Remember Roswell - Alejandro Agostinelli
Remember Roswell - Alejandro Agostinelli
Remember Roswell - Alejandro Agostinelli
Naufragio alienígena
Roswell, Nuevo México, un pueblo habitado por 50 mil almas convertido en el paraíso de los
ufoadictos, ha resuelto no rendirse ante las evidencias de que en ese lugar, hace 67 años, un
globo experimental secreto fue confundido con un OVNI.
Despreocúpese, jamás leerá tal titular. Al menos, no en un semanario amarillito. Los medios,
en general, mezquinan las desmentidas que no prometen revelaciones sensacionales o… llegan
con 67 de retraso. En este caso, en realidad, hay que contar 36, si se considera que el platillo
caído en Roswell se consagró como misterio allá por 1978.
Pero pasó el tiempo y Roswell -o la noticia del primer impacto alienígena en suelo
norteamericano- devino en el caso OVNI más popular del siglo. La acusación de encubrimiento
(cover-up) gubernamental siempre fue la nota distintiva de la controversia. Y la “explicación
final” de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, lejos de disipar el clima de intriga, levantó la
temperatura del debate entre los entusiastas más iracundos.
Si la USAF quiso ocultar un secreto de Estado, hay que reconocer que fue bastante ineficiente.
De hecho, la ‘verdad’ más popular sobre el incidente es aquella que, se supone, han
intentado silenciar; esto es: que un disco extraterrestre averiado sufrió un aterrizaje forzoso en
el desierto de Nuevo México, habiendo sido recuperados los restos del aparato y sus tripulantes.
Todo lo cual, sin dejar el menor rastro.
Ahora bien, si esa no es la verdad y todo se reduce a un rumor legendario, ¿qué pasó ahí,
realmente?
ROSWELL, 1947. Ese año, la Fuerza Aérea no sólo creía en los platos voladores. También
admitía haber capturado a uno de ellos. Al menos es lo que se desprende de la primera noticia
del incidente, publicada en el Daily Roswell Record el 8 de julio de 1947. “Los numerosos
rumores referentes a los discos voladores ayer se convirtieron en realidad cuando el oficial de
inteligencia del Grupo de Bombarderos 509 de la 8ª Fuerza Aérea en el aeródromo de Roswell
tuvo la suerte de disponer de un disco gracias a la cooperación de un ranchero local y de la
oficina del sheriff del condado de Chaves”. Más adelante, la crónica menciona al
granjero William Mac Brazel, quien “guardó el disco”, y al mayor Jesse Marcel, del Grupo de
Bombarderos 509, quien “recogió el disco” para su posterior estudio en el Cuartel General.
Visto en perspectiva, la ingenua redacción de la primera noticia que informó sobre el evento
más sensacional del siglo no debería causar asombro. Después de todo, ¿qué significaba, en
julio de 1947, la expresión disco volador? Por entonces, la inquietud popular -y la
preocupación militar- giraba alrededor de la posibilidad de que la Unión Soviética pudiera estar
experimentando prototipos secretos sobre el espacio aéreo norteamericano. Visto en su
contexto, el fenómeno plato volador era algo nuevo y desconocido: habían pasado nada más
que trece días desde que se empezó a hablar del asunto, a raíz de la observación del
piloto Kenneth Arnold en Monte Rainier, estado de Washington.
Pocas horas después de haber anunciado la recuperación del disco, el Brigader General Roger
Ramey, Comandante de la 8ª Fuerza Aérea en Forth Whort, Texas, desmentía la primera
versión de la historia -difundida por Walter Haut, portavoz de la base Roswell- y presentaba a
la prensa los fragmentos hallados en Roswell.
Ramey, asesorado por los oficiales Irving Newton y Sheridan Cavvit, indicó que los restos
correspondían a “un globo meteorológico y un reflector de radar”. La explicación era
consistente con la primera descripción del ranchero Brazel. A saber, “retazos de papel
aluminio, tiras de hule, un papel bastante rugoso y varillas”. Un artículo del 9 de julio, incluso,
mencionó que entre los restos había “una cinta scotch floreada”. Los periodistas tomaron
algunas fotografías de los despojos y se fueron satisfechos.
ROSWELL, 1978. Tres horas parece poco tiempo para borrar de la faz de la Tierra toda
evidencia del estrellamiento de una nave extraterrestre. Stanton Friedman, físico nuclear en
retiro efectivo y conferencista full time sobre OVNIs, no sólo piensa eso, sino que, además, la
USAF reemplazó el plato volador por los restos de un globo. El Watergate cósmico -denunció-
había empezado.
El caso se mantuvo en letargo hasta 1978, año en que Friedman se entrevista con el
mayor Jesse Marcel. Para el militar, ya retirado, no cabían dudas: en Roswell se había
recuperado un verdadero plato volador. Nunca se iba a olvidar, por ejemplo, de haber visto
“unos jeroglíficos que parecían escritura alienígena”.
La novedad coincidió con la prédica solitaria de otro ufólogo, Leonard Stringfield, quien
sazonaba la historia con decenas de testimonios anónimos de vecinos o ex-militares que
habían sido testigos, la mayoría de las veces indirectos, de que la USAF, además del disco,
había recogido entre tres y ocho cadáveres de criaturas alienígenas. Todas menos una -le
confiaron- habían muerto en el accidente.
