Habermas Jurgen La Teoria de La Acción Comunicativa
Habermas Jurgen La Teoria de La Acción Comunicativa
Habermas Jurgen La Teoria de La Acción Comunicativa
La racionalidad de las opiniones y de las acciones es un tema que tradicionalmente se ha venido tratando en filosofía.
Puede incluso decirse que el pensamiento filosófico nace de la reflexivización de la razón encarnada en el conocimiento, en
el habla y en las acciones. El tema fundamental de la filosofía es la razón2. La filosofía se viene esforzando desde sus
orígenes por explicar el mundo en su conjunto, la unidad en la diversidad de los fenómenos, con principios que hay que
buscar en la razón y no en la comunicación con una divinidad situada allende el mundo y, en rigor, ni siquiera remontándose
al fundamento de un cosmos que comprende naturaleza y sociedad. El pensamiento griego no busca ni una teología ni una
cosmología ética en el sentido de las grandes religiones universales, sino una ontología. Sí las doctrinas filosóficas tienen
algo en común, es su intención de pensar el ser o la unidad del mundo por vía de una explicitación de las experiencias que
hace la razón en el trato consigo misma.
Al hablar así, me estoy sirviendo del lenguaje de la filosofía moderna. Ahora bien, la tradición filosófica, en la medida en que
sugiere la posibilidad de una imagen filosófica del mundo, se ha vuelto cuestionable 3 . La filosofía ya no puede referirse hoy
al conjunto del mundo, de la naturaleza, de la historia y de la sociedad, en el sentido de un saber totalizante. Los
sucedáneos teóricos de las imágenes del mundo han quedado devaluados no solamente por el progreso fáctico de las
ciencias empíricas, sino también, y más aún, por la conciencia reflexiva que ha acompañado a ese progreso. Con esa
conciencia, el pensamiento filosófico retrocede autocríticamente por detrás de sí mismo; con la cuestión de qué es lo que
puede proporcionar con sus competencias reflexivas en el marco de las convenciones científicas, se transforma en
metafilosofía4. Con ello, el tema se transforma, y, sin embargo, sigue siendo el mismo. Siempre que en la filosofía actual se
ha consolidado una argumentación coherente en torno a los núcleos temáticos de más solidez, ya sea en Lógica o en teoría
de la ciencia, en teoría del lenguaje o del significado, en Ética o en teoría de la acción, o incluso en Estética, el interés se
centra en las condiciones formales de la racionalidad del conocimiento, del entendimiento lingüístico y de la acción, ya sea
en la vida cotidiana o en el plano de las experiencias organizadas metódicamente o de los discursos organizados
sistemáticamente. La teoría de la argumentación cobra aquí una significación especial, puesto que es a ella a quien
compete la tarea de reconstruir las presuposiciones y condiciones pragmático-formales del comportamiento explícitamente
racional.
Si este diagnóstico no apunta en una dirección equivocada; si es verdad que la filosofía en sus corrientes postmetafísicas,
posthegelianas, parece afluir al punto de convergencia de una teoría de la racionalidad, ¿cómo puede entonces la
Sociología tener competencias en lo tocante a la problemática de la racionalidad?
1
Habermas Jürgen. filósofo y sociólogo alemán conocido por sus trabajos en filosofía política, ética y teoría del derecho, así como en
filosofía del lenguaje Teoria de la acción Comunicativa Vol 1 Racionalidad de la accióny Racionalización Social Madrid Trotta 2023.
2
B. SNELL, Die Entdeckung des Geistes, Heidelberg, 1946; H. G. GADAMER, «Platon und die Vorsokratiker», Kleine Schriften III,
Tubinga, 1972, 14 ss.; del mismo autor, «Mythos und Vernunft», en Kleine Schriften IV, Tubinga, 1977, 48 ss.; W. SCHADEWALDT, Die
Anfänge der Philosophie bei den Griechen, Francfort, 1978.
3
J. HABERMAS, «Para qué seguir con la filosofía», en Perfiles filosófico-políticos, Madrid 1985, 15
4
R. RORTY (ed.), The Linguistic Turn, Chicago, 1964; del mismo autor, Philosophy and the Mirror of Nature, Nueva York, 1979.
El caso es que el pensamiento, al abandonar su referencia a la totalidad, pierde también su autarquía. Pues el objetivo que
ahora ese pensamiento se propone de un análisis formal de las condiciones de racionalidad no permite abrigar ni
esperanzas ontológicas de conseguir teorías substantivas de la naturaleza, la historia, la sociedad, etc., ni tampoco las
esperanzas que abrigó la filosofía transcendental de una reconstrucción apriórica de la dotación transcendental de un sujeto
genérico, no empírico, de una conciencia en general.
Todos los intentos de fundamentación última en que perviven las intenciones de la Filosofía Primera han fracasado 5. En
esta situación se pone en marcha una nueva constelación en las relaciones entre filosofía y ciencia. Como demuestra la
filosofía de la ciencia y la historia de la ciencia, la explicación formal de las condiciones de racionalidad y los análisis
empíricos de la materialización y evolución histórica de las estructuras de racionalidad, se entrelazan entre sí de forma
peculiar. Las teorías acerca de las ciencias experimentales modernas, ya se planteen en la línea del positivismo lógico, del
racionalismo crítico o del constructivismo metódico, presentan una pretensión normativa y a la vez universalista, que ya no
puede venir respaldada por supuestos fundamentalistas de tipo ontológico o de tipo transcendental. Tal pretensión sólo
puede contrastarse con la evidencia de contraejemplos, y, en última instancia, el único respaldo con que pueden contar es
que la teoría reconstructiva resulte capaz de destacar aspectos internos de la historia de la ciencia y de explicar
sistemáticamente, en colaboración con análisis de tipo empírico, la historia efectiva de la ciencia, narrativamente
documentada, en el contexto de las evoluciones sociales6. Y lo dicho de una forma de racionalidad cognitiva tan compleja
como es la ciencia moderna, puede aplicarse también a otras figuras del espíritu objetivo, es decir, a las materializaciones
de la racionalidad cognitivo-instrumental, de la práctico-moral, e incluso quizá también de la práctico-estética.
Ciertamente que los estudios de orientación empírica de este tipo tienen que estar planteados en sus categorías básicas de
tal forma que puedan conectar con las reconstrucciones racionales de nexos de sentido y de soluciones de problemas 7. La
psicología evolutiva cognitiva ofrece un buen ejemplo de ello. En la tradición de Piaget, por poner un caso, la evolución
cognitiva en sentido estricto, así como la cognitivo-social y la moral, quedan conceptuadas como una secuencia
internamente reconstruible de etapas de la adquisición de una determinada competencia 8. Cuando, por el contrario, como
ocurre en la teoría del comportamiento, las pretensiones de validez, que es donde las soluciones de problemas, las
orientaciones racionales de acción, los niveles de aprendizaje, etc., tienen su piedra de toque, son redefinidos en términos
empiristas quedando así eliminados por definición, los procesos de materialización de las estructuras de racionalidad ya no
pueden ser interpretados en sentido estricto como procesos de aprendizaje, sino en todo caso como un aumento de las
capacidades adaptativas.
