Don Melchor le cuenta historias de magia al narrador, incluyendo cómo los brujos pueden "doblar el tiempo". Más tarde, el narrador va a las montañas para encontrar su espíritu y se encuentra con un hombre misterioso llamado Shaak'Atl. Resulta que Shaak'Atl es un brujo legendario que puede viajar a través del tiempo y el espacio. Shaak'Atl luego lleva al narrador a una playa lejana para contarle más historias.
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Don Melchor le cuenta historias de magia al narrador, incluyendo cómo los brujos pueden "doblar el tiempo". Más tarde, el narrador va a las montañas para encontrar su espíritu y se encuentra con un hombre misterioso llamado Shaak'Atl. Resulta que Shaak'Atl es un brujo legendario que puede viajar a través del tiempo y el espacio. Shaak'Atl luego lleva al narrador a una playa lejana para contarle más historias.
Don Melchor le cuenta historias de magia al narrador, incluyendo cómo los brujos pueden "doblar el tiempo". Más tarde, el narrador va a las montañas para encontrar su espíritu y se encuentra con un hombre misterioso llamado Shaak'Atl. Resulta que Shaak'Atl es un brujo legendario que puede viajar a través del tiempo y el espacio. Shaak'Atl luego lleva al narrador a una playa lejana para contarle más historias.
Don Melchor le cuenta historias de magia al narrador, incluyendo cómo los brujos pueden "doblar el tiempo". Más tarde, el narrador va a las montañas para encontrar su espíritu y se encuentra con un hombre misterioso llamado Shaak'Atl. Resulta que Shaak'Atl es un brujo legendario que puede viajar a través del tiempo y el espacio. Shaak'Atl luego lleva al narrador a una playa lejana para contarle más historias.
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El Guerrero del Tiempo
p/Armando Torres
En una ocasión don Melchor agarró el mazo de cartas que
doña Silvia usaba para leer la suerte; abriendo un abanico, me dijo que escogiera a una de ellas, al parecer le agradaba los trucos mágicos. Siguiéndole la corriente, saqué una carta, esperaba que adivinara el naipe pero me dijo que la mirara fijamente, hice lo que me indicó, y lo que ocurrió a continuación fue algo espectacular: ¡la carta desapareció de mi mano! Con un aire de malicia le pregunté como lo había hecho, dijo en son de broma que los magos jamás revelan sus secretos, sin embargo, más tarde explicó que los brujos saben como “doblar el tiempo” y que, desde ese otro tiempo, pueden afectar a las cosas. Dijo que para la gente común, esos parecerían actos de magia. –Y, ¿cómo logran doblar el tiempo? – Le pregunté. –Eso es algo que no se puede explicar con palabras. Debes de experimentarlo por ti mismo. – respondió. –Sin embargo, podría comentar que doblar el tiempo, se siente como si estuvieras en dos lugares a la vez, en uno de ellos, todo está congelado, de ahí que puedas afectar a las cosas con tu velocidad. Pero, eso es solo el efecto, lo grandioso es que una vez que logres domesticar el tiempo, podrás viajar a donde quieras, solamente desapareces de un lugar, y reapareces en otro. – ¿Los brujos realmente pueden hacer eso? – pregunté al tiempo que recordaba del relato que hace Carlos en sus libros, referente al viaje del cuerpo de ensueño. – ¡Por supuesto! Todo lo que tienen que hacer, es romper la continuidad; eso puede ser hecho por medio del soñar, o, a través de doblar el tiempo con la pura percepción. – ¿Cómo se alcanza la pura percepción? –Eso se logra poniendo la vida en orden, no teniendo pendientes ni fugas de energía. En otras palabras, siendo impecable. “La recapitulación, ayuda hacer exactamente eso, una vez que ya no tengas pendientes, que todo esté en su lugar, podrás manejar no solo la percepción del tiempo, sino que el tiempo mismo.”
