Teoría Del Teatro
Teoría Del Teatro
Teoría Del Teatro
Bibliografía:
Angelica Liddell
Inspiración….
Bobes Naves, Mª del Carmen (1997). Teoría del teatro. Madrid: Arco/Libros
Cabo Aseguinolaza y Rábade Villar. Manual de teoría literaria. Madrid: Castalia.
García Barrientos, José Luis (2007). Cómo se comenta una obra de teatro. Madrid: Síntesis.
Oliva, César y Francisco Torres Monreal (1990). Historia básica del arte escénico. Madrid:
Cátedra.
La literatura dramática constituye uno de los tres grandes géneros literarios, con la
peculiaridad de tener elementos espectaculares no literarios, de ahí su especificidad y
los debates sobre sus elementos constitutivos. Si por algo destaca el género dramático es
por haber sido el primero en haber sido teorizado. El texto teórico más relevante de la
Antigüedad Clásica es la Poética de Aristóteles (siglo IV a.C.), dedicada a la tragedia —
el volumen dedicado a la comedia se perdió—, lo que sin duda motivó que la tradición
teórica posterior, sobre todo la preceptista (del Renacimiento al Neoclasicismo),
dedicara gran parte de sus esfuerzos a reflexionar sobre la Épica y el género dramático.
Convendría comenzar con una definición que aclare que cuando hablamos de drama o
teatro nos referimos al espectáculo teatral en todas sus formas y subgéneros (tragedia
griega, entremés, auto sacramental, farsa, teatro del absurdo…). La peculiaridad más
inmediatamente perceptible de los textos que llamamos dramáticos es su destino
teatral, su aspiración a ser “puestos en escena”, es decir, a un modo de recepción
propio, inscrito o programado en el texto mismo y distinto de los textos narrativos o
líricos (o cinematográficos). La propia etimología de la palabra teatro, del griego
theatron, derivado del verbo theásthai (ver, contemplar) hacer referencia a su carácter
visual y espectacular. Es cierto que una obra de teatro puede ser leída. También una
novela —¿por qué no?— puede ser cantada. […] Es cierto que la importancia de este
particular destino de los textos dramáticos ha sido casi constantemente rebajada y hasta
negada a lo largo de nuestra tradición cultural, desde Aristóteles, para quien «la fuerza
de la tragedia existe también sin representación y sin actores» (Poética, 1450b), hasta
nuestros días.
«La obra dramática está hecha para ser representada: tal intención la define» (Henri
Gouhier, 1943: 32). Como afirmaba George Steiner (1989: 18-19), “cada ejecución de
un texto dramático o una pieza musical es una crítica en el sentido más vital del
término: es un acto de aguda respuesta que hace sensible el sentido. El crítico teatral por
excelencia es el actor y el director que, con el actor y por medio de él, prueba y realiza
las potencialidades de significado en una obra. La verdadera hermenéutica del teatro es
la representación”. ¿Qué entendemos por obra de teatro? Obra de teatro puede servir
como noción ambigua que abarque tanto los textos dramáticos como los espectáculos
teatrales. Aunque para Bobes Naves sean parte de un mismo proceso, se pueden realizar
matices entre espectáculo y teatro.
Siguiendo a Kowzan (1975), se puede definir espectáculo como el conjunto de modelos
o acontecimientos comunicativos cuyos productos son comunicados en el espacio y en
el tiempo, es decir, en movimiento; lo que significa que tanto su producción como su
recepción se produce necesariamente en el espacio y en el tiempo. García Barrientos
distingue en el ámbito de lo espectacular entre espectáculos actuados o producidos en
vivo, en los que la comunicación entre autor y público se produce conjuntamente, y los
espectáculos escritos o grabados, como el cine, en los que este proceso de comunicación
se realiza en fases (una de producción Autor Obra, y otra de consumo Obra
Espectador).
