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FE Locke - 6-18

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Este material es para uso de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines son exclusivamente didácticos.

CAPÍTULO II
DEL ESTADO DE NATURALEZA

§ 4. Para entender correctamente el poder político y derivar-


lo de su origen, debemos considerar en qué estado se hallan
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naturalmente todos los hombres.1 Éste es un estado de per-


fecta libertad para ordenar sus acciones y disponer de sus po-
sesiones y personas como juzguen adecuado, dentro de los
límites de la ley de naturaleza, sin pedir permiso ni depender
de la voluntad de ningún otro hombre.2
[Es] un estado también de igualdad, en el que todo poder y
jurisdicción son recíprocos,3 al no tener ninguno más que [los
que posee] otro: no hay nada más evidente que el que criaturas
de la misma especie y rango, promiscuamente nacidas [para go-
zar] de todas [y] las mismas ventajas de la naturaleza y del uso
de las mismas facultades, deban ser asimismo iguales entre sí,
sin subordinación ni sujeción, a menos que el Amo y Señor de

1 Para “entender correctamente el poder político”, hay que comprender


cómo surge a partir de una situación no política (en el léxico iusnaturalista,
el estado de naturaleza): en ello reside el quid de la “explicación fundamen-
tal” (tan justificatoria como explicativa) que Robert Nozick (1974: 6) resca-
ta como una de las contribuciones decisivas de la corriente de pensamiento
impulsada por Grotius, Pufendorf y Hobbes. La pregunta que se impone es
si la explicación fundamental de Locke es acabadamente fundamental (una
reserva ya hecha por Rousseau, sin hacer nombres propios, en su Segundo
Discurso): al concluir la lectura del capítulo, el lector tendrá seguramente al-
gunas dudas, toda vez que el explanans (esto es, la caracterización del esta-
do de naturaleza) incluye, profusamente, categorías jurídicas cuyo
significado remite a un horizonte de sentido inequívocamente estatal (ley,
jueces, crimen y castigo, entre otras).
2 Sobre el carácter distintivo de la noción lockeana de “libertad”, véase
más adelante cap. IV, n. 3.
3 En este apartado, Locke especifica la condición natural de los hombres
en términos de jurisdicción recíproca; en § 22, de ausencia de jurisdicción. La
incongruencia es más aparente que real: en el segundo caso, de lo que se tra-
ta es de que ningún hombre posee potestad legislativa sobre los demás,
mientras que en el primero, lo que se mienta es que cada ser humano posee
potestad judicial –competencia para aplicar la ley de naturaleza– sobre cual-
quier otro.

17
JOHN LOCKE
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todas ellas,4 por medio de una declaración manifiesta de su vo-


luntad, hubiera colocado a una por encima de otras y le hubie-
se conferido, a través de una nominación evidente y clara, un
derecho indisputable5 al dominio y a la soberanía.6

§ 5. El juicioso7 Hooker8 estima esta igualdad de los hombres


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por naturaleza tan evidente por sí misma y [a tal punto] más


allá de todo cuestionamiento que hace de ella el fundamento
de esa obligación al amor mutuo sobre la que basa los debe-
res que los hombres tienen unos para con otros y de la cual
deriva las grandes máximas de justicia y caridad. Sus pala-
bras son: “Por inferencia a partir de la igualdad natural, los
hombres han llegado a conocer que no es menor su deber de
amar a los otros que el de [amarse] a sí mismos. Pues al con-
siderar aquellas cosas que son iguales, forzosamente [conclu-
yen que] tienen todas por necesidad una misma medida. Si no
puedo menos que desear recibir tanto bien, de manos de los
demás hombres, como cualquier [otro] hombre puede desear
recibir en su propia alma, ¿cómo [podría] esperar que mi de-
seo sea en este punto satisfecho en parte si no pongo cuidado

