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TEMA 0: EL QUÉ Y EL POR QUÉ DE LA FILOSOFÍA DEL

DERECHO
1. PREMISAS GENERALES

El uso de la expresión ‘Filosofía del Derecho’ se difundió a comienzos del siglo. XIX,
concretamente a raíz de la aparición de la obra de Hegel: Los Principios de la Filosofía del
Derecho (1821); no obstante, la reflexión sobre el Derecho es tan antigua como el propio
Derecho.

En la actualidad, los libros que llevan como título Filosofía del Derecho son de una extrema
heterogeneidad, no sólo en cuanto a puntos de vista doctrinales, sino también en cuanto a los
contenidos. No existe acuerdo alguno a la hora de ofrecer una definición de Derecho ni
tampoco a la hora de definir lo que sea la Filosofía del Derecho. Y, en relación con esta última,
tampoco existe acuerdo sobre aspectos tan básicos como determinar si es una rama de la
Filosofía o una parte de la Ciencia jurídica, de qué cuestiones debería ocuparse o qué funciones
debería desempeñar en el ámbito jurídico y en la formación de los juristas. Finalmente,
tampoco existe acuerdo sobre la propia denominación “Filosofía del Derecho”, dado que
algunos prefieren utilizar la expresión “Teoría General del Derecho” o, en inglés, “General
Jurisprudence” o “Legal Theory”.

Estas diferencias terminológicas reflejan (en parte) otras divergencias, de orden teórico o
epistemológico, entre lo que se ha denominado ‘Filosofía del Derecho de los juristas’ y la
‘Filosofía del Derecho de los filósofos’ y también apuntan a la secular divergencia entre
‘iusnaturalismo’ y ‘positivismo jurídico’. De ahí que, antes de examinar las cuestiones que, bajo
nuestro punto de vista, constituyen hoy el contenido básico de la Filosofía del Derecho nos
detengamos brevemente a analizar estos aspectos, en cuanto que son el marco de referencia
indispensable para situarse actualmente en la materia.

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2. FILOSOFÍA DEL DERECHO Y TEORÍA GENERAL DEL DERECHO

La expresión “Teoría General del Derecho” apareció a finales del siglo XIX bajo la influencia del
positivismo y del empirismo, como reacción al modo en que se concebía Filosofía del Derecho
hasta ese momento. Los defensores de la Teoría General del Derecho criticaban la Filosofía del
Derecho clásica por su carácter puramente especulativo (metafísico). Las cuestiones que se
planteaban en esta disciplina trataban de responder a dos preguntas clásicas: ‘qué es el
Derecho’ y ‘qué criterios existen para determinar lo justo’. Los positivistas del XIX rechazaron
este planteamiento alegando que sólo daba lugar a consideraciones metafísicas y lo
verdaderamente importante era fundar una auténtica ciencia del Derecho.

Hasta finales del XVIII, la reflexión jurídica había girado en torno al ‘Derecho Natural’, algo que,
según González Vicén, convertía la Filosofía del Derecho en pura metafísica jurídica. La
metafísica, como búsqueda de la esencia de las cosas, a principios del XIX comenzó a tener una
valoración muy negativa debido al clamoroso predominio de las doctrinas empiristas cuyo
presupuesto radicaba en afirmar que no había ninguna ‘esencia’ que buscar en las cosas y que,
por tanto, el significado de las palabras (materia, forma, sustancia, ser, justicia, libertad, etc.)
no remitía a ninguna realidad universal y abstracta; es decir, que era puramente convencional.
La única realidad está en las propias cosas y en los hechos y, por tanto, la única posibilidad de
conocimiento verdadero pasa por la constatación empírica. El método científico experimental
se convierte en el paradigma metodológico de todo aquello que quiera llamarse ciencia.

