La Zona Del Canal de Panamá, Lindsay Poland
La Zona Del Canal de Panamá, Lindsay Poland
La Zona Del Canal de Panamá, Lindsay Poland
En publicacion:
Los tormentos de la materia. Aportes para una ecología política latinoamericana. Alimonda, Héctor. CLACSO,
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. Marzo 2006. ISBN: 987-1183-37-2
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y/o como niños que necesitaban ser guiados (por ejemplo, para supervi-
sar las elecciones). La empresa privada, elites locales y oficiales dentro
del mismo ejército también utilizaron tropos raciales para justificar el
uso de la fuerza estadounidense en el istmo y una presencia más perma-
nente, efectivamente evitando que Panamá desarrollara independiente-
mente sus tierras y su economía1.
Aparte de la Guerra de los Mil Días de 1899-1902, los conflictos
más memorables ocurrieron en períodos en que la conclusión de proyec-
tos de construcción transitorios había generado un extenso desempleo
entre los trabajadores antillanos, como en 1856 y 1925 –o cuando la
construcción del canal estaba generando enfermedad y resaltando des-
igualdades entre los trabajadores negros y el capital extranjero, como en
1885. Esta época también traza la aparición de la nueva Armada y el de-
sarrollo de la diplomacia de barcos de guerra de EE.UU. en la región.
1 Para más discusiones sobre estos estereotipos, ver Johnson (1980) y Hunt (1987).
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LA REBELIÓN PRESTÁN
En ese momento, Colombia se encontraba en medio de una guerra civil
entre el gobierno de Bogotá y el insurgente ejército liberal liderado por
el abogado mulato Pedro Prestán. A mediados de marzo, las operacio-
nes del ferrocarril se detuvieron como resultado de las luchas entre las
facciones federales y liberales, y la atmósfera en Colón se había enrare-
cido. “La palabra ominosa de ‘Lynch’, se ha convertido en una palabra
utilizada cada hora”, escribió el Panama Star and Herald, de propiedad
estadounidense (New York Times, 1885b).
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las condiciones en las áreas rurales: “la consecuencia última fue la to-
tal desaparición de la mayoría de las fincas ganaderas de la vertiente
del Pacifico; el exterminio de la agricultura; el empobrecimiento gene-
ral, entre otras causas, por las exacciones de guerra y la despoblación
de los pueblos, porque los hombres que no estaban en uno u otro ejér-
citos beligerantes, huían de sus casas y se ocultaban en los montes”
(Ricord, 1989: 304-305). En contraste, la infraestructura y capacidad
económica del área de tránsito fueron relativamente poco afectadas
por la guerra. La combinación de destrucción física y la derrota de los
campesinos en el campo, con la frustración de los liberales en manos
de la Armada de EE.UU., establecieron a la elite de conservadores en
la ciudad de Panamá como los principales negociadores del istmo con
Washington para gestionar la separación de Colombia y el subsecuente
tratado del canal.
El tratado, popularmente conocido como el tratado que ningún
panameño firmó, le garantizaba a EE.UU.: el control sobre una zona de
10 millas de ancho a perpetuidad; la transferencia tanto de los trabajos
y equipos del canal francés como de los derechos del ferrocarril; la au-
torización para expropiar tierras en el resto de Panamá si EE.UU. las
consideraba necesarias para el mantenimiento, defensa o sanidad del
área del canal; además, eximía la zona de jurisdicción jurídica paname-
ña y autorizaba a EE.UU. a vigilar las ciudades de Panamá y Colón y a
construir cuarteles militares.
Cuando EE.UU. inició formalmente los trabajos del canal en
Panamá en mayo de 1904, se encontró con un país destrozado por la
Guerra colombiana de los Mil Días, angustiado por el fracaso de los
franceses para completar un canal a nivel del mar, y endeudado con Es-
tados Unidos. El acuerdo desequilibrado entre Washington y la nueva
república fue posible por la devastación de una guerra y el papel inter-
vencionista que jugó la Armada. La constitución adoptada por Panamá
codificaba la facultad de intervención de EE.UU. en Panamá, convir-
tiéndolo en un protectorado de esa potencia. El Ejército estadouniden-
se en Panamá también era responsable de otro tipo de intervención, no
estrictamente militar: la transformación de la Zona del Canal para que
fuera biológicamente segura para hombres blancos.
