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Aventuras Místicas - Juan Diego

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Hipogrifo.

Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro


ISSN: 2328-1308
revistahipogrifo@gmail.com
Instituto de Estudios Auriseculares
España

de Courcelles, Dominique
Aventuras místicas de un mundo a otro: san Juan Diego
Cuauhtlatoatzin (1474-1548), san Juan de la Cruz (1542-1591)
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de
Oro, vol. 9, núm. 2, 2021, Julio-Diciembre, pp. 617-632
Instituto de Estudios Auriseculares
Pamplona, España

DOI: https://doi.org/10.13035/H.2021.09.02.46

Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=517569474045

Cómo citar el artículo


Número completo Sistema de Información Científica Redalyc
Más información del artículo Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal
Página de la revista en redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso
abierto
Aventuras místicas de un
mundo a otro: san Juan Diego
Cuauhtlatoatzin (1474-1548),
san Juan de la Cruz (1542-1591)
Mystical Adventures from One World to
Another: St John Diego Cuauhtlatoatzin
(1474-1548), St John of the Cross
(1542-1591)

Dominique de Courcelles
Université de Paris Sciences Lettres-CNRS/ENS
FRANCIA

Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras de México


MÉXICO
dominique.decourcelles@club-internet.fr

[Hipogrifo, (issn: 2328-1308), 9.2, 2021, pp. 617-632]


Recibido: 23-02-2021 / Aceptado: 22-03-2021
DOI: http://dx.doi.org/10.13035/H.2021.09.02.46

Resumen. El artículo trata de la experiencia mística del indio san Juan Diego
Cuauhtlatoatzin (apariciones de la Virgen de Guadalupe en el cerro de Tepeyac,
Nueva España, 1531), según se refiere en el relato en náhuatl Nican Mopohua de
Aureliano Valeriano, contemporáneo de Juan Diego, y la vivida por el alma en la
obra poética, y en particular el Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz. El análisis
de cada una de estas “aventuras místicas” y encuentros con lo divino demuestra
cómo sus palabras, conceptos, recorridos espirituales se juntan hasta incluirse.
Ambas experiencias coinciden en la triple senda de la mística, las vías purgativa,
iluminativa y unitiva.
Palabras clave. Amor; Cántico espiritual; idioma místico; Juan Diego Cuauht-
latoatzin; Juan de la Cruz; mística; morada sagrada; naturaleza; Nican Mopohua;
Virgen de Guadalupe.

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Abstract. The article deals with the mystical experience of the Indian san Juan
Diego Cuauhtlatoatzin (apparitions of the Virgin of Guadalupe in the hill of Tepeyac,
New Spain, 1531), as referred in the Nahuatl story Nican Mopohua of Aureliano Va-
leriano, contemporary of Juan Diego, and lived by the soul in the poetic work, and
in particular the Cántico espiritual of St John of the Cross. The analysis of each of
these “mystical adventures” and encounters with the divine shows how his words,
concepts, spiritual journeys come together to be included. Both experiences co-
incide in the triple path of mysticism, the purgative, illuminative and unitive ways.
Keywords. Cántico spiritual; Juan Diego Cuauhtlatoatzin; John of the Cross;
Love; Mystic; Mystical language; Nature; Nican Mopohua; Sacred dwelling; Virgin
of Guadalupe.

Hasta tiempos muy recientes y aun hoy en día, la mística se consideraba y se


considera un fenómeno especial más o menos extraordinario, sea patológico, para-
normal o sobrenatural. Sigmund Freud ve en la mística un fenómeno psicológico de
«ilusión» o «engaño», Romain Rolland ve en la mística un «sentimiento oceánico».
La mística se asimila aquí a lo ajeno. Pero otros como Rudolf Otto (1917), Jean
Baruzi (1924) o Michel de Certeau (1982) reintrodujeron la mística en el terreno de
la reflexión histórica y filosófica.
En todo caso, se puede considerar que la mística que se expone, que se relata
en textos religiosos, «místicos», es una experiencia de vida. Ya que refiere a una
exploración atenta y apasionada de lo misterioso, ya que consiste en un encuentro
inesperado sino deseado de lo maravilloso, de lo divino, es una experiencia y no
solamente su interpretación. Pero no podemos separar experiencia e interpreta-
ción, ya que la experiencia necesita el lenguaje, y el lenguaje es también una in-
terpretación. Es lugar común afirmar que el lenguaje de la mística es paradójico.
Pero es oportuno recordar que paradoja no significa contradicción. El desafío de
la experiencia mística consiste en reconocer y decir que hay un ingrediente de la
consciencia que trasciende la razón. Entre discurso y experiencia el lenguaje inten-
ta explicar el «saber sin saber» místico, significar lo indecible no sé qué. La revela-
ción de lo infinito en lo finito permite integrar por la fe lo finito a lo infinito. Así son
las aventuras místicas.

Y sube tanto su fe,


Que gusta de un no sé qué
Que se halla por ventura1.

