El Triunfo de La Democracia
El Triunfo de La Democracia
El Triunfo de La Democracia
RESUMEN:
En el seno de la tercera ola suelen identificarse además dos subfases. Las transiciones
democráticas anteriores a 1989, como la española, argentina, etc., en la que los países
democratizados pertenecen mayoritariamente al radio de acción occidental (o mejor dicho,
norteamericano) y, a partir de esas fechas, los procesos de cambio político que suceden al
derrumbamiento de las antiguas URSS y Yugoslavia (sin olvidar excepciones como Chile,
Panamá o Nicaragua, que transitan hacia la democracia durante este posterior subciclo aún
perteneciendo a la órbita del bloque pro-occidental). A diferencia de las dos anteriores oleadas
democráticas, la tercera se produjo sin la utilización previa de la violencia como fórmula de
acceso a la misma. Las transiciones de fin de siglo fueron procesos de cambio político
negociados entre los integrantes/representantes/defensores del régimen no democrático
anterior y la oposición contraria al status quo autoritario. Recorrió territorios con múltiples
diferencias culturales, sociales, económicas y, por supuesto, políticas. Los nuevos sistemas
recién constituidos también han evolucionado hasta hoy de forma distinta pero, ninguno de
ellos o, muy pocos, fenecieron por muy crítica que haya sido su estabilidad hasta el día de hoy.
Desde entonces se interpretó la llegada de la democracia en clave de victoria definitiva sobre
otras alternativas de regulación y convivencia política, celebrando con ello de paso, el
simbólico y tan controvertido «fin de la historia». ¿Dónde residía o en qué consistió esta
victoria definitiva de la democracia?
A grandes rasgos pueden señalarse dos grandes perspectivas teóricas que hayan abordado el
análisis de los procesos de cambio político hacia la democracia. Por un lado el enfoque
funcional o estructural, que advierte la imprescindible presencia de motores culturales,
sociales o económicos como factores generadores de la democratización. Por otro, el enfoque
genético o estratégico, de marcado carácter politológico y, según el cual, son las élites políticas
(a través de su dinámica negociadora y, concretamente, de la batalla entre las estrategias que
las diferentes fuerzas emplean entre sí para vencer la «pacífica» batalla del cambio: quién
resultará más beneficiado en un hipotético futuro, lejano o cercano, con el cambio de reglas de
juego), y no los condicionamientos estructurales quienes protagonizan verdaderamente ese
tránsito
Los aportes de la politología al campo de estudios que tratamos son especialmente notables y
significativos. Sin embargo, pensamos, sus esfuerzos no se han orientado hacia una
comprensión o explicación global del fenómeno sino tan solo a señalar una serie de
respuestas cuya validez únicamente cobra sentido dentro de su propio ámbito disciplinar. Han
subrayado, en efecto, cuál es la puerta a través de la cual puede comenzarse el análisis de la
democratización a finales del siglo XX, esto es, las élites políticas, pero, en nuestra opinión, no
han utilizado la misma de forma adecuada5. Las élites protagonistas de las transiciones
democráticas, bajo nuestro punto de vista, poseen una naturaleza muy diferente a la de los
gobernantes pretéritos que, en gran medida, están relacionados con el régimen autoritario del
que desean librarse.
Desde la perspectiva señalada, las transiciones de fin de siglo (dentro de las cuales el
derrumbamiento del sistema comunista adquiere un rol protagónico), representan uno de los
capítulos determinantes para entender la realidad contemporánea de un grueso generacional
importante. Sus consecuencias directas o las reflexiones planteadas a lo largo de estos
procesos, son parte integrante de nuestro mundo actual.
El retroceso de los grandes paradigmas historiográficos que durante los siglos XIX y XX
dominaron el panorama profesional de nuestra disciplina institucionalizada, ha provocado que
el objeto o problema de estudio pueda prevalecer siempre como la cuestión prioritaria en
lugar del modelo de análisis que se desea aplicar sobre él.
En adelante propondremos, a modo de ejemplo, un hipotético marco teórico a partir del cual
comenzar el desafío que supone el análisis de la democratización a finales de siglo XX. El
mismo contiene los elementos que, bajo nuestro punto de vista, debería contemplar cualquier
estudio referido al tema en base a la óptica expuesta, pero que no guarda otra esperanza más
que la de despertar el interés por una etapa histórica que todavía sigue representando toda
una auténtica incógnita.