La polémica se disparó cuando William Moore -un ufólogo del riñón de Friedman- escribe
con Charles Berlitz El incidente Roswell (1980). Y si bien Berliz no gozaba de la mejor
reputación entre los ufólogos, el best-seller consolidó el interés por el caso. Desde entonces, el
rumor creció como una bola de nieve y Roswell se convirtió en un caso emblemático, en la
prueba de la existencia de una conjura destinada a suprimir la verdad.El silencio oficial, desde
luego, cimentaba la sospecha del complot y fortalecía la posición de quienes lo denunciaban.
LOS ACUSADOS HABLAN. En setiembre de 1994, a pedido de la Oficina General de Cuentas del
Congreso (GAO), la Fuerza Aérea norteamericana difundía un informe de 25 páginas y 33
anexos con cientos de páginas con información de apoyo donde concluía que el
famoso disco precipitado en Nuevo México no había sido otra cosa que los despojos de un
racimo de globos correspondientes a un proyecto clasificado destinado a monitorear pruebas
nucleares en la Unión Soviética. Así, el informe sobre el Proyecto Mogul -nombre clave del
programa- se convertía en el segundo documento oficial más importante desde 1969, cuando
la Universidad de Colorado cerraba el capítulo Libro Azul de la Fuerza Aérea.
El informe, firmado por los coroneles Richard Weaver y James McAndrew, fue un baldazo
de agua fría en pleno rostro de la comunidad ufológica. Si bien los ufólogos exigían una
respuesta oficial, era evidente que ese no era el tipo de verdad que habían estado reclamando.
La desconfianza de los ufólogos no era pura paranoia. De hecho, el informe de la USAF dejaba
traslucir que -cuando en 1947 se dio el carpetazo al asunto- no habían dicho toda la verdad. Y
si habían faltado ella con la pretensión de ocultar el Proyecto Mogul, ¿qué les impedía seguir
mintiendo, si lo que se trataba era de silenciar la recuperación de una verdadera nave
extraterrestre?
En su estudio, la USAF explica así por qué no hubo encubrimiento: “Los oficiales que
recuperaron los restos -escribe Weaver- los identificaron como parte de un globo meteorológico
porque no había ninguna diferencia física entre los blancos de radar y los globos que se usaban
en el Proyecto”. Lo que sí hubo -agrega- fue una “sobrereacción del coronel Blanchard y del
mayor Marcel al reportar que había sido recuperado un ‘disco volador’, cuando, en ese
momento, nadie sabía qué eran en realidad, ya que la expresión había estado en uso tan solo por
un par de semanas”.
El documento de los militares, que insumió ocho meses de investigación y decenas de miles de
dólares, se había preparado a instancias del congresista Steven Schiff, del estado de Nuevo
México. Los auditores del Congreso sólo habían pedido que se buscaran los registros del caso
Roswell en los archivos a los que pudiera acceder la Fuerza Aérea. Barry Greenwood, un
ufólogo especializado en documentos oficiales, apela al sentido común y pregunta: “¿Por qué la
USAF iba a arriesgarse a entrar en un abierto debate social con sus detractores cuando la
postura más prudente hubiera sido informar que ‘no hay ningún documento’ y finalizar así con
su implicación en el tema? Este comportamiento -continúa- no corresponde con el de una
agencia interesada en esconder el tema debajo de la alfombra lo más rápido posible”.
FLORES DE MOGUL. Otro detalle que aplaca las suspicacias es que las primeras referencias
históricas del Proyecto Mogul no fueron descubiertas por militares de gafas oscuras sino por
dos investigadores civiles, Robert Todd y Karl Pflock. Por caminos independientes, llegaron al
doctor Charles Moore, profesor emérito de física en el Instituto de Minería y Tecnología de
Nuevo México, quien resultó ser uno de los tres científicos del Proyecto Mogul aún con vida.
Todd le propuso reconstruir el incidente. Así, determinaron que el artefacto que cayó en
Roswell bien podía corresponder al vuelo número 4, lanzado el 4 de junio de 1947 a tan solo
25 kilómetros del lugar donde Brazel halló los restos.
Otro ufólogo que buceó en las raíces del mito fue Kent Jeffrey, de la Mutual UFO Network.
Jeffrey reunió más de 20 mil firmas para pedir al presidente Clinton que libere el secreto de los
OVNIs. Pero, sobre todo, escribió a 700 miembros del Grupo de Bombarderos 509 y se
entrevistó con 15 pilotos que pasaron por el aeródromo de Roswell a mediados de 1947.
Ninguno había oído hablar de la recuperación de un plato volador. Abrumado por la falta de
evidencias, se apartó del caso considerando que “insistir con Roswell es una pérdida de
tiempo”.
La explicación más efectista fue la que se dio para los símbolos que varios testigos, incluído el
mayor Marcel, interpretaron como “misteriosos trazos de escritura alienígena”. El profesor
Moore recordó que la cinta reforzada que se utilizaba para pegar los blancos de radar tenía un
curioso diseño floral. “Una vez le pregunté al mayor John Peterson cuál era el propósito de
esas marcas. Riéndose, me respondió: ‘¿Acaso no sabés que los blancos se hacen en una fábrica
de juguetes?”.