Pues bien, dentro de las ciencias sociales es la Sociología la que mejor conecta en sus conceptos básicos con la
problemática de la racionalidad. Como demuestra la comparación con otras disciplinas, las razones de ello se relacionan
unas con la historia de la sociología, mientras que otras son razones sistemáticas. Consideremos en primer lugar la Ciencia
Política. Esta tuvo que emanciparse del derecho natural racional. El derecho natural moderno partía todavía de la doctrina
viejo-europea que veía en la sociedad una comunidad políticamente constituida e integrada por medio de normas jurídicas.
Las nuevas categorías del derecho formal burgués ofrecían ciertamente la posibilidad de proceder reconstructivamente y de
presentar el orden jurídico-político, desde un punto de vista normativo, como un mecanismo racional9. Pero de todo ello
5
En relación con la crítica a la idea de filosofía primera, cfr. Th. W. ADORNO, Metakritik der Erkenntnistheorie, en Gesammelte
Schriften, V, Francfort, 1971; en contra de la posición sustentada por Adorno, K. O. APEL, «Das Problem der philosophischen
Letztbegründung im Lichte einer transzendentalen Sprachpragmatik», en B. KANITSCHNEIDER (ed.), Sprache und Erkenntnis,
Innsbruck, 1976, 55 ss.
6
Cfr. la discusión en torno a Th. S. KUHN, The Structure of Scientifics Revolutions, Chicago, 19702, sobre todo I. LAKATOS, A.
MUSGRAVE, Criticism and the Growth of Knowledge, Cambridge, 1970; W. DIEDERICH (ed.), Beiträge zur diachronischen
Wissenschatstheorien, Francfort, 1974; R. BUBNER, «Dialektische Elemente einer Forschungeslogik», en ID., Dialektik und
Wissenchaft, Francfort, 1973, 129 ss.; Th. S. KUHN, The Essential Tension, Chicago, 1977.
7
U.OEVERMANN, “Programmatische Überlegungen zu einer Theorie der Bildungsprozesse und einer Strategie der
Sozialisationsforschung”, en K. HURRELMANN, Sozialisation und Lebenslauf, Heidelberg, 1976, 34 ss.
8
R. DÓBERT, J. HABERMAS, G. NUNNER-WINCKLER (ed.), Entwicklung des Ichs, Colonia, 1977.
9
W. HENNIS, Politik und praktische Philosophie, Neuwied, 1963; H. MEIER, Die ältere deutsche Staats- und Verwaltungslehre,
Neuwied, 1976;
J. HABERMAS, «Die Klassische Lehre von der Politik in ihrem Verhältnis zur Sozialphilosophie», en HABERMAS, Theorie und Praxis,
Francfort, 1971, 48 ss.
hubo de desembarazarse radicalmente la nueva ciencia política para poder afirmar su orientación empírica. Esta se
ocupa de la política como subsistema social y se descarga de la tarea de concebir la sociedad en su conjunto. En
contraposición con el normativismo, excluye de la consideración científica las cuestiones práctico-morales referentes a la
legitimidad o las trata como cuestiones empíricas relativas a una fe en la legitimidad que hay que abordar en cada sazón en
términos descriptivos. Con ello rompe el puente con la problemática de la racionalidad.
Algo distinto es lo que ocurre con la Economía Política, que en el siglo XVIII entra en competencia con el derecho natural
racional al poner de relieve la legalidad propia de un sistema de acción, el económico, integrado no primariamente por
medio de normas, sino a través de funciones 10. Como Economía Política, la ciencia económica mantiene inicialmente
todavía, en términos de teoría de la crisis, una relación con la sociedad global. Estaba interesada en la cuestión de cómo
repercute la dinámica del sistema económico en los órdenes que integran normativamente la sociedad. Pero con todo ello
acaba rompiendo la Economía al convertirse en una ciencia especializada. La ciencia económica se ocupa hoy de la
economía como un subsistema de la sociedad y prescinde de las cuestiones de legitimidad. Desde esa perspectiva parcial
puede reducir los problemas de racionalidad a consideraciones de equilibrio económico y a cuestiones de elección racional.
La Sociología, por el contrario, surge como una disciplina que se hace cargo de los problemas que la Política y la Economía
iban dejando de lado a medida que se convertían en ciencias especializadas11. Su tema son las transformaciones de la
integración social provocadas en el armazón de las sociedades viejo-europeas por el nacimiento del sistema de los Estados
modernos y por la diferenciación de un sistema económico que se autorregula por medio del mercado. La Sociología se
convierte par excellence en una ciencia de la crisis, que se ocupa ante todo de los aspectos anómicos de la disolución de
los sistemas sociales tradicionales y de la formación de los modernos 12. Con todo, también bajo estas condiciones iniciales
hubiera podido la Sociología limitarse a un determinado subsistema social. Pues desde un punto de vista histórico son la
sociología de la religión y la sociología del derecho las que constituyen el núcleo de esta nueva ciencia. Si con fines
ilustrativos, es decir, sin entrar por de pronto en más discusión, utilizamos el esquema funcional propuesto por Parsons,
saltan a la vista las correspondencias entre las distintas ciencias sociales y los subsistemas sociales:
A G
Economía Economí Política Ciencia
a Política
Fig. 1
Naturalmente que no han faltado intentos de convertir también la Sociología en una ciencia especializada en la integración
social. Pero no es casualidad, sino más bien un síntoma, el que los grandes teóricos de la sociedad de los que voy a
ocuparme provengan de la Sociología. La Sociología ha sido la única ciencia social que ha mantenido su relación con los
problemas de la sociedad global. Ha sido siempre también teoría de la sociedad, y a diferencia de las otras ciencias
sociales, no ha podido deshacerse de los problemas de la racionalización, redefinirlos o reducirlos a un formato más
10
F. JONAS, «Was heisst ökonomische Theorie? Vorklassisches und klassisches Denken»', en Schmollers Jahrbuch, 78, 1958; H.
NEUENDORFF, Der Begriff des Interesses, Francfort, 1973
11
F. TONAS, Geschichte der Soziologie, I-IV, Reinbek, 1968-1969; R. W. FRIEDRICHS, A Sociology of Sociology, Nueva York, 1970; T.
BOTTOMORE, R. NisBET, A History of Sociological Analysis, Nueva York, 1978.
12
Cfr., más abajo, capítulo VI, vol. 2, pp. 161 ss.
pequeño. Las razones de ello son a mi entender principalmente dos: la primera concierne lo mismo a la Antropología
Cultural que a la Sociología.