En el Nuevo Mundo, en la Nueva España, la primera experiencia mística cristia-


na más relevante es sin duda la que ocurrió en el año 1531, diez años después de
la conquista de México-Tenochtitlan. Juan Diego Cuauhtlatoatzin (1474-1548), un
indio recién bautizado, oriundo del norte de la cuenca de México, recibió el privilegio
de «encontrarse» con la Virgen en el cerro de Tepeyac. Un poco más tarde, en la pe-

1. San Juan de la Cruz, «Glosa a lo divino», en Cántico espiritual y poesía completa, p. 243.

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nínsula Ibérica, Juan de la Cruz (1542-1591), «doctor místico» de la Iglesia, trata en


su obra en prosa y poética de «sabiduría mística», de «secretos misterios»2. A partir
de la experiencia tan excepcional de Juan Diego y la obra emblemática de Juan de
la Cruz examinaremos algunas características de la mística.

El encuentro místico de Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro


de Tepeyac, 1531

«Te bendigo, Padre, porque has escondido estas


cosas a los sabios y a los doctos y las has revelado
a los pequeños» (Mateo, 11, 25; Lucas, 10, 21)

En el mes de diciembre de 1531 el indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin se encuen-


tra con la Virgen en el cerro de Tepeyac en el norte de la cuenca de México. El
documento conocido como Nican Mopohua «aquí se narra», atendiendo a las dos
primeras palabras de su relato escrito en náhuatl, narra las apariciones de la Virgen
de Guadalupe a Juan Diego3.
Ana Rita Valero de García Lascuráin, en su comentario de la edición en náhuatl
y traducción en español, escribe: «De acuerdo a la erudita opinión de Miguel León-
Portilla4… sus modos de expresión, riqueza estilística, e impresionante vocabulario
hacen pensar que su autor fue Antonio Valeriano, un indígena especialmente culto
que manejaba un náhuatl clásico de gran fineza. Valeriano, notable latinista, fue
considerado en su tiempo como el más sabio de los alumnos indígenas del Colegio
de la Santa Cruz de Tlatelolco, donde escribió varias obras tanto en latín como en
náhuatl y español, pero sobre todo fue un conocedor a profundidad de la cultura
náhuatl…»5.
Antonio Valeriano destacó por su pronta adaptación al modo español y el re-
conocimiento que Bernardino de Sahagún y Juan de Torquemada le concedieron.
Nican Mopohua ha sido considerado palabra florida del pueblo.
El Nican Mopohua, que consta de 16 páginas, fue publicado en 1649 por el ba-
chiller Luis Lasso de la Vega, vicario de la capilla del Tepeyac, dentro de su obra
más importante llamada el Huei tlamahuizoltica o El gran Suceso, cuyo el título
es: «Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa
María de Guadalupe, cerca del gran altépetl de México, ahí donde llaman Tepeyac»6.

2. San Juan de La Cruz, «Declaración de las canciones que tratan del ejercicio de amor entre el alma
y el esposo Cristo, en la cual se tocan y declaran algunos puntos y efectos de oración, a petición de la
Madre Ana de Jesús, Priora de las Descalzas, en San José de Granada, año de 1584 años», en Cántico
espiritual y poesía completa, p. 4.
3. Valeriano, Nican Mopohua. Una copia completa del Nican Mopohua hecha en el siglo XVI está regis-
trada con la referencia Monumentos guadalupanos, México, c. 1548, Serie 1, tomo 1, hojas 191-198.
4. León-Portilla, 2000. También O’Gorman, 1991.
5. Valeriano, Nican Mopohua, p. 4.
6. El Nican Mopohua está conservado en el Centro de Estudios de Historia de México CARSO / Funda-
ción Carlos Slim: Luis Lasso de la Vega, Nican Mopohua [Hveitlamahvçoltica amonexiti in ilhvicactlatoca

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Según Luis Lasso de la Vega, Antonio Valeriano escuchó el relato del propio Juan
Diego7. El Huei tlamahuizoltica contiene además del Nican Mopohua el Nican Mo-
tecpana de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, que enlista catorce milagros de la Virgen
de Guadalupe.
El cerro de Tepeyac constituye el centro de la aventura mística de Juan Diego
Cuauhtlatoatzin. Al venir «en pos de Dios y de sus mandatos» Juan Diego se acerca
al cerrito.

7 Al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía.


8 Oyó cantar sobre el cerrito como el canto de muchos pájaros finos…
11 Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de
donde procedía el precioso canto celestial…
12 Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo
llamaban de arriba del cerrillo, le decían: JUANITO, JUAN DIEGUITO8.
13 Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban, ninguna turbación pasaba en su
corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por
todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban9.

El cerro de Tepeyac es el lugar místico, estupendo, de dónde viene la llamada


misteriosa de los pájaros y después la voz íntima y suave. El gozo de Juan Diego es
un indicio místico, modo de maravillarse que precede la subida del cerro y el descu-
brimiento de la maravilla, una «Doncella», en la cumbre del cerro.