Así pues, el triunfo de la nueva denominación ‘Teoría General del Derecho’ no fue un simple
capricho semántico, sino que indicaba la aparición de un nuevo método en la reflexión filosófica
de matriz jurídica, ligada a la aparición de nuevos problemas jurídico-políticos (soberanía
popular, construcción del Estado, derechos naturales, legitimidad del poder…). De ahí que se
arrinconara la Filosofía del Derecho tradicional, en tanto que se refería a un inexistente
Derecho ideal, y se promoviera la Teoría General del Derecho como una disciplina dedicada a
analizar el Derecho realmente existente; o sea, que se ocupaba solamente del Derecho
positivo. Como consecuencia, durante este periodo se estableció una cierta vinculación entre
la Filosofía del Derecho y las doctrinas iusnaturalistas y entre la Teoría General del Derecho y
el positivismo jurídico (luego lo veremos con detalle).

La Teoría General del Derecho conoció una expansión considerable en la primera mitad del
siglo XX, concretamente bajo la influencia del jurista austriaco Hans Kelsen (1881-1973) que
representó una versión renovada del positivismo jurídico, conocida como “normativismo”, bajo
el influjo de su famosa obra Teoría Pura del Derecho. Kelsen fundó en 1926, junto con Duguit
y Weyr, una revista cuyo título respondía precisamente a esta denominación: la Revista
Internacional de Teoría del Derecho.

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No obstante, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, a la vista de sus
devastadores efectos y las atrocidades del régimen nazi en relación con el genocidio judío, las
doctrinas iusnaturalistas —preocupadas por establecer los fundamentos de un Derecho justo
y fijar límites al poder del Estado— resurgieron especialmente en Alemania y la expresión
Filosofía del Derecho, que había permanecido oscurecida, volvió a ganar terreno como título
para las publicaciones especializadas y para las enseñanzas universitarias.

En los años cincuenta, a causa del desarrollo en Inglaterra y en Estados Unidos de la filosofía
analítica, crecieron nuevamente los seguidores del positivismo jurídico y rebrotó con ellos la
denominación Teoría General del Derecho. A partir del último tercio del siglo pasado, a pesar
del declive del positivismo jurídico, la Filosofía del Derecho y la Teoría General del Derecho se
presentan ya como dos disciplinas autónomas con contenidos diferentes. La Filosofía del
Derecho aparece como una disciplina especulativa y normativa que se ocupa de estudiar la
ontología jurídica, buscando la ‘esencia’ del Derecho y de ciertos conceptos como la
democracia, el Estado o la persona; de la teleología jurídica, tratando de determinar los fines
del Derecho; y de la axiología jurídica, dirigida a analizar el problema de la justicia.

Por su parte, la Teoría General del Derecho, recurriendo al método científico, trataría
exclusivamente de describir y analizar el Derecho tal y como es, excluyendo de su análisis todo
juicio de valor; es decir, se presenta a sí misma como la auténtica Ciencia del Derecho. De este
modo se aleja del espacio propio de la Filosofía del Derecho, que podría subsistir como
disciplina autónoma, aunque moviéndose en un nivel de abstracción más elevado.

Esta distinción metodológica y de contenidos, que podría considerarse bastante razonable,


nunca ha sido respetada ni en las obras que hoy se publican sobre ambas materias ni en los
programas que se estudian en las Facultades de Derecho. En la práctica, sea cual sea el título
con el que publique una obra en este campo, resulta imposible prever qué tipo de cuestiones
abordará, en qué nivel de abstracción se situará, el método que empleará o la corriente
doctrinal a la que se acogerá.

No obstante, por regla general, cuando para rotular un contenido se utiliza la expresión Teoría
General del Derecho, la obra en cuestión suele ofrecer una connotación de corte positivista;
pero puede perfectamente ocurrir que una obra con ese título resulte principalmente
especulativa y tenga por autor a un iusnaturalista. Y viceversa, puede que una obra escrita por
un positivista lleve como título Filosofía del Derecho, aunque esté dedicada a la estructura de
las normas o al ordenamiento jurídico como sistema. De manera que, en la actualidad, resulta
imposible distinguir ambas disciplinas ni por sus nombres, ni por sus contenidos; una buena
prueba de ello está en la absoluta heterogeneidad que presentan hoy los programas de grado
de ambas materias, en función de los docentes que las imparten y de las universidades en las
que se cursan.