Los textos teatrales son oportunos en la teoría del teatro siempre que se entiendan como
escritura de una actuación, esto es, como documentos que permiten fijar parcialmente
la efímera existencia del espectáculo teatral. José Luis García Barrientos distingue los
siguientes documentos:
El texto dramático sería el documento fundamental para el estudio del drama y resulta
ser, según la tipología anterior, un texto lingüístico, de referencia verbal y no verbal,
reproductivo y descriptivo. Se organiza en dos subtextos: diálogos (referencias verbales)
y acotaciones (descripción de referencias no verbales y paraverbales). La obra dramática
podría definirse como “la codificación literaria (pero ni exhaustiva ni exclusiva) del
texto dramático”. Se dota de cierta autonomía en tanto que se puede acceder al drama
por medio de la lectura.
Aunque veremos que estas características requieren matices, cabe comenzar esta
aproximación señalando lo evidente: la práctica teatral y la teoría del teatro están
forzosamente unidas, por lo que en la propia historia de la disciplina influye el devenir
del que fuera uno de los espectáculos culturales más exitosos de la Antigüedad Clásica.
Surgida del ditirambo (ritual lírico en honor a los dioses), la práctica teatral griega se
desarrolló principalmente por medio de tres géneros (el drama satírico, la tragedia y la
comedia) y está detrás del principal texto teórico de la Antigüedad Clásica, La Poética
de Aristóteles, y que responde a un interés descriptivo por definir una realidad que tenía
amplio predicamento. Además de la Poética de Aristóteles, otro de los textos teóricos
clásicos que reflexionan sobre el género dramático y cuyas conclusiones a menudo se
atribuyeron a Aristóteles es De Fabula de Evantius y De Comedia de Donatus (siglo IV
d.C), más centrada esta última en aspectos de la representación. Es en estos tratados en
los que se establece la diferencia fundamental entre comedia y tragedia —señalándose
que la tragedia está protagonizada por grandes hombres cuyos destinos son desastrosos
y la comedia por personajes de clase media o baja cuyo desenlace es feliz o tranquilo—,
además de distinguir el teatro griego del latino y entronizar a Terencio como gran
dramaturgo cómico latino. Es en estos tratados, igualmente, donde se expresa con total
claridad el factor ético del drama, pues se señala que el desenlace de la tragedia debe
servir como ejemplo de conducta para los espectadores.
A) Los medios con los que se imita son tres: el ritmo, el lenguaje y la armonía
(separados o combinados). La danza solo usa el ritmo mientras que la citarística
usa la armonía y el ritmo. También “hay artes que usan todos los medios citados,
como la comedia y la tragedia”.
B) Los objetos imitados, y particularmente los hombres, pueden hacerse: mejores
que los reales, peores o semejantes. Por este criterio se diferencia la tragedia de
la comedia, igual que la parodia.
C) Los modos de imitar son dos: narrando lo imitado, ya sea “convirtiéndose hasta
cierto punto en otro” (hablando por boca del personaje) o “como uno mismo y
sin cambiar” (desde la perspectiva del narrador), o “presentando a todos los
imitados como operantes y actuantes”.
En la teoría aristotélica, el espectáculo se define como “cosa seductora, pero muy ajena
al arte y la menos propia de la poética, pues la fuerza de la tragedia existe también sin
representación y sin actores (en la lectura). Además, para el montaje de los espectáculos
es más valioso el arte del que fabrica los trastos que el de los poetas”. Igualmente,
apunta a que la catarsis debe venir de la fábula y no del espectáculo. Del mismo modo,
Aristóteles reflexiona sobre las cualidades de los caracteres (bondad, propiedad,
semejanza y consecuencia), así como aconseja que sean verosímiles y mejores que
nosotros, esto es, ejemplificantes.
Cuando se refiere a la fábula, y aunque estas reflexiones han ocasionado ríos de tinta,
señala que se conforma de “lo posible según la verosimilitud o la necesidad”, así en
ocasiones versará de historias sucedidas, pero no únicamente. La acción debe ser entera,
su magnitud no debe escapar a la percepción del espectador, y deben representarse
acciones relacionadas. En cuanto a los elementos estructurales de la fábula, distingue
entre:
- Peripecia (cambio de la acción en sentido contrario)
- Agnición (cambio de la ignorancia al conocimiento). Pueden producirse por señales,
producidas por el poetas, por un recuerdo, por un silogismo o por los hechos
mismos.