***
Don Melchor frecuentemente insistía, en que era necesario
buscar un encuentro directo con el espíritu. La verdad es que en aquél tiempo, tomaba sus demandas como metáforas, ¿de qué otra forma podría ser? Debió cansarse de mi lentitud pues un día, dándome de empujoncitos, y apuntando a las montañas, dijo que debería salir a caminar y que no regresara hasta haberlo encontrado. Hice los preparativos y me puse en marcha, fui hacia los cerros más bajos; de verdad no sabía qué hacer, solamente seguí caminando sin un destino fijo. Era un día por demás caluroso, el sonido de las chicharras llenaba el ambiente, encontré una repisa en un paredón donde pasar la noche. Ya llevaba varios días vagando, sin éxito, en medio de las montañas, por las noches siempre regresaba a la repisa, me sentía seguro allí. Mis raciones ya se habían agotado, los últimos dos días, solo había comido algunas frutas silvestres y tomado agua de los charcos. Estaba cansado, quería regresar pero no osaba desobedecer, de manera que me resigné a mi destino. Tan pronto como me relajé, me sentí mucho mejor, me posesionó un optimismo inesperado, deliberaba que hacer en seguida, cuando un hombre apareció literalmente de la nada, la aparición fue tan repentina que no tuve tiempo de reaccionar. Me dijo sin más, que ya había encontrado lo que andaba buscando y que debería regresar a la casa; luego, dio dos o tres pasos entre las hierbas y desapareció tan misteriosamente como había llegado. Lo busqué entre la maleza, pero no había nadie allí. Recordé la magia con las cartas. Empecé mi camino de regreso, venia deliberando sobre la extraña aparición, ansiaba por contarle lo ocurrido a don Melchor, quería saber su opinión. Ya mediaba la tarde, cuando entré por la polvorosa calle que conducía al pueblo. Al lado de una zanja de aguas residuales, había unos niños enlodados jugando con una pelota de plástico roja. Tomé la desviación que llevaba a la casa de los curanderos, al aproximar, de inmediato noté que algo ocurría allí, vi que todos se apiñaban adentro de la cocina, de hecho no pude ni siquiera entrar, así que dejé mi morral a un lado y quedé mirando por la ventana desde afuera. Eché un vistazo, tuve que hacer un esfuerzo para poder ver adentro, ya que el contraste entre la luz solar y la penumbra interna, era demasiado para mis ojos. Entre las cabezas de los demás, distinguí a un hombre extraño, sentado, platicando con los abuelos, alrededor estaban los demás compañeros. Me sorprendió, cuando percibí que el extraño, era el mismo hombre que había visto en medio de las montañas. Era un indio fornido de color cobre, casi negro, traía dos trenzas al estilo de los antiguos, parecía no tener más de cincuenta años, se vestía como los campesinos e irradiaba una energía inusual. Pensé que había sido una suerte haberme quedado afuera, ya que desde ahí tenia la mejor vista de todo lo que ocurría. Con un susurro, le pregunté al compañero que se encontraba en el interior adyacente, quería saber, quien era ése hombre. –Este es Shaak’Atl. – me contestó también susurrando. Al oír ese nombre se me erizaron los pelos, mis entrañas se contrajeron, y mis oídos empezaron a zumbar. Casi no podía creer lo que me había dicho. Lo miré con una mezcla de asombro y escepticismo, pero ahí estaba, frente a mis propios ojos, en carne y hueso. Me sentía francamente abrumado, mi mente burbujeaba con las memorias de todo lo que me habían contado sobre Shaak’atl. Decían que, era un brujo que vivió en tiempos muy remotos, de hecho, había una colección de cuentos sobre él. Dicen que siendo el guerrero impecable que era, logró fusionarse conscientemente con la fuente de todo, cuentan que así fue como él se convirtió en el viajero del infinito, un ser libre, que ya no estaba sujeto a las limitaciones de tiempo y espacio. Me encantaba oír esos cuentos de poder, pero la verdad es que los veía como algo muy lejano a mi realidad, creía que eran meras fábulas para ejemplificar la lucha del guerrero, para lograr la conexión con el intento. ¡Verlo ahí platicando con los abuelos, era algo que no me lo esperaba! Al principio, hablaban en náhuatl pero después empezaron a hablar en español. Él ciertamente tenía, una manera muy sui generis de hablar que resulta difícil explicar. Por ejemplo, al decir “Vos regalo una palabra.”, él juntó sus dedos, señaló su boca, y luego abrió la mano al frente. O como, cuando tocó los ojos, con sus dedos índices, y dijo apuntando al horizonte: “Estos ojos, han visto la eternidad.” Así, adicionando expresiones corporales a las palabras, nos contaba sus historias. Su hablar poseía un acento elegante, similar quizás, a como hablaban los nobles de antaño. Entre sus narraciones, nos contó que en uno de sus viajes, conoció a unos seres muy raros, que tenían algo como una cresta que les crecía por detrás del cuello; muy parecido a cómo crecen las uñas o el cabello en los humanos. Dijo que, de igual manera, esos seres también estaban profundamente preocupados por su apariencia; dedicaban largo tiempo en cortar y lijar sus