Kant, Critica A La Razón Pura.
Kant, Critica A La Razón Pura.
Kant, Critica A La Razón Pura.
Savater
Los poetas leen a Platón. Los políticos, a Aristóteles. Los científicos, a Epicuro y
Lucrecio. Los curiosos, a Montaigne. Los matemáticos, a Descartes y Leibniz. Los
revolucionarios, a Spinoza... Pero ¿quién lee a Kant? Sólo los profesores de filosofía,
absurda caterva tan incapaz del riesgo del pensamiento como fascinada por el mecanismo
de pensar. Kant lo tiene todo para encandilar a los doctores: una jerga especializada, una
estructuración muy compleja y ambigua, que se presta a la paráfrasis, una pretensión
sistemática, pequeñas oscilaciones de opinión —dentro de una fundamental coherencia—
que permiten hablar de un «primer Kant y un «segundo Kant». También ofrece una cierta
impenetrabilidad para el profano, notas moderadamente edificantes y una crítica «seria»
de la tradición que posibilita la inacabable disputa entre los «tradicionalistas» y los
«modernos» en el seno tibio de la Academia. Es el filósofo soñado para un curso, el autor
que mejor encaja en el plan de estudios.
Kant fue un gran ilustrado. Perteneció al Siglo de las Luces, y él mismo se preguntó
y estudió qué podía querer decir ser ilustrado. «La minoría de edad —escribe Kant—
estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro.
Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un
defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con
independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu
propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.»
Immanuel Kant era de origen humilde. Su padre, un talabartero, pudo afrontar los
gastos de la educación de su hijo con enormes sacrificios. Pero Immanuel mostró enormes
aptitudes intelectuales y no tardó en encontrar benefactores que le permitieron continuar
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La aventura del pensamiento. Savater
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limitada por ella. Nosotros podemos ver sólo lo que nuestros sentidos nos dejan ver. Pero
también hay sonidos o luces que los humanos no podemos escuchar o ver. Un perro puede
percibir ultrasonidos que nos son inaudibles. Del mismo modo, lo que recibimos está
condicionado por lo que somos capaces de comprender y de organizar. Esa teoría
cognoscitiva que resuelve una polémica de siglos es quizá la mayor aportación en el
terreno de la epistemología de Kant.
Por esa razón, Kant introduce la distinción entre fenómeno y noúmeno. Fenómeno
es la cosa en cuanto objeto para un sujeto; como ya he dicho, «noúmeno» es la cosa
considerada en sí misma sin relación con ningún sujeto. Sólo lo que es fenómeno puede
ser objeto de conocimiento científico. Ahora bien, los presuntos objetos de la metafísica,
el alma, el mundo y Dios, no son fenómenos de nuestra experiencia, puesto que no se
apoyan en intuición sensible alguna. La metafísica, pues, carece de cientificidad, supone
un uso inadecuado de la razón, e implica razonamientos sofísticos. 5 Pero las ideas meta-
físicas no surgen, sin embargo, arbitraria o caprichosamente, sino que se originan en la
estructura misma de la razón, la que según Kant tiende siempre a subordinar cada
condición a otra más general y tiende, así, a establecer sintéticamente una condición
incondicionada, por horror al progreso al infinito.
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Kant rechaza que haya un conocimiento metafísico válido, pero a la vez afirma que
las cuestiones metafísicas derivan de la estructura misma de la razón —de modo que son
al mismo tiempo inevitables e irresolubles—. Según Kant, la razón tiende —en un
proceso que él llama «prosilogístico»— a subordinar siempre cada condición a otra más
general. Por ejemplo, es lo que hace cada chico cuando empieza con el «¿por qué?».Todo
padre sabe que ese «¿por qué?» no tiene fin. Hay un ejemplo famoso, según el cual se
preguntó a un sabio oriental: Si el mundo está en el espacio, ¿por qué no se hunde en el
vacío? La respuesta es: Porque está sobre el caparazón de una enorme tortuga. Se le
repreguntó: Y la tortuga, ¿por qué no se cae? La respuesta: Porque está apoyada sobre
cuatro inmensos elefantes. Otra pregunta: ¿Y los elefantes por qué no se caen? Respuesta:
Porque no. Kant dice que la metafísica hace algo parecido al postular una condición
incondicionada. Una causa primera, una finalidad última, etcétera. Todas las cosas tienen
un origen, pero éste tiene a su vez un origen, y éste otro, y así hasta llegar a un primer
origen de todo, que es Dios, y que no tiene origen. ¿Por qué? Porque sí. Este primer origen
se pone por horror al progreso al infinito, es decir, por el peligro de que, una vez que
entramos en esta cadena de interrogantes, ya no podamos salir de ella. Pero la razón
necesita poder pasar a otros temas y entonces postula, por ejemplo, una primera causa,
como el padre que, después de pasar un largo rato respondiendo a diversos «¿por qué?»
de su hijo termina diciendo «Porque yo lo digo», o «Cuando crezcas lo entenderás».