14 Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una Doncella que allí
estaba de pie,
15 lo llamó para que fuera cerca de Ella10.

La Doncella de pie evoca muchos relatos místicos antiguos. Así se parece a la


Inteligencia agente, sabiduría y mensajera divina de los relatos místicos del judaís-
mo, cristianismo e islam del Medio Evo. La luz y resplandor de ella se manifiestan
por sol, rayos, piedras preciosas, ajorca, arco iris en la niebla, mezquites y nopales
como esmeraldas, el follaje de los árboles como turquesa, oro, etc. Todo eso figu-
ra la belleza de la naturaleza y el mundo creado por Dios, y esta belleza tiene su
cumplimiento en la Doncella. Juan Diego se postra maravillado, y las palabras de la
Doncella le resultan suaves y tiernas. Ahora se establece entre los dos un diálogo
muy afectuoso en náhuatl.

çihvapilli Santa María Totlaçonantizn], México, Imprenta de Juan Ruiz, 1649 (colección CEHM Carso
FCS). La Colección Guadalupana del CEHM es una de las más importantes del país, y está al alcance de
todos en línea o en consulta física.
7. Muchos investigadores, tal como Miguel León-Portilla (1926-2019), siguiendo a Edmundo O’Gorman
(1906-1995), piensan que Antonio Valeriano, contemporáneo de Juan Diego, escribió este relato en
1556 a partir del testimonio propio del visionario hacia 1545-1548.
8. Se utilizan aquí las mayúsculas para indicar las palabras de la Virgen, tan como figuran en la edición
en náhuatl y en español de 2013 que citamos.
9. Valeriano, Nican Mopohua, pp. 6-7.
10. Valeriano, Nican Mopohua, p. 7.

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AVENTURAS MÍSTICAS DE UN MUNDO A OTRO: SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN (1474-1548) 621

23 ESCUCHA, HIJO MÍO EL MENOR, JUANITO…


26 SÁBELO, TEN POR CIERTO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA
PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO
DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE
LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DEL CIELO, EL DUEÑO DE LA
TIERRA. MUCHO QUIERO, MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASI-
TA SAGRADA.
29 PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA…
33 Y PARA REALIZAR LO QUE PRETENDE MI COMPASIVA MIRADA MISERI-
CORDIOSA, ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE MÉXICO, Y LE DIRÁS COMO
YO TE ENVÍO, PARA QUE LE DESCUBRAS COMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME
PROVEA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL LLANO MI TEMPLO…11

La ternura y cariño maternal de la Virgen y su voz dulce suscitan la ternura y


familiaridad cariñosa y filial, muy náhuatl por cierto, de Juan Diego, que nada quita
a la seriedad devota y muy respetosa:

50 Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita…12


66 Ya me despido de Ti respetuosamente, Hija mía la más pequeña, Jovencita,
Señora, Niña mía, descansa otro poquito13.
110 Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés conten-
ta, ¿cómo amaneciste? ¿acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía,
Niña mía?
Las palabras cariñosas de la Virgen Madre de Dios:
90 HIJITO MÍO… 107 EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS… 119 SOY TU MADRE…
ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO…

impulsan a Juan Diego a ir al palacio del obispo de México, fray Juan de Zumárraga,
de la Orden de San Francisco, a fin de descubrirle su deseo divino.

39 Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la


calzada, viene derecho a México14.

Pero Juan Diego se queda muy triste no poder convencer al obispo Zumáraga
por ser «un hombre del campo…» Intenta convencer a la Virgen de mandar a otro
mensajero más capacitado. Al haber tocado el misterio el místico reconoce su ig-
norancia, su debilidad humana: «Quien se conoce a sí mismo conoce todas las
cosas», dice Meister Eckhart.

11. Valeriano, Nican Mopohua, pp. 8-9.


12. Valeriano, Nican Mopohua, p. 11.
13. Valeriano, Nican Mopohua, pp. 12-13.
14. Valeriano, Nican Mopohua, p. 10.

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55 Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña,


56 por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu
enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía…15
57 Le respondió la Perfecta Virgen, digna de honra y veneración…
59 […] ES MUY NECESARIO QUE TÚ, PERSONALMENTE VAYAS, RUEGUES, QUE
POR TU INTERCESIÓN SE REALICE, SE LLEVE A EFECTO MI QUERER, MI VO-
LUNTAD.

Ya que el obispo no confía en Juan Diego, «pobre indito», muchas veces Juan
Diego va a volver a subir a la cumbre del cerro de Tepeyac en donde queda la Vir-
gen para comentarle sus dificultades. No deja nunca en los mismos días de irse a
Tlatelolco a «seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son
las imágenes de Nuestro Señor: nuestros sacerdotes»16, a «oír misa»17. El respeto
y admiración del místico Juan Diego por los sacerdotes confirma cuanto importa
que cada aventura mística se viva en acuerdo con la Iglesia. Por eso a petición del
obispo y a fin de convencerlo Juan Diego suplica a la Virgen le «llevar algo de señal,
de comprobación, para que creyera»18.

