Lessing, Gotthold Ephraim - Natán El Sabio
Lessing, Gotthold Ephraim - Natán El Sabio
Lessing, Gotthold Ephraim - Natán El Sabio
Lessing
Naián el sabio
Traducción e introducción de
Agustín Andreu
Selecciones¿¡y* Austral
*%••*•*•*•/* Epasa-Calpe
Gotthold liphraim Lcssing
(Foto Archivo Etpasa-Calpe)
GOTTHOLD EPHRAIM LESSING
NATÁN EL SABIO
TRADUCCIÓN E INTRODUCCIÓN DE
AGUSTÍN AN DREU
ESPASA-CALPE, S. A.
MADRID
1985
Edición para
SELECCIONES AUSTRAL
O de la presente edición Agustín Andreu Rodrigo, 1985
Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1985
Impreso en Esparta
PrintedinSpain
Acabado de imprimir el dia 27 de febrero de 1985
Talleres gráficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A.
Carretera de Irún, km. 12,200. 28049 Madrid
ÍNDICE
Páginas
P rólogo................................................................................................ 13
Páginas
NATÁN EL SABIO
A cto primero ........................................................................................ 105
A cto segundo ....................................................................................... 133
Acto tercero ........................................................................................ 159
Acto cuarto........................................................................................ 189
Acto quinto .......................................................................................... 215
Notas al texto df.l poema dramático........................................... 242
A Rafael Blanco
y a susjóvenes amigos del Zambuch
Sapientia est scientia felicitatis.
( L e ib n iz .)
—No es posible.
—Pues que sea.
(ARISTÓFANES, L os carboneros.
[Versión de Agustín García Calvo].)
PRÓLOGO
2. E l « N a t á n » y s u r e l a c ió n c o m p l e m e n t a r ia
CON LAS GRANDES OBRAS FINALES DE LESSING
( « L a e d u c a c ió n d e l g é n e r o h u m a n o »
Y «Los DIÁLOGOS PARA FRANCMASONES»).
3. E l « N a t á n » y l a p o l é m ic a t e o l ó g ic a
SOBRE LAS RELIGIONES DE REVELACIÓN.
4. E l « N a tá n » y el « D e c a m er ó n » . L a parábo la
d e lo s T r e s A n il l o s , o l a r e l ig ió n
d e N atán.
5 O r ig e n h is t ó r ic o d e l a p a r á b o l a
d e lo s T r e s A n il l o s e n l a s t ie r r a s
HISPÁNICAS DEL SIGLO XI.
H is t o r ia l it e r a r ia d e l a p a r á b o l a .
Sobre una profecía relativa a la religión cristiana (EE. págs. 553 y sigs.;
LM. XV, 177,19 y sigs.).
Condorcet, Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos deI espí
ritu humano. Madrid, 1980, pig. 227.
El Melquisedech bíblico (Génesis, cap. 14), «sin padre, sin
madre, sin genealogía, sin principio de sus dias ni fin de su vida»
(Hebreos, 7,3), sería «tipo» del Natán, cuya idea aparecería y desa
parecería enseguida del escenario alemán y europeo: «se irá del
mundo otra vez sin que rastro alguno le haya precedido o seguido».
Asi se lo dijo a Herder en carta del 10 de enero del 79. El 18 de abril
del mismo año, escribirá a su hermano: «Pudiera ser que mi Natán
en suma ejerciera poca influencia, si llegara al teatro, cosa que no
sucederá nunca.» En el borrador del segundo prólogo dice no saber
«de ningún sitio en Alemania donde se pueda representar ya esta
obra» (LM, XVI; 445, 21 y sigs ). La idea de fondo que se expresa
en estas manifestaciones de diversa destinación, es la inactualidad
de la religión de Natán: «los miles de años» que fallan para que apa
rezca alguien que pueda hacer valer la nueva religiosidad (III, 7,
534 y sigs.).
Sobre Dante, Petrarca, Boccaccio, cfr. J. Arce, Literaturas Italiana
y Española frente a frente, Madrid, 1982, pág. 135; Alberto Tenenti,
Florencia en la época de los Medicis, Barcelona, 1974; Vittore Branca,
Boceado y su época. Madrid, 1975; Owen, Skeptics o f the Italian Re-
naissance, Londres, 1908.
Dilthey, V, 340.
e E. Schmidt, ob. cit., II, 327; cfr. Otto F. Best, «Noch einmal
Vernunft und Offenbarung», en LYB, XII, 123-156, esp. 145.
Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, Barcelona, 1979
(versión de Ardal/Bofill), pág. 371. Dilthey, IV, 55.
Américo Castro, La realidad histórica de España, México, 1954,
págs. 219-226, 652 y sigs; De la España que aún no conocía, México,
1972, vol. I, págs. 40 y sig.
Antonio Domínguez Ortiz, Judeoconversos en España y en Amé-
rica, Madrid, 1971, págs. 14 y sig.
Salomón ben Verga, La vara deJudá, Madrid, 1927 (versión y es
tudio preliminar de F. Cantera).
Cuzary, Madrid, 1979, págs. 34 y sigs.
Para la narración «Dit du vrai aniel», de las Gesta Romanorum y de
otras versiones, cfr. Schmidt, op. cit., II, 329 y sigs.; Demetz, Les-
sing. Nalhan der We'tse. Dichtung und Wirklichkeit, Francfort/Berlin,
1966, págs. 200-213.
* Léxico erudito de Jücher, LM, NB, 242, 24 y sigs.