4 “Lord and Master”: Locke se muestra aquí ambiguo en torno del esta-
tus normativo peculiar que le cabe al Creador en relación con sus criaturas
humanas, lo que no deja de llamar la atención, teniendo en cuenta que, co-
mo el autor deja sentado en § 2, un propósito declarado del Segundo Tratado
es diferenciar taxativamente distintas especies de dominación cualitativa-
mente diversas (entre ellas, las que ligan, respectivamente, a amos y esclavos
y a señores y siervos). Cf. cap. I, n. 14.
5 Literalmente, indisputado (undoubted). El contexto inclina la balanza
por la variante más fuerte, “indisputable”.
6 Una de las contadísimas ocasiones en que Locke usa el término “sove-
raignity”, tan caro a Hobbes.
7 “Juicioso” es el epíteto encomiástico que, cada vez que lo cita en el Se-
gundo Tratado, Locke le endilga a Hooker (a quien había adjetivado como
“docto” y “reverendo” en sus escritos políticos juveniles, el “Ensayo inglés”
y el “Ensayo latino”).
8 Richard Hooker (1654-1600), el teórico de la polity eclesiástica del an-
glicanismo político, sienta las bases doctrinarias sobre las que se asienta la
estructura institucional del Estado confesional unitario (Lessay, 1998: 4)
que cobra forma en la Inglaterra Tudor de Isabel I.

18
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

en satisfacer el mismo deseo, que indudablemente está [pre-


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sente] en otros hombres, al ser de una misma naturaleza?


Ofrecerles una cosa que repugne a ese deseo debe por necesi-
dad afligirlos tanto, en todos los respectos, como [me afligi-
ría] a mí. De modo que si provoco un daño, debo esperar
sufrirlo [yo mismo], al no existir ninguna razón por la que
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los otros deban mostrar hacia mí más amor que el que yo les
haya demostrado. Por tanto, mi deseo de ser amado, tanto co-
mo sea posible, por quienes son mis iguales por naturaleza,
me impone el deber natural de sentir por ellos exactamente
el mismo apego. Ningún hombre ignora las diversas reglas y
cánones que la razón natural ha extraído, para el gobierno de
la vida, de esta relación de igualdad entre nosotros y los que
son como nosotros”. Política Eclesiástica, Libro I.9

§ 6. Mas aunque sea éste un estado de libertad, no es, pese a


ello, un estado de licencia: aunque el hombre, en tal estado,
tenga una incontrolable libertad para disponer de su persona
o posesiones, no tiene, sin embargo, libertad para matarse ni,
tampoco, [para matar] a ninguna criatura en su posesión,10
excepto en el caso de que lo requiera alguna finalidad más
noble que su mera preservación.11 El estado de naturaleza
tiene una ley de naturaleza que lo rige [y] que obliga a cada
uno. Y la razón, que es esa ley,12 enseña a todos los hombres

9 La referencia completa es The Laws of Ecclesiastical Polity, en Keble


(ed.), Works, Oxford, 1832.
10 A ninguna criatura humana, se sobreentiende. Como queda en claro
en el cap. V (así como en el Primer Tratado, §§ 40 y 86), la ley de naturaleza
no les prohíbe a los hombres sacrificar, en aras de su preservación, a cual-
quier criatura no humana –antes bien, los obliga a ello–.
11 ¿Qué “finalidad más noble que su mera preservación” autorizará a los
hombres a quitarle la vida a criaturas humanas? Si lo que Locke tiene en
mente es la autodefensa frente a quien, como el criminal, representa un ries-
go cierto para la propia vida, así como para la pervivencia de la especie hu-
mana toda, es claro que de lo que se trata es de la “mera preservación”.
12 La ley natural, ¿es la razón (o, como se dice en § 10, la “recta regla
de la razón”, o en § 30, “la ley de la razón”. Énfasis añadido)? Locke, quien ha
tomado partido por el voluntarismo normativo en los Essays on the Law of
nature (I, VI), parece aquí suscribir una postura racionalista.