La correspondencia entre funciones básicas y subsistemas sociales tiende a ocultar el hecho de que en los ámbitos que son
de importancia bajo los aspectos de reproducción cultural, integración social y socialización, las interacciones no están tan
especializadas como en los ámbitos de acción que representan la economía y la política. Tanto la Sociología como la
Antropología Cultural se ven confrontadas con el espectro completo de los fenómenos de la acción social y no con tipos de
acción relativamente bien delimitados que puedan interpretarse como variantes de la acción «racional con arreglo a fines»,
relativas a los problemas de maximización del lucro o de la adquisición y utilización del poder político. Esas dos disciplinas
se ocupan de la práctica cotidiana en los contextos del mundo de la vida y tienen, por tanto, que tomar en consideración
todas las formas de orientación simbólica de la acción. A ellas ya no les resulta tan simple marginar los problemas de
fundamentos que la teoría de la acción y la interpretación comprensiva plantean. Y al enfrentarse a esos problemas
tropiezan con estructuras del mundo de la vida que subyacen a los otros subsistemas especificados funcionalmente con
más exactitud y en cierto modo más netamente diferenciados. Más tarde nos ocuparemos en detalle de cómo se relacionan
las categorías paradigmáticas “mundo de la vida” y “sistema”13. Aquí sólo quiero subrayar que el estudio de la “comunidad
societal” y de la cultura no puede desconectarse tan fácilmente de los problemas de fundamentos de las ciencias sociales
como en el estudio del subsistema económico o del subsistema político. Esto explica la tenaz conexión de Sociología y
teoría de la sociedad.
Ahora bien, el que sea la Sociología y no la Antropología Cultural la que muestre una particular propensión a abordar el
problema de la racionalidad sólo puede entenderse teniendo en cuenta otra circunstancia. La Sociología surge como ciencia
de la sociedad burguesa; a ella compete la tarea de explicar el decurso y las formas de manifestación anómicas de la
modernización capitalista en las sociedades preburguesas14. Esta problemática resultante de la situación histórica objetiva
constituye también el punto de referencia bajo el que la sociología aborda sus problemas de fundamentos. En el plano
metateórico elige categorías tendentes a aprehender el incremento de racionalidad de los mundos de la vida modernos. Los
clásicos de la sociología, casi sin excepción, tratan todos de plantear su teoría de la acción en términos tales que sus
categorías capten el tránsito desde la “comunidad” a la “sociedad” 15. Y en el plano metodológico se aborda de modo
correspondiente el problema del acceso en términos de comprensión al ámbito objetual que representan los objetos
simbólicos; la comprensión de las orientaciones racionales de acción se convierte en punto de referencia para la
comprensión de todas las orientaciones de acción.
Esta conexión entre a) la cuestión metateórica16 de un marco de teoría de la acción concebido con vistas a los aspectos de
la acción que son susceptibles de racionalización, b) la cuestión metodológica de una teoría de la comprensión que
esclarezca las relaciones internas entre significado y validez (entre la explicación del significado de una expresión simbólica
y la toma de postura frente a las pretensiones de validez que lleva implícitas), queda, finalmente, c) puesta en relación con
la cuestión empírica de si, y en qué sentido, la modernización de una sociedad puede ser descrita bajo el punto de vista de
una racionalización cultural y social. Tales nexos resultan particularmente claros en la obra de Max Weber. Su jerarquía de
conceptos de acción está de tal modo planteada con vistas al tipo que representa la acción racional con arreglo a fines, que
todas las demás acciones pueden ser clasificadas como desviaciones específicas respecto a ese tipo. El método de la
comprensión lo analiza de tal forma, que los casos complejos puedan quedar referidos al caso límite de la acción racional
con arreglo a fines: la comprensión de la acción subjetivamente orientada al éxito exige a la vez que se la evalúe
objetivamente (conforme a criterios con que decidir sobre su corrección). Finalmente salta a la vista la relación que guardan
estas decisiones categoriales y metodológicas con la cuestión central de Weber de cómo explicar el racionalismo occidental.
Mas podría ser que esa conexión fuera contingente, que no fuera más que un signo de que a Max Weber le preocupaba
precisamente esa cuestión y de que ese interés, más bien marginal desde un punto de vista teórico, acabara repercutiendo
sobre los fundamentos de su construcción teórica. Pues basta con desligar los procesos de modernización del concepto de
racionalización y situarlos bajo otro punto de vista para que, por un lado, los fundamentos de teoría de la acción queden
13
Cfr., más abajo, capítulo VI, vol. 2, pp. 161 ss.
14
NEUENDORFF, artículo «Soziologie», en Evangelisches Staatslexikon, Stuttgart, 19752 , 2424 ss.
15
Sobre estas “parejas de conceptos” en la sociología anterior, cfr.
J. HABERMAS, Ciencia y Técnica como «ideología», Madrid, 1984, 66 ss.; C. W. MILLS, The Sociological Imagination, Oxford, 1959.
16
Una metateoría es una teoría que se dedica al estudio de otra teoría o conjunto de teorías.
exentos de connotaciones de la racionalidad de la acción, y, por otro, la metodología de la comprensión se vea libre de ese
problemático entrelazamiento de cuestiones de significado con cuestiones de validez. Frente a estas dudas voy a defender
la tesis de que son razones sistemáticas las que llevan a Weber a tratar la cuestión del racionalismo occidental (una
cuestión, sin duda, accidental desde un punto de vista biográfico y en cualquier caso accidental desde la perspectiva de una
psicología de la investigación), la cuestión del significado de la modernidad y de las causas y consecuencias colaterales de
la modernización capitalista de las sociedades que se inicia en Europa, bajo los puntos de vista de la acción racional, del
comportamiento racional en la vida y de la racionalización de las imágenes del mundo. Voy a sostener la tesis de que el
nexo, que su obra nos ofrece, entre precisamente esas tres temáticas de la racionalidad viene impuesto por razones
sistemáticas. Con lo que quiero decir que a toda Sociología con pretensiones de teoría de la sociedad, con tal de que
proceda con la radicalidad suficiente, se le plantea el problema de la racionalidad simultáneamente en el plano metateórico,
en el plano metodológico y en el plano empírico.
Voy a comenzar con una discusión provisional del concepto de racionalidad [1], situando ese concepto en la perspectiva
evolutiva del nacimiento de la comprensión moderna del mundo [2]. Tras desarrollar esas cuestiones preliminares, trataré de
mostrar la conexión interna que existe entre la teoría de la racionalidad y la teoría de la sociedad; y ello tanto en el plano
metateórico, mostrando las implicaciones que en punto a la racionalidad tienen los conceptos de acción que son hoy
corrientes en Sociología [3], como en el plano metodológico, mostrando que tales implicaciones resultan del acceso en
términos de comprensión al ámbito objetual de la sociología [4]. El propósito de este bosquejo argumentativo es mostrar que
necesitamos de una teoría de la acción comunicativa si queremos abordar hoy de forma adecuada la problemática de la
racionalización social, en buena parte marginada después de Weber de la discusión sociológica especializada.