Boxberger/Zarcher, «Zu Lessings Nathan. Ñame und Quede»,
en Zeitsehrifi fú r Deutsche Philologie, 5 (1874), 435-439;
H. Diltschke, «Lessings Nathan. Ein Blick...», en Neue Jarhbiicher
44 AGUSTlV ANDREU
fllr das klasische Alternan..., 49 (1922), 66; Schmidt, ob. cit., II, 349
y sigs.
Werner Jaeger, Aristóteles. 19784 (Weidmann), 74 y sigs.
Vittore Branca, Bocacioy su época, Madrid, 1975. págs. 43 y sigs.
Este Natán del libro 10.° del Decamerón no consta que fuera
judio, a pesar de su nombre. En el Crnary. Madrid, 1979 (edic. de
J. Imirizaldu), pág. 217, se habla del «sabio... R [abino] Natán el Ba
bilonio» —dato que no encontré señalado en parte alguna, y que
puede relacionarse con el Natán que habita en el camino «entre Le
vante y Poniente» y con el sabio que cuenta la parábola a Saladino
«soldán de Babilonia» (Decamerón, I, 3, y X, 3.)
La definición leibniziana de justicia, en la Characteristica, y passim
(cfr. C. Gebhardt, Phil. Schrift. Vil, 27).
II
EL ESCENARIO PALESTINO,
LAS RELIGIONES ABRAHAMÍTICAS
Y LA HISTORIA UNIVERSAL
1. E l e s c e n a r io d e P a l e s t in a y d e las tres
RELIGIONES ABRAHAMÍTICAS.
2. L essing y el islamismo.
3. JUDAÍSMO/CRISTIANISMO E ISLAMISMO:
DOS TIPOS DE RELIGIÓN.
4. La r e l ig ió n d e A brahán y l a r e l ig ió n
d e la H u m a n id a d .
EL SABIO Y SU ACCIÓN
2. La s u p e r a c ió n s a p i e n c ia l d e l m ie d o ,
LAS VIRTUDES CARDINALES
Y LA DRAMATURGIA.
5. E l s a b io y s u r e l a c ió n
CON LOS INDIVIDUOS.
7. La e x p e r ie n c ia a b ie r t a , l a a m p l ia c ió n
DEL INSTANTE Y LA VERDADERA
CONTRADICCIÓN.
8. C o n t r a d ic c i ó n y e s c a t o l o g ía
A g u s t ín andreu R o d r ig o .
Cfr. «Leibniz. Penas eternas», en EE, pág. 301 (LM. XI, 474).
Sobre la obediencia al oráculo, cfr. Gerd Hillen, «Die Halsstarrig-
keit der Tugend», en LYB, II, págs. 115-134, esp. 122 y sigs.
W. Ritzel, Lessing-Dichter, Kritiker, Philosoph, Munich, 1978,
págs. 141 y sigs.; Michael J. BOhler, «Lessings Nathan der Weise ais
Spiel vom Grunde», en LYB. III, págs. 128 y sigs., esp. 129; Barner,
ob. cit., págs. 278 y sig.
Cristianismo racional, n.°20 (EE, pág. 161 [LM, XIV, 177.]).
G. Biedermann/F. Lange, Zum Begriff der Natur in der klassischen-
burgerlichen deutschen Philosophie, en: Deutsche Zeitschrift flir Philo-
sophie, 11 (1982) 1334-1350.
G. Rohrmoser, «Lessing und die religionsphilosophische Frages-
tellung der Aufklarung», en Lessing und die Zeit der Atrfklárung,
páginas 116-129, esp. 117-122.; cfr. también C.-F. Geyer
«Das Jahrhundert der Theodizee», en Kant-Studlen. 4 (1982),
393-405.
Diálogos para francmasones (EE, pág. 626 [LM, XIII, 395, 26 y
sig.]): «Dichosos ellos. Dichoso el mundo. ¡Bendito sea todo lo que
hacen! ¡Bendito sea todo lo que dejan de hacer!»
* Goethe, Obras Completas (Aguilar), II, 1153. Cfr. ¡bid., II,
1914, su «desdén por el momento». Las consecuencias de las cosas,
de las que dicen malas y de las que dicen buenas, tiene que manifes
tarse por si misma «en toda su naturaleza positiva» (EE, pág. 309
[LM. XI, 13 y sigs., 483]) y tiene que obtener su más propia y ex
presiva forma.
Goethe, ibid., II, 1912 y sig. Dice Thielicke (Offenbarung. Ver-
nupft und Existenz, Gülhersloh, 1967 *, pág. 38) que la forma lessin-
guiana de pensamiento es la de un problemático, no la de un siste
mático. Pero, cuando Goethe publicó el Goetz y el Werther, se divi
dió la opinión alemana. La generación de los mayores echaba de
menos la claridad y la transparencia de Lessing. Las mujeres toma
ban partido por Goethe (cfr. Max Brod, Heinrich Heine, Buenos
Aires, 1945, pág. 125).
La leibniziana ley de la continuidad, pretendía no dejar nada fuera:
«una tendencia enérgica hacia un sistema que lo una todo y man
tenga a una idea, una vez aceptada, contra la más fuerte contradic
ción...» (R. Eucken, Los grandes pensadores y su teoría de la vida,
Madrid, 1914, págs. 434 y sigs. 438 y sig.).
G. Capone, «Della dialettica», en Giornale di Metafísica, I
(1956), págs. 58-85, esp. 68: «Quindi il sistemático e il Lessing par-
lano tutti e due di uno sforzo continuo: con la difTerenza pero che il
Lessing era sufficientemente sincero per chiamarlo uno sforzo, il
sistemático é invece abbastanza maligno o abbastanza poco sincero
per chiamarlo sistema.»