90 BIEN ESTÁ, HIJITO MÍO, VOLVERÁS AQUÍ MAÑANA PARA QUE LLEVES AL
OBISPO LA SEÑAL QUE TE HA PEDIDO19.

En esta aventura mística un obstáculo surge, sensible y emocional, lo de la en-


fermedad y muerte anunciada del tío de Juan Diego. El indio no vuelve al cerro para
llevar la señal prometida. Primero se va a llamar al médico, y después decide se ir a
Tlatelolco a buscar a un sacerdote. Intenta escapar de la mirada de la Virgen.

104 Piensa que por donde dio la vuelta no lo podrá ver la que perfectamente a
todas partes está mirando.

Pero la Virgen «le vino a atajar los pasos». Juan Diego le explica que su tío está
a punto de morir y que la muerte necesita confesión y preparación.

113 Iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nues-
tro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo,
114 porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo
de nuestra muerte.

Pero ninguna circunstancia no puede ni debe retrasar o impedir la aventura mís-


tica, ningún dolor ni la muerte no pueden retrasar o impedir la subida del monte.

15. Valeriano, Nican Mopohua, p. 12.


16. Valeriano, Nican Mopohua, p. 8.
17. Valeriano, Nican Mopohua, p. 13.
18. Valeriano, Nican Mopohua, p. 20.
19. Valeriano, Nican Mopohua, p. 16.

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AVENTURAS MÍSTICAS DE UN MUNDO A OTRO: SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN (1474-1548) 623

118 ESCUCHA, PONLO EN TU CORAZÓN, HIJO MÍO EL MENOR, QUE NO ES


NADA LO QUE TE ESPANTÓ…
119 ¿NO ESTOY AQUÍ YO, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA
Y RESGUARDO? ¿NO SOY YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA? ¿NO ESTÁS EN EL
HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES NECESIDAD
DE ALGUNA OTRA COSA?

En la aventura mística el ser humano no tiene nada que temer, en particular no


tiene que temer la muerte; tiene solamente que morir a sí mismo, a sus temores
y dudas. Juan Diego se queda consolado, apaciguado. Ya que la experiencia mís-
tica no separa nunca la inmanencia de la trascendencia, la Virgen manda ahora a
Juan Diego:

125 SUBE, HIJO MÍO EL MENOR, A LA CUMBRE DEL CERRILLLO, A DONDE ME


VISTE Y TE DI ÓRDENES.
126 ALLÍ VERÁS QUE HAY VARIADAS FLORES: CÓRTALAS, REÚNELAS, PON-
LAS TODAS JUNTAS. LUEGO BAJA AQUÍ. TRAELAS AQUÍ A MI PRESENCIA.
127 Y Juan Diego luego subió al cerrillo,
128 y cuando llegó a la cumbre mucho admiró cuantas había, florecidas, abier-
tas sus corollas, flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no
era su tiempo,
129 porque deveras que en aquella sazón arreciaba el hielo;
130 estaban difundiendo un olor suavísimo, como perlas preciosas, como lle-
nas de rocío nocturno.
131 Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma.
132 Por cierto que en la cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran nin-
gunas flores, sólo abundan los riscos, abrojos, espinas, nopales, mezquites,
133 y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era el mes de di-
ciembre, en que todo lo come, lo destruye el hielo20.

Juan Diego se da cuenta de un algo mistérico al que llama realidad de las flores.
No le es imposible ser consciente de una experiencia inefable y por lo tanto hablar
de ella, que consiste en la presencia de estas flores maravillosas en la cumbre del
cerro. Juan Diego baja en seguida y trae las flores a la Virgen. Las flores van a ser
la prueba, la señal del deseo de la Virgen «que se haga, se levante mi templo». La
belleza de la naturaleza es la señal divina. La Virgen envía ahora otra vez a Juan
Diego a México.
Juan de la Cruz algunos años más tarde pedirá:

¡[…] ábrase ya la tierra


Que espinas nos producía,
Y produzca aquella flor
Con que ella florecería!21

20. Valeriano, Nican Mopohua, pp. 20-21.


21. San Juan de la Cruz, «Romance 5.º, Prosigue», en Cántico espiritual y poesía completa, pp. 231-232.

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Juan Diego «contento» entiende por la palabra suave de la Virgen Madre de Dios
que la idea divina ha tomado cuerpo —en este momento de su historia propia de
«pobre indito» es un cuerpo de flores y hierbas mexicanas—, que la historia es la
que permite a lo divino de confirmar su presencia. Ahora «viene derecho a México,
ya viene contento», relata el Nican Mopohua22. Al llegar al palacio del obispo le co-
menta todo lo que sucedió.