Siempre que hacemos uso de la expresión “racional” suponemos una estrecha relación entre racionalidad y saber. Nuestro
saber tiene una estructura proposicional: las opiniones pueden exponerse explícitamente en forma de enunciados. Voy a
presuponer este concepto de saber sin más aclaraciones, pues la racionalidad tiene menos que ver con el conocimiento o
con la adquisición de conocimiento que con la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del
conocimiento. En las emisiones o manifestaciones lingüísticas se expresa explícitamente un saber, en las acciones
teleológicas se expresa una capacidad, un saber implícito. Pero también este know how 17puede en principio tomar la forma
de un know that18. Si buscamos sujetos gramaticales que puedan completar la expresión predicativa «racional», se ofrecen
en principio dos candidatos. Más o menos racionales pueden serlo las personas, que disponen de saber, y las
manifestaciones simbólicas, las acciones lingüísticas o no lingüísticas, comunicativas o no comunicativas, que encarnan un
saber. Podemos llamar racionales a los hombres y a las mujeres, a los niños y a los adultos, a los ministros y a los
cobradores de autobús, pero no a los peces, a los sauces, a las montañas, a las calles o a las sillas. Podemos llamar
irracionales a las disculpas, a los retrasos, a las intervenciones quirúrgicas, a las declaraciones de guerra, a las
reparaciones, a los planes de construcción o las resoluciones tomadas en una reunión, pero no al mal tiempo, a un
accidente, a un premio de lotería o a una enfermedad. Ahora bien, ¿qué significa que las personas se comporten
racionalmente en una determinada situación?; ¿qué significa que sus emisiones o sus manifestaciones deban considerarse
«racionales»? El saber puede ser criticado por no fiable. La estrecha relación que existe entre saber y racionalidad permite
sospechar que la racionalidad de una emisión o de una manifestación depende de la fiabilidad del saber que encarnan.
Consideremos dos casos paradigmáticos: una afirmación con que A manifiesta con in tención comunicativa una
determinada opinión y una intervención teleológica en el mundo con la que B trata de lograr un determinado fin. Ambas
encarnan un saber fiable, ambas son intentos que pueden resultar fallidos. Ambas manifestaciones, tanto la acción
comunicativa como la acción teleológica, son susceptibles de crítica. Un oyente puede poner en tela de juicio que la
afirmación hecha por A sea verdadera; un observador puede poner en duda que la acción ejecutada por B vaya a tener
éxito. La crítica se refiere en ambos casos a una pretensión que los sujetos agentes necesariamente han de vincular a sus
manifestaciones, para que éstas puedan ser efectivamente lo que quieren ser, una afirmación o una acción teleológica. Esta
necesidad es de naturaleza conceptual. Pues A no está haciendo ninguna afirmación si no presenta una pretensión de
verdad en relación con el enunciado p afirmado, dando con ello a conocer su convicción de que en caso necesario ese
enunciado puede fundamentarse. Y B no está realizando ninguna acción teleológica en absoluto, esto es, no pretende en
17
Know how es saber hacer, el conocimiento práctico o habilidad.
18
Lógica de Saber que G. RYLE, The Concept of Mind, Londres, 1949; sobre este tema, E. VON SAVIGNY, Die Philosophie der
normalen Sprache, Francfort, 1974, 97 ss.; D. CARR, ”The Logic of Knowing and Ability”, Mind, 88, 1979, 394 ss
realidad lograr con su acción fin alguno, si no considera que la acción planeada tiene alguna perspectiva de éxito, dando
con ello a entender que si fuera preciso podría justificar la elección de fines que ha hecho en las circunstancias dadas.
Lo mismo que A pretende que su enunciado es verdadero, B pretende que su plan de acción tiene perspectivas de éxito o
que las reglas de acción conforme a las que ejecuta ese plan son eficaces. Esta afirmación de eficacia comporta la
pretensión de que, dadas las circunstancias, los medios elegidos son los adecuados para lograr el fin propuesto. La eficacia
de una acción guarda una relación interna con la verdad de los pronósticos condicionados subyacentes al plan de acción o
a la regla de acción. Y así como la verdad se refiere a la existencia de estados de cosas en el mundo, la eficacia se refiere a
intervenciones en el mundo con ayuda de las cuales pueden producirse los estados de cosas deseados. Con su afirmación,
A se refiere a algo que como cuestión de hecho tiene lugar en el mundo objetivo. Con su actividad teleológica, B se refiere a
algo que ha de tener lugar en el mundo objetivo. Y al hacerlo así, ambos plantean con sus manifestaciones simbólicas
pretensiones de validez que pueden ser criticadas o defendidas, esto es, que pueden fundamentarse. La racionalidad de
sus emisiones o manifestaciones se mide por las reacciones internas que entre sí guardan el contenido semántico, las
condiciones de validez y las razones que en caso necesario pueden alegarse en favor de la validez de esas emisiones o
manifestaciones, en favor de la verdad del enunciado o de la eficacia de la regla de acción.
Estas consideraciones tienen por objeto el reducir la racionalidad de una emisión o manifestación a su susceptibilidad de
crítica o de fundamentación. Una manifestación cumple los presupuestos de la racionalidad si y sólo si encarna un saber
falible guardando así una relación con el mundo objetivo, esto es, con los hechos, y resultando accesible a un
enjuiciamiento objetivo. Y un enjuiciamiento sólo puede ser objetivo si se hace por la vía de una pretensión transubjetiva de
validez que para cualquier observador o destinatario tenga el mismo significado que para el sujeto agente. La verdad o la
eficacia son pretensiones de este tipo. De ahí que de las afirmaciones y de las acciones teleológicas pueda decirse que son
tanto más racionales cuanto mejor puedan fundamentarse las pretensiones de verdad proposicional o de eficiencia
vinculadas a ellas. Y de modo correspondiente utilizamos la expresión “racional” como predicado disposicional aplicable a
las personas de las que cabe esperar, sobre todo en situaciones difíciles, tales manifestaciones.
Esta propuesta de reducir la racionalidad de una emisión o manifestación a su susceptibilidad de crítica adolece, empero, de
dos debilidades. La caracterización es, por un lado, demasiado abstracta, pues deja sin explicitar aspectos importantes [1],
Pero, por otro lado, es demasiado estricta, pues el término “racional” no solamente se utiliza en conexión con emisiones o
manifestaciones que puedan ser verdaderas o falsas, eficaces o ineficaces. La racionalidad inmanente a la práctica
comunicativa abarca un espectro más amplio. Remite a diversas formas de argumentación como a otras tantas
posibilidades de proseguir la acción comunicativa con medios reflexivos [2]. Y como la idea de desempeño (Einlösung)
discursivo19 de las pretensiones de validez ocupa un puesto central en la teoría de la acción comunicativa introduzco un
largo excurso sobre teoría de la argumentación [3].
[1] Voy a limitarme, por lo pronto, a la versión cognitiva en sentido estricto del concepto de racionalidad, que está definido
exclusivamente por referencia a la utilización de un saber descriptivo. Este concepto puede desarrollarse en dos direcciones
distintas.