Cinco sentidos (EE, pág. 379, nota 7 [LM, XVI, 523, 10 y sigs.]).
94 AGUSTÍN ANDREU
Herrnhuter (EE. pág. 146); Dilthey, IV, 120. El texto que cito de
Américo Castro procede de un trabajo aparecido en el número 400
de ínsula (que no puedo citar ahora con más precisión).
Lessing no podía escribir autobiografía. Algo se parece a Petrarca
en la intranquilidad de no parar en parte alguna, en ese miedo a la
clausura, a lo clausurado, a lo acabado. Lessing sabia que una verda
dera autobiografía resultaría increíble; creo que apreció la autobio
grafía del Cardano y el Quijote porque el loco que en ellas habla salta
de la cordura a la locura, de ésta a la ilusión o a la visión, y luego a
otra cordura... —Decía Aristóteles, el maestro de Lessing, que el
biógrafo tenía que ser historiador y novelista, porque en la vida
humana hay más de una vida. El hombre, pensaba Lessing, no es
las obras que «tiene que» hacer. Es las que no tiene que hacer y
hace, o sueña, o espera hacer, o propugna que alguien haga, o no re
nuncia un día. Dios sabe cuándo, a hacer..; ¿Cómo prever lo que
cabe en la libertad? La vida es un cruce de novelas con algunos ma
teriales históricos. La salvación que hace falta está más en lo impo
sible que en lo problable, aunque tenga que llegar todo por sus
pasos (leibnizianos). La reinterpretación de la muerte, la negación
de la muerte como negación del ulterior vivir y empezar a vivir,
podrá ser discutible en la forma de solución que propone Lessing
(cfr. EE. págs. 127-130). Creo que ¿I mismo no la consideraba más
que un tanteo, uno de esos rodeos por el error que hay que «dar»
para acabar dando con el camino. Pero la intuición de una vida
arrancada a las zarpas de la predeterminación calvinista, de la justifi
cación luterana y del redenlorismo católico, esa intuición está en la
linea de «la virtud más que cristiana». Aranguren ha puesto de ma
nifiesto esa nueva manera de ver y sentir la vida aceptando en ella
«la mezcolanza de papeles», pues que «la duplicidad, e incluso la
multiplicidad de identidades ocurre siempre» (Sobre imagen, identi
dad y heterodoxia. Madrid, 1981, págs. 15 y sig., 19). Y Eugenio
Trías (Filosofía y carnaval, Barcelona, 1970) recuerda el carnaval de
Nietzsche, que tanto tiene que hacer por nosotros, para que el
hombre —Ecce Homo— acepte su «verdadera procesión de más
caras».
Horkheimer, Critica de la razón instrumental. Buenos Aires, 1969
(versión castellana de Murena y Vogelmann). Lo dice en el prefacio
de la segunda edición alemana.
Franz Brentano, Aristóteles und seine Wehanschauung, Hamburgo,
1977, págs. 91 y sig.
«Gnosis angosta». La teología católica existencial(ista) acusaba a
Lulero de la deformación de la religiosidad de la Contrarreforma,
«convertida en una inmensa sociedad de seguros contra la angustia
vital» (cfr. E. Mounier, Introducción a los existencialismos, Madrid,
1973 *, págs. 48 y sig., 80). Wittgenstein no trató mucho a Espinosa
INTRODUCCIÓN 95
1) Fuentes y versiones:
5) Otra literatura :
Apud G ellwm .
[1779]
PERSONAJES
E l sultán Saladino .
S ita, su hermana.
N atán , judio rico de Jerusalén.
R eha , su hija adoptiva.
D aya, cristiana, pero, en casa de!judío Natán, está como dama
de compañía de Reha.
J oven templario .
D erviche.
E l patriarca de Jerusalén.
H ermano lego .
E mir y varios mamelucos de S aladino .
El escenario, en Jerusalén.
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
N atán y el derviche
ESCENA CUARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA PRIMERA
S ita .— Puede.
20 Sa la d in o .— No hagas tus cuentas sin contar con el
patrón. Porque ¡mira! Apuesto a que no te esperabas
esto.
S ita .— C iertamente, no. ¿Cómo iba a sospechar
que estuvieras tan cansado de tu reina?
S alad in o .— ¿Yo, de mi reina?
S ita .— Ya veo que hoy no ganaré más que mis mil
dinares; ni un naserín más.
S a la d in o .— ¿Por qué?
SITA. —¡Y aún lo pregunta! — Porque quieres
30 perder adrede, por encima de todo. — Así no me
salen las cuentas, claro. Pues que, además de no ser
muy distraída la partida, que digamos, ¿no salgo ga
nando al máximo siempre contigo, cuando pierdo?
¿Dejaste alguna vez de doblarme la suma para conso
larme de haber perdido la partida?
S alad in o .— ¡Ah, mira! ¿Entonces habrías estado
perdiendo tú adrede, hermanita?
Sita .— Por lo menos, bien pudiera ser que tu libera
lidad, querido hermanito, sea culpable de que yo no
40 aprenda a jugar mejor.
S alad in o .— Nos desviamos del juego. ¡Concluye!
S ita .— ¿A sí está esto? Bueno, pues ¡jaque!, y
¡jaque doble!
S a la d in o .— La verdad es que ese jaque doble que
me tumba también a la reina, no lo había visto yo.
S ita .— ¿Podía evitarse aún? Déjame ver.
