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El Triunfo de La Democracia

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El triunfo de la democracia

RESUMEN:

El artículo que se ofrece a continuación pretende reflexionar acerca de los procesos de


democratización de finales del siglo XX (la tercera ola). El objetivo central es aspirar a entender
la democratización desde el punto de vista de sus protagonistas dentro de contextos muy
variados para señalar las claves del que pudo ser el último gran cambio que sienta las bases
materiales e ideológicas del mundo actual.

1. Las tres oleadas democratizadoras

El establecimiento de sistemas de ordenamiento político democrático en los tiempos


modernos ha cumplido un ciclo gradual en el que pueden distinguirse tres grandes fases. Las
revoluciones liberales inglesas del siglo XVII, la Revolución Francesa y la Guerra de
Independencia Norteamericana entre finales del XVIII y principios del XIX, son los focos
originarios de la primera de ellas. Su influencia se trasladará paulatinamente a países como
España, Argentina, Suiza o Uruguay, que experimentarán la aplicación de tales modelos hasta
el primer tercio de siglo XX. Siendo las razones esgrimidas para explicar este impulso inicial, el
consenso mínimo alcanzado en torno a la organización del Estado, la extensión de la educación
y, sobre todo, el desarrollo económico basado en el impulso industrializador, la urbanización y
evolución de los transportes, que contribuyen a generar la aparición del segmento social
llamado a ser el gran protagonista de la moderna democracia liberal, las clases medias, cuya
importancia irá aumentando en el espacio político frente a los absolutismos monárquicos o los
sectores aristocráticos u oligárquicos junto con la fuerza motriz de tal crecimiento, la clase
obrera.

Los avances de la democracia se verán amenazados por su propia incapacidad para


evolucionar ante los cambios bruscos que propone el capitalismo al que parece
irremediablemente vinculada, a la persistencia de estructuras de poder tradicionales muy
arraigadas en algunas naciones que intentan su advenimiento y, además, en el plano exterior,
a la irrupción de dos grandes alternativas, el fascismo y el comunismo, que se proyectarán de
forma agresiva hacia el resto del concierto internacional (sin que haya en esto, por cierto,
mucha diferencia respecto a la actitud expansionista de las referenciales potencias
democráticas, Estados Unidos, Reino Unido y Francia). La segunda fase democratizadora, la
segunda ola, fue consecuencia directa de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. De
ella derivaron tres categorías de países que accedieron a la democracia: los vencidos (Alemania
occidental –RFA–, Japón, Italia o Austria); los que fueron colateralmente arrastrados por su
ejemplo (Argentina, Venezuela, Turquía, Grecia, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, etc.), y todas
aquellas naciones liberadas a causa del proceso de descolonización posterior (destacando por
encima del resto las ubicadas dentro del continente africano). Sin embargo, aquella victoria no
fue del todo completa y menos aún definitiva. El comunismo persistió durante toda la Guerra
Fría como alternativa frente los regímenes democráticos. Además, la avalancha que había
sucedido a los años inmediatos de postguerra fue diluyéndose poco a poco (provocada en
buena medida por ese enfrentamiento contra el comunismo), hasta hacer que en África,
pongamos por muestra, entre treinta y treinta y cinco democracias recién creadas después de
la descolonización pasasen a ser sistemas autoritarios de 1956 a 1975. Del mismo modo que
en América Latina, donde sucesivos golpes militares dieron al traste con sistemas legalmente
constituidos haciendo que, nueve de los diez países latinoamericanos de origen español que
eran democráticos en 1960, cayesen bajo la égida del autoritarismo trece años después (a
excepción de dos, Colombia y Venezuela, y de Brasil, aunque de ascendencia portuguesa
también autoritario desde 1964). Pakistán, Filipinas, Taiwán, nuevamente Grecia, etc., fueron
algunos otros ejemplos de que la democracia continuaba siendo todavía un proyecto inviable
en ciertas regiones del mundo. El 25 de abril de 1974 la «Revolución de los Claveles»
portuguesa inaugura oficialmente el tercer gran ciclo democratizador. Alrededor de una
treintena de países adoptaban de este modo regímenes democráticos.Véanse algunos de ellos
clasificados por áreas geográficas.

