Rama Angel-Diez-problemas-para-el-narrador-latinoamericano
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DIEZ PROB LEMA S
PARA EL NOVELISTA
LATINOAM ERICANO
ANGEL RAMA
1 N D1CE
Págs.
3. El novelista y su público . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
5. El novelista y la lengua . . . . . . . . . . . . . . . 38
1 0. Un don creador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
D I EZ PROBLEMAS PARA EL NOVELISTA
LATINOAM ERICANO*
7
revoluciones inminentes, sino el fenómeno de la
técnica literaria, ya fu;rteme� te desarrollada, en ma
m;s de uñ escfitorqiii hat;¡;ido el apoyo de institu
tuciones por mucho tiempo duraderas» . (The Triple
Thinkers). Dos observaciones caben:\ una histórica ,
que recuerda -como hace el propio Wilson para e l
sig lo XVIII- la fuerte creatividad d e períodos d e
transición y tra r:i sfo!maci�!l· no sólo para la redac�
ción de obras permanentes sino, sobre todo , para l a
elaboración de nuevos estilos y formas luego de pe
ríodos de agotamiento cultural ( e l sig l o XV, por ejem
plo) ;\y una segunda observación que dice que nues
tro tiempo es obviamente de revolución inmine riteo
ya en roceso y que por lo tanto éste es el el emen
to « dado, -bueno o malo ya importa poco- en e_./
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cua nto el � éne ro su �
de inde pen den cia política, por
g e en tierra ame rica n a -El Peri
quillo Sarmento de L•
ente al proc eso re-
zard i d e 1 8 1 6- cont emp orán eam
volu cion ario .
te inútil:
ttPo r últim o , una adve rtenc ia, no enter amen
eno civiliz ador
América Latina es parte del fenóm
mas es
occidental, de ahí que, al referi rnos a proble
h
pecíficos del novelista n uestro, estarem os muc as
veces refiriéndon os a los de toda la comarca civili
zada que integra, aunque desde la parcialidad , o in
fl exión , que le es propia\ Todo lo que se diga sobre
un escritor en Latinoamérica compromete al escritor
de cualquier l ugar del m u ndo, y en especial a l de
Occidente; l y si bien el e uropeo ha sido elevado por
razones obvias al rango de patrón comparativo, y si
bien la secreta ambición de m uchos americanos es la
d e parecerse a ese patrón-oro, } cuando se habla en
términos de existencia, o sea d e necesidades autén
ticas y perentorias, cuando se redescubre el com
plejo cultural correspondiente a la instalación en u n
l ugar de l a tierra en situación d e dominado, s e asu
me la plenitud orgullosa de esa pobre, única rea li
dad, como condición constitutiva (•Sobre l a cu ltura
nacional » , en Les damnés de la terre de Frantz Fa
non ) . Es entonces que la única dimensión a uténtica
d el ser escritor es ser escritor latinoamericano, y
son los valores pecu liares de esta situación los que
determinan los restantes, u niversales, y no a l a in
versa.
9
( escritor) , a sus necesidades concretas de vida, en
traríamos a considerar primeram ente el plano eco
nómico de fundamentación de su actividad.
Tendríamos e ntonces que registrar u n principio
genera l , casi ley cu ltu ral d e l continente, l a cual afir
ma que nadie (sa lvo esas poq u ísimas excepciones
que no afectan e l cuadro genera l ) vive d e su traba
jo creador, y que, cuando e l l o l l ega a ocurrir, es en
genera l luego de cumplida toda una carre ra , como
u n modo de subsidio a la edad provecta de un fecun
do escritor. Si bien no se trata d e una situación úni
ca en el mundo, Latinoamérica es, dentro de la civi
lización occidenta l , la zona donde esta imposibilidad
de especialización absol uta se cumple en forma más
amp lia y rigurosa.
Puede anotarse que este fenómeno -genera liza
do a todas las actividades de tipo artístico- refl eja
un estado de sub o semidesarro l l o económico-socia l;
e n e l proceso de progresiva y ramificada especia liza
ción que registra una sociedad a lo l argo de un pe
ríodo de d esarrollo intenso, todavía no les ha l l ega
do el momento a estas actividades cultura l es. Si
echamos una mirada al pasado sig l o XIX, observamos
que son los profesionales universitarios (antes que
nada los j u ristas, l u ego los médicos) quienes prime
ro a lcanza n , d entro de las actividades inte l ectuales ,
e l status de especializació n , desplazando la exclusi
va que habían ostentado d urante la Col onia los sec
tores clerical es; serán l uego los maestros, los profe
sores y más recientemente los técnicos , q uienes
conquisten esa posibilidad, y alcancen una retribu
ción por sus servicios a la comu nidad que les per
mita vivir consagrados a su tarea vocacionai.\No se
trata solamente de que los se rvicios de esos g rupos
10
sean tan indispensables como para que l a sociedad
se apresure a asegurárselos mediante apreciables
retribuciones� sino que e n muchos casos se trata de
un sacrificio que se impone l a sociedad (ejemplo,
la educación ) para costear un equipo d e intelectua
l es cuya actividad e ntiende que le es beneficiosa, a
l argo p lazo.\ O sea que esas especializaciones son
consecuencia de una d eterminada valoración (una
precisa visión de futuro) que asume el cuerpo so
cia l , la cual acarrea una inversión de la renta n acio
nal para asegurarlas y hasta propiciarl a s .
" En e l sig l o X I X n o s ó l o no se contó con apoyo sos
tenido al escritor por parte del Estado -que entregó
esa zona, con un criterio mercantil , al simple juego
de oferta y demanda típico de cualquier otra acti
vidad comercia l , a sabiendas de que se l a condena
ba a una vida desmedrada- sino que tampoco se
dispuso de l a protección particular ( e l mecenazgo
tradicional europeo) , al menos en números aprecia
bles. Sin duda, esto es parte d e l l aborioso proceso
de d esarrollo económico-social de las comunidades
l atinoamericanas, y quizás sea difícil hacer e n l íneas
genera l es un enjuiciamiento condenatorio. t Pero en
cambio son registrables sus consecuencias que pue
den definirse por esa curiosa serie de obras tal ento
sas, pero sin continuidad que fue la norma de la li
teratura d e l sig l o XIX. En muchas ocasiones más que
de autores d ebe hablarse d e obras, porque aunque
fuere larga l a vida del creador, su aportación a l a
cultura se dio en términos reducidos: uno o d o s l i
bros juvenil es, y luego años de trabajo destinados a
actividades " productivas".
El fenómeno modernista pued e filiarse , sociológi
camente, en una actitud de « retiro» y de uagresivi-
11
dad" de los i ntel ectua les, ante e l general m enos
precio respecto a su actividad, pero esa actitud no
hubi era s ido pos i b l e sin e l desarrollo económ i co d e
l o s países a los que pertenecían y e n especial s i n
l a creación de las grandes ciudades con actividad
d i vers ificada («Buenos Aires, Cosmópolis», que d e
cía Darío) ! Y s i a partir de 1920 s e acentúan ci erta
mente las pos i b i l idades de que un escritor se con
sagre específicamente a su tarea vocacional y que
ésta reci ba una conven i ente retribución, ello se debe
a que l a actividad del escritor -puesto en las coor
d enadas de la l i bre empresa comerci al , o sea ganan
cias a través de l a venta de libros o a través de l a
venta d e sus servicios i ntel ectuales para fines como
el period ismo, confere ncias , etc.- pudo contar con
la ampl i ación del púb l ico culto que g eneró el i ngre
so de los sectores medios a la cul tura y a la eco
nomía , s i multáneam ente.
1 Pero aún hoy, y aceptados esos márgenes más am
pl ios de retribuci ón e i nterés por su obra , el escritor
s i gue consagrado mayoritariamente a otras tareas
que no son las de la creación, y tienen que ver con
su ub icación social y concomitante n ivel educativo.
De ahí que sean profes ionales un ivers itarios , maes
tros, profesores, funcionarios , peri odistas. Todas es
tas actividades ya han a l canzado la especial idad; e l
escritor aprovecha d e e l las para vivir y tam b ién para
escrib ir, o sea que cump l e en forma doble su con
tri bución a la comunidad a la que pertenece.
\Esta s i tuación dual tiene repercus i ó n sobre s u
obra.'En primer térm i no , se l e retacea e l tiempo que
podría entregar l e , y una de las más penosas i m pre
s iones de la l iteratura h i spanoamericana es el su
brepticio aire de producto de «ecrivains de diman-
12
che·� E l apresuramiento, l a improvisación, la falta de
tensión y d e ri gor, codeándose con l a espontaneidad
g e n i a l muchas veces, es la tónica de la l iteratura del
conti nente, y se la reencuentra e n los mayores, des
de Sarmi ento hasta Martí. l Se h a explicado esta con
fusión torpona de muchos grandes productos lite
rarios por la falta de concentración artística de sus
autores; pero a su vez e l l a se explica por las condi
ciones real es, concretas, de la vida del escritor, que
ter m i nan haciéndose modos naturales de l a compo
sición , robusteciendo o justificando por ilegítima ra
cion a l i zación, las tesis románticas sobre inspiración:
la semana brusca en que José H ernández compone
el Martín Fierro.
t Pero además e l escritor apl ica las m i smas con d i
cion es i nte l ectuales d e su labor creativa, a las fun
ciones (profes ionales, educativas, funcionari ales)
que cum p l e normal mente en l a sociedad. Las emplea
ori g i nariamente aquí, como una obl i gación d i aria, y
es con e l remanente, l o que un escritor uruguayo
l l amaba «trabajar sobre la fatiga», que compone su
obra propi a .\ Esta consideración podrá parecer n i m i a a
quien no conozca d e cerca ese modo d i sconti nuo,
nervioso, i nseguro, que es la constante americana,
con que los escritores se consagran a sus l i bros ro
bando tiempo a sus trabajos cotid ianos . JSi esto afec
ta de modo genera l cualquier creación, es obstácu
lo especia l me nte duro a la tarea d e l novel i sta, por
que ésta exige •cond iciones d e conti nuidad,• d e es
fuerzo l argo/de e laboración, que no han s ido las
habituales e n géneros como la poesía, el teatro e
i ncluso e l ensayo.
l Claro que hay otra forma -quizás más sutil o e n
todo caso indirecta- d e ejercerse esta falta d e es-
13
pecia lización creadora:"No se deberá a la menciona
da falta de un tiempo compartido con tareas más ur
gentes, también de índo l e i ntel ectual ;"<s i no a l a sen
sación del autor de que su obra es gratuita y de
corativa.•EI escritor no se s i ente reclamado por l a
sociedad en que vive; se desprende de e l l a c o n sol
tura, no establece una relación profunda con sus n e
cesidades espirituales, y deja de sentirse un provee
dor de su comunidad . ! Cl aramente se lo ve en esos
años vacíos d e la vida diplomática que han singul ari
zado a muchos nove listas del XIX: 'son los treinta
años de s i lencio nove lesco d e l chileno Alberto Bl est
Gana;"es el abandono del género a partir de 1 91 2
por parte del mexicano Francisco Gamboa; \es un
caso s i milar e n el novelista uruguayo Eduardo Aceve
do D íaz.t la diplomacia fue una de las activid ades
ambicionadas por los escritores americanos : ofrecía
tiempo, seguridad . • Ha sido, contrariamente, pulveri
zadora de la creación; no tanto por el trabajo que
les exigiera , como por la distors ión de vida y val ores ,
por e l segregami ento del país, por l a asunción d e
un cosmopo litismo vacuo.
�Se ha observado frecuentem ente que la nove l a es
género de madurez, no sólo en la forma específica
de la gran novela rea l i sta del XIX, con su amplitud
de mundo conocido y vivido, sino también en la no
vela c l ásica renacentista y en las formas modernas.
'S i ha habido poetas genia l es adol escentes o muy
jóvenes, no es esa la norma de la novela -el caso
d e un nove l i sta talentoso como R adiguet se cita a
menudo como excepción- por esa misma exigenc i a
de cosmovisión pl enamente integrada y a l a vez de
continuidad creadora, componiendo amp l ias estruc
turas de sentido.
14
• El siglo XIX latinoamericano ofrece un solo caso
de carrera narrativa cumplida, hasta una adelanta
da madurez, con el novelista Alberto Blest Gana.
•Abriendo el siglo XX, encontramos la situación si
milar de Mariano Azuela en México, de Manuel Gál
vez en la Argentina, de Rómulo Gallegos en Vene
zuela.! Ya en este siglo serán más frecuentes las ca
rreras continuadas, proficuas, en que se abre para
un novelista la instancia de la madurez, la posibili
dad de alcanzar un dominio avezado de sus medios
expresivos, en oposición a la norma de obras juve
niles, sin sucesión creadora más desarrollada, pro
funda y rica, que abunda en las letras del continente,
típíficable en el joven Mármol, autor de Amalia.
• Pero sí volvemos a considerar la vida real, la ocu
pación corriente del novelista, observaremos que nor
malmente ocupa el sector terciario de una sociedad,
y es un consumidor que funciona en el plano de los
servicios (comerciales, profesionales, educativos).
! Generalmente pertenece a la clase media, que es la
que ha proporcionado el personal preparado intelec
tualmente para esas tareas, y se ha integrado a ese
sector administrativo y docente.\ Sus ocupaciones es
tán centradas por lo común en los centros urbanos,
en especial las grandes ciudades, lo que puede expli
carnos la orientación dominante que desde hace al
gunos decenios marca la literatura latinoamericana,
cuya tendencia urbana se ha acentuado, sobre todo
en las grandes capitales del continente. {En la mis
ma medida en que se produce la macrocefalia capi
talina, a partir de comienzos del siglo, en la misma
medida en que la complejidad de la sociedad exige
un acrecentamiento de las tareas de la administra
ción central, en la misma en que los recursos cultu-
15
rales d el país se concentran en sus capi tales donde
también está el mayor públ ico, el novel i sta (escritor)
se i ntegra a ese medio y existe dentro de él. (Ya
Hegel había h ablado de l a «Compresión» i n d i spensa
bl e para la creación, y L. M u nford ha razonado la
h i storia de las c i udades como la de la m i sma cul
tura) .
'Son sus eleme ntos formativos, espi rituales y ma
terial es, y no es sorprendente que se traduzcan en
s u obra, no sól o e n los aspectos temáti cos , s i n o
también en l a expres ión de l o s ritmos narrativos , e l
juego d e contrastes , el d i namismo de l a composi c i ó n ,
la natural eza d e las comparaciones y d e m á s i nstru
mentos poéti cos, y aun dejen su huella en la l engua
que usa\ Ese medio rodea al escritor como el agua
d e la pecera al pez, hasta el pu nto de transformarse
en su habitat normal , pese a ser particularmente ar
tifi c i oso.\ EIIo acarrea muchas veces la pérd ida de u n
contacto d i recto, vivaz, c o n l a nación entera, en es
pecial las zonas rural es, las q u e , por u n conocido
proceso económico-social se van vi endo despobla
das en beneficio d e los núcl eos urbanos;\pero tam
bién produce un enqui stami ento del creador dentro
del sector que ocupa en l a propia c i udad.\ Obl i gada
mente refl eja el complejo d el med i o en que se ha
generado y vive": y su cosmovi s ión está i ntensamente
teñida por los valores que se d esprenden de su expe
riencia vital en un ambi ente que puede llegar a ser
muy e nrarecido.
t Si pensamos , con Lu kács , que toda obra está ge
nerada por u n pu nto focal al cual concurren todos
sus elem entos, y que;-aunque revelándosenos e n l a
l ectura como coronación d e l desarrollo l i terario;o-es
previo a l a compos ición y determ i n a las l íneas ten-
16
denciales, comprenderemos que ese ambiente res
tricto en que cumple su experiencia vital el creador
h a de tener una considerabl e influenci a sobre e l pers
pectivismo que gobierne su creación artística. tDe
donde se extrae que ocupación y medio no sólo son
restrictivos d e l creador por razones externas -fal ta
de tiempo, transformación en consumidor, carenci a
de especial ización- sino también por e l perpectivis
mo que determine en el escritor, componiéndose con
los e lementos que aporta él desde el ángul o b i o
g ráfico-cultural .
17
2
d e d i sti nto rad io� por una parte es l a capilla, l a escue
la, e l cenácu lo afín d entro del cual se organizan los
princi pios formal es, los tratami entos temáti cos de
seleccionados materiales, las i deas sobre el arte,
las trad i ciones y jerarqu ías valorativas , y en d efini
tiva una estética y una fil osofía;\ por otra parte, en el
c írculo de rad io más ampl io, es el conjunto d e los
i ntelectuales (de d i sti ntas escuelas, capillas, etc.)
que i nteg ran una suerte de fam i l i a comú n , o al me
nos desarrollada como tal en nuestra h i stor i a cul
tural.
f La i m portancia del conjunto de los i ntel ectuales
como grupo social ha s i do enorme en Latinoamérica
a los efectos de l a obra de creac ión: l a debil i dad
cultu ral que d u rante un s iglo caracterizó e l medio
soc ial , d i l uyendo l a existencia d e u n públ ico consu
m idor específi co,• transformó a los m i smos i ntelec
tual es en prod uctores y consumi dores s i multáneos,
organizándose u n c i rcu ito cerrado de la c u ltu ra que
sól o comenzó a ceder ya entrado el s i glo XX, cuan
do el ingreso d e las clases medias a la vida cu ltu ra l .
t Por eso e l fenómeno de él ites , característico d e l a
man ifestación u n iversal de l a creación l itera ria, se v i o
acentuado en estas tierras p o r la restricción d e l pú
bl i co j unto a la asunción por e l propi o i ntel ectual
de la cond i c i ón de públ i co l ector.(Bastaría revisar las
quejas e i mp roperios del joven Al berd i, en 1837, y
observar su esfuerzo -en defin itiva vano- para ge
nerar a través de su revista-trampa « La moda» una
aud iencia que no fuera excl us ivam ente la d el «Salón
Literario».} De ahí que en el s i glo XIX l ati noamerica
no parezca cumpl i rse la l ey m i noritaria que ha razo
nado Sal i nas, refi riéndose a la anti güedad y j ustifi
cándola porque «entre otras cosas el único disponi-
18
ble, el único auditorio a mano, era el de los amigos
letrados».