S a la d in o .— No, no; toma la reina, sin más. Nunca
fui afortunado con esa pieza.
S ita .— ¿Sólo con la pieza?
so S a la d in o .— ¡Quítala! - No me hace falta. Porque
así queda todo protegido otra vez.
S ita .— C uán cortésmente hay que conducirse con
las reinas, es cosa que me enseñó muy bien mi her
mano. (La deja estar.)
S alad in o .— ¡Tómala o déjala! No tengo otra.
NATÁN EL SABIO 135
ESCENA SEGU N DA
ESCENA TERCERA
S ita . S aladino
ESCENA CU ARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
Los anteriores y D aya presurosa
D aya .— ¡Natán, Natán!
N a tá n .— ¿Qué hay?
D aya .— Perdonad, noble caballero, que tenga que
interrumpiros.
N a t á n .— ¿Qué hay? ¿Qué sucede?
T emplario .— ¿Qué sucede? 620
D aya . — El Sultán ha mandado a buscar. El Sultán
quiere hablaros. ¡Dios, el Sultán!
N a t á n .— ¿A mí? ¿El Sultán? Sentirá curiosidad
por ver las novedades que truje. Tú di sólo que aún se
ha desembalado poco, o nada.
D aya .— No, no; no quiere ver nada; quiere ha
blaros, a vos en persona, y pronto, tan pronto os sea
posible.
N a tá n .— Ahora voy. — Vuélvete ya, ianda!
D aya .— No lo toméis a mal, ilustre caballero. — 630
¡Dios, qué inquietos estamos por lo que pueda querer
el Sultán!
N a t á n .— Ya se verá. ¡Anda ya, ve!
ESCENA SÉPTIMA
N atán y «/templario
ESCENA OCTAVA
D aya . N atán
ESCENA NOVENA
N a t á n . A l -H afi
ESCENA PRIMERA
R eha .y D aya
ESCENA SEGUNDA
¡Por aquí!
R eha .—(Se sobresalta, se serena y quiere arrojarse a so
sus pies.) ¡Es él! — Mi salvador, ¡ah!
T emplario.—Para evitar esto precisamente quise
aparecer tan tarde; y con todo —
R eha .—A los pies de este hombre orgulloso, yo no
quiero más que dar gracias a Dios; no al hombre. El
hombre no quiere que se las den, como tampoco las
quiere el cubo del agua que tan activo se mostrara ex
tinguiendo el fuego. Se dejaba llenar de agua, dejaba
que lo vaciaran, sin más ni más: lo mismo el hombre.
162 GOTTHOLD EPHRA1M LESS1NG
ESCENA TERCERA
R eha y D aya
R eh a . —¿Qué es eso, Daya? — ¿Tan de repente?
180 — ¿Qué le ocurre? ¿Qué le habrá chocado? ¿Qué lo
persigue?
D aya .— Dejadlo, dejadlo. Creo que no es mala
señal.
REHA.— ¿Señal? Pero ¿de qué?
D aya . —De que algo va haciendo su marcha por
dentro. Algo se está cociendo, y no conviene que [de
hervir] se salga. Vos dejadlo. Ahora os toca a vos.
R eh a . — ¿Qué me toca a mí? Tú me resultas igual
de incomprensible que él.
NATÁN EL SABIO 165
ESCENA CU ARTA
S alad in o y S ita
ESCENA QUINTA
S alad in o y N atán
ESCENA SEXTA
N atán a solas
ESCENA SÉPTIMA
S alad in o y N atán
ESCENA OCTAVA
ESCENA NOVENA
ESCENA DÉCIM A
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ESCENA CUARTA
El templario y S aladin o
ESCENA QUINTA
S alad in o .y S ita
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA OCTAVA
D aya y N atán
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ESCENA CU ARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA ÚLTIMA
(Precipitándose hacia N a t á n .)
Leiztec.Auftritt. yí§1.7S.
SaU H in. Sie (inda! sie aindea, Sitta.baiaa'
r » ! aind t ^ y j e meinri....... deinraBtucLeoKii]
¡Son ellos! ¡Son ellos, Sita, lo son! ¡Son ellos! Los dos
son míos... ¡Los hijos de mi hermano!
(A Reha .)
Introite, nam et heic... «Pasad, que aquí también están los dioses».
Lema procedente de las Noches áticas, de Aulio Gelio. Es sentencia
atribuida por Aristóteles a Heráclito «el oscuro». Ortega (O. C., I,
322) informa de que el viejo maestro dirigió esas palabras a amigos
que se sorprendieron por encontrarlo en labores de cocina.—
Cuando, a Tines de 1778, anuncia Lessing a Herder que anda en
vuelto en trabajos sobre el Natán, le advierte que no se espere al
profeta Natán de las Sagradas Escrituras, sino al Natán del Decante-
ron, X, 3, del Boccaccio. Y añade: «Mientras tanto, puedo dirigirme
a mis lectores a quienes esta indicación [la referencia a Boccaccio)
intranquilice aún más, gritándoles: ¡Pasad, que aquí también están
los dioses!»
P ersonajes.
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
196 Sobre las alas de su ángel... — Reha conoce bien —de oídas—
el A. T., donde Yavé recuerda a Israel «cómo os he llevado sobre
alas de águila» (Éxodo, 19,4). En Papeles tocantes revelación (EE,
pág. 428) cita este mismo versículo para exhortar a que, asi como
éste, sean interpretados otros lugares de la Escritura de modo meta
fórico, con buen sentido.
217 Dios puede hacer milagros... — En la conversación que sigue,
Natán considera el mundo como milagro mientras que Reha, azu
zada por el aya, tiende a ver el milagro como algo extraordinario.