Si bien la investigación de la Fuerza Aérea llevó a que muchos ufólogos desertaran de la causa
Roswell, otros creen que el empeño puesto en desmitificar el caso sólo ha servido para dar más
fuerza al rumor de la conspiración.
Algunos ufólogos se preguntan hasta qué punto un testigo puede confundir un muñeco o un
piloto accidentado con un extraterrestre. “¿Por qué no?”, se responde el investigador
escéptico Philip Klass. “Si alguna gente convirtió guardas florales en una cinta adhesiva en
signos de un alfabeto galáctico, creo que ninguna jugarreta de la mente puede llegar a
sorprenderme”.
A fines de los años setenta, tres conocidos ufólogos yanquis removieron cielo y arena para
encontrar testigos que confirmaran su creencia de que la Fuerza Aérea había recuperado
cuerpos de extraterrestres entre los restos de una nave accidentada en el desierto de Roswell,
Nuevo México, en el verano de 1947. El rumor se convirtió en una bola de nieve imparable. La
popularidad trajo presuntas evidencias físicas e historias de la gente. Las pruebas del primer
tipo, incluso las más convincentes, fueron confusiones con objetos mundanos o fraudes. Las del
segundo tipo, por su naturaleza anecdótica, generaron dudas: la USAF había explicado que el
ovni era un globo y, sin embargo, dejaba sin contestar los testimonios de supuestos ocupantes.
La Fuerza Aérea de los Estados Unidos explicó que el ovni estrellado en Nuevo México surgió
de una confusión con la caída de un tren de globos de un proyecto militar secreto justo cuando
se vende como pan caliente una bizarra literatura donde algunos autores proponen que los
aviones de última generación como el F-117A Nighthawk o Stealth (bombardero furtivo) se
basan en tecnología alienígena confiscada en Roswell. La historia de los pobres extraterrestres
raptados manu militari estaba tan arraigada en las convicciones de los creyentes que –por
sólidas que fueran las evidencias en contrario– seguía siendo mucho más fascinante para unos,
y redituable para otros, sospechar, o alentar la sospecha, de que la tesis oficial era un engranaje
más de la aceitada maquinaria de la Conspiración.
Por eso, sobre todo para los creyentes de buen corazón, no fue fácil digerir las demoledoras
consecuencias de El Informe Roswell: Hechos Vs. Ficción en el Desierto de Nuevo México. El
documento, resultado de una revisión histórica exhaustiva, demuestra que el ranchero no se
había sido topado con un artefacto de otro mundo sino con el tren de globos del Vuelo Nº 4
del Proyecto Mogul, un programa militar secreto diseñado para detectar posibles detonaciones
nucleares soviéticas mediante micrófonos acústicos colocados a elevadas altitudes.
Ahora, a modo de homenaje por el 50º aniversario de la creación de la United States Air
Force, USAF-, un puñado de oficiales continuó la investigación iniciada en 1994, que se acaba
de publicar bajo el título El Informe Roswell: Caso Cerrado (U.S. Goverment Printing Office,
junio de 1997).
¿Cuál es el objetivo de éste, el segundo informe? Dar una respuesta definitiva a la asignatura
pendiente, ésto es: el origen del rumor de cadáveres alienígenas asociados al caso, un
aspecto que no se había tratado en el primer informe porque “en 1947 no hubo testimonios de
cuerpos relacionados con la recuperación del globo Mogul”. Algo que se comprueba en los
periódicos y las declaraciones de la época, que sólo citaban materiales típicos de un globo entre
los restos dispersos en el campo del granjero William Mac Brazel.
Génesis de un mito
El 14 de junio de 1947, el granjero William Mac Brazel descubre dentro de su campo -en el
condado de Lincoln, a 75 millas al Noroeste de Roswell- restos de un misterioso aparato. No
les da mucha importancia. De hecho, recién decide alertar al sheriff tres semanas después,
cuando le llegan las primeras noticias sobre platos voladores. El sheriff da parte al oficial de
inteligencia de la Base Grupo Bombarderos 509, mayor Jesse Marcel y, el 4 de julio, recoge los
fragmentos. El 8 de julio, Walter Haut –portavoz de la base– anuncia a los periódicos que el
Ejército del Aire “había capturado un disco volador”. Tres horas después, el General Roger
Ramey aclara que el material pertenecía a “un globo meteorológico”.
Ya en las primeras líneas de Case Closed, el capitán James McAndrew –a quien se encargó
armar el rompecabezas y desmontar el andamiaje del mito– aclara que el asunto de los aliens
“no se investigó en el primer informe porque en los eventos de 1947 no hubo testimonios de
cuerpos relacionados con la recuperación del globo Mogul”.
Tuvieron que pasar entre 40 y 45 años para que aparecieran presuntas criaturas humanoides
asociadas al caso. El primer ufólogo que escribió sobre esto fue Leonard Stringfield. Pero
Friedman y su colega Don Berliner bosquejaron la base mítica de la historia cuando
comenzaron a publicar anuncios en la prensa local solicitando testimonios. Desde entonces,
llegó a haber tantos “casos Roswell” como protagonistas: era y sigue siendo bastante común
que los ufólogos se dividieran según el cariño que sentían hacia el testigo o al relato que mejor
se ajustaba a su versión de la historia. Friedman, por ejemplo, propuso que en julio de 1947 se
dio la asombrosa coincidencia del hallazgo de los restos de un globo y ¡la caída de dos naves
E.T. en fechas sucesivas!