Esta ilusión trascendental no cesa jamás, pues es natural e inevitable. De tal modo,
nunca podremos conocer los presuntos objetos de la metafísica, pero tampoco podremos
dejar de preguntarnos acerca de ellos, o de suponerlos. La metafísica, según Kant, es
imposible como ciencia, pero es ineludible como tendencia inherente al hombre. Kant
dice de la metafísica: «En nada desmerece por el hecho de que sirva más para impedir
errores que para ampliar el conocimiento, antes bien le da dignidad y prestigio por la
censura que ejerce, la cual garantiza el orden universal y armonía —y aun bienestar— de
la república de la ciencia, evitando que sus animosas y fecundas elaboraciones se aparten
del fin principal, la felicidad universal».
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Dotado de una gran capacidad intelectual, Kant publicó en pocos años una serie de
escritos importantes: los Prolegómenos a toda metafisica futura en 1783, la
Fundamentación de la metafísica de las costumbres en 1785, los Principios metafíisicos
de la ciencia de la naturaleza en 1786, y la Crítica de la razón práctica en 1788. En ésta,
Kant se propuso fundar una ética racional y autónoma, que se apoyase solamente en la
razón y que no dependiera de inclinaciones subjetivas. En este sentido, lo primero que
descubrió Kant es que no hay casi nada que pueda ser llamado «bueno» absolutamente, a
no ser una buena voluntad. Y sólo es buena una voluntad que actúa por respeto al deber.
Kant desarrolló sus ideas éticas como el resultado lógico de su creencia en la libertad
fundamental del individuo. No consideraba esta libertad no sometida a leyes, sino más
bien como la libertad del gobierno de sí mismo, la libertad para obedecer en conciencia
las leyes del universo tal como se revelan por la razón.
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Según Kant, la moral está hecha de imperativos, de órdenes. Hay que hacer esto,
aquello, o lo de de más allá, y no hay que hacer esto o lo otro. Todos son imperativos, es
decir, mandatos. La mayoría de los imperativos de nuestras vidas son condicionales. Por
ejemplo, si quiero coger el avión debo levantarme temprano. Es un imperativo
condicionado a algo que yo quiero hacer, si quiero llegar a tiempo al aeropuerto, a la hora
que sale el avión, pues tengo que hacerlo, de lo contrario no necesito madrugar. Todo eso
es un imperativo condicional, o, como también lo llama Kant, hipotético. Es una orden
dada en función de una actividad que voy a realizar. Lo que Kant busca, como base de la
moral, es qué imperativos hay que no tengan condiciones sino que tenemos que hacerlos
sí o sí, no porque vayamos a conseguir tal o cual cosa sino porque somos seres humanos
racionales. Un imperativo condicional tiene la forma «si quiero tal cosa, debo hacer tal
otra» —por ejemplo, si quiero conservar mi crédito y
mi buen nombre, debo devolver el dinero que me prestaron—, pero la moral no puede
basarse en ese tipo de imperativos, sino en aquellos que plantean lo que debo hacer y no
sólo lo que me conviene hacer. A veces lo que debo hacer y lo que me conviene coinciden
—por ejemplo, en el caso de la devolución del préstamo—, pero frecuentemente se
oponen. En tal caso, lo ético es lo que debo hacer y ninguna otra cosa. Pero ¿cómo saber
en cada caso lo que debo hacer? Según Kant, porque mi conducta se debe adecuar a una
máxima racional que se me presenta como imperativo categórico. Si cuando voy a hablar
a alguien digo la verdad, puedo decir que deseo que todos los seres humanos en las
mismas condiciones digan la verdad. Si miento, en cambio, no puedo convertir ese
principio en ley universal; porque no quiero que me mientan a mí. Yo deseo mentir para
obtener una ventaja, pero no quiero que los demás me mientan porque si no el diálogo
sería imposible. La mentira no puede ser base de moralidad, porque es imposible que sea
convertida en ley universal. Si todos mintieran, nadie creería ninguna afirmación, y
entonces la mentira sería ineficaz. Como contrapartida, la verdad, que sí puede serlo. El
principio verdaderamente moral es aquel que puede convertirse en una ley universal para
todos los demás.
