Dialnet LoSiniestro 5086542
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Lo siniestro:
Estética y Cultura visual.
Dr. José G. Birlanga
Profesor Dpto. de Filosofía
Universidad Autónoma de Madrid
Resumen
Si bien en la cultura visual lo siniestro ha logrado ser aceptado y enten-
dido como “ese algo” que, con identidad propia, puede mover nuestro
ánimo causando efectos tan característicos como el enigma, la amenaza,
lo desconocido…, sin embargo, en la historia de las ideas estéticas, esta
categoría no ha tenido ni tan feliz acogida ni un fértil devenir. De algún
modo, generalmente se ha tratado a lo siniestro de manera dependiente;
ya en su caracterización parece inevitable la referencia constante a otras
categorías estéticas más reconocidas: lo sublime y lo bello; pero también
su condición deudora con otras ideas, como lo diabólico. Este trabajo trata-
rá, primero, de sugerir y analizar algunos de los motivos que han incidido
en el desigual desarrollo de lo siniestro respecto a otras ideas estéticas; en
segundo lugar, reflexionará sobre la especificidad de lo siniestro como ca-
tegoría estética y, finalmente, y a la luz de la cultura visual, procurará ilus-
trar su presencia desde ejemplos concretos de la práctica artística, desde la
vanguardia histórica hasta la actualidad más inmediata.
Walter Benjamin
I.
Estamos rodeados de imágenes… como nunca antes había sucedido…
Giorgio De Chirico
La Alegria Del Regreso (1915)
ÓleoTela - Colección Mr And Mrs James W.Alsdorf - Chicago - 394
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Chapman
Come and See
Robert Gober
Untitled (Leg) 1989-1990 de cera de abejas, algodón, madera, cuero, pelo humano
29 x 19,6 x 50,8 cm
II.
Las últimas décadas han puesto aún más de manifiesto cómo la práctica
creativa ha generado una cultura visual que desde un primer momento ha
subrayado la necesidad de un análisis histórico, pero también crítico, de
lo siniestro. Análisis que se extiende hasta las implicaciones de los efectos
de lo siniestro, sobre todo estéticos, pero también morales y psicológicos.
La fuente originaria de la que se bebe en ese análisis está bien localizada.
Desde luego que, tras la clara desatención de la filosofía, el texto de refe-
rencia no puede ser otro que el de Sigmund Freud, “Das Unheimliche”3,
1919, con el que la psicología recuperó el concepto, y también la célebre
definición de Schelling: “Lo siniestro (das Unheimliche) nombra todo aque-
llo que debió haber permanecido en secreto, escondido, y sin embargo ha
4. Tal vez, de entre todas, la experiencia que mejor pueda expresar esa significación sea
el retorno de la infancia, de un miedo hasta entonces olvidado. Más adelante abundare-
mos en algunas otras huellas de lo siniestro en el arte más reciente.
5. Efectivamente, el modo en que el romanticismo aborda la esfera estética supone desde luego
su ampliación y enriquecimiento. Con la introducción o revalorización de otras ideas como
lo sublime, lo terrible, pero también lo pintoresco…, sin duda todo un golpe de aire fresco
para una sensibilidad que había quedado demasiado constreñida por una estética racionalista
y clasicista. Ello estuvo reforzado visualmente con la consolidación de ciertas imágenes “más
románticas” (tormentas en las altas montañas, riscos plúmbeos, imágenes del mar embravecido,
acantilados rocosos…) que fueron desplazando a otras ya más alejadas en nuestra cultura visual
(el terror del griego ante la aparición de sus dioses, o del cristiano ante el infierno y su bestiario).
32
6. Ya Freud puso de relieve la condición híbrida de lo siniestro. Eugenio Trías no solo la re-
creó en relación a los nuevos lenguajes artísticos en Lo bello y lo siniestro, Seix Barral, Barcelona,
1982, sino que trabajó sobre la feliz hipótesis de lo siniestro como límite y condición de lo
bello. Como veremos, también esa ambivalencia lo aleja del régimen escópico cartesiano o
científico. Lo siniestro es marginal porque difícilmente puede uno comportarse con la normali-
dad de otros temas; pues cuestiona en su radicalidad la separación nítida entre sujeto y objeto,
axioma de cualquier investigación no ya científica o académica sino incluso más popular.