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3. FILOSOFÍA DEL DERECHO DE LOS FILÓSOFOS Y FILOSOFÍA DEL DERECHO
DE LOS JURISTAS

Consecuencia, en parte, de la divergencia anteriormente señalada, surge una cierta oposición


entre la que podría denominarse Filosofía del Derecho de los filósofos y la que conocemos como
Filosofía del Derecho de los juristas. La primera sería, ante todo, una Filosofía ‘aplicada’ y
consistiría principalmente en la trasposición de las grandes doctrinas filosóficas a los problemas
del Derecho y de la Justicia. Es decir, se trataría de analizar cómo abordaron las distintas
corrientes filosóficas los problemas jurídicos clásicos sobre la ley, la obediencia al derecho, el
poder del Estado, etc. En relación a este contenido, Filosofía del Derecho de los filósofos se
distingue mal de aquellas otras ramas de la Filosofía que por una razón o por otra analizan
muchas nociones ligadas al Derecho, como son la Filosofía moral, la Filosofía de las ciencias o
la Filosofía política.

Por otra parte, en el ámbito académico, la Filosofía del Derecho de los filósofos no está
exclusivamente ligada a aquellos autores que provienen del campo de la filosofía, sino que
también suele cultivarse por muchos juristas (principalmente como ‘historia del pensamiento
jurídico’) pero, sobre todo, por quienes, desde una posición iusnaturalista, consideran que la
Filosofía del Derecho no puede prescindir de un conocimiento profundo de la doctrina del
Derecho Natural y que hoy, debido a la crisis del humanismo, tiene como tarea principal ofrecer
un fundamento sólido (como lo fue la idea de naturaleza humana para los clásicos) que permita
recuperar la universalidad requerida en cuestiones como la dignidad del ser humano o la
fundamentación de los Derechos Humanos.

Esta concepción ha sido (y es) muy criticada por los autores de inspiración positivista ya que
reposa sobre la idea de que para los iusnaturalistas “las soluciones a los problemas jurídicos se
encuentran en las obras de los filósofos y no en la experiencia jurídica” (Bobbio). Hacer esto
supone para los positivistas introducirse en un terreno puramente especulativo (la metafísica)
y no en la reflexión propiamente jurídica. En consecuencia, la denominada Filosofía del Derecho
de los juristas pretende apartarse del análisis filosófico, centrándose exclusivamente en la
experiencia jurídica y presentándose como una reflexión sobre la realidad del Derecho. En
efecto, Bobbio, uno de sus principales exponentes, incluye como temas propios de la Filosofía
del Derecho de los juristas: el concepto de Derecho, la teoría de la justicia y la teoría de la
ciencia jurídica; pero precisando que no se trata de especular sobre las esencias sino de analizar
los fenómenos jurídicos. Pero como puede verse, aunque los puntos de vista son efectivamente
diferentes, los contenidos no dejan de ser parecidos.

En definitiva, la Filosofía del Derecho de los juristas no buscaría determinar la esencia del
Derecho, sino elaborar un concepto de Derecho que permita comprender el fenómeno jurídico
como un complejo entramado de normas, del que se esforzará por determinar las propiedades.

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Así sucede también con el problema de la Justicia: frente a las filosofías iusnaturalistas que
intentan deducir reglas justas de una concepción de la naturaleza del hombre, los filósofos-
juristas pretenden buscar qué tipo de valores son realmente protegidos por el Derecho en los
diferentes sistemas jurídicos. Y lo mismo se podría decir respecto a la ciencia jurídica: frente al
iusnaturalismo racionalista, en lugar de intentar construir una Ciencia del Derecho sobre el
modelo de otras ciencias (las Matemáticas o la Física) se trataría de analizar los modos de
razonamiento efectivamente empleados por los juristas.

