madre me
abandonó cuando nací, dejándome sola y yo… crecí en un orfanato sin conocer el
cariño de una familia, esperando que alguien me sacase de allí, sin saber quien era
ni de donde venía. Nunca os dijo que había dado a luz a aquella hija bastarda y que
luego la abandonó para que se pudriera, no tuvo valor… y sin embargo, si que se
quedó con vosotros. – se puso roja, rabiosa. - ¡Os odio! 

-¡¿Te crees que por el hecho de decir todas esas cosas me das alguna pena?! ¡Sea
verdad o mentira eso no cambia nada! ¡Estáis locos, los dos! – yo me mantenía en
silencio, totalmente ajeno a la situación. Tom gritaba, furioso. 

-¡Maldito hijo de puta! – Leyna se abalanzó contra Tom. Yo retrocedí,


empujándolo conmigo, pero no pude evitar que le diera una patada en el estómago
y se encogiera de dolor. Entonces David la sujetó y la separó de nosotros de nuevo.
Ella pataleaba y lloraba. 

-Ya vale, Leyna. 

-¡Los odio, papá, los odio! ¡Ellos también nos arrebataron a mamá! – gritó y se
acurrucó en los brazos de David, llorando a lágrima viva. Abracé a Tom con fuerza
cuando de nuevo, intentó levantarse. 

-Tom, por favor… no hagas nada… 

-Bill, van a matarnos, joder… 

-Por favor… - susurré en su oído y apoyé los labios unos segundos en su sien
herida. Eso pareció tranquilizarlo. 

-Simone me dejó justo después de dejarlo con vuestro padre y se mudó con
vosotros para que no tuviera oportunidad alguna de veros… y por lo visto, en su
nuevo hogar encontró al verdadero amor. Ni siquiera me dijo donde estaba mi hija,
creía que estaría mejor en un orfanato que conmigo… creía que estaba loco.

-Hizo bien. – Tom sonrió durante breves segundos. 

-Yo también encontré el amor allá por donde fui, solo y desamparado, buscando a
una hija perdida. Se llamaba Elsa y era psicóloga… - ahora fue David quien sonrió
y noté los músculos de mi hermano tensarse. - ¿Te suena, Tom? 

Frunció el ceño. 
-Llegué a quererla mucho más que a vuestra madre. Ella me salvó del suicidio y
me ayudó a buscar a Leyna. Estábamos a un paso de encontrarla cuando… llegó un
nuevo paciente a su consulta bastante particular con un trastorno psicológico. Un
niño con tendencia a la automutilación. 

-Yo… - trague saliva, consciente de la situación al fin. 

-Tom…

-Se llamaba Elsa Kadalf. Me acuerdo bien de ella. 

-Bingo. Elsa Kadalf, yo también me acuerdo bien de ella. – de nuevo, se hizo el


silencio. Miré a Leyna de reojo, entre los brazos de su padre. Ella también me miró
a mí, fijamente. 

-¿Qué le pasó? – se aventuró a preguntar mi hermano. 

-Simone y ella se conocieron. Ella se enteró de lo nuestro, se enteró también de que


tú podías ser hijo mío y después de tratarte, el día de la última sesión, tuvimos una
pelea, lo dejamos… y a la semana siguiente la encontraron muerta en la bañera de
su casa. Se había automutilado. – Tom se estremeció entre mis brazos y yo apenas
podía controlar ya todas las emociones que estaban formando un nudo en mis
entrañas. – Es curioso. Automutilada, igual que su último paciente… un mocoso de
doce años. Le dijiste algo, ¿verdad? Algo que no le gustó. Algo que le dolió… –
Tom se encogió más sobre sí, yo lo noté. Notaba su cuerpo tenso, notaba y veía su
expresión confusa, lleno de remordimientos y ansiedad. 

David cerró los ojos. Parecía resignado a nuestro silencio. 

-Unos meses después, os encontré. No había abandonado el mundo de la música y


descubrí que vosotros la amabais, así que choqué contra vuestro punto débil de
lleno y os llevé al estrellato. Por entonces, ya os odiaba, a vosotros y a vuestra
familia, a muerte. Decidí que no me arrebataríais más de lo que ya me habían
arrebatado, que no me haríais sufrir más y… 

-Entonces, ¿Por qué nos ayudaste? ¿Por qué nos guiaste hasta la fama, por qué nos
has llevado a lo más alto y ahora…? – ahora era yo quien hablaba, con voz
temblorosa y David negó con la cabeza. 
-Al mismo tiempo que di con vosotros di con mi pequeña Leyna y vi que no era el
único que lo había pasado mal. Entonces lo decidí… - David apartó lentamente a
Leyna de si, con delicadeza, como un padre que ama con locura a su hija y se
encaminó hasta la mesa. Cogió un sobre azulado, cerrado y nos lo mostró. – Decidí
que, según las pruebas de ADN que conseguí realizar gracias a una pequeña
muestra de vuestro pelo, organizaría una pequeña venganza o no. Estás son las
pruebas. – y nos arrojó el sobre a los pies. Tom y yo lo miramos y ambos tragamos
saliva. 

-Y… ¿Cuál fue el resultado? Somos… ¿hijos tuyos, o no? – murmuré, sabiendo ya
que sería incapaz de coger el sobre, abrirlo y mirar lo que había dentro, pero por
toda respuesta, David nos observó con detenimiento hasta que sus labios se
separaron para hablar de nuevo. 

-¿Sabéis que hace muchos años, en algunos lugares del mundo como, por ejemplo,
Japón o China, se decían que los gemelos traían mala suerte? Incluso se decía que
podían llegar a causar muerte porque, estos, eran la reencarnación de dos amantes
que en el pasado, habían acabado muertos por cometer un crimen pasional, por
vivir un amor prohibido y, para que esos gemelos no trajeran la desgracia a
aquellos que los rodeaban… los castigaban. Castigaban los crímenes vividos de su
vida pasada como amantes desgraciados. ¿Sabéis como los castigaban? – los dos
seguimos en silencio. Vi sonreír furtivamente a Leyna y sentí el corazón a punto de
estallar. También sentí el de Tom, bombeando con tanta fuerza y exactamente al
mismo ritmo que el mío… como si supieran que sería la última vez que latirían
juntos. 

-A los gemelos se les castigaba con una separación lenta y angustiosa. Separaban
sus almas… con la muerte de uno de ellos. 

-¿Y bien? – La sonrisa de Leyna se ensanchó de forma siniestra y macabra, sin


compasión. 

-Elegid… ¿Cuál de los dos acepta una muerte lenta y dolorosa para salvar al otro?

Capítulo 22: Última oportunidad.

-Mami… eh, Mami, despierta. – Alina abrió los ojos enseguida, sobresaltada y
encogida por el frío. Lo primero que hizo fue mirar su alrededor y se vio en un
apartamento pequeño, desconocido y oscuro que le hizo sentir claustrofobia. -
¡Mami! – pegó un salto, con el corazón a mil por hora y observó, con respiración
entrecortada como Andreas se partí de risa frente a ella. – Menos mal que te di las
llaves, sino te hubieras quedado roque en la calle, Mami. 

-Tú… ¿Cómo me has llamado? 

-Hum… Mami. – Alina rechinó los dientes. 

-No vuelvas a llamarme así. – Andreas se encogió de hombros. 

-¿Por qué no?

-Era mi nombre artístico, de cuando era modelo. Ahora ya no tiene sentido que me
llames así. Soy Alina, ¿vale? 

-Vale, vale, no me comas nena. 

-Alina. 

-Vale, como quieras, Harina. 

-¡Alina! 

-¡Vale Alina! ¡Alina, Alina, ya lo cojo! 

-¿Qué hora es? 

-Son las tres y media de la mañana. Todavía es de noche. 

-Hum… - Alina puso los ojos en blanco. 

-¿Qué? ¿Quieres dormir un poco más? Siento haberte despertado, pero dijiste que
querías hablar conmigo en cuanto volviera y… ya he terminado mi turno de noche,
además, estabas babeando sobre mi sofá nuevo. 

-¡Yo no babeo!

-Claro… límpiate la barbilla guapa. – Alina se llevó la mano a la boca,


observando de reojo como su anfitrión iba hacía la cocina. Era verdad, había
babeado. Se limpió los labios, abochornada. - ¿Quieres café? – preguntó el rubio
desde la cocina. 

-Si, gracias.

-¿Cargado?

-Mucho. 

-Ok. – Alina se levantó entonces, encendiendo la lamparita que había al lado del
sofá. El salón se iluminó lo suficiente como para permitirle ver la decoración y los
muebles. No era gran cosa. Al menos, no era comparable con los muebles de las
casa de Georg o Gustav, pero el lugar era muy acogedor. 

Había una foto sobre la mesilla de la lamparita. La miró, curiosa. Ahí estaba él,
bastante joven, acompañado por una chica rubia y muy maquillada, de ojos
verdes. Sin saber porque, le recordó ligeramente a Bill. 

-¿Tienes novia? – le preguntó a Andreas en cuanto este se asomó por la puerta,


con dos tazas de café humeante, ofreciéndole una. 

-No, estoy soltero y sin compromiso. ¿Por qué? ¿Te interesa? – sonrió burlón,
dándole un sorbo al café. 

-Lo decía por la foto que hay sobre la mesilla… por la chica… - la expresión
burlesca del rubio desapareció enseguida. 

-Ah… eso… creía que la había tirado. 

-Ju. No me lo digas. Te dejó tirado por otro. 

-En realidad no… si que era mi novia pero… murió. – le dio otro suave sorbo al
café y suspiró. 

-Ups… lo siento. No lo sabía, no tenía que haber preguntado, soy una cotilla.

-No, no pasa nada. Fue hace muchos años, ya lo tengo superado. – Alina observó
con detenimiento su expresión, entre resignada y melancólica. “Un lobo solitario”
pensó y agarró la taza de café con las dos manos, llevándosela a los labios. 
-Uff…

-¿Qué pasa?

-Nada, me he quemado los labios. Esta hirviendo. 

-¿Quieres agua?

-No, no. Está bien. – sopló con suavidad, esperando que se enfriase. A pesar de
que el lugar era acogedor, hacía un frío que le ponía el vello de punta. Vio como
el rubio daba golpecitos a su taza, con nerviosismo. 

-¿Tienes frío? Este sitio es acogedor pero… refresca bastante. 

-En realidad, si que tengo un poco de frío pero…

-Te traeré una manta. 

-No, no hace falta. En realidad, prefiero saber… - Alina lo miró y la mirada del
rubio se cruzó con la suya. De repente, las palabras se ahogaron en su garganta y
sintió que sus ojos se la tragaban, que la paralizaban. 

No era la primera vez que sentía eso… siempre que había visto los ojos de Bill por
la televisión o en alguna foto, había sentido que sus ojos la invadían por
completo. 

-… ¿Dónde… está el baño? – consiguió murmurar. Andreas arqueó una ceja, pero
siguió observándola en silencio. – El… baño…

-El baño… ¡Ah, si, el baño! – desvió la mirada enseguida, como despertando de un
trance. – Está a la… izquierda… por el pasillo… - tartamudeó con nerviosismo. 

-Gracias. – Alina se levantó del sofá con las piernas temblorosas por el frío,
soltando la taza de café en la mesa y con los ojos clavados en el suelo. – Ahora
vuelvo. – y Andreas la observó desaparecer por el pasillo. Cuando oyó la puerta
del baño cerrarse, suspiro con alivio y por un momento, dejó a su cuerpo
descansar sobre el estrecho sofá, encogiéndose sobre si mismo, acurrucándose en
él. 

Observó la foto que había sobre la mesa y sus pensamientos recorrieron un


camino que había sellado hacía años. 

Cuando cogió el coche, solo, deteniendo la hemorragia de la nariz rota como pudo
y se lanzó a la carretera, sin llamar a nadie, para buscar a Bill, Tom… y Leyna. 

Y lo que se encontró cuando llegó...

-Bill… - mis labios se separaron, secos, para hablar. Los hombros me temblaban y
él lo notaba. Tenía miedo, para que negarlo, mucho miedo. Pero estaba seguro de
mi decisión. - … Vete. 

-… 

-Si uno de los dos puede salvarse, no seré yo. Vete. – Bill no contestaba, solo me
abrazaba. – Bill… 

-No me voy de aquí sin ti, Tom. Lo sabes, así que no seas tan estúpido y guárdate
la saliva. 

-¿Es que no lo entiendes? Solo uno… solo uno Bill… no tenemos otra
oportunidad… - Bill me acarició el cuello con los dedos, lentamente. Quería
mirarle a la cara y saber que se le estaba pasando por la cabeza en ese momento o,
tal vez, quería verle por última vez. Si moría, deseaba que su cara fuera lo último
que viera, llevarme su recuerdo allí a donde fuera después de muerto, pero mis ojos
estaban clavados en aquel que pretendía separarme de mi hermano, de… mi
amante. 

-¿Y bien? ¿Quién va a morir? – preguntó David, divertido por nuestra agonía. Sentí
el aliento de Bill en mi oreja antes de poder abrir la boca de nuevo. 

-Si nos queda otra oportunidad. – murmuró y, de repente, dejé de sentir sus bazos
rodeándome y caí hacía atrás. – Lárgate de aquí Tom. – se separó de mí,
arrastrándose lejos, dirigiéndome una mirada gélida. – Seré yo quien muera aquí
hoy. – me quedé de piedra. 

-¿Qué?

-Mátame a mí.
-¿¡Que coño estás diciendo Bill!? ¡Ni hablar, matadme a mí! – me puse de rodillas
frente a ellos entre quejidos de dolor, hecho una furia. 

-¡A ti no merece la pena que te maten, eres el guitarrista, tú eres secundario, yo soy
el más importante del grupo! – me hubiera quedado pillado sino fuera por la
situación, ¿Qué coño decía ahora?

-¿¡Y eso que coño tiene que ver!? 

-¡Vete Tom! ¡Tienes el brazo hecho picadillo y la mano tonta, no sirves de nada
muerto! ¡Lárgate! 

-¡Bill me estoy cabreando mucho! 

-¡Joder, que pesado! ¿¡Y a mí que me importa!? ¿¡Crees que me importas solo por
hacer esto!? ¡No malinterpretes las cosas, es una bonita manera de acabar con tanto
trauma y librarme de ti! 

-Pero… ¿¡A ti se te va la pinza o qué!? – David y Leyna nos escuchaban en


silencio, supongo que tan flipados como yo. 

-Lárgate. – sentenció definitivamente. – No te quiero ver cerca. Nunca… te he


querido ver cerca. – y entonces lo comprendí. 

-Entiendo. Esto… esto… ¡Esto es un complot contra mí para volverme loco! –


grité, histérico. - ¡Vosotros dos le habéis lavado el cerebro a mi hermano para que
me utilizara, lo habéis convertido en un sicótico! – David y Leyna me miraron
como si estuviera loco. 

-¡De eso nada! ¿¡Te crees que soy imbécil!? ¡No necesito ayuda de nadie para
planificar mis planes! ¡Lo tenía todo planeado! Solo me lo monté contigo por mera
curiosidad, pero te volviste tan pegajoso que me dio cosa mandarte a tomar por
culo tan pronto. Además, eres bueno en la cama, hay que admitirlo. 

-¡Joder, nunca pensé que mis aventuras con las groupis te convertirían en una
especie de puta, pero claro, algo se te tenía que pegar! ¡Pues no te des tantos aires,
como si de verdad me hubieras conseguido engatusar, tampoco as sido mucho más
que un rollo con la ligera diferencia de que eras mi hermano y me daba lastima
tener que hacerte daño! ¡Pero ya está, todo arreglado, ya no hay nada que te
detenga aquí, ya puedes largarte!

-¡No lo creo, aun hay algo que me detiene aquí! – David y Leyna iban a
interrumpir en cualquier momento, indignados y confusos ante semejante
actuación.

-¿¡En serio!? ¿¡Y que te detiene!? – Bill se llevo una mano a la espalda con
rapidez, agarrando algo que se mantenía sujeto entre la cintura del pantalón. 

-Una última oportunidad para los dos. – y saltó al suelo con unas tijeras en alto que
clavó en la pierna de David, justo bajo la rodilla. 

-¡AAAH! – David gritó de dolor, Bill profundizó clavándolas con más fuerza y se
apartó, saltando hacía Leyna.

-¡Papá! – gritó antes de que mi hermano la empujara y empezara a forcejear con


ella para quitarle el puñal. David enseguida se agachó, dolido, dispuesto a
arrancarse las tijeras que le impedían el movimiento y yo, de una patada en el
estómago, lo lancé hacía atrás, haciéndolo caer. Corrí hasta mi hermano y lo
empujé junto con Leyna fuera del salón. Una vez Bill había conseguido el puñal de
ella, ya no suponía ningún problema y la apartamos con de un empujón,
empezando a correr por el pasillo, alejándonos todo lo posible del salón.

Nos escondimos en lo que, de pequeños, llamábamos Guardatrastos, al lado de la


puerta que daba al sótano, prácticamente encima de él, pero sin llegar a él. Era tan
grande como el ascensor de un hotel de lujo, pero ese escondite no nos duraría
mucho. 

-¿Y ahora que hacemos? – me preguntó Bill, susurrándome al oído. 

-Tenemos que salir de aquí. 

-La policía viene en camino. Conseguí llamar a Andreas a través de tu antiguo


móvil y le dije donde estábamos. 

-¿Viene la policía? Entonces, con un poco de suerte, quizás solo tengamos que
esperar un poco más. Le has clavado las tijeras bien a fondo, ¿no? Le llevará un
tiempo sacárselas y hacerse algo para parar la hemorragia y aún así, vendrá
cojeando. Como máximo, podemos tener un cuarto de hora hasta que nos descubra,
después… esparcirá nuestros sesos por aquí. – tragué saliva. – Pero Leyna… - Bill
alzó el puñal que había conseguido arrebatarle.

-Conseguirá otro, aunque sea un cuchillo… por lo menos ya tenemos un arma. 

-Un arma que no creo que nos sirva de mucho. Yo estoy lisiado y ellos ya están
avisados. En cuanto nos vean nos mataran, sin dudar, solo hemos ganado un poco
de tiempo y, si la policía no llega pronto… se acabó. – apoyé la espalda contra la
pared y me dejé caer lentamente sobre el suelo, agarrándome el hombro. Lo moví
débilmente, intentando colocarlo de nuevo, pero el dolor me podía. Yo no podría
colocármelo solo. – Quizás deberíamos haberle hecho caso, así, al menos uno de
nosotros sobreviviría. – Bill se arrodilló frente a mí, mirándome muy serio. 

-¿En serio crees que yo podría vivir si a ti te mataran… o tú vivir si me mataran a


mí? ¿Acaso lo que dijiste antes del rollo era verdad? Porque lo que yo he dicho de
que no te quería… era mentira. – Me miraba con los ojos brillantes, aguados y de
repente, empezaron a descender lágrimas por sus mejillas, no sabía si por el miedo
que sentía o lloraba por mí, por el posible hecho de que de verdad no le
correspondiera. Que estupidez. Si estábamos juntos, fuera de la manera que fuera,
era por mi tozudez. Quien debería preguntar si de verdad me quería, era yo, pero
no lo hice. Si íbamos a morir, por lo menos quería morir pensando que era así y,
también, morir viendo una sonrisa resplandeciente en su rostro. 

-Eh… no llores. – Bill sacudió la cabeza. 

-Esto es demasiado. – moqueó, nervioso. – Quiero salir de aquí y volver a casa y…

-Y comerte a besos y caricias y hacerte el amor de todas las formas que sean
posibles. – Se ruborizo y con el labio tembloroso, se tapó la cara con las manos,
limpiándose las lágrimas con ellas. Me hubiera gustado acariciarle y haber hecho
desaparecer esas gotitas con mis propias manos, pero una no paraba de sangrar y la
otra, con el hombro desencajado, no ayudaba. – Me siento inservible y no puedo
moverme. Espero no quedarme así para siempre o perderé mi fama en la cama. –
intenté quitarle hierro al asunto y conseguí hacerle sonreír. 

-Si eso pasara, yo tendría que ocuparme de todo. 

-Por eso tengo que recuperarme pronto o acabaré peor de lo que estoy ahora. – Bill
no respondió, se me echó encima, abrazándome con fuerza, tembloroso. Sentía sus
lágrimas cayendo sobre mi hombro herido y su brusquedad me hizo polvo, pero no
me quejé. Por un momento pensé que me había leído el pensamiento, sólo quería
tenerlo cerca, lo más cerca posible de mí. 

