El Botellã N 2
El Botellã N 2
El Botellã N 2
madrileña de San Martín de la Vega ha vuelto a levantar las alarmas sobre el problema social que supone el consumo
de alcohol entre los menores. Por desgracia, parece que la sociedad ha aceptado con normalidad que la edad de
inicio en el hábito de la bebida esté situada en los 13-14 años y que en todas las ciudades existan lugares más o menos
localizados donde los menores se reúnen cada fin de semana a beber al margen de la vigilancia de las autoridades.
En este caso, como en tantos otros, la Policía Municipal conocía perfectamente el descampado lleno de restos de
botellas fuera del casco urbano donde se reunían los jóvenes a hacer botellón hasta la madrugada.
Algo inexplicable sobre todo a partir de la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana que prevé
multas de entre 100 y 600 euros para quienes consuman bebidas alcohólicas en lugares públicos, cuando alteren el
orden público. Además, la nueva legislación, aprobada hace poco más de un año, contempla sanciones de hasta
30.000 euros para quien consuma o disponga de sustancias estupefacientes. Y sin embargo, la mayor parte de las
veces se renuncia a aplicar la ley, bien por comodidad y resignación (ya que se da por hecho que alcohol y ocio van
unidos), bien por no criminalizar una práctica extendida entre los jóvenes.
Es cierto que estamos ante un caso excepcional, ya que no es habitual que alguien muera por un coma
etílico y mucho menos si se trata de un menor de edad. Es probable que el miedo de sus amigos a llamar por teléfono
a la Policía y el empeño de ser ellos los que la acompañasen al centro de salud en un carro de supermercado por un
camino de tierra, perdiendo un tiempo que podría haber sido determinante, contribuyesen a la fatalidad del desenlace.
Pero sorprende que no exista un protocolo de actuación por parte de las autoridades municipales para prestar
especial atención a situaciones insólitas y anormales. Y es que, pese a su corta edad, la joven fallecida el martes había
sido ya acompañada en dos ocasiones a su casa por la Policía, que la encontró en la calle en estado de ebriedad, sin
que eso provocase un seguimiento del comportamiento de la menor por parte de los servicios sociales. Tampoco dio
pie a una llamada de atención a los padres para que vigilasen y controlasen las costumbres y los hábitos de ocio de su
hija y les aconsejasen una mejor forma de poner fin a esa peligrosa situación.
Porque además de la eficacia o dejación de funciones de las autoridades públicas, los padres han de asumir
que son los únicos responsables del comportamiento de sus hijos menores. El botellón, además de un problema de
orden público, es también una cuestión de educación y de informar a los jóvenes de las nefastas consecuencias de la
bebida para la salud física y psíquica. La española es una sociedad especialmente tolerante con el alcohol, sobre
el que incomprensiblemente no existen las prevenciones y la restrictiva legislación que operan sobre las drogas o el
tabaco. No se trata de prohibirlo ni de iniciar una cruzada contra la bebida, sino de empezar a tomar conciencia de
que diversión y alcohol no deben ir siempre necesariamente unidos. Y la tolerancia con el botellón es la prueba más
evidente de que algo estamos haciendo mal entre todos.
El mundo 05/11/2016