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El Guerrero Del Tiempo

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El Guerrero del Tiempo

p/Armando Torres

En una ocasión don Melchor agarró el mazo de cartas que


doña Silvia usaba para leer la suerte; abriendo un abanico,
me dijo que escogiera a una de ellas, al parecer le
agradaba los trucos mágicos. Siguiéndole la corriente,
saqué una carta, esperaba que adivinara el naipe pero me
dijo que la mirara fijamente, hice lo que me indicó, y lo
que ocurrió a continuación fue algo espectacular: ¡la carta
desapareció de mi mano!
Con un aire de malicia le pregunté como lo había hecho,
dijo en son de broma que los magos jamás revelan sus
secretos, sin embargo, más tarde explicó que los brujos
saben como “doblar el tiempo” y que, desde ese otro
tiempo, pueden afectar a las cosas. Dijo que para la gente
común, esos parecerían actos de magia.
–Y, ¿cómo logran doblar el tiempo? – Le pregunté.
–Eso es algo que no se puede explicar con palabras. Debes
de experimentarlo por ti mismo. – respondió.
–Sin embargo, podría comentar que doblar el tiempo, se
siente como si estuvieras en dos lugares a la vez, en uno
de ellos, todo está congelado, de ahí que puedas afectar a
las cosas con tu velocidad. Pero, eso es solo el efecto, lo
grandioso es que una vez que logres domesticar el tiempo,
podrás viajar a donde quieras, solamente desapareces de
un lugar, y reapareces en otro.
– ¿Los brujos realmente pueden hacer eso? – pregunté al
tiempo que recordaba del relato que hace Carlos en sus
libros, referente al viaje del cuerpo de ensueño.
– ¡Por supuesto! Todo lo que tienen que hacer, es romper
la continuidad; eso puede ser hecho por medio del soñar,
o, a través de doblar el tiempo con la pura percepción.
– ¿Cómo se alcanza la pura percepción?
–Eso se logra poniendo la vida en orden, no teniendo
pendientes ni fugas de energía. En otras palabras, siendo
impecable.
“La recapitulación, ayuda hacer exactamente eso, una vez
que ya no tengas pendientes, que todo esté en su lugar,
podrás manejar no solo la percepción del tiempo, sino que
el tiempo mismo.”