19
JOHN LOCKE

que quieran consultarla que, siendo todos iguales e indepen-


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dientes, ninguno debe dañar a otro en su vida, salud, libertad


o posesiones.13 Pues al ser todos los hombres la obra de un
creador omnipotente e infinitamente sabio, todos [ellos] sier-
vos de un Señor soberano,14 enviados a [este] mundo por or-
den suya y para cumplir su misión, constituyen la propiedad
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de aquel cuya obra son,15 [y han sido] creados para subsistir


por el tiempo que le plazca a él, no a otro. Y, dado que esta-
mos provistos de las mismas facultades [y] participamos to-
dos de una única comunidad de naturaleza, no puede
suponerse ninguna subordinación tal entre nosotros que pue-
da autorizarnos a destruirnos mutuamente, como si hubiése-
mos sido creados para uso de otros,16 tal como las especies
inferiores de criaturas existen para el nuestro.17 Por la mis-
ma razón por la que está obligado a preservarse a sí mismo,
y a no abandonar su puesto por iniciativa suya, cada uno de-
be, cuando su propia preservación no está en juego, preservar
al resto de la humanidad tanto como le sea posible18 y, a me-

13 Esta primera especificación de “property” en su acepción genérica (cf.,


más adelante, § 123) contiene cuatro ítems: a los tres que forman parte de la
definición estándar –vida, libertad y posesiones o bienes– se añade la salud.
14 Curiosamente, Locke emplea aquí, para especificar la relación exis-
tente entre el Creador y sus criaturas humanas, el par master-servants, en vez
del de lord-lavishs, que es el que parecería corresponderse con el hecho de que
nuestro autor le atribuye a Dios un título absoluto y permanente de propie-
dad sobre quienes son sus obras.
15 Se expone aquí, por referencia a la relación entre Dios y los hom-
bres, un principio distintivamente lockeano que, en términos genéricos,
puede formularse como sigue: en tanto x es creador –“maker”– de y, defini-
do como su obra –“workmanship”–, deviene eo ipso propietario de él. Tal
principio está a la base del que Tully (1980: 4, 42) ha dado en llamar el
“workmanship model”, que, en el parecer del comentarista, configura la ma-
triz justificatoria de la doctrina lockeana de la propiedad.
16 ¿Kantismo lockeano avant la lèttre?: ningún hombre fue creado como
(¿mero?) medio para el bienestar de sus congéneres.
17 Este “especieísmo antropocéntrico”, tal como lo calificaría Singer
(1995: 131-134), se funda en la visión bíblica del hombre como imago Dei
(“the image of his Maker”, Primer Tratado, § 40) y, subsiguientemente, como
rey de la Creación.
18 La formulación completa de la ley fundamental de naturaleza con-

20
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

nos que sea para hacer justicia con quien haya cometido una
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transgresión, no puede quitarle la vida a otro ni producirle


un daño, ni [menoscabar] lo que contribuya a la preservación
de su vida, libertad, salud, miembros o bienes.19

§ 7. Y [a fin de] que pueda impedirse que los hombres infrin-


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jan los derechos de otros y se hagan daño recíprocamente y


de que se observe la ley de naturaleza,20 que prescribe la
paz21 y la preservación de toda la humanidad, la aplicación de
la ley de naturaleza es puesta en ese estado en manos de to-
do hombre, como resultas de lo cual cada uno tiene derecho a
castigar a los transgresores de dicha ley en un grado tal co-
mo para que se pueda poner impedimentos a su violación [fu-
tura]. Pues la ley de naturaleza, como todas las otras leyes
que incumben a los hombres en este mundo, sería vana si no
hubiera nadie, en el estado de naturaleza, que tuviera poder
para aplicarla y, subsiguientemente, para proteger al inocen-
te y refrenar a quienes la transgreden; y si, en el estado de na-
turaleza, uno cualquiera puede castigar a otro por algún mal
que ha hecho, todos pueden hacer lo propio. Pues en ese esta-
do de igualdad perfecta, en el que no existe, naturalmente,
ninguna [forma de] superioridad o jurisdicción de uno sobre