Lo inaceptable del milagrerismo aquí, será que aparta la mirada de
su objeto humano, de lo humano, del hombre —por tanto suscep
tible de necesidades— que es el templario. En el bosquejo pone en
boca de Natán estas palabras: «Esa cálida imaginación tuya me gus
tarla si no te apartara de tu deber. Mientras buscas tú en el cielo el
instrumento mediante el cual te salvara Dios, se olvida tu gratitud
de echar aquí en la tierra una mirada en torno —donde, sin em
bargo, podría también estar. ¡Vuelve en ti! ¡Tranquilízate! ¡Sosié
gate!» (LM, NB, 15-25).— Por esa misma época, rectificaba otra
apelación al ángel («en un álbum cuyo dueño aseguraba que no hay
amigo sin defecto y que su chica es un ángel»), con el siguiente epi
grama que reivindica también el deber de lo humano:
«No te fies de amigo sin defectos,
y ama a una mujer más bien que a un ángel» (L M . 1,47)
ESCENA TERCERA
ESCENA CUARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ACTO SEGUNDO
9 La horquilla... —Wahrig: «Ataque de un peón o un caballo a
dos figuras adversarias». Sobre el juego de ajedrez y Lessing, cfr. re
cientemente E. M. Batley, Ambivalence and Anachronisme in Lessing’s
Use o f Chess Terminology. LYB, V, 61-81. Sobre el juego en general,
cfr. EE. págs. 20, 524 (5), 525 (10), 397.
26 Mil dinares; ni un naserin más. — El diñar era moneda arábiga,
sin figuras, de oro, que imitaron los cruzados (H. Gobel). El naserin
era una moneda pequeña, denominada asi por el califa Nasser; era
de plata, y fue acuñada en Siria y Egipto en tiempos de Saladino
(Boido Lecke).
252 GOTTHOLD EPHRAIM LESSING
ESCENA SEGUNDA
247 «Un vestido, una espada, un caballo —¡y un Dios!»—. La tradi
ción atribuye esta sentencia a Saladino, «el. más atractivo de todos
los grandes personajes de la época de las Cruzadas» (Steven Runci-
man. Historia de las Cruzadas, III, 75). Entre las leyendas que corrie
ron sobre su sencillez, señorío y liberalidad, y sobre su amor a la po
breza, transmite una el escritor francés Vicente de Beauvais «según
la cual cuando Saladino yacia en su lecho de muerte llamó a su
abanderado y le rogó que recorriera Damasco con un trozo de su
mortaja en lanza izado, proclamando que el monarca de todo el
Oriente no podía llevar consigo a la tumba nada, salvo ese paño»
Ubid.. 76).
266 «... mi Dios. Se contenta ya con tan poco: con mi corazón.»
Cfr. Leibniz (Discurso de Metafísica, n. 36): «... para hacerlos perfec
tamente felices sólo quiere (Dios) que lo amen».
270 O estrangular por lo menos... — A los funcionarios infieles del
Estado, se les estrangulaba «con un cordón de seda» (Bodo Lecke).
332 Yparsis. Adeptos de Zaratustra. La ortodoxia islámica tenia
a los parsis por paganos (Hans-J. Schoeps. Religionen, Gütersloh
1961, pág. 109). Cfr. Goethe, O. C., I, págs. 1650 y sig. (Aguilar).
La alusión es importante porque en una obra donde tan expresa
mente se trata de las tres grandes religiones del Próximo Oriente y
de la civilización mediterránea y occidental, se nombra a una cuarta
religión de revelación. Los anillos son tres o los que sean.
334 Que no haya oido hablar yo de ese hombre... —Bosquejo (LM,
NB. 99, 19-23):— «¿Por qué no lo conozco? —Te ha oido decir:
Feliz quien no nos conoce; feliz aquél a quien no conocemos».—
Boxberger («Zu Lessings Nathan», en ZeitschriftJtir Deutsche Pliilo-
logie, 6, 1875, págs. 314 y sig.) atribuye esta sentencia a Alejandro
Magno, según D'Herbelol, Bibliothéque Oriéntale, pág. 298: «II
disoit: Heureux celui qui nc nous connoít point et que nous ne con-
noissons point; car si nous connoissons quelqu'un, cela ne lui sert
qu’a prolonger la journée de son travail, ct lui diminuer son
someil.» Boxberger cita además los Cuentos brahmánicos, editados
por RUckert, donde se dice: «Dos peligros corres en compañía del
que manda: si lo obedeces, comprometes tu fe; si no lo obedeces,
comprometes tu vida; asi que lo más seguro es que ni te conozca ni
le conozcas.»
ESCENA TERCERA
365 Las tumbas de Salomón y David... — Según Flavio Josefo
(Antigüedades Judias. 7, 15, 3; 13, 8, 4), Salomón depositó en el se
pulcro de su padre David grandes tesoros. Más de mil años después.
254 GOTTHOLD EPHRA1M LESSING
ESCENA CUARTA
424 Está naciendo algo completamente distinto. — Decía Lessing
que él estaba muy atento a «los nacimientos» que se producían en
las almas de sus amigos. La categoría «nacimiento» es bbhmiana y
al leibniziano Lessing le sirve para expresar el carácter monádico de
lo vital: lo vital surge del individuo y no puede venir de fuera. Aquí
hace Lessing/Natán una aplicación pedagógica de dicha categoría,
mostrándose dispuesto a que aparezca algo «completamente dis
tinto» e inesperado (para Reha en este caso). Cfr. Jacob Bohme,
Aurora. Madrid, 1979, indice de materias (edición del autor).