***

Don Melchor frecuentemente insistía, en que era necesario


buscar un encuentro directo con el espíritu.
La verdad es que en aquél tiempo, tomaba sus demandas
como metáforas, ¿de qué otra forma podría ser?
Debió cansarse de mi lentitud pues un día, dándome de
empujoncitos, y apuntando a las montañas, dijo que
debería salir a caminar y que no regresara hasta haberlo
encontrado.
Hice los preparativos y me puse en marcha, fui hacia los
cerros más bajos; de verdad no sabía qué hacer, solamente
seguí caminando sin un destino fijo.
Era un día por demás caluroso, el sonido de las chicharras
llenaba el ambiente, encontré una repisa en un paredón
donde pasar la noche.
Ya llevaba varios días vagando, sin éxito, en medio de las
montañas, por las noches siempre regresaba a la repisa, me
sentía seguro allí.
Mis raciones ya se habían agotado, los últimos dos días,
solo había comido algunas frutas silvestres y tomado agua
de los charcos.
Estaba cansado, quería regresar pero no osaba
desobedecer, de manera que me resigné a mi destino.
Tan pronto como me relajé, me sentí mucho mejor, me
posesionó un optimismo inesperado, deliberaba que hacer
en seguida, cuando un hombre apareció literalmente de la
nada, la aparición fue tan repentina que no tuve tiempo de
reaccionar.
Me dijo sin más, que ya había encontrado lo que andaba
buscando y que debería regresar a la casa; luego, dio dos o
tres pasos entre las hierbas y desapareció tan
misteriosamente como había llegado.
Lo busqué entre la maleza, pero no había nadie allí.
Recordé la magia con las cartas.
Empecé mi camino de regreso, venia deliberando sobre la
extraña aparición, ansiaba por contarle lo ocurrido a don
Melchor, quería saber su opinión.
Ya mediaba la tarde, cuando entré por la polvorosa calle
que conducía al pueblo. Al lado de una zanja de aguas
residuales, había unos niños enlodados jugando con una
pelota de plástico roja.
Tomé la desviación que llevaba a la casa de los
curanderos, al aproximar, de inmediato noté que algo
ocurría allí, vi que todos se apiñaban adentro de la cocina,
de hecho no pude ni siquiera entrar, así que dejé mi morral
a un lado y quedé mirando por la ventana desde afuera.
Eché un vistazo, tuve que hacer un esfuerzo para poder ver
adentro, ya que el contraste entre la luz solar y la
penumbra interna, era demasiado para mis ojos.
Entre las cabezas de los demás, distinguí a un hombre
extraño, sentado, platicando con los abuelos, alrededor
estaban los demás compañeros.
Me sorprendió, cuando percibí que el extraño, era el
mismo hombre que había visto en medio de las montañas.
Era un indio fornido de color cobre, casi negro, traía dos
trenzas al estilo de los antiguos, parecía no tener más de
cincuenta años, se vestía como los campesinos e irradiaba
una energía inusual.
Pensé que había sido una suerte haberme quedado afuera,
ya que desde ahí tenia la mejor vista de todo lo que
ocurría.
Con un susurro, le pregunté al compañero que se
encontraba en el interior adyacente, quería saber, quien era
ése hombre.
–Este es Shaak’Atl. – me contestó también susurrando.
Al oír ese nombre se me erizaron los pelos, mis entrañas
se contrajeron, y mis oídos empezaron a zumbar. Casi no
podía creer lo que me había dicho.
Lo miré con una mezcla de asombro y escepticismo, pero
ahí estaba, frente a mis propios ojos, en carne y hueso. Me
sentía francamente abrumado, mi mente burbujeaba con
las memorias de todo lo que me habían contado sobre
Shaak’atl.
Decían que, era un brujo que vivió en tiempos muy
remotos, de hecho, había una colección de cuentos sobre
él.
Dicen que siendo el guerrero impecable que era, logró
fusionarse conscientemente con la fuente de todo, cuentan
que así fue como él se convirtió en el viajero del infinito,
un ser libre, que ya no estaba sujeto a las limitaciones de
tiempo y espacio.
Me encantaba oír esos cuentos de poder, pero la verdad es
que los veía como algo muy lejano a mi realidad, creía que
eran meras fábulas para ejemplificar la lucha del guerrero,
para lograr la conexión con el intento.
¡Verlo ahí platicando con los abuelos, era algo que no me
lo esperaba!
Al principio, hablaban en náhuatl pero después empezaron
a hablar en español.
Él ciertamente tenía, una manera muy sui generis de
hablar que resulta difícil explicar.
Por ejemplo, al decir “Vos regalo una palabra.”, él juntó
sus dedos, señaló su boca, y luego abrió la mano al frente.
O como, cuando tocó los ojos, con sus dedos índices, y
dijo apuntando al horizonte:
“Estos ojos, han visto la eternidad.”
Así, adicionando expresiones corporales a las palabras,
nos contaba sus historias.
Su hablar poseía un acento elegante, similar quizás, a
como hablaban los nobles de antaño.
Entre sus narraciones, nos contó que en uno de sus viajes,
conoció a unos seres muy raros, que tenían algo como una
cresta que les crecía por detrás del cuello; muy parecido a
cómo crecen las uñas o el cabello en los humanos.
Dijo que, de igual manera, esos seres también estaban
profundamente preocupados por su apariencia; dedicaban
largo tiempo en cortar y lijar sus protuberancias, que entre
ellos, era un distintivo de clase social.
Algunos traían sus crestas tan cortas que casi no se
notaban, mientras otros las tenían largas e incluso las
pintaban al estilo de la moda.
Contó también sobre otros seres, a quienes describió como
entes nocturnos. Dijo que carecían de ojos, pero que veían
tan bien como cualquiera, según él, esos seres se
asemejaban a un tipo de paquidermo, aunque tenían
escamas como las serpientes.
Agregó que eran muy introspectivos y que vivían en un
silencio casi absoluto y cuando hablaban, lo hacían
directamente adentro de la cabeza, de modo que raramente
emitían sonidos.
Los describió como unos ensoñadores magníficos que
pasaban la mayor parte de sus existencias en viajes de
ensueño.
Mientras hablaba, tal vez sintió mi suspicacia, pues miró
en mi dirección y dijo:
–Vengo a visitaros desde la eternidad, donde el hoy y el
ayer se mezclan con el mañana.
Al oír eso sentí un estremecimiento.
Sabía lo que significaba: estábamos frente a un ser
increíble, un hombre que personificaba el intento, o tal
vez, podría decirse que nos visitaba el mismo intento en el
cuerpo de un hombre.
A continuación, sucedieron cosas que me tomó mucho
trabajo poder recordarlas.
Durante años, sentía una extraña sensación, era como si
trajera puesto un tapón en mi cabeza, que impedía el libre
flujo de la memoria.
Podría tal vez compararlo a un molesto resfriado, que
nunca se acaba, y que después de un tiempo, uno termina
aprendiendo a vivir con él.
Como si fuera una semilla que permaneció dormida
durante largo tiempo, un día, de pronto, cual botón de una
flor que se abre a la luz del sol, una memoria floreció en
mi mente, y empezó como un vago recuerdo, pero, la luz
dentro de mi cabeza, se hizo más y más intensa, hasta que
aclaró por completo la escena.
Me vi de regreso afuera de la ventana, mirando mientras
Shaak’Atl contaba sus historias.
En un dado momento, me hizo una seña para que me
acercara, y en vez de dar la vuelta, entré por la baja
ventana y caminé directo hacia él.
Desde mi punto de vista, en ése momento todo pasaba
como en un sueño.
Tendió la mano como para saludarme y, en el instante
siguiente, cuando di por mí, nos encontrábamos parados,
contemplando una playa solitaria. Al principio creí que se
trataba de una visión, pero de pronto, sentí la arena
caliente bajo mis pies, eso fue un choque que me trajo de
regreso a la realidad, pero, ¿cual realidad?
Mi percepción, era que en un abrir y cerrar de ojos,
habíamos volado una larga distancia, desde la casa de los
curanderos hasta esa playa desierta.
A su señal subimos una pequeña lomita, arriba había un
espacio que parecía haber sido arreglado previamente.
Nos sentamos en unas piedras que convenientemente
servían de sillas, había una brisa constante que soplaba
sobre las bulliciosas palmas y que nos proporcionaban una
sombra muy agradable.
La vista era hermosa.
Tengo la impresión de que ahí pasamos una eternidad,
pero incluso al día de hoy se me dificulta develar algunas
de esas memorias.
En un determinado momento, vi como unos barcos surgían
en el horizonte.
Señalando con la barbilla, dijo que esos eran los
conquistadores españoles, que acababan de llegar.
Fue entonces que me di cuenta, de que él, no solo me
había transportado en la distancia, sino que también en el
tiempo.
Comentó, que me había traído a este momento específico,
para cumplir con mi deseo. En aquél momento no supe de
qué hablaba.
Hubieron de pasar años, para recordar un suceso fortuito:
sucedió, cuando iba platicando con un extraño, en un viaje
de autobús.
En medio de la conversación, él me preguntó que si yo
pudiera volver en él tiempo, que escogería ver.
Sin reflexionar, y solo por contestar algo, le dije que me
hubiera gustado presenciar la llegada de los
conquistadores al nuevo mundo. Jamás creí que esa
conversación tuviera ninguna trascendencia, y sin
embargo, en aquél preciso momento, nos escuchaba el
infinito.