\ El m ismo Salinas (• La gran cabeza de turco o la
minoría literaria») se ha encargado de enumerar y
defender las diversas y utilísi m as funciones que ca
ben a las élites ( •sus ministerios de nodriza, tesore
ra y depositaria, con otro final: la transmisión de la
obra al gran círculo social») , pero no ha extendi do
el análisis a su caracterización interna, y no todas
las élites son iguales ni funcionan de un modo ho
mogéneo, ni es i gual la influencia que ellas ejercen
sobre el escritor que las integ ra. Aunque no conven
dría equ i parar las élites con las g eneraciones, ya
que dentro de éstas funcionan a menudo d iversas
aglutinaciones m inoritarias d e escritores, contradic
torias o complementarias, es cierto que las d i stin
tas generaciones de la cultura latinoamericana nos
han ofrecido el caso de élites dominantes, de acuerdo
a las líneas tendenciales que rigen cada una nueva
articulación d e la cultura:'Ias élites ideológicas de la
burguesía mercantil revolucionaria;'l as élites del salón
romántico político-nacionali sta;"las élites del positi
vismo univers i tario-desarrolli sta;'las élites del mo
derni smo ético-cultural, ind ivi duali sta y anárquico ;'las
élites del regionalismo soci al;'·tas élites del vanguar
d i smo ci udadano, específicamente artístico, etc.
Son ellas las que marcan las tendencias dominan
tes , aunque s i empre van custod i adas por otras q u e
les s i rven d e contrapeso en u n j uego de opos iciones
y complementaciones que evoca el esquema desarro
llado para Europa por Karl M annheim entre dos g ru
pos de culturas . ·El uno está ligado a la unidad lo
cal, tanto con su existencia exterior como con su es
piritualidad, y siente ya como anejo y extranjero lo
19
que viene de las provincias vecinas . . . Junto a él
actúa otro grupo de individuos movibles y no inser
tos orgánicamente en la Sociedad básica, que prefie
re vivir de relaciones sociales y espirituales en las
que se prepara una floración de la comunidad cultu
ral europea.� (El hombre y la sociedad en la época
de crisis) .1 En América Latina la élite movible, de
« intelectuales no ligados al terreno» tuvo una incli
nación universalista y cosmopolita que en los hechos
consistió en una imitación de las más modernas co
rrientes europeas:\.es el caso de la élite de la bur
guesía mercantil de 1810, formada en la ideología del
enciclopedismo francés, con su nítido cuño raciona
lista y universalista;" o es la élite del modernismo
de 1895 conformada por la lección sensorial, indivi
dualista y cosmopolita de la literatura europea pos
romántica.t Enfrente, como respuesta histórica, se le
opusieron�las élites de la generación romántica que
intentaron la adopción descriptiva y pintoresca de las
realidades nacionales":v o las de la generación regio
nal de 1910 con su primera valoración social de la
realidad zonal americana.
No se trata de una mera oscilación entre univer
salismo y regionalismo, como repetición isócrona de
movimientos antitéticos, sino que ellos: 1.0 se pro
ducen sobre una realidad cultural evolutiva, de tal
modo que nunca se repite idéntica una misma di
rección; la materia que orientan es distinta, distin
tos los niveles de capacitación, mayor y más rica
la integración y tradicionalista que el tiempo va pro
duciendo (de ahí la mayor acuidad y riqueza ex
presiva que caracteriza al regionalismo de 1910 con
respecto a los románticos del XIX) ; 2.0 las dos ten
dencias conviven en los mismos períodos históri-
20
cos, una como dirección dominante y otra como do
minada, contraria \(piénsese el caso de la simulta
neidad entre 'la prdsa naturalista de Gamboa y la
modernista de Nervo, en México,\ o entre los narra
dores de Florida -Mallea- y Boedo -Arlt-, en
los años ve)l te de Buenos Aires); 3.0 la fluidez en
tre lo locáf y lo mundial ha permitido en la historia
cultural latinoamericana un permanente trasiego
de influencias enriquecedoras, e incluso puede ubi
carse muchos artistas fecundos en la confluencia
de la elección de ambas élites: piénsese en Miguel
Angel Asturias o Alejo Carpentier, por ejemplo, ge
nerados en la vanguardia superrealista francesa y
a la vez insertos en la realidad local.
�Esa mutua fecun ga ción, que podríamos reconocer
en un examen detall\do de la historia cultural ame
ricana, ha sido juzgada beneficiosa por Mannheim,
para oponerla a las peligrosas tendencias autárqui
cas del presente que reclaman ruptura entre ambos
tipos de élites: ·El tipo de hombre movible impidió
la provincia/ización del vinculado al suelo, así como
que se hicieran más permanentes y a la vez más
cómodos, propiedad, solar y un destino vital asegu
rado de antemano; éste, a su vez, obligó a los abs
tractos a considerar las situaciones y tradiciones
concretas de su entorno y elaborarlas espiritual
mente•. {El hombre y la sociedad en la época de
crisis) .
Las tendencias disociativas están presentes tam
bién en la América Latina actual.'tas élites de im
plantación local y nacional tienden a ser conserva
doras (en todo el significado de la palabra) con
respecto a"las élites de implantación universalista;
y estas, a su vez, tienden a ser meramente mimé-
21
ticas y esquemáticas, con ignorancia de las reali
dades concretas. t"sin una mutua fecundación -muy
obligada en el momento actual de intensa conjun
ción de los distintos valores culturales universales
se desfigura el fenómeno creador. Es normal que
los jóvenes novelistas se plieguen a una de ellas
de modo extremista, sobre todo a las tendencias
universalistas de las élites movibles que en tierras
americanas operan basándose en el prestigio con
sagrado de los centros culturales de occidente, y
eso lo volveremos a ver al tratar el tema de las
formas. Es también normal que en una mayor edad
se tienda a recuperar y conservar una tradición lo
cal, cuyos valores resultan a esa altura más pro
pios y veraces.
\La toma de conciencia de este problema comien
za con la élite romántica, dentro de una tonalidad
regresiva que explica el nacimiento de la prosa na
rrativa en América (El matadero, de Echeverría) ; y
es nuevamente visible, ya en otro plano de desarro
llo y de concepción progresiva en la élite regiona
lista del siglo XX (La Vorágine, de E. Rivera).tcreo
que vuelve a señalarse una toma de conciencia de
ese equilibrio de las respectivas tendencias de éli
tes, en la narrativa de Carlos Fuentes, representati
va de la actitud de la generación latinoamericana del
medio siglo, actualmente en funciones.
3. El novelista y su público.
22
logo de sus Prosas profanas: a:La gritería de trescien
tas ocas no te impedirá, Silvano, tocar tu encanta
dora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor
esté contento con tu melodía. Cuando él no esté
para escucharte, cierra los ojos y toca para /os ha
bitantes de tu reino interior•. El texto marca el re
traimiento extremo del escritor respecto a su pú
blico.· Aunque no se puede afirmar que los nove
listas del modernismo ( Larreta, Reyles) l o hicieran
suyo , tampoco militaron contra é l .
lEs l a apoteosis d e l a minoría letrada y l a autojus
tificación inm anente de la creación , pero es también
evidente que Darío reiteraba la lección romántica
del creador que en definitiva trabaja para sus «al
ter egos» presentes o futuros , subjetivizando a fon
do el arte. 1 En la fecha en q ue escribe, su público
es casi inexistente : está formado"'por esa é l ite de
que hablamos y q ue hacía las veces de productor
y consumidor (tu amigo el ruiseñor]'-y por aquel l a
n ueva , ociosa , q u e había generado l a oligarquía u r
bana de fines del XIX.! Pero aquel escritor que dice
rehusar más el público, simplemente está ambicio
nando u n futuro, semejante, familiar, a l a vez q ue
exa lta el encono del público virtual presente («Ce
fui qui ne comprend pas») para transformar la rela
ción positiva inexistente, en una rel ación como, des
de Baudelaire, intentarán los poetas malditos y los
decadentes .
(En este soberano -pueri l , triste- desprecio del
modernismo por e l público, ya estaba impl ícito el
público como necesidad , como desesperación inclu
so , y es esa l a primera tarea que encara l a genera
ción subsiguiente, cuando, por la irrupción creciente
de las c lases medias, el escritor toma conciencia y
23
escribe sobre l a toma de conciencia de que existe
u n público rea l , i n mediato, y no uno potenc i a l , futu
ro: Es lo que va de los cuentos de G utiérrez N ájera
y los de Nervo a la serie de libros que inicia en l a
m isma tierra mexicana. Los de abajo (1915) d e Azue
l a>Más que encarar la diferencia estil ística , temática,
artística, q u i zás convin iera buscar por un l ado menos
obvio, en la actitud del autor respecto al públ ico,
previa a l a creación literaria. Esa transformación po
dría rastrearse dentro de l a obra de un mismo nove
l i sta: ya se lo ha intentado con respecto a Manuel
Gálvez.
� Desde la segunda década de este sig l o se acen
túa la conciencia de la comu nicación entre el escri
tor y su público, coi ncidiendo con la transformación
social q ue la expl ica, a saber la ascensión de los
sectores med ios a l a conducción de sus respectivos
países , proced iendo a una mayor i ndustrialización,
u n u rbanismo creciente, una ampliación educativa
concomitante, que se efectúa de modo preferente
en a l gu nos países l atinoamericanos (México, C h i le,
Argentina , Uruguay) ta l como mostrara John Joh n
son en su conocido ensayo (Po/itical Change in La
tín America) , pero que se extiende, en todos los
restantes de habla español a , a los conjuntos ci uda
danos.r Esta ampliación de público tuvo consecuen
cias cu lturales todavía i nexp l oradas. Desde l uego
en los reng l ones de la culturización genera l , pero
también sobre el propi o creador l iterario y sobre s u
obra creadora . A cuenta d e u n examen m á s pro lijo
que me propongo hacer del período , conviene traer
aquí un solo ejemp l o , q ue es categórico a los efec
tos de n uestro tema: a pesar de l a i mportanci a q ue
puede concederse a los novelistas del sig l o XIX h i s-
24
panoamericano, a los que se l lama fundadores , l a
verdad estricta es que e l g énero novelístico adquiere
cabal importancia recién ahora, en este momento del
XX, no sólo por lo nutrido de la producción nove l ís
tica, sino también por sus vari ados planos de exce
lencia artística.
r Dicho de otro modo: l a novela hispanoamericana
nace y progresa por obra de la acción de u n público
rea l , que procede de esos sectores intersticiales
de la sociedad, que se l l aman clases medias.llnútil
reabrir aquí la polémica sobre el erróneo planteo de
Luis Al berto Sánchez (que é l mismo enmendara)
acerca de América, novela sin novelistas , ya que
han sido justamente las obras escritas antes tle
1930 -fecha de su p l anteamiento- las q ue alcan
zaron más amplia difusión, dentro y fuera de Amé
rica. Por lo tanto , y más que otros g éneros, la no
vela latinoamericana ha venido encabalgada en el
público -un público de pequeña burguesía-, que
dando estrechamente vinculada a su ampliación nu
mérica, a su mayor desarrollo intelectual.
( Dicho esto conviene, sin embargo, precisar en
números que no estamos , ni mucho menos , en la
obtención de u n público real importante, tal como
para permitir a l escritor una acción fecunda en el
medio social y como para permitirle una dedica
ción a su oficio . Toda la revo l ución mexicana, toda
la renovación a lessandrista del C hile del 20, no le
ha permitido asegurar al novelista una edición nor
mal superior a los cinco mil ejemplares. Esa es una
cifra promedio « óptima» para todo un continente
que cuenta con doscientos millones de habitantes.
Las grandes colecciones populares se atreven a lan
zar ediciones de q uince mil ejemplares, contando
25
con l a d i stribución en e l mercado continental , y con
vo l ú menes de bajo p recio ( ejemplo, Fondo de Cultu
ra Económica) . Algunos i ntentos más vol u m i nosos
como los festivales popul ares organi zados e n Perú,
Colombia, Venezu e l a y Cuba, y como a l g unas col ec
c i ones muy popu lares de la U n ivers idad de Buenos
Ai res, se han hecho uti l izando nombres muy consa
g rados o apel ando a s i stemas publicitarios muy re
s onantes . N i nguno de estos casos, en los cua l es se
logró que a l gunas nove l as se tira ran y vendi e ran en
e d iciones de ci ncuenta m i l ejempl ares ( a veces d e
c i e n m i l}, probó que se creara p o r su acción u n pú
bl ico rea l, conti nuado, que s i g u i era l eyendo, tanto
vale decir que no se probó que los adq u i rentes l e
yeran lo que compraban .
ft En conclusión, l o s d i sti ntos países del conti nente
se mueven con públ icos l ectores muy red ucidos , de
pocos m i les, que en los hechos corresponden a la
e structura de los m i smos transmi sores de la cu ltu
ra: p rofeso res , maestros, a l gu nos funcionarios y al
gunos profesional es.' En u n país de trei nta y ci nco
m i l l ones de habitantes (México} un públ ico de cin
co o de q u i nce m i l compradores es i n s i g n ificante,
y, como i nd icamos , corresponde al ambi ente ed uca
t ivo que rod ea el fenómeno l iterari o . Aunque parez
ca excesivo, estamos en p resencia de grupos so
cia les ampl iados, no más, que en su mayoría son
transmisores de cultu ra ( p rofes ionales, docentes, pe
riodistas} y que, habida cuenta d e las variaciones
que e n l a d i stribución social se opera e n las actua
les sociedades de masas, cumplen las funciones d e
l as é l ites antiguas y s u s d i versas tareas d e custo
d i os y transmi sores. La acción refleja que este pú
b l ico tiene sobre el creador es evidente; el nove-
26
l i sta podrá engañarse sobre l a ilusoria universalidad
de esta situación , pero ello no a l tera la verdad: es
cribe para su grado socia l , algo amp liado. De nin
gún modo escribe para la sociedad entera de su
país , y, menos aún , para la de la comarca hispano
parlante.
Ello se patentiza comprobando q ue: 'no hay lec
tores campesinos;\.no hay, prácticamente, lectores
obreros, salvo algunos cuadros chilenos y, ahora ,
algunos cuadros cubanos;'"no hay lectores de l a baja
cl ase media .{ Entre los sectores medio y alto de esta
última cl ase se m ueve el escritor, el nove l i sta la
ti noamericano, o sea entre q uienes son, por l o ge
neral , de su m isma extracción socia l , de su mismo
o parecido n i vel de formación intelectual , de su mis
ma o sim i l ar situación económica.i Como quien dice,
dentro de su familia , aunq ue esté integrada por mi
les de personas.
t Sin embargo, cuando recientemente Sartre desen
cadenaba su polémica sobre las obl i gaciones inme
diatas del escritor en el mundo actu a l , tomaba como
pu nto de partida un pensamiento que, a pesar de
todos los ataques es , prácticamente, irrebatible: l a
literatura existe por u n a vocación universa l i sta , y
sin ella, diríamos que no hay actitud creativa plena.
La creación es instauración de absol utos (desde el
ángulo de l a psicología de l a creación ) que deben
regir un mundo entero cuya p l ural idad es reducida
a u nidad. El novelista hispanoamericano ha mani
festado, en esta zona de l a psicología creativa, una
oscil ación curiosa , dign a de análisis más deta l l ado
del q ue aquí podemos consagrarle: en u n extremo
se ha entregado a una fabu l ación que postula su pú
blico restricto, y en l a misma medida ha ido hacia
27
el escepticismo y hacia el artificio ( Borges ) , o, en
el otro extremo e l afán de ingresar a u n público re
gional no ilustrado le ha llevado a u n esquematismo
y a una visión maniqueísta del mundo en trazos m uy
directos (1_�). Toda sol ución por el «au rco» tér
mino medio es aquí muy difíci l , porque en este pro
ceso no existe una composición mecánica de fuer
zas , sino una verdadera dinámica regida por el im
pulso real hacia el público real y, por encima suyo,
hacia el público u niversa l , y las distintas urgencias
por participar de sus necesidades perentorias . Al
gunas de ellas, como ha sospechado Sartre, equivo
cándose, l levarían al escritor a abandonar su tarea
específica.
28
. s nac ion ale s . La ob ser-
ex•. stenc•a de las lite rat ura
ja: parte d e 1 a com-
vac•on pue de son ar a par ado
el caso :x� lícito, concreto,
probación de que, salvo
xJCO y en �ue nos
del Brasil , Y salvo atisbos en Me
una literatu
Aire s , no se regi stra la exis tenc ia de
ra naci onal nítid ame nte difer enci able , con su es
truct ura inter na propi a, su constelaci ón temática, su
sucesi ón estilística, sus peculia res operac iones in
telectual es, históricam ente reconocib les.