- Lance patético (acción destructora o dolorosa)
Las fábulas simples serían las que solo tiene lance patético, mientras que las complejas
tendrían peripecia y/o agnición.
“Sófocles sería en cuanto a imitador lo mismo que Homero, pues ambos imitan
personas esforzadas y en otro lo mismo que Aristófanes, pues ambos imitan personas
que actúan y obran. De aquí viene, según algunos, que estos poemas se llamen dramas,
porque imitan personas que obran” [1448b]
Si nos detenemos brevemente a analizar una obra clásica del teatro francés como
puede ser El enfermo imaginario de Molière, última comedia del dramaturgo francés
estrenada en 1673, inspirada en la commedia dell’arte, observaremos un cumplimiento
escrupuloso de las preceptivas dramáticas que no observamos en el teatro de Lope o
Shakespeare.
En el siglo XIX se potencia su comprensión como un género literario escrito más, por lo
que habrá que esperar al siglo XX para abordarlo desde una perspectiva que ponga en el
centro la representación y no el texto dramático. Toda la tradición teórica se ocupó del
texto dramático como si estuviera dedicado a la lectura en lugar de a la representación,
sin tener en cuenta que todos los elementos del texto están marcados por su
“teatralidad”: el uso de acotaciones o el diálogo como lenguaje en situación. Entre los
precursores de la mirada semiótica al hecho teatral podemos destacar a Friedrich
Nietzsche, quien en El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872)
reflexionó sobre el papel de los elementos no verbales en el teatro clásico para potenciar
su efecto espectacular. Igualmente, anticipó el interés ritual del hecho teatral y se
interesó por su dinámica social. La semiología del teatro apuntó a la importancia de los
sistemas de signos no verbales. Como señala Bobes Naves, “el texto dramático no
admite una equiparación con los demás textos literarios, porque, aunque coincide con
ellos en utilizar como medio expresivo el lenguaje verbal, se distancia de los otros
géneros en que está destinado a la representación y, por esta finalidad, con una gran
profusión de deícticos, en forma dialogada, etc”. (19-20).
De nuevo, en este viraje hacia el estudio semiótico del teatro también se implica la
práctica teatral, en la que el director de escena cobra cada vez más protagonismo frente
a la figura del autor teatral, así como con la ruptura de los convencionalismos del teatro
burgués decimonónico, la crisis del naturalismo y la aparición de conceptos como el
extrañamiento brechtiano, que afecta principalmente a la puesta en escena. El
escenógrafo se convierte en una figura a tener en cuenta y el público deja de ser
considerado un elemento pasivo, sobre todo a partir del fin de la «comedia de salón».
En este sentido, surgen conceptos como el «teatro de la crueldad» de Antonin Artaud,
que se centran en los efectos del teatro sobre su audiencia (El teatro y su doble, 1938)
por medio de elementos no verbales como los gestos, los efectos de sonido y luces o el
decorado.
Como apunta Bobes Naves (1997: 10), este interés ejemplar y didáctico será más tarde
explotado por las preceptivas dramáticas francesas e italianas, que rechazarán todo
teatro que no presente un modelo moral positivo.
Cabo Aseguinolaza y Rábade Villar consideran que se pueden delimitar cuatro grandes
líneas maestras en la aproximación histórica al hecho teatral:
Esta cuestión es dirimida en el ámbito español por Bobes Naves, quien establece una
visión conciliadora y complementaria de dos propuestas que explicitan cómo el
desarrollo diferenciado de los estudios del texto teatral y del espectáculo habían
enfrentado dos ámbitos completamente complementarios. Según la crítica:
Para Bobes Naves la oposición entre texto escrito y texto representado y la dicotomía
entre texto literario y texto espectacular no son sino procedimientos para segmentar y
presentar secuencialmente lo que, en la realidad del fenómeno teatral, se da de modo
complementario y simultáneo:
Anne Ubersfeld (La escuela del espectador, 1981: 311) considera que la situación
pragmática del teatro (que obliga a un espectador a estar frente a unos actores que
representan una ficción) da lugar a la denegación: la ilusión teatral de que la realidad
presente sobre la escena está desprovista de su valor de veracidad. Esta ahí, pero a su
vez no es lo que representa, y ello resulta evidente para el espectador, de ahí que sea
necesario el pacto ficcional en el teatro.