181 Y luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores.
182 Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas,
183 luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen
de la Perfecta Virgen
184 en donde ahora es conservada en su amada casita, en su sagrada casita
en el Tepeyac, que se llama Guadalupe.
185 Y en cuanto la vio el Obispo Gobernante, y todos los que allí estaban, se
arrodillaron, mucho la admiraron23.

La actualización de toda experiencia mística es su expresión o impresión en la


vida del místico, su poder de transformación. Así las flores preciosas, luminosas,
caen del hueco a la tierra, dejando a la dulce imagen de la Virgen encontrada im-
primirse sobre la tilma de Juan Diego. Así la tilma misma de Juan Diego, gracias a
las flores maravillosas traídas como mensajeras cósmicas, se convierte en señal
divina. Eso es un criterio de la autenticidad de la experiencia mística: repercutir en
la existencia, transformar la vida material y espiritual, dar a penetrar a la persona
en el cuerpo místico de la realidad. Tanto la experiencia sensible como la inteligible
pertenecen a la experiencia mística completa.
Así la aventura mística de Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro, aventura de
ternura y cariño, aventura de fe, confianza y amor, permite levantar la morada sa-
grada de la Madre de Dios Virgen de Guadalupe para ayudar a la gente a vivir la vida
cristiana en su plenitud de fe y amor bajo su protección maternal. Ahora México y el
Nuevo Mundo pueden afirmar que comparten la historia santa cristiana. Participan
en la tradición mística de los encuentros misteriosos, cósmicos, de los seres hu-
manos con lo divino. Juan Diego Cuauhtlatoatzin ha sido canonizado por la Iglesia
en 2002.

La peregrinación mística del alma en la obra de san Juan de la Cruz

En el siglo XVI el mundo descubre sus inmensidades occidentales, los límites del
espacio se ensanchan, el creyente entiende que para encontrar a Dios se necesita ir
siempre adelante dentro del misterio divino, por la fe, la confianza y el amor. La pere-
grinación mística del alma se hace modelo e imagen de toda experiencia de encuen-
tro con lo divino oculto a fin de llevar a la perfección de una unión amorosa perfecta.

22. Valeriano, Nican Mopohua, pp. 20-21.


23. Valeriano, Nican Mopohua, pp. 25-26.

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AVENTURAS MÍSTICAS DE UN MUNDO A OTRO: SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN (1474-1548) 625

El místico y sabio san Juan de la Cruz que compone su obra en los años 1580
disfruta una tradición libresca importantísima. Pero se debe mencionar la profunda
atracción que ejerce la naturaleza en él. Sus biógrafos recuerdan, por ejemplo, sus
aislamientos contemplativos durante la noche, sus consideraciones asombradas
de la luz del sol y la luna, de las aguas cristalinas, de las hierbas y flores y árboles, de
las montañas. La naturaleza —y sus cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego—
tiene en su obra poética, en la peregrinación del alma que relata, un papel verdade-
ramente epistemológico. El Cántico espiritual, que Juan de la Cruz compone entre
1584 y 1587, expresa la búsqueda de la vivencia o morada en Dios, la búsqueda del
Amado por la amada con el recorrido de la naturaleza.
Las canciones entre el alma y el esposo consisten así en una persecución del
Amado por la amada. Llamándole lastimeramente e ignorando dónde se esconde,
no halla más que el vacío de su ausencia. El Cántico manifiesta bien las ansias del
amor de Dios, oculto y presentido, y los tormentos del amor ejercido en ausencia.
La amada se querella al Amado por huir y esconderse y por la angustia y el dolor
que su inesperado abandono le ha causado.

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
Habiéndome herido;
Salí tras ti clamando y eras ido24.

La mística es experiencia de un misterio. Dios es silencio, secreto, ocultación,


y sólo al velarse se revela, según la experiencia del profeta Elías. A Dios no le ha
visto nadie, dice el evangelista san Juan haciéndose eco de una larga tradición. La
mística no puede tener ningún criterio extrínseco de verdad más allá de la propia
experiencia.
El ser humano está abierto al misterio que lo trasciende y lo envuelve. En la mís-
tica la palabra y la cosa no se separan: la Palabra, ya que el Verbo se ha encarnado,
tiene consistencia ontológica: es la «palabra sustancial» de san Juan de la Cruz.
Por eso el idioma místico es un lenguaje simbólico, informa sobre el misterio, pero
por nada no es simple metáfora. Este conocimiento simbólico requiere participa-
ción entre el cognoscente y lo conocido. Así «el Símbolo de los Apóstoles» requiere
participación, no puede reducirse a un sistema conceptual.
El alma queda penando por el mundo y la naturaleza mientras espera la clara
visión de Dios en la otra vida; la experiencia mística parte de la esperanza.

Buscando mis amores,


Iré por esos montes y riberas25.

24. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 7.
25. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 9.