\ Existen, claro está , historias nacionales de la li
teratura, en cada uno de los países, y sus autores
comienzan por no plantearse los presupuestos que
basamentan sus tareas, a saber: la previa existen
cia de una nacional idad .' EI problema nos remite a
la balcanización política de América Latina por obra
de •tos i mperialismos� las oligarquías locales"y las
falsas estructuras admi n istrativas del coloniaje, con
lo cual se han creado precarias y, muchas veces,
arbitrarias estructuras seudonacionales (América
Central s i rva de ejemplo) . Ello ha d ificu ltado la na
tural expansión y desarrollo de las comarcas seme
jantes donde los elementos étnicos, la naturaleza,
las formas espontáneas de la sociabi l idad, las tra
diciones de l a cu ltura popu lar, convergen en pareci
das formas de creación l iteraria: así podría hablar
se del Tahuantisuyo, por la presencia indígena y sus
tradiciones culturales propias, por sus idénticos con
fl ictos con la sociedad blanca; así podría hablarse
de la comarca pampeana, asociando vastos territo
rios argentinos , el U ruguay y Río Grande do Sur,
donde se ha generado e l « gaucho• con su caracte
rística cosmovisión y l iteratura; así podría hablarse
del Caribe, donde el mar, las islas, la mezcla racial.
tan intensamente productiva de cultura , ya ha sido
29
reconocido i ntegrado en un solo ciclo cultural por
obra de un novelista (Carpentier) . Estas comarcas
-no sólo naturales sino también culturales- son
desfiguradas por la balcanización pol ítica, pero sin
embargo debe reconocerse en ellas elementos de
suyo tan poderosos como para que hayan sobrevi
vido, otorgándoles unidad característica, en este si
glo y medio de vida independiente, d ividida, de Amé
rica Latina. Más aún: si han continuado siendo no
torias y notables las aproxi maciones de un país con
otro dentro de la misma comarca, ello se debe en
primer térmi no a la l iteratura , sobre todo a aquella
-novela o poesía-, más embebida en las fuentes
popu lares .
Pero aun si aceptáramos la existencia de una co
marca cultural en funcionamiento, nos costaría mu
cho reconocer dentro de ella la existencia y el fun
cionamiento normal de una l iteratura. Damos aquí
a la palabra « l iteratura » el significado estructural is
ta que le confiere el excelente crítico bras i leño An
tonio Cándido (Formac;ao da literatura brasileira.
Momentos decisivos) , cuando comienza por distin
guir entre «manifestaciones literarias» y «literatura
propiamente dicha». Las pri meras son simplemente
obras, en tanto que la segunda es «Un sistema de
obras ligadas por denominadores comunes, que per
miten reconocer las notas dominantes de una fase.
Estos denominadores son, aparte de las caracterís
ticas internas (lengua, temas, imágenes) , ciertos
elementos de naturaleza social y psíquica, aunque
literariamente organizados, que se manifiestan his
tóricamente y hacen de la literatura un aspecto or
gánico de la civilización. Entre ellos distínguese: la
existencia de un conjunto de productores literarios,
30
más o menos conscientes de su papel; un conjunto
de receptores, formando los diferentes tipos de pú
blico, sin los cuales la obra no vive; un mecanismo
transmisor (de modo general un lenguaje traducido
en estilos) que liga unos y otros. El conjunto de
los tres elementos da lugar a un tipo de comunica
ción interhumana, la literatura, que aparece, bajo
este ángulo, como un sistema simbólico, por medio
del cual las veleidades más profundas del individuo
se transforman en elementos de contacto entre los
hombres y de interpretación de las diferentes esfe
ras de la realidad•.
Para medir mejor la distancia de las variadas «ma
nifestaciones literarias» que se dan en cualquier
país americano a una l iteratura nacional autónoma.
bastaría observar que sólo podríamos afirmar la exis
tencia de una lírica n icaragüense, en la medida en
que pudiera engranarse dentro de un sistema cerra
do y único la poesía de Darío y la de los escritores
que i ntegran la antología de Ernesto Cardenal . En
países de la misma lengua, de semejantes actitudes
im itativas para los centros mundiales, de subdes
arrollo compartido, es d ifíc i l establecer estos com
parti mientos estancos.
La excepción es Bras i l . El hecho de que práctica
mente sea un continente aparte que d isponga de una
lengua propia, más la decadencia larga de Portugal,
la conm ixtión racial original del país , ha contribuido
fuertemente a desarrollar los rasgos nacionales, i ns
taurando una literatura de las más diferenciables , au
tónomas, « nacionales » que haya dado el continente.
En el caso concreto de sus narradores , la sucesión
de creadores que incl uye Jos nombres de Machado
de Assis, Cyro dos Anjos , Lins do Rego, Jorge Ama-
31
do, Clarice Lispector, el admirable Gracil iano Ra
mos, y un creador cuya especificidad l i ngüística lo
ha hecho casi desconocido fuera del país : Joao Gui
maraes Rosa, da prueba de una robusta escuela no
velesca que es el de los buenos soportes de esta
literatura naciona l . En la obra máxima de Guima
raes Rosa, su monumental Grande Sertaos: Veredas,
obra cuya estructura y refinamiento ha hecho que
la crítica brasi leña la parangonara al Ulyses de Joy
ce, lo que encontramos real mente es un profundo
adentram iento nacional , tanto por los temas como
por las formas narrativas, y, sobre todo -desde un
ángulo muy disti nto al que practicara el gran gus
tador del idioma, Grac i l iano Ramos- por su sabi
duría l ingüística y su operación de revital ización del
habla popu lar, ascendida a estructuras cu ltas.
Junto a la excepción brasi leña habría que consi
derar algunos atisbos de organización autónoma y
nacional de las l iteraturas , que se puede observar
en el caso de México (porque aquí el indígena ha
alcanzado, por sendas indirectas, una influencia cu l
tura l -o más bien antropológica- que podrá resul
tar enteramente insospechada para el propio mexi
cano que vive dentro de ella considerándose, como
es habitual , el mejor exponente del pensamiento uni
versalista dentro de las tierras h ispanoamericanas)
y también en el caso, no de la Argenti na, sino de
Buenos Aires , en particular, que es un país d istinto,
y que ya ha dado, en lo que va del siglo, una l itera
tura característica , con rasgos prototípicos que pa
recen nacer de la vivencia monstruosa de l a ciudad
y que permiten envolver en una misma red a orien
taciones narrativas que se presentan como opuestas
y enemigas en la vida l iteraria de la ciudad. Son sus
32
Arlt y los cue nto s
eje mpl os: l as nov elas de Rob erto
Leo pold o � are-
de Jorg e Luis Borges , o l a obr a de
r o las vtol en-
c ha! ' 0 las fant asm agor ías de Cor taza
esto nes
.
3
les. Se trata de i ngente esfuerzo de u n continente
colonizado, por alcanzar la comprensión y l a crea
ción l iterarias en el m ismo n ivel de la metrópo l i .
Esta pasión ha movido a l a s é l ites h ispanoamerica
nas desde hace cuatro siglos, y ellas se han com
portado de modo bastante parejo a lo largo de este
período extenso: han s ido u noveleras , , o sea reco
gedoras de la ú ltima novedad de la metrópoli con
mayor ahinco que ella m isma, y han sido « extremis
tas " porque han desarrol lado esa novedad como pu
ras formas que se desenvolvieran en un vacío hu
mano y obviamente cultura l , es decir, que también
han sido subrepticiamente u esteticistas •. siendo és
ta la verdadera carta de triunfo a la cual se han
confiado para su competencia soterrada con Europa.
El primer gran ejemplo lo da el barroco americano,
no sólo por la del i rante extremación de los altares
churriguerescos , s i no por el arte de sor Juana , o
por el increíble Apologético del Lunarejo l i meño al
cual bien puede reconocérsele la exactitud con que
Menéndez Pelayo lo definiera -«perla caída en el
muladar de la poética culterana»-; estos productos
no podían reexportarse, porque integraban un todo,
y la metrópoli no estaba demasiado dispuesta a
enterarse de lo que producían, cu lturalmente , las
colonias. El segundo período está situado a fi nes
del XIX y le llamamos, definitoriamente, « modernis
mo». El mejor lector e intérprete que tuvo, en el
mundo todo, la l írica francesa del XIX, o sea Rubén
Daría, estuvo allí, en París , " Y no fue reconocido •. S i
no fuera porque s e trataba de un poeta y s u s cal i
dades más suti l es se hubieran perdido en la trans
posición idiomática y -razón del arti llero- si lo
hubieran traducido de cualquier modo, cosa f1Ue
34
tampoco estaba d ispuesta a hacer esa m etrópol i
nueva con respecto a l o s coloniales de un conti
nente que ella había pasado a denominar • l ati noame
ricana », sustituyendo su viejo nombre hispano, hu
biera descubierto entonces que era posible, y en
español, expresar aún con mayor i ntensidad y ex
tremación lírica, e l universo poético por el los des
cubierto, en esa frase que va de H ugo a Verlaine.
Pero con todo, en este período, algunas novel as
americanas se i ncorporaron a l as letras españolas :
La gloria de don Ramiro o El embrujo de Sevilla son
el ejemplo, en la narrativa, de ese m ismo afán de
recoger la ú ltima novedad ajena y extremarla como
pura forma, para que reingrese al mundo de donde
procedía. El tercer período de que hablamos es el
nuestro, y creo que nadi e lo expresa mejor que Jor
ge Lu is Borges. Aquí, al fin , se ha cerrado l a ambi
ciosa empresa que iniciaran las él ites vi rreinales
mexicanas del XVI I I , y e l producto obtenido en tie
rra americana por elaboración extremada, forma l ,
suti l , h a s ido reintegrado exitosamente a la gran
cultura occidental europea. Hace años que Borges
ha dejado de ser orientador cultural en el Río de l a
Plata y h a pasado a esa extraña s ituación del clásico
de época pretérita que aún s igue vivo; ya no re
presenta la cultura de su país que ha seguido ca
minos no sólo d istintos s ino contrarios a su magi s
terio. En ese m ismo momento se reintegra a l mun
do europeo con el entusiasmo de l a crítica y el
l ector, francés , alemán, inglés, etc. U n ciclo ha con
cl uido, y él m ide el progreso de las letras l atino
americanas , es verdad , pero m ide también las más
sutiles artes m i méticas � nuestro continente. Po
drá pensarse que esta competencia desesperada --o
35
este · diálogo• como preferirán l lamarlo más discre
tamente otros- era indispensable, como parte del
proceso de desarrollo, aunque también deberá re
conocerse que en buena parte, operó como desqui
ciamiento de las tradiciones nacionales) .
S i retomamos nuestro planteo inicial acerca del
novelista y l a l iteratura nacional una vez señalada
la precariedad del concepto en H ispanoamérica -sal
vo las excepciones apuntadas- y s i multáneamente
el uso constante de la tradición l iteraria occidental
como haciendo las veces de tradición nacional y l a
subrepticia estructuración como l iteratura autóno
ma, de una literatura hispanoamericana que también
hace las veces de tradición naciona l , tendríamos que
p lantearnos los dos problemas que corresponden a
este capitu l i l lo: uno, genera l , sobre la i mportancia
para e l novel i sta, de su inserción en una l iteratura
nacional propia; otro, particular, circunstanci a l , acer
ca de los problemas que al novelista americano plan
tea la especial situación en que se encuentra , según
la hemos definido.
No podemos abundar, aquí, en los aspectos gene
ral es , doctrinarios , y nos l i m itamos a algunas pre
cisiones i ndispensables para el razonamiento subsi
guiente. Las nacionalidades han sobrevivido a mu
chas pruebas y en especial a muchas teorías que
las condenaban ; hemos visto sucederse varias filo
sofías dentro de una nacionalidad que ha conti nua
do más allá y por encima de ellas. A su vez estas
nacional idades mantienen una relación dialécti ca con
las ideologías universalistas, i nflexionándolas y mo
d ificándolas merced a tradiciones propias, y, por
esta m isma acción, permitiéndoles triunfar y des
arrollarse dentro del o tg"a n ismo cultural nacional
36
como elementos que lo robustecen sin sustitu i rlo.
Parecería que en la actual idad las tendencias ecu
ménicas han puesto el más duro sitio a los nacio
nalismos , lo que de rebote ha causado su exacer
bación. En el repertorio temático y, más clara m ente,
en el repertorio metodológico de una l iteratura na
cional , el novelista reencuentra, ya trascendidas al
campo cultural , las manifestaciones del pueblo que
i ntegra: permanente lección de arte viviente. El des
arrollo superior que, obviamente, se reconoce en
una literatura europea, responde a esta acumulación
estructurada a lo largo de s iglos, a este diálogo in
terno y secular que s i rve para el reconocim iento de
sí m ismo de un escritor, para su ubicación en la
sociedad a que pertenece, y , digamos , como plata
forma de lanzamiento.
El novel ista h ispanoamericano sufre de un des
amparo cultural nacional , del que a veces puede re
cuperarse por el lado del fol klorismo (lo que fácil
mente le i mpone una l ínea conservadora -la i m i
tación de los estereotipos tradicionales de este i n
móvil venero l iterario-, compensada con un evi
dente respaldo popul ista por la i nserción histórica
en su cuerpo socio-cultural ) y del que normal mente
trata de l i berarse mediante su i ncorporación a la
cultura universal de ese momento, que le presta l a
fami l i a cultural necesaria a u n a costa d e evidentes
fals ificaciones. La huella de numerosos pies forman
un camino en el bosque; mucho más s i ya no se
trata de huellas sino de creaciones artísticas que
se encadenan y suceden . Pero para que ese encade
namiento, que es el fructífero, -� produzca, debe
mos ratificar que el diálogo más auténticamente fe
cundo para un novel ista, es el que entabla con otro
37
novelista de su propia tierra o comarca. Y por d iá
logo entiende aquí, lucha, combate, enfrentamiento,
afán ardiente de destrucción mediante la aporta
ción de obras de arte, nuevas , originales, y a la vez
capaces de diálogo porque pertenecen a la misma
fam i l ia.
5. El Novelista y la Lengua.
38
tes. Es rasgo definidor de una l iteratura, pues s ólo
l a lengua es capaz de fijarle un l ímite preciso, que
engloba al complejo conjunto de materiales con to
tal precisión. La comunidad de l a lengua es l a que
autoriza una l iteratura hispanoamericana, aunque es
ésta una concepción todavía provisora, previa a otra
defin itiva: la l iteratura general de lengua española,
desde sus orígenes medievales hasta su expansión
actual, en distintas regiones del mundo.
Hay una sensación que parece indesarraigable del
hombre culto americano : l a de que habla , apl ica, se
manifiesta, existe, en un lenguaje que no ha inven
tado, y que, por lo mismo, no le pertenece íntegra
mente. Esa sensación no rige, en cambio, en el hom
bre común, especialmente en el hombre analfabeto
cuyo único bien cultural es, justamente, el habla, lo
que qu izás nos permitiera retomar algunas de las
paradój icas , y por lo mismo, veraces afi rmaciones
de José Bergamín en su defensa del analfabeto. El
hombre culto sabe de la existencia de España, de la
l iteratura española, sobre todo de la existencia de
l a Real Academia, conoce desde la escuela la i m
posición de las normas de prosodia y sintaxis de
terminadas, en última instancia, por esa Real Aca
demia, y a la vez tiene clara conciencia de que él es,
idiomáticamente, un ser híbrido: tiene una expre
sión propia, íntima, fami l iar -la de la infancia, l a
d e l amor, la d e l a amistad-, que es d istinta, a ve
ces mucho, de la expresión pública -del aula, del
tratamiento ceremonioso, de la escritura, del perió
d ico-. Desde l uego que toda l engua acepta distin
tos grados de inti midad y compl icidad, y en todas
ellas hay un gradual pasaje de lo social izado a lo
privado, pero en el caso concreto del hombre culto
39
americano, hispanoparlante, tenemos dos personal i
dades idiomáticas simultáneas y no siempre armó
nicas. Como no existe en América una importante
l ínea de novela popular ( l a prosa popular, tan mal
reconocida y coleccionada, se ha apl icado preferen
temente al costumbrismo) , como el género es obra
de hombres cu ltos, este problema de la doble ex
presión l ingüística se tras lada sin alteración sen
sible a la novela.
Esci la y Caribdis idiomáticos de la novel ística his
panoamericana -y es éste un problema típico de
la novela y del teatro, al que hasta hace muy poco
tiempo estuvo ajena la l írica- escol los que se tra
ducen así: o uti l izar un id ioma escrito, o uti l izar un
habla. Y este planteo d icotómico, cuando es llevado
a su extremación mayor, se transforma en este otro:
uti l i zar un ajeno lenguaje académico o uti l izar una
jerga popu lar provinciana. Los ejemplos son nume
rosos y no se puede decir que correspondan estric
tamente a épocas determinadas. Es cierto que en el
período modernista, en la m isma medida en que se
intensifica la preocupación esti l ística preciosista, se
atiende a un lenguaje rico, cu lto, de corte acadé
mico a veces (La gloria de don Ramiro) o de ág i l
ritmo moderno e n otros ( los relatos d e Augusto
d'Halmar) ; es cierto también que el período van
guardista del 30, bajo el impacto surreal ista , inten
tará una nueva modulación de una escritura cuidada
( las Leyendas de Guatemala de Asturias) de la que
es buen ejemplo la cuidada prosa de las novelas his
tóricas (co lonial ismo) de Uslar Pi etri y su progre
s iva evolución hacia el cuento popu lar de sabrosa
« habla » reelaborada. Pero el fenómeno no puede ads
cribirse a períodos determinados en forma excl usi-
40
va: es una tendencia general , como lo es tambi� n
l a que concurre hacia e l uso del hab l a y aun del dia
lecto popular, aunque esta última ha�a tem_ d � sus
momentos más i ntensos en el naturalismo hmsecu _
lar y en el regionalismo (o criollismo) de este siglo.