La empresa del canal iniciada por el Ejército de EE.UU. se con-
virtió en la más grande modificación humana de un ambiente tropical
en la historia. Hombres operando máquinas estadounidenses removie-
ron casi 100 millones de yardas cúbicas de tierra y la depositaron en
sitios en la cuenca del canal a distancias de entre una y 23 millas, in-
cluyendo la creación de un relleno de 676 acres, que se convirtió en el
pueblo de Balboa (McCullough, 1977: 547-549). Aparecieron pueblos
enteros para hospedar a los 50 mil trabajadores importados de dece-
nas de países para constituir la fuerza laboral para la construcción. La
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2 Mi agradecimiento a Paul Sutter por compartir su ensayo “Sacando los Dientes del Tró-
pico” y por ayudar a formar mi pensamiento sobre el papel de la medicina tropical en
Panamá. Una versión de este ensayo fue publicada en Sutter (2001).
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sanitario social. “La limpieza de las áreas imposibilitaba que los negros
tiraran contenedores en la hierba alta o maleza cerca de sus casas sin
que fueran detectados” agregó (Le Prince y Orenstein, 1916: 196).
Otra táctica importante era tirar aceite u otros larvicidas sobre
todas las aguas estancadas, lo que mataba las larvas de mosquitos al
eliminar su acceso al oxígeno. El Departamento de Sanidad encontró
múltiples maneras de distribuir el aceite: desde latas para rociar hasta
barriles de aceite jalados por caballos. En la cúspide de este método, los
hombres de sanidad rociaron 65 mil galones de aceite crudo en un mes
sobre las aguas del istmo (Goethals, 1916: 98).
Además de esto, la misma construcción del canal generó condi-
ciones para el contagio de enfermedades tropicales. Como lo señala-
ban Gorgas y otros, la importación de un gran número de extranjeros
que no eran inmunes a la fiebre amarilla favorecía la propagación de
la enfermedad, ya que los no-inmunes se convertían en portadores de
la fiebre una vez que esta se introducía, aunque fuera por un solo caso.
La construcción física también afectó radicalmente el ambiente, condu-
ciendo en algunos casos a la creación de incubadoras del mosquito de
la malaria. “El mismo trabajo del canal estaba constantemente creando
los sitios más deseables para el mismo gran propósito biológico” es-
cribió la viuda de Gorgas. “Cada vez que una pala de vapor hacía un
hueco profundo, casi inmediatamente se llenaba de agua, y el Anopheles
[mosquito de la malaria] buscaba de inmediato tales depresiones como
un criadero” (Gorgas y Hendrick, 1924: 227). En 1912, por ejemplo,
dragas de succión utilizadas para profundizar la zanja del canal en Ga-
tún bombearon enormes cantidades de agua salada y limo hacia la jun-
gla, matando los árboles y la vegetación. La masa resultante de materia
muerta generó un pantano que atrajo a nubes de mosquitos Anopheles
(Watson, 1915: 138-139). Como resultado, la tasa de mortalidad por
malaria en 1906 fue más elevada que la que padecieron los trabajadores
del canal francés de 1888-1903 (Simmons, 1939: 121).
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1939: 163). Los médicos, sin embargo, no estaban seguros de hasta qué
punto la degeneración general de los blancos se debía al clima y cuánto
a la “asociación con los nativos, la cual podría tener un efecto negativo
sobre la moral y el enfoque mental [de los niños]” en las palabras del
cirujano general de la Armada, el general E. R. Stitt (1929: 860)3.