La escritura dramática: Veltrusky señala lo contrario a que el teatro está escrito para
representarse y considera en El drama como literatura (1942) su vigencia como texto
literario. Ortega y Gasset (1958: 40): “la dramaturgia es solo secundaria y parcialmente
un género literario y, por tanto, aun eso que, en verdad, tiene de literatura no puede
contemplarse aislado de lo que la obra teatral tiene de espectáculo”. El drama aúna las
dos manifestaciones concretas del teatro, el espectáculo y la obra dramática. La
diferencia en los modos de imitación entre el narrativo y dramático, es el carácter
inmediato de este último: se renuncia a una instancia mediadora (ojo de la cámara o voz
narrativa) para presentar directamente ante el espectador. De esa inmediatez se deduce
el estilo directo del diálogo y el impersonal de las acotaciones.
Las didascalias constituyen una fértil punta de intersección entre el texto dramático y el
texto espectacular, pues radicadas literalmente en el primero se orientan de un modo
directo, a modo de escritura que pide ser actualizada, hacia el segundo. Un ejemplo de
“didascalia” sería el siguiente, tomado de Los hermanos (Andria) de Terencio:
Distinguido público, un poco de atención, si sois tan amables y que todos salgamos con
bien, vosotros, yo y nuestra compañía y sus directores y organizadores.
¡A ver, tú, pregonero, haz que el público sea todo oídos! (Después que ha mandado
callar al público.) Venga, ahora siéntate; pero no vayas a dejar de pedir tu salario por
eso, ¿eh? Ahora os diré el motivo por el que he salido aquí a escena y que es lo que
pretendo: se trata simplemente de deciros el título de la comedia, porque por lo que toca
al argumento, bien breve que es. Ahora os voy a decir lo que dije que quería deciros:
esta comedia se llama en griego El arriero y su autor es Demófilo; Marco la ha
traducido al latín y, con vuestro permiso, la quiere titular Asinaria; la pieza tiene gracia
y chiste, es una comedia de risa. Ahora tened la amabilidad de prestarnos vuestra
atención, y que el dios Marte os siga protegiendo como ya lo ha hecho en otras
ocasiones.
Doña Violante,
entra repentida,
el pecho anhelante,
el manto en bolina,
el moño colgante.
Sin embargo, como señala García Barrientos (2003), la primacía del diálogo —para
Veltrusky la base del teatro frente a la narrativa o la lírica— solo es una característica
particular del teatro europeo. De nuevo, es una forma verbal ligada a la inmediatez del
modo dramático que se presenta libre (sin mediación de una voz narradora). Prima el
estilo directo libre y los usos interlocutivos del lenguaje (en ocasiones aparecen recursos
narrativos para describir algo que ocurre “fuera de escena” —por ejemplo, cuando se
recurre a la teicoscopia, cuando un personaje narra lo que ve desde la escena, pero que
ni el público ni el resto de los personajes pueden ver—, lo que de todos modos es
inusual.
En el diálogo conviene tener en cuenta el doble circuito comunicativo que se
produce entre personajes y entre personajes y público; generalmente este último circuito
se da por sentado y los actores actúan como si el público no estuviera presente. El
público se sitúa a una cierta distancia estética que permite apreciar el conjunto de
referencias, el estilo y el efecto de la versificación, por ejemplo. El diálogo dramático
tiene, por tanto, una orientación profundamente oral: aunque haya sido escrito
previamente, se piensa para que sea efectivo oralmente.
A la hora de analizar el diálogo dramático hemos de precisar lo siguiente: el
estilo (nivel o tono de lenguaje) es una construcción por la que se puede pretender
reconstruir artificialmente el modo de hablar cotidiano o por medio del cual se
configura el carácter de un personaje (a quien conocemos por su voz y sus acciones).