tiene dos preceptos de maximización –cuyos maximanda son, respectivamen-


te, la propia preservación y la de la humanidad en su conjunto–, jerarquiza-
dos lexicalmente, es decir, ordenados de manera tal que el requerimiento
que establece el segundo sólo adquiere fuerza obligatoria en tanto la exi-
gencia que impone el primero se halla plenamente satisfecha. Sobre la no-
ción de “prioridad lexical”, cf. Rawls (1971: 42).
19 Esta segunda especificación de “propiedad” en su significación gené-
rica añade “los miembros” (la integridad corporal, diríamos usando un len-
guaje no lockeano) a los cuatro ítems anteriores.
20 Si no ha de ser “vana” (cf. infra, en este mismo apartado) y se ha de
cumplir con ella en el estado de naturaleza, la ley natural lockeana tiene que
poder ser aplicada (ibidem), por lo que, en tal condición, rige in foro externo,
y no tan sólo, como es el caso para Hobbes (cf. Leviatán, XV), en el fuero in-
terno de la conciencia.
21 La ley de naturaleza, al decir de Locke, prescribe la paz, exactamen-
te lo que prescribe la primera ley de naturaleza de Hobbes (para ser más
precisos, su primera cláusula). Cf. Leviatán, XIV.

21
JOHN LOCKE

otro, lo que uno cualquiera puede hacer en aras de aplicar esa


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ley, todos deben necesariamente tener derecho a hacerlo.22

§ 8. Y [es] así como, en el estado de naturaleza, un hombre ad-


quiere poder sobre otro. [No se trata], sin embargo, de un po-
der absoluto o arbitrario, [que lo autorice a] valerse de un
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criminal, cuando lo tiene en sus manos, conforme al calor de


sus pasiones o a la extravagancia sin límites de su propia vo-
luntad, sino sólo [del poder] de infligirle, hasta donde dicten
la calma razón y la conciencia, un justo castigo, que guarde
proporción con su transgresión, lo que [es decir]: [una pena]
tal que pueda servir para reparación [del daño cometido] y
disuasión. Pues éstas dos son las únicas razones por las que un
hombre puede dañar legítimamente a otro, que es a lo que lla-
mamos “castigo”.23 Al transgredir la ley de naturaleza, el mis-
mo infractor declara vivir bajo otra regla que la de la razón y
la equidad común, que es aquella medida que Dios les ha im-
puesto a las acciones de los hombres en aras de su mutua se-
guridad; y, así, al desatender y quebrantar las obligaciones
[destinadas a] protegerlos de daño y violencia, [tal indivi-
duo] se vuelve peligroso para la humanidad. Al constituir [su
acto] una transgresión [que atenta] contra la especie toda y
[contra] su paz y seguridad, que la ley de naturaleza garan-
tiza, todo hombre puede, sobre la base de esa razón [y] mer-
ced al derecho que tiene de preservar a la humanidad en su
conjunto, refrenar o, si es necesario, destruir [aquellas] cosas
que le son nocivas y, así, le es lícito infligirle un mal a cual-
quiera que haya transgredido esa ley, [uno] de tal magnitud
que haga que se arrepienta de haberlo realizado y, consecuen-
temente, lo disuada, y por su ejemplo a otros, de producir el
mismo daño. Y en este caso, y sobre la base de tal fundamen-
to, todo hombre tiene derecho a ser ejecutor de la ley de natu-
raleza y a castigar al que la transgrede.
22 La igualdad natural constituye, como se observa, una de las razo-
nes justificatorias de la universalización del poder ejecutivo de la ley de
naturaleza.
23 La teoría lockeana del castigo posee, puede advertirse, un carácter
prevencionista.