De este modo la Filosofía del Derecho de los juristas se presenta como una descripción de las
prácticas jurídicas, cuya especificidad radica en un elevado nivel de abstracción y de
generalización, para distinguirse de la Teoría General del Derecho, cuyo cometido estriba en el
análisis estructural del Derecho.

En todo caso, las supuestas diferencias entre la Filosofía del Derecho de los filósofos y la
Filosofía del Derecho de los juristas, no se deben a la especificidad del método o del objeto de
sus reflexiones, sino más bien a las diferentes respuestas que dan los iusnaturalistas y los
positivistas a la mayoría de las cuestiones teóricas que el Derecho plantea.

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4. LA FILOSOFÍA DEL DERECHO COMO DISCIPLINA JURÍDICA

Hasta el último cuarto del siglo pasado, el modo de plantear la Filosofía del Derecho como
disciplina era radicalmente diferente en función de los países, cada uno de los cuales
representaba una tradición nacional diversa.

En Alemania y Austria, la Filosofía del Derecho tuvo un importante desarrollo a partir del siglo
XIX debido a la confluencia de dos factores fundamentales: por un lado, la importancia y la
fuerza que adquirió la Filosofía en general, cuyos exponentes adquirieron notoriedad mundial
(Hegel, Marx, Heidegger, Nietzsche, Freud) y, por otro lado, los intensos debates relativos al
modelo de Estado y al fundamento de su legitimidad (Jellineck, Savigny, Kelsen). A principios
del siglo XX, el debate jurídico giró en torno a la oposición entre iusnaturalistas y positivistas,
un debate que se intensificó en los años que precedieron a la llegada de los nazis al poder.

Tras la II Guerra Mundial, ese debate retornó para proyectarse sobre la acción política e
institucional: se acusó al positivismo de haber favorecido la sumisión al poder totalitario y se
incorporaron a la nueva Constitución alemana los postulados fundamentales del
iusnaturalismo: en especial, la dignidad como valor supremo y como fundamento de los
derechos inalienables de todo ser humano.

En Italia, ese mismo debate generó una profunda controversia entre los católicos (defensores
de las doctrinas iusnaturalistas) y los denominados ‘laicos’ (más cercanos al positivismo).
También aquí los autores que sustentaron doctrinalmente cada posición tuvieron gran
repercusión internacional (Capograssi, Cotta, por parte de los iusnaturalistas; Bobbio por parte
de los positivistas). Esa singularidad nacional del discurso filosófico jurídico también puede
apreciarse en el positivismo analítico anglosajón y en el realismo jurídico de los países
escandinavos.

En Francia, el papel desempeñado por la Filosofía del Derecho desde medidos del XIX fue muy
débil. Nunca tuvo carácter obligatorio en las Facultades de Derecho y muy raramente en las
Universidades se impartieron enseñanzas especializadas en esta disciplina, ni siquiera en las
Facultades de Filosofía. Francia permaneció durante mucho tiempo al margen de los grandes
debates iusfilosóficos. Esto se explica, en parte, por el ‘legicentrismo’ que siempre ha
caracterizado al sistema francés; es decir, el presupuesto dogmático, proclamado por la Escuela
de la Exégesis, de que la Ley es la única fuente del Derecho y de que todas las decisiones,
administrativas o judiciales, son mera aplicación de las leyes. En este contexto, siendo los jueces
meros aplicadores de la ley no necesitan preguntarse sobre la naturaleza del Derecho, sus
fundamentos o sus fines. No cabe buscar fuera de los Códigos la solución a los problemas, ni
tampoco cabe cuestionar los conceptos jurídicos fundamentales. Tan sólo se necesita una
formación técnica y eso es precisamente lo que se proporcionaba a los estudiantes. De ahí que
las Facultades de Derecho, hasta la mitad del siglo XX, se denominaran “Escuelas” de Derecho.
Hoy, en Europa, parece que volvemos a este planteamiento.