Podemos encontrar dramas que optan por la unidad o la diversidad de estilos. O bien
todos los personajes hablan en el mismo registro (vulgar, culto, coloquial), con un tono
marcadamente poético o artificialmente “natural”. La unidad de estilo sería una
preceptiva de la dramaturgia clasicista (que se basa en aquello de que la tragedia es
imitación de las acciones de personas esforzadas mientras que la comedia lo hace de
personas vulgares o viles), pero se da en multitud de dramas, como por ejemplo en La
casa de Bernarda Alba, donde con un estilo aparentemente coloquial prima una unidad
poética. El contraste de estilos no solo busca la verosimilitud, sino que caracteriza al
personaje y cumple una función dramática —por ejemplo, la de actuar como “gracioso”
en el teatro áureo o en los sainetes, como en La pareja científica de Arniches. El estilo
se relaciona con la cuestión del “decoro”, tempranamente teorizado por Horacio
(Epistola ad Pisones) y que se podría definir como la armonía o concordancia entre
todos los elementos de un discurso, incluidos los pragmáticos (orador y público). En
este sentido, el estilo debe ser congruente con el resto de elementos extraverbales.
El diálogo, además de las funciones internas como comunicación inter-
personajes, tiene funciones en la medida en que comunica al público. García Barrientos
distingue las siguientes (59-60):
a) Función dramática: Construye la acción entre los personajes, pues con las
palabras se hacen cosas (a veces ocurre acción pero otras la acción se produce a
partir de las palabras, p.e. en La señorita Julia de Strindberg)
b) Función caracterizadora: Permite construir a los personajes por medio de lo
verbal, que siempre se complementa con elementos extraverbales
c) Función diegética o narrativa: Proporciona al público información que se sale
del marco de la escena, pone al público al corriente de los antecedentes (p.e. en
Edipo Rey). Generalmente adopta una forma narrativa, como en los “relatos de
mensajero” de la dramaturgia clasicista. Ejemplos al límite entre lo narrativo y
lo dramático: Ifigenia en Tauride de Goethe.
d) Función ideológica o didáctica: Transmite al público unas ideas. P. e. en Luces
de bohemia, Valle-Inclán difunde una serie de ideas de autor por medio de sus
personajes (escena VI, Max y el preso catalán sobre el comunismo y el
obrerismo).
e) Función poética: Funciona poéticamente de cara al público, pero generalmente
no de forma interna, pues la comunicación se produce sin problema. En La casa
de Bernarda Alba, La Poncia cuenta a Bernarda Alba el rapto consentido de Paca
la Roseta: “Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida
como si tocara la guitarra”.
f) Función metadramática: Infrecuente, el diálogo se refiere al drama mismo que
se representa. Viene de la mano de la introducción de diferentes niveles
dramáticos, de modo que unos personajes se sitúan en un nivel de ficción
superior. Por ejemplo, se observa en Los intereses creados de Jacinto Benavente,
donde Crispín recita el prólogo y Silvia se dirige al público al final de la obra.
En lo que se refiere a las formas del diálogo dramático, conviene precisar que se
entiende como tal cualquier manifestación verbal y no solo la que se da entre dos
(dia- a través de, -logos, palabra), por lo que el monólogo o el soliloquio, por ilógico
que parezca, solo sería una modalidad de diálogo.
La ficción dramática
Para el análisis de la acción que constituye la ficción dramática contamos con varios
mecanismos, entre los que cabe destacar el modelo actancial —inaugurado por
Vladimir Propp en La morfología del cuento (1928) y continuado por Greimas
(1966, 1970) y Anna Ubersfeld (1977) en el campo teatral—, que se basa en la
hipótesis de que existen estructuras comunes y universales en la construcción de
mundos ficticios. El actante sería un personaje al que se define exclusivamente en
virtud de su función en el desarrollo de la acción. Aunque hay varias
conceptualizaciones, la de Greimas distingue seis actantes que constituyen tres
oposiciones binarias: el Sujeto (S) o quien emprende una acción para obtener lo que
se propone, el Objeto (O) o aquello que pretende conseguir el S; el Destinador D1,
la persona o ente abstracto que impone la tarea al S, y el Destinatario (D2), quien se
beneficia de la acción del S (y frecuentemente coincide con él); el Ayudante (A),
facilita al S la consecución del O, y el Oponente (Op), que representa los obstáculos
que tiene que superar el S. En esquema:
Los actantes no son fijos y pueden ir cambiando a lo largo de la trama. El par S-O
define el eje del deseo; el par D1 y D2 definen el eje de la comunicación, más abstracto
e ideológico, mientras que el eje A-Op puede comprenderse como proyección del S.