22
ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL
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§ 9. No dudo de que esta doctrina les parecerá muy extraña24


a algunos hombres.25 Pero antes de que la condenen, querría
que me aclararan en virtud de qué derecho puede un prínci-
pe o un Estado dar muerte a un extranjero, o castigarlo, por
algún crimen cometido fuera de su país de origen. Es induda-
ble que, en virtud de la sanción que reciben de la voluntad
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promulgada del Legislativo, las leyes [de ese Estado] no tie-


nen jurisdicción sobre un extranjero. Dichas leyes no están
dirigidas a él ni, si lo estuvieran, se hallaría obligado a hacer
caso de ellas. La autoridad legislativa, merced a la cual tienen
vigencia sobre los súbditos del Estado en cuestión, no posee
poder alguno sobre tal sujeto. Los que detentan el poder su-
premo de legislar en Inglaterra, Francia u Holanda son para
un indio, así como para el resto del mundo, hombres sin au-
toridad. Y, por tanto, si cada hombre no tiene, por ley de na-
turaleza, poder para castigar las infracciones [cometidas] en
contra de ella, según juzgue desapasionadamente que el caso
lo requiera, no veo de qué modo pueden los magistrados de
una comunidad determinada castigar a un extranjero, puesto
que, en referencia a él, no pueden poseer más poder que el que
cada hombre puede tener naturalmente sobre otro.26

24 Esta “muy extraña doctrina” (calificativo que, atenuado por la elimi-


nación del adverbio, el autor repite en § 13) no es, en modo alguno, una ex-
trañeza. Laslett (1960: 110, n. 5) encuentra su antecedente inmediato en
Pufendorf y Cumberland, Aarsleff (1969: 268), en Hooker, y Skinner (1978:
2, 119), en “sorbonistas” como Almain.
25 ¿Quiénes son los que han de extrañarse con esta “extraña doctrina”?
Los tomistas. Tomás, por cierto, rechaza que los particulares posean el po-
der de castigo, que es monopolio de quien tiene a su cargo el bienestar de la
comunidad (Summa Theologica II-II Q 64 A 3). Entre los teóricos de la “se-
gunda Escolástica”, ha sido Suárez el continuador más consecuente de esta
línea de pensamiento: la potestad de punición corresponde a la comunidad
institucionalizada bajo la forma de un cuerpo político, no a los miembros in-
dividuales de ella. Cf. De Legibus, III.iii.3. Un tratamiento extensivo del
asunto puede encontrarse en Zuckert (1994: 222-240).
26 Este segundo argumento en favor de la universalización del poder
ejecutivo de la ley natural (un ejemplo harto ilustrativo de la sobredetermi-
nación probatoria en que, al decir de Simmons (1992: 11-12), Locke incurre
recurrentemente) se contradice abiertamente con la tesis del consentimien-

23
JOHN LOCKE

§ 10. Además del crimen, que consiste en violar la ley y en


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desviarse de la recta regla de la razón, y por la comisión del


cual un hombre se convierte eo ipso en degenerado y declara,
él mismo, que se ha apartado de los principios de la naturale-
za humana y que es una criatura nociva, [el criminal] le cau-
sa, por lo común, un perjuicio a alguna persona, la cual sufre
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un daño como producto de dicha transgresión, en cuyo caso


el que ha sufrido un daño, además del derecho de castigo, que
le es común con los demás hombres, tiene un derecho priva-
tivo a buscar reparación del que se lo ha provocado. Y cual-
quier otra persona que lo encuentre justo puede asimismo
unirse al que ha sufrido un daño y asistirlo en [su intento de]
recobrar del transgresor tanto como pueda darle [a aquél]
satisfacción por el daño que ha sufrido.

§ 11. De estos dos diferentes derechos, el de castigar el cri-


men a fin de impedir y prevenir transgresiones similares
–derecho de castigo que reside en todos– y el de obtener re-
paración –que pertenece solamente a la parte damnificada–,
resulta que el magistrado, que, por ser magistrado, tiene en sus
manos el derecho común de castigo, a menudo puede, en los
casos en que el bien público no exige la aplicación de la ley,
eximir, en virtud de su propia autoridad, del castigo [co-
rrespondiente a] los delitos penales;27 no puede, sin embar-
go, eximir [al agresor] de [ofrecer] la satisfacción debida al
particular [damnificado] por el daño que ha sufrido. Quien
ha sufrido el daño tiene derecho a demandar [reparación] en
su propio nombre, y solo él puede eximir [a su agresor] de
ella. La persona damnificada posee, en virtud de su derecho

to tácito que el autor expone en § 121 y en la que se sustenta, en opinión


de nuestro autor, la obligatoriedad de las leyes positivas dictadas en el ám-
bito jurisdiccional de una sociedad civil determinada para quienes no son
miembros plenos de ella (aunque sí usufructuarios de beneficios que sólo
están disponibles merced a la vigencia del orden jurídico que rige en dicho
dominio).
27 El magistrado en cuestión es el detentatario del poder Ejecutivo, y
la potestad de dispensa aludida aquí corresponde a su “poder de prerrogati-
va”. Cf. cap. XVI.