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En España, la Filosofía del Derecho tampoco tuvo un gran desarrollo en los dos últimos siglos,
aunque el gran legado de la escuela española del Derecho Natural de los siglos XVI y XVII
(denominada Escuela de Salamanca) con autores de la talla de Vitoria, Suárez, Menchaca, etc.,
tuvo siempre una profunda impronta en la disciplina. A principios del siglo XIX, bajo el trienio
liberal, se creó la cátedra de “Derecho Natural y de Gentes. Principios de legislación universal”.
La materia se reivindicó por los liberales como herramienta de su lucha política contra el
absolutismo, tratando de establecer un fundamento racionalista para la legitimación del poder.
En 1842, bajo la influencia de las corrientes positivistas europeas y de la Escuela de la exégesis
francesa, la asignatura se sustituyó por otra denominada ‘Prolegómenos de Derecho’,
consistente en una introducción a las distintas ramas del Derecho positivo español desde una
supuesta neutralidad axiológica. Fue en 1851 cuando en el plan de estudios del doctorado se
estableció, por primera vez, una materia denominada ‘Filosofía del Derecho’. A finales del siglo
XIX ya aparece una asignatura en el segundo curso de la ‘Licenciatura en Jurisprudencia’
denominada ‘Principios de Derecho Natural’ y se mantiene la Filosofía del Derecho en el
doctorado. Ya en el siglo XX, durante la II República, la asignatura Principios se sustituye en la
licenciatura por Filosofía del Derecho (excluyendo expresamente el enfoque iusnaturalista que
se identificaba con la doctrina de la iglesia católica). Tras la guerra civil, se fomenta un retorno
a la orientación iusnaturalista clásica de la ‘Escuela de Salamanca’, reflejado en el plan de
estudios de 1953, que fijó definitivamente dos asignaturas obligatorias en la licenciatura de
Derecho: Derecho natural en primer curso y Filosofía del Derecho en quinto curso (básicamente
dedicada a la ontología y axiología jurídicas). La profunda reforma de los planes de estudio de
1990 determinó la sustitución de la asignatura Derecho natural por la de Teoría del Derecho
(de orientación y estructura afín al positivismo), dejando muy abierto el contenido de la
asignatura Filosofía del Derecho, que puede adoptar un enfoque más positivista o más
iusnaturalista (desde una historia del pensamiento jurídico hasta el análisis de las teorías de la
argumentación).

El mismo rótulo puede servir para contenidos muy diversos en función de la preferencia
doctrinal del docente. Y así ha permanecido hasta hoy, sobreviviendo a las reformas llevadas a
cabo por el Plan Bolonia.

En estos últimos 30 años las tradiciones nacionales han ido difuminándose en gran medida. El
enorme flujo de las relaciones académicas internacionales y el predominio de la lengua inglesa
han contribuido a unificar mucho la materia; es decir, que los mismos problemas se acaban
planteando en todas partes en términos idénticos. Por otro lado, las profundas
transformaciones políticas, económicas y tecnológicas que han afectado a todos los países
occidentales han provocado un crecimiento exponencial de las normas, una tecnificación
extrema de las profesiones jurídicas y, como consecuencia, un desinterés creciente por las
cuestiones teóricas y especulativas. Algo bastante evidente en la actitud con que los
estudiantes de último curso de Derecho afrontan esta materia. Sin embargo, los problemas de
fundamentación de las nuevas normas, la adecuación de los conceptos jurídicos tradicionales
a las nuevas circunstancias, el nuevo modelo del Estado constitucional, etc., han abierto nuevos
campos de reflexión a la Filosofía del Derecho.