El vigor físico y racial requería rejuvenecimiento periódico en los
climas nórdicos saludables, y por lo tanto se intentaban justificar los
beneficios especiales para los blancos, como extensas vacaciones anua-
les para los empleados blancos del canal, y el mantenimiento de otros
privilegios racialmente desiguales. En 1914, un presidente saliente de la
Asociación Médica de la Zona del Canal presentó para sus colegas algu-
nos de los retos que se perfilaban para el futuro, y enfatizó especialmen-
te temas del deterioro tropical de las personas blancas: “¿Se mantendrá
la eficiencia por medio de las vacaciones, y de ser así, durante cuánto
tiempo? ¿O será necesario renovar la población aquí aproximadamente
cada 10 años?” (James, 1914: 63). Algunos observadores también in-
terpretaron la tesis de vulnerabilidad de tal modo que todo el fuerte
trabajo manual en el trópico debía estar restringido a los trabajadores
de color (Clark, 1949: 308).
Los doctores tropicales del Ejército estaban obsesionados con la
clasificación racial. Los informes anuales de Gorgas publicados por la
Comisión del Canal Istmico listaban los nombres de cada empleado blan-
co estadounidense que había muerto el año anterior, junto con la edad
de la persona, la causa de muerte y el tiempo de estadía en el istmo; pero
los antillanos que perecieron en cantidades muchos mayores no estaban
nombrados en el informe (Isthmian Canal Commission, 1913: 532-533).
Eran anónimos en la historia, y esto reafirmaba la versión de que los que
construyeron el canal eran los trabajadores blancos estadounidenses.
Los médicos de la Zona del Canal frecuentemente informaban
sobre sus estudios de patologías entre las poblaciones de color, y las
estadísticas del Departamento de Sanidad clasificaban de manera rí-
gida la salud y las enfermedades según el color de piel y la nacionali-
dad, no según las condiciones de trabajo, la vivienda u otros factores
ambientales. Por el lenguaje de los investigadores médicos, se pensaría
que estos doctores estaban hablando de caballos. De hecho, su misión
práctica estaba centrada en devolver a los empleados enfermos a la
línea de trabajo, con un pensamiento muy similar al de la medicina
militar. “En la construcción de este canal”, informó un doctor, “el es-
trés de trabajo ha necesitado normalmente un rápido diagnóstico y un
tratamiento intensivo, para poder devolver al trabajador a su trabajo lo
antes posible” (Baetz, 1914: 18).
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5 Después de un brote de fiebre amarilla en 1948, Clark cazó y mató a cientos de monos
para estudiar la enfermedad (Gorgas Memorial Laboratory, 1950: 1-6; Gorgas Memorial
Laboratory, 1949: 5-14).
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de los hombres estaban acostados. “Los sujetos tenían los cuerpos mar-
cados por medio de un tinte inodoro, en 12 áreas –cabeza, cuello, pecho
hasta la altura de los pezones, hombros hasta la altura de los pezones, el
tronco entre los pezones y el ombligo (incluyendo los glúteos), muslos,
manos, piernas, pies. Se le asignaron números del 1 al 12 a estas áreas”
(Gorgas Memorial Laboratory, 1949: 18).
Después de una hora, los hombres eran “colgados en posición
invertida durante 10 minutos cada uno […] Las manos y antebrazos
estaban en contacto con el substrato para ayudarlos a sostener el cuer-
po que estaba suspendido por sogas en los tobillos” (Gorgas Memorial
Laboratory, 1949: 19). De esta manera, los científicos descubrieron que
los mosquitos se posan más frecuentemente dentro del rango de tres
pies por arriba del suelo, independientemente de la posición del hom-
bre (Gorgas Memorial Laboratory, 1949: 19).