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626 DOMINIQUE DE COURCELLES

El alma —la amada— decide lanzarse en pos de su Amado a un ámbito abar-


cador de la naturaleza en su totalidad. Esta peregrinación mística es empinada,
con peldaños, etapas, niveles ontológicos. Es una experiencia católica, es decir uni-
versal, en el mundo, en el universo. La mística es una dimensión esencial del ser
humano dentro del mundo, dentro del universo. Así la amada al buscar su Amado
prorrumpe en un himno a los elementos más bellos de una naturaleza trascenden-
te. La majestad de las altas montañas, la profundidad misteriosa de los valles, la
belleza de las tierras desconocidas, el fragor de las aguas y la sutileza del aire sua-
ve que recuerda la visión del profeta Elías, todo eso manifiesta al Amado. Nicolás de
Cusa lo expresa así: Quodlibet in quolibet, «todo en todo».

Mi Amado las montañas,


Los valles solitarios nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
Los ríos sonorosos,
El silbo de los aires amorosos26.

La experiencia mística es la experiencia integral de la realidad. Si la realidad se


identifica con Dios será la experiencia de Dios; si a esta realidad se la ve como tri-
nitaria, será la experiencia del cosmos, del ser humano y de Dios; si se la ve como
vacía, será la experiencia de la vacuidad, pero en cualquier caso es la experiencia
del todo. Desaparece así la concepción de una mística perdida en las alturas, des-
encarnada y ajena a los goces y dolores del mundo, puesto que experimenta la
realidad de la condición humana en su totalidad, y, por tanto, no pierde la serenidad
ni la paz y elimina el miedo a participar en el esfuerzo humano en pro de llevar a
efecto la voluntad divina.

¡Oh, bosques y espesuras,


Plantadas por la mano del Amado!
¡Oh, prado de verduras,
De flores esmaltado!27

Aquí no dejamos de pensar en las flores tan bellas y brillantes, esta señal divina,
que descubrió Juan Diego al subir a la cumbre del cerro de Tepeyac.
Los místicos dicen que ven a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en
Dios, dejando abierto lo que sea este «Dios». «El Espíritu os conducirá a la verdad
integra», prometió Jesús a sus discípulos. Quien se deja conducir no conoce todas
las verdades, pero camina en aquella verdad. La flor que el místico ve es toda la
realidad en la flor, los paisajes que recorre el alma, la amada del Cántico espiritual,
son toda la realidad en los paisajes: no tienen porqué.

26. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 19.
27. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 10.

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«La rosa no tiene porqué, florece porque florece», canta Angelus Silesius. Así
la función política de la mística consiste en actuar sin una justificación extrínseca
a la acción misma. Es el famoso soneto a Cristo crucificado que los misioneros
franciscanos enseñaban a los indios americanos entre otras oraciones cotidianas:

No me mueve, mi Dios, para quererte


el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
[…]
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera28.

Reducir la realidad a pura racionalidad es un postulado de la mente, pero no


de la realidad. Lo real es Dios, Padre, Hijo y Espíritu. El amor de lo real no necesita
justificarse por nada. La peregrinación mística encuentra su cumplimiento en la
subida de las montañas —«Mi Amado las montañas»—, aquel lugar terrestre donde
cielo y tierra se dan cita. Tabor, Sinaí, Carmelo, y también Montserrat, Tepeyac, etc.
son montañas de encuentros divinos. En el capítulo 5 de la obra intitulada Subida
del Monte Carmelo, al desear dirigirse a «algunas personas de nuestra sagrada
Religión de los primitivos del Monte Carmelo»29, Juan de la Cruz muestra «por au-
toridades de la Sagrada Escritura y por figuras cuán necesario sea al alma ir a Dios
en esta noche oscura de la mortificación del apetito en todas las cosas»:
Dando por esto a entender que el alma que hubiere de subir a ese monte de
perfección a comunicar con Dios no sólo ha de renunciar todas las cosas y dejarlas
abajo, más también los apetitos… poniendo en el alma un nuevo entender de Dios
en Dios, dejando el viejo entender de hombre, y un nuevo amar a Dios en Dios…30

Ni cogeré las flores,


Ni temeré las fieras,
Y pasaré los fuertes y fronteras31.

La peregrinación mística, con la determinación de que ni el goce de los placeres


—coger las flores— la distraerá de su propósito, ni el temor de los peligros —temer
las fieras— le impedirá su avance, trata de desechar los deleites sensibles, tempo-
rales y espirituales, sin que la atemoricen los enemigos, mundo, demonio y carne,
los fuertes como fuerzas externas y las fronteras como limitaciones propias.
La subida del monte de perfección no puede olvidarse de la muerte. La peregri-
nación mística como experiencia de la vida con sus dolores y errores es también
experiencia de la muerte. Si todo hombre es consciente de que la vida representa el

28. En Menéndez Pelayo, Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana, p. 67.
29. San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, «Prólogo», en Obras completas, p. 91.
30.San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, Libro primero, Noche activa del sentido, cap. 5, en
Obras completas, p. 103.
31. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 9.