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

de autopreservación, el poder de apropiarse para sí misma de


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los bienes o del servicio del transgresor, así como todo hom-
bre posee, en virtud del derecho que tiene de preservar a to-
da la humanidad, el poder de castigar el crimen, a fin de
prevenir que se lo cometa nuevamente, y de hacer todas las
cosas razonables que pueda en aras de tal finalidad. Y es así
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que todo hombre posee, en el estado de naturaleza, el poder28


de matar a un homicida, para disuadir a otros, por medio de
un castigo que sirva de ejemplo a todos, de causar un daño del
mismo tipo, que ninguna reparación puede compensar, y tam-
bién para proteger a los hombres de las acometidas de un cri-
minal, el cual, habiendo renunciado a la razón, la regla y
medida común que Dios le ha dado a la humanidad, les ha de-
clarado la guerra a todos los hombres al haber [ejercido]
violencia injusta y dado muerte a uno de ellos y, por tanto,
puede ser muerto como [si se tratara de] un león o un tigre,
o una de esas bestias feroces [y] salvajes con las que el hom-
bre no puede tener ni sociedad ni seguridad. Y en esto se ba-
sa la ley fundamental de naturaleza:29 “Quien así derrame la
sangre de un hombre, por otro hombre será su sangre derra-
mada”.30 Y Caín estaba tan plenamente convencido de que
todos tenían derecho a matar a un criminal de tal clase que,
tras el asesinato de su hermano, exclamó en voz alta: “Cual-
quiera que me encuentre, me matará”;31 tan claramente es-
taba escrita [esa máxima] en los corazones de todos los
hombres.

28 Quien posee tal derecho de castigo, ¿está obligado a ejercerlo, aun en


el caso de que la agresión cometida haya afectado intereses críticos de ter-
ceros, mas no los suyos propios? Uno tendería a pensar que sí, dado que, de
no intervenir, estaría contribuyendo, por omisión, a que la probabilidad de
que el criminal permanezca impune –y, concurrentemente, reincida en su
conducta homicida– sea más alta, lo que reduciría en el margen las perspec-
tivas de supervivencia de la especie humana –con lo que incumpliría la se-
gunda cláusula de la ley natural fundamental–.
29 Un error categorial de Locke: presenta como ley de naturaleza una
que, propiamente, constituye una ley positiva de Dios.
30 Génesis 9. 6.
31 Génesis 4. 14.

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JOHN LOCKE

§ 12. Por la misma razón, un hombre puede, en el estado de


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naturaleza, castigar las infracciones menores a dicha ley. Qui-


zá se pregunte: “¿con la muerte?”. Respondo que cada trans-
gresión puede ser castigada en un grado tal, y con tanta
severidad, como sea suficiente para hacer de ella un mal ne-
gocio para el transgresor, darle motivo para arrepentirse e
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infundir temor en otros, [de modo de disuadirlos de] hacer


lo mismo. Toda transgresión que puede ser cometida en el es-
tado de naturaleza puede ser también castigada en el estado
de naturaleza, de igual modo y hasta tal punto como puede
serlo en un Estado. Pues, aunque iría más allá de mi actual
propósito adentrarme en las particularidades de la ley de na-
turaleza, o en sus grados de castigo,32 es indudable, sin em-
bargo, que tal ley existe y, también, que [es] tan inteligible y
evidente33 para una criatura racional y para un estudioso de
la misma como las leyes positivas de los Estados, posiblemen-
te aún más evidente, en la medida en que la razón es más fá-
cil de ser comprendida que las invenciones y los intrincados
artificios de los hombres, que persiguen intereses contra-
puestos y ocultos expuestos en palabras. Pues, en verdad,
[las leyes naturales] constituyen hasta tal punto la parte más
importante de las leyes internas34 de los países que [éstas]
sólo son justas en la medida en que se fundamentan en la ley
de naturaleza, por referencia a la cual deben regirse y ser in-
terpretadas.35