7. Este es el caso de la iconografía de Mark Ryden (Oregon, 1963) tan conocida por/como sus
obsesiones: juguetes antiguos, numerología, imaginería navideña, manos estigmatizadas, carne
roja, niñas/muñecas, y los personajes de la Virgen María y Abraham Lincoln. Más allá de las
raíces surrealistas más dalinianas, Ryden nos interesa ahora por otro guiño: la fuerte influencia
de la letra de un arte pop que (junto a otras: caricaturas, L. Carroll) acaba en una materia-
lización perturbadora y siniestra: niñas devoradas por árboles, tubérculos pariendo conejos
de peluche, la muerte, vendedora ambulante de carne y conductora del camión de helados,
manos sangrantes, ninfas albinas amamantando a un elefante enano, Santa Claus como un
gusano, teletubbies demoníacos...
Como adelantábamos, la clave del carácter siniestro en la obra de Mark Ryden está en su ima-
ginación, pero sobre todo en la materialización de su obra, y muy especialmente en el siniestro
uso que hace del color: tonos estridentes y contrastes furiosos se potencian contra la nitidez y
la textura sobria de otros tonos más opacos; de este modo, sus cielos y aguas azules en nuestras
pupilas son ya inequívocamente grisáceos cuando alcanzan nuestra mente El color es potencia-
do aún más por el dibujo. Tanto colores como rostros resultan familiares, incluso generalmente
agradables y armoniosos; sin embargo, la reacción global ante cada uno de los cuadros de
Ryden es cuanto menos de ligero asco, pues no dejan de sugerir estados que recorren desde la
ansiedad hasta el pánico contenido. El contraste entre lo familiar y lo terrible (la elección del
rostro de Lincoln en el contexto de la cultura visual norteamericana es de una inteligencia in-
cuestionable, pues se erige en visualizador de una verdad terrible que el espectador no es capaz
de vez) acaba por fijarse definitiva y siniestramente en nuestra sensibilidad.
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Los estudios sobre nuestra cultura visual son tanto más necesarios si
recorren distintos ámbitos de investigación (estéticos, iconográficos, se-
miológicos, semióticos, históricos, etc.), pues mediante ellos es posible
comprender por qué un sujeto interpreta a un objeto como ‘objeto-en-
su-mundo’; por qué nos sentimos, por así decirlo, visualmente en casa,
en nuestra cultura. En esos estudios llama la atención que, en una com-
paración histórica ajustada a los siglos de cada una de ellas, dentro de
la cultura visual, lo siniestro aparece como categoría de primer orden,
mientras que en el estricto ámbito disciplinario de la filosofía del arte,
de la estética o de la teoría del arte, lo siniestro, sin embargo, funcionaba
hasta hace bien poco como una categoría secundaria, aunque su poten-
cialidad sea incuestionable. Lo siniestro tuvo que esperar hasta finales
del siglo XIX para adquirir, en un contexto más favorable, su mayoría de
edad. En este caso algunas aportaciones resultaron capitales, como la de
Baudelaire, el pintor de la vida moderna, de lo efímero, de lo transitorio,
de lo fugitivo… Al utilizar este tipo de características y al ampliar el aba-
nico de las ideas estéticas, lo siniestro, sin llegar a habilitarse por com-
pleto junto a otras categorías, sí, sin embargo, logra ir haciéndose con un
espacio teórico, y visual, en donde puede ser reconocido en condiciones
de mayor equidad, aunque sin perder su condición marginal, que con
el tiempo ha devenido más consustancial8. Esta observación resulta pa-
radigmática a la luz de la creación literaria al respecto; piénsese en los
casos de Edgar Allan Poe o de E.T.A. Hoffman claramente epígonos de
esa mayoría de edad. 9
8. Conviene recordar que esa marginalidad tiene un valor bien positivo en el marco de la
filosofía de la deconstrucción que propone Derrida. Como este ha insistido repetidamen-
te, la deconstrucción no es tanto un método cuanto una estrategia de lectura que pretende
localizar el dispositivo textual que permita ir más allá del texto (en o con la intención en
que fue producido por su autor) para vislumbrar si el sentido del texto no sea acaso otro
del que pretende el autor. De ahí que la estrategia, como decíamos, consista en atender
a los márgenes del texto, a aquellos aspectos que no gozan de prioridad y que no son tan
determinantes para la fijación del significado que pretende el autor, pues con el estudio
y consideración de estos elementos marginales no se pretende su conversión en centrales
cuanto reintroducirlos en el ámbito (la textualidad) del significado.