Desde donde nos encontrábamos, teníamos una vista


privilegiada.
Vi como bajaban de sus embarcaciones, primero los
soldados que luchaban en contra de las olas, y jalaban los
barcos hacia a la playa, luego desembarcaron comandantes
y después los frailes. Me llamó la atención, que uno de
ellos se arrodillara para besar a la tierra; estos, se
apresuraron a fincar una cruz en la arena, donde
celebraron una misa.
En seguida, él me tomó del brazo y de inmediato
estábamos de regreso.
Íbamos por un camino por demás conocido para mi, el
claro de la luna daba bastante luz como para ver todo
alrededor, pero de pronto, ya no supe donde estábamos,
algo estaba errado, podía reconocer las montañas pero
todo estaba cambiado, de hecho, ya no era de noche, me
asusté, pero Shaak’Atl me dijo como si nada hubiera
pasado, que no me preocupara, sus palabras tuvieron un
efecto calmante tan rápido, que en una situación normal
me hubiera puesto a conjeturar al respecto.
Había unos niños desnudos, muy limpios, jugando con una
pelota, al parecer hecha de trapos y sisal.
Él dijo que me había traído a su casa, miré alrededor, a
juzgar por los cerros, obviamente estábamos en nuestro
mismo poblado, pero lo que veía, era una aldea primitiva.
Había gentes con vestimentas toscas, hechas a mano,
traían pinturas y bordados indígenas, nos miraban con
curiosidad.
Me invitó a entrar en una de las chozas.
Le pregunté donde estábamos y me contestó que, no era
donde sino cuando.
Dijo que esta era su casa original, de cuando aún vivía en
este mundo. Comentó en un tono que me pareció irónico,
que ya hacía mucho tiempo no venía de visita, sin
embargo, la casa no parecía estar abandonada, en el medio
del cuarto había un lugar para el fuego, parecía que algo se
cocinaba allí.
Adyacente, había una pileta tallada en piedra volcánica
que contenía agua.
Nos sentamos en unas esteras que al parecer estaban
hechas de juncos acuáticos, entonces, como si nada, me
dijo algo extraordinario: “No existe pasado o futuro, lo
único que existe es un eterno presente, donde
absolutamente todo, tiene lugar aquí y ahora.
Por ejemplo, según tus cuentas, yo dejé este guisado
cocinando aquí hace más de dos mil años, y sin embargo,
aquí estamos, justo a tiempo.”
Me sentía desconcertado, no supe que pensar de su
afirmación. Se levantó, revolvió la olla de barro con un
pedazo de palo, y sirvió dos platos de sopa, noté que los
platos estaban hechos de calabazas cortadas a la mitad.
Comimos, la sopa me pareció muy real, sin embargo no
me sentía yo mismo, al menos no de la manera como
acostumbro sentirme.
Al terminar de comer, tratando de retomar el asunto le
pregunté cómo era todo esto posible.
Para explicar, contestó con lo que se podría categorizar
como ecuaciones matemáticas aunque no reconocí a
ninguno de los símbolos y diagramas que dibujó con un
palo en un puñado de cenizas que esparció sobre el suelo
de tierra apisonada.
De pronto, estábamos de regreso en la casa, él tomaba mi
mano como para saludarme. En aquél momento, desde mi
punto de vista, mi interacción con él, duró solo el tiempo
de un apretón de manos.
Hoy sé qué tanto más hubo, sin embargo, se requirió
muchos años para poder recordar.
A un principio, creía haber sido el único que había pasado
por tal experiencia, sin embargo, después, al oír a mis
compañeros, me di cuenta, de que él se había llevado a
cada uno de nosotros por separado.
Uno de mis cuates, casi se muere por el choque de
recordar. Relató que, según su percepción, estuvo con el
viajero por más de treinta años y que ya casi había
olvidado su vida anterior.