Mallea es un ejemplo paradigmático de escritura
culta , lo que en sus novelas se traduce por la de
lectación de la exp loración psicológica o la descrip
ción, contrastadas a la i mpericia de los d iálogos. Si
ello es así desde La bahía del silencio, los últimos
años han acusado hasta la caricatura esta posición
cultista de devoción por l a letra escrita, por el dic
cionario de l a Academia, como lo revelan l i bros del
tipo de Los enemigos del alma o todas /as Travesías.
Si bien esta actitud ante el idioma es una tendencia
general, no específica de un determinado período
histórico, corresponde en cambio a una posición del
escritor respecto a la literatura, y , en modo más
vasto, la cultura: respeto por los valores estableci
dos, reverencia por la tradición l ibresca, i ncl inación
por una cultura de él ite, gusto por las d idascalias
explícitas dentro de la creación l iteraria, concepción
del esti lo como decoración apl icada a la escritura ,
etcétera. Sería fáci 1 criticar todos estos elementos ,
y mostrar sus insuficiencias. Por eso es más eficaz ,
ahora, apuntar algunos de sus elementos positivos.
En la renovación idiomática l iteraria, como es sa
bido, no siempre es la aportación popu lar, creativa ,
la más fecunda. También lo es el cultismo. En la
prosa americana, tanto el gal icismo modernista, co
mo el anglicismo vanguardista, fueron buenos apor
tes rítmicos , expresivos, transformadores. Ayudaron
a enriquecer el caudal de la lengua y de la literatu
ra , y, sobre todo, se desarrollaron encabalgados en
41
una concepc1on supranacional -y por lo tanto his
panoamericana o meramente h ispánica- de la cul
tura. La famosa polémica sobre los idiomas naciona
les americanos permitió comprender en su tiempo,
que en América no se estaba repitiendo el caso de
las transformaciones regionales, independientes, ha
b idas en el latín vulgar durante la Edad Media, por
lo mismo que las ci rcunstancias histórico-cu lturales
eran radical mente d istintas. Existían poderosos ins
trumentos de comunicación -la escuela, los congre
sos de educadores, las editoriales de ampl io radio,
los periódicos , las rad ios, el cine- que concurrían
a restablecer la comunicación, a edificar normas co
m unes. El mantenim iento de esta vincu lación idio
mática -más allá o más acá, como se quiera, del
uso de los regionalismos- significaba, en l a órbita
de la cu ltura, un tenaz esfuerzo para detener los
efectos deletéreos de la partición política arbitraria
del continente hispanoamericano, por restablecer la
cohesión cultural original que es, simu ltáneamente ,
cohesión ideológica (histórica, filosófica) , y conjun
ción voluntaria dirigida al futuro.
El pel igro mayor de la tendencia universalista a
resguardar las formas de la lengua es, obviamente,
que, para encontrar un punto de apoyo seguro, debe
volver hacia atrás, retornar a las fuentes españolas,
y por lo tanto caer en la desdichada trampa del ar
caísmo. Es bien s ignificativo que en aquellos mo
mentos en que los novelistas se sintieron sumergi
dos por la ola intensa de los sucesos vivos que es
taban produciéndose a su alrededor y transformaban
de cuajo la real idad segura en que habían vivido,
cuando tuvieron miedo ante esta irrupción dinámica,
se aferraron a las reconstrucciones arqueológicas
42
más o menos reg idas por el afán lingüístico arcaísta.
Concretamente es el caso del llamado «colonialismo•
que tri unfó en l a narrativa mexicana en los años
primeros de la revolución (entre 1 9 1 6 y 1 926 dice
José Rojas Garcidueñas) y que José Lui s Martínez
expl icó como «Un movimiento de huida hacia el pa
sado, determinado por la angustia de la Revolución•,
aunque reconociendo que fue parte de un fenómeno
más vasto, americano, «Si se recuerda que movimien
tos similares ocurrieron en España y en la Argentina,
hacia los mismos años•. (Literatura mexicana siglo
XX) . Para el caso uruguayo podría citarse la i naca
bable serie de novelas de Horacio Maldonado, ca
rentes de todo i nterés l iterario y que reconstruyen
en vano un mundo pasado ayudándose con un len
guaje escrito no hablado, y también pasado. Y tam
bién podría inclui rse el A lsino de Pedro Prado (a
quien Alone i ncorpora a Los cuatro grandes de la
literatura chilena) dentro del otro aspecto de l a mis
ma tendencia l ingüística universal i sta y arcaizante,
la que concurre hacia lo poemático.
Colonial ismo o s i mbol ismo poemático son las dos
formas más comunes de la expresión narrativa de
esta tendencia purista. Más adelante, a partir del
año 1 930, compartirá esta orientación un tipo de na
rrativa i ntelectual , especial mente afecta a las i nven
ciones fantásticas . Cabe destacar que en la gran
mayoría de estos casos se desvanece el andar pu
ramente narrativo de la novela, y que sus productos
se aproximan más al poema en prosa, a la página
fragmentaria, al cuento breve y e l íptico. U n trata
m iento l ingüístico cuidado, un idioma elaborado no
parecen los más fieles andadores de l a novela. Ha
bría que citar aquí e l caso magi stral de Jorge Lui s
43
Borges , quien nunca i ntentó la novela, permaneció en
el cuento -y aun en sus l i ndes más escurridizos
e i ncl uso dijo alguna vez que era preferible dar por
hecho un argumento y dedicarse a comentarlo, a
anotarlo con escol ios. Quizás por el m ismo terror
que a Valery producía tener que escri bir «La marqui
se sortait a cinq heures». Toda vez que el narrador
se aproxi mó a las elaboraciones idiomáticas más
complejas se produjo un desvanecimiento de l as for
mas novelescas, al menos en lo referente a los mo
delos estatu idos por la gran época del género , el
siglo XIX. Y en esos m ismos períodos el triunfo co
rrespondió a la poesía : el caso español de la gene
ración del 27 (o 26) domi nada por los poetas, atra
vesada por las pági nas elaboradas como turrones de
J ijona de Gabriel M i ró, en contraposi ción al l ibre ,
tosco andar narrativo del viejo don Pío Baraja, así
lo evidencia. Y en la Argentina el ejemplo de Güi
raldes contrastado a la l iteratura de un Roberto Arlt.
Contra este panorama -donde alternan vicios y
virtudes- veamos la respuesta del regionalismo del
siglo presente. En la oposición al modernismo, los
nove l istas que no se retraen ante el empuje d i ná
mico que sacude las sociedades americanas y que
puede datarse en la revolución mexicana, los que
aceptan el contorno real en que existen , lo que de
ciden dignificar la oscura y hasta mezquina vida que
los envuelve, adoptan de lleno el habl a regional y
aun hacen de ello una bandera. Se afi rma i mpl ícita
o expl ícitamente, la existencia de lenguas vernácu
las, y se inicia una verdadera carrera a la búsqueda
del término popular o arrabalero característico, d i s
tinto, no registrado n i en el d i ccionario de la Acade
m i a ni tampoco en el de Malaret. Las novelas que
44
entonces aparecen vienen s iempre acompañadas de
l argos apéndices donde se exp l i can l as palabras us �
das en el texto , y parecería que se h a roto l a um
dad idiomática del continente. La lectura de algu
nas de ellas es un verdadero acertijo para los pro
pios h ispanoparlantes.
La posición, en su misma extremación suicida, está
apuntando el error de que se parte, que más que
i diomático es l iterario. Corresponde a una concepción
del personaje, según l a cual , éste es expresión de
su habla, y, más exactamente, del número de pala
bras propias o regionales que uti l iza. Quienes des
arrollaron el sistema con ampl itud fueron los crio
l l i stas chilenos y pienso en particular en el caso de
Mariano Latorre. Recuerdo que en las acotaciones
margi nales que André Malraux puso al estudio crí
tico que le dedicó Gaetan Picon , cuando éste le re
procha que todos sus personajes tienen el m ismo
lenguaje, contesta : « La autonomía de los personajes,
el vocabulario particular concedido a cada uno de
ellos, son poderosos medios de acción novelesca,
pero no son necesidades. Son más notorios en 'Lo
que el viento se llevó' que en 'Los demonios' y son
nulos en el 'Adolfo'. No creo que el personaje deba
crear personajes; debe crear un mundo coherente y
particular como cualquier otro artista•. Y más ade
lante : « La autonomía del lenguaje de los personajes
balzacianos es muy relativa. El galimatías de Nucin
gen no sugiere ninguna voz. Los gritos shakespearia
nos que proporcionan a ciertas creaciones de Balzac
una vida realmente arrancada de la arcilla expresan
su pasión más profunda mediante un vocabulario
común,..
Al margen de esta observación de Malraux -com-
45
partible en cuanto también é l trataba de desemba
razarse del regional ismo, Giono y Cía., que había re
gido su tiempo- es evidente que empedrar el l en
guaje de los personajes novelescos con palabras tí
picas no ha resuelto e l problema bás ico de l a com
posición de personajes. Y que, al contrario, ha ten
d ido a desvanecerlos en el pintoresquismo, trans
formándolos en islas idiomáticas, no en seres huma
nos , reales. Quizás deba verse en esta actitud crea
tiva una teoría l i ngüística, ya superada, anterior a la
enseñanza magistral de Ferdi nand de Saussure (Cur
so de lingüística general} que entendía un i d ioma, o
una lengua, como una serie corrida de pal abras, no
como una estructura de sentido. Si quisiera resum i r
lo q u e la enseñanza d e Saussure h a aportado a una
nueva concepción del lenguaje como elemento de
creación l iteraria, creo que ninguna fórmula resu lta
ría más explícita que una frase de Merleau-Ponty:
« Lo que hemos aprendido en Saussure es que los
signos, uno a uno, no significan nada, que cada uno
de ellos expresa menos un sentido que establece
una distancia de sentido entre él y los otros» . (Sig
nes} .
Las novelas de este regional ismo establ ecían un
curioso escalón entre el personaje que hablaba en
un particu lar galimatías criol lista, y el autor, quien
se situaba por encima de sus criaturas y al descri
bir, al comentar, al narrar, hablaba desde su cátedra
más o menos purista. En los hechos asistíamos a
una i ntensificación del diosecillo escritor que habían
generado los naturalistas del siglo pasado, pues ese
autor manejaba a sus criaturas como a los i ntegran
tes de su zoológico particular y los ponía a hacer
las correspondi entes pruebas ci rcenses. El gran sal-
46
to que, en materia l i ngüística, en esta l ínea de la
uti l i zación del habla espontánea y popular, se ha
producido -y que corresponde ya a nuestro juicio-,
es aquel por el cual el escritor ha i ngresado al mis
mo lenguaje de sus personajes. Los ha asum i do y
es desde ellos que habla (piénsese en algunas cria
turas de Juan Rulfo, p iénsese en algunos pasajes d e
Vargas Llosa) . L a i nolvidable enseñanza de Faulkner
(el segundo capítulo de El sonido y la furia) parece
reg i r este esfuerzo tenaz en la l ínea de la creación
l i ngüística regiona l . Pero el novelista -artífice al fin,
supremo i l usionista y engañador- no sólo se con
fía en la expresividad particular de las criaturas na
rrativas, s i no que dosifica sus regional ismos, esta
blece un pacto más sabio que autoriza una comunica
ción posible con un lector, no sólo nacional , s i no
también universal (y por universal entiendo hispano
parlante) . Para ello ha debido abandonar la concep
ción de que la palabra, aislada, es la clave de l a
creación automática d e l a narrativa, y h a desplazado
su interés a la sintaxis, a las estructuras rítmicas,
ha debido concebi r la lengua como devenir articula
do en el tiempo, trabajando en definitiva con un cri
terio semántico más estricto. (Conviene recordar
aqu í un intento de superación l ingüística de lo crio
llista : la obra de Enrique Labrador Ruiz, cuya piro
tecnia verbal , su fabu loso « i nvencionismo » , se sos
tiene sobre la creación de una lengua l iteraria que
obedece secretamente a las leyes de un habla po
pular, sabiamente regustada) .
En esto está la narrativa americana actual , y quie
nes mejor puedan servi rnos de índice de la transfor
mación son aquellos narradores que han debido i n
gresar al idioma español procedentes de las lenguas
47
i ndígenas. Conozco, por referencia d i recta, los pro
b lemas que tuvo Augusto Roa Bastos para encontrar
una equivalencia idiomática española que pudiera
traducir su vivencia íntima que se hacía en l engua
guaraní. Tanto en sus cuentos, como sobre todo en
Hijo de Hombre apeló todavía al viejo sistema de
a lternar una lengua con otra, de salpicar un texto es
pañol con palabras guaraníes , tratando de que se
i njertaran en un fluir narrativo. Pero más agudamen
te el problema se le planteó a un novelista que es
al m ismo tiempo un destacado etnólogo: José María
Arguedas : «¿ Cómo describir esas aldeas, pueblos y
campos; en qué idioma narra su vida ? ¿En castella
no? ¿ Después de haberlos aprendido, amado y vi
vido a través del dulce y palpitante quechua ? Fue
aquel un trance al parecer insoluble». Trance, diga
mos, al que un día se vio enfrentado U namuno y que
resolvió drásticamente adaptando el español pero
sin poder, como alguna vez le observara suti l mente
Ortega y Gasset, dejar de ver las palabras como en
tes extraños , propicios a un anál isis (etimológico,
semántico, estético) y no integradas en el discurso
vivo de quien las ha aprendido de n i ño y no sabe
que pueden serie ajenas .
José María Arguedas ha contado (prólogo a Dia
mantes y pedernales) el drama de su iniciación co
mo narrador en lengua española: «Existía y existe,
frente a la solución de estos especialísimos trances
de la expresión el problema de la universalidad, el
peligro del regionalismo que contamina la obra y la
cerca. El peligro que contiene siempre la inclusión
de materias extrañas en un instrumento ya de sí per
fecto. Pero en tales casos la angustia primaria ya no
es por la universalidad sino por la simple realización.
48
Realizarse, traducirse, convertir en un instrumento
legítimo el idioma que parece ajeno; comunicar a 1�
lengua casi extranjera la materia de nuestro espi
ritu. Esa es la dura, la difícil cuestión. La universa
lidad de este raro equilibrio de contenido y forma,
equilibrio alcanzado tras intensas noches de increí
ble trabajo, es cosa que vendrá en función de la
perfección humana lograda en el transcurso de tan
extraño esfuerzo• Todo e l arte de Arguedas parte
. . .
49
peda Zamudio, una de Casey, una de Viñas, una de
Beneddeti ) , y desdeñando los ocasionales térm inos
regionales que tantas veces somos capaces de des
entrañar s i n g losario, hay algo nuevo y evidente:
que existe una s i ntaxis del idioma en América H is
pana que poco, o nada, tiene que ver con la de Es
paña. Una prueba nos la ha proporcionado, sin que
rer, Juan Goytisolo, al concluir su hermoso l ibro
Pueblo en marcha, con un léxico cubano. Sí, cubano,
pero más que cubano, hispanoamericano, pues para
nosotros , hispanoparlantes de América, la gran ma
yoría de explicaciones de ese léxico resultan inne
cesarias. Es verdad que conozco Cuba, pero aun sin
conocerla, ese léxico me es secretamente afín , y más
que el léxico propiamente dicho, la estructuración
del habla, la articu lación l ingüística de un país l ati
noamericano. Y no estoy hablando de las formas
abundosas del decir español que pueden tipificarse
en un novelista genial como Galdós (Cortazar ha
hecho, en Rayuela una experiencia de contraste que
no es estrictamente entre lo hispano y lo rioplaten
se; podía haberla hecho Sánchez Ferlosio o Goytiso
lo, quienes incl uso podrían haber reconocido en ello
un contraste nacional en la medida en que España
ha opuesto al lenguaje alto, barroco y refinado de
Cervantes, la sequedad expresiva del anóni mo Laza
rillo de Tormes) s i no que estoy hablando de un modo
de decir, y no de escribir. Habría que i ntentar la ex
periencia de Zazie dans le metro o la del Pasticcia
ccio para comprobar agudamente que este decir no
es estrictamente comarca l , pero sí es propio de u n
desarrollo cada vez más i ndependiente d e l habla en
la América Latina. (La discusión de algunas pecu l ia
ridades l ingüísticas a que me senti ría tentado aquí,
50
empezando por Américo Castro y sus detractores, re
su ltaría dispersiva por demás de los temas concre
tos, l iterario- novelesco, que me he planteado de an
temano) .