32 En rigor, y pese a haber escrito ocho ensayos breves dedicados al tó-


pico de la ley natural (cf. n. 12), Locke no se ha adentrado jamás en “las par-
ticularidades de la ley de naturaleza, o en sus grados de castigo”. Ha
centrado su atención, en cambio, en la autoridad de norma de tales leyes, en
el basamento y alcance de su obligatoriedad y en el modo de conocer su con-
tenido prescriptivo.
33 La idea de que la ley natural es inherentemente cognoscible para to-
do agente racional “estudioso de la misma” se retoma en § 124, sólo que allí
Locke, interesado en mostrar la necesidad de la constitución de un gobierno
civil y de la institución de un poder Legislativo, subraya que dicha prescrip-
ción resulta de hecho desconocida por sus sujetos de norma, dado el influjo
distorsivo del autointerés y “la falta de estudio” de sus estipulaciones.
34 “Municipal laws” es la fórmula lockeana.
35 Toda una declaración de principios de teoría jurídica iusnaturalista:

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

§ 13. No dudo de que se objetará a esta extraña doctrina –a


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saber: que en el estado de naturaleza cada uno tiene el poder


ejecutivo de la ley de naturaleza– que es irrazonable que los
hombres sean jueces en sus propias causas, [ya que] el egoís-
mo los hará ser parciales [en favor de] sí mismos y de sus
amigos y, por otro lado, la malevolencia, la pasión y la ven-
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ganza los llevarán demasiado lejos al castigar a otros. [Se ob-


jetará asimismo] que de ello no se seguirá otra cosa que
confusión y desorden y que, por ende, Dios, indudablemente,
ha instituido un gobierno para poner freno a la parcialidad y
violencia de los hombres. No tengo problemas en conceder
que el gobierno civil36 es el remedio apropiado para los in-
convenientes del estado de naturaleza,37 que deben cierta-
mente ser grandes en los casos en que los hombres pueden
ser jueces en sus propias causas, puesto que es fácil imaginar
que quien fue tan injusto como para hacer daño a su prójimo,
difícilmente sea tan justo como para condenarse a sí mismo
por ello. Pero querría que quienes formulan esta objeción re-
cuerden que los monarcas absolutos no son más que hom-
bres. Y me gustaría saber, si [es que] el gobierno ha de ser el
remedio de aquellos males que necesariamente se siguen de
que los hombres sean jueces en sus propias causas y el estado
de naturaleza, consiguientemente, no ha de ser soportado, qué
clase de gobierno es y cuánto mejor es que el estado de natu-
raleza aquél en el cual un hombre que tiene poder de mando
sobre una multitud tiene la libertad de ser juez en su propia
causa y puede hacer con todos sus súbditos cualquier cosa
que le plazca, sin que ninguno tenga la menor libertad para
cuestionar o controlar a quienes llevan a cabo su designio, y
en el que, sea lo que fuere que haga [y esté] movido por la

las leyes naturales proporcionan standards de legitimación e interpretación


de las leyes positivas.
36 Tenga presente el lector que, en la jerga iusnaturalista, “civil” y “po-
lítico” son expresiones intercambiables.
37 Inconvenientes (¿por qué no, para hacer que la metáfora médica sea
perfectamente simétrica, enfermedades?)/remedios: esta secuencia binaria
atraviesa, a lo largo de todo el texto, el par estado de naturaleza/estado civil.