-Tom… si nos descubren, si nos matan… no te soltaré ni aún después de muerto.


No me sueltes tú a mí tampoco. 

-Claro que no. ¿Ya no te acuerdas? Moriremos juntos, juntos y locos a los ojos de
los demás. 

-Enamorados a los nuestros…

En ese momento, se abrió la puerta del Guardatrastos con un golpe seco. 

Bill me apretó con mucha más fuerza y yo, no sin dolor, pegué mi cuerpo al suyo y
cerré los ojos…

-Ya estoy aquí otra vez. – Alina se quedó mirando sobrecogida el cuerpo de
Andreas sobre el sofá, tumbado, totalmente inmóvil. Por un momento pensó que
estaba muerto y se inclinó hacía delante, dándole una ligera sacudida a su
hombro. 

-¿Andreas? – el rubio se sentó de nuevo en el sofá, más pálido de lo normal, con la


cabeza gacha. - ¿Andreas, estás bien? 

-Fue hace 7 años… - Alina lo escuchó en silencio. La voz le temblaba. – Todo el


mundo cree que los gemelos se cansaron de la fama, que les secuestraron o algo
parecido. No es así. Les echaron… les echaron y los obligaron a desaparecer del
mundo de la música, para siempre. Les chantajearon con que sino lo hacían…
ciertas acontecimientos que ellos mismos habían provocado saldrían a la luz.
Ellos no querían irse, técnicamente los desterraron. 

-Que horror, ¿Quién demonios fue capaz de hacer algo así? – Andreas se mordió
el labio inferior y apretó los puños. 

-El mismo al que consideraban su mejor amigo… yo. – y Alina se quedó sin
palabras. – Aquel día hacía frío, alguien vino por la mañana y se llevó a los
gemelos en contra de su voluntad. A mi me dejaron inconsciente y cuando desperté
recibí una llamada alarmante de Bill. Debí llamar a la policía, pero en lugar de
eso… tuve miedo de que a Leyna le pasara algo. 
-¿Leyna?

-Mi novia. Sabía que andaba metida en algo, que ella estaba involucrada en aquel
secuestro y no llamé a la policía porque temía que la condenaran, temía las
consecuencias que eso podía causar. Estaba tan jodidamente enamorado, tan
ciego que ni siquiera pensé en Bill y Tom. Cogí el coche y solo, fui a buscarles, sin
pedir ayuda a nadie y, cuando llegué… Leyna estaba muerta, a los pies de los
gemelos y Bill tenía un puñal ensangrentado. – Alina se llevó la mano a los labios,
reprimiendo un grito de horror. No se lo podía creer, era imposible. - ¿Te lo
puedes creer? Las personas en las que más confiaba, mis mejores amigos…
habían matado a la persona a la que más amaba. No atendí a razones. Me alejé de
ellos sin decir nada, necesitaba pensar y, al cabo de unos meses, volví a verlos en
la televisión. Tokio Hotel había vuelto, ni siquiera habían finalizado el año
sabático para que Bill se recuperara. Volvieron, sonrientes y yo, roto de dolor,
pudriéndome solo en mi agonía… quería vengarme y al cabo de un tiempo, supe
como hacerlo. Les chantajeé con hacer público algo que los masacraría. –
Andreas suspiró y se tapó la cara con las manos. – Desde que se fueron, no ha
pasado un solo día que no me arrepienta de lo que hice, pero nunca he sido capaz
de ir a por ellos y pedirles que regresaran. Nunca he tenido los huevos suficientes
para volver a por ellos… y aún no los tengo. – Alina estaba de piedra, totalmente
petrificada. De repente, había descubierto que su ídolo y su amor de adolescencia
había cometido un homicidio y que, a raíz de eso, tuvo que desaparecer, tuvo que
huir como un cobarde para que no se descubriera un escándalo. No lo entendía,
estaba decepcionada, horriblemente decepcionada y tocada. No sabía si enfadarse
con el rubio o dejar de buscar a los gemelos… no sabía como reaccionar. 

-No me lo puedo creer… ¿Por qué diablos…? No lo entiendo, ¡No lo entiendo,


tiene que haber una explicación razonable para todo esto! – gritó, levantándose de
inmediato del sofá, indignada y rabiosa. 

-¿Aún… quieres verles? – Andreas la miró, expectante, con el corazón en un puño,


con los ojos aguados, repletos de remordimientos. 

-¿Verles? – El rubio se levantó y desapareció por el pasillo. Al cabo de unos


segundos, volvió a aparecer con algo en sus manos. 

-Espero que tengas pasaporte. – le tendió un sobre blanco y cuando ella lo miró,
interrogante, él asintió con la cabeza y Alina lo abrió. – Todos los años compro el
mismo billete de avión, decidido a ir… pero al final nunca soy capaz de hacerlo.
Espero que a ti te sea más útil que a mí. – Alina leyó el destino del avión en el
billete, con los labios secos. 

-Están en Nueva Zelanda, en Oamaru.

Capítulo 23: Spring Night.

En cuanto el avión aterrizó en el aeropuerto de Nueva Zelanda, el corazón empezó


a latirme con más fuerza. Eran la una del medio día y el viaje había durado
alrededor de doce horas, durante las cuales no había hecho más que darle vueltas
y vueltas a la situación y me sentía atemorizada. Los gemelos estaban cerca, muy
cerca y yo no estaba muy segura de cómo reaccionaría en cuanto los viera, si es
que los veía. Habían pasado siete años, quizás ya no estaban en esa preciosidad
de isla, porque desde la ventana del avión, vi claramente la playa y parte de la
fauna. Ese lugar era un paraíso pero cuando bajé del avión y cogí un taxi, observé
que el lugar estaba lleno de hoteles por todas partes y pocas casitas rusticas. 
Que irónico. 

-¿Va a visitar a unos parientes? – me preguntó en inglés el taxista. 

-No exactamente, ¿Por qué? 

-El lugar al que la estoy llevando digamos que no es muy concurrido por los
turistas. No hay hoteles, las tiendas están lejos, en general es una zona tranquila y
que yo sepa, apenas hay gente viviendo allí. 

-Entiendo. 

-Eso sí, quien tenga una casa allí debe de ser alguien afortunado y con dinero.
Aunque esté lejos del centro, las pocas casas que hay tienen su propia zona de
playa y suelen ser bastante impresionantes. 

-No lo dudo. En realidad, no esperaba otra cosa. – un lugar así es exactamente la


clase de lugar que alguien como ellos elegirían. Estaba segura y, diez minutos
después, el taxi se detuvo frente a un enorme jardín rodeado por una valla blanca. 

-¿Es aquí a donde quería llegar, señorita? – me preguntó el taxista en cuanto salí
del coche. En realidad, no estaba muy segura. Busqué algo con la mirada que me
asegurara que el lugar en el que estaba era el adecuado, pero no encontré nada.
Saqué del bolso el papel con la dirección que me había dado Andreas y la leí otra
vez. Su número de móvil estaba al lado, por si necesitaba algo o, simplemente por
tenerlo localizado. Finalmente, pagué al taxista, le di las gracias y me enfrenté
cara a cara con la realidad. 

Intenté abrir la valla, pero tenía cerradura, así que empecé a trepar y, en cuanto
trepé toda su longitud, observé por fin lo que había tras el inmenso jardín. Era una
casa, una casa bastante grande, pero tampoco era una mansión como me había
hecho pensar el taxista con tantas exageraciones. Tenía la fachada de un tono
marrón claro y las tejas rojas. No era una casa rústica, en realidad, como cabía
esperar si piensas que los gemelos Kaulitz viven en ella. La playa estaba justo
detrás de la casa, casi podía escuchar el murmullo de las olas. 

Cuando descendía por la valla, lentamente y en cuanto posé los pies sobre el
extenso jardín, oí los graves y estridentes ladridos de un perro que corría hacía
mí. Retrocedí hasta chocar de nuevo contra la valla, aterrada. Era un enorme
rottweiler, precioso y bien cuidado había que admitir, pero yo solo tenía ojos para
sus inmensos dientes, a través de los que gruñía y ladraba. Me planteé en ese
momento volver a subir la valla y echar a correr en cuanto dio un salto y apoyó
las patas delanteras sobre mis hombros. Me tiró al suelo y no pude evitar gritar,
pensando que me iba a morder la cara. 

-¡Scotty! – ese grito bastó para que el perro dejara de gruñirme y, de repente, me
lamió toda la cara dócilmente. Me encogí de asco y el perro se apartó de encima
mía y salió corriendo hacía la casa. Cuando me medio levanté, limpiándome las
babas del chucho con el brazo, alcé la vista. 

Y lo vi a él. Claro como el agua. 

El perro saltaba, ladraba y daba vueltas a su alrededor y él, sonriente, le acarició


la cabeza y el lomo. 

-Buen chico. – le oí decir. Tragué saliva. 

Llevaba unos pantalones grandes y anchos, varias tallas mayor a la suya, como
hacía años. Estaba desnudo de cintura para arriba, más ancho de hombros y poco
más musculoso. Las facciones de la cara más masculinas, aun llevaba el piercing
en el labio y aún tenía las rastas. Parecían más sanas y cuidadas que hacía siete
años y eso me sorprendió, largas hasta la media espalda, recogidas en una coleta,
aunque algunas parecían haberse escapado y caían acariciándole los hombros.
Tenía una cicatriz en el costado izquierdo de considerable tamaño. Su expresión
era más adulta pero, pese a todo, su rostro seguía teniendo esa faceta inexplicable
que, al menos para mí, le caracterizaba. 

Tom Kaulitz Trümper.

Me quedé quieta, observando la escena. El perro movía la cola y seguía ladrando


de alegría. Varias veces intentaba subírsele encima, pero Tom no le dejaba, lo
apartaba, dando un grito de advertencia y el perro volvía a dar vueltas a su
alrededor, hasta que saltó del porche y empezó a ladrarme a mí, desde allí. Fue
entonces cuando Tom se percató de mi presencia y alzó una ceja, bajando del
porche y dirigiéndose a mí con curiosidad. 

Yo no sabía que hacer ni donde meterme y cuando me di cuenta, ya lo tenía frente


a mí, observándome en silencio. 

-Good morning. – dijo. 

-Guten Morgen – dije yo y a Tom le cambió la cara. Retrocedió como si hubiera


visto un fantasma. 

-¿You are… german? – yo me quedé paralizada unos segundos y me percaté


entonces de que acababa de meter la pata. 

-Nein… - la cagué de nuevo. Vi su nuez moverse débilmente, acababa de tragar


saliva. 

-¡Scotty, attack! – gritó de repente, señalándome con el dedo y pegué un bote,


blanca. 

El perro me miró unos segundos y bostezó. Se fue lentamente hacía la casa y se


tumbó tranquilamente en el porche. 

-¡Scotty, la próxima vez le vas a pedir al vecino que te tire la pelotita! – eso si lo
gritó en alemán, pateando el suelo como un crío malcriado. Me miró con el ceño
fruncido, como si esperara que me despistara para cometer un homicidio. - ¿Qué
quieres y quien eres?

-Soy periodista y me llamo… 


-¡Periodista! – se escandalizó, llevándose las manos a la cabeza. - ¡¿Por qué a
mí?! ¡Podrían haberme contagiado de peste y estar en mi lecho de muerte y
disfrutaría más! 

-Me llamo Alina Wolfgan…

-¡Me da igual, como si eres la Virgen María! 

-¿Tanto te molesta?

-¡No, claro que no! ¡Llevo siete años escondido de gente como vosotros por gusto!
– creo que podía ver como le salía humo de la nariz. Finalmente, después de oír
como me ponía verde y como maldecía a su perro de todas las formas posibles,
pareció resignarse y tranquilizarse. - ¿Quién te ha dicho donde estoy? – preguntó
con un tic en el ojo. 

-Andreas.

-¡Andreas! – se dio una palmada en la cabeza. – Sabía que no debíamos dejarle la


dirección, lo sabía, lo sabía, maldito chantajista emocional. – Suspiró. - ¿Por qué
ahora? Han pasado siete años ya.

-¿Tanto te importa?

-Si, mucho. Pero si ese hecho hiciera desaparecer a los periodistas como tú, no
hubiera tenido que huir. 

-Bueno… no soy un paparazzi. Al menos, tendrás la oportunidad de explicarte y,


tarde o temprano, acabaría ocurriendo ¿no?

-Si, supongo. – se rasco el cuello y me mió con resignación. La situación me


parecía cada vez más surrealista. Hice un esquema mental rápido de lo que sabía
hasta ahora de lo sucedido. 

Primero, apareció el acosador de Bill que le acosó durante varias semanas hasta
que la situación se salió de contraste y, según las noticias de entonces, el intento
de asesinato hacía Tom por su parte, que acabó en el suicidio del acosador. Bill
quedó un poco traumado por semejante acontecimiento y se tomó un año sabático
junto a los demás en Munich. Tom y él se sentían irritados al principio, luego, muy
cariñosos, demasiado según Georg y Gustav. Después, ocurrió el supuesto
secuestro. Según Andreas, secuestraron a los gemelos una mañana y por la tarde
noche, él encontró el cadáver de su novia, Leyna, a manos de Bill. Los gemelos
guardaron silencio y, al cabo de un par de meses, volvieron al trabajo con Bill
repentinamente curado y Andreas, desolado por la traición de sus mejores amigos
les amenazó con hacer público un escándalo sensacionalista y ellos, se vieron
obligados a huir. Hasta ahí todo bien pero… ¿Qué clase de escándalo era el que
les obligó a huir? Debía de se algo muy fuerte como para llegar a ese extremo,
¿Tendría algo que ver con el supuesto enamoramiento del que hablaba Simone? 

-¿Por qué estás aquí? – preguntó entonces. - La información debió costarte cara. 

-En realidad, todos parecían tan dispuestos y deseosos de encontraros que no


opusieron mucha resistencia. 

-¿Los has visto a todos?

-Georg, Gustav, vuestros padres y Andreas, las personas que mejor os conocían. 

-No tan bien como ellos creían. 

-Bueno, eran los más cercanos a vosotros después de vosotros mismos. 

-Eso tiene gracia. 

-¿Por qué, acaso no es verdad? 

-¿Cuánto sabes sobre el tema? 

-Bueno… se porque os fuisteis. – Tom frunció el ceño. – Bill… mató a alguien,


¿no? Y ese alguien era especial para Andreas que… os amenazó con vender un
escándalo. – se cruzó de brazos, pero no de forma intimidante, sino a la defensiva. 

-¿Sólo sabes eso?

-Si. 

-¿Esa sabandija de Andreas no te contó ni siquiera de que trataba el escándalo? 

-¿Tiene algo que ver con vuestro supuesto enamoramiento? Vuestra madre me
comentó que antes de marcharos, le dijiste que Bill y tú estabais enamorados de
alguien, ¿no? – Por un momento, noté como sus expresivos ojos menguaban y se
volvían brillantes y expresivos, como si lo oído le hubiera enternecido. 

-Mi madre… ¿Cómo está? – por supuesto, hacía siete años que se mantenían
aislados y no tenían noticia de sus seres queridos. Eso debía ser doloroso. 

-Está bien, muy sana. Ella fue quien me dio la dirección de Andreas y… - recordé
vagamente la conversación que había mantenido con ella. – Decía que, sentía no
haber podido hacer nada por vosotros, que todo era culpa suya, que ojala no la
odiarais. – los ojos de Tom resplandecieron por la humedad. 

-No la odio. – contestó con voz pastosa. – Nunca la he odiado y tampoco la culpo
de nada. Yo se mejor que nadie lo que es dejarse llevar por los sentimientos del
momento. 

No supe que quiso decir con eso.

Las manos me temblaban, la oscuridad me invadía y las piernas no me sostenían.


El peso del puñal en mi mano me parecía demasiado, pero no lo solté, lo apreté con
más fuerza aún. 

El golpe sordo del cuerpo de Leyna al caer al suelo me despertó y caí, de rodillas
frente a ella, aún con el puñal en la mano. 

-¡Bill! – oí la voz y los pasos acelerados de Tom correr hacía el salón. Cuando
llegó, se mantuvo quieto en el umbral de la puerta, observando el panorama en
silencio. Solo recuerdo la sensación de vértigo retumbando en mi cabeza, un sudor
frío recorriendo mi cuerpo. 

-No… no… no ha sido… mi culpa… - ¿De dónde salía esa voz débil y
aterrorizada? Me di cuenta de que era mi voz cuando sentí un brazo de Tom
rodeándome los hombros, apretándome contra su cuerpo, duro y ensangrentado. –
Te ha… disparado… 

-Estoy bien. – murmuró. Aun así, no reprimió un gemido de dolor cuando le rocé
la herida del costado. Mis manos se tiñeron de rojo. 
No era capaz de apartar los ojos de Leyna. La herida del pecho parecía crecer cada
vez más, ensangrentando el suelo. Ella nos miraba, empezando a toser. Varias
gotitas de sangre descendieron por sus labios. 

-Me has… apuñalado… - tosió con violencia. 

-No es… mi culpa… - me aparté de Tom bruscamente, alterado y gateé hasta


tenerla cara a cara, mirándola a los ojos. Necesitaba verla. Podía parecer
incomprensible, pero lo necesitaba. - ¿Por qué? Tú me apoyabas, eras mi amiga. –
la miraba a los ojos, grandes y expresivos, los míos se empañaban por las lágrimas
y me impedían ver bien su rostro. - ¿Todo ha sido pura fachada? 

-Si… – ahogué un sollozo. Noté un fuerte apretón en el hombro. 

-Bill, vámonos. – dijo Tom y yo aparté su mano de mi hombro con brusquedad. 

-¿Y lo de tu hermano? ¿Lo que me dijiste de tu hermano… era mentira? – Leyna


pestañeó varias veces, como si no pudiera ver bien. – Dijiste que tu hermano te
obligaba ha hacer cosas que no querías hacer y tú le obedecías porque tenías miedo
a quedarte sola ¿También era mentira? ¿También mentiste para ganarte mi
confianza? 

-No… ¿no lo entiendes? El hermano que me obligaba ha hacer cosas que no


quería… eras tú. – las lágrimas descendieron por mi rostro. Me las limpié con
rabia. 

-¿Yo? ¿Por qué?

-Porque tú le dabas sentido a mí vida cuando estaba en el orfanato y… un buen día,


me enteré de que eras el hermano que quería conocer, por el que mi madre me
abandonó… mi canción favorita perdió todo el sentido para mí… mi sueño, ser
como tú, se desvaneció también. No podía ser como la persona que me había
destrozado la vida… tuve que elegir entre una familia con mi padre biológico,
haciendo algo que no quería hacer y perseguir un sueño imposible, sola… toda mi
vida, el pasado, tu recuerdo, me obligaban ha hacer cosas que no quería hacer. 

-Nunca se está solo del todo… podías haberme pedido ayuda… - Leyna sonrió,
mostrando sus blancos dientes cubiertos de sangre en una imagen macabra. 

-¿Me abrías creído si te lo hubiera dicho? – la barbilla me temblaba. No era capaz


de pronunciar las palabras adecuadas… como si existieran las palabras adecuadas
para ese momento. 

-¿Y Andreas? ¿Él también… acaso, lo utilizaste para acercarte a nosotros? 

-An…dreas… 

-Si. Andreas. – sus ojos brillaron, llenos de humedad, llenos de sentimientos, llenos
de dolor. 

-Andreas… me dio su calor… Andreas creyó en mí… 

-Si…

-Él creía en mí… creía que era capaz de hacer cosas… creía en mi futuro… en
nuestro futuro, juntos. – varias lágrimas acabaron escapando de sus ojos, brillantes
como el mar cuando el Sol reflejaba sus rayos en él. Alzó una mano temblorosa
frente a mi rostro. La agarré con fuerza. – Por favor… sé que no tengo derecho a
pediros esto pero… por favor, no se lo digáis a Andreas… él cree… en mí… - su
mano estaba ensangrentada, pero su agarre era firme. Sabía que mi mano era el
último apoyo para ella, el último que iba a tener para siempre y, de repente, vi otra
mano estrechar la suya. Tom agarró su otra mano con firmeza. Leyna sonrió con
suavidad. – Me hubiera gustado… haberte tenido como hermano mayor, Tom…
seguro… que eres el mejor. – sabía lo que sentía Tom en el momento en el que se
mordió el labio inferior y tragó saliva, con los ojos tan brillantes como los de
Leyna, pero sería imposible describirlo con palabras. Nos limitamos a ser el último
apoyo de nuestra hermana perdida y despechada mientras esta moría frente a
nuestros ojos. - ¿Sabes una cosa Bill? La primera vez que te oí cantar… supe que
eras alguien especial para mí… quería conocerte… la canción que escuché ese día,
es mi favorita… Spring Night… infundía tanta esperanza, incluso para gente como
yo. – lloré. Lloré mucho. Las lágrimas caían sobre el rostro puro y blanco de mi
hermana como si fueran copos de nieve. 