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En la actualidad, la Filosofía del Derecho se proyecta sobre una nueva realidad jurídica (aunque
no sólo jurídica) y sobre una nueva forma de reflexionar sobre el Derecho, que trata de
distanciarse tanto del iusnaturalismo como del positivismo de los siglos XIX y XX. Y aunque los
autores continúan adscribiéndose, en mayor o menor medida a esas corrientes tradicionales
casi todos tratan de superar esa oposición. Asistimos a una sobreabundancia de las
investigaciones más diversas relacionadas con todas las corrientes filosóficas (desde la
fenomenología al empirismo lógico) y con todas las ciencias humanas (desde la sociología a la
economía, pasando por la semiótica o el psicoanálisis).

Las corrientes nuevas pretenden, sobre todo, superar las deficiencias del enfoque positivista,
proponiendo modelos alternativos (es el caso de Lon Fuller o Ronald Dworkin). En esta línea se
han destacado el post-positivismo y el positivismo incluyente, desarrollados en la Europa del
Norte). Por su parte, dentro del realismo jurídico, han florecido corrientes interesantes como
los Critical Legal Studies, muy influyente en los Estados Unidos.

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5. LOS CONTENIDOS ACTUALES DE LA ASIGNATURA

A pesar de la gran divergencia de orientaciones y contenidos que hemos señalado, a nuestro


juicio, el contenido básico de esta disciplina debe estar integrado, al menos, por tres áreas de
estudio: una aproximación ontológica al Derecho (indagar sobre la esencia del fenómeno
jurídico); un enfoque antropológico del Derecho (determinar su sentido y función en la vida de
las personas) y una reflexión sobre la Justicia (explicar las diversas teorías que explican la
posibilidad de un Derecho justo).

En primer lugar, y más allá de la intensa crítica del positivismo a este planteamiento, la reflexión
filosófica sobre el Derecho en ningún caso puede prescindir de plantearse la pregunta
fundamental: ¿qué es el Derecho? Porque el Derecho es ‘algo’ y la filosofía del Derecho consiste
primordialmente en saber lo que ‘es’. Esta forma de acercarse al Derecho tratando de conocer
su ‘esencia’ (lo que es en sí) es la propia del saber metafísico denominado ‘ontología jurídica’.
El estudio de la ontología jurídica presupone todo un cúmulo de conocimientos filosóficos
relativos a la metafísica que no vamos a desarrollar aquí. Pero, al menos, vale la pena exponer
los presupuestos más básicos de este enfoque ontológico del Derecho.

La pregunta por el ‘ser’ del Derecho es la más radical y universal, porque supone intentar
conocer toda la realidad del Derecho, todos sus aspectos, formas, manifestaciones, etc. Es
decir, la ontología jurídica trata de conocer la esencia del Derecho para poder identificarlo con
precisión y explicarlo con claridad; esto es: para poder definirlo. Pero para definir y expresar un
objeto necesito utilizar un lenguaje. El lenguaje que me permite expresar un saber universal es
el de la lógica. Y al lenguaje con el que explico la esencia del objeto que estudio se le denomina
‘epistemología’. Ahora bien, hay que tener en cuenta que no existe la posibilidad de acceder
directamente a la esencia de un objeto y explicarla unívocamente de manera absoluta; de ahí
que no exista una única epistemología universal. Al contrario, para explicar l realidad son
necesarias diversas ‘perspectivas epistemológicas’.

En consecuencia, si el objeto que queremos comprender es el Derecho (su esencia), podemos


hacerlo, al menos, desde tres perspectivas epistemológicas, que se corresponden con las tres
facetas o dimensiones básicas que identificamos en el fenómeno jurídico: la normativa, la
sociológica y la axiológica. Pero procurando no incurrir en un reduccionismo epistemológico;
es decir, identificar la esencia del Derecho con una única epistemología. Por ejemplo, en la
actualidad, a pesar de la crisis del positivismo jurídico, tendemos a concebir el Derecho a partir
de una epistemología normativista. Por ello, solemos definirlo como conjunto de normas
jurídicas; entendiendo que el ser propio del Derecho (su esencia) es la normatividad, y que los
otros aspectos del fenómeno jurídico son secundarios o accidentales, lo cual no es cierto.