Si partimos de la utilización no comunicativa de un saber preposicional en acciones ideológicas, estamos tomando una
predecisión en favor de ese concepto de racionalidad cognitivo instrumental que a través del empirismo ha dejado una
profunda impronta en la autocomprensión de la modernidad. Ese concepto tiene la connotación de una autoafirmación con
éxito en el mundo objetivo posibilitada por la capacidad de manipular informadamente y de adaptarse inteligentemente a las
condiciones de un entorno contingente. Si partimos, por el contrario, de la utilización comunicativa de saber proposicional en
actos de habla, estamos tomando una predecisión en favor de un concepto de racionalidad más amplio que enlaza con la
vieja idea de logos2016 . Este concepto de racionalidad comunicativa posee connotaciones que en última instancia se
remontan a la experiencia central de la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla
argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos puntos de vista y merced a
19
* «Einlösung (desempeño, verificación) significa que el proponente, bien sea apelando a experiencias e intuiciones, bien sea por
argumentación y consecuencias de la acción, justifica que lo dicho es digno de ser reconocido y da lugar a un reconocimiento
intersubjetivo de su validez», HABERMAS (1976 b), 178. Sobre la idea de desempeño discursivo, véase «Zur Lokig des Diskurses» en
HABERMAS (1973 c), 238 ss. [N. del T.].
20
En relación con la historia de este concepto, cfr K. O. APEL, Die Idee der Sprache in der Tradition des Humanismus von Dante vis
Vico, Bonn, 1963.
una comunidad de convicciones racionalmente motivada se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la
intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas21 17 .
Supongamos que la opinión p representa un contenido idéntico de saber del que disponen A y B. Supongamos ahora que A
toma parte (con otros interlocutores) en una comunicación y hace la afirmación p, mientras que B elige (como actor solitario)
los medios que en virtud de la opinión p considera adecuados en una situación dada para conseguir un efecto deseado. A y
B utilizan diversamente un mismo saber. La referencia a los hechos y la susceptibilidad de fundamentación de la
manifestación posibilitan en el primer caso que los participantes en la comunicación puedan entenderse sobre algo que
tiene lugar en el mundo. Para la racionalidad de la manifestación es esencial que el hablante plantee en relación con su
enunciado p una pretensión de validez susceptible de crítica que pueda ser aceptada o rechazada por el oyente. En el
segundo caso la referencia a los hechos y la susceptibilidad de fundamentación de la regla de acción hacen posible una
intervención eficaz en el mundo. Para la racionalidad de la acción es esencial que el actor base su acción en un plan que
implique la verdad de p, conforme al que poder realizar el fin deseado en las circunstancias dadas. A una afirmación sólo se
la puede llamar racional si el hablante cumple las condiciones que son necesarias para la consecución del fin ilocucionario22
de entenderse sobre algo en el mundo al menos con otro participante en la comunicación; y a una acción teleológica sólo se
la puede llamar racional si el actor cumple las condiciones que son necesarias para la realización de su designio de
intervenir eficazmente en el mundo. Ambas tentativas pueden fracasar: es posible que no se alcance el consenso que se
busca o que no se produzca el efecto deseado. Pero incluso en el tipo de estos fracasos, queda de manifiesto la
racionalidad de la emisión o manifestación: tales fracasos pueden ser explicados 23. Por ambas líneas puede el análisis de la
racionalidad partir de los conceptos de saber preposicional y de mundo objetivo; pero los casos indicados se distinguen por
el tipo de utilización del saber preposicional. Bajo el primer aspecto es la manipulación instrumental, bajo el segundo es el
entendimiento comunicativo lo que aparece como telos inmanente 24 a la racionalidad. El análisis, según sea el aspecto en
que se concentre, conduce en direcciones distintas.
Voy a glosar brevemente ambas posiciones. La primera posición, que por mor de la simplicidad voy a llamar “realista”, parte
del supuesto ontológico25 del mundo como suma de todo aquello que es el caso, para explicar sobre esa base las
condiciones del comportamiento racional A). La segunda posición, que voy a llamar «fenomenológica», da a ese
planteamiento un giro trascendental y se pregunta reflexivamente por la circunstancia de que aquellos que se comportan
racionalmente tengan que presuponer un mundo objetivo B).
A) El realista tiene que limitarse a analizar las condiciones que un sujeto agente tiene que cumplir para poder
proponerse fines y realizarlos. De acuerdo con este modelo, las acciones racionales tienen fundamentalmente el
carácter de intervenciones efectuadas con vistas a la consecución de un propósito y controladas por su eficacia, en
un mundo de estados de cosas existentes. Max Black enumera una serie de condiciones que tiene que cumplir una
acción para poder reputarse más o menos racional (reasonable) y ser accesible a un enjuiciamiento crítico
(dianoetic appraisal)26:
21
En conexión con Wittgenstein, D. POLE, Conditions of Rational Inquiry, Londres, 1971; ID., «Te Concept of Reason», en R. F.
DEARDEN, D. H. HIRST, R. S. PETERS (eds.), Reason, II, Londres, 1972, 1 ss. Los aspectos bajo los que Pole clarifica el concepto de
racionalidad son mayormente: “objectivity, publicity and interpersonality, truth, the unity of reason, the ideal of rational agreement”. Sobre
el concepto de racionalidad en Wittgenstein, cfr. sobre todo: St. CAVELL, Must we mean what we say?, Cambridge, 1976 y del mismo
autor, The Claim of Reason, Oxford, 197
22
Ilocusionario verbos de exposición, o expositivos
23
Naturalmente, las razones asumen roles pragmáticos distintos según que con su ayuda haya de clarificarse un disentimiento entre
participantes en un diálogo o el fracaso de una intervención en el mundo. El hablante que hace una afirmación ha de contar con una
reserva de buenas razones con las que en caso necesario poder convencer a sus oponentes de la verdad del enunciado y llegar así a
un acuerdo motivado racionalmente. En cambio, para el éxito de una acción instrumental no es menester que el actor pueda también
fundamentar la regla de acción que sigue. En el caso de acciones teleológicas las razones sirven para explicar el hecho de que la
aplicación de la regla haya tenido (o hubiera podido tener) buen o mal suceso en las circunstancias dadas. Con otras palabras: existe
una conexión interna entre la validez (eficacia) de una regla de acción técnica o estratégica y las explicaciones que pueden darse de su
validez, pero el conocimiento de tal conexión no es condición subjetiva necesaria para una feliz aplicación de esa regla.
24
Esto quiere decir que el télos (fin) no se sitúa más allá de las cosas, en un mundo distinto y superior, trascendente, sino que se sitúa
en las cosas mismas, es inmanente.
25
Del ser o relacionado con el ser.
1. Sólo las acciones que caigan bajo el control actual o potencial del agente son susceptibles de un enjuiciamiento crítico...