A diferencia de los ufólogos ingenuos o tendenciosos, que tomaron al pie de la letra los
testimonios, y de los escépticos radicales, que los descalificaron, en Case Closed se eligió el
camino más difícil: contrastar el relato de los testigos a la luz de archivos oficiales, informes
técnicos, documentación fotográfica y declaraciones de personal civil y militar retirados de la
fuerza.
Primera sorpresa: para descubrir las claves de la trama no hizo falta novelar un thriller de
espionaje: buena parte del material consultado -el mismo que ilustra esta nota- era poco
conocido, pero de acceso público y ampliamente difundido por la USAF.
Algunos escépticos, como Philip Klass, no vieron la clave por exceso de celo. “El relato de
algunos testigos –escribió– era más emocionante conforme aumentaban sus compromisos
comerciales con el tema”. Pero esta constatación se centraba en las distorsiones posteriores, no
en las declaraciones originales. Por baja que fuera la credibilidad de los testigos, ¿cuál había
sido el disparador de sus historias?
Así explica el estudio de Andrews las razones por las cuales la USAF decidió investigar la
validez literal de los relatos en vez de descalificarlos:
“a) debido al detalle y calidad de algunos relatos era probable que ciertos eventos sí hubiesen
ocurrido, b) las muchas similitudes entre las descripciones de los dos escenarios de la caída y
la considerable distancia que había entre ellos hacía probable que estos testimonios estuviesen
centrados en más de un evento con características similares y c) dado que el relato sobre
cadáveres en el Hospital de Roswell no contenía elementos similares a los estrellamientos, se
tornaba probable que no guardara relación con ellos”.
En lo que concierne a los puntos a) y b), Case Closed documenta que los testimonios respetan
la misma secuencia cronológica de eventos: “Los testigos estaban en un área rural aislada de
Nuevo México hasta que se toparon con un vehículo áereo estrellado. Se acercaron al área y, a
cierta distancia, observaron extrañas ‘entidades’ que parecían ser miembros de la tripulación.
Poco después, un convoy de vehículos militares llegaban al sitio. El personal conminaba a los
civiles a abandonar el área y a olvidar lo que habían visto. Una vez que los civiles dejaban el
lugar, los soldados comenzaban a recuperar el vehículo estrellado y a su ‘tripulación’”.
Así, la USAF decidió que parte de los relatos eran veraces: la punta de un icberg, una verdad a
medias que la fuerza del rumor había convertido en cuentos de marcianos.
Salta, muñeco
La Primera Sección del documento distribuido por la USAF revela que la mayoría de relatos
que mencionan cuerpos alienígenas ofrecen descripciones que corresponden a operaciones de
rutina realizadas por los Proyectos High Dive y Excelsior, nombres clave de un programa del
Laboratorio Médico de la USAF dedicado a estudiar los efectos atmosféricos y el impacto en
tierra de pilotos utilizando maniquíes antropomórficos arrojados en paracaídas desde globos de
gran altitud. De este modo, los informes sobre unidades militares que parecían llegar poco
después de la caída del plato volador para llevarse el disco y la tripulación no eran más que
“descripciones de personal de la USAF en operaciones de recuperación de maniquíes”.
Los clásicos alienígenas calvos, de piel grisácea y trajes de una pieza, en suma, están inspirados
en muñecos made in USAF. Eran fabricados en vinilo gris, no poseían cabellos y se los vestía
con uniformes de piloto. Hay fragmentos de algunos testimonios llamativamente
explícitos: James Ragsdale, que paseaba con un jeep a 55 kilómetros al Noroeste de Roswell,
declaró: “Usaban maniquíes esas malditas cosas”. El ex policía Gerald Anderson, testigo
estrella en los libros de Friedman, ofreció un relato sencillo que –hipnosis mediante– ganó en
dramatismo. Pero en una entrevista, dijo: “Creí que eran muñecos de plástico”. Y dio
sugestivos detalles anatómicos: “Les faltaba el meñique, eran completamente calvos y llevaban
trajes de una pieza, gris o plateado”. Un testigo de segunda mano, Vern Maltais, precisó: “Sus
manos tenían cuatro dedos”. ¿Cuatro dedos? “Algunos maniquíes -explica la USAF- eran
reciclados y los dedos se rompían en sucesivas caídas”.
Case Closed también plantea una respuesta a la acusación de ‘encubrimiento’: “Los ciudadanos
que ayudaban durante las jornadas de recuperación recibían 25 dólares y el personal apuntaba
sus nombres, lo que pudo originar el rumor de que eran medidas para amedrentarlos si
hablaban…”.