431 Cuando tu corazón se aclare... — Expresión de la dialéctica co-
razón/razón, vivencia oscura/expresión racional..., propia de la
mónada (Cfr. Leibniz, Monadologia, 60).
441 Volver a derecha, a izquierda... — Reha habla como su padre
(cfr. I, 1, 7). Su consideración sobre el tanteo y duda del templario,
asi como el contrapunto del comentario de Daya (dar mis vueltas
en tomo al monasterio), son inconscientemente simbólicas.
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA OCTAVA
ESCENA NOVENA
803 Entre mis guebres... — Los guebres son parsis; hasta fines del
siglo xviii pudieron mantenerse dentro de Persia en pequeño
número. No sabemos hasta dónde llegaba la información de Lessing
en este punto, pues presenta a Al-Hafi como asociado a los
guebres, que ya están en el Ganges desde el siglo vm como conse
cuencia de las persecuciones islámicas (cfr. H.-J. Schóps, Religionen,
pág. 108 y sig.). Sobre la misantropía del derviche, cfr. Pául Her-
nadi, «Nathan der BUrger», en LYB, III, 151-159, esp. 1S3.)
832 El verdadero mendigo... —Proverbio oriental, Lessing pudo
conocerlo por la traducción de Saa'di que cumplió Olearius: «Des
graciado quien se sienta en trono./EI mendigo, que nada posee, es
un rey...» — Hammer, en su Historia de la retórica persa, trae el pro
verbio en relación con un derviche: «Quienes entienden, ven a un
principe en el desfallecido derviche./ Alabadlo como al Sa, aunque
no posea tierras.» Y H. Kurz cita, del poeta cómico Richard Breme
(muerto en 1652), estos versos: «¿Un mendigo? ¿No es el único
hombre libre en todo el Estado? Más libre que todos los propieta
rios rurales libres, que ni tienen ley ni juez ni iglesia y que sólo se
guian por costumbres antiguas sin ser por ello rebeldes.»
(Cfr. Boxberger, loe. cit., págs. 307 y sig.)
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
137 Subir a ese monte cuesta mucho menos que bqjar. — En la obra
de Breuning, Orientalicher Reyss (Estrasburgo, 1612), encontró Les-
sing la noticia de que los peregrinos bajaban por un sitio más incó
modo. A Reha le han enseñado ya que hay desilusiones y apeos que
cuestan mucho. Eugenio d'Ors, en el Nou Prometeu encadenat. pone
en boca de Fuerza (servidora, junto con Hambre, del Tirano) la
misma idea: «Llarg ha estat el caml, i no sé si més durs cls descendi-
ments que les pujades». — Lessing habla hecho recensiones de
libros de viaje por Oriente y, en concreto, por el Sinal (cfr. LM. V,
404).
ESCENA TERCERA
219 Volveré a mirar otra vez las palmeras, y no sólo... —Reha ha
sentido vivamente que una cosa es mirar las palmeras y otra mirar
al templario bajo las palmeras. ¿Advierte que al pensar en las pal
meras se ensimisma, está en si por identificación?— Ibn Arabi, en
su Libro de las conquistas espirituales de la Meca, dedica un capitulo a
la palmera como símbolo de la Tierra celeste, la cual es el secreto
más intimo del hombre. Símbolo de esta tierra secreta, la palmera
es Eva, lo que del Paraíso se trajo el hombre, es «la hermana de
Adán, o mejor, la hija de su secreto intimo». —La simbologia de la
palmera se enriquece en la teología sunnita, en la sufi, en la
chiita.— En el Corán, Maria se arrima a la palmera para parir a
Jesús (19, 23). Las comparaciones del Corán entre un hombre
muerto y una palmera derribada,1son impresionantes. Ibn Arabi,
sobre la idea de la palmera interior, escribe: «la palmera de tu alma
se lanza al Cielo del Espíritu mediante la conjunción con el Espíritu
Santo». (Cfr. Henry Corbin, ob. cit., págs. 214-215, 224-225). Y así
aparece el ángel propio, el quién.
ESCENA CUARTA
242 No hay minucia... — Lo que para Saladino es la menor de las
minucias y el «asqueroso, maldito dinero» (11, 1, 128), «es, para
Natán el burgués, un instrumento que hay que tomar bien en
serio». Bien empleado, sabiamente empleado, ayuda a todo, en
todo. Cfr. Paul Hernadi, «Nathan der Bürger», LYB, III, págs. 151
y sigs., esp. 152.
266 Utilizar cada cosa ateniéndose a su índole. — Habla Sita, pero
por debajo de sus palabras resuena el modo de ver las cosas Les-
sing/Natán. Mi traducción es tal vez un poco fuerte; podría haber
sido: Usar de cada cosa según su naturaleza... Pero entonces el con
texto quedaría menos vertido, pues las cosas de que se habla son las
personas, y la naturaleza de que se trata es «el mal» y «los malos».
260 GOTTHOLD EPHRAIM LESSiNG
ESCENA QUINTA
305 La voz del pueblo. — La voz del pueblo produce reaccio
nes distintas en Saladino y Natán; cfr. II, 7, 557 y sigs. Cfr. I, 6,
738 y sigs.
305 Hace ya mucho tiempo... — No es verdad; pero en política
hay que «bailar».