protuberancias, que entre ellos, era un distintivo de clase social. Algunos traían sus crestas tan cortas que casi no se notaban, mientras otros las tenían largas e incluso las pintaban al estilo de la moda. Contó también sobre otros seres, a quienes describió como entes nocturnos. Dijo que carecían de ojos, pero que veían tan bien como cualquiera, según él, esos seres se asemejaban a un tipo de paquidermo, aunque tenían escamas como las serpientes. Agregó que eran muy introspectivos y que vivían en un silencio casi absoluto y cuando hablaban, lo hacían directamente adentro de la cabeza, de modo que raramente emitían sonidos. Los describió como unos ensoñadores magníficos que pasaban la mayor parte de sus existencias en viajes de ensueño. Mientras hablaba, tal vez sintió mi suspicacia, pues miró en mi dirección y dijo: –Vengo a visitaros desde la eternidad, donde el hoy y el ayer se mezclan con el mañana. Al oír eso sentí un estremecimiento. Sabía lo que significaba: estábamos frente a un ser increíble, un hombre que personificaba el intento, o tal vez, podría decirse que nos visitaba el mismo intento en el cuerpo de un hombre. A continuación, sucedieron cosas que me tomó mucho trabajo poder recordarlas. Durante años, sentía una extraña sensación, era como si trajera puesto un tapón en mi cabeza, que impedía el libre flujo de la memoria. Podría tal vez compararlo a un molesto resfriado, que nunca se acaba, y que después de un tiempo, uno termina aprendiendo a vivir con él. Como si fuera una semilla que permaneció dormida durante largo tiempo, un día, de pronto, cual botón de una flor que se abre a la luz del sol, una memoria floreció en mi mente, y empezó como un vago recuerdo, pero, la luz dentro de mi cabeza, se hizo más y más intensa, hasta que aclaró por completo la escena. Me vi de regreso afuera de la ventana, mirando mientras Shaak’Atl contaba sus historias. En un dado momento, me hizo una seña para que me acercara, y en vez de dar la vuelta, entré por la baja ventana y caminé directo hacia él. Desde mi punto de vista, en ése momento todo pasaba como en un sueño. Tendió la mano como para saludarme y, en el instante siguiente, cuando di por mí, nos encontrábamos parados, contemplando una playa solitaria. Al principio creí que se trataba de una visión, pero de pronto, sentí la arena caliente bajo mis pies, eso fue un choque que me trajo de regreso a la realidad, pero, ¿cual realidad? Mi percepción, era que en un abrir y cerrar de ojos, habíamos volado una larga distancia, desde la casa de los curanderos hasta esa playa desierta. A su señal subimos una pequeña lomita, arriba había un espacio que parecía haber sido arreglado previamente. Nos sentamos en unas piedras que convenientemente servían de sillas, había una brisa constante que soplaba sobre las bulliciosas palmas y que nos proporcionaban una sombra muy agradable. La vista era hermosa. Tengo la impresión de que ahí pasamos una eternidad, pero incluso al día de hoy se me dificulta develar algunas de esas memorias. En un determinado momento, vi como unos barcos surgían en el horizonte. Señalando con la barbilla, dijo que esos eran los conquistadores españoles, que acababan de llegar. Fue entonces que me di cuenta, de que él, no solo me había transportado en la distancia, sino que también en el tiempo. Comentó, que me había traído a este momento específico, para cumplir con mi deseo. En aquél momento no supe de qué hablaba. Hubieron de pasar años, para recordar un suceso fortuito: sucedió, cuando iba platicando con un extraño, en un viaje de autobús. En medio de la conversación, él me preguntó que si yo pudiera volver en él tiempo, que escogería ver. Sin reflexionar, y solo por contestar algo, le dije que me hubiera gustado presenciar la llegada de los conquistadores al nuevo mundo. Jamás creí que esa conversación tuviera ninguna trascendencia, y sin embargo, en aquél preciso momento, nos escuchaba el infinito.
Desde donde nos encontrábamos, teníamos una vista
privilegiada. Vi como bajaban de sus embarcaciones, primero los soldados que luchaban en contra de las olas, y jalaban los barcos hacia a la playa, luego desembarcaron comandantes y después los frailes. Me llamó la atención, que uno de ellos se arrodillara para besar a la tierra; estos, se apresuraron a fincar una cruz en la arena, donde celebraron una misa. En seguida, él me tomó del brazo y de inmediato estábamos de regreso. Íbamos por un camino por demás conocido para mi, el claro de la luna daba bastante luz como para ver todo alrededor, pero de pronto, ya no supe donde estábamos, algo estaba errado, podía reconocer las montañas pero todo estaba cambiado, de hecho, ya no era de noche, me asusté, pero Shaak’Atl me dijo como si nada hubiera pasado, que no me preocupara, sus palabras tuvieron un efecto calmante tan rápido, que en una situación normal me hubiera puesto a conjeturar al respecto. Había unos niños desnudos, muy limpios, jugando con una pelota, al parecer hecha de trapos y sisal. Él dijo que me había traído a su casa, miré alrededor, a juzgar por