En el seno de la tercera ola suelen identificarse además dos subfases. Las transiciones
democráticas anteriores a 1989, como la española, argentina, etc., en la que los países
democratizados pertenecen mayoritariamente al radio de acción occidental (o mejor dicho,
norteamericano) y, a partir de esas fechas, los procesos de cambio político que suceden al
derrumbamiento de las antiguas URSS y Yugoslavia (sin olvidar excepciones como Chile,
Panamá o Nicaragua, que transitan hacia la democracia durante este posterior subciclo aún
perteneciendo a la órbita del bloque pro-occidental). A diferencia de las dos anteriores oleadas
democráticas, la tercera se produjo sin la utilización previa de la violencia como fórmula de
acceso a la misma. Las transiciones de fin de siglo fueron procesos de cambio político
negociados entre los integrantes/representantes/defensores del régimen no democrático
anterior y la oposición contraria al status quo autoritario. Recorrió territorios con múltiples
diferencias culturales, sociales, económicas y, por supuesto, políticas. Los nuevos sistemas
recién constituidos también han evolucionado hasta hoy de forma distinta pero, ninguno de
ellos o, muy pocos, fenecieron por muy crítica que haya sido su estabilidad hasta el día de hoy.
Desde entonces se interpretó la llegada de la democracia en clave de victoria definitiva sobre
otras alternativas de regulación y convivencia política, celebrando con ello de paso, el
simbólico y tan controvertido «fin de la historia». ¿Dónde residía o en qué consistió esta
victoria definitiva de la democracia?

2. Teorías existentes sobre la democratización y elaboración de un modelo interpretativo


propio desde la historia.

A grandes rasgos pueden señalarse dos grandes perspectivas teóricas que hayan abordado el
análisis de los procesos de cambio político hacia la democracia. Por un lado el enfoque
funcional o estructural, que advierte la imprescindible presencia de motores culturales,
sociales o económicos como factores generadores de la democratización. Por otro, el enfoque
genético o estratégico, de marcado carácter politológico y, según el cual, son las élites políticas
(a través de su dinámica negociadora y, concretamente, de la batalla entre las estrategias que
las diferentes fuerzas emplean entre sí para vencer la «pacífica» batalla del cambio: quién
resultará más beneficiado en un hipotético futuro, lejano o cercano, con el cambio de reglas de
juego), y no los condicionamientos estructurales quienes protagonizan verdaderamente ese
tránsito

Los aportes de la politología al campo de estudios que tratamos son especialmente notables y
significativos. Sin embargo, pensamos, sus esfuerzos no se han orientado hacia una
comprensión o explicación global del fenómeno sino tan solo a señalar una serie de
respuestas cuya validez únicamente cobra sentido dentro de su propio ámbito disciplinar. Han
subrayado, en efecto, cuál es la puerta a través de la cual puede comenzarse el análisis de la
democratización a finales del siglo XX, esto es, las élites políticas, pero, en nuestra opinión, no
han utilizado la misma de forma adecuada5. Las élites protagonistas de las transiciones
democráticas, bajo nuestro punto de vista, poseen una naturaleza muy diferente a la de los
gobernantes pretéritos que, en gran medida, están relacionados con el régimen autoritario del
que desean librarse.

Desde la perspectiva señalada, las transiciones de fin de siglo (dentro de las cuales el
derrumbamiento del sistema comunista adquiere un rol protagónico), representan uno de los
capítulos determinantes para entender la realidad contemporánea de un grueso generacional
importante. Sus consecuencias directas o las reflexiones planteadas a lo largo de estos
procesos, son parte integrante de nuestro mundo actual.

El retroceso de los grandes paradigmas historiográficos que durante los siglos XIX y XX
dominaron el panorama profesional de nuestra disciplina institucionalizada, ha provocado que
el objeto o problema de estudio pueda prevalecer siempre como la cuestión prioritaria en
lugar del modelo de análisis que se desea aplicar sobre él.