51
veni r escritor. No hay recetas para ello, como no las
hay para la experiencia de vida. El escritor vive por
su creación, existe en ella, y ella es el acto de su
constante ejercicio de la l ibertad , o, para uti l i zar
una frase escondida en el fárrago de Menéndez y Pe
layo, de su capacidad de improvisar. Esa improvisa
ción creadora es la vida misma, la misma l iteratura,
pero no ocurre en el vacío, ni a partir de la pura ex
periencia. Robi nson Crusoe no es un mito represen
tativo del escrior.
Un escritor vive dentro de la corriente mayor de
la cu ltura l iteraria, en ella se forma o se deforma, en
ella, contra ella, por ella se va creando a la vez que
crea la corriente que lo lleva. El arte no sale de l a
nada: sale de otro arte. Sobre esta concepción Mal
raux edificó parte de su Psycho/ogie de l'art, y si
ésta, toda, puede ser discuti ble, aquella es una pie
dra sobre la cual se puede ed ificar una iglesia. Del
m ismo modo que un escritor acarrea desde la infan
cia un determinado mundo socio-cultura l , está dentro
de la pecera, del mismo modo un escritor se va for
mando en una l iteratura anterior. Buena o mala, eso
es lo de menos. Porque el material de incitación no
está en relación d irecta con el nuevo producto, por
dos razones : por la inserción entre ambos de una per
sonal idad en una determinada circunstancia nueva ;
por el deveni r de historia y sociedad en que un es
critor existe. Sabemos que Roberto Arlt l eía con pa
sión las novelas de Rocambole y también de Dos
toiewski , pero el producto nuevo no es parangonable.
Sabemos que Mariano Azuela l eía con pasión a Emi
te Zola, pero Los de abajo l e deben menos al francés
que a los sucesos de la revol ución. Sabemos que l a
cultura l iteraria de Manuel Rojas se ha hecho a tro-
52
pezones, s e ha i do elaborando mientras ya escribía
sus primeros admi rables cuentos, y sabemos por re
lato d irecto, sabroso, de cómo José Santos González
Vera devino autodidacta y escritor. Pero aunque el m a
terial i ncitante sea malo, existe; un escritor aprende
en otro escritor, e i ncluso vive sometido a él hasta
que logra asesi narlo. No me i nteresa aquí si es una
constante biológica: es, seguramente, una constante
l iteraria.
En cuanto a la otra concepción -que decimos
• secundaria »-, una aclaración. Creo ya haber dicho
que e l proceso general de la creación l iteraria ame
ricana se rigió por una ley « especular,. -imitación
de las corrientes europeas-, y que eso en buena
parte establ ece los curiosos sobresaltos que se re
g i stran en las historias nacionales de la l iteratura.
Pero creo haber dicho que hay un momento especial,
aquel de l a oposición regional i sta al modernismo que
va abriéndose paso desde la segunda década del si
glo veinte, donde com ienza a generarse una continui
dad -aunque sea por oposición- entre padres e hi
jos de una m isma comarca. Tan importante me pare
ce ese fenómeno de oposición de entre casa, que es
ahí, en esas fechas, donde encuentro el germen de
la futura autonomía interna, que no es fil iable en l a
i nfluencia exterior, aunque e s simultánea a sucesos
parecidos que ocurren en el continente europeo y en
los Estados Unidos . Pero aunque en este caso se es
tablezca un atisbo de l iteratura nacional , de transmi
sión, por oposición y enfrentamiento (considérese
todo lo que el venezol ano José Rafael Pocaterra debe
al modernismo de su conterráneo Manuel D íaz Ro
dríguez, a pesar de la distancia que marca l as dos
generaciones enfrentadas) de una lección, esto no
53
ha podido resolver el magisterio l iterario dentro de
las fronteras de América. Los novel i stas posteriores
al 30 parecen deber poco --o parecen querer deber
poco-- a sus antecesores, y para citar cubanos, bas
ta recordar la i mpregnación fau l kneriana de Lino No
vas Calvo o la surrealista francesa de Alejo Carpen
tier. Es éste, justamente, quien mejor ha dicho, cómo
la incorporación de la música de Stravi nsky perm itió
re-descubrir los ritmos s i m i l ares que podían oírse
cruzando la bahía de La Habana, pero que sólo por
el magisterio exterior se alcanzaron a jerarquizar, l i
brándose de su « indign idad • populachera.
Es normal en la América actual , que el joven nove
l i sta lea de preferencia a Cesare Pavese, a M ichel
Butor, a Sill itoe, a Carson Mac Cullers o James Bald
win. En cambio es d ifíc i l que atienda, con e l m ismo
fervor, a los escritores mayores de su propia casa.
¿ Por qué? Desde luego está de por medio --explica
c ión psicólogo- social-- el habitual confl icto genera
ciona l , en la medida en que la real ización del servi
cio es su pos i b i l idad creadora y ésta debe hacerse
enriqueciendo o transformando la aportación de sus
mayores. Desde l uego hay una cuota de juvenil sno
bismo no desdeñable y una dificu ltad, mayor en los
años pri meros de la vida, para reconocer, respetar,
dign ificar, el aporte puramente nacional . Esto, con
todo, me parece poco grave, porque está probado
que se recupera en otro plano con los años. Me pa
rece más i mportante, más grave, la comprobación que
hace el joven novel i sta , de que un creador extranjero,
perteneciente a un país de alto desarrollo i ntelectual ,
de tradición más nutrida y exigente, muestra un pla
no de eficiencia creadora superior.
Del m ismo modo que ningún sistema fi losófico
54
transformador de mundo ha sali do de América Lati
na, del m ismo modo que ninguna gran aportación tec
nológica, científica o sociológica se ha generado en
el conti nente todavía, del m ismo modo ocurre que l as
grandes i nvenciones narrativas -no en tanto obras
de alta cal i dad sino en cuanto sistemas, métodos,
fórmulas- no han surgido de tierras americanas.
Esta comprobación no está destinada a r e s t a r n o s
energías, sino, al contrario a incentivar el esfuerzo
pero sin que real ísticamente se l a registre y mida,
no haremos otra cosa que engañarnos. Conviene exa
m i narla y buscar sus puntos flacos.
Quien abandone por su instante las cumbres nove
l escas americanas y trate de deambular por todo e l
panorama, encontrará muy pronto materiales tan des
deñables, i nvenciones tan torpes y pueri les, que no
podrá menos que desconsolarse. Sin aspirar a gran
des obras creativas, grandes construcciones armóni
cas, l im itándonos simplemente a las obl igaciones pro
pias del oficio del narrador -en tanto artesano, pro
ductor de determi nados trabajos- comprobamos que
muchas, muchísi mas veces, no se llega a ese mero
plano de eficiencia, a partir del cual se está en la l i
teratura. Ese plano incluye grandes obras y obras ma
las ; pero una simple pol icial de Dashell Hammet, que
está muy lejos de ser autor de obras maestras, cum
ple con esas exigencias en una medida mucho más
elevada que la medida promedia! novel ística latino
americana.
Estas carencias explican muchas cosas : no sólo
e l hipnotismo que los creadores extranjeros ejercen
sobre los novelistas americanos , sino asimismo l a
devoción más confiada que el públ ico muestra por
los productos extranjeros (aunque en esto también
55
i ntervienen elementos d istorsivos de carácter pol íti
co-cu ltural que nada tienen que ver con la pura apre
ciación artística) . Expl ica también el uso constante,
a l n ivel popular, de esta l iteratura que los franceses
l l aman de colportage y que creo, con Gramsci , que
merece una atención mayor de la que comúnmente
le prestamos. (Su crítica a la i ncapacidad ita l i ana
para proveer de ese material popular en n iveles s i m i
l ares a los franceses tiene que ver no sólo con las
i nterferencias socio-religiosas s ino también con una
i neficacia para generar obras del tipo de las novelas
burguesas de J u l io Verne) .
No encuentro nada reprobable en esta actitud de
interés crecido por las i nvenciones narrativas de los
autores extranjeros, y, al revés , encuentro pel igrosa
la censura de tipo estrechamente nacionalista que
pretende establecer un cerco en cada país para que
la nutrición y formación de los escritores se haga de
entrecasa, en un s istema autárquico. Eso no ocurrió
nunca en la h istoria de la cu ltura, y es afirmación
probada por m i llares de ejemplos, que toda gran crea
ción l iteraria se s itúa en la encrucijada de una tradi
ción nacional y una i nfluencia extranjera. Más aún,
l a más reciente, la más promisoria forma de la críti
ca l i teraria, la literatura comprada, que desde los es
pecialistas soviéticos hasta el a enfant terri ble» Etiem
ble, está proporcionando una renovación prodigiosa
de estos enfoques culturales, y que ya ha dado se
guros frutos en las obras de Wellek, se sostiene j us
tamente sobre este comprobado, reiterado fenómeno
de la i nteracción cultura l . Agregaría yo aquí que en
un coloqu io internacional en Chile sobre i ntegración
cultural americana, debimos varios de los participan
tes , defender muy férreamente el derecho .de Améri-
56
ca (Latina) a establecer l azos con todas las culturas
del mundo, y a uti l izar los sistemas filosóficos que
prefiriera, así fueran esos « foráneos • como se l lama
ahora a l marxismo (olvidando que igualmente «forá
neo » fue e l l i beralismo que nos dio l a i ndependenc i a
pol ítica) como para n o adoptar una posi ción drástica,
sin conces iones, en este punto de la apertura al mun
do total de la cultura.
Pero d ijimos que hay puntos flacos, y conviene exa
m i narlos. E l novelista que busca sus maestros y l o s
encuentra en l o s grandes escritores, antiguos o, so
bre todo, modernos, de los países más desarrollados ,
tropieza con el elemento seductor que en ellos más
atrae : las técn icas l iterarias. Lo que descubre no es
una materia (y esta distinción la hacemos por vía de
mera expl icación pedagógica) sino una determinada
forma que otorga estructura, significado y valor a
una novela, porque ella es, en definitiva, la clave de
bóveda que la sustenta . Obviamente una novela no
es un sucederse de diversas peri pecias y personajes
metidos dentro de ellas, s ino una estructura de sen
tido, y por lo tanto concluye en el establecimiento ,
l a invención, de una forma sign ificante, lo que hace
muy d ifícil separar una técnica de un contenido. Es
a partir de aquí que se producen curiosas im itaciones
y curiosos desencuentros entre los escritores ame
ricanos que se esfuerzan por recoger la lección ex
tranjera.
Algún ejemplo puede i lustrar la s ituación. El gran
período europeo de entre las dos guerras aportó una
renovación l iteraria notable en todas las artes. Las
explicaciones son variadas y encontradas ; podríamos
uti l izar como polos opuestos de entendi m iento la l ec
ción de Lukács (hoy tan discutida en el marxismo
57
italiano) y la de Adorno, pero qUizas para entender
las creaciones narrativas sorprendentes de un Joyce,
un Kafka, un Hemingway, un Fau lkner, un Musi l ,
convendría manejar dos series d e coordenadas que
tanto pueden conjugarse como contraponerse: por un
l ado un poderosísi mo desarrollo técnico de una so
c i edad que ha alcanzado niveles altísi mos derivados
del enriquecimiento científico, transformando -en
térmi nos nunca vistos en el planeta- las condicio
nes de la vida urbana y en parte agraria; por otra
parte un agud izamiento de los regímenes de l a pro
piedad y una nueva modulación de la l ucha de cla
ses. Sobre este doble background se edifica un con
junto de invenciones técnicas q u e transforman l a
l iteratura, pero q u e a pesar d e estar muy íntimamente
unidas, en muchos casos , a pesar de la unidad esen
cial de la obra del arte, perm iten traspasos curiosos
y transformaciones aleccionantes . Es Hemi ngway, un
buen representante de la «lost generation», quien
genera, a partir de The Sun also rises una técnica
objetiva, casi behaviorista , para pintar una sociedad
en superficie. Buena parte de su instrumental técni
co pasa a Cesare Pavese, quien lo somete a una re
e laboración, más visible en La luna e i taló que en
sus cuentos o en La spiaggia. Ese instrumental na
c ional izado por Pavese es i ncorporado como sustrato
creativo por ltalo Calvino para sus cuentos de la re
s istencia. U lti mamente hemos visto la i nvasión de
estas formas en América Lati na, en la joven genera
c ión de las grandes ci udades.
Sería ése el caso de un proceso lento de adapta
c ión, que sin embargo transcurre dentro de una mis
ma comarca desarrollada, e incl uso podría estudiarse
el escalonam iento cronológico de sus disti ntos mo-
58
nea me nte las tra nsf or � a
me ntas. estudi and o sim ultá
que se han pro duc i � O
cio nes de l a bas e eco nóm ica
s mo me nto s � u � ¡a
en los dist intos país es y dist into
esa s tec mca s
lona n el l argo del viaj e cum plido por
l ema cuan
narr ativ as. Más difíc il se pres enta el prob
de
do se trata de i ncorp orar, sin más , un méto do
comp osició n , trasladándo lo de una determ i nada co
marca de alto desarro llo i ntelect ual (y económ ico)
a otra en distinto nivel. Recientem ente Goytisolo ha
tenido un sobresalto con respecto a la escuela del
«nouveau roman• que ha comenzado a expandi rse
por el mundo, él a quien se ha fi liado dentro de ella,
y ha tratado de desli ndar lo que cabe a los escritores
que viven dentro de las imposiciones d� la sociedad
francesa y lo que cabe a un escritor español que,
aunque viva en París, escribe en definitiva para los
españoles. Afirmaba Goytisolo que podía entenderse
perfectamente el funcionamiento del método de Rob
be Gril let en el plano de desarrollo económico social
francés, pero de ninguna manera en la comarca es
pañola (aunque sí es comprensible en las grandes
ciudades tipo Madrid o Barcelona) .
Con más precisión, \talo Calvino (L'antitesi opera
ria) ha tratado de expl icar e l funcionamiento de dos
sol uciones modernas de la l iteratura, en relación con
las características de la «affluent society» en que
surgen. Dice: «/a beat generation•, rebelión de los
jóvenes contra la civilización de la producción y del
consumo, tiene como sustrato una tranquila seguri
dad en el mundo contra el cual se rebelan; sentirse
al resguardo de las necesidades dentro de un meca
nismo que puede no aceptarse sin que por eso deje
de funcionar. Sólo un nivel elevado de economía, una
sociedad con márgenes para el gasto improductivo
59
y la inutilización de la energía puede conceder a la
«beat generation» la base práctica para expresar la
prioridad de lo humano sobre la producción . . . Para
el «nouveau roman• el discurso es paralelo y de sen
tido contrario, aunque más complejo. Basta destacar
que la impasibilidad lingüística del «nouveau roman»,
su suspensión de todo enjuiciamiento del mundo, sólo
tienen sentido en un mundo eternamente problemati
zado, que chorrea significados, que está a punto de
ser la alegoría de sí mismo. No es que el «nouveau
roman• se desarrolle en una situación de estanca
miento histórico, sino contemporáneamente y casi
diré codo a codo con una situación histórica de lu
cha evidente, desencadenada, feroz, en la cual pare
ce que están marcados y separados claramente Jos
diversos campos operacionales de los diversos len
guajes y de las diversas metodologías».
Observaciones similares podrían hacerse sobre el
llamado real ismo social ista , en cuanto éste ha com
portado la suma de elementos discordes, ya se trate
de la asunción de un neoclásico (como opina e l
Anónimo Soviético) . y a d e la superposición d e fór
mulas realistas con elementos románticos que fun
cionan sin campo de prueba ( Lukács , Significación
actual del realismo crítico) .
La asunción de una actitud adulta por parte del no
vel ista latinoamericano radicaría en la distinción su
ti l entre los valores propios , i ndependientes, de las
técnicas o sistemas, como expresión de determina
das situaciones histórico-culturales, y por ende eco
nómico-sociales , de países en un determi nado nivel
de desarrollo y de complejidad del cuerpo social, y
la posi bil idad de adaptación de los elementos de
esas técnicas que resulten vehiculares de s ituacio-
60
nes propias, l o que no quiere decir particulares, pri
vativas, sino propias de una i nserción del escritor
en un determi nado contexto social.
Con un agregado úti l : los sistemas formales de
pendientes de las estructuras mentales y sociales
que los han parido, tienen un determinado período
de vida, y se agotan en la medida en que se trans
forman las fuentes nutricias generadoras. Existe un
momento en que se devienen rectas, formas escl e
rosadas , dentro de l as propias sociedades que los
han creado, y, desde l uego , mucho más intensamen
te, en aquellas otras donde simplemente han sido
i mitados pasivamente sin proceder al artilugio de su
adaptación o nacional ización. En ambos casos, los
magisterios l iterarios devienen vanos y aun contra
producentes. No hay ninguna posibil idad real de con
tinuar por esos caminos, ni siquiera bajo la forma
de oposiciones o polémicas . Se hace imperiosa la
necesidad de una experiencia de otra índole, que no
puede ser literaria, sino mora l . Puede parecer curio
so encontrar una justificación de esta actitud de rup
tura revolucionaria, de este sal i rse del cauce estric
tamente l iterario (cu ltura l ) en que se genera la obra
de arte, en un texto de Benedetto Croce, quien dice
(en Cultura e vita mora/e) que en esos casos «la
poesía no genera poesía, aquí no hay partenogénesis;
se quiere la intervención del elemento fecundante,
de aquello que es real, pasional, práctico, moral. Los
más grandes críticos de poesía invitan, en este caso,
a no recurrir a las recetas literarias. Es necesario,
dicen, •rehacer el hombre•. Si se rehace el hombre
y se devuelve al espíritu su frescura, haciendo nacer
una nueva vida efectiva, entonces, sí, surgirá, si debe
surgir, una nueva poesía• .