Los ensayos con maniquíes se iniciaron entre 1918 y 1924. Por entonces, eran arrojados en
paracaídas desde aviones. La primera vez que se lanzaron muñecos con forma humana desde
globos fue en Nuevo México, en junio de 1954. Si bien estos experimentos eran casi
desconocidos fuera de círculos militares y científicos, tampoco constituían un secreto: fueron
tema de portada en las revistas como Life, Times y Popular Mechanics. Su trascendencia era
obvia, ya que preparaban el terreno para los ensayos con pilotos humanos previos al Proyecto
Geminis, que puso al primer astronauta yanqui en órbita.
Estas pruebas se realizaron en Roswell entre siete y doce años después de julio de 1947. “Los
testigos tardíos no pudieron precisar las fechas de las observaciones de ‘extraterrestres’ (a veces
fallaron por más de una década), razón por la cual (ellos y los ufólogos) las asociaron
erróneamente con la recuperación de los restos del proyecto Mogul”. ¿Pudieron tener los
testigos tan mala memoria? En su evaluación, la USAF descubrió que las distorsiones
narrativas, que alejaron las descripciones de los testigos de las actividades militares, fueron
producto de las mismas influencias que alteraron el registro histórico de los sucesos: “Los
testigos confundieron las fechas o admitieron que sus recuerdos no eran precisos, o los datos
fueron fraguados por los pro-ovnis, quienes –de paso– casi nunca hicieron un esfuerzo serio por
verificar sus historias”.
Si el primer informe de la USAF consiguió explicar el caso desde sus cimientos, Case
Closed da una respuesta definitiva al origen del rumor de humanoides asociados al affaire. Y si
nunca cayó un OVNI ni hubo E.T. en Roswell, ¿a quién le hicieron la autopsia? Esta es la
pregunta que contesta la Segunda Sección del Informe.
El testigo estrella… do
En 1989, otro testigo estrella brilló en el universo Roswell. El funebrero Glenn Dennis le
reveló a un ufólogo una historia que se hizo conocida como “el caso de la enfermera
desaparecida”. En esa charla está el gérmen de la leyenda según la cual en el Hospital del
Campo Aéreo del Ejército de Roswell se practicaron las autopsias de tres alienígenas; es decir,
la base del relato en que se inspiró Ray Santilli para fraguar el famoso video.
El 8 de julio de 1947, cuenta Dennis, llevó un herido al hospital. Allí aseguró haber visto un
misterioso objeto dentro de una ambulancia. A metros de ahí, “un coronel pelirrojo,
acompañado por un sargento negro, me exigió que no hablara con nadie de lo que había visto si
no quería meterme en problemas”. El funebrero le respondió que no podía darle órdenes a un
civil. “Si abrís la boca, van a tener que desenterrar tus huesos de la arena”, lo amenazó. Salió
escoltado por dos soldados y, en un pasillo, se cruzó con una conocida, enfermera militar, que
se tapaba la nariz con un pañuelo. Ella le dijo: “Es algo terrorífico”. Y se marchó. Al día
siguiente, tras jurar un pacto de silencio, la enfermera le confió que dos médicos habían
practicado la autopsia de “tres cuerpos pequeños, negros y muy mutilados”. No volvió a tener
noticias de ella hasta que cierto día le escribió desde Londres. Le respondió, pero la carta
regresó con el sello “fallecida”. Fue a preguntar por ella a otra enfermera, y ésta le respondió
que su compañera había fallecido en un accidente aéreo, “aunque me dio la impresión de que
me quiso sacar de encima”.
“¡Recuerden Roswell!”
Las librerías de Los Angeles, Washington y New York seguramente venderán más ejemplares
del libro del coronel Philip Corso -promotor de la idea de que los bombarderos invisibles
fueron construidos a imagen y semejanza de la nave secuestrada en Roswell- que del informe
de la Fuerza Aérea.
Imaginar un complot detrás de cada texto oficial no es un buen consejo para sopesar las
evidencias. En un celebrado capítulo de los Expedientes Secretos X, donde los protagonistas
son víctimas de un alucinante juego de percepciones engañosas, un ufófilo obsesionado con la
teoría de la conspiración vociferaba: “¡Recuerden Roswell! ¡Recuerden Roswell!”.
¿La verdad está ahí afuera? Tal vez para los que confunden buena ciencia ficción con realidad:
en la Guerra del Golfo, el bajo rendimiento de los bombarderos furtivos supersecretos demostró
que eran demasiado lentos, inestables y mucho menos invisibles al radar de lo que se esperaba.
“Si este es un ejemplo de tecnología alienígena en acción –ironizó David Hambling desde la
revista inglesa Fortean Times– no resulta nada sorprendente que un platillo volador se estrellara
en Roswell”.
Case Closed no deja alien con cabeza. Ahora bien: si los ufólogos sólo tenían un heterogéneo
conjunto de narraciones anecdóticas, los militares tomaron sus relatos como evidencias para
apoyar sus conclusiones. Pero claro: así como el sentido común no es homogéneo, la
investigación oficial no garantiza, ni mucho menos, el fin de la controversia: el negocio debe
continuar. Es un fenómeno conocido que la memoria de los testigos de sucesos remotos tienda
a acomodarse al guión de moda.
“¡Recuerden Roswell! ¡Recuerden Roswell!” O, mejor, que algunos ufólogos recuerden las
enseñanzas de Roswell para no tropezar dos veces con el mismo globo.