-Debí haber sabido antes… que nadie saltaría por mí… - el agarre firme de su
mano desapareció entonces, solo Tom y yo sostuvimos sus manos hasta el final,
hasta que cerró los ojos para no volver a abrirlos. 

-Yo… si hubiera saltado por ti. - sollocé. 

-Y yo. – Tom y yo alzamos la mirada y soltamos las manos flácidas de Leyna,


mirando hacía el umbral de la puerta donde encontramos a Jost. Tom se puso en
pie de un salto, con la mano buena en el costado herido. Yo no me moví, le miré.
Él me miró. – Nunca la entendí… yo solo quería el bien para mi Leyna. Se pasaba
las horas encerrada en su cuarto, llorando y yo no sabía que hacer. Pensaba… que
la venganza le sentaría bien. – Tom y yo nos mantuvimos en rotundo silencio. –
Vosotros la hubierais aceptado como vuestra hermana… ¿Después de todo esto? 

-Para ser nuestro supuesto padre, no tienes ni idea de nosotros. Eres un pobre
ignorante con tendencias sicóticas, David. Necesitas ayuda. – a Tom le salió del
alma. Tom era rencoroso como el que más y, de ser una situación normal, hubiera
intentado matarlo. No lo hizo. Leyna acababa de morir y su muerte había chocado
con fuerza contra su corazón. Yo ni siquiera podía hablar. El nudo en la garganta
me lo impedía. 

-Si… - murmuró David, retrocediendo. – Mi Leyna a muerto, esto ya no tiene


sentido sin ella. – Tom asintió levemente. Sus fuerzas habían desaparecido de igual
forma que la esperanza de Jost, sin embargo, aun pude verle palidecer cuando
David sacó la pistola con la que le había disparado y se apuntó la cabeza con ella. 

-¡David! – gritó Tom, pero él no se inmutó. 

Me miró, yo volví a mirarle. 

Cerró los ojos con resignación y apretó el gatillo justo cuando Tom se abalanzaba
sobre mí, tapándome los ojos con su cuerpo, abrazándome. 

Oí el disparo y todo se tornó borroso entonces. 

Recuerdo el tacto de mis lágrimas al escurrirse por mi rostro, los brazos fuertes de
Tom tapándome los ojos, los temblores de su cuerpo… sus lágrimas impactando
contra mi frente. Su suave llanto… o quizás era el mío. 

Cuando me di cuenta, estaba fuera de la casa, de nuestra antigua casa y esta…


estaba siendo consumida por las llamas, junto a los cuerpos sin vida de Hagis,
David y Leyna. 
Mientras observaba el fuego, consumiéndolo todo, Tom me abrazaba y sus labios
se paseaban con roces lastimosos por mi rostro, como si eso fuera un
agradecimiento a quien fuera, porque estaba sano y salvo. 

Observando el fuego consumirlo todo, sentí que también se consumía una parte de
mi pasado, de nuestro pasado, de la que no habíamos sabido hasta esa noche y,
cuando finalmente Tom posó sus labios sobre los míos, reaccioné. 

Lo miré. 

-Volvamos a casa, por favor. 

-Si. – Tom y yo observamos desde lejos como las llamas se lo tragaban todo
mientras nosotros caminábamos, alejándonos de allí, de nuestro pasado, en
silencio, para que no nos siguiera. No miramos ni una vez hacía atrás pero el nudo
en la garganta no desaparecía. Necesitaba un punto de apoyo. 

La hemorragia de la mano herida de Tom había parado y la mía la rozó, deseando


agarrarla, pero de repente, Tom la apartó de mí alcance bruscamente y no fueron
imaginaciones mías. Lo hizo adrede. 

Me había negado su contacto, así, sin más y el nudo en mi garganta se intensificó. 

-¿Estás… enfadado conmigo? – pregunté con la voz tomada. 

No se si es que no me escuchó o me ignoró. Solo se que se estremeció en cuanto


pronuncié esa frase y siguió andando, como si nada hubiera sucedido. 

Después de eso, poco a poco, en varias semanas, todo volvió a la normalidad, o eso
parecía. Nadie se enteró de lo sucedido esa tarde, nadie, a pesar de que la
misteriosa desaparición de David Jost desató una gran polémica. 

Supongo que era un secreto que Tom y yo nos llevaríamos la tumba. 

Andreas también se esfumó de repente, dejándonos una simple nota. 

Me voy, necesito pensar. Adiós. 

Tom y yo no dijimos nada respecto a eso. Lo que le habíamos hecho a Andreas no


tenía perdón. 

Francisca, la hermana Gustav se recuperó, pero una de sus piernas quedó dañada.
Eso deprimió mucho a Gus y a Georg, pero poco a poco, como he dicho, todo
volvió a la normalidad. 
Y cuando digo todo, digo absolutamente todo… 

Incluso en lo referente a Tom y a mí… 

...

-¿Quieres sentarte? – me ofreció Tom. Me senté en una silla de la cocina y


observé como él hacía lo mismo. Scotty se había tumbado a los pies de su dueño,
bostezando de nuevo. – Dentro de nada hará siete años y supongo que tú, quieres
hacer un artículo para entonces. – afirmó Tom, encendiendo un cigarro y
llevándoselo a los labios. 

-No quiero hacer un artículo cualquiera, sino un buen artículo. 

-Sobre Tokio Hotel en general y sobre los gemelos desaparecidos en particular


¿no? – asentí. – Bien… - cerró los ojos durante unos segundos, pensativo,
apartando el cigarrillo de sus labios y expulsando el humo con despreocupación. -
¿Qué quieres saber? 

-La verdad. 

-La verdad es muy jodida a veces y nosotros nos fuimos escapando de la


posibilidad de que se supiera, ¿Por qué crees que voy a soltártela ahora? 

-Porque han pasado siete años y ya, no puede hacer daño a nadie y mucho menos
a vosotros.

-¿Eso crees tú? Nuestra vida era la música y lo dejamos todo, la fama, los lujos,
los viajes, los conciertos, a nuestros amigos, a nuestra familia, todo, solo para que
no se supiera y ahora, vienes tú y dices que la verdad ya no puede hacer daño a
nadie. Tú no tienes ni idea de todo lo que Bill y yo pasamos. El infierno por el que
pasó mi hermano. 

-Lo querías mucho, ¿verdad?

-Mucho es poco. – sonrió con dulzura. – unidos desde antes de nacer, ese vínculo
era irrompible. No podíamos imaginar un mundo sin el otro, era desesperante
pensar en eso y, por desgracia, ese vínculo nos llevó a la perdición cuando…
mutó. 
-¿Qué quieres decir con eso? 

-Me extraña que nadie te halla hablado de eso. 

-En realidad, se que vuestro vínculo era muy estrecho…

-No, no sabes cuanto. 

-Cuéntamelo tú. 

-¿Desde el principio? – asentí. – Bill era especial. Nació especial. Nació brillando
como una estrella en un cielo oscuro y sin luz y, lo que lo diferenció de los demás
es que su luz no se apagó. Estaba hecho para la fama, para cantar, para crear sus
propias canciones, incluso para posar como un modelo. Era abierto, vivía sin
complejos, rico, famoso y con muchas amistades, para nada se sentía solo como
muchas estrellas, ¿Qué más podía pedir? 

-Tú… eras igual, ¿no? 

-Lo era, igualito que él. También nací para la fama… En realidad nací para estar
a su lado. Solo había una ligera diferencia que nos separaba. – lo miré,
expectante. – Yo era avaricioso y cuando me proponía conseguir algo, lo
conseguía y, por suerte o por desgracia, cuando lo conseguía me cansaba
rápidamente del premio. Bill no. Él adoraba aquello que conseguía con su propio
esfuerzo. – Tom paró unos segundos, suspirando pesadamente. – Lo que quiero
decir es que, en un momento determinado, me fijé en la persona equivocada y la
deseé con todas mis fuerzas hasta que la conseguí y eso… nos destruyó porque,
como siempre ocurría, al conseguir a esa persona, pronto me cansé de ella. –
intentaba hacer un esfuerzo por comprender aquello que me contaba, pero no lo
encajaba en ningún lado. Tom estuvo con alguien con quien no debía y Andreas le
amenazó con hacerlo público pero, ¿Qué tenía que ver eso con Bill? 

-Pero… no lo entiendo muy bien…

-Es mejor así. – Tom se estaba arrepintiendo de habérmelo contado. 

-¿Quién era esa persona? ¿Tan grave era que hubierais mantenido una relación?
¿Tan escandaloso era?

-Si, demasiado. Era asqueroso. 


-¿Quién era?

-No pienso decírtelo. 

-¡Dijiste que me lo dirías! 

-¡Nunca he dicho eso! – se levantó de la silla, exaltado. 

-¡Dijiste que ibas a contar toda la verdad!

-¡Pues me retracto! – yo también acabé levantándome de la silla con brusquedad. 

-¡El mundo tiene derecho a saberlo, vuestros fans tienen derecho a saberlo! 

-¡Nosotros dedicamos nuestra vida a los fans, no les debemos nada! 

-¡Han pasado siete años, contarlo ya no te hará daño ni a ti ni a Bill si…!

-¡Pero manchará su memoria, su leyenda! – aquel grito me dejó totalmente fuera


de juego, como si me hubiera golpeado con un bate la cabeza. 

-¿Quieres decir que… Bill está…? – su mirada furiosa pareció tragarme,


clavándose en mí como un puñal oxidado. 

-¿Acaso creías que lo encontrarías aquí? Mi hermano está muerto. Bill murió hace
seis años.

Capítulo 24: Tiempo~Parte 1

-Han pasado ocho meses desde el accidente del acosador. Según fuentes de
información, el hombre resultó ser un joven de mediana edad cuya familia había
fallecido trágicamente en un accidente de coche cuando iban a uno de vuestros
conciertos y, por desgracia, eso lo volvió completamente loco y llegó a tal extremo
como el de acosar a Bill. ¿Podrías explicarnos como te sientes respecto a este tema
que desató una gran polémica, Bill? – Bill levantó la cabeza y concentró su
penetrante mirada en la cámara que lo gravaba en esos momentos, serenó y
aparentemente tranquilo. Con ojos gélidos. 

-Es un tema incómodo del cual preferiría no hablar pero era de esperar que tarde o
temprano alguien acabaría haciéndome esta clase de preguntas así que… - cerró los
ojos varios segundos, suspirando. – En realidad no siento ninguna clase de rencor
hacía ese pobre hombre, no fue culpa suya…

-¿Es cierto que durante estos ocho meses has recibido atención psicológica debido
al trauma que la acciones del acosador supusieron para ti? – Bill se sentía
incómodo. 

-No. En ningún momento he recibido atención psicológica. Estaba bien y, desde


luego las causas de nuestra repentina retirada de los escenarios no tienen nada que
ver con las acciones del acosador, sino por su muerte. Espero que los fans
comprendan mi posición. Un hombre intentó matar a mi hermano y a mí y de
repente, se tira desde la azotea de un hotel frente a mí. Es un hecho que nos afectó
a todos, a mí más que a cualquiera de los cuatro. – las luces de los flashes lo
cegaban y lo ponían más nervioso aún. 

-¿Y que puedes decirnos sobre la desaparición de David Jost? – observé y noté
claramente su tensión. Como tragó saliva con fuerza, como se le hacía un nudo en
la garganta donde se le atascaron las palabras. Desvió la mirada al suelo, con la
vista clavada en el micrófono que tenía entre las manos. Durante unos segundos, a
pesar de los flashes, el jolgorio de los periodistas y los murmullos, sentí como si el
tiempo se hubiera detenido para Bill y para mí, provocado por su repentino
silencio. 

Alcé una mano cuando el tiempo volvió ha estar en marcha para despertarle de
aquel lapsus y, antes de poder posar la mano sobre su hombro, él se despertó y me
miró, con los ojos y la expresión más fría que por primera vez, me dedicaba a mí,
en vez de a su enemigo o a un ser odiado. Me di cuenta entonces de que el ser
odiado para él era yo y, finalmente, dándome de nuevo la cara, me tendió el
micrófono para que hablara yo. 

Nuestros dedos se rozaron y él, como si mi mano hirviera, apartó rápidamente la


suya lejos de mi contacto. 

Ignorando ese hecho, comencé a hablar. 


-Este año ha sido el más difícil de todos en los que llevamos trabajando juntos.
Aún no han encontrado a David, desaparecido hace dos meses. Básicamente, esa es
una de las razones del porque nos hemos adelantado varios meses para volver. Él
no solo era nuestro manager, era… como un padre para nosotros. – Miré de reojo a
Bill. No pareció inmutarse. – Por eso… creo que se lo debemos, este donde este. –
Georg y Gustav bajaron la cabeza, repentinamente tensos. – Lo único que debéis
saber y la única razón por la que estamos aquí hoy es para que el mundo sepa que
Tokio Hotel ha vuelto y, probablemente estrene álbum dentro de varios meses.
Volvemos a dar conciertos y pronto volveremos a dar una gira mundial en cuanto
estrenemos álbum. Gracias. – fui el primero que se levantó, seguido de Georg y
Gustav. Bill fue el último, cabizbajo. Los periodistas nos empezaron a acosar a
preguntas al ver que nos íbamos tan rápido y los flanes iluminaban todo el lugar. 

Los ignoramos por completo.

En otras circunstancias, Bill o incluso yo, nos hubiéramos detenido a responder


algunas preguntas, pero ya no nos importaba dejar a los fans con las ganas. Al
menos no en ese momento.

¿La razón? Bill me odiaba, ¿por qué? por que en esos dos meses tras la muerte de
David y Leyna, le había dado completamente de lado. Quiero decir que… desde
entonces no le había besado ni una vez, no le había tocado y había evitado
descaradamente cualquier contacto con él, incluso sus preguntas. 

-¿Estas… enfadado conmigo? – esa fue una de ellas y la última. La ignoré por
completo y aún me duele el recordar su voz, su expresión al tenderme la mano para
agarrar la mía y lo cruel que fui al deshacerme de ella, como si nada. Lo que más
deseaba entonces fue abrazarle con fuerza. Es lo que he estado deseando como un
loco en estos dos meses, abrazarle, besarle y… hacerle tantas cosas… y en su
lugar, lo he ignorado por completo. Bill no entiende porque, no entiende nada. Lo
sé por sus ojos. Me mira todos los días intentando aparentar indiferencia, pero se
que espera una explicación que ni siquiera él es capaz de pedir. Teme que sea
demasiado dolorosa, teme que después de todo, ya no le quiera. Está esperando que
sea yo quien se lo diga, aún tiene esa esperanza y, si sigue así, si esta situación
sigue así, no se cuanto tiempo seré capaz de aguantar. O cuanto será capaz de
aguantar él porque… no entiendo exactamente que se le pasará por la cabeza, pero
yo, cada día le deseo más, cada día pienso en él, siempre pienso en él. 

Quiero tocarle. Si le acaricio, ¿Él me devolverá la caricia? ¿Me abrazará si yo le


abrazo? ¿Me perdonará si yo le pido perdón? Ya no me veo capaz de volver a ser
el hermano que era entonces, soy más, mucho más. 

Después de lo de Leyna y David, tengo miedo. Fui yo quien prendió fuego a la


casa, fui yo el último en ver sus cuerpos y, la última vez que vi el cuerpo de Leyna,
casi morí de angustia. ¿Y si fuera Bill el que hubiera acabado así? ¿Qué nos harían
si nos descubrieran? ¿Muchos más locos intentarían matarnos? ¿Cuánto tendríamos
que sufrir por mantener esa relación prohibida? ¿Cuánto sufriría él? 

¿Valía la pena correr el riesgo a costa de nuestras vidas y la de los demás? 

Hasta ahora habíamos sido muy egoístas. No pensamos en Georg, en Gustav, en


nuestra familia, en los fans… pero, sinceramente, eso era lo que menos me
importaba. Lo único que me importaba era Bill. Verle sufrir era lo último que
quería. Verle muerto sobre el suelo, como Leyna, me mataría y lo peor era que
sabía que el secreto no duraría para siempre. Demasiados ojos puestos encima
nuestra. Alguien sospecharía pronto al ver que Tom, el mujeriego, de repente había
dejado de llevarse mujeres a la cama, de repente ahora dormía en la misma
habitación que su hermano y, algún día, tendríamos un desliz. Alguien cercano nos
descubriría, quizás Georg o Gustav, pero alguien lo haría. 

La paz no duraría para siempre y no estábamos preparados para lo que se nos


vendría encima entonces. El mundo no estaba preparado para eso. 

Y, lo peor era saber que yo tenía la culpa de todo. De todas las recientes muertes.
La culpa de ellas son mías y ni siquiera Bill lo sabe. No quiero compartir este peso
con él, no es su culpa, no es su culpa. 

-Puede que seáis gemelos, pero aún así, tu hermano es “raro”, es un niño “raro” y
tú lo sabes. Sabes que siempre será así, sabes que sufrirá por ello el resto de su vida
y tú te sientes impotente y frustrado porque sabes que no puedes hacer nada por
remediarlo… porque nació siendo “raro”

Esas fueron las crueles palabras que Elsa, la psicóloga amante de David me dijo
hace siete años. 

Probablemente, tuviera razón con cada una de esas palabras, pero yo no estaba
dispuesto a aceptarlas entonces. No estaba dispuesto a que nadie dijera que mi
hermano era un niño “raro”, él era normal, como todos, normal, con los mismos
gustos que todos los niños del colegio. Los mismos gustos. De mayor no sería
ningún… desviado. No lo sería porque era normal o eso deseaba creer, eso deseaba
que fuera. 

Pero yo sabía que era “especial” y no estaba seguro de que eso fuera del todo
bueno. 

-¿Y tú? ¿Qué eres tú? No eres nadie, estás sola, naciste sola y morirás sola. No eres
nadie para replicar, solo una mujerzuela desgraciada a la que nadie quiere. 

Esas fueron mis crueles palabras para ella y, a la semana, la encontraron muerta
porque le hice ver algo que ella no quería ver. Le hice ver que David la utilizaba y
no la quería y, yo, sin saberlo, la conduje hasta la muerte con mis palabras. 

Y David y Leyna buscaron venganza. 

Todo fue culpa mía. Culpa mía. 

Y nadie lo sabe. 

He hecho el amor con mi propio hermano gemelo… esto, este sufrimiento es mi


castigo, nuestro castigo y, aún así, no puedo dejar de quererlo, cada vez más. No es
justo que Bill también sufra, fui yo quien le tentó, quien no le dejó otra opción. 

Por favor, sea quien sea quien decida que debemos sufrir por nuestra locura
incestuosa, que toda su furia recaiga sobre mí. Que todo el dolor de la persona a la
que amo en secreto recaiga sobre mí, porque no se merece sufrir por un demonio
como yo.

-No aguanto más. – el concierto de esa noche acababa de terminar. Bill había
recuperado su voz por completo después de una recuperación vertiginosa y difícil y
estaba orgulloso de eso, pero en aquel momento, a pesar de que el concierto había
salido perfecto, no pareció sentirse para nada feliz. – No aguanto más… -
caminábamos por los pasillos del hotel. Georg y Gustav se habían introducido en
sus habitaciones por el pasillo izquierdo. Bill me agarró del brazo con fuerza y tiró
de mí hacía atrás, arrastrándome frente a la puerta de su habitación. 

-Bill suéltame. – murmuré. Él no me hizo caso, buscando la tarjeta del cuarto. –


Bill, ya, suéltame. – me estaba poniendo nervioso y él también. - ¡Bill! – abrió la
puerta y tiró de mí, intentando obligarme a pasar. Yo me resistí. - ¿¡Que mierda
quieres!? ¡Suéltame!

-¡Entra, tenemos que hablar, quiero hablar contigo ahora! 

-¡Pues yo no! – tenía miedo. Sabía lo que quería y no sabía que decirle. 

-¡Tom, por favor!

-¡No seas crío Bill! – íbamos a estar solos ahí dentro, ¿verdad? No me veía capaz. 