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En 1790, Kant publicó la tercera de sus críticas, la Crítica del juicio, o Crítica de
la facultad de juzgar, obra en la que analizó la posibilidad racional de subsumir lo
particular en lo general y hallar lo general en lo particular. En ella se ocupó de estudiar el
juicio estético y el teleológico.
En 1793, Kant dio a conocer su obra La religión dentro de los límites de la mera
razón, que le valió una amonestación por parte del emperador prusiano Federico
Guillermo, quien le reclamó una retractación respecto de su filosofía religiosa, si quería
evitar «dolorosas consecuencias». Kant no autorizó ninguna modificación en su escrito,
pero se comprometió a no hablar de religión a partir de entonces, al menos mientras el
emperador viviese. En 1795 publicó La paz perpetua, obra en la que abogaba por el
establecimiento de una federación mundial de estados legítimos, y en 1797 la Metafísica
de las costumbres, donde expuso su teoría jurídica y política. Como ya he explicado antes,
Kant creía que el bienestar de cada individuo debía ser considerado, en sentido estricto,
como un fin en sí mismo, y que el mundo había de progresar hacia una sociedad donde la
razón «obligaría a todo legislador a crear sus leyes de tal manera que pudieran haber
nacido de la voluntad única de un pueblo entero, y a considerar todo sujeto, en la medida
en que desea ser un ciudadano, partiendo del principio de si ha estado de acuerdo con esta
voluntad».
He aquí un principio del arte de la educación que particularmente los hombres que
hacen planes de enseñanza no deberían perder de vista. No se debe educar a los niños
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únicamente según el estado presente de la especie humana, sino según su futuro estado
posible y mejor, es decir, de acuerdo con la idea de humanidad y su destino total. Este
principio es de gran importancia. Ordinariamente, los padres educan a sus hijos sólo con
el objetivo de adaptarles al mundo actual, por corrompido que esté. Deberían más bien
darles una educación mejor, a fin de que también un estado mejor pueda surgir en el
porvenir. Sin embargo, se presentan dos obstáculos para ello: «Ordinariamente, los padres
no se preocupan más que de una cosa: 1) de que sus hijos salgan adelante en el mundo, y
2) los príncipes no consideran a sus súbditos más que como instrumentos para sus
designios. Los padres piensan en su casa, los príncipes piensan en su Estado. Ni unos ni
otros tienen como fin último el bien universal y la perfección a la que la humanidad está
destinada y para la cual posee también disposiciones. Sin embargo, la concepción de un
plan de educación tendría que recibir una orientación cosmopolítica.
¿Acaso entonces el bien universal es una idea que pueda dañar nuestro bien
particular? ¡En ningún caso! Pues incluso si parece que hay que sacrificarle algunas cosas,
en el fondo siempre se trabaja mejor por el bien presente si se sirve a esa idea. ¡Y qué
magníficas consecuencias la acompañan! La buena educación es precisamente la fuente
de la que manan todos los bienes de este mundo. Las semillas que están en el hombre
deben ser desarrolladas. Porque no se encuentran principios que llevan al mal en las
disposiciones naturales humanas. La única causa del mal es que la naturaleza no está
sometida a reglas. No hay en el hombre semillas más que para el bien».
LA PESADILLA FINAL
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Nos identificamos con la mentalidad de Kant cada vez que queremos que algo se
haga universal, que un beneficio, un logro de la sociedad, sea para todos. El pensamiento
kantiano está detrás cuando pretendemos que la sanidad y la educación sean universales,
o anhelamos que todos colaboremos en el respeto del medio ambiente. En otras palabras,
aquellas cuestiones que van más allá de los gobiernos y de las ideologías responden a la
visión de Kant, quien explicó su visión sobre el mundo desde esa vida
extraordinariamente tranquila, rutinaria, nada espectacular, desde donde fue
estableciendo las bases de las grandes revoluciones intelectuales de la modernidad.