“The Day After Roswell”, de Philip Corso, tiene un aire de “déjà-vu”. De pequeño flash-back.
El tema básico en las obras dedicadas a accidentes de platillos volantes se remonta a los años
cincuenta, con la publicación en 1950 de “Behind the Flying Saucers”, el best-seller del
periodista Frank Scully. En 1949, Scully conoció a dos mentirsos profesionales, Silas
Newton y Leo Gebauer, quienes, respectivamente, pretendían ser un empresario petrolero de
Texas y un científico empleado por el gobierno americano, especializado en magnetismo.
Inspirándose en artículo de prensa sobre el montaje publicitario perpetrado en 1949 por el
productor de la película de ciencia ficción “The Flying Saucer”, Newton y GeBauer -conocido
como doctor Gee en el libro de Scully- contaron al crédulo periodista de la revista Variety que
un platillo se había estrellado cerca de Aztec, en Nuevo México, en marzo de 1948, muriendo
los dieciséis “humanoides” que iban a bordo. Poco después, dijeron ellos, otros dos platillos se
estrellaron en Arizona, muriendo igualmente su desgraciada tripulación.
Según Newton y GeBauer, las naves y los cuerpos fueron recogidos y transportados a un lugar
desconocido por la Fuerza Aérea, que intentaba descubrir y utilizar los secretos de la tecnología
extraterrestre. GeBauer afirmó haber participado en las operaciones de recuperación y explicó a
Scully que los platillos no tenían ningún motor y no utilizaban combustible similar al nuestro,
ya que “probablemente volaban siguen las líneas de fuerza magnética”. Sus tripulaciones se
mantenían gracias al agua pesada y a “pequeños barquillos”, aunque la menor de las tres naves
no contenía ni alimento ni reserva de agua y tampoco poseía lugares de descanso o baños,
contrariamente a las dos mayores.
Cuando la Air Force recuperó los platillos, GeBauer pudo conservar algunas muestras para sus
investigaciones: “una radio sin lámparas, unos engranajes, pequeños discos y otras muestras
que podían meterse en el bolsillo”. Scully pudo ver tales materiales y escribió: “Más de 150
ensayos no pudieron fragmentar el metal de los engranajes”, que era “de una composición
desconocida para los ingeniero de este planeta”; y “funcionaban sin juego ni lubricante”. Una
de las primeras aplicaciones del trabajo de GeBauer sobre tales maravillas extraterrestres fue la
fabricación de un pequeño vehículo volador que podía detectar petróleo, cuyo mecanismo
estaba basado en un aparato magnético extraterrestre.
Dos años después, tras realizar una cuidadosa investigación, J.P. Cahn reveló el amplio
historial de fraudes protagonizados por Newton y GeBauer (“True”, septiembre de 1952).
No obstante, todavía hay personas en la actualidad que se toman en serio aquella historia – sin
hablar de sus diversas variantes. “The Day After Roswell” es un “Behind The Flying Saucers”
audazmente adaptado al sabor X-Files. En este caso, sin embargo, Corso, como artista
consumado, reemplaza al individuo mediocre que era GeBauer y, con un poco de ayuda,
redacta él mismo el libro. No propone ningún detector de petróleo: sólo ofrece un libro, cuya
primera edición alcanzó la cifra de 80.000 ejemplares.
El examen del dossier de Corso confirma que se retiró del U.S. Army en 1963 con el grado de
teniente coronel, después de 21 años de servicio, principalmente como oficial de información y
en artillería (misiles antiaéreos). Parece que sirvió durante unos cuatro años en el estado mayor
del National Security Council bajo el mando de Eisenhower y formó parte del estado mayor
del general MacArthur en Japón durante la guerra de Corea y en Vietnam en relación a los
americanos detenidos en Rusia, Corea, China y Vietnam. Entre 1961 y su retiro, sirvió y dirigió
durante unos meses el Foreing Tecnology División en el Pentágono, informando directamente
al legendario Teniente-general Arthur Trudeau, jefe de investigación y desarrollo y antiguo
director de información militar. Las pretendidas aventura de Corso durante este periodo forman
el cuerpo central de su libro.
Corso explota el ambiente paranoico que reina entorno a las ocultaciones del gobierno. Al igual
que Newton y GeBauer, se inspira y explota no solamente las distintas versiones del pretendido
crash de Roswell (cuya embarullada y entretenida compilación abre el libro), sino también
todos los temas y conceptos asociados a los platillos, sean antiguos o recientes: las mutilaciones
de ganado, la comisión Robertson, los semilleros humanos y de material genético
humano, Nikola Tesla, las abducciones, la guerra de las galaxias como defensa anti-ovni, la
invasión extraterrestre por infiltración, el proyecto Blue Book como frente de relaciones
públicas mientras Moon Dust y Blue Fly constituían los auténticos proyectos ovni, Paul
Biefeld y Towsend Brown, la película de la criatura de Roswell de Santilli, los extraterrestres
como forma de vida artificial genéticamente modificada (nuestros viejos amigos los EBE, las
Entidades Biológicas Extraterrestres), Robert Sarbacher y Wilbert Smith, el MJ-12… e
incluso la colaboración entre los extraterrestres y los Nazis, presentando de este modo una
auténtica “teoría unificada” de casi todo lo que es relevante en ufología.
