IMPULSO INVOLUCIONARIO-. Las Ecologías Afectivas y Las Ciencias by Pliegue Medium
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IMPULSO INVOLUCIONARIO:
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69 min read · Mar 5
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Ofrecemos este ejemplo del mimetismo de Ophrys para mostrar cómo los
relatos que están surgiendo en el campo de la ecología química restringen las
narrativas de las relaciones entre especies. En este relato, el comportamiento
del organismo se racionaliza según una lógica calculadora y funcionalista.
Por ejemplo, según L. Anders Nilsson, la excitación de los insectos y la
exhibición de las orquídeas no deben exceder los de una lógica económica
orientada a minimizar el gasto de energía y recursos, y maximizar el
“rendimiento reproductivo”. Preocupado por los efectos del mimetismo de
Ophrys en la conservación de las energías sexuales de las abejas macho,
Nilsson llega a asegurar a sus lectores que las abejas macho pueden
diferenciar entre las flores y las hembras y que, aunque se excitan, “la
eyaculación no se produce en las flores”: “Sólo la excitación sexual suficiente
más que una excitación completa, a un nivel que evita el agotamiento del
polinizador y la pérdida de esperma” (257). Siguiendo una formulación
neodarwiniana, el mimetismo de Ophrys no debe ser demasiado eficaz, pues
de lo contrario, la población de sus polinizadores declinaría (véase también
Vereecken y Scheistl). Obsérvese también cómo cualquier indicio de intimidad
entre especies está cuidadosamente restringido en este relato.
Este ensayo llama la atención sobre los afectos, las sensaciones y las prácticas
que conforman las relaciones en las ecologías de planta/insecto. A lo largo del
ensayo desmenuzamos el concepto de impulso involutivo para explorar un
enfoque feminista de la relacionalidad entre especies. Reunimos las teorías
feministas del afecto, la diferencia y la responsabilidad para articular lo que
Isabelle Stengers podría llamar una “ecología de las prácticas” (Cosmopolitics)
entre las plantas, los insectos y los científicos que ponen de manifiesto sus
intrincadas relaciones.
En The Vegetative Soul, Elaine Miller sostiene que los recientes estudios
feministas sobre lo no humano siguen valorando la actividad del animal por
sobre la aparente pasividad de la planta [6]. Los enfoques sobre lo no humano
tienden a privilegiar el “valor de encuentro” de los organismos que los
humanos pueden “tener en cuenta”, es decir, aquellos animales junto con los
cuales podemos cerrar los ojos (Haraway, When Species) [7]. Sin embargo, si la
atención a los animales puede hacer que los investigadores queden atrapados
en un circuito afectivo que se repite de forma iterativa y recursiva entre
humanos y animales, sostenemos que la investigación sobre las plantas nos
hace correr por los rizomas hacia una ecología interespecífica. Los cuerpos de
las plantas son extensos, dispersos y enmarañados: “[A]ún cuando tienen
raíces, siempre hay un exterior en el que forman un rizoma con otra cosa: con
el viento, con un animal, con los seres humanos” (Deleuze y Guattari 11) [8].
:
Gilles Deleuze y Félix Guattari nos instan a “seguir las plantas”, y lo que
aprendemos es que para seguirlas hay que sumergirse en el suelo, mezclarse
con hongos y microbios simbióticos, conversar con los insectos y dejarse
llevar por otros cultivadores de plantas, sólo algunos de los cuales son
humanos [9]. Uno se encuentra inmediatamente en la espesura de las
relaciones entre especies, una maraña de “seres y hechos” (Schrader) cargada
de afectividad. Los cuerpos distribuidos y descentralizados de las plantas
pueden verse como un “nodo de acción duradera” en torno al cual giran otras
relaciones (Haraway, Modest_Witness 142). De este modo, las plantas pueden
enseñarnos a intensificar el “valor de encuentro” en cualquier ecología. Es a
Darwin a quien acudimos en busca de guías para este mundo interespecies.