-¡Si no lo haces te juro que aunque tenga que gritarlo aquí mismo, lo aré, aunque
todo el mundo se entere! – Bill estaba perdiendo fuerzas. Sus ojos estaban
empezando a llenarse de lágrimas. No soportaba verle así y de un tirón, me libré de
su agarre y le di la espalda. 

-Deja de hacer el tonto, ya no eres un crío. – gruñí con brusquedad. Oí sus suaves
sollozos a mi espalda y los latidos ahogados de mi corazón se hicieron tan
insistentes que casi sentí vértigo. 

-Han pasado dos meses, ¿Crees que no me he dado cuenta? Ya… no me tocas… ni
siquiera me hablas y todavía no se porque… ¿Por qué…?

-¿No es obvio? – me volví, atreviéndome a mirarle al fin. Algo debió de ver en mi


expresión indiferente, pues palideció súbitamente. Quizás mi frialdad, tal vez mi
tono severo o mi indiferencia. Las lágrimas se escurrían por su rostro y, tras varios
segundos en los que analizamos nuestras miradas, desvió la suya, apretando con
fuerza los dientes. Supe que ese era el momento idóneo para acabar con todo, el
más difícil y caminé hacía él. Bill retrocedió y una vez dentro de la habitación,
cerré la puerta lentamente tras de mí. – No te sientas engañado. Al principio eras
un nuevo reto, difícil de superar. Me atraías, siempre lo has hecho y confundí
sentimientos pero ahora… eres mi hermano. No puedo verte de otra forma. 

-¡Mentira! ¡Eres un mentiroso, me estás engañando! – estaba más que dolido,


furioso por mis mentiras. Sería difícil hundirlo en esa mentira, me conocía
demasiado bien. 

-… Eres mi hermano. Creí que por el hecho de ser tú, esos sentimientos durarían
para siempre… pero no ha sido así y… esto ha ido demasiado lejos. Me he dado
cuenta demasiado tarde. – no se como mi voz podía sonar tan firme con el nudo
que sentía atrapado en la garganta. – Lo de aquella noche… fue… 
-Ni se te ocurra decir que fue un error. – se me adelantó él, con la voz queda. –
Dijiste que después de lo de aquella noche no me dejarías… y que me ibas a
proteger ¿Ha esto te referías? Fuiste tú el primero en besarme Tom, fuiste tú el
primero que se me abalanzó sin admitir un no por respuesta… me costó asimilarlo
pero… lo acepté y… superé los miedos y el sentimiento de saber que no estás
haciendo lo correcto pero eres incapaz de negarte a eso… deje que… - la lengua se
le trababa, le costaba hablar sin sollozar, los ojos brillantes y repletos de lágrimas
me miraban, desesperados y suplicantes. – Dejé que me… tocaras y… me
abrazaras. Me desnudaras y me… lo hicieras como si fuera una de tus groupis… es
Tom, el mujeriego, pero por encima de eso es mi hermano, no me va ha hacer
daño. De verdad me quiere… eso pensé. – Se limpió las lágrimas, lentamente, pero
en cuanto alzó la vista de nuevo, sus ojos volvieron a humedecerse. - ¿Acaso fui
demasiado ingenuo al pensar que mi hermano gemelo, con el que he compartido
mis 19 años no me traicionaría y me acabaría utilizando como… una perra en
celo? 

-¡Nunca te he tratado así! 

-¡Me has follado como a una de tus fans, como una de las muchas putas que te has
tirado a lo largo de tu vida y ahora me estás mandando a la mierda, a mí, a tu
gemelo! ¡Niégalo si tienes huevos! – callé… ¿Qué debía decir ahora? ¿Por qué era
todo tan difícil? Bill no podía controlar las lágrimas, sus hombros se tensaban en
débiles espasmos de rabia, ¿Qué haría un buen hermano mayor en esos momentos?
No lo sé, yo simplemente seguí mi instinto y me acerqué a él con pasos lentos.
Alcé una mano para acariciarle el rostro empapado, sin deseo, sin lujuria, solo
como consuelo y él… me pegó. 

Me golpeó la cara con el dorso de la mano, con toda su fuerza. Perdí el equilibrio
unos segundos y cuando lo recuperé, lo primero que sentí fueron los brazos de Bill
rodeando mi cuello y sus labios pegados con rudeza a los míos. Mis manos
temblaban, mi mente estaba en blanco, solo sabía… que no debía corresponder. 

Cerré los ojos y no me moví. Esperé. Estaba pasando el peor rato de mi vida,
teniendo lo que más deseaba frente a mis ojos y sabiendo que si lo cogía, no
tardaría en hacerse pedazos. 

Esperaba que Bill se apartara de un momento a otro pero en lugar de eso, se pegó
más a mí. Todo su cuerpo en contacto con el mío, en un ruego desesperado, con
sus lágrimas empapando mis mejillas y su lengua encontrándose con la mía entre
mis labios y yo… no podía ser tan cerdo como para empalmarme frente a su
sufrimiento. 

Me costó hacerlo, de verdad que me costó y me dolió aún más, pero finalmente, le
agarré con fuerza de las muñecas y lo aparté de mí con dureza. Me miró entre
asustado y sorprendido cuando le empujé contra la pared, inmovilizándolo, con la
mirada rabiosa clavada en sus ojos entrecerrados por el dolor que le suponía mi
fuerte y severo agarre. 

-¿¡Quieres que vuelva ha hacerlo, eh!? ¿¡Quieres que te ponga a cuatro patas y
vuelva a montarte como un animal!? ¿¡Tanto te ha gustado o qué, Bill!? ¡Pídemelo
si quieres, lo haré sin rechistar, sabes que me encanta tirarme todo lo que es capaz
de gritar mi nombre, pero mientras lo hago, no me pidas amor! ¡No me pidas que
te bese en los labios, que te acaricie para tranquilizarte si estas nervioso o te de
cariño, que pare si te duele lo que te hago, que vaya más despacio o que no te trate
como si fueras cualquier otra persona! – grité, histérico, rabioso. Palideció. - … No
eres especial Bill, ni siquiera que seas mi hermano te hace especial en la cama…
solo eres un entretenimiento y de no ser por los años que llevamos juntos y por los
lazos que nos unen… no intentaría protegerte… porque no quiero hacerte más
daño… - su expresión se contrajo de dolor. El labio inferior le temblaba. – Eres mi
hermano y te quiero y te respeto como tal… pero no me pidas más… no quiero que
te humilles más frente a mí… 

-¿Hu… humillarme? – logré entender entre sollozos. 

-Eres… un hombre al fin y al cabo… deja de llorar por esto, tú no eres así y los dos
lo sabemos. Tú… no eres así de patético. – ahí, definitivamente le destrocé el
orgullo. Cerró los ojos unos segundos, intentando tranquilizarse. 

-Dijiste… somos gemelos, sentimos lo mismo… ¿Es posible que tú… no me


sientas ahora? – si le sentía. Su dolor, su angustia, su desesperación... le sentía,
clavado como un puñal en mi pecho, haciéndome difícil el respirar. 

-No… no siento nada Bill… nada. – mentí. Apretó los puños con fuerza y abrió los
ojos. – Quiero… que te olvides de todo lo que ha pasado entre nosotros. Que te
olvides de lo que hicimos esa noche, de los besos que te he dado, de las palabras
que te he dedicado… entre nosotros no ha habido más que lo que las cámaras
gravan. 

-He renunciado a mi orgullo… he renunciado a mis propios principios… he


renunciado a mi libertad… ¡He renunciado a mi libertad, Tom, por ti! – gritó, con
las lágrimas de nuevo empapando su rostro. - ¡Lo tengo gravado a fuego en la piel,
mi libertad depende ahora por completo de ti! – movió el brazo con violencia y
pude ver claramente la enorme cicatriz que había sustituido su impresionante
tatuaje. Siempre lo llevaba oculto con manga larga o con una venda, disimulando
que se había dado un golpe inocente. Solo nosotros dos sabíamos que no era así.
Aquellas palabras aún estaban plasmadas en su carné y no desaparecerían… eso
también era culpa mía. 

Y estaba convencido de que, aunque era cruel, era lo mejor para todos, sobretodo
para Bill.

-No quiero tu libertad…

Te quiero a ti.

-No quiero que me sigas ni me pidas algo que no puedo darte…

Sígueme y suplícamelo. 

-No quiero verte perdiendo la cabeza por mí…

Piérdela por completo, solo por mí. 

-Yo…

Yo…

-No te quiero…

Te quiero…

El silencio se hizo presente entre nosotros. Bill bajó la cabeza y su pelo le ocultó la
mirada. Lentamente le solté las muñecas y empecé a retroceder, observándolo,
intentando averiguar que le pasaba por la cabeza, si por fin se lo había tragado o
no.

-No… no puedo creerte… deja ya de hacerte el gracioso. – suspiré.


Definitivamente no acababa de creérselo. 
-No tiene gracia… ¿Cómo iba ha hacerme el gracioso? 

-¡Tienes miedo, Tom! – se me encaró de repente. Las lágrimas habían parado por
completo, pero por el brillo de sus ojos, resultaba obvio que había estado llorando.
Sus ojos ahora estaban furiosos y corrió hasta mí como si fuera a matarme con la
mirada rabiosa - ¡Tienes miedo de que nos descubran, tienes miedo de lo que digan
los demás, tienes miedo de que toda tu reputación de mierda se vaya al cuerno y
tienes miedo de lo que pueden hacernos si alguien se entera! – retrocedí un tanto,
sorprendido por su arrebato de ira. - ¡Admítelo! ¡Admite que el único patético que
hay aquí, eres tú! 

Me quedé mudo. Nunca le había visto tan cabreado, incluso podía decir que el
vello se le había erizado como un gato a punto de saltar sobre una posible amenaza
y, aún peor era que me había descubierto. 

-No se de que me hablas…

-Siempre que mientes te tiembla el labio inferior – inmediatamente, me llevé la


mano a la boca, tapándomela y entonces Bill empezó a reír con ironía, sin gracia. –
Eres demasiado ingenuo, Tom. – tragué saliva y me aparté la mano de la boca.
¡Sería idiota! Yo mismo me acababa de delatar con ese estúpido gesto. – Así que
tienes miedo, es eso. 

-¡No, para nada! 

-¡Cobarde! – tragué saliva. Las tornas del juego habían cambiado. Bill se limpió
con la mano los restos de lágrimas que había en sus mejillas y se cruzó de brazos
frente a mí. Sabía que no me dejaría ir tan fácilmente. – Dices que soy un hombre
patético, ¿Te has mirado al espejo? Te gusta follar en caliente pero cuando la cosa
va a más, te acobardas y huyes con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho.
¿Te has parado a pensar que yo soy tu hermano y que por eso, esa estrategia no va
a servirte conmigo? – retrocedí cuando avanzó hacía mí. – No intentes huir de mí,
es imposible que puedas encontrar un escondite que yo no pueda descubrir. – me
sentía como un mocoso siendo regañado por su padre al encontrarle un montón de
revistas porno. Avergonzado e irritado, totalmente abochornado. - ¿Por qué no
respondes? ¿Por qué de repente tienes miedo a mantener esta relación? 

-Yo…

-Tú ¿Qué? – no me atrevía a mirarle a los ojos, era demasiado bochornoso y la


presión me estaba matando los nervios. - ¿¡Tú qué!? – gritó al fin, perdiendo la
paciencia. Cerré los ojos con fuerza. 

-¡A ti no parece importarte nada lo que pueda pasar si nos descubren! ¡Esto es
incesto, un delito, una locura! ¡Podrían destruirnos con un chasquido de dedos si
nos pillan, podrían destruir todo lo que hemos construido juntos, todos nuestros
sueños, a nosotros mismos, nuestro futuro! ¿¡No lo entiendes!? ¡Por supuesto que
tengo miedo! – y otra vez, me cruzó la cara de un bofetón. Me quedé incluso más
sorprendido que la otra vez, sintiendo la mejilla arder de nuevo.

-¿Y crees que yo no tengo miedo? ¿Crees que me da igual que se descubra? ¡Eres
imbécil, un completo gilipollas! ¡Por lo menos yo no niego lo evidente, se que te
quiero y aunque el mundo entero lo descubriera mañana y me lo preguntaran a la
cara, no lo negaría! ¡No pienso retractarme en mis palabras, lucharé por lo que
quiero hasta el final y si llega antes de lo esperado, aquí lo espero! – sus ojos
brillaban con un fulgor resplandeciente que nunca le había visto. – Puede que sea
un hombre patético por llorar así por algo como esto pero… por lo menos yo no
intento esconderme bajo las piedras y le hago daño a la persona que quiero por
miedo… o es que… ¿De verdad no me quieres? – supongo que en aquel momento
podría haber dicho claramente, no. Si lo hubiera dicho, todo hubiera quedado ahí.
Bill hubiera dado el tema por zanjado y yo también, todo habría acabado entre
nosotros y quizás, algún día, nos reiríamos de todo esto pero… ¿Podíamos negar lo
evidente? ¿Podíamos huir de lo que sentíamos el uno por el otro y reprimir
nuestros impulsos toda la vida? Porque pese a todo, algo estaba claro para mí. No
me iba a alejar lo más mínimo de él. – Tom… - me llamó de nuevo,
repentinamente preocupado por mi silencio, temiendo la respuesta. Suspiré. 

-Yo… quería protegernos. Todo era mucho más fácil antes de que ocurriera esto,
no teníamos nada que temer, nada que ocultar a nadie… ahora cargamos con tres
muertos a la espalda y una relación incestuosa. 

-Eso… ¿Quiere decir que si me quieres? – Puse los ojos en blanco unos segundos y
Bill me agarró de la enorme sudadera, sacudiéndomela con nerviosismo. - ¡Tom! –
Y en ese momento, varios golpecitos sobre la puerta nos hicieron desviar la
atención hacía ella. Salvado por la campana.

-Tenemos que irnos. – Bill volvió a sacudirme con fuerza, impaciente. 

-Aún no has contestado. 


-Necesito… pensar… 

-¿¡El qué!? ¡Si sientes lo mismo que yo! ¿Qué tienes que pensar?

-¡No se si merece la pena! ¡Y ya está, deja de presionarme! – Bill asintió con la


cabeza y el ceño fruncido. Anduvo hacía la puerta y la abrió, de mal humor.

-Esta bien… como quieras. Pero piensa rápido, porque no pienso esperarte dos
meses más. De hecho… quizás esta misma noche ya me encuentres en la cama con
otro. – salió al pasillo dejando esa frase en el aire y no puedo negarlo, me dejó
alterado y preocupado, incluso cabreado. No podía imaginarme a alguien más
tocando a Bill como yo lo hacía y, para tranquilizarme, pensé que no existía nadie
a quien Bill le tuviera la suficiente confianza como para dejarle que se lo llevara a
la cama.

-¿Vas de caza, Bill? – esa voz nos paralizó en el pasillo. – Y, he oído mal o
¿Tienes intención de probar con un tío? 
Nos volvimos, tragando saliva. 

-Creo que he llegado justo en el momento oportuno. 

Hablando de gente a la que Bill no sería capaz de decir, no. 

-Andreas… 

Ahí estaba él, observándonos con ojos afilados, con un extraño brillo de malicia y
una gran sonrisa en la cara, totalmente falsa. 

Me dio escalofríos.

Capítulo 25: Tiempo~Parte 2

-¿Y dónde demonios has estado todo este tiempo? – la lengua se me trabó. Tuve
que repetir esa misma frase unas tres veces hasta que se me entendió y Andreas
dejó escapar una sonrisita. 
-Pensando, como no. Necesitaba plantearme un par de cosas después de… la
desaparición de Leyna. – me miró con unos ojos penetrantes y una sonrisa que no
supe clasificar. Me quedé callado y le di un nuevo sorbo al vaso de vodka que tenía
entre las manos. 

-¿No ha aparecido aún? Vaya putada. – le oí murmurar a Tom a mi lado, con


actitud indiferente. 

-Nadie te ha preguntado, hermanito. – refunfuñé. Era seguro que el cabreo de esa


noche no me lo quitaría nadie. 

-No, aún no ha aparecido. Es como si se la hubiera tragado la tierra. Vosotros no


sabréis nada, supongo. ¿No? – sino fuera por el mareo, hubiera jurado que había
visto en sus ojos una actitud acusadora. 

Le di un largo trago al vodka de nuevo, hasta acabármelo. 

-No, ni idea. – farfullé. 

-Lo suponía. - Sonrió Andreas y yo sonreí de igual manera, quizás de forma un


poco más tonta. Estaba pedo, lo admito. Totalmente borracho. 

-Bueno, para mi la fiesta ya ha acabado. Me voy. – me levanté del asiento con


brusquedad y vi el suelo a escasos centímetros de mí. Tuve que apoyarme en la
barra para no caerme del repentino mareo. Sentí un brazo agarrándome por la
cintura, sosteniéndome. 

-Estás borracho, Bill. 

-Tom, léeme los labios. ¡Vete a la mierda! – Tom frunció el ceño, pero no me
soltó. 

-Te llevaré a la habitación. – empezó a arrastrarme hacía las afueras del pub, bajo
el hotel y yo comencé a patalear como un crío. 

-¡Que me sueltes, que me sueltes, que no quiero ir contigo! 

-¡Bill, deja de gritar, compórtate! 

-¡No, compórtate tú! ¡No me fío de ti! ¡Eres un gilipollas! 


-¡Bill!

-¿Te llevo yo, Bill? – la atención de los dos se desvió a Andreas, quien nos
observaba aparentemente divertido. Incluso mi cerebro repleto de alcohol captó al
momento que no era una idea muy brillante.

-No. Lo llevaré yo. – también capté de inmediato que sería una buena forma de
machacar a Tom así que, simplemente, me decidí a correr el riesgo y me zafé de su
abrazo, dejándome casi caer en brazos de mi mejor amigo. En esos momentos,
ciertamente, prefería que fuera él quien me arrastrara hasta mi cuarto. Quería que
Tom lo pasara mal, igual de mal que me lo había hecho pasar a mí durante esos dos
meses, o peor y que luego, viniera suplicándome de rodillas y, por su expresión
furiosa al verme en brazos de Andreas, juraría que lo estaba consiguiendo. – Bill,
venga, no seas crío. 

-Prefiero que me lleve Andy. 

-No me cabrees.

-¿Por qué no me dejas que lo lleve yo? ¿Acaso he hecho algo que te haga
desconfiar de mí? Eres mi mejor amigo Tom… yo si que confío plenamente en ti.
– esas palabras me hicieron tragar saliva. La muerte de Leyna aún estaba
demasiado presente y Andreas no sabía nada, absolutamente nada… o eso
pensaba. 

Me sentía un horrible traidor después de todo lo que él había hecho por nosotros
pero, ¿Qué íbamos a decirle? No podíamos contarle que había intentado matarnos.
Respetaría la última petición de mi hermana perdida hasta la muerte y me llevaría
su secreto a la tumba, aunque a ojos de Andreas, eso me convirtiera en un vil
traidor. 

-Está bien. – murmuró Tom. – Acompáñalo tú. – entrecerré los ojos. La última
frase de Andreas le había hecho sentir culpable. – Pero yo también subiré
enseguida después de hablar con los productores. – era una advertencia entre
líneas. Andreas sonrió. 

-Para cuando subas, Bill ya estará dormidito en su camita. 

-¡Eh, no soy un bebé! ¡Dejad de hablar como si fuera un bebé! 


-Si, si, vamos a la cama Billy. 

-¡Andreas, tú también eres un capullo!- cuando Tom pasó por nuestro lado,
caminando hacía los productores, me dirigió una mirada helada. Yo me abracé con
fuerza a Andreas, con un repentino mareo y él empezó a arrastrarme fuera del pub.

-¿Y ese cabreo con Tom? ¿Por qué os habéis peleado esta vez? – me preguntó en el
ascensor. Estaba tan mareado y cansado que apoyé la cabeza en su hombro y dejé
que él me mantuviera firme agarrándome de la cintura. 

-Tom es un capullo. – murmuré. 

-¿Qué ha hecho ahora? 

-… Me ha utilizado… 

-¿Utilizado?

-Hum… - no preguntó más. Nos entretuvimos en el pasillo del hotel,


arrastrándome con dificultad hasta mi habitación. Mis recuerdos de esa noche están
demasiado borrosos. Recuerdo que caí derrumbado sobre la cama, hecho polvo, sin
mucha consciencia de lo que había a mi alrededor. 

-¿Dónde tienes el pijama? – me preguntó, dando vueltas por la habitación. 