Mientras los técnicos trazaban áreas sobre el cuerpo de los nati-
vos en Panamá, Clark escribió un ensayo basado en sus experiencias en
la tradición del general Gorgas, titulado “El Trópico y el hombre blanco”,
y publicado por el American Journal of Tropical Medicine. Su preocupa-
ción era si los hombres blancos podían adaptarse permanentemente a las
condiciones tropicales para “eventualmente permitir la colonización per-
manente de ciertas partes del trópico” (Clark, 1949: 304). No consideraba
que los españoles fueran blancos, y citaba el resumen de Andrew Balfour
del debate sobre el tema, publicado en 1920, luego de que este sirviera en
el ejército británico en Egipto, Sudán y Sudáfrica. “Hay quienes creen que
es muy dudoso –escribió Balfour– que el hombre blanco pueda realizar
trabajos físicos en el exterior bajo verdaderas condiciones tropicales... y
que si intenta hacerlo seguramente se degenerará” (Balfour, 1921: 7). Por
otro lado, aquellos como el general Gorgas que promovían la habilidad de
los blancos para vivir en el trópico, dada una sanidad apropiada, requerían
de la segregación para “mantener su sangre pura” (Clark, 1949: 304). El Dr.
Balfour agregó que “los colonos [blancos] deberían conducir máquinas en
vez de hacer trabajos con sus propios músculos” (Balfour, 1921: 9).
Clark pertenecía a la segunda escuela, y ofrecía como modelo el
éxito de los soldados daneses abandonados en una isla tropical, quie-
nes sobrevivieron y se reprodujeron durante 250 años. “Siguen siendo
fértiles”, escribió, “incluso prolíficos, y mantienen sus características
nor-europeas” (Clark, 1949: 304). Había aquí un antídoto al inminente
suicidio racial que había preocupado a Teddy Roosevelt. “Me resulta
difícil creer que llegará el momento en el que será necesario para la
raza blanca nórdica colonizar el trópico en grandes números”, escribió
Clark. “El blanco nórdico que está de paso, con la asistencia de mano
de obra nativa tropical y de artesanos, producirá y transportará los pro-
ductos alimenticios necesarios y otras necesidades sin la colonización
del trópico por esta raza” (Clark, 1949: 308).
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INTERVENCIONES POS-INDEPENDENCIA
Las intervenciones periódicas, militares y no armadas por parte de
EE.UU. lograron mantener al blanco nórdico de paso en ascenso en el
istmo, y a la nueva república en una posición subordinada, incluso a
veces servil. Las intervenciones no armadas incluyeron supervisión e
interferencia electoral; el desmantelamiento del ejército panameño y la
subsiguiente supervisión de su fuerza policial; y un protectorado eco-
nómico bajo el cual a menudo los oficiales estadounidenses vetaban
gastos panameños.
Una de las consecuencias de la concesión de tierras a EE.UU.
bajo el tratado fue el establecimiento de las que se convirtieron en bases
militares permanentes en Panamá. Hasta el año 1904, toda la actividad
militar estadounidense en el istmo, excepto algunos estudios tempranos
del canal, se realizó por vía marítima y exclusivamente por la Armada.
Al principio las bases no eran más que campamentos con tiendas para
los soldados. Eventualmente la guarnición se extendería a catorce bases
militares a lo largo de las orillas del canal, con un promedio de 7.400
tropas en el período entre las Guerras Mundiales6. Para los oficiales
estadounidenses, la utilidad de una presencia militar visible, aunque
pequeña, se hizo evidente. “Las masas de personas están educadas y
experimentadas en todo tipo de alzamientos, agitaciones –escribió el
ministro John Barreto– y podría haber gran daño ocasionado en al-
gún momento si no hubiera una fuerza, como un batallón de marines,
convenientemente ubicados en Ancón, cuya presencia moral tendría un
efecto, aun si no participaran en el mantenimiento del orden, que man-
tendría la calma y protegería la propiedad” (McCain, 1965).