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En definitiva, no existe una respuesta unívoca y directa a la pregunta sobre lo que el Derecho
‘es’; sino que entre el sujeto que quiere conocer y el Derecho como objeto de conocimiento se
interponen las ‘perspectivas epistemológicas’; y éstas dan lugar a las ‘concepciones’ del
Derecho (las teorías); es decir, las diversas formas y maneras de comprender y explicar lo que
sea el Derecho. De ahí que el primer cometido de la asignatura Filosofía del Derecho consista
hoy en dar cuenta de las concepciones que históricamente nos han ofrecido una respuesta a la
pregunta por la esencia del Derecho. Como bien sabemos, dos son las más importantes: el
iusnaturalismo, en tanto que concepción ética del Derecho (que considera la Justicia como la
esencia del Derecho) y el positivismo jurídico, en tanto que concepción formal del Derecho
(que identifica la esencia de lo jurídico en la validez formal). La oposición entre iusnaturalismo
y positivismo jurídico constituye uno de los temas de más clásicos, debatidos y desarrollados
en el ámbito de la Filosofía del Derecho.

Junto a estas dos concepciones, que han dominado la historia del pensamiento jurídico, desde
mediados del siglo XX se abre paso una tercera, denominada realismo jurídico, con una
vertiente escandinava y otra norteamericana, que cabría considerar como una concepción
sociologista, basada en la convicción de que la esencia del Derecho radica en su eficacia social.
También daremos cuenta de la singularidad de esta concepción y de las repercusiones que ha
tenido. Así como de las concepciones más actuales que podemos denominar post-positivistas
o neo-iusnaturalistas.

Además de indagar sobre la esencia del Derecho, un segundo cometido de Filosofía del Derecho
estriba en dar respuesta a la pregunta sobre el ‘sentido’. En efecto, la búsqueda de las
estructuras originarias de lo jurídico, a través de la ontología jurídica, encuentra su
complemento indispensable en el segundo gran tema de la filosofía jurídica: el tema
antropológico; es decir, la pregunta sobre el sentido del Derecho en la existencia humana. La
antropología jurídica se plantea, precisamente, el significado existencial-antropológico del
Derecho: el porqué de su presencia en la vida de los seres humanos; su relación con los
caracteres esenciales de la existencia humana: alteridad y temporalidad. Ontología jurídica y
antropología jurídica constituyen las dos caras de una misma moneda. En este contexto,
estudiaremos la relación del Derecho con la alteridad, para acabar definiéndolo
sustancialmente como ‘no discriminación y no violencia’; y también las relaciones del Derecho
con la temporalidad, incidiendo en su dimensión ‘personalizante’ al asumir la ‘durabilidad’
frente al ‘instanteísmo’ (la fugacidad del ahora), que hace posible la realidad del compromiso
y la responsabilidad de las propias acciones.

Finalmente, la Filosofía del Derecho debe ocuparse, de manera fundamental, del problema de
la Justicia. No solamente de describir los valores que fundamentan cualquier ordenamiento
jurídico (libertad, igualdad, seguridad…) y los fines que pretende conseguir. La filosofía del
Derecho pretende entablar una discusión racional acerca de los valores, de los fines y de su
justificación.

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A eso se le denomina como Teorías de la justicia. Y se expresa en plural porque no existe un
único concepto de racionalidad. En efecto, si aceptamos que por racionalidad sólo cabe
entender la ‘racionalidad científica’ y entendemos que ésta está integrada por la ‘racionalidad
empírica’ y la ‘racionalidad lógico-formal’, entonces excluimos que tenga sentido apelar a una
posible ‘racionalidad jurídica’ o ‘racionalidad moral’.