Derrida, Jacques. Márgenes de la filosofía. Cátedra, Barcelona, 1989. Resultan especialmente
relevantes para nuestro tema y en ese sentido las recomendamos especialmente las seccio-
nes “Tímpano”, pp 15-35 y “La forma y el querer decir”, pp. 193-212. Concluimos con
una breve cita, p. 201, en donde en la nota al pie Derrida lo relaciona explícitamente con
la estética y la teoría del arte.
“Desde el momento en el que la extensión del sentido desborda absolutamente
la del querer decir, el discurso siempre tendrá que sacar un sentido. No podrá
de una cierta manera sino repetir o producir un contenido de sentido que no lo
espera para ser lo que es. El discurso no hará, si es así, más que sacar afuera un
sentido constituido sin él y antes de él.”
9. En particular algunas de las referencias inequívocas al respecto serían El hombre de
arena (Der Sandmann, 1817) o, a nuestro entender también, El horror sobrenatural en la
literatura (H.P. Lovecraft).
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III.
Como decíamos en la primera línea, cada vez más cuestionamos
menos nuestra inmersión en el mundo de la imagen. Vivimos en la
era de las imágenes. Expresiones felices de distintos pensadores y
referentes así lo atestiguan, ya sea desde perspectivas culturalistas
proponiendo la idea de “Iconosfera” de Gilbert Cohen-Séat 10 (más
que adecuadamente revitalizada, que no solo popularizada, por
Román Gubern entre nosotros 11), hasta perspectivas ecologistas
o/y situacionistas como la que desde la psicología propone James
Gibson con su “ecología de las imágenes”12. Ahora bien, en este
sentido especial interés tiene para nosotros la expresión “régimen
escópico”, originaria de Christian Metz, pero apropiada y reactiva-
da por Martin Jay para referirse al “modo de ver de una sociedad,
ligado a sus prácticas, valores y otros aspectos culturales, históri-
cos y epistémicos” 13. Esta idea de cómo es percibida la imagen en
una época determinada es capital, y ha sido abordada por diversas
orientaciones y autores, desde John Berger con sus Modos de Ver
hasta Michael Baxandall con su Ojo de la Época. Estos, entre otros,
han incidido en que las determinaciones culturales en los modos de
ver, en los paradigmas visuales o/y gramáticas de la visión, parten de
la presuposición de que algo tan natural como la mirada no es en
Más allá del breve pero necesario repaso que haremos por las pro-
puestas de regímenes escópicos en Martin Jay, adelantamos ya que lo
que más nos interesa es lo que se esconde en su propuesta, a saber, el
reconocimiento inequívoco de una pluralidad de formas de la mira-
da en donde quepa lo siniestro. Los regímenes escópicos nos interesan
también porque vinculan modernidad y cultura visual por medio de la
imagen, y en estas coordenadas lo siniestro ya no goza del tradicional
retraso o lastre.