Corso nos cuenta que se entregó a su misión con celo. Trabajó largas noches en el Pentágono,
redactando informes para Trudeau, vertiendo en papel sus evaluaciones sobre las tecnologías
extraterrestres y sus brillantes deducciones sobre su funcionamiento y posibles aplicaciones, lo
cual con sus dos años de estudios técnicos a nivel de instituto le había otorgado una buena
preparación. Vestía ropa civil para presentarse en lugares tales como IBM, los laboratorios
Bell, Dow Corning y los laboratorios de investigación militar de Fort Belvoir, en Virginia. Tal
como un auténtico filántropo discreto, presentó sus maravillas a los científicos e ingenieros más
variados que le estuvieron eternamente reconocidos, antes de desvanecerse con rapidez en los
laberintos del Pentágono.
Pero aguarde, aún no hemos visto todo. Corso informó personalmente y en privado al fiscal
general Robert Kennedy de la importancia estratégica del espacio. No explicó a Kennedy nada
sobre la amenaza extraterrestre, pero supo que el hermano del presidente comprendió que había
bastante más en la historia que una simple respuesta a los proyectos soviéticos. Corso está
convencido que esto influyó en la decisión de John F. Kennedy de enviar un hombre a la luna
al final de los años sesenta. Casi me olvido: las meditaciones de Corso sobre la necesidad de
entrenar y adaptar la humanidad al vuelo espacial, inspiradas por su estudio de los
extraterrestres de Roswell, condujeron a la creación del Space Camp de la NASA destinado a
los niños.
Más revelaciones
¡Espere, que la historia aquí no termina! No solamente las investigaciones secretas de Corso
inspiraron la revolución tecnológica, fundamentalmente la IDS que puso fin a la guerra fría,
sino que ganaron la guerra mucho más inquietante contra los extraterrestres, volviendo su
propia tecnología contra ellos. Por razones desconocidas, esos misteriosos invasores, que
pueblan amenazadoramente el relato de Corso para aparecer cuando los necesita para mantener
la acción, no utilizaron su ventaja sobre nosotros durante 14 años. Y cuando finalmente lo
pensaron, con Corso al timón era demasiado tarde.
¡Mucho más fuerte aún! Figúrense que la estúpida CIA estaba en conexión con el KGB
soviético haciendo todo lo que podían para arruinar los esfuerzos de Corso tratando de
conseguir los secretos de Roswell. Pero Corso se les enfrentó: “La CIA me siguió durante mis
cuatro años en la Casa Blanca (…). Cuando volví a Washington en 1961, para trabajar con el
general Trudeau, me vigilaban. Trataba de despistarlos en las callejuelas o rincones aislados de
Washington, pero no llegaba a lograrlo. Así que, más tarde, (…) conduje a mis perseguidores
directamente a Langley, en Virginia (donde se encuentran las oficinas de la CIA), pasando
delante de una secretaria que farfullaba, hasta llegar a la oficina de un viejo enemigo, el
director de operaciones secretas Frank Wiesner, uno de los mejores aliados que el KGB tuvo
nunca. Dije a Wiesner mirándole a los ojos, que el día anterior era el último en que circulaba
por Washington sin arma. Y planté mi 45 automática en su mesa. Le dije que si veía el menor
perseguidor al día siguiente, encontrarían su cadáver en el río Potomac, con dos disparos en los
ojos…, si acaso se preocupaban de buscarle.”
¡Qué hombre! Evidentemente que podemos pensar cualquier cosa de una persona que afirma
haber tenido a J. Edgar Hoover entre sus mejores amigos y que, como gesto de fin de carrera,
informó confidencialmente al senador Kenneth Keating (“uno de mis amigos”) sobre los
misiles balísticos soviéticos de medio alcance (se trata sin duda de una de las escasas verdades
contenidas en este libro e involuntariamente muy divertida).
La letanía de trabajos de Corso para salvar a la Tierra y a la humanidad prosigue sin desmayo,
pero resulta mucho más instructivo enumerar sus múltiples errores. Veamos algunos ejemplos:
* Corso pretende que él y el general Trudeau jugaron un papel muy importante en el desarrollo
y lanzamiento de Corona, el primer programa mundial de satélites espías, porque era necesario
tener un medio para detectar los aterrizajes de ovnis en la URSS. Afirma que ellos “camuflaron
el gasto de la vigilancia fotográfica de Corona directamente en el programa Discoverer ya en
funcionamiento, realizando descodificación tecnológica con el Discoverer para que la factura se
ajustase convenientemente”
* Corso identifica al Discoverer como programa de la NASA. Nos habla también de la “alegría
que reinaba en el Pentágono” cuando las fotos de la primera misión Corona fueron reveladas.
En realidad Corona era un proyecto 110% de la CIA-Air Force; la NASA y el ejército no tenían
nada que ver en ello, ni incluso para proporcionarle una cobertura. Comenzó en 1958, tres años
antes de que Corso llegara al Pentágono. Se trataba de un black program camuflado en el
proyecto de investigación y medicina espacial Discoverer, llevado a cabo por la Aire
Force. La primera misión lanzada el 28 de febrero de 1959, más de dos años antes de que
Corso comenzase a trabajar para Trudeau, fracasó y no había ningún aparato fotográfico a
bordo. La primera fotografía se obtuvo en la décimo cuarta misión, Discoverer 14, nombre de
código Limber Leg, que fue lanzada el 18 de agosto de 1960, aproximadamente un año antes de
que Corso entre en la investigación-desarrollo del ejército.