Las transiciones del Cono Sur latinoamericano, por ejemplo, partieron de regímenes no
democráticos muy distintos a los de la Europa meridional, central u oriental porque, para
comenzar, las circunstancias que provocaron su irrupción tampoco fueron las mismas. Si en
España, Portugal, la ex URSS o ex Yugoslavia y los antiguos PECOs, hemos de retroceder hasta
verdaderos acontecimientos bélicos a escala nacional o internacional, a partir de los cuales
queda enclavada la legitimidad tradicional de sus sistemas no democráticos, los regímenes
burocrático-autoritarios latinoamericanos acudirán al auxilio de la civilización cristiana
occidental, amenazada por la subversión revolucionaria de los años sesenta-setenta.
En cuanto a la segunda estrategia, esto es, la dimensión constructiva, destacan los casos
chileno (Garretón, 1998) y brasileño (D´Alva, 1998), donde los regímenes autoritarios
implementan una completa reestructuración económica del país a partir de los modelos
neoliberales (recuérdese el caso de los «Chicago Boys» chilenos), asimilados también tanto por
uruguayos como por argentinos.
Podemos rastrear los diferentes aspectos de esas crisis en función de tres o cuatro grandes
direcciones que nos permitirán después adoptar caminos diversos. La más destacable,
seguramente, sea la situación económica de todos los gobiernos no democráticos a partir de la
década de los setenta. Ha de valorarse que, aproximadamente desde la crisis del petróleo en
1973, comienza un periodo de reajuste en el sistema económico internacional que resultará
bastante dañino a todos estos gobiernos caracterizados por la falta de permeabilidad en
cuanto a los vaivenes cíclicos de la economía. Es el final del gran ciclo que comenzase tras la
Segunda Guerra Mundial y que llevó a un crecimiento constante de la economía mundial, para
pasar a la que es denominada como fase postindustrial del capitalismo (Hobsbawm, 1995: 403-
432). Cambio que, irónicamente, golpeará con más fuerza si cabe a los sistemas autárquicos
que, en teoría, se hallan aislados del sistema capitalista (como el soviético).
La Iglesia Católica adquiere un rol capital dentro del proceso de cambio. En definitiva, las
instituciones que tradicionalmente han conservado el poder en determinadas regiones
dependiendo de su evolución histórica particular, son agentes elementales durante el proceso
de cambio porque condensan la adhesión de un conjunto de segmentos sociales muy amplio.
Pero no sólo hemos de tornar nuestra vista hacia instituciones tradicionales como la Iglesia, la
Monarquía, las aristocracias, etc., etc. El sistema económico internacional, por ejemplo,
también ha generado las suyas propias (véase el caso de la transición boliviana en función de la
problemática que plantea la relación de su régimen no democrático con el mercado de la coca
o los recursos mineros)
Entre la tercera fase democratizadora, la tercera oleada, y las dos primeras fases, existe una
diferencia notable: la democracia no es precedida por el derramamiento de sangre. Este es un
indicador de madurez por parte del mundo actual, hastiado de un siglo XX repleto de
situaciones conflictivas, pero también de debilidad, por cuanto la democracia tiene más de
concesión de poder que de conquista social.
En la Europa central y oriental, el derrumbamiento del sistema comunista obligó a una «triple
transición» sin parangón en el resto de casos. Además de la específicamente poliárquica, el
área hubo de afrontar un reajuste económico a la órbita capitalista justo cuando la propia
economía capitalista estaba, a su vez, en plena crisis de transformación.Y en segundo término,
dicho espacio fue testigo también de problemas de integración territorial y nacional que
oscilaron desde la pacífica separación de Checoslovaquia y Eslovaquia (De Cueto Nogueras,
2001: 137-205) hasta el estallido de la Guerra de los Balcanes a mediados de los noventa
(Palacios, 2003: 265-305)17. En América Latina se puso fin a dictaduras militares
especialmente sangrientas que gozaron de impunidad para hacer de sus países auténticos
laboratorios vivientes, tanto de sus métodos de represión como de sus proyectos políticos. Los
gobiernos de seguridad nacional aseguraron la transición desde «el desarrollo sin democracia
hasta la democracia sin desarrollo» (Pajín, 2004), llevando así a cabo la adaptación de América
Latina al nuevo milenio.