Dentro del ámbito de las ideas estéticas, uno puede entender que hasta
el siglo XVIII el racionalismo, la estética racionalista, la proporción, que
procede ya incluso de las estéticas de la luz, quieran configurar una
forma de entender el mundo como “desocultación”, como manifesta-
ción, pero también como medida, como orden, como proporción, mien-
tras que coherentemente para lo siniestro esta misma estética es muy
“escrupulosa”. Pues aunque en el orden racionalizante de la visión se
intente configurar todo de una forma ordenada, en el caso de lo sinies-
tro uno reconoce que se encuentra mucho más próximo al platónico
kosmos oratós, a un lugar oscuro. En lo siniestro no se ve con claridad,
no solo no es posible agotar por completo el objeto sino que lo que uno
es capaz de percibir deja radicalmente insatisfecho, con la constancia
hecha costumbre: no por mucho querer más, o mejor, se logran mejores
resultados.
14. No podemos detenernos más que para realizar una mínima pero imprescindible
observación: sería necesario otro ensayo y tan solo para realizar el estudio y cotejo con
una necesaria profundidad entre regímenes artísticos y escópicos.
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15. Todas estas ideas estéticas marcan el modo en que un sujeto es capaz de entender
no solo lo que siente, aunque, como en lo sublime se sienta o sepa sobrepasado por
ello. No profundizaremos en ello ahora, pero sí cabe indicar al menos el modo en que
lo sublime, tal y como lo teoriza Kant, admite dos formas de manifestación como subli-
me dinámico y como sublime matemático, cómo se siente o cómo se sabe… En ambos
casos y a diferencia de lo siniestro, sobrepasa el límite de nuestra sensibilidad y entendi-
miento, respectivamente; al sobrepasar ese límite o al vernos desbordados, entonces nos
referimos a lo sublime.
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que se piensa está aún muy por encima de lo pensado, del mundo; el Yo
hace, como dice Descartes, intuitiva o deductivamente, mundos16. Este
régimen escópico visibiliza solo lo que encaje dentro de la corrección
material y formal. Ante el ideal de ver las cosas tal y como son, la mejor
metáfora para este arte es la del espejo que refleja la realidad depuran-
do incluso sus imperfecciones.
16. Descartes. Reglas para la dirección del espíritu. En la página 75 se puede leer: “Entien-
do por intuición no el testimonio fluctuante de los sentidos, o el juicio falaz de una
imaginación que compone mal, sino la concepción de una mente pura y atenta, tan
fácil y distinta, que en absoluto quede duda alguna sobre aquello que entendemos; o,
lo que es lo mismo, la concepción no dudosa de una mente pura y atenta que nace de
la sola luz de la razón y que, por ser más simple, es más cierta que la misma deducción,
la cual, sin embargo, ya señalamos más arriba que tampoco puede ser mal hecha por el
hombre…”
La intuición, a diferencia de la deducción, es un conocimiento inmediato, no procesual:
se capta una verdad clara y distinta de manera instantánea. La intuición es el modo
intelectual que nos permite conocer directamente algo con verdad, o sea, la ordenación,
y consiguiente depuración, de cualquier aparente irracionalidad. Lo siniestro parece
burlar al menos parcialmente esa intuición, pues lo distintivo de lo siniestro, es que
mis sentidos fluctúan respecto del objeto: no sé con claridad qué exacta o/y completa-
mente es. En lo siniestro los sentidos fluctúan, se comportan de manera precaria y, ni
el recurso a la imaginación, permite iluminar. Lo característico de lo siniestro es que
inhabilita la concepción, el dar a luz un concepto que retenga o recoja con claridad mi
experiencia. Por ello, el estudio de la categoría de lo siniestro desde cualquier disciplina
desvela su condición de fusión, de hibridación entre el sujeto y el objeto, y es ello lo
que en buena media imposibilita que el sujeto pueda acceder a ella desde la intuición
cartesiana.
17. A pesar de los estudios realizados ya, queda por profundizar en el elogio que Baude-
laire hace del maquillaje y en su problemática relación con el espejo, que no refleja ya la
realidad sino que la mejora por el artificio, los paraísos artificiales, no por los naturales.
Así pues, frente al Milton de “no hay más paraísos que los paraísos perdidos”, cabe
proponer al Baudelaire de “no hay más paraísos que los paraísos artificiales”.