61
Es una lección mora l , una corrección oportuna, que
en tiempos más antiguos se expresó diciendo que
" la letra mata » , y un escritor, que es un creador de
letras , vive acechado por e l peligro de esa esclero
sis, sobre todo en la medida en que, su afán i m ita
tivo de las más ricas, más sorprendentes, más origi
nales estructuras formales que le vienen de países
desarrollados , lo conduce fác i l mente al tri llo de las
letras , cuando éstas han perdido su temperatura vita l .
Por lo tanto: e s legítimo el magisterio extranjero,
un iversal, y no hay cotos privados para la cu ltura ;
todo sistema formal es vál ido en conexión con u n
d eter m i nado estado de l a so c i e d a d en q u e nace,
pero es posible de adaptación (nacional ización) a
las formas y circunstancias propias de una cu ltura ,
sin lo cual carece d e valor, y e s mera mímesis pa
siva. Existe un « decalage" que un novelista debe sa
ber salvar entre los distintos grados de desarrollo
socio-cu ltural en que se despliegan las formas artís
ticas , y, obviamente, éstas no son meras consolida
ciones artísticas de un contenido y un n ivel de des
arrollo, s i no que en ellas está también postu lado ( i n
cluido) el públ ico al cual se di rigen sus autores. Por
ú ltimo, las renovaciones correspondientes a un ago
tamiento estilístico, ya no nacen meramente dentro
del campo de la cu ltura, sino que sugi eren su fecun
dación por obra de elementos procedentes del cam
po de la vida mora l . Pero ellos, no volvamos a las
posiciones « primarias», siempre actuarán dentro de
una cu ltura: aun en su mayor grado de i nvención,
son modificantes, y, al menos en los siglos de cultu
ra que van de la baja Edad Media hasta aquí, nad i e
h a podido certificar la .. no existenci a » de eslabones
perdidos.
62
7. La nov ela , género objetivo.
como hec ho rea l ,
Lo prim ero que se nos revel a
exis ten cia, com o
dice n los psicó logo s , es nue stra
e _1dea s,
man anti al de retracci one s , de sent imientos
no h �y a
y aunq ue nada exis ta dent ro de noso tros que
conc ien
sido puesto prev iame nte desd e tuera en la
cia , la primer a toma de contacto es esa conci encia
en que l as cosas existen y el mundo se arma y se
entiende . • Lo primero es la subjetividad (desde lue
go no hablo con criterio histórico, sino a partir de
los ya establecidos planos de l a cultura urbana mo
derna) , y quizás por eso se ha dicho y repetido que
es la lírica la expresión más característica de l a ado
lescencia, y que en esos años i nexperientes y torpes
puede germ inar una obra poética duradera dentro del
género.
t Pero el esfuerzo tenaz de un creador, fundamen
talmente un novelista, es no quedarse en la vida i n
terior, s ino encontrar el modo por el cual sus ten
dencias animan y consol idan formas objetivas (y no
hablo para nada, del nuevo objetivismo francés del
• nouveau roman • ) : ese pasaje, que toda la moderna
psicología social nos ha enseñado, es hal lazgo de
la objetividad como descubrim iento de un mundo,
de un universo que pueda ser compartible. No pro
pio, restrictamente, del creador, s i no comunicable,
convivible con los demás hombres .\ Es en el género
novelesco donde se ha hecho más notorio este tras
paso que no es nada fáci l , que se produce siempre
acompañando el proceso de la adu ltez.1 Se l lega a
adulto -en arte- cuando nuestras imagi naciones ,
cuando l a l ibertad y aun el l i berti naje de lo que es
simple posibil idad incomprobada, i ngresa en una rea-
63
l idad l i m itada y l i m itable. El criterio del perspectivis
mo, a que ya nos referimos, es de los más acepta
bles: es el fin al que concurre la obra el que previa
mente la determina, pero ese fin, que es principio,
existe y se expande ricamente, en la medida en que
supone un verdadero. abordaje del mundo.
Se podría decir que también es el problema de la
poesía . O al menos así lo he sentido al encontrar en
esos inagotables diálogos de Goethe con Eckermann,
esta observación de quien, en su ancianidad, había
recorrido los múltiples caminos de la creación j uve
n i l y de la correspond iente a la madurez : •..- Mientras
expresa sólo estas pocas frases subjetivas, no pue
de ser llamado todavía un poeta, ' pero en cuanto
sabe cómo apropiarse el mundo y expresarlo es un
poeta.\ Entonces es inagotable y puede ser siempre
nuevo, mientras que su naturaleza puramente subje
tiva se ha agotado pronto y deja de tener algo que
decir•. (A Eckermann, 29/1/1 826) .
El planteo parecería conduci rnos a un examen pre
vio de la ps icología social pero ello nos desviaría de
nuestro esfuerzo más estrictamente l iterario. Una de
las tesis que ha defendido más ahi ncadamente la
simple transmisión de una experiencia subjetiva, se
fundamenta en la obvia simil itud de los disti ntos se
res humanos con sus épocas , y en el endiosam iento
del mundo de lo sensible, privado. Pero ya sea a
través de la función del l enguaje -que pertenece a
l a zona de la social ización i ntensiva- ya sea a tra
vés de la culturización colectiva que experimenta
todo ser humano (véase el hermoso planteamien
to de Jean Stoetzel , La psychologie social) se trata
frecuentemente de un i l usionismo individual ista,
romántico aún , que no merece ver l a i nserción
64
real y social de las llamadas experiencias persona
les. Los nuevos aproximamientos a Kafka, el análisis
existencial de su obra, permiten, i ncluso en ese caso
l ímite , recuperar esta orientación que lleva hacia l a
necesaria objetivación d e las experiencias.
La posi ción contraria extremada fue expresada en
forma preci sa por el gran novelista norteamericano
Thomas Wolfe : 0«Mi sentimiento de la vida reposa
sobre la firme convicción de que la soledad no es una
experiencia rara y extraña, una singularidad que yo
compartiría con un reducido número de seres aisla
dos, sino la realidad ineluctable que está en el cora
zón mismo de la existencia humana». Todo lo verda
dero que pueda haber en esta confesión de Wolfe
no debería alejarnos de la comprensión de que, s i
su experiencia e s colectizable, e s también e n la me
dida en que se r e f i e r e a otros elementos de la
«affluent society» en la cual él creó su obra fulgu
rante. Pero esta tendencia ha tendido a las formas
poemáticas o rapsódicas , y en la mayoría de los ca
sos -de los que El tiempo y el río es parcial mente
un ejemplo- el fenómeno narrativo propiamente di
cho se d isuelve.
La objetivación del novelista es, ante todo, la elec
ción de su tema, o, si pudiéramos ser más precisos,
el ajuste germinal que se produce entre su vivencia
personal obsesiva y una estructura que pueden com
partir otros hombres. Esto debe entenderse como el
establecimiento de la l ibertad de opción temática
del escritor, por cuanto nada hay más desdeñable
que ese repertorio de temas que normalmente les
ofrecen los críticos a los novel istas, asegurándoles
que con ellos expresarán auténticamente la sociedad,
quizás lleguen a genios.
65
Aqu í entran las disti ntas jerarquías de temas , los
cartabones contradictorios que se manejan para es
tabl ecer aquello de que se debe hablar y aquello que
no se es tan úti 1, tan eficaz, tan artístico. Creo que
nada es más pernicioso para un novel i sta que la
convicción de que la verdad objetiva a que debe as
pirar, el dominio del mundo real que es condición de
su creación mayor, debe hacerse uti l izando el reper
torio de los llamados temas importantes, en especial
por los críticos. Aparece así la convicción de que la
expoliación de los hombres en las bananeras es, de
por sí, un tema importante, mi entras que no lo es
una historia de amor suburbano, por cuanto ésta re
vertiría a la subjetividad y la otra a la objetividad .
El error está simplemente en el criterio valorativo
de los asuntos, dado que en ambos el fenómeno de
la objetivación y del apropiamiento del mundo se pue
de producir de igual manera. El Noventa y Tres o Na
poleón el pequeño, de Víctor Hugo, encarando asun
tos que están en la pri mera plana de la atención pe
riodística y aun de la sociedad entera , no son com
parables a Madame Bovary, historia de una pobre
mujer provinciana con ambiciones y amores compli
cados, casi grotescos. Esta ú ltima define enteramen
te una sociedad , penetra en ella, y aquí Lukács, como
ya ha apuntado Delia Volpe, se equivoca en la valo
ración.
La importancia de Madame Bovary en este caso
-como, man ifiestamente, en algún Balzac, El padre
Goriot o Las ilusiones perdidas- radica en que el
autor aborda historias restrictas, personajes particu
lares, situaciones detallistas dentro del gran conglo
merado pol ítico o social más estruendoso que ocupa
los pri meros titulares de la prensa, pero en estas
66
h istorias pequeñas se ha producido el fenómeno de
la objetividad , del apropiamiento del mundo, y es la
sociedad entera la que, al nivel de su comportamien
to y real idad i nmediata, queda impl icada por el des
arrollo l iterario.
IEse es el triunfo de la objetivación que debe bus
car el novelista: el funcionamiento de los persona
jes, sus situaciones, por privadas que sean , están
suti lmente i mpl icadas en el proceso de la sociedad
íntegra, responden a ella no como meros elementos
determinados, como meras consecuencias esquemá
ticas, sino en el diálogo vivo que todo hombre esta
b lece con su tiempo, haciendo que éste exista por
que é l previamente existe. I La función de la novel a
n o es sustituir los tratados d e sociología, sino la de
proveer de estructuras de sentido que ubiquen artís
ticamente al hombre en el mundo, pero aun pensán
dolas, como tanta crítica abusivamente sociologista
lo ha hecho, como tales materiales complementarios
del historiador, no dejan de ser mejores y más hon
dos testimonios estas entradas particulares a una
sociedad , que las novelas consagradas expl ícitamen
te al tratamiento de los temas importantes. Quizás
por lo mismo de que -por ahora- es en ese nivel
cercano donde los lectores las hacen suyas.
El fracaso de una novel a como El tungsteno no sólo
puede deberse a que su autor -César Vallejo- fue
ra un genial poeta y un mediocre narrador, sino a
esa convicción de que la necesaria objetivación de
la novela debía hacerse a través del tema importan
te -el tratamiento a los mineros pertanos por par
te de las compañías explotadoras norteamericanas
Y a ella pueden oponérsele los relatos , entre realis
tas y fantás tio�s de un joven escritor colombiano de
67
otra generac10n : Gabriel García Márquez : La hoja
rasca, Los funerales de la Mamá Grande, La mala
hora, y sobre todo la que es, para mí, su creac1on
más perfecta, El coronel no tiene quien le escriba.
En todos ellos se nos cuenta un mismo, repetido, ob
sesivo tema : la vida en un pequeño pueblecito co
lombiano, Macomdo (que viene, claro está, de Yokna
patawpha) , con su repertorio de vecinos humi ldes,
al ucinados, miserables, esperanzados, entregados to
dos a las menudas esperanzas de la vida pueblerina.
N ingún asunto grande, n ingún problema de estado,
ni ngún fenómeno revolucionario: y sin embargo, na
d i e ha penetrado mejor -más objetivamente- en l a
total idad d e la real idad colombiana d e nuestro tiem
po, nad ie ha sido capaz de ofrecer con suti leza ma
yor el rostro trágico de la violencia colombiana que
ha sembrado de millares de muertos el país en es
tos últimos diez años . La pequeñez, la deb i l idad de
las criaturas. su falta de heroísmo pregonado, no di
s imulan la hondura veraz, pero a la vez esas condi
ciones están situadas en el centro mismo de la so
ciedad : en su comportamiento vemos la presencia
suti l , soterrada, contradictoria, hasta equívoca, de las
grandes fuerzas que están moviendo la historia de
u n determ inado tiempo. Y cuando el autor se entre
ga a la fantasmagoría de la Mamá Grande ello se
hace aún más visible, hasta desembocar en el gro
tesco , porque sólo la risa en forma de mueca es ca
paz de expresar simu ltáneamente la real idad recorri
da verazmente y el desesperante padecimiento que
engendra.
Apropiarse del mundo es apropiarse de la real idad,
pero es, más que nada , descubrirla. El novel i sta es
un aventurero, un explorador de la real idad: no la
68
recibe consol idada y exp l icada, no l a recibe interpre
tada; a él cabe hallarla, y la halla en los l ugares me
nos publicitados, muchas veces en los más esquivos.
Y encontrarla es lo m ismo que explicarla, ambas fun
ciones corren paralelas, y ellas a su vez deben en
troncar con l as raíces subjetivas. Se busca lo que
se ha de encontrar. Desde l uego, se recordará que
existió una l iteratura confesional, romántica, en Amé
rica Lati na. Sí, aunque mucho menor, mucho más di
simulada, de lo que generalmente se pretende y pien
sa. La novel a romántica fue una novela que abrió
sendas en una real idad exterior -aunque lo hiciera
copiando el modelo de mundo americano que le ha
bían fabricado los franceses e ingleses- y si dentro
de las novelas debe citarse al Facundo, de Sarmien
to, es obvio que es difícil hablar de un extremado
subjetivismo, que no supo encontrar las vías de ac
ceso a la real idad objetiva.
Quizás este somero planteamiento debiera com
pletarse con la discusión de las tesis antihegelianas
de Cernyscevski (Arte y realidad) porque si ellas
son positivas en cuanto afirman la belleza «auténti
ca y sublime, como la belleza descubierta por el hom
bre en el mundo de la realidad», el crítico se l i m ita
absurdamente al no comprender que ésa es también
«belleza creada por el arte» y que éste sólo puede
admitir la riesgosa peripecia del artista puesto a l a
tarea de integrarse -o s i s e quiere re-integrarse
en el mundo donde ha s ido forjado.
69
también, ¿ una novela debe tener una fi losofía sus
tentadora? No hay creación de arte que expl ícita o
impl ícitamente no postule una determinada fi losofía,
pero al m ismo tiempo, como la historia ha demostra
do, cualquier filosofía ha posibil itado l a creación es
tética. Es conocida la carta de Len i n a Gorki en que
llega a admitir la pos ibil idad de que i ncluso una fi
losofía idealista permita una i nvención novelesca,
aceptable dentro de un mundo regido por una fi loso
fía material ista, y en el m ismo sentido pueden re
cordarse los dos textos paralelos, la carta de Engels
a M iss Harkness sobre Balzac y el de Leni n sobre
Tolstoi, porque ambos muestran la d i screpancia con
la filosofía que mueve al autor, contrad iciéndose con
el contacto veraz con la real idad que en sus obras
se alcanza.
En una d i scusión de sus ú ltimos años Cesare Pa
vese afi rmaba expl ícitamente, en polémica con sus
camaradas , esta posibil idad creadora que está en el
fondo de toda filosofía. Ella presta un i nstrumental
determi nado, que sólo se val ida en l a medida en que
perm ite la creación de un mundo coherente, regido
por leyes propias, y perm ite el acceso a una real i
dad profunda. Va habíamos citado el texto de Mal
raux, quien establece como primera y fundamental
la ley de la creación, en particular novelesca, por l a
totalidad d e mundo que i mpl ica, l a instauración d e
un un iverso coherente , que desde l uego sólo puede
existir a partir de una invención poética auténtica.
La filosofía que se emplea es vál ida en cuanto con
duce a esta coherencia artística, a este imbricamien
to significante de los elementos del discurso l itera
rio, a esta estructuración armónica de los materiales
en el plano de la exclusiva creación estética. Todos
70
recordamos el comienzo de La metamorfosis kafkia
na: ·Al despertar Gregario Samsa una mañana, tras
un sueño intranquilo, encontróse en su cama conver
tido en un monstruoso insecto». Esta es la ley de
cretada para todo el resto del relato: depende, ob
viamente, de una filosofía, y ésta s i rve como un efi
caz instrumento para diseñar el proceso de la aliena
ción humana. Aceptada la ley, la novel a existe en
el plano de su i nmanencia artística.
Pero sea cual fuere la filosofía que genera una
obra de arte, y aceptado, porque la historia del arte
lo prueba y comprueba, que todas ellas, puestas en
el plano del arte, son generadoras, debe reconocer
se que también la historia de la cultura muestra
algo: que las obras que sobreviven más tenazmente
al oleaje del tiempo son aquellas en las cuales se
nos devela la naturaleza humana en una determ ina
da ci rcunstancia histórica que es, por lo m ismo, cir
cunstancia de una real idad concreta que • manifies
ta » al hombre. Ya sea por el camino de la exploración
real de un determinado mundo, ya sea por la inter
pretación simbólica por el uso del m ito, estamos
siempre en el enfrentamiento, en el descubrimiento,
de lo real . Si no importaba la filosofía legiti mista,
catól ica, de Balzac era en la m isma medida en que
ella no había dificultado el contacto real con una s i
tuación histórica determinada, objetivamente resuel
ta y comprendida, y si este ejemplo nos rem ite a las
formas l iterarias del ochocentismo, ya caducadas,
podríamos encontrar equ ivalentes de estas s ituacio
nes en el mundo moderno.