2. Sólo las acciones dirigidas a la consecución de un determinado propósito pueden ser racionales o no racionales...
3. El enjuiciamiento crítico es relativo al agente y a su elección del fin...
4. Los juicios sobre razonabilidad o no razonabilidad sólo vienen al caso cuando se dispone de un conocimiento parcial
sobre la accesibilidad y eficacia de los medios...
5. El enjuiciamiento crítico siempre puede respaldarse con razones27.
Si se desarrolla el concepto de racionalidad utilizando como hilo conductor las acciones dirigidas a la consecución de un
determinado fin, esto es, las acciones resolutorias de problemas 28, queda también claro, por lo demás, un uso derivativo del
término racional, pues a veces hablamos de la racionalidad de un comportamiento inducido por estímulos, de la racionalidad
del cambio de estado de un sistema. Tales reacciones pueden interpretarse como soluciones de problemas sin que el
observador necesite poner a la base de la adecuación de la reacción observada una actividad teleológica ni atribuir ésta, a
título de acción, a un sujeto capaz de decisión que hace uso de un saber proposicional.
Las reacciones comportamentales de un organismo movido por estímulos externos o internos, los cambios de estado que el
entorno induce en un sistema autorregulado pueden entenderse como cuasi-acciones, es decir, como si en ellos se
expresara la capacidad de acción de un sujeto29. Pero en estos casos sólo hablamos de racionalidad en un sentido
traslaticio. Pues la susceptibilidad de fundamentación que hemos exigido para que una manifestación o emisión puedan
considerarse racionales significa que el sujeto al que éstas se imputan ha de ser capaz de dar razones cuando lo exija el
caso.
B) El fenomenólogo no se sirve sin más como hilo conductor de las acciones encaminadas a la consecución de un propósito
o resolutorias de problemas. No parte simplemente del presupuesto ontológico de un mundo objetivo, sino que convierte
este presupuesto en problema preguntándose por las condiciones bajo las que se constituye para los miembros de una
comunidad de comunicación la unidad de un mundo objetivo. El mundo sólo cobra objetividad por el hecho de ser
reconocido y considerado como uno y el mismo mundo por una comunidad de sujetos capaces de lenguaje y de acción. El
concepto abstracto de mundo es condición necesaria para que los sujetos que actúan comunicativamente puedan
entenderse entre sí sobre lo que sucede en el mundo o lo que hay que producir en el mundo. Con esta práctica
comunicativa se aseguran a la vez del contexto común de sus vidas, del mundo de la vida que intersubjetivamente
comparten. Este viene delimitado por la totalidad de las interpretaciones que son presupuestas por los participantes como
un saber de fondo. Para poder aclarar el concepto de racionalidad, el fenomenólogo tiene que estudiar, pues, las
condiciones que han de cumplirse para que se pueda alcanzar comunicativamente un consenso. Tiene que analizar lo que
Elvin Gouldner, refiriéndose a Alfred Schütz, llama mundane reasoning (razonamiento mundano). “El que una comunidad se
oriente a sí misma en el mundo como algo esencialmente constante, como algo que es conocido y cognoscible en común
con los demás, provee a esa comunidad de razones de peso para hacerse preguntas de tipo peculiar, de las que es un
representante prototípico la siguiente: ¿Pero cómo es posible que él lo vea y tú no?”30.
Según este modelo, las manifestaciones racionales tienen el carácter de acciones plenas de sentido e inteligibles en su
contexto, con las que el actor se refiere a algo en el mundo objetivo. Las condiciones de validez de las expresiones
simbólicas remiten a un saber de fondo, compartido intersubjetivamente por la comunidad de comunicación Para este
trasfondo de un mundo de la vida compartido, todo disenso representa un peculiar desafío: “La asunción de un mundo
compartido por todos (mundo de la vida) no funciona para los mundane reasoners como una aserción descriptiva. No es
falsable. Funciones más bien como una especificación no corregible de las relaciones que en principio se dan entre las
experiencias que los perceptores tienen en común sobre lo que cuenta como un mismo mundo (mundo objetivo). Dicho en
términos muy toscos, la anticipada unanimidad de la experiencia (o por lo menos, de los relatos de esas experiencias)
presupone una comunidad con otros que se supone están observando el mismo mundo, que tienen una constitución física
26
Evaluación Dianoética Según Aristóteles, las virtudes dianoética o intelectuales, son aquellas cuyo origen y desarrollo se deben a la
enseñanza. Por ejemplo, “la sabiduría, la inteligencia y la prudencia son virtudes dianoéticas”
27
Max BLACK, “Reasonableness”, en DEARDEN, HIRST, PETERS (1972).
28
Cfr. el resumen que de esta cuestión hace W. STEGMÜLLER, Probleme und Resultate der Wissenschaftstheorie und Analytischen
Philosophie, Berlin/Heidelberg/Nueva York, 1969, I, 335 ss.
29
N. LUHMANN, Zweckbegriff und Systemrationalität, Tubinga, 1968.
30
M. POLLNER, «Mundane Reasoning», Phil. Soc. Sei., 4, 1974, 40.
que los capacita para tener una verdadera experiencia, que tienen una motivación que los lleva a hablar sinceramente de su
experiencia y que hablan de acuerdo con esquemas de expresión compartidos y reconocibles. Cuando se produce una
disonancia, los mundane reasoners están dispuestos a poner en cuestión este o aquel rasgo. Para un mundane reasoner
una disonancia constituye una razón suficiente para suponer que no se cumple una u otra de las condiciones que se
suponía se cumplían cuando se anticipaba la unanimidad. Una mundane solution puede encontrarse revisando, por
ejemplo, si el otro era o no capaz de tener una verdadera experiencia. La alucinación, la paranoia, la parcialidad, la ceguera,
la sordera, la falsa conciencia, en la medida en que se las entiende como indicadores de un método defectuoso o
inadecuado de observación del mundo, se convierten entonces en candidatos para la explicación de las disonancias. El
rasgo distintivo de estas soluciones -el rasgo que las hace inteligibles a otros mundane reasoners como posibles soluciones
correctas— es que ponen en cuestión, no la intersubjetividad del mundo, sino la adecuación de los métodos con que
hacemos experiencia del mundo e informamos sobre él»31
Este concepto más amplio de racionalidad comunicativa desarrollado a partir del enfoque fenomenológico puede articularse
con el concepto de racionalidad cognitivo-instrumental desarrollado a partir del enfoque realista. Existen, en efecto,
relaciones internas entre la capacidad de percepción decentrada (en el sentido de Piaget) y la capacidad de manipular
cosas y sucesos, por un lado, y la capacidad de entendimiento intersubjetivo sobre cosas y sucesos, por otro. De ahí que
Piaget escoja el modelo combinado que representa la cooperación social, según el cual varios sujetos coordinan sus
intervenciones en el mundo por medio de la acción comunicativa 32. Los contrastes sólo empiezan a resultar llamativos
cuando, como es habitual en las tradiciones empiristas, la racionalidad cognitivo-instrumental extraída del empleo
monológico del saber proposicional se intenta desgajar de la racionalidad comunicativa. Por ejemplo, los contrastes en los
conceptos de responsabilidad y autonomía. Sólo las personas capaces de responder de sus actos pueden comportarse
racionalmente. Si su racionalidad se mide por el éxito de las intervenciones dirigidas a la consecución de un propósito, basta
con exigir que puedan elegir entre alternativas y controlar (algunas) condiciones del entorno. Pero si su racionalidad se mide
por el buen suceso de los procesos de entendimiento, entonces no basta con recurrir a tales capacidades. En los contextos
de acción comunicativa sólo puede ser considerado capaz de responder de sus actos aquel que sea capaz, como miembro
de una comunidad de comunicación, de orientar su acción por pretensiones de validez intersubjetivamente reconocidas. A
estos diversos conceptos de responsabilidad se les puede hacer corresponder distintos conceptos de autonomía. Un mayor
grado de racionalidad cognitivo instrumental tiene como resultado una mayor independencia con respecto a las restricciones
que el entorno contingente opone a la autoafirmación de los sujetos que actúan con vistas a la realización de sus
propósitos. Un grado más alto de racionalidad comunicativa amplía, dentro de una comunidad de comunicación, las
posibilidades de coordinar las acciones sin recurrir a la coerción y de solventar consensualmente los conflictos de acción (en
la medida en que éstos se deban a disonancias cognitivas en sentido estricto).