En adelante propondremos, a modo de ejemplo, un hipotético marco teórico a partir del cual
comenzar el desafío que supone el análisis de la democratización a finales de siglo XX. El
mismo contiene los elementos que, bajo nuestro punto de vista, debería contemplar cualquier
estudio referido al tema en base a la óptica expuesta, pero que no guarda otra esperanza más
que la de despertar el interés por una etapa histórica que todavía sigue representando toda
una auténtica incógnita.

3.1. Origen del proceso

el régimen no democrático. Los procesos de cambio político hacia la democracia durante el


último tercio del siglo pasado se desarrollan, a primera vista, bajo un esquema de fuerzas
similar en casi todos los casos: ni la oposición al régimen no democrático posee la capacidad o
voluntad de derribarlo por la vía directa, ni el propio régimen vigente tiene solución de
continuidad incluso haciendo uso del monopolio de la violencia. Se produce una especie de
empate técnico que empujará a unos y a otros hacia la negociación, como único camino
posible para la resolución del conflicto político. Lo cual conlleva que no se produzca un cambio
radical, un corte abrupto entre un sistema y otro. ¿Dónde situar entonces el origen del proceso
democratizador? Nuestra opinión es que a pesar de que pueda observarse una relación de
fuerzas similar e incluso insistirse en la naturaleza consensual de las transiciones democráticas
de tercera oleada, el origen de la transición política es el punto que comienza a establecer las
diferencias de cada caso, puesto que ese origen está localizado en los distintos sistemas no
democráticos dentro de los cuales comienza a gestarse la democratización de forma gradual, a
partir de la progresiva desintegración del sistema no democrático precedente. Conocer al
sistema no democrático y los componentes de su crisis va a situarnos sobre la pista, no sólo de
las posibles razones que provocan el comienzo del cambio, sino a explicarnos muchos de los
factores, condiciones y problemas de cada ejemplo práctico. Pero quizás, lo que es más
importante, nos pondrá en contacto en primer lugar, con los segmentos integrantes del
régimen no democrático, que son quienes tienen la verdadera llave para el cambio de ciclo y,
en segundo término, con las raíces del movimiento opositor y las repercusiones sociales por la
pervivencia del sistema anterior. En conclusión, la piedra de toque inicial para el análisis de la
democratización a finales de siglo XX remite, desde nuestro punto de vista, al estudio de
algunos frentes significativos dentro del régimen no democrático precedente. Estos podrían
ser algunos de ellos7: – Causas del establecimiento del sistema no democrático: apoyos
nacionales e internacionales, circunstancias que favorecen su irrupción y continuidad. –
Naturaleza o características generales (para ello es especialmente valiosa la obra de Juan J.
Linz que establece una tipología de los regímenes no democráticos: autoritarios, totalitarios,
burocrático-autoritarios, sultanísticos, etc., con sus principales rasgos distintivos). – Duración y
relación en el tiempo respecto a otros sistemas de tipo no democrático (tradición democrática
o no democrática del país elegido y el entorno). – Características e impacto de la represión
(relación de las Fuerzas Armadas –FFAA– con la represión, índice de víctimas, evolución de la
represión, etc.).

Las transiciones del Cono Sur latinoamericano, por ejemplo, partieron de regímenes no
democráticos muy distintos a los de la Europa meridional, central u oriental porque, para
comenzar, las circunstancias que provocaron su irrupción tampoco fueron las mismas. Si en
España, Portugal, la ex URSS o ex Yugoslavia y los antiguos PECOs, hemos de retroceder hasta
verdaderos acontecimientos bélicos a escala nacional o internacional, a partir de los cuales
queda enclavada la legitimidad tradicional de sus sistemas no democráticos, los regímenes
burocrático-autoritarios latinoamericanos acudirán al auxilio de la civilización cristiana
occidental, amenazada por la subversión revolucionaria de los años sesenta-setenta.