“He tenido mucha suerte y ahora he examinado casi todas las orquídeas británicas
frescas, y cuando esté en la costa edactaré un artículo bastante largo sobre los
medios de su fertilización para la Linn. Soc. y no puedo imaginar nada más perfecto
que los muchos y curiosos ardides. No descansaré hasta ver un Catasetum expulsar
masas de polen y un Mormodes torcer su columna”
Charles Darwin
Cuando Darwin publicó De las varias ardides por las cuales las orquídeas
británicas y extranjeras son fertilizadas por insectos en 1862, consideró a las
orquídeas como un caso específico para ilustrar la amplia teoría evolutiva
desarrollara en el Origen de las especies (Browne, Charles 200). Uno de los
principios de esta teoría era que las especies se benefician de la reproducción
sexual con otros miembros de su especie. Un corolario era que la
autopolinización -la producción de una nueva generación a partir de un
individuo que alberga tanto órganos reproductores “masculinos” como
“femeninos” — es perjudicial para mantener la variación en una población. Al
principio de su trabajo sobre las orquídeas, Darwin explica que El origen de las
especies “sólo daba razones generales para creer que es una ley casi universal
de la naturaleza el que los seres orgánicos superiores requieran de un cruce
ocasional con otro individuo”. Su texto sobre las orquídeas, sin embargo,
demostraría la plenitud de esta convicción a través de una estrecha
investigación de los intrincados mecanismos por los que estas plantas evitan la
autofecundación y aseguran la fecundación cruzada con otras (On the Various
Contrivances 1): “La diversidad de los artificios, casi todos adaptados para
favorecer el entrecruzamiento de flores distintas, parece no tener límites”
(158) [11]. Admitió que las formas ancestrales de las orquídeas pueden haberse
reproducido, pero que su supervivencia reproductiva dependía del desarrollo
de relaciones con insectos polinizadores que pudieran facilitar la
reproducción mediante fecundación cruzada. Resulta que las orquídeas
estaban atrapadas en un ensamblaje interespecífico que perturbaba las
sexualidades normativas victorianas y los límites de las especies.
Aunque su intención era utilizar a las orquídeas como caso de prueba para
sacar los detalles locales y particulares de la teoría evolutiva (Burkhardt),
:
leemos a Darwin a contracorriente de su lógica evolutiva. A nosotras nos
interesan los momentos de perplejidad, exceso y tirón afectivo: momentos en
los que quedó atrapado en el impulso energético que reúne a los organismos en
complejas relaciones ecológicas. Sus estudios sobre insectos que fecundan
orquídeas nos ofrecen un retrato de alta resolución del tipo de afinidades a las
que había aludido en la famosa metáfora del “banco enredado”. En efecto, es
en la conclusión del Origen de las especies donde se encuentra a sí mismo
“contemplando” la “inextricable red de afinidades” de “un banco enredado
vestido con muchas plantas de muchas clases, con pájaros cantando en los
arbustos, con varios insectos revoloteando, y con gusanos arrastrándose por la
tierra húmeda” (489). En la conclusión del Origen de las especies, Darwin amplía
su punto de vista desde las trayectorias evolutivas de las especies individuales
hasta una consideración de las relaciones ecológicas. Este “banco enredado”
describe un medio momentáneo contorneado por múltiples especies que se
involucran en la vida de las demás [12]. Sólo tres años más tarde, en su tratado
de 1862 sobre la polinización de las orquídeas, vislumbramos que se involucra
en una “red inextricable de afinidades” y que ofrece los atisbos de lo que
podría llamarse una ecología afectiva de los encuentros planta/insecto. En
secciones posteriores de este ensayo se examinará lo que está en juego en una
lectura involucionista de la fitoecología, pero por ahora centraremos nuestra
atención en los experimentos de polinización de Darwin.