Aquél día, así como vino, Shaak’Atl simplemente se


desvaneció en la nada, y, desde nuestro punto de vista, su
visita no había tomado más que un momento. Fue en
verdad una gran conmoción para todos, recordar que no
solo lo conocíamos bien, sino que estábamos íntimamente
ligados a él.
Para todos nosotros, él era un miembro más de la familia.

Me encontraba aturdido, la claridad de la memoria era tal


que parecía que acababa de pasar.
La realidad de mi olvido estaba aún fresca en mi mente,
me estremecía pensar sobre eso, me sentía fragmentado.
Le pregunté a don Melchor como era posible haber
olvidado tan completamente lo que me había ocurrido con
el viajero.
Me dijo: –Tenemos dos tipos de memoria, una es un
proceso físico-químico que genera corrientes eléctricas
adentro de nuestro cerebro, esa es una memoria
superficial, que debe ser ratificada continuamente para que
se vuelva un recuerdo efectivo.
La otra, es una memoria total que se guarda
automáticamente en diversas partes del cuerpo físico y del
cuerpo de energía.
Nuestro cuerpo energético graba todo lo que ocurre las
veinticuatro horas de cada día, aún cuando estamos
dormidos.
Incluso los pequeños detalles a los que no solemos poner
atención, están grabados en el momento vivido. Para
recobrar ese tipo de memoria no convencional, todo lo que
tienes que hacer, es regresar el punto de encaje a la misma
posición en la que se encontraba cuando se dieron los
eventos.”
“En tu caso, el viajero creó un tapón artificial.
Dispuso la intensidad vivida como si fuera un dique, para
que en un dado momento y en ciertas condiciones, éste se
rompiera y la memoria se te hiciera disponible.
De no haberte preparado de esa manera, es muy posible
que jamás volvieras a recordar nada de lo que te pasó.”

Me asombraba pensar, que los segmentos de memoria


estuvieran tan aislados unos de otros, quizás, como están
las estrellas del firmamento.
Tiempo después, él mismo se refirió a la extraña visita,
eso a su vez, lo llevó a platicar sobre el intento, que en el
idioma de ellos, es conocido, como Teot’ocatl que en
español sería como decir, “entretejido-consciente” en el
sentido de que, absolutamente todo, está conectado por esa
fuerza.
–La lección que nos deja esta visita – dijo él. –es que todo
existe al mismo tiempo.
El desafío, consiste en fluir con el intento, así cada
momento se vuelve único, y sin embargo perpetuo.
Tal vez, una forma de definir ése estado, sería decir que es
un eterno fluir de aquí y ahora.
Él se quedó mirando al infinito por un instante, sus ojos
brillaban tanto que me asusté, pero luego volvieron a ser
sus ojos de nuevo.

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