-Hum… en la maleta pequeña… - oí como empezaba a rebuscar. Yo no podía


aguantar más con los ojos abiertos cuando noté como me tiraba el pijama a la cara
y se sentaba en un sillón que había cerca, mirándome. 

-Puedes contarme lo de Tom, soy todo oídos. 

-¿Por qué te interesa tanto? – sonrió. 

-Sois mis mejores amigos. Me interesa. – de no estar borracho, supongo que abría
notado el tono peligroso con el que mencionaba aquello y yo, en vez de notarlo,
empecé a desnudarme para ponerme el pijama frente a sus narices. Habíamos
estado juntos desde que éramos unos mocosos, Tom, yo y Andreas, para nosotros
no había pudor, pero ya no éramos unos mocosos y eso también debería haberlo
tenido en cuenta. 
Me quité la camiseta, somnoliento. 

-Tom simplemente es… idiota. Utiliza a su propio hermano para… probar sus
métodos de seducción. – empecé a deshacerme de los complementos que llevaba
encima, ni siquiera tenía ganas de desmaquillarme ni de guardarlos. Los tiré al
suelo con desgana. 

-¿Qué quieres decir con eso? – el comentario pareció hacerle gracia y yo empecé a
desabrocharme los pantalones. – Por lo que acabas de decir, cualquiera diría que ha
intentado seducirte. 

-No lo ha intentado… - No conseguí quitarme los pantalones del todo. Me dejé


caer en la cama, derrumbado. – Lo ha conseguido… - Andreas se levantó del sillón
y caminó hasta la cama.

-¿Te refieres a lo del beso? Eso fue hace mucho tiempo…

-No es un beso… no es eso… me…

-¿Te gustó? – entrecerré los ojos, acurrucándome en la cama.

-Mum…

-¿Te gustan los hombres, Bill? – noté como la cama se movía al situarse a mi lado. 

-… No…

-Yo siempre he sabido que mentías cuando lo negabas frente a las cámaras, aunque
ni tú mismo lo reconocieras. Pero parece ser que el beso que te dio Tom, te ha
abierto los ojos. – sentí una mano fría posarse sobre mi pecho desnudo y temblé. 

-No me gusta…

-Admítelo de una vez, Bill. – su voz sonaba muy cerca de mi oído. 

-No… 

-Reconócelo. 
-… No…

-¡Reconócelo! – abrí los ojos, sobresaltado por su grito furioso y lo vi sobre mí,
agarrándome con fuerza los brazos, como si quisiera descargar toda su rabia sobre
mi cuerpo aturdido repleto de alcohol. Me asusté… mucho… 

-¿Qué… pasa? – tenía la cara descompuesta por la rabia. - Andy… suéltame… -


intenté levantarme, pero no tenía fuerza y del mareo la cabeza no paraba de darme
vueltas. – Andreas… ¿Qué haces? – me temblaba la voz y las lágrimas ardían en
mis ojos, impotente, débil y asustado. 

-¿Qué me has hecho tú a mí? – sentí las uñas clavarse en mis brazos. El rostro de
Andreas estaba a escasos centímetros del mío, parecía dispuesto a estrangularme
en cualquier momento. Ya había visto esos ojos antes, en Leyna, en David, en
Hagis… ¿Quería matarme? ¿Quería…? – Eras mi mejor amigo… ¿Qué has hecho
conmigo, con mi vida? ¿¡Que habéis hecho!? – me zarandeó bruscamente sobre la
cama, las lágrimas se me saltaron. 

-¡No he hecho nada! 

-¡Mentira! – desvié la mirada hacía la puerta, con el corazón acelerado. Sentía el


aliento de Andreas contra mi cuello y un escalofrío me recorrió por entero. – No
se… no se que te habrá hecho Tom pero, ¡seguro que te lo mereces! 

-¡No! 

-¡Tom te ha utilizado, seguro que te odia! – en ese momento, conseguí reaccionar


haciendo acopio de fuerza. Una violenta sacudida consiguió moverme y le propiné
una fuerte patada en el estómago que le hizo encogerse, pero no soltarme. 

-¡Cállate! ¡No tienes derecho ha hablar! ¡Tú no tienes ni idea de lo que hay entre
Tom y yo, no tienes ni idea de nuestro sufrimiento, no tienes ni idea de lo que
sentimos! ¡Ni tú ni nadie tenéis derecho a criticarnos ni a intentar separarnos! ¡Te
odio! ¡Os odio a todos! ¡Os odio! – supongo que los dos sentíamos exactamente lo
mismo en aquel momento. Él había perdido a Leyna, la persona que más quería, a
mí, Tom no me aceptaba. Estaba llorando, destrozado, sin saber, sin comprender,
sin entender, deseando que alguien me entendiera, deseando tener alguien con
quien compartir mi sufrimiento y, para bien o para mal, Andreas me comprendía y
compartía mi incertidumbre. 
Quizás, quizás en otras circunstancias, solo como estaba de nuevo en la noche, le
hubiera hecho un sitio a mi lado, incluso en la cama, pero ni siquiera fui capaz de
mirarle a la cara y él, por alguna extraña razón, tampoco fue capaz de mirarme a
mí. 

-Maricón perdedor… - Sentí como me arañaba con las uñas la cicatriz del brazo.
Me mordí el labio, recordando vagamente la navaja desgarrar mi piel. – Eres tú el
que no lo entiende. Me habéis traicionado y me habéis quitado a Leyna, lo se. – no
llegué a sorprenderme, tampoco es que fuera muy consciente de sus palabras. –
Mataste a Leyna, tú y Tom y yo que os consideraba mis amigos… mis hermanos…
quiero saber porque… 

Callé…

-¿¡Por qué!? – seguí mordiéndome el labio, en silencio. 

“No se lo digas a Andreas, él es el único que ha confiado en mí” 

No se me olvidarían esas palabras en la vida. 

No hablaría aunque me matara allí mismo, porque ya me sentía como un muerto en


vida y las lágrimas ya se me habían secado por completo, como si nunca hubieran
estado allí. Me resigné a lo que viniera, sin ganas de luchar por algo a lo que ya no
le veía el sentido y desvié la cara, con los ojos entrecerrados. 

Vislumbré una figura que bien conocía en el umbral de la puerta, observándonos


en silencio.

-Tom… - mi gimoteo alertó a Andreas, que de igual manera miró a mi hermano,


aparentemente indiferente hacía la situación. 

-Tom…

-Andreas… ¿Qué haces? – y Andreas se apartó de inmediato de encima de mí, con


la vista fija en Tom. Un suspiro de alivio emergió de entre mis labios y me
acurruqué en la cama en posición fetal, dándole la espalda a los dos. Iba a empezar
a llorar otra vez. – Sal fuera. – dijo Tom, con un tono ronco y amenazante. Por su
voz supe enseguida que no estaba del todo lúcido. 

-¿Quieres pelear aquí? ¿En el hotel?


-Si quieres vamos a la calle, no tengo ningún problema. Quizás tenga suerte y
pueda empujarte sobre un coche en marcha a la carretera, ¿O tú si tienes algún
problema? 

-En absoluto. Tenemos un asunto pendiente desde hace dos meses, lo tengo con los
dos. 

-¡Pues venga! Te estoy esperando… 

-Callaos… ¡Callaos los dos! – Estaba débil, borracho perdido, depresivo, como
quisiera, pero no estaba tonto. Tom… ¿Quién demonios se creía que era? Era él el
que me dejaba en ese estado de vulnerabilidad precisamente por su egocentrismo y
ahora, cuando me veía desarmado frente a otro, se ponía a gritar. 

Sentí su mirada sobre mí coronilla y tuve el valor de sentarme sobre la cama y


mirarle.

-¿Que mas te da? Lo que haga o deje de hacer, no es asunto tuyo. Ya no. 

Tom no contestó. 

-No te importa con quien pase la noche y con quien no. 

-Te estaba forzando. 

-¿En serio me ves capaz de forzar a tu hermano, Tom? – Andreas tenía una lengua
de víbora cuando quería y Tom le agarró de la chaqueta, sacudiéndolo. 

-No te pases de listo. 

-Ni tú tampoco Tom. No soy nada tuyo. 

-¡Si que eres algo mío, Bill! – su respuesta me dejó impresionado, dirigiéndome
una mirada afilada y amenazante. Tragué saliva… no sería capaz… - Si te acercas
a él, te mataré, ¿entiendes? 

-¡Joder, vete a tirarte a una groupie! ¡Ya le has oído, hará lo que le de la gana, no
es nada tuyo! 
No es nada tuyo… 

Tom dibujó una sonrisa en su cara con tanta malicia que me puso los pelos de
punta. 

-¿Eso crees? No te las des de sabiondo, si llegarás a apostar algo, perderías.

-Tom, cállate. 

-No quiero callar ahora. 

-¡Tom!

-¡Te mosquea que tenga miedo a contarlo! ¿No? Pues voy a demostrarte a ti que no
tengo miedo y tú… - empujó a Andreas bruscamente contra la puerta cerrada y le
señaló, en advertencia – Tú quédate ahí, mirando, calladito… - su mirada, ahora
puesta en mi hizo que me diera un vuelco al corazón y cuando se encaminó hacía
la cama, me levanté de un salto. Tom me agarró de los brazos al ver mis
intenciones de huir y tiró de mí hasta que choqué contra su cuerpo duro. - ¿Ahora
huyes? 

-Te apesta el aliento a alcohol. 

-Exactamente igual que a ti. 

-Por lo menos yo no me he vuelto loco. 

-¡Esto es lo que querías! 

-¡Una cosa es tener miedo y otra muy distinta es esto! ¡No seas crío!

-¿Qué mierda está pasando aquí? – negué con la cabeza. 

-Nada Andreas, lárgate. 

-¡Bill y yo estamos juntos! – el grito de Tom retumbó por toda la habitación.


Andreas nos observaba, no sabiendo si creérselo o tomárselo a broma y yo, más
que harto, le di un codazo a mi hermano en el estómago, haciéndolo caer sobre la
cama, adolorido. 
-No le hagas caso, está borracho. 

-¡Estamos juntos en esto Bill! ¡Dijiste que si un periodista te lo preguntaba


mañana, no lo negarías por muy malas que fueran las consecuencias! ¿¡Te retractas
ahora!? – y no pude decir nada, me quedé paralizado. Miré a Tom. Sus ojos
brillantes, esperando una respuesta. Miré a Andreas. Los suyos confusos e
incrédulos y callé, incapaz de decir una sola palabra. 

¿Qué debía hacer ahora? si decía que Tom mentía, traicionaría mis propias
palabras y le traicionaría a él. Si decía que era cierto… las consecuencias eran
imprevisibles, pero no serían buenas, eso era seguro. 

Estaba acorralado y entonces supe que era así como Tom se había sentido durante
esos dos meses, totalmente acorralado. Entre la espada y la pared.

Me tocaba decidir a mí y no sabía cual era la respuesta correcta. 

...

-¿De que murió Bill? – habían pasado exactamente diez minutos desde que Tom
había pronunciado esas palabras. 

Bill murió hace seis años… hace seis años… 

Sabía que me había hecho daño, pero no pareció importarle en absoluto. Supuse
que más dolor sentiría él, un dolor indescriptible. 

A pesar de todo, necesitaba saberlo. 

-Bill murió de cáncer… en la garganta. – cerré los ojos. Estaba segura de que si
en aquel momento hubiera intentado levantarme de la silla, me hubiera caído al
suelo. Me mareé. – Supongo que ya había empezado antes de venir aquí, puede
que incluso antes de lo del acosador pero ninguno de nosotros se percató, ni
siquiera él. Unas semanas después de llegar aquí, empezó a toser mucho. No le
dimos mucha importancia, lo tomamos como un simple resfriado. Luego empeoró.
– suspiró y desvió la mirada. Vi sus ojos brillando intensamente, lágrimas
reprimidas en ellos - Perdió diez kilos en una semana, era un saco de huesos y
piel, daba pena verle. Decía que le dolía el cuello y le costaba tragar hasta el
agua y, entonces, una noche, empezó a vomitar y a toser coágulos de sangre.
Fuimos al hospital y… - Tomó aire de nuevo, ansioso. – Ya se había extendido a
los glangios linfáticos y se había diseminado a otras partes del cuerpo fuera de la
cabeza. ¡Ni siquiera se que mierda son los glangios linfáticos!... Se moría… se
moría y yo no podía hacer nada. – Tom golpeó con los puños la mesa, que tembló
violentamente. Su expresión era un remolino de emociones. 

Impotencia, rabia, dolor… cosas que yo también sentía en ese momento pero
estaba segura de que no sería ni la mitad de lo que sentía él.

-Bill se negó a someterse a tratamiento. Decía, ¿Para que, si de todas formas


moriré igual? Prefiero hacerlo con pelo en la cabeza. – forzó una sonrisa. – Y por
supuesto tampoco quiso quedarse en el hospital, odiaba las inyecciones… murió…
detrás de casa, en la arena de la playa…- no aguantó más. Se tapó la cara con las
manos, reprimiendo sollozos. Yo me mordí el labio. Las manos me temblaban. 

-¿Sufrió mucho? 

-… Yo le veía sufrir en silencio. A veces le daban unos ataques de tos que me


daban un susto de muerte, a veces vomitaba, otras se desmayaba… estuvo así unos
meses hasta que no pudo más y… - tragó saliva y se levantó de la silla, nervioso,
con los ojos llorosos y la voz ronca. Fue a la cocina, agarró un vaso, lo llenó de
agua y se lo bebió de un sorbo. El perro fue tras él, moviendo la cola con
insistencia, pero cuando Tom se agachó de cuclillas hasta su altura, acariciándole
la cabeza, Scotty se sentó y gimió débilmente, dándole un lametón en la mejilla,
intentando tranquilizar a su amo. 

Me pregunté si Scotty ya estaba allí desde antes de la muerte de Bill, si había


estado con Tom en esos difíciles momentos, si había llegado a conocer a su otro
amo y si se acordaba de él. 

-Ese día fuimos a la playa los dos. Lo llevé a caballito, como cuando éramos
pequeños y nos metimos en el agua… Bill dio un gritito… estaba muy fría… me
dijo, no me sueltes o me moriré… no le solté… nos tumbamos esa noche en la
arena de la playa a ver las estrellas y él, intentó cantar 1000 meere… y no pudo…
se quedó dormido con la cabeza en mi pecho… - esa vez, si pude ver claramente
un par de lágrimas descendiendo por su mejilla, incapaz de reprimir las
emociones del momento, su recuerdo. - … y al día siguiente no despertó. 

Tom acababa de sincerarse conmigo, desahogándose después de tantos años, sin


nadie con quien hablar porque, después de la muerte de Bill, estaba solo y me
costaba creer que después de todo, después de todas aquellas entrevistas en las
que habían mencionado lo estrecha que era su relación, lo mucho que se
necesitaban, hubiera salido adelante, solo. 

-Ya tienes tu dichosa exclusiva. Era esto lo que querías saber, donde acabaron los
gemelos que tanta polémica desataron una vez, que a tantas personas movieron, y
ya sabes como han acabado. Uno está pudriéndose bajo tierra y el otro… muerto
en vida... Ahora vete. 

Quería decir algo que consiguiera consolarle, algo que pudiera ayudarle… pero
no existía en el mundo una sola palabra capaz de calmar semejante dolor. 

Ni siquiera yo era capaz de calmar el mío. 

-Tom…

-Me da igual que clase de artículo sensacionalista escribas, me da igual lo que des
a entender a la gente. Eso ya no me incumbe, ya no es mi mundo. Solo espero que
aquellos que una vez nos apoyaron sepan que Bill está en paz y… - esperé
pacientemente a que se limpiara las lágrimas y se tranquilizara un poco, cogiendo
aire y soltándolo con ansias – No le digas a nadie que estoy aquí. No quiero…
visitas inesperadas de fans o periodistas o lo que sea… - asentí con la cabeza,
tenía un nudo en la garganta. – Ahora lárgate. – me quedé callada. No había nada
que decir. Me levanté de la silla y murmuré un “gracias por todo” y anduve hacía
la salida cuando una idea se me pasó por la cabeza. 

-Tom… ¿Por qué no vuelves a Alemania, con tu familia? Con tu madre, con tu
padrastro… Georg y Gustav te esperan. No… no hace falta que te condenes, aquí
solo y encerrado. – Tom cerró los ojos, impasible ante mi pregunta. 

-Bill está aquí. No voy a dejarlo solo. 

-Pero… 

-Vete de una vez. – asentí con la cabeza. Sabía cuando rendirme y sabía aceptar
un no, y ese era definitivo. 

-Si alguna vez necesitas algo… contacta con alguno de nosotros. Todos se
alegraran mucho de saber que estás bien. – y me fui. No quería permanecer en esa
casa ni un segundo más, me ahogaba, me asfixiaba saber que allí se hallaba el
último aliento de Bill. 
Llamé a un taxi de nuevo a través de mi móvil y esperé quince minutos a que
apareciera. Me adentré dentro rápidamente y apreté las manos contra mi cara,
conteniendo un sollozo. 

-Una visita muy corta a sus parientes ¿no? – el taxista era el mismo que me había
llevado hasta allí y fingí una sonrisa. 

-Si, corta… y desesperante. 

Desde la ventanilla del copiloto pude ver a Scotty en la puerta de su casa, solo,
ladrando y moviendo la cola, como si se estuviera despidiendo de mí. 

Tuve la extraña sensación de que no era a mí a quien ladraba. 

Bill estaba dudando. Después de todo lo dicho esa misma tarde, dudaba. En parte
me sentía aliviado, eso demostraba que no era el único que tenía miedo pero ahora
que yo estaba seguro, que quizás, por el alcohol, me había resignado y me había
decidido, él dudaba. 

Y Andreas lo miraba fijamente. Se observaban a los ojos, incapaces de desviar la


mirada, como si estuvieran hipnotizados. Bill temblaba débilmente y supe
enseguida porque. 

Si en ese momento tan crítico Andreas solo fuera nuestro amigo, no le hubiera
dado tantas vueltas pero ahora que sabía lo de Leyna, se había convertido en otra
cosa… En nuestro juez, aquel que nos juzgaría como lo harían todas y cada una de
las personas que nos rodeaban. Juzgaría nuestra relación, nuestros actos, nuestros
sentimientos, nuestra vida, nuestros sueños, nuestro deseo, nuestros lazos… 

Bill estaba viendo cara a cara al verdugo antes de firmar nuestra sentencia de
muerte y estaba aterrado. Podía ver las gotitas de sudor descender por su espalda. 

-N… no… - tartamudeó. No tenía intención de dejar que se negara a algo que no
era verdad y se arrepintiera el resto de su vida. 

Me levanté de la cama y le abracé contra mi cuerpo. Le tapé los ojos con una mano
y los míos se encontraron con los de Andreas. Una parte de él ya sabía que era
verdad, la otra me retaba a revelar nuestra relación abiertamente. No tenía miedo a
ser juzgado, ya no, mientras sentía el calor de Bill contra mi cuerpo. 

-Tom… - me agarró la mano que tapaba sus ojos, tembloroso. Apoyé la otra sobre
su pecho, el corazón le latía con fuerza. 

-No quiero que te acerques más a Bill. – Andreas sonrió y se cruzó de brazos. 

-¿Por qué no? Un buen hermano mayor le dejaría la elección a él. 

-Es una pena que yo no sea un buen hermano mayor. 

-Hasta ahora lo has estado haciendo bien. ¿Qué ha salido mal?

-Él ya no es mi simple hermano – Bill me clavó las uñas en el brazo que rodeaba
su torso. 

-No tengo porque alejarme. No es nada tuyo.

-Lo es. 

-Demuéstralo y no me acercaré más. – un reto abierto. 

-Bill… - le susurré al oído. Tragó saliva. – Estás conmigo, no tengas miedo. 

-No pienso exhibirme solo para darle el gusto de ponerse cachondo. No soy ningún
mono de circo.

-Claro que no. – aparté la mano de sus ojos y la posé sobre su cuello.
Instintivamente sus pupilas ignoraron a Andreas y se centraron en las mías. – Ni yo
quiero que te exhibas, solo… delante mía. – no le di ni siquiera un momento para
recapacitar o dudar. Bruscamente, posé mi otra mano sobre su mejilla y entreabrí
mis labios, cazando los suyos al vuelo. 

Andreas desapareció en ese momento para mí. 