Figura 2b. Características anatómicas etiquetadas. [Se muestra traducción de texto reimpreso por
autoras con permiso de John van Wyhe, ed. 2002-. La obra completa de Charles Darwin Online
:
(http://darwin-online.org.uk/).
“Me enviaron varias flores [de Catasetum] por correo y por el ferrocarril, y debieron
de ser muy sacudidas, pero no explotaron. Dejé caer dos flores desde una altura de
dos o tres pulgadas sobre la mesa, pero las polinias no fueron expulsadas. Corté de
golpe con unas tijeras el grueso labelo y el ovario cerca de la flor; pero esta violencia
no produjo ningún efecto. Ni tampoco pinchazos profundos en varias partes de la
columna, incluso dentro de la cámara estigmática.” (On the Various
Contrivances, p. 24)
“Lo intenté cuatro veces y descubrí que podía tocar con cierta fuerza cualquier otra
parte; pero cuando toqué suavemente este punto con la aguja más fina,
instantáneamente la membrana que une el disco a los bordes de la cavidad en la que
se aloja se rompió y el polinio salió disparado hacia arriba y se posó en la cresta del
labelo [. . .]. Ahora supongamos que un insecto se posa en la cresta del labelo (y
ningún otro lugar de aterrizaje conveniente está disponible) y que se inclina delante
de la columna para roer o chupar la base de los pétalos hinchados de líquido dulce.
El peso y los movimientos del insecto presionarían y moverían el labelo junto con la
cúspide subyacente doblada de la columna; y ésta última, presionando sobre la
bisagra del ángulo, provocaría la expulsión del polinio, que infaliblemente
golpearía la cabeza del insecto y se adheriría a ella” (259–60, énfasis añadido).
“observar la manera certera en que los estrechos discos viscosos y alargados que
forman el techo se quedan pegados a la cerda. Cuando se retira la cerda, los polinios
que se adhieren a su lado superior se retiran; y mientras los discos forman los lados
del techo arqueado, se adhieren de alguna manera a los lados de la cerda. Entonces
se deprimen rápidamente, de forma que se sitúan en la misma línea que la cerda,
uno un poco de un lado, y el otro en el otro lado; y si la cerda, mantenida en la
misma posición relativa, se inserta ahora en el nectario de otra flor, los dos extremos
de los polinios golpean con precisión las dos superficies estigmáticas protuberantes,
situadas a cada lado de la boca del nectario.”(81)
Al imitar a las flores y a los insectos, Beer sugiere que Darwin descentra y
desplaza al ser humano. Al hacerlo, lo humano ya no es la medida de lo no
humano; más bien, las formas y los movimientos de los animales y las plantas
reinscriben la sensibilidad humana. Pero esto no siempre fue tan obvio. Por
ejemplo, lo que parece una comparación explícitamente antropomórfica de
diferentes especies de Catasetum:
En una primera lectura, esto puede parecer una típica puesta en escena
antropomórfica que modela la flor según la anatomía de un hombre [20]. Sin
embargo, leemos a Darwin como si estuviera conduciendo un “experimento
corporal” -un giro encarnado del conocido “experimento de pensamiento”, que
lo encuentra ejercitando su destreza kinestésica para averiguar las diferencias
en la anatomía de Catasetum [21]. El hombre que está detrás de esta analogía
no es un hombre cualquiera; es Darwin moviendo su cuerpo para modelarlo
según la anatomía distintiva de cada orquídea. En lugar de imponer la forma
humana a la planta, ha adaptado su cuerpo a las formas peculiares de estas
flores. Y una vez que este experimento corporal es transcrito en un texto como
el de arriba, puede leerse como un protocolo para que los lectores lleven a
cabo sus propios experimentos corporales y prueben estas posturas orquídeas
por sí mismos.