27
JOHN LOCKE

razón, el error o la pasión, se le debe sumisión. [La situa-


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ción] es mucho mejor en el estado de naturaleza, en el que los


hombres no están obligados a someterse a la voluntad injus-
ta de otro y [en el cual], si el que juzga en su propia causa o
en alguna otra juzga mal, es responsable por ello ante el res-
to de la humanidad.38
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§ 14. Se ha preguntado a menudo, como [si ello configurara]


una objeción poderosa: “¿Dónde hay, o hubo alguna vez,
hombres en estado de naturaleza?”. A lo que puede bastar por
el momento como respuesta que, ya que todos los príncipes y
mandatarios de los gobiernos independientes de un extremo
al otro del mundo se hallan en estado de naturaleza,39 es evi-
dente que el mundo nunca estuvo, ni estará jamás, sin [un
cierto] número de hombres en ese estado. He hecho referen-
cia a todos los gobernantes de comunidades independientes,
estén o no coligados con otros: pues no todo pacto pone fin
al estado de naturaleza entre los hombres, sino sólo aquel por
el que, conjuntamente, acuerdan mutuamente conformar una
única comunidad y constituir un único cuerpo político. Los
hombres pueden celebrar entre sí otras promesas y pactos y,
con todo, hallarse aún en estado de naturaleza. Las promesas
y los convenios de trueque entre los dos hombres en la isla
desierta mencionados por Garcilaso de la Vega en su Historia
del Perú, o entre un suizo y un indio en los bosques de Amé-
rica, son obligatorios para ellos, aunque se encuentren plena-
mente, uno en referencia al otro, en [la condición propia del]

38 Locke empuña aquí por vez primera la que será su arma letal contra
la monarquía absoluta (que empuñará nuevamente en §§ 90 y 137): el pro-
blema con ella no es que constituya un régimen político desviado o impuro
(como la tiranía para Aristóteles) sino que, al no haber juez imparcial que
dirima las controversias entre el monarca absoluto y sus súbditos, no con-
figure, strictu sensu, un régimen político. Peor aun: en la medida en que sólo
uno está en posesión de hacer justicia manu propria, representa un statu quo
de rango inferior al del estado de naturaleza, en que cada quien está autori-
zado a hacer valer su derecho.
39 Una réplica iusnaturalista típica a la objeción de facticidad (de la que
Locke se ocupará nuevamente en §§ 100 y ss.). Cf. Hobbes, Leviatán, XIII.

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ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

estado de naturaleza. Pues la honestidad y el cumplimiento


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de la palabra dada atañen a los hombres como hombres y no


como miembros de la sociedad.40

§ 15. A aquellos que afirman que nunca hubo hombres en es-


tado de naturaleza, no sólo opondré la autoridad del juicioso
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Hooker, Política Eclesiástica, Libro I, Sección 10, donde dice:


“Las leyes que han sido mencionadas hasta aquí, i.e., las leyes
de naturaleza, obligan a los hombres absolutamente, en tan-
to son hombres, aunque no hayan establecido nunca asocia-
ción alguna [ni celebrado] jamás ningún acuerdo solemne
entre ellos sobre lo que [deben] hacer o no hacer. Pues en la
medida en que no somos capaces de proporcionarnos, por
nuestros propios medios, un abasto suficiente de las cosas ne-
cesarias para una vida como la que anhela nuestra naturale-
za, una vida adecuada a la dignidad humana, por tanto, para
suplir estos defectos e imperfecciones que se encuentran en
nosotros en tanto vivimos aisladamente y solamente por
nuestros propios esfuerzos, estamos naturalmente inclinados
a buscar el trato y la compañía de los demás. Ésta fue la cau-
sa de que los hombres se unieran en un principio en socieda-
des políticas”. Sostengo, además, que todos los hombres se
hallan naturalmente en ese estado y permanecen en él hasta
que, por su propio consentimiento, se hacen miembros de al-
guna sociedad política. Y no dudo de que dejaré [este punto]
muy en claro en lo que sigue de este tratado.

40 Una marca de anti-hobbesianismo: hay pactos válidos –y que, subsi-


guientemente, generan obligaciones– en el estado de naturaleza.

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