Nuestros labios se amoldaban perfectamente con cada movimiento, rozándose,


moviéndose con el deseo de profundizar más en la boca del otro. Nuestras lenguas
se acariciaban mutuamente, nuestras salivas se entremezclaban, compartíamos la
humedad y las bocanadas de aire, ansiosos y deseando no solo ese contacto,
necesitando tocarnos de manera más íntima cada parte del cuerpo, explorarnos
mutuamente de nuevo. 

Bill había empezado a introducir las manos bajo mi camiseta, dejándose llevar por
completo, acariciándome los pocos músculos de mi torso con suavidad, como si
quisiera sentir su forma con la yema de los dedos. 

-Joder… - nuestros labios se separaron, húmedos por los roces de la lengua del
otro. Bill se ruborizó repentinamente y casi escondió la cabeza en mi hombro,
apoyando las manos en mi cintura bajo la camiseta. Miré a Andreas, molesto por
su presencia. Se había llevado una mano a la boca y había desviado la mirada. Nos
observaba aún incrédulo. - ¿Cómo podéis hacer algo así entre vosotros? 

-Vete Andreas. 

-No… no hasta que me digáis que ocurrió ese día. – el corazón se me encogió. –
¿Qué pasó? ¿Por qué Leyna…? 

-Leyna… - tragué saliva. No tenía intención de contar la verdad, mi última y única


promesa a mi difunta hermana. – Leyna cometió un error y… no nos quedó otro
remedio. – Bill sufrió un ligero espasmo, pero no se movió. 

-¿A que te refie…? – de repente, palideció súbitamente. – No será… ella…


también sabía lo del beso… el primer beso… No os atrevisteis a… por esto… -
ninguno de los dos habló, conscientes del tremendo golpe que Andreas estaba
sufriendo debido a nuestra mentira y también que toda la culpa había recaído sobre
nosotros. 

Él retrocedió, tan blanco como un muerto. 

-¿Acaso la matasteis porque descubrió lo vuestro? – oí un muy débil sollozo por


parte de Bill. Yo seguí observando atentamente a mi mejor amigo, que no
reaccionaba ante mi pasividad. 

-Vete. – me limité a decir.

Andreas malinterpretó nuestro silencio, tomándolo como un sí repleto de


indiferencia y, tambaleándose y aturdido, con las piernas temblorosas, casi
arrastrándose, abrió la puerta de la habitación. 
-Os arrepentiréis… os mataré por esto… - sollozó. Pude ver un par de lágrimas
resplandecientes brillar sobre sus mejillas mientras salía del cuarto. – Os mataré…
acabaré con vosotros… - y cerró tras esa clara amenaza en mente. 

Acababa de perder a mi mejor amigo. Me hubiera derrumbado de no estar junto a


Bill en ese momento, compartiendo mi pena. Era injusto, ¡Tan injusto! Solo nos
habíamos querido, solo nos queríamos, ¿Tan malo era eso como para tener que
pagarnos así? Ahora sabía que no. Desde luego que no y a estas alturas, ya me
daba exactamente igual que lo fuera. 

-Ahora… no hay nadie… - le oí murmurar con voz ronca. – Necesito… necesito


tranquilizarme. – sabía exactamente que necesitaba, lo mismo que yo después de
dos meses evitando el más mínimo contacto, pero no dije nada. Nuestros
pensamientos estaban totalmente sincronizados. Sabíamos lo que queríamos sin
necesidad de palabras, así que esperé pacientemente, observando como los ojos
húmedos se tragaban las lágrimas. Forzó una sonrisa. – Te he echado de menos. –
Sus manos no se detuvieron bajo mi camiseta. Sentía la piel arder con cada roce
mientras me la subía hasta que alcé los brazos y me la sacó con extremo cuidado,
soltándola sobre el suelo sin ningún tipo de orden. 

-Ya lo veo. – me mofé, sacándole una sonrisita. – No creas que yo no lo he hecho


por lo que te dije esta tarde. – su expresión reflejó cierto dolor, pero no dijo nada.
Se concentró en la gorra, empezando a apartarla de mi cabeza con cierta
precaución. – Lo siento…

-No le des más vueltas. De todas formas… - me apartó la bandana de la frente y la


dejó caer con cierto recelo. - … Solo me dijiste que era patético… y que era una
perra en celo… 

-No es eso lo que pienso. – le seguí con la mirada mientras me rodeaba, con un
dedo puesto en mi pecho y se situaba mi espalda, quitándome la goma que me
ataba las rastas con un poco más de brusquedad. Sentí un ligero tirón y estás
quedaron sueltas sobre mis hombros y espalda. 

-Se que no lo piensas. – me susurró al oído, apoyando la barbilla en mi hombro. –


Pero lo dijiste. – volví mi cabeza, nuestras narices se rozaron y respiramos el
mismo aliento, su torso desnudo quedó pegado a mi espalda y sus brazos me
rodearon los hombros, tirando de mí hacía atrás. 

-Lo dije… pero en realidad quería decir que eres patéticamente atrayente. Como
una perra en celo atrayendo a los chuchos. 

-Y tú eres uno de los chuchos ¿no? – sonrió.

-Por desgracia para ti… - le di un suave y breve lametón en los labios, aturdiéndolo
unos segundos. – Lo soy. – Bill cerró los ojos, sumiso y yo jugueteé con sus labios,
atrapando el inferior entre los míos y acabando por introducir mi lengua sin ningún
tipo de pudor en su boca. 

Dos meses se decía pronto, el tiempo que se me había hecho a mí sin volver a
tenerle así se me había antojado eterno, desesperantemente eterno y a juzgar por la
manera en la que me tocaba, no era el único que lo había sentido así. 

Me volví y bruscamente hice que su pelvis y la mía chocaran cuando lo atraje hacía
mí agarrándolo del trasero. Estaba duro, tanto como yo.

Bill no era capaz de mantener las manos quietas en un solo lugar. Recorría mi
pecho con las manos con tanta desesperación que parecía que temiera que
desapareciera. Me gustaba que me tocara así. Me gustaban sus labios húmedos
moviéndose sobre los míos como si fuera la última vez, nuestras lenguas
enredándose dentro de su boca, jugueteando con su piercing, dándole toquecitos
insistentes. Nuestro cálido contacto podría ser mejor, más profundo… y era lo que
más deseaba. 

Bill pareció leerme el pensamiento, deteniendo su mano por fin sobre mi corazón y
empujándome hacía atrás hasta que mis rodillas chocaron contra el filo de la cama.
Caí sobre ella, arrastrándolo conmigo. Nuestros labios aún juntos, poco dispuestos
a separarse. Nuestras lenguas entrelazadas. Su cuerpo sobre el mío, mis manos
acariciando su espalda, las suyas aún se entretenían perfilando cada curva de mi
torso y entonces, separó sus labios de los míos. Le brillaban enrojecidos y los
utilizó para besarme la barbilla, empezando a descender rozándome con ellos el
pecho. 

-No, Bill… vuelve aquí. – me quejé. Siguió descendiendo, ignorándome. – Ah… -


gemí, molesto cuando sentí como me mordía un pezón suavemente y se dedicaba a
lamerlo. - ¡No hagas eso! – Bill me sonrió. 

-Quejica. – ahora me miraba fijamente, mientras sus manos acariciaban el contorno


de mis abdominales. Encogí el estómago, repentinamente estremecido, tragando
saliva. Bill se ruborizó, desviando la mirada otra vez hacía mi cuerpo. Su mano
había llegado hasta mi pantalón, bajo el que se notaba claramente el bulto de mi
erección. La timidez había acudido de nuevo a él, cosa que para nada me importó. 

-Sigue… - le insté. Ahora era yo quien sonreía al verle abochornado, pero a pesar
de su vergüenza, me desabrochó el pantalón y empezó a quitármelo junto con los
boxer. Me tensé cuando mi miembro quedó frente a su cara, totalmente duro y
tieso, no por pudor, sino por la manera en la que Bill lo miró. Sabía exactamente lo
que se le estaba pasando por la cabeza en ese momento. – Bill… - apartó la mirada
de mi erección y me miró fijamente. – No estoy seguro de querer verte haciendo
eso. – me observó unos instantes, en silencio, con los labios entreabiertos antes de
gatear sobre mí y de nuevo situar su rostro a escasos centímetros de mi cara. Su
pelo cayó como una cascada sobre sus hombros. 

-¿Y que quieres verme hacer? – murmuró en un suspiro. 

Sabía exactamente que quería y no dudé en hacerlo. 

No debí olvidarme de Andreas tan fácilmente, pero ni siquiera se me pasó por la


cabeza que él fuera tan retorcido como para hacer algo parecido a lo que hizo. 

Escondida en algún rincón de la habitación, una cámara gravaba como empecé a


hacerle el amor a Bill.

Capítulo 26: Sueños...

-Hum… - me revolví en la cama, repentinamente incómodo. No abrí los ojos,


sentía el peso de los párpados sobre ellos y un aguijón picotear mi cabeza. La
resaca del día anterior.

Pude notar ciertas lucecitas penetrando a través de las persianas, iluminando


tenuemente la habitación y un movimiento que hizo temblar la cama pero no por
eso me desperté. Me acarició el pelo, apartándome varios mechones de la cara. Me
coloqué boca abajo, somnoliento y me agarré a la blandita almohada. 

-Bill… despierta. – no le hice caso. – Eh… 

-Hum… - solté un ronroneo, pero no abrí los ojos.


-Como quieras… - de nuevo noté movimiento y esta vez si que abrí los ojos y
pegué un bote cuando sentí el fuerte latigazo en mi trasero. Me puse de rodillas
sobre la cama, emitiendo un quejido y miré a Tom con el ceño fruncido, que se
carcajeaba con la mano en la barriga sin disimulo. 

-¡Me has pegado, otra vez! 

-¡Oh, venga, si sé que te gusta! – me tembló el labio ligeramente, abochornado y le


arrojé la almohada a la cabeza. 

-¡Idiota! 

-¿Acaso ya estoy abusando demasiado de tu culo? 

-¿Qué hora es?

-Las doce y media. 

-¿Y por qué me despiertas tan temprano? Hoy no hay nada que hacer. – me tumbé
de nuevo boca arriba en la cama, con los brazos extendidos y Tom se sentó,
apoyando la espalda contra el cabezal de la cama, mirándome. 

-Me he despertado a las once, he intentado volver a dormirme pero no podía y me


aburría así que… 

-Has decidido darme el coñazo a mí. 

-¡Es tú culpa que no pueda volver a dormirme, me distraes! 

-¡Pero si estaba frito! 

-Gemías en sueños. 

-Mentira. Yo no hablo en sueños. – puso los ojos en blanco. Esperó varios


segundos antes de volver a hablar. 

-Me estabas abrazando. – murmuró, pensativo. – Has estado toda la noche


abrazándome. 
-¿Te molesta? – me erguí sobre la cama de nuevo y Tom negó con la cabeza, otra
vez sonriente. 

-¡Estabas babeando en mi pecho, me has puesto perdido! ¡Quiero saber que


demonios te pasa con mi perfecto torso para que estés toda la noche sobándolo! 

-¡Definitivamente eres un idiota! ¡Me voy antes de que se me pegue tu estupidez! –


hice el ademán de irme, de levantarme de la cama, haciéndome el cabreado, porque
por supuesto, no estaba para nada enfadado. Me había despertado a su lado, no
había manera de que algo o alguien me arrebatara la felicidad que sentía recién
levantado. Había razones para estar preocupado, siempre tendríamos razones para
estarlo al tomar aquella decisión y seguir este camino, pero de momento, la
felicidad de despertarnos uno al lado del otro todos los días, aunque fuera a base de
hacer rabiar al otro, superaba con creces todo tipo de estrés. 

Hoy, es tres de diciembre. 

Hoy, hace un mes que, técnicamente, mi hermano gemelo y yo mantenemos una


relación más allá de lo fraternal. 

Y hoy, hace un mes que lo llevamos en absoluto secreto, claro. 

No es tan difícil como creíamos. En público, nos comportamos como siempre y no


necesitamos disimular una relación fraternal, porque seguimos siendo tan
hermanos como siempre, con nuestras bromas, nuestras peleas, nuestras
discusiones, nuestros gritos, nuestros roces… somos hermanos y eso no lo cambia
nada ni nadie. La única diferencia es que no podemos darnos tantas libertades en
nuestros roces y nuestras palabras como quisiéramos. No puedo darle un beso a
Tom delante de alguien y él no puede decir, espérame despierto en la cama delante
de otra persona. Sonaría muy raro. Así que tenemos nuestro propio “código de
miradas indescifrable” que utilizamos delante de todo el mundo, incluso en las
situaciones en las que nos gravan. A estas alturas, ya resulta obvio para todas las
fans o para cualquiera que tenga ojos en la cara que nos comunicamos de esa forma
a la perfección, pero nadie le da importancia. Gemelos, conexión extrasensorial o
algo así, pensarán. 

No puedo negar que a veces, el no poder tocarle me saca de quicio. El tener que
guardar silencio me hace traicionar mis propios principios, traicionarme a mi
mismo. Tom no tiene ese problema y a veces, sobretodo cuando en alguna
entrevista me preguntan sobre la chica de mis sueños y tengo que mentir, siento
tanta rabia que estoy deseando estar a solas con él para estrangularle… nunca lo
hago, siempre acabo entre sus brazos antes de poder pronunciar palabra y toda esa
rabia desaparece por completo por la noche, cuando uno de los dos, se cuela
furtivamente en la habitación del otro. 

Georg y Gustav sospechan. ¿Para que me voy a mentir? No sospechan de mí, pero
si que a Tom le pasa algo, que se ha encaprichado de alguien porque ha dado un
cambio… demasiado brusco. Ya no habla de tirarse a groupies, de lo buena que
está Jésica Alba, de la Mansión Play Boy (Aunque la sigue viendo y en realidad no
me importa que lo haga) o de que mantiene mucho sexo y los demás no. No lo
hace a no ser que le pregunten, entonces, se tira un farol lo más discretamente
posible, (mirándome primero a mí con disimulo) o cambia de tema drásticamente.
El otro día, Georg me preguntó esquivando a Tom que le ocurría, si sabía algo de
porque de repente no se lo tenía tan creído con el tema del sexo y porque esquivaba
a las chicas. Me contó que en nuestra última fiesta, varias chicas que en palabras
textuales de Georg, estaban tremendas, se presentaron dispuestas a todo frente a
ellos. Él triunfó, Tom les siguió el juego durante un rato pero a la hora de la
verdad, ni siquiera se disculpó cuando salió apresuradamente del lugar, dejándolas
tiradas y calientes con insinuaciones que no tenía intención de cumplir. No me
sentí para nada culpable al pensar que seguramente, esa noche, la abría pasado
conmigo, como casi todas las noches de ese mes hasta ahora. Es una suerte que a
pesar de todo, nadie se halla dado cuenta de que Tom suele meterse en mi
habitación después de las fiestas y se ha acostumbrado a darme sustos de muerte
antes de abalanzarse sobre mí. 

El corazón me late con fuerza con cada sobresalto y continua así toda la noche. Es
como si de repente no le conociera, como si hubiéramos empezado de cero con
algo nuevo y en cierto modo, es así. 

-Tíos… habéis cambiado. – saltó Georg, encerrado con nosotros en el bascktage,


antes de un concierto. Tom y yo nos miramos con una ceja alzada. – Venga,
soltadlo ya. Uno de vosotros, esta enrollado con alguien. ¡Una relación seria! Y el
otro lo encubre… - nos observó a cada uno con detenimiento, como si fuera un
detective intentando descubrir al culpable de un asesinato. El corazón se me
aceleró y cuando me miró a mí, me mordí el labio y bajé la mirada, señal clara y
obvia de que me estaba poniendo nervioso, por eso Georg enfiló su mirada en mí. -
¿Bill? ¿Tienes algo que contar? 

-¿Yo?... no…
-¡Suéltalo mequetrefe! 

-Georg, déjalo. 

-¡Lo sabía, estáis compinchados para que no se descubra! – su tono no era de


enfado, sino de diversión. Se tomaba la cosa a guasa y cuando me di cuenta de ello,
me relajé notoriamente. – Pero ahora decidme, anda, que tengo curiosidad. 

-Georg no te montes películas. – sonrió Tom, acomodándose en el sofá a mi lado


con despreocupación. 

-¡No me las monto, vuestra actitud es muy clara! Tom, te reprimes con las tías,
cosa que nunca antes había sucedido, Bill… tú… 

-¿Yo qué? – intenté actuar con tanta despreocupación como Tom, pero no salió
bien. Movía las piernas con histeria, incapaz de estarme quieto. 

-Bill… tú estás actuando como un hombre últimamente. 

-¿Insinúas que me he portado como una tía hasta ahora? 

-No. Insinúo que la otra noche, después de que Tom desapareciera dejando a esas
tías bien calientes y después de que yo aprovechara la ocasión y volviera agotado
al hotel, pasando por delante de tu habitación para ir a la mía… te oí. – me puse
rígido y esta vez no fui el único. Tom, aún disimulando, se puso serio de repente. 

-¿Oíste que? – preguntó con cierto tono severo. 

-Oí los gritos. 

-Ah, eso… me caí de la cama…

-No eran gritos de dolor. Eran gritos de, ya sabes… no gritos solitarios. Gritos de,
¡Oh, que me corro! Bill… o te estabas masturbando, o estabas restregándote con
alguien, ¡No lo niegues! – creo que me ruboricé. Intenté averiguar que noche
podría ser esa, pero... podría haber sido cualquiera. De treinta noches, alrededor de
doce nos habíamos acostado juntos y las restantes, habíamos estado tan ocupados o
cansados, que no había dado tiempo de hacer nada - ¡Te has puesto rojo! 

-¡Cállate!
-¡Suéltalo! 

-¡No me acuesto con nadie!

-¡Trolero!

-Bill, díselo ya para que se calle. – miré a Tom con los ojos desorbitados y él me
dirigió una mirada tranquila y con aplomo. – Dile lo de la fan. 

-¿Lo de la…? – cruzamos miradas y me bastó un segundo saber que se le estaba


pasando por la cabeza. - ¡Ah, lo de la fan! Eso… es que… me da vergüenza. 

-¡Bill, si nos pasa a todos!

-¿Fan, que fan? – preguntó Georg enseguida, picando como todo buen cotilla.

-Bill conoció a una fan de estas incondicionales que nos siguen a todas partes, muy
mona y… pues le gusta. – Georg me miró de nuevo, esperando mi inmediata
afirmación.

-Pues nada… nos conocemos desde hace un mes, nos vemos en todos los
conciertos y el otro día, dimos el paso y acabamos en mi habitación y… eso… 

-¿¡Por qué no nos lo has dicho!?

-Sabes que no me gusta hablar de mis intimidades con nadie. 

-Y Tom es la excepción, como no. – me encogí de hombros ante su actitud


recelosa. 

-Es mi hermano. – Georg no le dio más vueltas y suspirando se levantó del sofá. 

-Voy a evacuar para invocar nuestra buena suerte. 

-¡Abre la ventana del baño sino quieres matarnos! – le gritó Tom, a lo que él
contestó con un simple corte de manga. Cuando salió del bascktage, por fin pude
respirar con tranquilidad. La tensión se fue en cuanto Tom me dio un apretó en el
hombro y nos miramos, relajándome al instante al rozar su nariz con la mía en
actitud cariñosa. 
-No estés tan tenso. No sabe nada, relájate. 

-¡Me oyó, Tom, me oyó! 

-No te hubiera oído sino dieras gritos como un loco cuando me montas. 

-¡Cállate! ¡No vuelvas a decir eso! – que bochornoso era oírle decir esas cosas con
tanta naturalidad y mientras yo me ruborizaba hasta la raíz del pelo, él se rió y me
pasó el brazo por los hombros encogidos, empujándome hacía él hasta que mi
cabeza dio con su hombro. 

-A pesar de que un día de estos me vayas ha dejar sordo, tus gritos me ponen
tanto… - sentí su húmeda lengua escurrirse por el lóbulo de mi oreja y mis piernas
temblaron de excitación. 

-Tom, aquí no. 

-Jo, venga – su mano se cerró en mi entrepierna de repente y solo pude soltar un


gritito cuando me la apretó con fuerza sobre los pantalones y los latidos acelerados
volvieron a aparecer en mi pecho. Me mordió la oreja y ladeé la cabeza,
encogiendo el cuello. – Grita para mí. – me la apretó con más fuerza aún, tanta que
la excitación casi rayaba el dolor. 

-¡Ah, Tom! 

-Si… - pegó sus labios a mi mejilla y la recorrió buscando mis labios temblorosos.