En sus textos sobre las orquídeas, se puede ver a Darwin entregando su cuerpo
a sus experimentos. Esta práctica recuerda la lectura de la mímesis que hace el
antropólogo Michael Taussig como un “momento sensual de conocimiento
que incluye una fleixbilidad y un reflejo del conocedor en lo desconocido” (45).
Mientras que Beer no se detiene en la violencia de las inclinaciones miméticas
de Darwin, Taussig la pone en primer plano. En su meditación sobre la notable
inclinación de Darwin por la mímesis, Taussig documenta a un joven Darwin
en medio de su de su viaje en el Beagle, entusiasmado con la mímica de los
“primitivos” en la playa de Tierra del Fuego. El relato de Taussig de las
anotaciones del diario de Darwin nos obliga a reconocer la violencia de la
mímesis y a pensar detenidamente en las relaciones asimétricas de poder que
permitieron a Darwin moverse “corporalmente en alteridad” (40) [22]. Así,
mientras los experimentos miméticos de Darwin, a veces violentos y a veces
:
tiernos, lo pusieron en sintonía con las sensibilidades de las orquídeas y de los
insectos, debemos apreciar las formas de la vida en la naturaleza, debemos
apreciar las formas de poder que conforman esta ecología mimética. Su
“capacidad de empatía” y su amor por las orquídeas era expansiva, pero su
salto al medio del devenir- orquídea de los insectos y el devenir-insecto de las
orquídeas no fue benigno.
De la evolución a la involución
Pero no todos los ecologistas evolutivos comparten estos puntos de vista. Con
motivo del 150 aniversario de la publicación del Origen de las especies, la difunta
ecóloga microbiana Lynn Margulis (1938–2011) organizó un simposio en el
Balliol College de Oxford, en el Reino Unido, que denominó Homenaje a
Darwin [26]. En su conferencia, que siguió a los discursos de Richard Dawkins
y otros destacados pensadores de la evolución, Margulis se centró en la idea de
Darwin de que “toda la vida” comparte un “ancestro común”: “Es una idea
brillante de Darwin, que podemos apladir. Pero pienso que el concepto de que
el árbol es la topología correcta está muy equivocado” (“Simbiogénesis”). Para
Margulis, esto se debe a que “un árbol supone que los linajes siguen
ramificándose y ramificándose desde un ancestro común”. Margulis indicó
trabajos recientes que demuestran el “movimiento de material genético de una
rama a otra” e insistió a gritos que este movimiento “hace que la topología sea
una red y ya no un árbol”. Si las imágenes de los árboles representan la
filogenia, la lealtad filial y la defensa de la línea familiar, la teoría
endosimbiótica de Margulis da cuenta de la innovación evolutiva en la densa
maraña de ramas, como explica en Simbiosis en la Evolución de las Células [27].
En su opinión, las nuevas formas de vida surgen de mezclas íntimas en las
relaciones entre especies. Los endosimbiontes están constituidos por actos de
lo que el coautor e hijo de Margulis, Dorion Sagan, y otros han llamado actos
de “ingestión sin digestión” (véase “Lo humano es más que humano”). Los
numerosos trabajos de colaboración de Margulis y Sagan describen formas de
cambio evolutivo que se inician por afinidades interespecíficas [28]. Su teoría
:
evolutiva se basa en una ecología comunitaria cargada de afectividad,
configurada menos por líneas genealógicas de descendencia y filiación que
por asociaciones rizomáticas y audaces saltos improvisados a través de las
líneas de las especies.
Ecología Química
Los saltamontes llegan para alimentarse y devastar sus hojas. Una polilla
revolotea cerca y se posa en una de las plantas, buscando néctar y un lugar
para poner sus huevos. Más adelante en la temporada, cuando sus huevos
eclosionan, emergen las larvas del gusano del tabaco, encantadas de descubrir
su proximidad a esta su comida favorita. Trepan por los tallos del tabaco con
sus cuerpos dirigidos a alimentarse y comienzan su ingestión rítmica,
rebanando cada hoja con mandíbulas hambrientas.