Quizás la palabra que entorpezca más el entendi
m iento de este problema sea la palabra « real ismo•
por lo que ella acarrea de una determinada y preci-
71
sa concepc1on establecida en el siglo XIX y porque,
en el más absol uto rigor (a pesar de la habi l ís i ma
tarea mostrativa intentada por Auerbach en la Mi
mesis) es muy difíci l desprender este concepto de
los grandes escritores ochocentistas que construye
ron la época gloriosa de la novela burguesa. Quizás
sea mejor hablar meramente de « real idad ,. , enten
d iendo que su reconoci miento, su hallazgo y explo
ración, puede hacerse a través de mil formas dife
rentes y que obl igadamente cada época, en cuanto
es distinta y corresponde a una etapa disti nta del
desarrollo social (y por ende económico, etc.) in
venta un determ inado tejido básico con el cual tejer
la expresión de esa real idad ( lo que deberíamos lla
mar el esti lo, los sistemas formales) y que aun den
tro de este tej ido, que corresponde a la escuel a ,
al tiempo, al movimiento, debe admitirse la m á s i n
d ividual y original e laboración que propone el autor.
Lo importante es que, desde el ángulo creador priva
do, desde el del esti lo, desde la fi losofía puesta en
funcionamiento, se llegue a ese adentrami ento en la
real idad ( i nsisto, como i nflexión del hombre en una
circunstancia determ inada verazmente, origi nal men
te) que hace el centro más duradero, el carozo re
sistente de la creación artística.
Galvano Delia Volpe, corrigiendo las tendencias
meramente « Contenidistas » que durante muchos años
rigieron en la estética marxista, de Plejanov a Lu
kács, apunta : «Debe repetirse que allí donde hay poe
sía auténtica (pero desde luego hay que esforzarse
en cantarla más allá de todo preconcepto de esque
ma e:contenidista») hay siempre verdad sociológica
y por lo tanto realismo, o s ea representación poli
sensa simbólica -y de un modo u otro enjuiciado-
72
ra- de una realidad histórica y social: realismo que
por ejemplo tanto puede ser el realismo burgués, op
timista y constructivo, de un Fielding y de un Balzac
(como piensa Lukacs) como el realismo pesimista
constructivo de un Swift (como a f i r m a m o s con
Brecht; y pensamos no sólo en el pueblo de los
Houyhnhnms del Gulliver sino también, como se com
prende, en la «modesta proposición para evitar que
los niños irlandeses sean una carga para sus padres
y su país•) ; o puede ser tanto el realismo variada
mente pesimista apocalíptico de Eliot y Proust y Joy
ce y Kafka como el modesto realismo «inmanente»
o sea «el hic et nunc» de Mann; o por fin el nuevo
realismo optimista y constructivo que es el realismo
socialista de Maiakovski y Brecht (o sea con sus
hipérboles y parábolas) . Porque, como se ha indica
do, si no se hubiera asumido la poesía para una de
terminada idea o concepción del mundo, es obvio
que tampoco se la habría asumido para una idea so
cialista (y no tendría fundamento el interés actual
de los demócratas por una poética realístico-socia
lista) ; lo que significaría que la poesía, considerada
filosóficamente, o sea en su generalidad, rechazaría
orgánicamente las ideas, como opina la Estética bur
guesa romántica y postromántica y decadente. Cree
mos tener alguna razón para pensar que las cosas
son de otro modo y en ello nos reconforta el ejem
plo de un revolucionario como Lenin, que supo reco
ger la lección de verdad -instructiva incluso para
los revolucionarios- que se desprendía de la repre
sentación artística tolstoiana -con base ideológica
negativa, mística y reaccionaria-, sobre las condi
ciones de los campesinos rusos por 1905; y ¿ exige
un esfuerzo tan grande e o m o para sér imposible
73
(cosa que no es así) el comprender, hoy, por parte
de los demócratas socialistas, la lección negativa,
cierto, pero cuán instructiva (porque es verdadera
de verdad artística, sociológica incluso) que nos pro
porciona sobre la crisis de este tiempo la gran li
teratura decadente de los Eliot, y Proust y Joyce y
Kafka» ?
El fragmento es algo extenso, pero dentro del es
tilo detall ista de Delia Volpe, eficaz para plantear el
problema del lado de la crítica socialista. Del lado
del social ismo independiente ( Mannhein, Hauser) e l
p roblema casi no existe por cuanto se adopta la po
s ición relativista que conduce a una descripción del
funcionamiento de las fi losofías en la creación del
arte y en la recuperación de una i magen vál ida de
la real idad , sin intentar un enj uiciamiento de índole
ética o pol ítica, e i ncluso meramente artística. Del
lado de la crítica formalista (para definirla de algu
na manera) n i siquiera se plantea e l problema que
referimos, en cuanto se dan por vál idas todas las fi
losofías, tal como aceptamos , pero no se aspira a
que el las vehiculen un hal lazgo de la real idad, y se
las justi precien como meras formas de lo bello.
• Lo que nos importa, y lo que siempre ha importa
do a la novelística lati noamericana, es este grande,
avasal lador descubrimiento de lo real en circunstan
cias determinadas.! Desde los orígenes del género,
con El Periquillo Sarniento de Lizard i , y quizás desde
antes, en la medida en que la novela americana se
va forjando a través de las crónicas , a través de los
análisis documentados del mundo exterior (por ejem
plo la rica producción del humanismo d ieciochesco,
tanto en la versión burguesa laicizante como en la
rel i giosa de los jesuítas) la novela americana ha ido
74
mo d os Y
enfr entá ndos e a la reali dad en los dist intos
corre s
en los d istint os siste mas de expresió n form al
ha
pondi entes tamb ién a los distin tos tiemp os , Y
tratado de ofrece r imáge nes coher entes de ella.t Por
lo m ismo ha sido, con una perseve rancia que le vie
ne de sus orígenes burguese s revolucio narios un i ns
trumento de combate , y ha cumplido una tarea de
develamiento de las falsas apariencia s en que podía
com l acerse en un determinado momento la socie
dad para obligarla a enfrentarse a una i magen más
real y por lo mismo más válida.
•Instrumento de combate gue estuvo al servicio de
variadas fi losof_�s,pero que siempre aspi ró,-más allá
de ellas y de su labor enjuiciadora,- a encontrar una
apoyatura probatoria en lo real, que aguzara el géne
ro como arma.h.a novel a fue arma a lo largo de todo
el siglo X!_X en modo evidente, y bastaría reé ordar
'-el Matadero,' las obras de Blest Gana� las de Aceve
do Díaz � el Facundo, en una pléyade nutridísima.,Pero
i ncluso si uió siendo soterradamente elemento de
combate tras la fachada modernista, en la me i a
·
en ue fue creada como un modo de atacar al fil is-
teísmo bur ués denunciar su falsa ubicación en
tro del mundo de la cu ltura. No estoy hablando sohi
mente de un combate de índole pol ítica y social, sino
también de un combate mora l . (toda la novela del na
tural ismo) , al punto de que muchas veces sus textos
nos suenan a manifiestos ; están creados como textos
polémicos , detrás de ellos, enfrente, mejor dich o ,
hay alguien contra el cual se ha formulado.fY eso es
lo ue ex lica la extraña vital idad ue recorre i nclu-
Portuondo
«El rasgo
75
predominante en la novela hispanoamericana": , ff
carácter dominante en la tradición novelística hispa
noamericana no es, pues, la presencia absorbente d�
la Naturaleza sino\fa preocupación social, \fa actitud
criticista que manifiestan las obras,\ su función ins�
trumental en el proceso histórico de las naciones
respectivas. , La novela ha sido entre nosotros\docu
mento denunciador,\ cartel de propaganda doctrinal,
\llamamiento de atención hacia los más graves y ur
gentes problemas sociales dirigido a las masas lec
toras como excitante a la acción inmediata.» {La no
vela iberoamericana) .l Si coincido con Portuondo en
e l carácter polémico, combativo, de la novela, creo
que él subraya en demasía la exclusiva tendencia so
cial :• uno de los problemas centrales gue se planteó
¡;-novela natural ista (pienso en Gaucha de Javier
de Viana, pienso en Martín Rivas de Blest Gana,
pienso en Santa de Gamboa) fue una problemática
mora l , más que sociai.\Se combatía;-no la des igual
dad de una sociedad,....s ino la hipocresía moral que
habían asumido las clases dominantes , por lo mismÓ
que se partía de una concepción ética l i beral de los
deberes socialesJLa nove la como elemento de denun
cia social expl ícita , es posterior,\ puede encontrarse
sÓbre los años trei nta� asci ende a lo largo del perío:
do de la lucha antifascista mundia l � alcanza su pleni
tud en la l ucha contra las dictaduras americanas� y
aunque modernamente todavía tenga ejercitantes ca
l ificados ( la tri logía de M iguel Angel Asturias) es
evidente que sus formas expresivas han entrado ·eñ
decadencia inevitable, y que son otras las que debe
rá adopta.!_e n�l futuro para sobrevivir. f 1\(lejor d icho,
esas formas van descendiendo y manteniéndose en
as capas menos i l ustradas de una sociedad , m ien-
- · --
76
res, como fue el des- .
tras que decaen en las superio _
su descendenc ia f�
tino de la novel a romántica con
sa qUE! •en Ame
lletinesca.l Cuando además se pien
remotas;'\des
rica-conviven las épocas históricas más
comienzo
de sociedades que aún permanecen en el
de la historia (ciertas tribus)" hasta las élites más
euro
refinadas y exangües que juegan al snobismo
peo, se entiende gue estos recursos gue damos _pQ!"
concluidos puedan seguir siendo eficaces para mu
chos estratos de esta ampl ísima sucesión de un com
plejo cuerpo social , mientras dejan de tener efecto
sobre los más desarrollados.
l Este combate no se ha sus tentado siempre en filo
sofías progresistas, claro está.'\ Quizás no se hay�
visto con suficiente nitidez, la valoración anti-popu
lar gue alienta en el ya citado texto de Echeverna
fíMatadero� y los críticos modernos han observado
agudamente la exaltación paternalista del patrón que
sostiene a Don Segundo Sombra.I Pero su verdad so�
ciológica y su realismo -en el sentido volpiano
han estado asegurados a partir del plano de su vir
tualidad artística. l Su ulterior valoración dependerá
de la dirección que tome la sociedad,- porque ella
rehace sin cesar el pasado a la luz de sus conviccio
nes presentes;-y no se ha podido probar -a pesar
de los sagaces planteas de Warren- que esa reela
boración sólo tenga en cuenta las formas artísticas
y no los significados que esas formas concurren a
explicitad Los períodos seculares de oscurecimiento 1
de aquellos que hoy estimamos grandes creadores,
podrían aleccionarnos a imponernos cierta humildad,
respecho a las coordenadas valorativas, utilitarias,
con que se han manejado los distintos períodos his
tóricos.\ Convendría cotejar el Parnaso de los ú timos
77
tres siglos, a pesar de que ellos muestran una evo
lución bastante coordinada, para comprobar estas op
ciones de cada estado de la sociedad y cada período
h istórico.
1 El " Museo Universal " de que habla Malraux, don
de todo deviene exclusiva forma artística, no pasa
de un háb i l arti lugio académico.l EI hecho de que el
siglo XX haya recog ido voluntariamente toda l a he
rencia artística universal es también producto de una
determi nada concepción de lo artístico por parte de
una sociedad, cuya fijeza nada asegura y en cuyo
eclecticismo hay elementos suficientes para no con
fiar en su permanencia y para encararlo más bien
como un estado de equ i l ibrio inestable.I Además, una
cosa es la colección del Museo, o la equivalente Bi-
6lioteca ecuménica, y otra la selección valorativa ,
viviente, que de ese todo establece cada sociedad .
Ñ
l ada comprueba que el arte sea la moneda de JO
absol uto, s i hablamos desde un campo externo , so
cial ; puede que lo sea en el campo de la psicología
creativa y actúe como un « ersatz , de la rel igión y de
su afán de absol uto, de vida eternamente preservada,
sin muerte o destrucción posible., Aunque en este
orden de cosas tampoco resulte enteramente satis
factorio el apunte de Marx acerca de la superviven
cia de Homero y el arte del pasado (donde subrep
ticiamente se homologa la ontogenia y la fi logenia)
a pesar de los ríos de ti nta de sus numerosos co
mentadores � No se trata s i mplemente de uno de los
problemas más complejos de l a estética marxista ,
s ino en general de toda estética, y contra él hemos
Visto estrellars e ana l i stastan -sut i les -como Rocco
-
M usol i no, Lukács y el propio be iTa Vo lpe, s i n ha
blar de la forma i ngenua en que lo ha razonado La-
78
briol a . \ Quienes más cerca han estado de su com
prensión son los d iscípulos d irectos o i ndirectos de
Max Weber porque en ú ltima i nstancia, y a pesar
de las suti lezas de Mannheim , han debido rel ativizar
enteramente la estética, y hacer depender el valor
artísti co de una fluctuante superestructura social (el
punto lo i lustró ya Schucking, estudiando los mo
dos variados del « gusto » l iterario, y Escarpit, que en
definitiva sigue a Hennequin, encarando una socio
logía del públ ico) .\A determinados estados de des
arrollo de una sociedad corresponderían equivalentes
-
esti los, con sus pertinentes formas d e cre aci ólli n
d ividual . l Por otro cami no volveríamos a l a i mportan
cia de la i nfraestructura económica marxista.
79
de la prosa, hasta entonces cas i exclusivo vehículo
de la historia y de las más reci entes formas del tra·
tado fi losófico, dentro de un ámbito social en que los
g randes burócratas y comerciantes han sustitu ido a
los señores feudales . l S i no estamos ante una orga
n i zación social burguesa, estamos ante modos de
vida simi lares , que se repetirán en la vida i mperial
romana que da origen al arte de un Petronio.
1 Pero donde más claramente se pueden rastrear sus
orígenes y su desarrollo, es en e l mundo europeo
q ue se genera en l a Edad Media, tal como lo ha ex
p l aña<fo Hauser refiriéndose a las pri meras épocas
del género, como lo ha mostrado Groethuysen pará
e l XVi � l . f Los atisbos medievales, emergiendo de Í
cuento folklórico y de los restos de la épica, así co
mo del desarrollo creciente de la historia, se vincu
lan al naci m iento déb i l de la burguesía en las ciu
dades francesas y sobre todo ita l ianas , donde, por
razones obvias, tendrá la prosa de ficción su pri me
ra floración en los cuentos de los " nove l ! ieri " ital ia
nos.l Al l í también , extendiéndose l uego a toda Euro
pa adquirirá sus formas pecul iares renacentistas, ese
curioso encabalgamiento de métodos y formas que
tipifica El Quijote, verdadero pacto del pasado y del
presente, de la tradición cuentística y de la estruc
tura novel ística moderna , con la creación de los per
sonajes como entidades i ndependientes y animado
ras del relato en el m ismo plano -y a veces supe
rando- el laberinto de la peripecia.
f, Por último es el XVI I I e l siglo donde irrumpe con
un género al que arman, antes que nadie, los escri
·
tores ingleses , quienes ya le otorgan algunas de su s
formas modernas , y lo hacen en el m ismo momento
en que la revolución agraria y la revolución maqui-
80
nista crean l as condicio nes propicia s al triunfo de_
la burguesía.t EI género que cultiva ran Fieldin g Y Ri
chardson, Swift y Defoe, estará dirigido a un nuevo
público que ha abandonado defi nitivamente l a cos
movisión artística de la aristrocracia, su gran poesía
ornamental , su teatro cortesano.IEI s iglo XIX es el de
la apoteosi s de la novela;-aun dentro de esa i nterna
distorsión que genera la Restauración y la Santa
Alianza contra el progresismo democrático que dio
1a· g ran revolución burguesa de 1 789 ,-y en defirill"iva
impone a tal punto un sistema exp re sivo, una articu
lación de recursos narrativos específicos, un uso_
9_Ei_ personaje, U .!_la implantación históric9 -expl ícit�
(Stendhal ) o subrepticia (Fiaubert) - que se ha lle�
g ado a concebir la novela como inseparable de los
modelos ochocentistas, y es en Balzac, en Tolstoi ,
en Dickens , donde se van a buscar sus formas pro
totípicas\ Esto, unido a una soterrada nostalgia de
la burguesía partera, que se ha desl izado en la cos
movis ión proletaria-(clase que engendró la buguesía
con sus hallazgos económicos y sus métodos de ex
plotación)-expl ica la tendencia a deificar las formas
ochocentistas de la novela como parad igmas i nsus
tituibles del género.