-¡Tíos! ¡Tíos! ¡Tíos! ¡Tíos! – los gritos de loco de Gustav nos sobresaltaron y
como si tuviéramos implantado un muelle, Tom me soltó y cada uno pegamos un
salto, separándonos, situándonos cada uno en una esquina del sofá, mirándonos
con los ojos como platos. - ¡Tíos!

-¡No grites! ¡Ya te hemos oído! – respondió Tom, llevándose una mano al pecho
del susto, intentando controlar los latidos acelerados de su corazón. Me miró con la
respiración entrecortada y sonrió cuando se percató de que a mí me había ocurrido
exactamente lo mismo. 

-¡Tíos, no os podéis ni imaginar lo que le he oído a los productores! ¡No me lo


puedo creer ni yo, es alucinante, es… es…! 
-Gustav, tranquilízate y respira. – me estaba poniendo más nervioso de lo que ya
estaba moviendo los brazos como un histérico y, pese a sus palabras, la verdad es
que dudaba mucho que a esas alturas hubiera algo que lograra emocionarme más
de lo que ya estaba. Gustav se sentó en el sofá, pero al momento volvió a
levantarse y empezó a mordisquearse las uñas. Que asco. - ¡Como te muerdas las
uñas te pego! 

-¡Nos han nominado, nos han nominado! ¡Nos han nominado a los premios
Megstel de este año! 

-¿Qué? 

-¡LOS PREMIOS MEGSTEL! 

-Gustav… ¿Qué te has fumado? – era obvio que Tom no se lo creía, al contrario
que yo, que me levanté de un salto del sofá. Retiraba lo dicho, si era posible
emocionarme más de lo que ya lo estaba y lo supe cuando creí ver a mi corazón
revoloteando a mí alrededor. Gustav empezó a dar saltos con las manos en la
cabeza, como un loco mientras gritaba.

-¿¡Estás seguro de eso!? 

-¡Se lo oí decir a los productores! ¿¡Sabes lo que eso significa!? ¡Hollywood,


alfombra roja, reconocimiento mundial, fama por todos lados! ¡Estrellas
mundiales!

-¡AAAHH!

-¡Bill, no grites tú también! 

-¡Tom, nuestro sueño hecho realidad! ¿¡Cómo quieres que no grite!? ¡Gustav, te
quiero tío! – nos abrazamos los dos y empezamos a dar botes entre gritos como dos
locos. Tanta emoción, tanta felicidad no podía ser buena. Los premios Megstel,
uno de los eventos más importantes en el mundo de la música y donde a veces,
grandes músicos hacen historia. Ni en mis mejores sueños podría haberlo
imaginado. 

-¡Eh, eh! ¿Qué pasa aquí? – Georg apareció por la puerta en ese momento, con el
móvil en la mano y todos nos quedamos mirándolo hasta que Gustav y yo le
tendimos los brazos al grandullón, emocionados. 

-¡Georg, que vamos a participar en los premios Megstel! ¡Que vamos ha hacer
historia, tío, que somos los mejores!

-¿¡Pero que dices!? ¡AAAHHH! 

-¿Pero no os dais cuenta de que aunque vayamos a esos premios podemos hacer
historia o hacer el ridículo? ¡Ahí van las estrellas mundiales, los veteranos,
nosotros somos novatos! – los tres dejamos de saltar de repente y miramos a Tom,
serios. 

-¿Tom? – por un momento se hizo el silencio.

-Vale, vale… Si es que… ¿Qué haríais vosotros sin mí? – y los cuatros empezamos
a dar botes y a gritar como locos. 

En aquel momento pensé que no podía ser más feliz. Estaba en una burbuja de
cristal, a un paso de hacer realidad un sueño que una vez creí imposible,
compartiendo mi emoción y mi alegría junto a personas importantes para mí,
personas a las que quería y una a la que amaba y la cual, me amaba. 

Deseé con todas mis fuerzas, entre gritos de júbilo que aquello no acabara, que
todo siguiera así. Hacer música con Gustav, Georg y Tom, unas de mis pocas
personas especiales. Viajar por el mundo, mostrarle a la gente el significado de la
unión de los cuatro, el significado de nuestra música, de nuestras canciones, de la
fuerza de nuestros sueños e ilusiones, vivir, soñar, reír y llorar juntos… amar… 

De repente, tan frágil como era, la burbuja se hizo añicos con el sonido de una
musiquilla que nos hizo separarnos. 

Como la primera Llamada Perdida. 

-Georg, te llaman al móvil. – el grandullón, nuestro Hobbit, se separó de nosotros


aún con la sonrisa en la boca y miró la pantalla del teléfono para ver quien era. Su
expresión se volvió confusa y recibió la llamada a regaña dientes. 

-¿Andreas? – Tom y yo nos miramos, pálidos y al instante dejamos de sonreír.


Andreas había vuelto a desaparecer después de que descubriera nuestro secreto, sin
decir adiós. 
Él sabía que habíamos intentado localizarle, pero no quería que le encontráramos
y, de repente ahora, llamaba… ¿A Georg? 

–¡Cuánto tiempo tío!... Si, están conmigo, ¿te los paso? – preguntó Georg por el
teléfono y frunció el ceño. - ¡Pero si los tengo al lado! ¿Por qué no…? … vale,
vale, ¿dónde?... ¿Mañana? Supongo que tienes suerte de que estemos en
Alemania… vale, yo les doy el recado, ¡A ver cuando te pasas otra vez por…! –
puso los ojos en blanco, separándose el móvil del oído. – Ha colgado. 

-¿Era Andreas? 

-Si, no tengo ni idea de porque me llama a mí. Me ha dado un recado para


vosotros, quiere veros mañana, a solas. 

-Mañana, a solas. – repitió Tom. 

-Si, en nuestro apartamento de Munich. 

-¿Vais a ir? – Gustav nos miró con el ceño fruncido. Sospechaba algo, sabía que
algo no iba bien y no era cuestión de pararse a dar explicaciones. 

-Claro que vamos a ir. – afirmé enseguida. En ese momento, nuestro nuevo
manager se adentró en la habitación. Me mosqueaba tenerle cerca, no le llegaba ni
a la suela de los zapatos a David. Aunque Jost solo había tratado de ganarse
nuestra confianza desde el primer momento, era difícil de olvidar, porque había
sido el mejor en su trabajo. 

Era la hora de salir al escenario y mientras recorríamos el pasillo rumbo a él, Tom
me dirigió una mirada asesina. 

-¿Vas a dejar de portarte como un crío o vas a estar así todo el jodido camino? 

-Que te follen – Tom estaba enfadado y yo también. Eran las cuatro de la tarde y
llevábamos alrededor de media hora de recorrido hacía Munich en el maldito
Cadillac. Estaba de mal humor y llevaba toda la media hora sin dirigirle la palabra.
Durante el concierto, me ignoró y pasó de mí todo lo posible, como sino me
hubiera dado cuenta y por la noche no vino a mi habitación y la llevaba clara si
creía que yo iría a la suya, arrastrándome para preguntarle que le pasaba. Tenía la
intención de llevarle en mi nuevo BMW, ilusionado por enseñarle como conducía,
pero se empeñó en ir en su Cadillac y conducir él o sino, no vendría y se acabó.
Ese día me había levantado odiándole a muerte. 

-¿Por qué no me haces un favor y te tiras con el coche en marcha? 

-Después de que pares el coche, bajaré encantado. 

-Pues ahora te jodes hasta que lleguemos a Munich y regresarás andando. 

-Con un poco de suerte te estrellarás de regreso por ahí y cuando ocurra, me


divertiré pisoteando tus sesos. 

-Con un poco de suerte, saldremos vivos del apartamento. – ese comentario me


intrigó. 

-¿Qué dices?

-Que eres un gilipollas sino te has dado cuenta de que vamos directos a una
trampa. Eso digo. 

-Estás flipado. 

-Andreas nos amenazó antes de irse, ¿Lo recuerdas? Yo ya no me fío. 

-Un momento... ¿Estás cabreado porque no quieres ir?

-¿Lo has averiguado tú solo Bill? No me lo creo. 

-Tom… Andreas es nuestro amigo. ¿Cómo puedes pensar algo así? 

-Cree que matamos a Leyna porque descubrió que estamos juntos. Ya no es amigo
nuestro. 

-¿Por qué nos pidió que viniéramos entonces? 

-Quiere vengarse. 

-Estás paranoico. 
-Ya me lo dirás cuando tengas una bala en la cabeza. - suspiré. Abrí la ventana y
dejé que el aire azotara mi cara suavemente. Tom siempre había sospechado hasta
de su propia sombra. Solo confiaba ciegamente en mí. También confiaba en
nuestra madre antes de saber que durante años nos había ocultado que teníamos
una hermana y que, probablemente, no éramos hijos de aquel al que creíamos
nuestro padre. Y confiaba en Andreas antes de verlo sobre mí aquella noche en la
cama. Ahora, su actitud con mamá guardaba cierto recelo a pesar de no haber
tocado el tema de Leyna y de Jost. Aún no estábamos preparados para oír su
versión. 

A estás alturas, yo era el único de quien no sospechaba que podía tener dobles
intenciones cuando hacía cualquier cosa fuera de su campo de visión. 

-¿Volvemos? – me preguntó. 

-Ni hablar. ¿En serio crees que Andreas intentará matarnos, Tom?

-Matarnos no. Quizás haya contratado a unos mafiosos para rompernos las piernas.

-Sé realista, ¿Quieres? – Golpeó el volante con el puño cerrado, sobresaltándome. 

-¡Mira, no pienso arriesgarme a perderte, a sufrir más! ¿¡Entiendes!? ¡Estamos


muy bien así, sin verle un jodido pelo así que voy a girar en la próxima rotonda y
nos volvemos al hotel! ¿¡De acuerdo!? – por unos segundos guardé silencio,
sorprendido por su actitud.

-¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¡Ponte en su lugar! ¿Qué harías tú si él me hubiera
matado a mí? 

-Lo mataría y después me mataría yo, por eso no quiero ir. 

-Pues entonces frena y déjame aquí. Iré yo. – no pareció escucharme, pero frunció
el ceño. – Tom… se lo debemos. Le debemos una explicación al menos, le
debemos una disculpa y todo nuestro apoyo y comprensión y lo sabes. – puso los
ojos en blanco. – También sabes que le quiero y tú también le quieres – ahora sí,
bufó. 

-No podemos huir toda la vida, ¿verdad?


-No. 

-Pero Bill… sabes que a ti te quiero mucho más que a él. 

-Y tú sabes que yo también a ti, pero… quiero tenerle a mi lado, como antes. De
verdad que lo quiero y tal vez, bueno… hemos estado desde parvularios juntos.
Andreas no tirará todo eso por la borda por esto, ¿No?

-… No lo sé, Bill. No lo sé. – a pesar de nuestras dudas y de nuestro nerviosismo,


Tom no dio la vuelta y siguió conduciendo hasta que llegamos a Munich.
Conforme nos fuimos acercando, el corazón me latía más deprisa, como si
intentara avisarme de algo, pero hice oídos sordos a todos sus avisos. 

A Tom le sudaban las manos cuando aparcó frente a la casa y me dio un fuerte
apretón en el brazo para que no me abalanzara y le siguiera. 

Los dos caminamos hasta la puerta lentamente y Tom introdujo la copia de las
llaves que cada uno tenía para la casa. Entramos. Todo estaba oscuro. 

-¿Andreas? – le llamé y tragué saliva cuando no hubo respuesta. Tom y yo nos


miramos antes de dar un paso más hacía dentro, recorriendo el pasillo. 

-¿Andreas? – le llamó él después, con un tono de voz más alto de lo normal bajo
las escaleras, esperando que la voz llegara hasta el segundo piso. Me adentré en el
salón, incómodo, con la vista fija en la televisión encendida de un color azulado. El
DVD también estaba encendido y abierto con un disco. Tom ladeó la cabeza
cuando llegó a mi lado. 

-No hay nadie.

-Tiene que estar aquí. 

-No contesta. Vámonos, esto no me gusta. 

-Espera… - los dos observamos como de repente, el DVD se cerraba con el disco. 

Leyendo…

Cargando… 
Play… 

La televisión se iluminó. 

-Tom… esto no… me da vergüenza… - mi voz sonó en todo el salón, pero yo no


había abierto la boca y mucho menos había dejado escapar esa súplica lastimera. 

-Abre las piernas… más… - me tembló el labio al oír a Tom con ese tono ronco y
excitado que siempre utilizaba cuando nos tocábamos de esa manera… Como lo
estábamos haciendo en pantalla…

Tom estaba de rodillas sobre la cama, desnudo, con las rastas sueltas acariciándole
la espalda, tensa e inclinada sobre mí, las manos separando mis piernas desnudas,
entre ellas. Mi cabeza estaba inclinada hacía atrás, mis labios rojizos y
entreabiertos, las mejillas encendidas, los ojos cerrados, apoyado sobre mis
antebrazos temblorosos. 

-¡Ah, joder…! – recordaba lo que sentí entonces como si lo estuviera viviendo,


cada movimiento. 

Empecé a temblar. 

-Increíble ¿verdad? – la cabeza me daba vueltas y me mareé cuando volteé y vi a


Andreas apoyado en una esquina del salón, con el mando en la mano. Serio.

Desde luego no venía ha hacer las paces. 

Me pregunté porque no habría hecho caso a Tom cuando me dijo que íbamos
directos a una trampa… 

Habíamos caído en ella y ya no había manera de escapar.

1 mes después...

Definitivamente los Premios Megstel de música de este año han sido realmente
competitivos. Miles de grupos han estado hoy aquí, con nosotros. De los más
famosos y conocidos del mundo como los Rolling Stone, que han sido los que han
presentado a los ganadores del Gran Premio. ¡Ha sido una gran sorpresa para todos
que nadie se esperaba! Los ganadores de este Gran Premio vinieron aquí
nominados siendo unos novatos de apenas 19 a 21 años y se han llevado a casa no
solo el Gran Premio, sino el reconocimiento mundial y el paso a la historia de la
música. ¡Nadie se lo hubiera imaginado!

Hoy, aquí, dándonos más de una sorpresa nos han iluminado con una canción
nueva cuya letra, estoy segura, nos ha llegado a los más hondo a cada uno de
nosotros, cantada en inglés, incluso me ha parecido ver a algunos miembros del
jurado con lágrimas en los ojos y, como si el cielo quisiera apoyarles, ha dado un
gran espectáculo de rayos y truenos sobre nuestras cabezas que nos ha dejado
boquiabiertos. 

La canción con la que han actuado y que pasará a la historia junto con ellos, se
titula Llamada Perdida y aún no estamos muy seguros de que significado tiene para
los cuatro miembros del grupo, pero estamos dispuestos a preguntárselo en cuanto
les encontremos entre esta masa de famosos…

Un momento… ¿Se han ido de la fiesta, ya?... ¿Ha dónde ha ido Tokio Hotel? 

………………………………………………………………………………………
…….

-Hum… mum… guau… 

-¿A que vienen esos gemidos? – Bill se rió de esa manera que tanta gracia nos
hacía a los cuatro, la risa de un niño pequeño e inocente que se preparaba para
realizar alguna travesura. Nos habíamos sentado bajo el tejado de la parada del
autobús, los cuatro y, a pesar de que el Premio Megstel relucía entre nuestras
manos, lo soltamos en el suelo, a nuestro lado y nos centramos en observar el
paisaje nevado. 

Todo estaba blanco, era precioso a pesar del frío que hacía. 

Estábamos apretujados, cubiertos con sudaderas y chaquetones hasta el cuello,


esquivando el frío del invierno. 

-¿No os parece bonito? Nunca hemos estado juntos para ver la nieve, así. Está
bastante bien. 

-Nunca la hemos visto juntos porque a decir verdad, prefiero pasar la Navidad con
mi familia antes que con vosotros, so capullos. 

-Joder Georg, ya irás mañana con tu familia, ¡Disfruta del momento y no te


quejes! 

-No lo hago. Es imposible enfadarme con esta preciosidad a mi lado. Mirad… -


Georg agarró el premio y lo sostuvo en alto. El Megstel resplandeció frente a
nosotros como una estrella y por unos segundos nos deleitamos contemplándolo. 

-Es precioso, pero llamadme raro si queréis. De momento prefiero disfrutar de


este paisaje nevado. – dijo Bill y se levantó del suelo, saliendo de debajo del techo
que nos cubría. Anduvo varios metros por la nieve hasta que se agachó y cogió un
buen montón de ella, haciendo una bola con las manos. - ¿Quién quiere jugar?

-¡Oohh! No sabes a quien estás retando enano. Si me tiras eso… - y antes de que
pudiera acabar, la bola impactó en mi cara. Tom y Georg empezaron a reírle la
gracia cuando otra bola les cayó encima y los tres nos levantamos
atropelladamente. 

-Bill… ¡Vas a morir! 

-¡No, tres contra uno no vale! 

-¡Haberlo pensado antes, mocoso! 

Las bolas de nieve volaban por todas partes mientras los cuatro correteábamos de
aquí para allá. Un juego de niños. Hacía años que no jugábamos. Cuando éramos
cuatro mocos siempre íbamos de aquí para allá, hacíamos travesuras y lo
pasábamos pipa con cualquier cosa. Aún así, encerrarnos en el garaje para hacer
música siempre había sido nuestro juego favorito. 

Ju… un juego… ahora era mucho más que eso. 

-¡Sanwich! 

-¡No! 

-¡Apisonadora! 

-¡Rompehuesos! 
-¡Aahh! ¡Me aplastáis, me aplastáis! ¡Aahh, que bestia Georg! – los cuatro
rodamos por la nieve después de aplastar a Bill con todo nuestro peso y nos
empapamos la ropa, riéndonos por tonterías. Nos quedamos tumbados sobre la
fría nieve, observando el cielo nublado, tan blanco como la nieve sobre la que
estábamos. 

-Me pregunto, ¿Quién va a llevarse el premio a casa? 

-¿Hum? Pues…

-Yo quiero enseñárselo a mi hermana. 

-Y yo a mi familia. 

-Pues como no nos turnemos… 

-Supongo que el premio os lo quedaréis vosotros, ¿No, Tom? 

-¿Nosotros porque? 

-Sois los que más se lo han currado… o mejor, podemos llevárnoslo al estudio y
así lo veremos todos los días, cuando vayamos a ensayar. Seguro que nos inspira.
– pensé que era una buena idea, al fin y al cabo el premio era de los cuatro, pero
cuando no obtuve respuesta por parte de los gemelos, los miré con el ceño
fruncido. - ¿Tíos? – ninguno de los dos contestó. 

Entre los cuatro corría cierto aire candente. El frío no nos afectaba. Estábamos
cómodos allí, despatarrados por el suelo, sin decir ni una palabra. No nos hacían
falta. 

-Nieve. – alzamos la vista. 

-Está nevando. 

-Si. 

-Era lo que faltaba para un ambiente romántico. 

-¿Quién de vosotros se quiere casar conmigo? 


-¡En tus sueños Georg! 

-Algún día me casaré y tendré unos hijos preciosos. 

-Georg… las drogas… ¿Qué te dijo el tío Tom?

-Que si seguía tomándolas acabaría tan tonto como él. 

-¡Que capullo!

-Tom… - la voz de Bill en aquel momento me provocó un nudo en la garganta. 

Los cuatro nos levantamos de sobre la nieve, mirando la carretera, el único lugar
donde no había ni un copo de nieve. 

El autobús se dirigía hacía nosotros. 

… 

[He tenido que quitar el enlace de youtube que Sarae había puesto porque la
misma página ha quitado el video. Lo siento D:]

-¿Os vais? – pregunté. Cuando Tom asintió, una extraña sensación me provocó un
escalofrió. Todo se volvió sombrío de repente. – Bueno, vale. Supongo que estaréis
deseando regresar a casa después de todo. 

-Si… estamos deseándolo. – Bill sonrió, pero había algo en sus ojos que me hizo
preocuparme más de lo necesario, una extraña melancolía y su sonrisa no estaba
tan llena de vida como hacía unos segundos. 

-¿Os lleváis el premio? 

-No, quedáoslo vosotros mejor. 

-Da igual, ya se lo enseñaremos a nuestra familia cuando nos lo devolváis. 

-No, en serio. Quedáoslo vosotros y… lleváoslo al estudio o lo que queráis. No


pasa nada. – el autobús se detuvo entonces frente a nosotros. La puerta se abrió. 
-Bueno, entonces… ya nos veremos ¿No? 