Esta es una historia que Ian Baldwin lleva mucho tiempo tratando de contar.
:
Baldwin, científico estadounidense, dirige el Instituto de Investigación de
Ecología Química del Instituto Max Planck en Jena, Alemania, donde dirige un
laboratorio y un enorme invernadero dedicados a estudiar la comunicación
entre plantas e insectos. También dirige una gran estación de investigación en
Utah, donde estudia la ecología química de las plantas silvestres Nicotiana. Su
equipo de investigación está produciendo pruebas de que las plantas tienen
varias estrategias para defenderse contra los depredadores. Lo hacen no sólo
interfiriendo en el crecimiento y la digestión de los herbívoros mediante la
síntesis activa de toxinas en tejidos vegetales, sino también sintetizando
sustancias químicas volátiles que atraen a los insectos depredadores ansiosos
por alimentarse de las plagas de las plantas. Sorprendentemente, las plantas
parecen tener la habilidad de ofrecer apoyo desde un “tercer nivel trópico”, es
decir, a partir de insectos depredadores que pueden alimentarse de estos
herbívoros.
Al menos en la prensa, los ecologistas químicos son más cautos. Al igual que
:
los científicos de orquídeas, los ecologistas químicos se basan en una lógica
neodarwiniana que limita los comportamientos adaptativos a los que han sido
amplificados y afianzados en los genomas a través de las fuerzas de la
selección natural. Además, en sus manos, la ecología tiende a configurarse
como una economía militarizada: la comunicación de las plantas se basa en el
flujo de información cibernética; las plantas tienen presupuestos de defensa;
reclutan “guardaespaldas” (Sabelis y De Jong); y aparentemente pueden
realizar análisis de coste-beneficio de los gastos de energía y del uso de los
recursos. En estos relatos, las plantas llevan a cabo una especie de “guerra
química”, y sus señales aéreas son tratadas como si fueran versiones botánicas
del código Morse. Estas metáforas se vuelven explícitas en una reciente
divulgación de la ecología química aparecida en el 2000, titulada Ladrones,
Embusteros y Asesinos: Relatos de la Química en la Naturaleza (Agosta).
¿Qué cuenta, entonces, como señal para estos investigadores? ¿Qué significaría
la comunicación entre organismos tan lentos que no tienen ojos, boca o lo que
la mayoría reconocería como un cerebro? [33] Baldwin reconoce que la
comunicación es “un término cargado”, pero insiste en una definición mínima
que permite “el intercambio de información, independientemente de la
“intención”” (Baldwin, Kessler y Halitschke 1). Los primeros relatos sobre
comunicación entre especies identificaron los compuestos volátiles que las
plantas exhalan a la atmósfera en respuesta a la depredación como
“infoquímicos”; es decir, sustancias químicas que transmiten información
sobre el estado de la planta (Vet y Dicke). Pero, ¿qué constituye una
información? ¿Y para quién y en qué condiciones se considera una señal? Estas
:
son las preguntas con las que luchan los ecologistas químicos, y lo que está en
juego es ontológico y epistemológico. ¿Las plantas pretenden comunicarse con
otras plantas e insectos? En el contexto de la señalización entre plantas e
insectos, los investigadores pueden dar un rodeo a este complicado terreno;
después de todo, es fácil argumentar que los insectos, con sus bien
documentados sistemas sensoriales y comportamientos adaptativos, han
aprendido inteligentemente a leer las emisiones de las plantas en busca de
señales de una comida apetitosa.
Para quienes se adhieren a la persistente jerarquía del ser que hace que vuelve
a las plantas ciegas y mecánicas, no es posible formular la pregunta “¿Pueden
las plantas hablar?”; lo mejor que pueden hacer es preguntar “¿Pueden oír?”