Tras su irrupción, los regímenes burocrático-autoritarios latinoamericanos aplicaron una doble


estrategia política (Garretón, 1994). La primera, la dimensión reactiva expresada en las
Doctrinas de Seguridad Nacional, relacionó de forma directa y en un breve período de tiempo,
a las FFAA con el exterminio de una parte ingente de población llamada a participar en la arena
política en décadas sucesivas (llegando incluso algunos autores a afirmar la idea de la
eliminación de toda una auténtica contraélite nacional). Sin embargo, esa dimensión no se
expresó del mismo modo en Argentina, donde previamente se había producido un
cuestionamiento total de las élites que gobernaban los dos niveles de su sistema político.

En cuanto a la segunda estrategia, esto es, la dimensión constructiva, destacan los casos
chileno (Garretón, 1998) y brasileño (D´Alva, 1998), donde los regímenes autoritarios
implementan una completa reestructuración económica del país a partir de los modelos
neoliberales (recuérdese el caso de los «Chicago Boys» chilenos), asimilados también tanto por
uruguayos como por argentinos.

Un dato interesante en el tratamiento de las transiciones democráticas relacionado con la


constitución del régimen no democrático pretérito, es el que se refiere a las particularidades
derivadas de su propia evolución institucional. Mientras en el caso chileno destaca la presencia
de una personalidad que aglutina todo el poder del sistema autoritario (nos referimos a
Pinochet claro), en otros casos latinoamericanos nos vamos a encontrar con gobiernos
militares que comparten el poder de forma colegiada contando con la colaboración de civiles
que jugarán un papel clave en la transición. En Uruguay y Argentina, la participación en el
poder de segmentos militares con diferentes perspectivas políticas, practicará una división
apreciable en el interior de las propias FFAA, sirviendo como elemento desestabilizador de
estos sistemas. Pero lo que resulta quizás más interesante dentro de esa composición interna
es el «plan de salida» que algunos gobiernos autoritarios latinoamericanos van fraguando y
que les permiten afrontar la transición controlando los cauces por los cuales se desenvuelve
(véanse los cronogramas políticos de los regímenes chileno o uruguayo en los que la
ciudadanía rechazará su perpetuación –el establecimiento de una especie de
«democraduras»– a través de sendos plebiscitos populares en 1980 y 1989) (Brunner, 1990 y
Solari, 1991). Planes que van desde la participación encubierta de elementos autoritarios en
las fuerzas políticas que recogerán el testigo democrático (como en el caso brasileño), hasta la
eliminación de adversarios políticos en las primeras elecciones democráticas (como en el caso
uruguayo).
El segundo apartado relevante en el estudio de los regímenes no democráticos es el relativo a
la coyuntura crítica que obligará a sus integrantes a buscar el reciclaje en un nuevo
ordenamiento político. Desde aquellos que directa o indirectamente aceleran su propia
desintegración, como los casos argentino y griego tras sendas huidas hacia adelante con la
Guerra de las Malvinas y la Guerra turco-chipriota respectivamente, portugués (tras un golpe
militar en el seno mismo del gobierno autoritario)

Podemos rastrear los diferentes aspectos de esas crisis en función de tres o cuatro grandes
direcciones que nos permitirán después adoptar caminos diversos. La más destacable,
seguramente, sea la situación económica de todos los gobiernos no democráticos a partir de la
década de los setenta. Ha de valorarse que, aproximadamente desde la crisis del petróleo en
1973, comienza un periodo de reajuste en el sistema económico internacional que resultará
bastante dañino a todos estos gobiernos caracterizados por la falta de permeabilidad en
cuanto a los vaivenes cíclicos de la economía. Es el final del gran ciclo que comenzase tras la
Segunda Guerra Mundial y que llevó a un crecimiento constante de la economía mundial, para
pasar a la que es denominada como fase postindustrial del capitalismo (Hobsbawm, 1995: 403-
432). Cambio que, irónicamente, golpeará con más fuerza si cabe a los sistemas autárquicos
que, en teoría, se hallan aislados del sistema capitalista (como el soviético).