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máximo valor, el peregrino místico aprende que la vida en Dios necesita la muerte
a sí mismo. Sin superar el egoísmo, el temor de la muerte —la suya y la de otro—,
la duda, sin renunciar y morir al ego, a sí mismo, no podemos gozar de la experien-
cia vital, global, alegre que está en nosotros. Eso es la experiencia de Juan Diego
con la muerte anunciada de su tío; lo que importa, le dice la Virgen, es renunciar al
temor y error, es confiar. Si desde Sócrates la filosofía es una meditatio mortis, la
mística también propone una meditación de la muerte a fin de vivir en Dios. «Cada
día muero», dice san Pablo.
Juan de la Cruz lo explica muy bien en su poema del alma «Vivo sin vivir en mí»:

2 Esta vida que yo vivo


Es privación de vivir,
Y así es contino morir
Hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo,
Que esta vida no la quiero,
Que muero porque no muero.
8 Lloraré mi muerte ya
Y lamentaré mi vida,
En tanto que detenida
Por mis pecados está.
¡Oh mi Dios!, ¿cuándo será
Cuando yo diga de vero:
Vivo ya porque no muero?32

Tomás de Aquino escribe: Fides enim est vita animae. La fe cristiana es la vida
del alma: vita… id in quo maxime delectatur. En esta vida infinita, eterna del alma
tenemos el máximo gozo. En el siglo XIII Ramon Llull nota: Philosophus semper est
laetus. El filósofo, amante del saber y la sabiduría, siempre está lleno de gozo.
La Iglesia, esposa de Cristo y amante de Cristo sabiduría divina, unida a Él con
todos los miembros —nosotros— de su cuerpo místico, recibirá por Cristo el gozo
divino de la vida divina, explica Juan de la Cruz:

Y que así juntos en uno


Al Padre la llevaría,
Donde de el mismo deleite
Que Dios goza, gozaría…
Así la esposa sería
Que, dentro de Dios absorta,
Vida de Dios viviría33.

32. San Juan de la Cruz, «Coplas del alma que pena por ver a Dios: Vivo sin vivir en mí», en Cántico espi-
ritual y poesía completa, pp. 213-215.
33. San Juan de la Cruz, «Romance sobre el evangelio “In principio erat Verbum” acerca de la Santísima
Trinidad», en Cántico espiritual y poesía completa, pp. 150-152.

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La vida se vive, la experiencia de la vida no tiene nada que ver con la duración de
la vida, no es la consciencia del paso del tiempo. Temporalidad y eternidad juntas
—la vida divina— se experimentan en la absorción de sí mismo, Iglesia y miembros
cuerpo de la Iglesia, dentro de Dios.
Esta experiencia integral de la vida es para cada uno la vivencia completa tanto
del cuerpo como del alma como del espíritu que vibra con amor. Es la conjunción
más o menos armónica de estas tres consciencias, corporal, intelectual y espiritual.
Esta experiencia parece mostrar una complejidad trinitaria: la experiencia de la vida
es corporal, intelectual y espiritual al mismo tiempo, dentro de nuestra limitación
concreta, es decir con la consciencia de los contrarios de dolor y error. La experien-
cia mística es fruto de la presencia trinitaria desde la perspectiva de la vida mayor
al contrario de la muerte mayor. El gran consejo místico del Evangelio es la primacía
del amor en esta vida mayor.
En el fin de la subida del monte Carmelo, camino de conocimiento propio, en el
fin de la peregrinación mística, el alma «no sirve de otra cosa sino de altar en que
Dios es adorado en alabanza y amor, y sólo Dios en ella está». Eso es la condición
del «estado de unión»34.
La naturaleza identificada con el Amado permite al alma revivir y fijar una «cien-
cia sabrosa de Dios», descubrir en donde podrá por fin obtener su morada eterna
de ternura y protección. Fe, ternura y amor se mezclan, mucho más allá de una
perspectiva erótico-sentimental:

¡Oh llama de amor viva,


Que tiernamente hieres
De mi alma en el más profundo centro!,
Pues ya no eres esquiva,
Acaba ya, si quieres,
Rompe la tela de este dulce encuentro…
¡Cuán manso y amoroso
Recuerdas en mi seno,
Donde, secretamente, solo moras!
Y en tu aspirar sabroso,
De bien y gloria lleno,
¡cuán delicadamente me enamoras!35

El alma desea conocer secretas, sabrosas y amorosas verdades divinas, en


donde el Amado y ella pueden gozarse y gustarse, y absorberse y embriagarse de
amor. La categoría de la palabra mística es el conocimiento amoroso —la cognitio
experimentalis de san Buenaventura—, o el amor cognoscente —amor ipse notitia

34. San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, Libro primero, Noche activa del sentido, cap. 5, en
Obras completas, p. 104.
35. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, en Cántico espiritual y poesía completa, pp. 208-209.