Además, la relación actante-personaje no es biunívoca: puede haber casos de
isomorfismo (actante=personaje), sincretismo (varios actantes =personaje) o
desmultiplicación (actante=varios personajes). ¿Cómo sería este esquema actancial en el
caso de La casa de Bernarda Alba?
Adela
Libertad
(Pepe el Romano)
Mª Josefa Bernarda
Conviene distinguir entre situación, acción y suceso. Estas tres categorías permiten
analizar la acción en un sentido global. Podríamos definir el drama como una sucesión
de situaciones dramáticas, entendiendo por “situación” la estructura o correlación de
fuerzas entre los personajes en un momento dado. La “acción” tendría una estructura
triple: 1) una situación inicial, 2) la modificación intencionada de dicha situación por la
actuación del personaje, y 3) la situación final modificada. Así, consideraríamos
acciones el primer crimen de Macbeth o el del comendador en Fuente Ovejuna.
Denominaremos “suceso” a las actuaciones de los personajes que no alteran la
situación. Serían ejemplo de esto último dramas en los que se produce un cierto
estatismo con respecto a la situación inicial: Esperando a Godot de Samuel Beckett,
Las tres hermanas de Chejov o Los ciegos de Maeterlinck.
Tiempo: El teatro guarda una relación muy estrecha con el tiempo presente. Como
tiempo de las actuaciones y de la representación inmediata, en la representación teatral
la elipsis solo puede ocurrir entre cuadros o actos, pero la relación temporal en el teatro
es de equivalencia con el tiempo real, esto es, de isocronía: el diálogo ocupa el mismo
tiempo en la representación que en la realidad. A la hora de analizar el tiempo en el
drama, conviene considerar tres niveles temporales:
También podemos distinguir (aunque de un modo menos evidente) entre tiempo patente,
latente y ausente. El patente sería el tiempo efectivamente “escenificado”, esto es, los
momentos en la vida de los personajes ficticios a los que asistimos (en Macbeth o
Fuente Ovejuna es el predominante), el latente sería el tiempo sugerido por medios
dramáticos (sucedido en las elipsis, p.e. en Historia de una escalera de Buero Vallejo).
La suma de ambos daría como resultado el tiempo de la acción dramática. El tiempo
ausente sería aquel que se sitúa fuera de la representación, anterior o posterior a este. En
Edipo Rey, por ejemplo, este tiene mucho peso en la acción, o El pato salvaje de Ibsen.
Duración: Este es el aspecto más importante del tiempo dramático. Podemos distinguir
la duración absoluta del tiempo escénico y del tiempo diegético, de la duración
“relativa” resultado de encajar la diegética en la escénica. Cuando la duración se estudia
en una escena temporal, hablamos de velocidad, mientras que cuando lo hacemos en el
conjunto de escenas, hablamos de ritmo.
Todos estos elementos de análisis teatral no solo deben ser interpretados, sino que se
tiene que dotar de sentido al análisis buscando los efectos semánticos sobre la obra.
Espacio
El espacio suele ser visto como metonimia del hecho teatral. La progresiva
institucionalización académica de la semiótica teatral ha influido en esta centralidad del
espacio como punta de articulación de la teoría dramática. Junto con el actor y el
espectador, el lugar en donde se despliegan los signos escénicos ha sido presentado por
los estudios semiológicos como uno de los motores, si no el más importante, que
activan el espectáculo y que lo hacen reconocible y analizable como tal. La distinción
entre espacio escénico y espacio dramático permite reconocer la dualidad entre el nivel
del enunciado y el nivel de la enunciación. El espacio dramático constituye la
proyección imaginaria de las indicaciones y acotaciones espaciales presentes en la
ficción creada por el autor en la obra teatral, ficción susceptible de ser actualizada como
texto espectacular gracias a la intervención del director de escena. El espacio escénico
supone, a su vez, la concreción del espacio ficcional en el aquí y ahora de la
representación y, por tanto, su actualización en un escenario especifico, en donde cobran
un destacado papel los elementos escenográficos (decorado, iluminación, objetos,
niveles espaciales). Una vez más, se hace preciso incidir en la necesidad de un estudio
conjunto de ambos niveles, que no insista tanto en la diferencia entre el espacio
escénico y el espacio dramático como en su interdependencia. Piénsese en la evolución
histórica de la escenografía y en sus relaciones de convergencia con ciertas corrientes
teatrales. A menudo, la inscripción de los autores dramáticos en una determinada
tendencia estética (simbolismo, naturalismo, impresionismo, expresionismo...) ha ido
acompañada del desarrollo de actualizaciones escénicas llamadas a subrayar esta
filiación, casi a modo de marca estilística.