[34]. La intencionalidad de las plantas es un terreno problemático para los
:
ecologistas químicos, que se cuidan de la acusación de antropomorfismo.Y, sin
embargo, su investigación plantea importantes cuestiones sobre lo que
constituye precisamente un sujeto o un signo en lo que parece ser una
ecología efusiva rebosante de mensajes y significados.
-Agrawal
Una lectura involucionista nos exigiría empezar con la aserción de que todavía
no sabemos lo que es una señal o lo que puede hacer, y mucho menos lo que
constituye la comunicación entre especies. Los conceptos de señal y
comunicación tienen historias específicas que limitan la forma en que se leen
las declaraciones químicas de las plantas en el contexto de una ecología
evolutiva. Seguimos, aquí, la densa maraña de antropomorfismos sensoriales e
intencionalidades que hacen tropezar a estos ecólogos químicos cuando
intentan hablar de la extraña capacidad de las plantas para conversar entre sí y
con los insectos.
Desde un punto de vista involutivo, las plantas son alquimistas que convierten
la luz del sol y el dióxido de carbono en expresiones volátiles y formas
innovadoras de medios atmosféricos susceptibles de expresarse a larga
distancia. Son artesanos que elaboran anatomías que responden
:
miméticamente. También son sensores muy atentos cuyos cuerpos pueden
registrar la más sutil diferencia de temperatura (Bose y Das, “Researches”), el
más leve roce del ala de un insecto que pasa (Darwin, On the Various
Contrivances; Shteir, “Sensitive”), y que pueden discernir pequeñas diferencias
en los herbívoros detectando sustancias distintas en su saliva (Alborn et al.).
Sus raíces y rizomas forman una red de conexiones tan compleja como el
sistema nervioso de un animal (Baluška, Lev-Yadun y Mancuso; Trewavas), y
se mueven activamente en respuesta a su mundo siempre cambiante (Bose,
Life Movements; Darwin y Darwin, Power of Movement).
Aperturas
NOTAS DE LA TRADUCCIÓN
[1] Sobre la transducción de los afectos a través de los tejidos excitables, véase
Myers, “Dance Your PhD” y Molecular Embodiments; y Myers y Dumit.
[3] Aquí nos basamos en teorías del afecto que están tomando forma en
trabajos recientes de antropología (Stewart, Taussig) estudios culturales
(Clough and Hardt; Massumi), estudios de ciencia Hardt; Massumi), estudios
tecnológicos (Murphy; Myers y Dumit), y geografía (Thrift). Nos conmueve la
respuesta de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, a la pregunta de Spinoza:
“¿Qué puede hacer un cuerpo? Encuentran en los cuerpos el poder de
respuesta de afectar y ser afectado; una capacidad que mantiene los cuerpos
:
en una relación responsiva.
[6] Miller argumenta que las plantas ofrecen un sitio productivo para
reorientar la teoría feminista y ella se aproxima a las plantas en términos de la
intención feminista de perturbar la dicotomía pasivo/activo, donde el macho
es codificado como activo y la hembra, pasiva. Miller recurre a las plantas en
conjunción con las ideas de eflorescencia de la filósofa Luce Irigaray, para
sugerir un lugar productivo, pero hasta ahora descuidado, para el análisis
feminista.
[7] Véase, por ejemplo, Derrida; Haraway, When Species; y Wolfe. Véase
también el ensayo de Haraway, “Sowing Worlds”, para nuevas formas de
pensar la relacionalidad con las plantas.
[8] “Las plantas con raíces o radículas pueden ser rizomórficas en otros
aspectos: la cuestión es si la vida vegetal en su especificidad no es entera
rizomática” (Deleuze y Guattari, 6).
[12] En Darwin’s Plot, Gillian Beer ofrece una generosa lectura de la metáfora
de Darwin que amplía el papel de la “afinidad” y el “enredo” en su enfoque de
la historia natural y la teoría evolutiva. Según Beer, “puede haber un juego de
palabras en la insistencia en el “enredo” de Darwin en su teoría y su metáfora.