La Iglesia Católica adquiere un rol capital dentro del proceso de cambio. En definitiva, las
instituciones que tradicionalmente han conservado el poder en determinadas regiones
dependiendo de su evolución histórica particular, son agentes elementales durante el proceso
de cambio porque condensan la adhesión de un conjunto de segmentos sociales muy amplio.
Pero no sólo hemos de tornar nuestra vista hacia instituciones tradicionales como la Iglesia, la
Monarquía, las aristocracias, etc., etc. El sistema económico internacional, por ejemplo,
también ha generado las suyas propias (véase el caso de la transición boliviana en función de la
problemática que plantea la relación de su régimen no democrático con el mercado de la coca
o los recursos mineros)

La sociedad, obviamente, es otro punto de referencia que debemos escrutar en profundidad.


Cuando el sistema no democrático facilita mediante la apertura o deshielo social la aparición
de actos de protesta (también llamado proceso de liberalización), la pelota pasa a estar en el
tejado de la población. Movimientos organizados, como las Madres de la Plaza de Mayo en
Argentina, o verdaderas explosiones sociales.

3.3. Elecciones fundacionales y posterior proceso de consolidación y normalización


democrática

Las elecciones fundacionales cerrarían el ciclo formal de la democratización tal y como


entienden las teorías transitológicas actuales, pero lo cierto es que más allá de esta formalidad
legal se extiende un periodo de tiempo en el que es puesta a prueba la fortaleza del nuevo
sistema poliárquico. Diez años después de que los diputados españoles fuesen secuestrados en
el Congreso ante la mirada estupefacta de todo un país anclado frente al televisor, la imagen
de Boris Yeltsin defendía a la nueva Rusia libre del comunismo sobre los tanques del Ejército
soviético. El estudio de los resultados de los primeros comicios electorales es fundamental
para percibir varias cuestiones interesantes: el conservadurismo social en función de la
elección de claras figuras opositoras o de opciones continuistas relacionadas con el régimen no
democrático anterior; la integración que ha habido entre las fuerzas políticas y la sociedad
durante el proceso democratizador en función de los índices de abstención, etc., etc. Las
elecciones son un buen termómetro social para pulsar la opinión y ánimo general sobre la
democratización. A continuación debemos fijarnos en dos líneas de acción: los posibles
intentos de atentar contra el nuevo orden político y la resolución de algunos conflictos todavía
no zanjados definitivamente entre el sistema saliente y el entrante.

En definitiva, el periodo de consolidación y normalización democrática posterior es una


superficie excelente para comprobar el grado de compromiso o habilidad política que se ha
empleado durante la negociación del cambio político.

Algunos breves comentarios finales

Los procesos de democratización de la tercera ola son episodios fundamentales de la historia


actual. De ellos afloran multitud de factores y problemas significativos, gracias a los cuales
puede conocerse la evolución de las distintas sociedades, su estado, etc., manifestándose
como un sugerente ejercicio para la comprensión del presente y del pasado.

Entre la tercera fase democratizadora, la tercera oleada, y las dos primeras fases, existe una
diferencia notable: la democracia no es precedida por el derramamiento de sangre. Este es un
indicador de madurez por parte del mundo actual, hastiado de un siglo XX repleto de
situaciones conflictivas, pero también de debilidad, por cuanto la democracia tiene más de
concesión de poder que de conquista social.

En la Europa central y oriental, el derrumbamiento del sistema comunista obligó a una «triple
transición» sin parangón en el resto de casos. Además de la específicamente poliárquica, el
área hubo de afrontar un reajuste económico a la órbita capitalista justo cuando la propia
economía capitalista estaba, a su vez, en plena crisis de transformación.Y en segundo término,
dicho espacio fue testigo también de problemas de integración territorial y nacional que
oscilaron desde la pacífica separación de Checoslovaquia y Eslovaquia (De Cueto Nogueras,
2001: 137-205) hasta el estallido de la Guerra de los Balcanes a mediados de los noventa
(Palacios, 2003: 265-305)17. En América Latina se puso fin a dictaduras militares
especialmente sangrientas que gozaron de impunidad para hacer de sus países auténticos
laboratorios vivientes, tanto de sus métodos de represión como de sus proyectos políticos. Los
gobiernos de seguridad nacional aseguraron la transición desde «el desarrollo sin democracia
hasta la democracia sin desarrollo» (Pajín, 2004), llevando así a cabo la adaptación de América
Latina al nuevo milenio.

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