Los medios con los que se representa el espacio dramático son, siguiendo a Kozwan
(1968), trece signos. Por un lado, resultan evidentes los de decorado, iluminación y
accesorios —integrados en la escenografía—. En segundo lugar, están los signos
lingüísticos, que corresponden con la palabra y el tono (entonación, ritmo, intensidad,
acento…). El decorado “verbal es muy propio del teatro clásico español, como podemos
observar en este ejemplo de la jornada segunda de El alcalde de Zalamea de Calderón:
El conjunto de signos que tienen como soporte el cuerpo del actor pueden referirse a la
expresión corporal (mímica, gesto, movimiento) como a la apariencia (maquillaje,
peinado, vestuario). Por último, la música y los efectos sonoros pueden también
significar espacio (p.e. los golpes de las coces del caballo de Pepe el Romano en La
casa de Bernarda Alba).
El teatro se caracteriza por una severa economía espacial, debida a que depende de lo
visible y lo invisible en escena. De nuevo, se puede realizar una categorización en
función de si los espacios son patentes, latentes o ausentes:
La distancia espacial es la que separa el espacio escénico del ficticio. Cuanto menor sea
ese espacio, mayor será la ilusión de realidad. Se puede establecer una cierta
categorización en lo que refiere a los estilos a la hora de representar este espacio ficticio
en el espacio escénico:
En cualquier caso, el espacio puede ser neutralizado semánticamente (en aquellos casos
en que se le desprovee de significados, planteándolo tan solo como lugar donde ocurre
la acción, por ejemplo, en el teatro clasicista) o puede aparecer tematizado, cuando se lo
sobrecarga semánticamente y se sitúa en el núcleo de la significación (el espacio
opresivo y femenino de la casa en La casa de Bernarda Alba).
La mayor parte de los estudios teatrales comienzan por distinguir entre el reparto o
dramatis personae (listado de personas representadas en una obra teatral) y el personaje
dramático. En un segundo nivel, se consigna una diferencia entre el personaje como
actante (es decir, a partir de su función en la acción) y como figura escénica. En este
último caso, el personaje se identifica con la proyección teatral del texto dramático en la
persona del actor, por lo que es susceptible de una segmentación semiológica que
muestre la confluencia de los códigos visuales, orales, auditivos (los lingüísticos entre
ellos) e incluso olfativos.
La caracterización de los personajes, esto es, los mecanismos por los que se los dota de
carácter, apuntan a la artificialidad del personaje. Pueden ser rasgos físicos -apariencia,
el estado de salud, la edad o la constitución- su calidad moral o su condición social,
entre otras. La caracterización puede ser más o menos compleja, y se realiza por todos
los medios al alcance del teatro. Daría como resultado un continuum que se orienta
desde lo plano a lo redondo y que está relacionado con el número de atributos y su
centralidad en el drama. Atendiendo a los cambios que se pueden producir en la
caracterización de un personaje, se puede distinguir entre el personaje fijo, cuya
caracterización no varía; el variable, cuya atribución de rasgos sufre un cambio o más
pertinentemente; y el múltiple, cuya caracterización resulta plural y contradictoria.