La restricción añadida entre paréntesis es necesaria mientras desarrollemos el concepto de racionalidad comunicativa
valiéndonos como hilo conductor de las emisiones constatativas. También M. Pollner limita el “mundane reasoning” a los
casos en que se produce un desacuerdo sobre algo en el mundo objetivo33. Pero como es obvio, la racionalidad de las
personas no sólo se manifiesta en su capacidad para llegar a un acuerdo sobre hechos o para actuar con eficiencia.
[2] Las afirmaciones fundadas y las acciones eficientes son, sin duda, un signo de racionalidad, y a los sujetos capaces de
lenguaje y de acción que, en la medida de lo posible, no se equivocan sobre los hechos ni sobre las relaciones fin/medio los
llamamos, desde luego, racionales. Pero es evidente que existen otros tipos de emisiones y manifestaciones que, aunque
no vayan vinculadas a pretensiones de verdad o de eficiencia, no por ello dejan de contar con el respaldo de buenas
razones. En los contextos de comunicación no solamente llamamos racional a quien hace una afirmación y es capaz de
defenderla frente a un crítico, aduciendo las evidencias pertinentes, sino que también llamamos racional a aquel que sigue
una norma vigente y es capaz de justificar su acción frente a un crítico interpretando una situación dada a la luz de
expectativas legítimas de comportamiento. E incluso llamamos racional a aquel que expresa verazmente un deseo, un
sentimiento, un estado de ánimo, que revela un secreto, que confiesa un hecho, etc., y que después convence a un crítico
de la autenticidad de la vivencia así develada sacando las consecuencias prácticas y comportándose de forma con lo dicho.
31
3 POLLNER (1974), 47 s.
32
J. PIAGET, Introduction à l'épistémologie génétique, París, 1950, III,
202: En la cooperación social se unen dos tipos de interacción: la «interacción entre el sujeto y los objetos» mediada por la acción
instrumental y la «interacción entre el sujeto y los demás sujetos», mediada por la acción comunicativa, cfr. más abajo pp. 112 ss.
33
POLLNER elige ejemplos empíricos del ámbito de los juicios sobre infracciones de tráfico (1974), 49 ss.
Al igual que los actos de habla constatativos, también las acciones reguladas por normas y las autopresentaciones
expresivas tienen el carácter de manifestaciones provistas de sentido, inteligibles en su contexto, que van vinculadas a una
pretensión de validez susceptible de crítica. En lugar de hacer referencia a los hechos, hacen referencia a normas y
vivencias. El agente plantea la pretensión de que su comportamiento es correcto en relación con un contexto normativo
reconocido como legítimo o de que su manifestación expresiva de una vivencia a la que él tiene un acceso privilegiado es
veraz. Al igual que en los actos de habla constatativos, también estas emisiones pueden resultar fallidas. También para su
racionalidad resulta esencial la posibilidad de un reconocimiento intersubjetivo de una pretensión de validez susceptible de
crítica. Sin embargo, el saber encarnado en las acciones reguladas por normas o en las manifestaciones expresivas no
remite a la existencia de estados de cosas, sino a la validez de normas o la mostración de vivencias subjetivas. Con ellas, el
hablante no puede referirse a algo en el mundo objetivo, sino sólo a algo en el mundo social común o a algo en el mundo
subjetivo que es en cada caso el propio de cada uno. Voy a contentarme en este lugar con esta indicación provisional de
que existen actos comunicativos que se caracterizan por otras referencias al mundo y que van vinculados a unas
pretensiones de validez que no son las mismas que las de las emisiones o manifestaciones constatativas.
Las emisiones o manifestaciones que llevan asociadas pretensiones de rectitud normativa o de veracidad subjetiva, de
forma similar a como otros actos llevan asociada una pretensión de verdad proposicional o de eficiencia, satisfacen el
requisito esencial para la racionalidad: son susceptibles de fundamentación y de crítica. Esto vale incluso para un tipo de
manifestaciones que no estén provistas de una pretensión de validez claramente delimitada, es decir, para las
manifestaciones o emisiones evaluativas, las cuales ni son simplemente expresivas, ni se limitan a expresar un sentimiento
o una necesidad meramente privados, ni tampoco apelan a una vinculación de tipo normativo, esto es, tampoco han de
conformarse a una expectativa generalizada de comportamiento. Y, sin embargo, para tales manifestaciones o emisiones
evaluativas pueden existir buenas razones. Su deseo de irse de vacaciones, su preferencia por un paisaje otoñal, su
rechazo del servicio militar, la envidia que le producen los colegas, puede el agente justificarlas ante un crítico recurriendo a
juicios de valor. Los estándares de valor ni tienen la universalidad de normas intersubjetivamente reconocidas ni tampoco
son absolutamente privados. En cualquier caso, distinguimos entre un uso racional y un uso irracional de esos estándares
con que los miembros de una comunidad de cultura y de una comunidad de lenguaje interpretan sus necesidades. Es lo que
explica R. Norman con el siguiente ejemplo: “Desear simplemente una taza de lodo es irracional porque es menester alguna
razón más para desearla. Desear una taza de lodo porque uno desea aspirar su rico olor a río es racional. No se necesita
ninguna razón más para desear gozar de su rico olor a río, ya que caracterizar lo que se desea como “gozar de su rico olor
a río” significa dar una razón aceptable para desearlo, y, por tanto, ese deseo es racional”34.
Los actores se comportan racionalmente mientras utilicen predicados tales como sabroso, atractivo, chocante, repugnante,
etc., de modo que los otros miembros de su mundo de la vida puedan reconocer bajo esas descripciones sus propias
reacciones ante situaciones parecidas. Cuando, por el contrario, utilizan estándares de valor de forma tan caprichosa que ya
no pueden contar con la comprensión dimanante de la comunidad de cultura, se están comportando idiosincráticamente.