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est, de Guillermo de St. Thierry—; su método es la intuición; su criterio es la libertad;


su instrumento es el símbolo; su intencionalidad es la realidad. «Quien no ama no co-
noce», dice la primera Epístola de san Juan. No conoce a Dios, porque Dios es amor.
En la Noche oscura, «¡oh dichosa ventura!», «en secreto, que nadie me veía», el
alma encuentra a su Amado. Ternura y cariño le permiten dejar, olvidar sus miedos,
dudas, cuidados. Las azucenas simbolizan la pureza de la Virgen Madre de Dios y se
utilizan también como medicina. Su aroma intenso e inconfundible encanta y fascina.

Quedéme y olvidéme,
El rostro recliné sobre el Amado;
Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado36.

El poema místico de Juan de la Cruz aparece como ocultación y revelación. Más


allá de un lenguaje solamente racional el poema aparece cautivador, simbólico. No
renuncia a la racionalidad, aunque pretende trascenderla. Del mismo modo el Ni-
can Mopohua místico no se contenta sólo con la realidad subjetiva, sino que aspira
también a una cierta objetividad, aunque inseparable de la subjetividad. En ambos
casos, la experiencia mística es tanto intelectual como amorosa y cariñosa; el ca-
mino de la mística está abierto a todo el mundo, lo que no significa que no sea una
«escondida senda», como canta Fray Luis de León. La intencionalidad de la palabra
mística, la de Juan Diego, «pobre indito», o la de san Juan de la Cruz, «doctor místi-
co», es la de transportarnos o elevarnos a un nivel último de realidad, generalmente
escondido a quien no sabe contemplar.

Gocémonos, Amado,
Y vámonos a ver en tu hermosura
Al monte y al collado
Do mana el agua pura;
Entremos más adentro en la espesura.
Y luego a las subidas
Cavernas de la piedra nos iremos,
Que están bien escondidas,
Y allí nos entraremos
Y el mosto de granadas gustaremos37.

Lo alto de los montes como el manantial de agua pura como la hondura de una
espesa floresta constituyen el umbral de las «subidas cavernas de la piedra», ver-
dadera iglesia sagrada de la cumbre, en donde el místico puede finalizar su peregri-
nación, contemplar y gustar secretamente e íntimamente. Esta iglesia, «mi casita
sagrada», la pidió a Juan Diego la Virgen de Guadalupe:

36. San Juan de la Cruz, Noche oscura, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 207.
37. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, pp. 41-42.

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211 Se levantó la casita sagrada de la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se


hizo ver de Juan Diego38.

Ternura y amor se exponen en el final del Cántico, en el envolvente misterio de


las cavernas, en su silenciosa interioridad. Los deseos de la esposa amada son
suspensión de los sentidos y éxtasis pura del espíritu.

Allí me mostrarías
Aquello que mi alma pretendía…39

El aspirar del aire,


El canto de la dulce filomena,
El soto y su donaire
En la noche serena,
Con llama que consume y no da pena40.

La aventura mística encuentra su perfección y su fin. Al penetrar en el cuerpo


místico de la realidad, el alma se convierte en suave llama.
En la noche del 13 al 14 de diciembre de 1591, justamente sesenta años des-
pués de la última aparición de la Virgen a Juan Diego, Juan de la Cruz muere en
Úbeda, ya que tenía la intención de embarcarse en Sanlúcar de Barrameda para irse
al Nuevo Mundo y participar en la evangelización. Fue canonizado en 1726.

Conclusión

Contemplación y acción quedan íntimamente mezcladas. El encuentro místico


del indio Juan Diego en la Nueva España tan como la peregrinación mística del
alma en la obra de Juan de la Cruz en la península Ibérica tienen tres dimensiones
que corresponden a las tres sendas de tantas escuelas de espiritualidad desde los
inicios del cristianismo: la purgativa, la iluminativa, la unitiva. La vía purgativa insis-
te en la sujeción necesaria de los sentidos, es decir de los miedos, dudas, errores,
cuidados; es la noche del alma. La vía iluminativa es la de la mente para que sea ca-
paz de ver lo suprasensible, es la iluminatio intellectus, obra del Verbo, según santo
Tomas de Aquino: así la naturaleza se hace señal divina tanto en la experiencia de
Juan Diego en la cumbre del cerro como en el recorrido del mundo por la amada
buscando a su Amado. La vía unitiva es la unión, obra del Espíritu, con la plenitud
del Ser generalmente llamada Divinidad. Esta unión se indica por el gozo y alegría
del alma mística que confía totalmente en la palabra divina y se hace ser de acción.
Ternura y amor, fe y esperanza se viven en la profundidad intima, iglesia o ca-
verna de piedra en la cumbre del cerro en el fin de la aventura. El relato de Juan
Diego y el poema de Juan de la Cruz, cada uno a su manera, nos invitan a seguir
participando en la aventura mística, en la aventura de la realidad.

38. Valeriano, Nican Mopohua, p. 28.


39. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 43.
40. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, en Cántico espiritual y poesía completa, p. 44.

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Bibliografía

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