los cerros, obviamente estábamos en nuestro mismo poblado, pero lo que veía, era una aldea primitiva. Había gentes con vestimentas toscas, hechas a mano, traían pinturas y bordados indígenas, nos miraban con curiosidad. Me invitó a entrar en una de las chozas. Le pregunté donde estábamos y me contestó que, no era donde sino cuando. Dijo que esta era su casa original, de cuando aún vivía en este mundo. Comentó en un tono que me pareció irónico, que ya hacía mucho tiempo no venía de visita, sin embargo, la casa no parecía estar abandonada, en el medio del cuarto había un lugar para el fuego, parecía que algo se cocinaba allí. Adyacente, había una pileta tallada en piedra volcánica que contenía agua. Nos sentamos en unas esteras que al parecer estaban hechas de juncos acuáticos, entonces, como si nada, me dijo algo extraordinario: “No existe pasado o futuro, lo único que existe es un eterno presente, donde absolutamente todo, tiene lugar aquí y ahora. Por ejemplo, según tus cuentas, yo dejé este guisado cocinando aquí hace más de dos mil años, y sin embargo, aquí estamos, justo a tiempo.” Me sentía desconcertado, no supe que pensar de su afirmación. Se levantó, revolvió la olla de barro con un pedazo de palo, y sirvió dos platos de sopa, noté que los platos estaban hechos de calabazas cortadas a la mitad. Comimos, la sopa me pareció muy real, sin embargo no me sentía yo mismo, al menos no de la manera como acostumbro sentirme. Al terminar de comer, tratando de retomar el asunto le pregunté cómo era todo esto posible. Para explicar, contestó con lo que se podría categorizar como ecuaciones matemáticas aunque no reconocí a ninguno de los símbolos y diagramas que dibujó con un palo en un puñado de cenizas que esparció sobre el suelo de tierra apisonada. De pronto, estábamos de regreso en la casa, él tomaba mi mano como para saludarme. En aquél momento, desde mi punto de vista, mi interacción con él, duró solo el tiempo de un apretón de manos. Hoy sé qué tanto más hubo, sin embargo, se requirió muchos años para poder recordar. A un principio, creía haber sido el único que había pasado por tal experiencia, sin embargo, después, al oír a mis compañeros, me di cuenta, de que él se había llevado a cada uno de nosotros por separado. Uno de mis cuates, casi se muere por el choque de recordar. Relató que, según su percepción, estuvo con el viajero por más de treinta años y que ya casi había olvidado su vida anterior.
Aquél día, así como vino, Shaak’Atl simplemente se
desvaneció en la nada, y, desde nuestro punto de vista, su visita no había tomado más que un momento. Fue en verdad una gran conmoción para todos, recordar que no solo lo conocíamos bien, sino que estábamos íntimamente ligados a él. Para todos nosotros, él era un miembro más de la familia.
Me encontraba aturdido, la claridad de la memoria era tal
que parecía que acababa de pasar. La realidad de mi olvido estaba aún fresca en mi mente, me estremecía pensar sobre eso, me sentía fragmentado. Le pregunté a don Melchor como era posible haber olvidado tan completamente lo que me había ocurrido con el viajero. Me dijo: –Tenemos dos tipos de memoria, una es un proceso físico-químico que genera corrientes eléctricas adentro de nuestro cerebro, esa es una memoria superficial, que debe ser ratificada continuamente para que se vuelva un recuerdo efectivo. La otra, es una memoria total que se guarda automáticamente en diversas partes del cuerpo físico y del cuerpo de energía. Nuestro cuerpo energético graba todo lo que ocurre las veinticuatro horas de cada día, aún cuando estamos dormidos. Incluso los pequeños detalles a los que no solemos poner atención, están grabados en el momento vivido. Para recobrar ese tipo de memoria no convencional, todo lo que tienes que hacer, es regresar el punto de encaje a la misma posición en la que se encontraba cuando se dieron los eventos.” “En tu caso, el viajero creó un tapón artificial. Dispuso la intensidad vivida como si fuera un dique, para que en un dado momento y en ciertas condiciones, éste se rompiera y la memoria se te hiciera disponible. De no haberte preparado de esa manera, es muy posible que jamás volvieras a recordar nada de lo que te pasó.”
Me asombraba pensar, que los segmentos de memoria
estuvieran tan aislados unos de otros, quizás, como están las estrellas del firmamento. Tiempo después, él mismo se refirió a la extraña visita, eso a su vez, lo llevó a platicar sobre el intento, que en el idioma de ellos, es conocido, como Teot’ocatl que en español sería como decir, “entretejido-consciente” en el sentido de que, absolutamente todo, está conectado por esa fuerza. –La lección que nos deja esta visita – dijo él. –es que todo existe al mismo tiempo. El desafío, consiste en fluir con el intento, así cada momento se vuelve único, y sin embargo perpetuo. Tal vez, una forma de definir ése estado, sería decir que es un eterno fluir de aquí y ahora. Él se quedó mirando al infinito por un instante, sus ojos brillaban tanto que me asusté, pero luego volvieron a ser sus ojos de nuevo.