-Claro. – un repentino silencio se formó en cuanto Bill dijo la última palabra. Su


voz había sonado ronca y mucosa. Sus ojos brillaban con tanta intensidad como la
nieve al darle el Sol y de repente, anduvo hasta Gustav y le abrazó con fuerza. 

Los miré, sobrecogido y sin entender nada. 

Gustav cerró los ojos unos leves segundos y le devolvió el abrazo con la misma
efusividad. Sentí que me estaba perdiendo algo, que algo no encajaba, algo no
andaba bien. 

Entonces, Bill se separó de Gustav y me abrazó a mí. 

Me quedé descolocado unos segundos, sin saber que pensar, que hacer. Miré a
Tom. Él tenía la vista clavada en el suelo, intentando parecer indiferente. 

No lo era. 

Le devolví el abrazo a Bill y oí un pequeño quejido sobre mi hombro, un sollozo.


Se separó entonces y nos dio la espalda, subiendo al autobús rápidamente. Su
cuerpo se encogió cuando subió los escalones y apoyó la frente contra la ventana
que daba al otro lado del autobús, impidiéndome verle la cara. 

-¿Qué le pasa a Bill? 

-Georg, quiero darte algo. – mi atención se centró entonces en Tom. Su expresión


seguía siendo indiferente, pero el brillo que segundos antes había brillado en los
ojos de Bill se hizo también presente en los suyos. 

Cuando se quitó la gorra y me la tendió, las palabras se me atascaron en la


garganta. 

-Es… mi gorra favorita, ya lo sabes. Puede que a ti no te haga tanta gracia como a
mí que te la regale pero… - suspiró. – Se que te gustaba y quiero que te la quedes. 

-¿Tu gorra? ¿Por qué? 

-No se tío, me apetece dártela. – sentí que se me revolvía el estómago de repente


porque empezaba a saber que estaba ocurriendo. 

-Tom, no… no la quiero tío. 

-Pues yo quiero que la tengas. 

-No… no quiero…

-Georg, por favor…

-Tom no… 

-¡Georg! – su grito me hizo palidecer y finalmente, estrelló la gorra contra mi


pecho y la soltó, obligándome a cogerla. - ¡Quédatela y cuídala bien! Te dará
suerte y… si de verdad quieres casarte y tener hijos la vas a necesitar. – el corazón
se me encogió como si me lo hubieran aplastado de golpe. 

Tom me dio un golpecito en el hombro con el puño y se dirigió a Gustav, a quien


le revolvió el pelo bruscamente en gesto cariñoso. 

-Cuida del grandullón, enano. – Gustav forzó una sonrisa, encogiéndose de


hombros. 

-Veré que puedo hacer. – mis ojos se clavaron en la gorra que tenía entre mis
manos temblorosas mientras Tom subía al autobús. 

Sentía como me desvanecía poco a poco, como mi mente se nublaba tanto como el
cielo del que no paraban de caer copos de nieve. 

Uno de ellos cayó sobre la gorra de Tom…

-No… no volveremos a verlos… ¿Verdad Gus? – le miré. En aquel momento,


Gustav se colocó su gorra y mantuvo la cabeza agachada, tapando sus ojos todo lo
posible con la visera. 

-No. – y aunque intentara ocultar sus sentimientos, como si aquello no le importara


nada, vi claramente como las lágrimas descendieron por sus mejillas hasta caer al
suelo, confundiéndose con los copos de nieve. 

En ese momento, apenas tuve el suficiente valor para levantar la cabeza y mirar
hacía el autobús, al final de los escalones donde Tom agarró a Bill, tirando de él
hacia dentro. 

Antes de que se cerraran las puertas del bus pude ver el maquillaje corrido por las
mejillas de nuestro cantante, de nuestro Bill. Corrido por las lágrimas. 

Me mordí el labio inferior y me puse la gorra de Tom incluso con rabia, tapándome
los ojos cuanto pude con la visera. 

El autobús arrancó y empezó a alejarse de nosotros. Lo vi, borroso, a lo lejos. 

Maldecí mis lágrimas por no permitirme ver bien a aquellos que nos dejaban atrás.
Sin un adiós. 

...

Bill ya se había sentado cuando llegué al final del bus, al lado de la ventana. La
nieve caía tras ella y él parecía contemplarla con tanta frialdad como la misma,
pero el temblor de la barbilla y las lágrimas que estaban provocando churretones
negros de maquillaje bajo sus ojos lo delataban. 

Me senté a su lado en silencio y de repente, noté mi móvil vibrar en el bolsillo de


mi sudadera. Bill no se dio cuenta. Lo saqué y sin ni siquiera fijarme en quien era
la persona que me llamaba, me lo llevé al oído, desganado. 

No respondí y durante varios segundos, un gran silencio se hizo entre mi


interlocutor y yo, hasta que lo oí, un débil y simple sollozo al otro lado de la línea. 

-… Lo siento… - y colgó. 

Sabía quien había llamado, sabía a quien pertenecía aquella voz débil y arrepentida
cuando me levanté, abrí la ventana del bus y arrojé el móvil por ella. La cerré de
nuevo y volví a sentarme al lado de Bill en silencio. 

Ahora su mirada se centraba en mí, brillante, pura como la nieve. 

Intenté apartar las lágrimas de su cara húmeda acariciándole las mejillas con los
dedos, sin éxito. Las lágrimas no paraban y mi vista se volvió borrosa cuando el
agua también se acumuló en mis ojos. Me separé de él y me encogí sobre mi
asiento. 

Bill me acarició la mano con sus suaves dedos y estos se entrelazaron lentamente,
en una armonía perfecta. 

Siete años. 

Los cuatro habíamos estado juntos durante más de siete años, haciendo música, no
solo buscando el reconocimiento de los demás, no solo buscando fama,
buscándonos a nosotros mismos y lo que habíamos encontrado era mucho más de
lo que podríamos haber imaginado. 

Siete años soñando juntos.

El sueño se había hecho realidad y con ello, el sueño había acabado y era ahora
cuando más deseaba volver a soñar, cuando más lo necesitaba. 

Sintiendo la mano de Bill acariciando la mía y las lágrimas recorriendo mis


mejillas, supe que ahora, los que soñaríamos seríamos dos. Soñaríamos con un
futuro, porque aunque habían reconocido nuestra música y nuestro esfuerzo, aun
nos quedaba soñar que algún día, reconocerían que el amor que había nacido entre
nosotros dos no era algo maligno, grotesco o asqueroso. 

Era tan puro como los copos de nieve que caían del cielo. 

Y una llamada perdida no podría arrebatarnos nuestros sueños ni nuestro futuro,


nunca.

Epílogo

Eran las dos del mediodía cuando sonó el timbre de mi apartamento. Yo aún
dormía profundamente sobre el sofá en el que me había quedado frito. La
televisión encendida y una sábana enredada entre mis piernas. La luz se filtraba a
través de las persianas, pero no tenía intención de levantarme. 

El irritante sonido del timbre tronó otra vez… y otra… y luego otra… me revolví
bruscamente y me caí del sofá, golpeándome la cabeza con la mesa,
despertándome de golpe y me levanté del suelo, mosqueado y dolido. 
Me restregué los ojos con las manos caminando hacía el baño cuando el timbre
sonó otra vez y, suspirando, me dirigí hacía la puerta. 

Iba a ponerme borde con quien me encontrara al otro lado de la puerta por
despertarme a esas horas, aunque ya casi fuera hora de comer. Trabajaba por la
noche y volvía sobre las cinco o seis de la mañana y casi me pasaba todo el día
durmiendo. Se me podía llamar diurno, pero esa no era razón para molestar, mis
vecinos bien lo sabían y me planteé durante un breve instante quien demonios
sería si ellos me esquivaban precisamente por mi mal humor cuando abrí la
puerta… y todo rastro de irritación desapareció de repente. 

Alina estaba frente a mí. Su aspecto desaliñado, su cabello un tanto despeinado y


las marcadas ojeras bajo los ojos rojos me hicieron dudar un momento, pero el
corazón se me había acelerado al verla y, a pesar de todo, seguía siendo igual de
perfecta, como si aún fuera una modelo de pasarela. Era ella. 

-Alina… 

-¿Puedo pasar? – murmuró con voz ronca y grave. Le brillaban los ojos y durante
unos segundos me quedé perplejo, observándola. 

Había estado llorando. 

-Claro, pasa. – me aparté de la puerta y ella pasó a través de ella cabizbaja.


Caminó hasta el salón casi a rastras y me ruboricé un tanto al ver todo el
desorden que había dejado tras de mí. – Lo siento. No esperaba que viniera nadie,
ahora mismo lo ordeno. 

-Acabo de llegar de Nueva Zelanda, Andreas. Ni siquiera he ido antes a casa,


acabo de bajar del avión. – esa información me dejó totalmente helado y el tono
con el que pronunció esas palabras me hizo tragar saliva. Me escrutó con la
mirada y, de repente, me abofeteó con todas sus fuerzas, haciéndome retroceder. 

La miré con los ojos como platos, visiblemente sorprendido por ese arrebato y
varias lágrimas se le saltaron. 

-Lo siento. Tenía que hacerlo. – me acaricié la mejilla con una mano y ella se
llevó la mano a la boca, reprimiendo un sollozo. 
Sabía que eso no quería decir nada bueno. 

-¿Por qué me has…?

-¿Tienes tila o algo así? Necesito tranquilizarme. 

-No. No tengo. – Alina se restregó los ojos con la manga de su chaqueta y se sentó
en el sofá con toda confianza, intentando controlarse. 

Me agarré al borde de la mesa con fuerza, clavando las uñas en la madera. Me


temblaban las piernas y el silencio del momento no ayudaba. Quería preguntar,
pero por otra parte, temía la respuesta. Ya llevaba siete años cargando con el peso
de haber “desterrado” a mis dos mejores amigos de su hogar. No había ni un día
que no pensará en ello y me sintiera mal a causa de los remordimientos, pero
tampoco tenía valor para pedirles que regresaran. 

El DVD que tenía gravado su acto incestuoso estaba guardado en la profundidad


de mi armario, en una caja de metal cerrada con candado. Nunca había visto la
luz, nunca había salido de ahí después de que sus ojos atónitos lo observaran, ni
siquiera yo había vuelto a verlo… ni lo haría, ni yo ni nadie. 

Sólo lo guardaba para recordar mi cobardía y mi traición. 

-He visto a Tom… - sollozó. El corazón se me aceleró. – Vive en una casa a las
afueras del pueblo, al lado de la playa. Tiene un perro llamado Scotty. 

-Tom…

-Hablé con él. 

-¿Hablaste con…? – se me encogió el estómago de puro nervio. - ¿Qué… que


dijo? ¿Está bien? ¿Está…?

-Estaba bien… o eso creo… cuando le hablé de Simone, sus ojos brillaron de una
forma, Andreas. Sus ojos… parecía estar a punto de llorar. – me senté a su lado,
tembloroso. Agarré el paquete de tabaco de encima de la mesa y saqué un cigarro,
pero las manos me temblaban tanto que fui incapaz de encenderlo. Los aplasté
entre mis dedos. 

-¿Qué te dijo? 
-¿Quieres saberlo? ¿En serio? – la miré. Había dejado de llorar y ahora se
abrazaba a sí misma, temblando como una hoja. Se veía frágil y vulnerable. Me
dieron ganas de abrazarla, sentí su necesidad, la necesidad de un punto de apoyo,
de alguien que le apartara las lágrimas y no las dejara salir. La necesidad de
contacto, contacto humano, calidez. 

Mi mano le acarició la mejilla húmeda y sus ojos se clavaron en los míos, como
hacía varios días. De nuevo sentí esa conexión que me obligaba a no dejar de
mirarla y entonces, volvieron a aparecer lágrimas. 

-Bill no estaba, ¿Quieres saber porque? – creo que empecé a sudar, sentía calor
abrasarme el cuerpo. Luego me di cuenta de que se trataba de pánico. 

Alina agarró la mano apoyada en su mejilla y la apartó de sí, pero no la soltó. Me


temblaba todo el brazo. 

-Tom me contó que Bill padeció cáncer de garganta y al llegar allí, todo se volvió
oscuro para él. – un fuerte latido me dejó sin aliento. Alina apretó mi mano con
fuerza. – Murió hace seis años. – me quedé callado unos segundos, sin ser muy
capaz de musitar palabra alguna hasta que una débil interrogación emanó de mis
labios. 

-¿Qué? 

-¡Bill murió hace seis años, Andreas! – y Alina me abrazó, llorando, otra vez. 

Bill está muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto, muerto,
muerto… 

Imposible… 

-¿Quién… te dijo eso? – Alina hundió la cabeza en mi pecho, sus lágrimas


empapaban mi camiseta, aunque no fuera consciente de ello en ese momento. Mi
mente flotaba en algún lugar lejano de allí. 

-Tom… - murmuró entre sollozos y mi mente volvió entonces, de golpe. – Me


contó… como… murió en la playa, a su lado… ¡Está muerto, Andreas, muerto! –
me golpeó el pecho con rabia, pero no se apartó de mí, tampoco me hizo daño. -
¿Por qué? ¡Es injusto! Bill… Bill era el mejor… 
Alina siguió llorando, sin embargo, yo no solté ni una lágrima. Tenía razones para
no hacerlo, sabía algo que Alina no sabía, algo que solo las personas más
cercanas a ellos sabrían con seguridad al oír eso. Al oír que Tom había dicho que
Bill había muerto hace seis años. 

La estreché entre mis brazos con fuerza, intentando consolarla a pesar de todo.
Los dos nos tumbamos sobre el sofá, ella sobre mí, y siguió llorando, sin parar. Le
acaricié la cabeza durante un buen rato, quizás horas. 

-¿Puedo… puedo pasar la noche aquí? No quiero… estar sola. 

-Si. – yo tampoco quería pasar la noche solo. Necesitaba calor humano, algo que
me había negado desde aquel día. Ahora, la necesitaba a ella y ella, a mí. 

Lo que pasó con nosotros después de esa noche, es otra historia. Bill y Tom nos
habían unido y de un día a otro, todo el rencor que guardaba hacía ellos había
desaparecido. Todo había quedado compensado, por eso, cuando a la mañana
siguiente me desperté en la cama con Alina al lado, durmiendo sobre mi pecho
desnudo, lo primero que hice fue abrir la caja de metal donde guardaba aquel
DVD y lo destrocé hasta que los trozos en los que lo había roto quedaron
pulverizados. 

Sin embargo, eso no cambiaba nada y supe que tendría que vivir con ese peso en
mi conciencia mucho, mucho tiempo. 

Alina no lloró más después de aquella noche. Escribió un artículo con todo lo que
sabía de Tokio Hotel, como la última fan que había visto a uno de los gemelos
desaparecidos, sin embargo, nunca salió de su portátil. Nunca lo publicó, nunca
vio la luz. 

Decidió que era más importante mantener la leyenda viva, porque a pesar de todo,
Tokio Hotel seguía y sería siempre una leyenda, con un misterio sin resolver que
hacía que cierta esperanza perdurara en el corazón de aquellas personas que le
habían seguido muchos años atrás. 

Aunque el artículo no viera la luz, había una errata en él, una errata que Alina
consideraba correcta y yo no me atreví a contradecir, porque sabía que eso era lo
que ellos querían. 
Lo cierto es que, solo las personas más cercanas a ellos sabían que, si uno de los
dos gemelos moría, el otro iría con él bajo tierra.

Por eso, cuando Georg, Gustav y Simone recibieron la noticia de que Tom había
afirmado que Bill había muerto seis años atrás, nadie lloró…

Estaba cantando… en realidad, estaba tarareando. 

No se me daba bien cantar, por eso no solía hacerlo, pero mientras observaba
como el Sol se ocultaba tras las aguas del mar y todo se volvía de un color
anaranjado rojizo, como el fuego, me entraban ganas de cantar, gritar, armar
todo el alboroto posible, porque llegaba la noche y, desde hacía muchos años,
adoraba la noche incluso más que antes, mucho más… Aunque el día también era
inmejorable.

Scotty estaba tumbado a mi lado, sobre la arena, con la cabeza entre las patas
estiradas, tranquilo y adormilado. Bostezó y se me escapó una sonrisa divertida. 

-¿Qué pasa chico? ¿Te aburres? – Scotty levantó la cabeza y me miró fijamente.
Cogí su pelotita y empecé a pasarla de una mano a otra. Él comenzó a mover la
cola, ansioso. – Ve a por ella – y se la lancé. Scotty salió corriendo tras ella hasta
que la agarró entre sus dientes levantando una humareda de arena y empezó a
correr hacía mí de nuevo. – Buen chi… ¡Oye! – me ignoró por completo, pasando
por mi lado con la pelotita entre los dientes y provocando que varias motas de
arena me entraran en los ojos. 

Lo oí ladrar mientras lo maldecía por lo bajo, intentando librarme de la arena de


los ojos pestañeando. Solo conseguí que se me escaparan varias lagrimitas. 

-Mierda… - cerré los ojos y me limpié las lágrimas con cuidado y nerviosismo,
hasta que una mano me apartó los dedos de ellos con suavidad y la calidez de su
tacto me acarició la cara, limpiándome las lágrimas con caricias delicadas. 

-Eres un burro. – no pude evitar sonreír como un idiota enamorado cuando sus
labios se posaron sobre mis párpados y me sopló levemente los ojos hasta que
cualquier rastro de arena desapareció de mi punto de mira. – A ver ahora… - posé
las manos sobre su cintura cuando fui abriéndolos lentamente, pestañeando y lo
primero que vi fueron sus brillantes ojos, observándome. Su pelo oscuro y a esas
alturas, casi tan largo como el mío sobre sus hombros. Sus perfectos y carnosos
labios, los que besaba incontables veces al día desde hacía años, las perfectas
facciones de su rostro pálido, que se había hecho más maduro tras los años, pero
siempre permanecía igual de bello, de apacible y sereno, como esculpido en
piedra. Su sonrisa…

Bill… mi Bill… 

-¿Ahora mejor? – me preguntó con su armoniosa voz y una vez más, mis labios
empezaron a devorar los suyos sin piedad, sin una palabra y nuestras lenguas se
amoldaron con la misma calidez de siempre, con la misma ansia. 

De nuevo Bill sobre la arena y yo devorando su perfección. Su boca, su cara, su


cuello, su pecho… 

Scotty ladró, situándose a nuestro lado, intentando llamar nuestra atención.


Paramos un segundo y lo vimos mover la cola alegremente. 

-Que mal ejemplo le estamos dando al pobre Scotty. – sonrió. 

-Ese maldito chucho… no solo no sabe jugar con la pelota, se dedica a interrumpir
en el momento más inoportuno. 

-Tan vez sea la hora de traerle una compañera de juegos. 

-De juegos… si… y que nos llene la playa de pequeños Scottys. Dentro de poco no
habrá forma de hacer nada aquí fuera. – Scotty volvió a ladrar con fuerza,
provocándonos una risita. Cogí la pelota de nuevo y se la lancé con fuerza. –
¡Anda, corre a por la pelota y no vuelvas! – le grité y Bill me empujó y se situó
sobre mí, rodeándome el cuello con los brazos, apoyando su frente contra la mía. 
-¿Por dónde íbamos? 

-Pues… nos hemos quedado por la parte más interesante. 

-¿En serio? 

-Desde luego. – me besó otra vez en los labios suavemente, sin profundidad. 

-Te quiero… - soltó contra mis labios y su aliento penetró entre ellos, formando
parte de mí, otra vez. Él ya era parte de mí, siempre había sido parte de mí. 

Me costó tanto comprenderlo, nos costó tanto. 

Hemos renunciado a tanto por ello, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra
vida, nuestros sueños y ahora, es nuestro. 

A veces, me pregunto si todo ha valido la pena y mi respuesta nunca varia. 

Bill nunca a sido tan mío y nunca lo será, yo nunca seré tan suyo y nunca lo seré,
por eso, hace años, tomamos una decisión. 

Si alguien venía a por nosotros después de tanto tiempo, si alguien intentaba


llevarnos de vuelta al lugar que nos había visto crecer y el que no nos aceptaría
nunca como una pareja, simplemente no lo aceptaríamos. Renunciaríamos a todo
de nuevo, sin importar lo que nos costara. 

Para muchos, Bill estaba muerto, para mí, más vivo que nunca entre mis brazos. 

Nunca estaríamos tan vivos como en esos años. 

Todo empezó con una Llamada Perdida y todo acabó en eso para muchos, pero
para nosotros, todo empezó de nuevo aquel día. 

Con la última Llamada Perdida.

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