Ejemplo de los primeros serían Max Estrella y Don Latino, mientras que es variable la
protagonista de Doña Rosita la soltera de García Lorca. Múltiple es Ifigenia en Ifigenia
en Áulide de Eurípides, como ya comenta el mismo Aristóteles, o el protagonista de
Enrique IV de Shakespeare, que nunca sabemos si sufre o finge un desdoblamiento de
personalidad. De la confluencia de una caracterización fija y simple resulta el personaje
tipo, con atributos invariables y unidimensionales que apuntan a la generalización de
una cualidad: psicológica (el celoso), moral (el sádico), social (el burgués, el campesino,
el soldado), geográfica (el andaluz), etc.
Las técnicas de caracterización parten desde el nombre (la criada, el borracho), o los
nombres propios (Martirio, Angustias, Prudencia) que reciben los personajes. Pueden
ser:
Otros personajes pueden actuar como puente entre el mundo ficticio representado y el
público. Además del coro en el teatro griego, también cumple esta función el gracioso
en el teatro áureo. Se usa el aparte a los espectadores. Además, también puede
dramatizarse al público en cuanto a narratario o espectador ideal, como ocurre en
Después de la caída, de Arthur Miller. En cuanto a las funciones sintácticas, o las
establecidas entre personajes, podemos distinguir entre las funciones particulares de
cada personaje en un drama, las genéricas, que son aquellas que ya están medidas
convencionalmente (los personajes en la commedia dell’arte o los personajes del teatro
clásico español), o universales, como las del modelo actancial. Por último, cabe señalar
que el personaje puede ser idealizado, humanizado o degradado. En cuanto a la
interpretación, se puede optar por el ilusionismo o la distancia interpretativa: encarnar el
papel e identificarse por completo (como el método Stanislavski) o ejecutar el papel
(como en el teatro griego).
Mientras que algunos teóricos consideran el teatro una ficción puramente mimética de
lo teatral, otros consideran la existencia de figuras intermediarias que operarían como
enmarcadores de la acción dramática. Este es el caso de Anxo Abuín, que considera la
existencia de un narrador en el teatro como figura mediadora, algo que García
Barrientos resuelve situando este hecho en un plano ficcional diferente. El narrador
teatral es una figura muy presente en el teatro occidental del siglo XX (Paul Claudel,
Tennessee Williams, Arthur Miller, Antonio Buero Vallejo, Alfonso Sastre…), y también
presente en el teatro Noh japonés (drama musical clásico y aristocrático). Se trata de una
instancia intermediaria (plantea la compleja cuestión de si se entiende como una entidad
plenamente incorporada a la situación representada). En la medida en que supone el
establecimiento de un nivel superpuesto de narración dramática, este se puede relacionar
con el “metateatro”. Este concepto es estudiado ampliamente por Anxo Abuín. El
narrador en teatro. La mediación como procedimiento en el discurso teatral del siglo
XX.
Otra cuestión interesante serían los niveles dramáticos. El ejemplo por antonomasia
sería el de Hamlet, en el que los personajes asisten a un teatro que escenifica la verdad,
que observamos desde el punto de vista de los personajes de la obra. Cada nivel
dramático resulta observado desde la perspectiva del nivel dramático superior: vemos a
los Seis personajes de Pirandello desde el punto de vista de los miembros de la
compañía en cuyo ensayo irrumpen. Son todos ellos casos de lo que más comúnmente
se denomina “teatro dentro del teatro”. Podríamos decir que el nivel extradramático
equivale al plano escénico (real, representante), el nivel intradramático sería el plano
diegético (ficticio, representado), y el metadramático sería el drama dentro del drama.
Dentro de este último nivel, podríamos distinguir además entre metateatro, metadrama y
metadiégesis. Entre ellas se puede establecer una relación argumental (explicativa o
predictiva), temática (de analogía y contraste) i una relación cero (sin relación
explícita):
- Metateatro: Forma genuina de teatro dentro del teatro en el que hay una puesta
de escena teatral dentro de otra.
- Metadrama: Se da cuando el drama secundario no se presenta como producido
por una puesta en escena sino por un sueño, un recuerdo, la acción verbal de un
“narrador”… (P.E. El tragaluz de Buero Vallejo).
- Metadiégesis: Fábula secundaria, puede ser el mero relato verbal de otro
personaje. (p.e. Caimán de Buero Vallejo).