El significado principal que se da a ‘evolucionar’ en la edición de 1826, del
diccionario del Dr. Johnson en la biblioteca de Darwin es “Desplegar:
desentrañar enredar’” (19). Véase Hagen sobre la metáfora del banco enredado
y la relación de la evolución con la ecología.
[15] Véase Raffles para una revisión involutiva de los estudios de Karl von
Frisch sobre el comportamiento y la comunicación de las abejas. En Darwin y
las abejas, véase también Davis.
[18] Darwin tuvo mucho cuidado al seleccionar sus ilustradores y asegurar que
las representaciones publicadas fueran precisas. George Sowerby ilustró las
flores del libro de Darwin sobre las orquídeas. Darwin se enfrentó a varios
retos en la ilustración botánica y hortícola. Se enfrentó al particular reto de
representar visualmente los mecanismos de la fecundación cruzada. Sus
ilustraciones destacaban los órganos sexuales de las orquídeas, removiendo
con frecuencia los sépalos y pétalos para exponerlos. John Ruskin, un
acérrimo opositor a Darwin, escribió el libro Proserpina en respuesta a la
representación de los órganos sexuales de las orquídeas, realizada por Darwin.
Ruskin oscureció deliberadamente los órganos sexuales de las flores, detrás de
los pétalos. Ver Smith.
:
[19] Beer describe un notable experimento que encuentra a Darwin imitando
las acciones peculiares de una hembra babuino, cuyo “corazón amplio” la llevó
a adoptar las crías de muchas otras especies (252). Darwin realiza un
experimento para disipar las dudas de sus críticos que esta hembra babuino
pudo haber mordido las garras de un gatito que ella adoptó, en orden de
prevenir que la arañara. Su experimento involucraba que él “imitara” al
babuino para probar su punto: “Traté y descubrí que podía agarrar fácilmente
con mis dientes, las pequeñas y afiladas garras de un gatito de casi cinco
semanas” (253).
[21] Véase Myers, “Dance your PhD” para saber más sobre “experimentos
corporales” como modos de investigación cargados afectiva y cinestésica en
las ciencias de la vida.
[24] Véase, por ejemplo, Alaimo; Alaimo y Hekman; Barad, Meeting the
Universo; Bennett; Braidotti, Peroler; Birke y Hubbard; Grosz, Becoming
Undone, Nick of Time, y Time Travels; Franklin; Har away, Modest_Witness,
Simians y Cuando las especies; Irigaray; y Subramaniam.
[25] Véase Grosz, Becoming Undone, Nick of time y Time travels. Mientras que
Grosz se fija en Darwin para pensar en la generación de diferencia, la promesa
de la variación y la producción de identidad, Elizabeth Wilson relee las
expresiones de las emociones en hombres y animales de Darwin e incorpora
sus conceptos evolutivos en una revisión feminista del sistema nervioso.
[27] Véase Helmreich, “Trees”, para una discusión de los árboles evolutivos y
los estudios de las transferencias horizontales de genes que constituyen
nuevas topologías evolutivas en forma de redes y telarañas.
[31] Véase, por ejemplo, Barad, Meeting the Universe; Butler; Castricano;
Clough y Hardt; Hird; Parikka y Whatmore.
:
[32] En su ensayo,” ¿Cómo hablar del cuerpo?”, Latour desarrolla el concepto
de articulación en el doble sentido del término, tanto del habla clara como de
la discriminación de las diferencias. Utiliza el ejemplo de los kits utilizados
para entrenar las narices en la industria del perfume. Los aprendices tienen
que aprender a articular diferencias cada vez más finas entre las fragancias.
En el proceso, se vuelven más articulados, y más capaces de emitir
declaraciones acerca de las diferencias.
[34] Véase Roosth para una discusión de problemas similares asociados con las
atribuciones de la subjetividad celular.
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