38
IV.
La llamada pintura metafísica esconde en el reverso físico, y no solo de
su nombre, lo siniestro. Seguimos siendo tan cartesianos que incluso
18. En este sentido es más que recomendable la lectura de La era neobarroca de Omar Cala-
brese. Madrid, Cátedra, 1999. Respecto a las afinidades entre barroco y modernidad, aunque
también para ilustrar el Come and see de los hermanos Chapman, remitimos a las pp. 166-167
donde puede leerse:
“Cada vez que asumimos un objeto cultural cualquiera no lo leemos pasivamente sino
que lo enriquecemos polemizamos con este, cogemos solo una parte, nos adaptamos,
comprendemos solo la superficie, nos gusta precisamente su aspecto peor, etc. En
fin, cada lectura produce cultura y quizá diversa de la del texto leído (…). Para que un
consumo sea “productivo” se deduce que debe ocurrir una especie de conflicto entre
objeto “leído” y competencias o actitudes del lector. Corolario: es la conflictualidad
cultural del lector la que hace inestable el objeto de lectura, ya que es “percibido””.
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En La alegría del regreso20 ya desde el primer instante uno siente esa incó-
moda serenidad que precede a la “extrañeza inquietante”, a lo siniestro:
esa “alegría” es extraña; no se sabe si es un amanecer o un atardecer;
si la figura de la izquierda está llegando o marchándose, aunque, a
pesar del título, uno más bien está inclinado a pensar en lo segundo;
el conjunto de las plazas porticadas, son de un (monumental) carácter
inerte, y esas dos banderas que flamean en lo alto abundan aún más
en mi perplejidad al generar un movimiento tan excepcional de vida
que contrasta con la ausencia de ella en el resto del cuadro. Esta falta
de comprensión, esa perplejidad, esa relación en la que me encuentro y
en la que no soy capaz de entender plenamente me obliga a construir/
imaginar —con aquella advertencia (nota 16) del “juicio falaz de una
imaginación que compone mal”— una historia. La conciencia de esa
misma empresa me obliga a reconocer tanto mi insuficiencia como su-
jeto cartesiano cuanto los tiempos no-clásicos en los que uno vive. Si
tranquilizador es llamar “metafísica” a la pintura de De Chirico no lo
es menos denominar “terapeútica” a la de Frida Kahlo, considerando
19. Es extraño que la estética que nace como disciplina, ya sea como gnoseología
inferior o bien como sensibilidad superior, no haya estudiado más, y también mejor, las
distintas derivaciones que lo siniestro ha tenido en ambas facultades tal y como queda
mostrado en la cultura visual, por su presencia y potencialidad inequívoca.
20. Irresistible. Clásica y cartesianamente podría decirse: el título es una especie de
báculo, o de comodín del público, que ofrece el artista, para que el espectador cierre el
sentido. Sin embargo, De Chirico, y algún otro invitado, se sirve de ellos para, precisa-
mente, problematizar aún más la relación en la experiencia perceptiva entre el sujeto y
el objeto.
40
El enigma de la fatalidad
(1914)
21. En esta línea son más que recomendables por su complementariedad las dos
siguientes sugerencias. Victor I. Stoichita, Breve historia de la sombra, Madrid, Siruela,
2006, aunque también Mario Perniola, El arte y su sombra, Cátedra, Madrid, 2002.
22. Personalmente modélica me resultó en este sentido la obra de Bruce Nauman Cír-
culo de diez cabezas. Dentro y fuera, 1990. Ni el haberlas coloreado resta, paradójicamente,
un ápice de distancia que el espectador mantiene respecto a ellas mientras que merodea
entre ellas. En ese merodeo uno se siente asediado por ellas; la distancia es siempre una
distorsión, en buena media siniestra, de la relación.