Entre esas evaluaciones privadas puede haber algunas que tengan un carácter innovador. Mas éstas se distinguen por su
autenticidad expresiva, por ejemplo, por la claridad de forma, por la forma estética, de una obra de arte. Las
manifestaciones idiosincráticas siguen, por el contrario, patrones rígidos. Su contenido semántico no nos resulta accesible a
través de la fuerza del discurso poético o de la configuración creadora, y tiene solamente un carácter privatista. El espectro
de tales manifestaciones abarca desde tics sin importancia, como la preferencia por el olor de las manzanas podridas, hasta
síntomas de interés clínicos, como, por ejemplo, las reacciones de terror ante los espacios abiertos. Quien trate de dar
razón de sus reacciones libidinosas ante las manzanas podridas refiriéndose a su olor “seductor”, “abisal”, “embriagador”;
quien trate de explicar sus reacciones de pánico ante los espacios abiertos refiriéndose a su «vacío paralizante, plúmbeo,
vertiginoso”, apenas si podrá ser entendido en los contextos cotidianos de la mayoría de las culturas. Para estas reacciones
percibidas como aberrantes no basta la fuerza justificatoria de los valores culturales aducidos. Estos casos límite no hacen
más que confirmar que también las tomas de partido y las modalidades de deseos y sentimientos que pueden expresarse
en juicios de valor guardan una relación interna con razones y argumentos. Quien en sus actitudes y valoraciones se
comporta en términos tan privatistas que no puede explicar sus reacciones ni hacerlas plausibles apelando a estándares de
valor, no se está comportando racionalmente.
34
R. NORMAN, Reasons for Actions, Nueva York, 1971, 63 ss.; NORMAN discute (65 ss.) el status de las expresiones evaluativas que,
por su significado en parte descriptivo y en parte evaluativo, han sido llamadas por autores como Hare y Nowell-Smith «Januswords».
Podemos decir, en resumen, que las acciones reguladas por normas, las autopresentaciones expresivas y las
manifestaciones o emisiones evaluativas vienen a completar los actos de habla constatativos para configurar una práctica
comunicativa que sobre el trasfondo de un mundo de la vida tiende a la consecución, mantenimiento y renovación de un
consenso que descansa sobre el reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica. La
racionalidad inmanente a esta práctica se pone de manifiesto en que el acuerdo alcanzado comunicativamente ha de
apoyarse en última instancia en razones Y la racionalidad de aquellos que participan en esta práctica comunicativa se mide
por su capacidad de fundamentar sus manifestaciones o emisiones en las circunstancias apropiadas La racionalidad
inmanente a la práctica comunicativa cotidiana remite, pues, a la práctica de la argumentación como instancia de apelación
que permite proseguir la acción comunicativa con otros medios cuando se produce un desacuerdo que ya no puede ser
absorbido por las rutinas cotidianas y que, sin embargo, tampoco puede ser decidido por el empleo directo, o por el uso
estratégico, del poder. Por eso pienso que el concepto de racionalidad comunicativa, que hace referencia a una conexión
sistemática, hasta hoy todavía no aclarada, de pretensiones universales de validez, tiene que ser adecuadamente
desarrollado por medio de una teoría de la argumentación.
Llamo argumentación al tipo de habla en que los participantes tematizan las pretensiones de validez que se han vuelto
dudosas y tratan de desempeñarlas o de recusarlas por medio de argumentos. Una argumentación contiene razones que
están conectadas de forma sistemática con la pretensión de validez de la manifestación o emisión problematizadas. La
fuerza de una argumentación se mide en un contexto dado por la pertinencia de las razones. Esta se pone de manifiesto,
entre otras cosas, en si la argumentación es capaz de convencer a los participantes en un discurso, esto es, en si es capaz
de motivarlos a la aceptación de la pretensión de validez en litigio. Sobre este trasfondo podemos juzgar también de la
lenguaje y de acción según sea su comportamiento, llegado el caso, como participante en una argumentación: “Cualquiera
que participe en una argumentación demuestra su racionalidad o su falta de ella por la forma en que actúa y responde a las
razones que se le ofrecen en pro o en contra de lo que está en litigio. Si se muestra abierto a los argumentos, o bien
reconocerá la fuerza de esas razones, o tratará de replicarlas, y en ambos casos se está enfrentando a ellas de forma
racional. Pero si se muestra sordo a los argumentos, o ignorará las razones en contra, o las replicará con aserciones
dogmáticas. Y ni en uno ni en otro caso estará enfrentándose racionalmente a las cuestiones”35. A la susceptibilidad de
fundamentación de las emisiones o manifestaciones racionales responde, por parte de las personas que se comportan
racionalmente, la disponibilidad a exponerse a la crítica y, en caso necesario, a participar formalmente en argumentaciones.
En virtud de esa susceptibilidad de crítica, las manifestaciones o emisiones racionales son también susceptibles de
corrección. Podemos corregir las tentativas fallidas si logramos identificar los errores que hemos cometido. El concepto de
fundamentación va íntimamente unido al de aprendizaje. También en los procesos de aprendizaje juega la argumentación
un papel importante. Llamamos, ciertamente, racional a una persona que en el ámbito de lo cognitivo-instrumental expresa
opiniones fundadas y actúa con eficiencia; sólo que esa racionalidad permanece contingente si no va a su vez conectada a
la capacidad de aprender de los desaciertos, de la refutación de hipótesis y del fracaso de las intervenciones en el mundo.
El medio en que estas experiencias negativas pueden elaborarse productivamente es el discurso teórico, es decir, la forma
de argumentación en que se convierten en tema las pretensiones de verdad que se han vuelto problemáticas. En el ámbito
práctico-moral ocurre algo parejo. Llamamos racional a una persona que puede justificar sus acciones recurriendo a las
ordenaciones normativas vigentes. Pero sobre todo llamamos racional a aquél que en un conflicto normativo actúa con
lucidez, es decir, no dejándose llevar por sus pasiones ni entregándose a sus intereses inmediatos, sino esforzándose por
juzgar imparcialmente la cuestión desde un punto de vista moral y por resolverla consensualmente. El medio en que puede
examinarse hipotéticamente si una norma de acción, esté o no reconocida de hecho, puede justificarse imparcialmente, es
el discurso práctico, es decir, la forma de argumentación en que se convierten en tema las pretensiones de rectitud
normativa.
Conceptos
1. La racionalidad
2.
3.
35
St. TOULMIN, R. RIECKE, A. )ANIK, An Introduction to Reasoning, Nueví* York, 1979, 13.
4.
5.
6.
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10.
11.
12.
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17.
18.
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21.
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25.
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35.
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37.
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39.
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58.
59.
60.
61.
62.
63.
64.
65.
Argumentación
Racionalidad comunicativa
Fundamentación
Acción racional