' Pero también es cierto que a lo largo del proce
so en que se desarrolla y tri unfa la novela burguesa,
también los restantes géneros sufren hondas tra n s
formaciones que los adaptan a la nueva mental ida d�
dominante� Ejemplo clásico es el teatro, con la crea
ción, a partir de la lección diderotiana sobre la co
media de costumbres que ha de i nflu i r en todas par
tes , incl uso en nuestro Moratín , de un sistema ex
presivo que parece cerrar, al cabo de siglo y medio,
el consumado, refinadís imo arte naturalista de Che-
81
jov, aunque, por la exacerbación que lbsen, y en par
ticular Strindberg le inyectan conti nuará pariendo
escritores hasta bien entrado el siglo XX: un sistema
en que la acción depende di rectamente del persona
je, y en que sus confl ictos se instalan en la vincu
lación con un determinado med io, socialmente pre
cisado. l Son estas transformaciones las que nos
perm iten reconocer la posibil idad de sobrevivencia
de aquellos géneros que la crítica sociolo ista . ha
concebido como estrechamente anejos a determina
das estructuras sociales, incluso cuando éstas ha n
pericl itado o se han transformado hondamente.\ Los
géneros citados -el teatro, y también aunqu e más
tardíamente , la poesía- se modifican como necesi
dad de sobrevivencia, respondiendo a la conocida
competencia de las disti ntas discipl inas del arte (mo
dernamente puede estudiarse la transformación de
algunos en relación al cotejo con el cine) .l Di ríamos
que lo que ocurre , es no sólo un •• aburguesamiento "
de los géneros l iterarios, sino además un acerca
miento a las formas propias de la novela: en e l
teatro del siglo XX l o tipifica el esfuerzo d e Eugenio
O'Nei l l en Extraño interludio, en El /argo viaje del día
hacia la noche en The iceman comet. f la poesía , que
a partir de la toma de posición baudelai riana se re
trae, rechazando el mundo burgués y negándose a
entrar en él_. ha concluido, en algunas de sus más
. notorias expresiones modernas, por « novel izarse»
(piénsese en la l írica de Cesare Pavese, que tanto
viene influyendo en América, sobre todo en el Plata ;
piénsese en la l írica de Mai kovski y en su gran ora
toria narrativa) , adoptando recursos que había re
chazado durante el período modernista.
t O sea que, aun aceptando la evidente raigambre
82
me�te obli gato�i�
burg ues a del gén er?, no es igua l
bra l a soc 1e
dec reta r su defu ncio n al entr ar en qu1e
dad burguesa \ EI ejem plo de su per� anen
cia dent ro
marg en
de un país soci alist a, la U RSS , deJa ndo al _ _
83
un Joyce o de un Kafka, últimos grandes narradores
decadentes burgueses, confrontándola con el arte
burgués refinado, pero de segunda mano, de un Mann
(epígono quizás genial del realismo ochocentísta) " ·
84
radica la posib i l idad de una supervivencia creativa.
de un absoluto.
De Balzac a Proust es una sociedad entera la que
ha cumplido un rápido ·ciclo de apoteosis y destruc
ción (ya previsto en el admirable análisis de Lukács
de Las ilusiones perdidas) y con ella también los
personajes , las formas expresivas, la construcción
novel esca ha entrado en guiebra.f Cuando Proust ter
mina su novela ya están escribiendo los vanguardis
tas de la Europa Occidental y ya están creando su
arte Babel , Sholojov.
i Hay un tema al cual pienso dedicar más largo aná
l isis y sobre el que vengo recogiendo materiales.
Podría titularse : « La literatura en los rápidos cam
bios sociales».\No tienen por qué ser cambios revo
l ucionarios , en sentido lato. porque lo que importa
para cal ibrar el cambio es la visión i nterior que de
él tienen los hombres que lo experimentan. En algu
nos ejemplos modernos -la revolución mexicana,
la soviética, sólo en parte la cubana por sus pocos
años- se observa la reiteración, en otros planos,
de rasgos que pueden rastrearse en los ejemplos
clásicos de la revolución americana , la francesa y
la hispano-americana\ En los momentos claves del
sacudimiento no hay producción l iteraria considera
ble ni esti mable, y sólo en esto puede concedérsele
razón a E. Wi lson� La explicación es obvia y está en
la extraversión violenta que acompaña estas modi
ficaciones bruscas y que traslada las energías vita
les a la acción di recta , a la calle., Curiosamente ,
quienes en esos momentos resultan más capaces de
una creación, o están en situación más favorabl e pa
ra ella, son aquellos que se oponen al cambio, los
derrotados que proporcionan una l iteratura de signo
85
romántico, marcada por una i nten s ificaci ó n subj eti
va , pero que es testimonio de una dob l e agonía : la
personal y l a del mundo que ven destru i rse.
& En cua nto a la l i teratura que acompaña y apoya e l
cambi o , l a q u e toma la del antera es la poesía, y tar
d ía mente le s i gue la prosa.! Algunos rasgos son de
f i n itorios de estas aportaciones narrativas : 'e n pri
mer térm i no , l a i m p l íci ta ampl iación de u n públ ico
que acarrea todo cambi o social brusco, e n l a medi
da en que s i g n ifica l a i rrupción de sectores o c l ases
que hasta e l presente estaban rem iti dos a u n l ugar
marg i na l del conglomerado soc i a l -la burguesía mer
canti l en e l XVI I I y com i enzos del XIX, l as c l ases
medias a com i enzos del XX, el prol etariado y e l cam
pes i nado en las revo l uciones soc i a l i stas- i m pone
lo que l lam aríamos progresiva democratización de
la narrativa , v i s i b l e en e l l enguaje que empieza a
usar, en e l ingreso de temas antes d esdeñados, pos
tu lando i nc l uso lo que las c l ases cu ltas del momen
to l lama rían u n retroceso artísti co, aunque en los
hechos sea, más j ustamente , una reconve rsión más
d emocrática y popu lar de l a narrativa ! Basta recor
dar los j u i c ios de Tocquev i l l e acerca de l as l etras
en los Estados U n i dos de 1 830, fecha de la vis ita de
este l úcido ari stócrata francés, capaz de ver con
perspicacia la destrucci ó n de sus convi cciones d e
-
clase.\ Basta recordar l a s i mp l i cidad de re cursos de
los pri meros cuentos de Manuel Rojas, contrastándo
los con los modos esti l ísticos de D ' H a l m ar en la re
vo l ución de las cl ases medias chi l enas a part i r
d e 1 920.
t Otro rasgo es una fuerte te ndencia a l documenta
l i smo, a las formas del reportaje casi d i recto, en car
-
;e viva, a la 1 iteratu�a te stimonial y_a .[?_a� to b i ogr��
86
rafí a de J � sé
fía más 0 men os enc ubiert�� La auto biog
os, ha pod1 do
Vasc once los, el Ulises criollo al men
l as de
ser com putada, con legit imid ad , entre l as nove
per
la revo lució n mexi cana , y al géne ro docu ment al
tenec e Martí n Luis Guzm án y tanto s otros novel i s
tas del períod o, como bien ha precis ado Anton io
Castro Leai .\.Los ejempl os soviéti cos son harto co
nocidos : l a serie admirab le de Caballería roja, de
Isaac Babel , en el confuso período del veinte , y al
gunas obras centrales de l a l iteratura posterior al
treinta, como el Poema pedagógíco de M akarenko.
t oebe anotarse con todo gue esta i ncl inación por l a
narrativa autobiográfica y por e l documental n o son
patri monio excl usivo de las revol uciones si no, como
apuntaba antes, de todo cambio social rápido, tal
como se están produciendo en el mundo entero (vi
sible, en la novela de la descolonización africana , ac
tual mente ; en la l iteratura generada por la agitación
social derivada de la última guerra en muchos países
occidentales, inclu ido Estados Unidos) .
{ Las revoluciones exacerban la presencia del con
torno exterior -como exacerban las vivencias subje
tivas respecto a él y a la posición del hombre en el
mundo- y por lo mismo conducen a un tercer ras
go de variable importancia : la tendencia didascálica ,
e l afán d e mostrar la real idad expl icándola, d e razo
nar -ya sea expl ícita o impl ícitamente- sobre las
causas , los desarrollos y las consecuencias de los
fenómenos renovadores que se viven, adoptando ac
thu es be igerantes para sostener esas explicacio�
�(Tal actitud ya estaba prevista en las narracio�
nes críticas de Voltaire, y se l a reencuentra en la
inmensa acumulación de l ibros biográficos, de me
morias o recuerdos -muchas veces apenas disfra-
87
zados de novel as- que se producen en América La
tina luego de la conmoción de 1810 . ( Sobre esto pue
d e verse con provecho el excel ente trabajo d e Ado l
f o Pri eto La literatura autobiográfica en la Argentina) .
1 En el campo de las formas l iterarias , se produce
\ l a i ncorporación d e formas rítm icas veloces,' modos
d e refere ncia casi e l íptica . ' u n l e nguaje d e sob re
entendidos , que está su brayando lo que tiene d e
compl icidad m u y estrecha con e l l ector.\ Cuando e l
nove l i sta -paradigmáticamente Azuela- se pone a
narrar un encuentro o a descr i b i r una escena cuarte
l e ra, trabaja a rápi das pinceladas, a mucho por sabi
do d e su l ector, trabaja med iante esta mpas a i s l adas,
con e l régimen que se ha l l amado d e l flashback, que
i ntercala con s ituac iones presentes vivaces , soterra
damente encadenadas.
l Son estos rasgos , l íneas d e fuerza que mueven
la l ite ratura en los períodos d e modificación i ntensa
d e la vida social , y correspond en al segundo momen
to de las revol uciones, a saber, cuando ya s e han
e l aborado formas más seguras d e la nueva soci edad ,
aún se vive en el empuje d i námico. Una vez i n stitu
cionalizada la vida soc i a l son ya muy d i fere ntes las
fo rmas l iterarias emergentes .
1 La aparición de los rasgos breveme nte enunc iados
ha provocado d iscusiones acerca d e si e l los no aca
rrean una destrucción d e la nove l a , que sería reab
:>C?rbida por la h i stori a de donde una vez, en la an
tigüedad , emerg i e ra:• Quizás conve nga razona r : \ pri·
mero , que las d iferencias con la h i sto ria no son todo
lo rad ica l es que una concepción vanguard i sta o s i m·
ba l i sta de la nove l a en e l XX ha pretendido i mpone r,
y que aquel espejo que se paseaba a lo la rgo d e un
camino que d ecía Stendhal para defi n i r e l gé nero no
88
deja de apuntar a algún rasgo privativo de l a narra
tiva ;'\.segundo, que las transformaci ones de l a no
ve la no l l egan a autorizar l a afirmación de u n a des
trucc ión de e l l a , y q u e más b i en l o que se destruye
es una concepción ya establecida acerca de lo que
es o debi era ser, que h u e l e mucho a s i g l o pasado;
"tercero, que i ncl uso l a pos i b l e desaparic ión defin iti
va de l a novela como tal. acompañ ando la agonía d e
l a burguesía -del m i smo modo que la poesía épi ca
fue i nhumada junto con el mundo de señores feuda
les a que perteneció:- no significa que la prosa s iga
s i endo u n i n stru mento de creación l iteraria, en s i s
temas , formas , expres iones, que nos son i mprevi
sibles.
1 0. Un don creador.
89
quien s i gue alentando m i steriosamente la vocac 1 0 n
de competi r c o n e l regi stro civil y, ¿ por qué no?, con
D i os m i smo-, la l i teratura es la rea l idad , suya , y,
por tanto , la decreta para todos los demás hombres ;
rea l i dad j ustificante , l a l i teratura es é l .t Contra la fór
m u l a despectiva : '\ Y el resto es l ite ratura'� se afi rma
que ese resto es e l hombre m i s m o que escri be.! En
esta avasall ante dependencia del ser escritor, no
debe verse' una nueva exaltación romántica del m i s
terio de la c reación� n i de l a i nfin itud i ns p i radora,
\. s ino la vocación del ofi c i o bien cumpl ido como m_2dq
de rea l izac!_QQ__p_r:o pia del ejercitante , y a l a vez, i n
separabl emente, como modo de i nsertarse y j usti fi
carse dentro de l a soci edad , porque a ambos puntos
concu rren las exp l i caciones dadas desde d i sti ntos
ángulos acerca de esta zona de la vocac ión.
l fiL _p l anteo del te_l!la n_ Q�onduce a l a ps icología
d� la_creación� Ese hombre que na rra es depositario
de u n don que él m i s m o , por su pec u l i ar s ituación
de ser e l dueño d e las pal abras, se ha encargado de
encarecer hasta las estre llas.• El escritor ha hecho,
háb i l mente , su· prop i a pub l i c i dad ; nad i e l o ha aventa
jado en la tarea de autodecretarse un altís i m o « Sta
tu s " , que no correspondía a la real idad , y sólo é l
podía hacerlo durante mucho tiempo porque justa
mente ten ía la l l ave del tiempo, de la perman encia
de la pal abra por encima de l a corta vida d e l i nd ivi
duo. • U n i camente e l sacerdote pod ía aventajarlo
dentro del campo de l a vida espi ritual , y con é l tam
b i é n se equiparó , homolog ándose al « Vate » l Fue des
cubridor de a rcanos , comuni cante con un mundo su
perior, los d i oses l e cuchichearon al oído, y además
aseguró la •• segunda vida " , de l a fama, que muchos
pud i e ron p referir, como más segura , a la d e la mera
90
comp lejida d
i n mortal idad posterior a l a muerte . l la
nuev os es
del mund o prese nte , el triunfo rotun do de
l i ma
Recia l i stas -los técni cos, los cientí ficos- ha
do la desenf renada ambi c i ón , ha ido colocá ndolo e11.
u n p l ano más parecido a l del servidor que fue, de
tantos amos , durante tantos s i glos , y l o h a i mpu l sa
do a un examen de conciencia bastante duro, en al
gunos i nsoportabl e . f Ha cons i derado así s u i mplan
tac ión en la soci edad , la uti l idad y d i rección de su
arte , Rero ya no ha sido é l m i smo, sino los nuevos
técnicos -los psi cólogos , l o s sociól ogos- q u ienes
se encargaron de atacar e l centro m i smo de su po- ·
91
ven los " i gnotos , románticos y buscan la vocac ión
del escritor en e l esfuerzo pa ra obtener el " status »1
o a veces de derivar energ ías que no pueden apl icar
se a su camino natu ra l. \ Ya D i lthey exp l i caba l a p l é
yade a l emana de la Aufklarung por la i m pos i b i l i dad
de la acc ión política a que se vieron constreñ idos los
jóvenes burgueses de entonces , y ese esquema es
válido para mucha narrativa latinoamericana (y poe
sía y teatro) donde se codea el po l ítico y el escri
tor, o más bien éste funciona como « e rsatz , de aqué l .
t Las pal abras son modos de penetración e n l a soc i e
dad y que, si por una parte s i rven d e apoyo a una
ideología befi9eran te , por l a otra, en l a zona perso
n a l , perm iten el ingreso a zonas consideradas má s
�de la p ropia clase, o , i n c l u so el salto de c l ase
soc iaU La sociología de los g rupos soc i a les d ebía
enfrenta rse necesariamente a la que representan los
i nte lectuales y los escritores dentro de e l l os , y
Mannheim mostró en qué medida e l ej emplo d e Car
los Marx i l ustra ba el nuevo modo de res ponde r a la
conc iencia de clase que genera i ntensamente, por
pri mera vez en la h i storia, el pro l etariado .
J Pero todas el las son exp l i caciones d e las moda l i
dades de i nserción en la com un idad de un i m pulso
vita l / Se puede homo logar esta s ituac ión con l a de
otros muchos casos tota l mente ajenos a la vida i n
tel ectual . l La pregu nta permanece: ¿ Por qué con pa
labras ? , y quizás deba admitirs e , por ahora , a faltá
de un examen más preciso y convi ncente , l a mera
exi s!enc i a de un don � gue se es dueño, or u e si,
que se obti ene ori g i na l mente p o r e l i n expl icable re
parto de tantos otros rasgos psíqui cos que hacen -l a
adm i rable multi p l i c i dad de lo humano.t Entra e ri l a s
- -
razones sec retas-d e la natura i eza . por lo tanto revi ncu-
92
la con ella, y sólo se ha podido agregar: ' los psico
analistas , l a i nserción del caso escritor en su � sque
ma general :"la crítica existencial , el n uevo sent1do de
l a responsabil idad ante lo que ha « Sido dado » gra
ciosamente ;\. l a crítica sociológica, la necesi dad de
una racional ización que exp lique los i mpulsos que el
escritor vive , y le obligue a una toma de conciencia
de todo elemento procedente del subconsciente -o
del i nconsciente colectivo- en el plano analítico de
una razón social.
t Hay diferencias , en este aspecto, entre el poeta y
el novelista, aunque quizás debiéramos i nclu i r a éste,
con l a escuela crítica italiana que tanto debe a la
i nfluencia crociana, en l a « poesía » , como única enti
dad originaria de creación artística� Pero hay diferen
cias que son las de concentración./ Reencuentro es�
sentido en la opinión de un novel ista , Fau l kner, guieQ
en sus palabras a los cadetes de West Point, i nsis_
tió en que el rasgo central del esfuerzo del escritor
radica en la mayor concentración de una experiencia
vivida, hasta poder escribirla sobre la cabeza de un
alfi
-
ler.• «Todo escritor digno de tal nombre desea
condensar la suma de toda su experiencia, de todo
lo que hay de apasionante y de hermoso en el hecho
de estar vivo, en algo que permanezca detrás de él.
Si es un poeta de primera clase, tratará de hacerlo
en cuatro versos. Si no es de primera clase tratará
de hacerlo en diez páginas y tendréis un autor de
cuentos. Si es incapaz de escribir cuentos se conde
nará a las fatidísimas ochenta mil palabras y se
transformará en un novelista de la tercera zona.»
l Concentrar una experiencia, vale por expresar en
una forma precisa, única, fatal izada, un contenido de
vida, vale por concentrar l a vida en el arte para que
93