04 La Misericordia, El Pecado y El Perdón
04 La Misericordia, El Pecado y El Perdón
04 La Misericordia, El Pecado y El Perdón
Capítulo 4
La misericordia, el pecado y el perdón
“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: !Jehová! !Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso;
tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; 7 que guarda misericordia a millares, que
perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al
malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la
tercera y cuarta generación. 8 Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y
adoró” (Éxodo 34: 6-8).
“Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor, como lo hablaste, diciendo:
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Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque
de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos
hasta los terceros y hasta los cuartos” (Números 14:17-18).
“Haz resplandecer tu rostro sobre tu siervo; Sálvame por tu misericordia” (Salmos 31:16).
“Con misericordia y verdad se corrige el pecado, Y con el temor de Jehová los hombres se apartan
del mal” (Proverbios 16:6).
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá
de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).
“Ve y clama estas palabras hacia el norte, y di: Vuélvete, oh rebelde Israel, dice Jehová; no haré
caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo”
(Jeremías 3:12).
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No
retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. 19 El volverá a tener misericordia
de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros
pecados. 20 Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres
desde tiempos antiguos” (Miqueas 7:18-20).
“Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a
llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13).
(Parábola de los 2 deudores) “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso
hacer cuentas con sus siervos. 24 Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le
debía diez mil talentos. 25 A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e
hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. 26 Entonces aquel siervo, postrado, le
suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. 27 El señor de aquel
siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda” (Mateo 18:23-27).
“Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, 2 y los fariseos y los escribas
murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. 3 Entonces él les refirió esta
parábola, diciendo: 4 ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no
deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? 5 Y cuando la
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encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; 6 y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos,
diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. 7 Os digo que
así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos
que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:1-7).
“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la
casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? 9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y
vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. 10 Así os
digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:8-
10).
“Dios soporta pacientemente la perversidad de los hombres, dándoles amplia oportunidad para
arrepentirse; pero toma en cuenta todos sus ardides para resistir la autoridad de su justa y santa
ley. De vez en cuando la mano invisible que empuña el cetro del gobierno se extiende para reprimir
la iniquidad. Se da evidencia inequívoca de que el Creador del universo, el que es infinito en
sabiduría, amor y verdad, es el Gobernante supremo del cielo y de la tierra, cuyo poder nadie
puede desafiar impunemente” (Elena G. de White - PP 115).
“La muerte de Cristo demuestra el gran amor de Dios por el hombre. Es nuestra garantía de
salvación. Quitarle al cristiano la cruz sería como borrar del cielo el sol. La cruz nos acerca a Dios, y
nos reconcilia con él. Con la perdonadora compasión del amor de un padre, Jehová contempla los
sufrimientos que su Hijo soportó con el fin de salvar de la muerte eterna a la familia humana, y nos
acepta en el Amado” (Elena G. de White - HAP 170-171).
“Aunque Jesús conocía a Judas desde el principio, le lavó los pies. Y el traidor tuvo ocasión de
unirse con Cristo en la participación del sacramento. Un Salvador longánime ofreció al pecador
todo incentivo para recibirle, para arrepentirse y ser limpiado de la contaminación del pecado.
Este ejemplo es para nosotros. Cuando suponemos que alguno está en error y pecado, no
debemos separarnos de él. No debemos dejarle presa de la tentación por algún apartamiento
negligente, ni impulsarle al terreno de batalla de Satanás.
Tal no es el método de Cristo. Porque los discípulos estaban sujetos a yerros y defectos, Cristo lavó
sus pies, y todos menos uno de los doce fueron traídos al arrepentimiento” (Elena G. de White -
DTG 612).
“El Hijo de Dios, el glorioso Soberano del cielo, se conmovió de compasión por la raza caída. Una
infinita misericordia conmovió su corazón al evocar las desgracias de un mundo perdido. Pero el
amor divino había concebido un plan mediante el cual el hombre podría ser redimido. La
quebrantada ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo sólo existía uno que podía
satisfacer sus exigencias en lugar del hombre. Puesto que la ley divina es tan sagrada como el
mismo Dios, sólo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía salvar al
hombre de la maldición de la ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo.
Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado, que era algo tan abominable a los ojos de
Dios que iba a separar al Padre y su Hijo. Cristo descendería a la profundidad de la desgracia para
rescatar la raza caída.
Cristo intercedió ante el Padre en favor del pecador, mientras la hueste celestial esperaba los
resultados con tan intenso interés que la palabra no puede expresarlo. Mucho tiempo duró aquella
misteriosa conversación, el “consejo de paz” (Zacarías 6:13) en favor del hombre caído. El plan de
la salvación había sido concebido antes de la creación del mundo; pues Cristo es “el Cordero, el
cual fue muerto desde el principio del mundo.” Apocalipsis 13:8. Sin embargo, fue una lucha, aun
para el mismo Rey del universo, entregar a su Hijo a la muerte por la raza culpable. Pero, “de tal
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manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16 (Elena G. de White - PP 48-49).
“El evangelio no ha de ser presentado como una teoría sin vida, sino como una fuerza viva
para cambiar la vida. Dios desea que los que reciben su gracia sean testigos de su poder.
A aquellos cuya conducta ha sido más ofensiva para él, los acepta libremente; cuando se
arrepienten, les imparte su Espíritu divino; los coloca en las más altas posiciones de
confianza y los envía al campamento de los desleales a proclamar su misericordia ilimitada.
Quiere que sus siervos atestigüen que por su gracia los hombres pueden poseer un
carácter semejante al suyo y que se regocijen en la seguridad de su gran amor. Quiere que
atestigüemos que no puede quedar satisfecho hasta que la familia humana esté
reconquistada y restaurada en sus santos privilegios de hijos e hijas” (Elena G. de White –
DTG 766).