317 Pruebas ¡o que quieres impugnar. — Saladino ha cogido al
vuelo una actitud del polemista Lessing: no se permitirá ni permitirá
que se presente falsa o flojamente la opinión del adversario
(cfr. Cardano en EE. págs. 204-207): en esas discusiones en tomo a
la verdad, «el partido que pierde no pierde más que errores». El
error puro no existe y, en su rechazo, se pierde verdad. Hay que
procurar entender en toda su verdad al error u opinión que se pre
tende impugnar. Y a la opinión, errónea o verdadera, hay que darle
toda su fuerza retórica y dramalúrgica, toda la posible.
349 Cuál es lafe , cuál es la ley que te ha iluminado más. — «Fe» no
se dice en sentido estricto, aquí, como creencia en revelación de
misterios; sino como sinónimo de religión o, mejor, tradición reli
giosa y social en que se nace. — Rohrmoser «Lessing. Nathan der
Weise», en (Das deutsche Drama..., pág. 115) dice que «Saladino no
espera en serio una instrucción objetiva, sino que quiere poner en
apuros al afamado Natán.»
361 La elección que determina dichas razones... —M. J. Bohler,
«Lessings Nathan der Weise ais Spiel vom Grunde», en LYB, III,
123) llama la atención sobre el giro inesperado: no pregunta sobre
las razones que determinan la elección sino sobre la elección que de
termina las razones.— Hay una elección previa de lo dado, de lo
que se es por nacimiento, de la «fe» social a partir de la que se
razona. (Lessing ayudó a Dilthey a encontrar lo que buscaba: la
vida como realidad primaria y fontal.)
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA OCTAVA
636 Acción: y yo... me limito a sufrir. — Cfr. aqui IV, 692 y sigs. El
«fatalista» cspinosiano Lessing, señala en la acción la esencia del
hombre, desde bien pronto. Cfr. «Herrnhuter», en: EE, pág. 146:
«El hombre fue creado para la acción...» Actuando su fondo en per
fección que alegra, se hace el hombre: Bene fac et laclare! (Espi
nosa).
641 Allá donde estemos al morir... — Cfr. Dilthey, IV págs. 415
y sig., sobre las suposiciones de Lessing acerca de una transmigra
ción del alma por cuerpos celestes.— En algún lugar de su obra,
cuenta Lessing un momento nocturno de concentración pensando
en un amigo difunto; es impresionante la fe de este hombre en la
(difícil, inexplicable...) comunicación universal.
654 Püra et cielo paterno. Cfr. Ruth K. Angress, «Dreams that
were more than dreams», en Lessing’s Nathan, en LYB. III, 108
y sigs., esp. 112: el cielo paterno es el cielo de Jerusalén donde
ahora se encuentra, diverso del cielo alemán, suebo, de su infancia,
con todo lo que en la cabeza allá le embutieron...
664 ¿La de Natán? —Entre el padre y Natán, es decir, tradición
y sabiduría. Lo patrio y paterno y la vuelta a ello, como pasado y
punto de partida, es liberador —de cuantos quieren encuadrar el
futuro en lo paterno. De la patria a la sabiduría.
ESCENA NOVENA
ESCENA DÉCIMA
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
245 Los donativos en el sepulcro — Ya Boxberger deshizo la in
terpretación incomprensible desde el punto de vista del mismo
texto, de que Saladino cobraba impuesto a los peregrinos que que
rían visitar el Santo Sepulcro. Al contrario; Saladino hacia donativos
a los peregrinos cristianos que visitaban el Santo Sepulcro, asi como
a los musulmanes que visitaban la Meca. Además, daba viático, es
decir, dinero para el camino de vuelta. —Boxberger dice que el
último «que no...» hay que completarlo del siguiente modo: «Que
no dé pie mi pobreza a que empiecen a decir en Occidente que
vuelvo a perseguir a la Iglesia»—. Facilitar la vuelta de los pere
grinos, era cuestión de orden público, además (cfr. Ibn Jubaya, «al-
Rihlah», en The Middel East yesterday and today. D. W. Miller &
C. D. Moore, págs. 87 y sig.).
ESCENA CUARTA
En el bosquejo había escrito: «Curd y los anteriores. Sita baja su
velo para poder estar presente en la audiencia. Curd, a los pies de
Saladino. Saladino le confirma el regalo de la libertad con la condi
ción de que no vuelva al servicio contra los musulmanes, sino que
se vuelva a su patria. Le alaba a Natán. Curd pone objeciones en
parle. Dice que es un judío, prevenido sólo en favor de la supersti
ción, y que no hace más que dárselas de filósofo, como tal vez le de
mostrará sin más tardanza la queja del patriarca.
Deja al patriarca fuera de juego, dice Saladino, y di tú por ti
mismo lo que sabes de él...».
295 No va ni con mi estado... — Según leyó en el Marín (I, 249)
Lessing, «los templarios hechos presos no podían ofrecer por su res-
NATÁN EL SABIO 267
ESCENA QUINTA
516 ¿Cómo has podido olvidarle de preguntar por sus padres ? Y en
particular, probablemente, por su madre. — D. Friedlander informa de
que Lessing había planeado y escrito que Saladino le preguntara al
templario, con objeto de explicarse el parecido de éste con su her
mano Assad, si acaso su madre había estado por Oriente; y que el
templario contestara: Mi madre, no ; mi padre, si. — La respuesta
recordaba una anécdota del tiempo de Augusto (Pauli, Schimpf itnd
Ernst, 1597), que acababa de recordar Wernike (Poelische Versuche.