Si toda racionalidad que no sea científica es pura emotividad (o sea, que es tan irrelevante decir
“me gusta el helado de chocolate” que decir “me gusta torturar a un niño”) entonces el
Derecho puede albergar cualquier contenido. Pero esto, como sabemos, conlleva gravísimas
consecuencias. Por ejemplo, científicamente, el método más eficaz para evitar los problemas
económicos y de atención a los dependientes y discapacitados es eliminarlos, pero no parece
que sea ésta la solución que consideramos aceptable, porque, en realidad, hacemos valer una
racionalidad ética que está por encima de la científica.

De manera que para afrontar el problema de la justicia es fundamental distinguir entre una
racionalidad cognoscitiva (teorética), que tiene que ver con lo experimental y constatable, que
responde a los criterios de verdad o falsedad, y una racionalidad práctica, que tiene que ver
con los valores y con las decisiones que tomamos en función de esos valores, y que responde
a los criterios de corrección (justo o injusto, moral o inmoral). No tiene sentido calificar como
inmoral que esté lloviendo, ni tampoco calificar como falso un genocidio.

Esto supone que las Teorías de la justicia se ocupan también de estudiar la moralidad, en sus
facetas de moralidad ‘social’ (interés de la mayoría) y moralidad ‘crítica’ (juicio ilustrado de
moralidad). Por ejemplo, si estoy de vacaciones en Nigeria y, mientras visito un poblado,
contemplo cómo se disponen a apedrear a una mujer que está sentada en una plaza, cubierta
con un velo, acusada de adulterio: ¿debo intervenir mostrando mi oposición, debo observar
respetando una tradición o debo participar integrándome en la cultura? Esto remite al
fundamento de la decisión: consecuencia de los actos, prudencia, conveniencia, etc.

Y también a las denominadas acciones supererogatorias, aquellas que no son exigibles al sujeto
y que sólo realizan los héroes o los santos. En el ejemplo anterior, si percibo razonablemente
que voy a ser linchado por no unirme al linchamiento tirando yo también una piedra (existe un
precedente con otro turista), ¿debo tirar la piedra? Cabe hablar pues del ‘hombre prudente’
(donde fueres haz lo que vieres) y del ‘hombre moral’ (no renuncies a tus principios éticos,
aunque suponga riesgo para tu vida o tu libertad). Sócrates es el ejemplo de ‘hombre moral’,
Pilatos es el ejemplo de ‘hombre prudente’. Aunque conviene recordar que no basta con asumir
una moral crítica para tener razón, ni tampoco el seguir los postulados de una moral social
positiva implica estar equivocado. En todo caso, para constituirse en ‘sujeto moral’ es necesario
comprometerse de algún modo con la conducta correcta y actuar en consecuencia. Si afirmo
que el racismo y la xenofobia son moralmente despreciables, pero no hago nada cuando
observo comportamientos xenófobos.

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A la vista de lo expuesto, queda claro que el objetivo fundamental de esta asignatura consiste
en deshacer un falso tópico según el cual el jurista es una persona que sólo estudia leyes
repertorios de jurisprudencia. Se trata de un tópico muy extendido entre los legos en Derecho
e, incluso, entre no pocos estudiantes de nuestras Facultades. Hay muchos que todavía ven la
carrera de Derecho como un mero aprendizaje memorístico de legislación, con la consiguiente
pérdida de atractivo de la profesión jurídica. Sin embargo, la función de los juristas no consiste
simplemente en conocer y aplicar normas legales, sino principalmente en resolver problemas
humanos reales. El jurista no es un hombre que simplemente interpreta leyes —esto es
secundario—: es un hombre que resuelve problemas humanos de relación, tan agobiantes o
más que los que pueden presentarse ante un cirujano cardiovascular. Ojalá después de
reflexionar sobre los temas que aquí se proponen, tú consigas librarte de ese tópico.

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