* Pretende que las tecnologías de la guerra de las galaxias (que él habría proporcionado), tan
avanzadas como los láseres de alta potencia lanzados por misiles o las armas de haces de
partículas dirigidas, fueron desplegadas resolviendo el problema de la amenaza extraterrestre a
la Tierra (fin secreto, según Corso, de la IDS). Nunca se realizó ningún despliegue de ese tipo.
* Antiguo oficial del ejército, Corso se equivoca como mínimo dos veces en la identificación
del Wac Corporal, un antiguo cohete de investigación del Ejército, que toma por un sistema de
la Marina, diciendo que se trataba del cohete que explotó en la rampa durante el intento de
situar en órbita el primer satélite americano, en diciembre de 1957. De hecho, se trataba del
Vanguard, un sistema desarrollado por la Marina.
* Afirma que el bombardero furtivo B-2 fue creado por Lockheed. Es una creación de
Northrop. Es un error bastante llamativo puesto que un poco más adelante en su libro, Corso
sugiere que uno de los primeros bombarderos en forma de ala volante, el UB-49 de Northrop,
fue fruto de la explotación por parte de la Air Force de la tecnología de Roswell: “Los alerones
verticales de las cuatro extremidades (sic) presentaban una similitud tan asombrosa con los
croquis de la nave estrellada en Roswell que se encontraban en nuestro ficheros que era difícil
no establecer el nexo entre la nave y el bombardero”. (De hecho, para quienes se plantean la
cuestión, Corso revela que la Air Force terminó por estudiar el platillo de Roswell y algunos de
los cuerpos en la base de la Air Force de Norton, en California. Otro platillo, que según Corso
habría sido obligado a aterrizar por un misil del ejército en Alemania en 1974, se encuentra en
la base de Nellis, Nevada, donde se puede afirmar que se ha camuflado en el Area-51).
* Pretende que el caza furtivo F-117 “casi tiene forma de creciente (…) de forma extrañamente
similar a la nave espacial que se estrelló en el desierto próximo a Roswell” (descubra el error).
El F-117 tiene forma de flecha y utiliza tecnologías bastante comunes y un poco superadas para
lograr sus proezas de furtividad.
* Afirma que Willy Ley, el conocido escritor científico apasionado por los viajes espaciales,
era un especialista en cohetes de origen alemán y que formaba parte del equipo de Wernher
von Braun en Alamogordo-White Sands en 1947. Todo lo cual es falso y está equivocado.
Podríamos esperar que un as de los sistemas de información y tecnología tal como Corso, que
recuerda de modo preciso y completo el texto de los memorándums y pequeños detalles de
conversaciones de hace 35 años o más, podría describir con exactitud cosas tan simples. Pero
estos errores palidecen frente a la equivocación mayor: su ausencia de honor. Me encontraba
tan asombrado cuando descubrí que el senador Strom Thurmond, presidente pro tempore del
Senado americano, presidente también del Comité de los Armed Services del Senado, el
senador más antiguo en activo, mayor general retirado del ejército en la reserva, paracaidista
durante el Desembarco de Normandía, leyenda política americana y figura emblemática, había
escrito el breve prefacio de un libro de Corso haciéndole elogios como patriota al servicio de su
país, todo ello sin decir una sola palabra sobre el contenido de la obra. Mi sorpresa se
acrecentó cuando leí el relato que Corso hace de una conversación de los años 60, durante la
cual, el senador Thurmond le demostró mediante un guiño que sabía que el intrépido coronel
trabajaba sobre tecnologías de origen extraterrestre. Llamé entonces al encargado de prensa del
senador y supe que Corso, que tuvo dos breves apariciones en el equipo de Thurmond en los
años 60 y 70, le solicitó escribir un prefacio para sus memorias, “I Walked with Giants: My
Career in Military Intelligence”, y no para un libro sobre sus logros relacionados con Roswell
y el camuflaje montado por el gobierno americano respecto al accidente de un ovni.
Cito el comunicado de prensa del senador Thurmond, fechado el 5 de junio de 1997: “El
resumen de I Walked with Giants que me proporcionó el Sr. Corso indicaba que estaba
escribiendo un libro de memorias e impresiones sobre temas tales como la Segunda Guerra
Mundial, la guerra de Corea, el conflicto vietnamita, la información, el espionaje y las
operaciones de contra-espionaje. No había ninguna mención, alusión o indicación sobre que
alguno de los capítulos o temas mencionados tuvieran algo que ver con los objetos
volantes no identificados y la conspiración gubernamental para camuflar la existencia de
tal artefacto espacial”.
Corso nos ha hecho morder el anzuelo. Eh, ¿como podría mentirnos una persona tan seria y leal
como Phil Corso? Allá donde se encuentren Silas Newton y Leo GeBauer harán signos de
aprobación entre carcajadas.