42
Que Edward Ruscha, Sin título, 1970, dedique una fotografía a un pastelito
como el icono de referencia alimentaria de esto que es popular, efímero,
barato, producido en serie, joven, divertido, sexy, ingenioso y un gran ne-
gocio, da a entender la ironía respecto al carácter artificial y poco artificio-
so de la imagen… Que Claes Oldenburg recurra en Giant Fagends, 1967,
a la desproporción, a la monumentalidad de lo banal, supone una alerta
sobre el consumo. Oldenburg cuestiona la banalidad del pop y descubre
en él una angustia tan inesperada como atractiva en esa crítica a uno de los
tópicos más pop de la sociedad de consumo que obstaculiza solo por su
dimensión.
23. En este sentido también se recogía en Sinister Pop la obra de Peter Saul, Saygon,
1967, donde realizaba toda una mistificación, no sin cierta deformación, de medios
artísticos más pop, el cómic, la caricatura, realizados con una voluntad fallida, pero que
contrastan con la rotundidad de la leyenda crítica ante la Guerra del Vietnam: “Estos
blancos matan a hombres que viven en Saygon”. La introducción de los elementos pop,
de los colores en una estética plana, no hace sino potenciar el contraste siniestro entre
lo banal y lo capital.
43
Giant Fagends
Claes Oldenburg
(1967)
24. William Eggleston, Sin título, c. 1960-1965. Me refiero a la imagen de unos grandes al-
macenes norteamericanos, con el aparcamiento a la puerta, repleto de silletas de playa, entre
expuestas y de uso, en donde entre coches aparcados y en movimiento, y gente con sus com-
pras, un preadolescente alza sus brazos posándolos en su cabeza y mirando a donde no se
puede ver insinuando con su gesto y rostro, el reverso siniestro a una sociedad de consumo.
Por otra parte, resulta siniestro el Pabellón de España en la 50ª Bienal de Venecia cuando
Sierra no deja que nadie que no sea español entre al pabellón. Una feria internacional de
arte contemporáneo, donde cada país tiene su pabellón, ese pabellón se le encarga a un
artista. Sierra opta por una estrategia de castración de la mirada. Al no dejar entrar a nadie
que no posea pasaporte español, en el relato que se construye se habla precisamente de una
ausencia. No hay escenario más idealmente fluctuante para los sentidos; todo cabe tras una
entrada reservada, y mejor abono para el cultivo de una imaginación que compone mal por-
que tiende a la completud de los objetos, y no puede imaginar que dentro no hay que ver.
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V.
Terminaré comparando estas últimas imágenes y referencias con las de
Come and see27 de Jake y Dinos Chapman, pues nos permitirá tomar con-
ciencia de la evolución de lo siniestro en la cultura visual, de su presen-
cia y relevancia. La exposición pudo verse en la londinense Serpentine
Gallery el invierno del 2013-14.
Judith Bernstein
L.B.J.
(1967)
William Eggleston
Untitled, C.
(1972)
Referencias Bibliográficas:
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- Brea, José Luis� Estudios Visuales. La epistemología de la visualidad en
la era de la globalización� Akal, Madrid, 2005�
- Calabrese, Omar� La era neobarroca, Cátedra, Madrid, 1999�
- Derrida, Jacques� Márgenes de la filosofía� Cátedra, Barcelona, 1989�
- Descartes, René� Reglas para la dirección del espíritu� Alianza Edito-
rial, Madrid, 1984�
- Freud, Sigmund� “Lo siniestro”, en Obras completas vol� II� Bibliote-
ca Nueva, Madrid, 2004�
- Gibson, James� The Ecological Approach to Visual Perception� Law-
rence Erlbaum Associates, New Jersey, 1979�
- Gubern, Román� Del bisonte de Altamira a la realidad virtual. La escena
y el laberinto. Anagrama, Barcelona, 1996�
- Lovecraft, Howard Phillips� El horror sobrenatural en la literatura y
otros escritos� Edaf, 2002�
- Martin, Jay� Ojos abatidos. La denigración de la visión en el pensamiento
francés del siglo XX� Akal, Madrid� 2008�
- Perniola, Mario� El arte y su sombra� Cátedra, Madrid, 2002�
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