Los infantes de marina no tuvieron que esperar mucho tiempo
antes de tener una acción que daría forma a las políticas panameñas. El
pequeño ejército establecido por la nueva república era una banda de
250 hombres encabezados por el general Esteban Huertas, un antiguo
oficial colombiano y héroe del movimiento independentista. Cuando
Huertas amenazó con una revuelta en octubre de 1904, el Encargado
de Negocios estadounidense J. W. J. Lee y Barrett condujo al presidente
Amador a lo largo de la crisis aconsejándole que despidiera a Huertas y
desmantelara el ejército. Tres barcos de guerra estaban anclados cerca
de la ciudad de Panamá y una compañía de marines se estableció en
6 En 1911, la defensa del Canal pasó a estar bajo la responsabilidad de la Décima Infante-
ría del Ejército, que estableció un puesto en el Campo Otis, aunque un batallón de Marines
se quedó en Panamá hasta 1914. De tal modo que el número de tropas en el istmo aumentó
más de diez veces, de 797 a 8.111 entre 1913 y 1917, cuando se organizó el Departamento
del Canal de Panamá. La guarnición tendría un promedio de 7.400 tropas desde 1918 hasta
1934 (Simmons, 1939: 218-221, 230-231).
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Ancón, desde donde podían moverse con rapidez hacia cualquier parte
de la ciudad. Huertas y sus hombres se rindieron sin luchar, y Panamá
perdió su ejército durante los próximos cincuenta años.
Cuando el presidente José Domingo de Obaldía murió en el pues-
to en 1910, dejó al vicepresidente Carlos Mendoza como titular en me-
dio de una competencia por la sucesión. Mendoza, un liberal que había
redactado la declaración de independencia de Panamá, también era
mulato; su esposa era negra. El jefe de misión estadounidense Richard
Marsh amenazó públicamente con llevar a cabo una ocupación militar
e incluso con anexar Panamá a EE.UU. si Mendoza era elegido. Men-
doza se retiró.
Otro presidente murió repentinamente mientras estaba en el po-
der, el 4 de junio de 1918, y cuando Panamá anunció que se posponían
indefinidamente las elecciones, tropas estadounidenses ocuparon las
ciudades de Panamá y Colón. Para esta época, EE.UU. estaba en pie de
guerra, y por lo tanto las decisiones políticas sobre las intervenciones
habían pasado a manos del comandante del ejército, el general Richard
Blatchford. Blatchford tenía otros propósitos en mente además de una
sucesión ordenada. Emprendió una cruzada en las ciudades terminales
para eliminar la prostitución –legal en Panamá entonces, como lo es
ahora– y el cierre de bares, por ser influencias corruptoras sobre las
tropas estadounidenses. “Estados Unidos los ha librado de los males
de la fiebre amarilla, y ¿por qué no librarlos de la mayor maldición?”,
preguntó Blatchford a Washington7.
Puesto que la intervención era, en principio, para asegurar elec-
ciones limpias, los soldados fueron retirados de las ciudades terminales
el 9 de julio de 1918. Pero Blatchford continuó su campaña prohibien-
do a los soldados entrar en las ciudades de Panamá y Colón hasta que
Panamá hubiera eliminado las ventas de licor y de opio en las mismas.
Esta prohibición se mantuvo en efecto hasta el Día del Armisticio en
noviembre de ese año, cuando cientos de soldados se escaparon de las
bases en el Atlántico luego de meses de abstinencia forzada e invadie-
ron Colón en masa. Esa noche, Blatchford montó un podio en el estadio
de Balboa para condenar lo ocurrido. Pero, en lugar de aceptar el com-
portamiento carnal de los soldados, condenó a las ciudades de Panamá
y Colón, sugiriendo que se re-bautizaran con los nombres de Sodoma
y Gomorra. Luego le escribió a Washington, “Si Sodoma y Gomorra
vivieran hoy, probablemente me demandarían por difamación” (Major,
1993: 140).
7 El Senado de EE.UU. había aprobado una enmienda constitucional seis meses antes
prohibiendo la venta de alcohol, que se convertiría en la Decimoctava Enmienda en enero
de 1919 (Major, 1993: 139).
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8 Yarborough se había distinguido como comandante del Centro de Guerra Especial del
Ejército el año anterior, y en 1962 había sugerido el envío de equipos clandestinos a Co-
lombia, apoyado por EE.UU., para “ejecutar actividades paramilitares, de sabotaje y/o te-
rroristas contra defensores conocidos de la comunidad” (McClintock, 1992: 222).
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