1763) y que tenia una versión medieval negra: Bonifacio VIII se
habría encontrado un guarro macho que se le parecía y le habría pre
guntado si su madre había estado en Roma, a lo que respondiera el
guarro que su madre no pero su padre si. — En carta del 19 de
marzo de 1779, rogaba Lessing a su hermano Carlos transmitiera a
Moisés Mendelssohn su gratitud por la indicación que le había
hecho llegar. Parece ser que Mendelssohn manifestó que ese chiste
no estaba a la altura de Lessing. Y Lessing suprimió el paso.
Los romances de frontera, de toda clase de frontera, eran más
finos:
«Yo te la diré, señor, lia verdad) —aunque me cueste la vida—, porque soy
hijo de un moro — y una cristiana cautiva.»
(Romance de Abenamar. En el R om ancero viejo, pég. 61, Ed. de Mercedes
Díaz Roig, Madrid, 1977.)
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
Boxbcrgcr (I. c., págs. 312 y sig.) prestó amplio comentario a esta
afirmación del «judaismo de Nuestro Señor». Cita a Reimarus («El
propósito de Jesús y sus discípulos») que dice de Jesús: «Por lo
demás, fue judio nativo y no quiso ser nada más que eso: Él mismo
atestigua no haber venido a abolir la Ley sino a cumplirla; él indica
sólo que lo principal en la Ley no se refiere a las cosas exteriores».
Carlos Lessing dice en su biografía que el delicado Mendelssohn
pensaba del mismo modo, y cuenta una anécdota al respecto, de un
tinte tipico. Cuenta que un ilustrado, un teólogo racional francés (el
marqués de Premonlval, según señaló Guhrauer), apiadado de la
pobre alma del judio Mendelssohn y queriendo ayudarla a que se
salvara —«no recuerdo ya si según principios y maneras kantianas
o goetzianas»— haciéndose cristiana, sacó este punto a conversa
ción. Mendelssohn preguntó a su «racional proselitista» dónde esta
ban los lugares del Nuevo Testamento en que Jesús haya declarado
pública y solemnemente que se apartaba del judaismo. El celoso
racional-fanático quedó mudo. Mendelssohn comentó sonriendo:
«A ver si resulta que el señor predicador es un criptojudio racional.»
Estas palabras, acaba comentando Boxberger, recuerdan las que le
dirá a Natán el hermano lego a continuación (aqui IV, 7, 688
y sigs.) Cfr. V, 6,439-447 (el celo de la cristiana Daya por Reha). —
No hace falta alguna justificar la extensión de esta nota, cuando la
obra de Lessing se propone mostrar la actualidad de cuanto marca,
hace un par de siglos o dos milenios, el nivel moral desde el que vi
vimos y somos hombres.
NATÁN EL SABIO 27 i
ESCENA OCTAVA
ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
Varios mamelucos. — «Los mamelucos, o guardia personal de Sala-
dino, llevaban una especie de librea amarilla, pues el amarillo era el
color preferido de toda su casa, y cuantos querían mostrarle devo
ción procuraban adoptar ese color» (LM. NB. 113, 29-32). Tomó
272 GOTTHOLD EPHRAIM LESSING
del Marín, I, 218, esta noticia. De esos soldados estaba orgulloso Sa-
ladino, como se verá; y él los habia educado a su imagen. Comentó
Lessing (LM, V, 172, 13 y sigs.): «No hubiera sido posible que am
pliaran sus conquistas tanto [los árabes], si, por asi decirlo, cada sol
dado raso no hubiera sido entre ellos un héroe.»
23 El primero con quien ejerce de roñoso. — Cfr. IV, 3,230-236.
33 ¿Es que Saiadino no quiere morir como Saladino? — A esta re
flexión subyace la filosofía lessinguiana de la muerte como una
mera continuación de la acción perfectiva, en condiciones exteriofes
no previsibles, pero no contradictorias con una naturaleza, como la
humana, cuya esencia es la acción perfectiva. (Cfr. EE, págs. 127 y
siguientes.)
57 ¡Oh el caído! iAmigo, el caído! — En esta exclamación queda
al descubierto la nobleza y la bondad del corazón de Saladino. Y la
metafísica preocupación de Leibniz/Lessing por el último de los in
dividuos. Pues que todos y cada uno de los individuos harán, quién
antes quién después (¿para qué pensar «mucho» después, si está
por delante la eternidad como ocasión suficiente?) todo el camino
de perfección construido por la humanidad con su esfuerzo moral.
Cfr. Educación, núms. 93-100. Hay alusión también a las caídas del
niño que se va haciendo hombre (cfr. aquí III, 8, 632-635; también
«Diálogos para francmasones», en EE. 624: «¿Quién iba a ponerle
otra vez las andaderas a un chaval ligero, sólo porque se cae aún, de
cuando en cuando?», etc.).
ESCENA SEGUNDA
En la Tebaida. — Hoy Said, capital de la región del mismo
nombre en el alto Egipto.
ESCENA TERCERA
109 Y se aparta luego de allí... — Ruth K. Angress dice que aqui
habla el huérfano a quien su padre dejó en Europa para que lo edu
caran, mientras él se volvia a Oriente. Pero se niega a ver en el
Natán un precedente de «El circulo de tiza caucasiano» (LYB. III,
118 y nota 8), de Brecht.
ESCENA CUARTA
156 Que no tengáis que arrepentirás... — Doblemente miserable
quien se arrepiente, habia aprendido Lessing del diamantino Espi
nosa. La respuesta de Natán será de las que nacen de la propia vida
NATÁN EL SABIO 273
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA ÚLTIMA
ln Cancm.
Nonnc Canis germana Cani apcllatur amica?
Cur ergo inceslus insimulare Canem?