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El Salvaje de Aveyron

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El “salvaje de Aveyron”: ¿qué nos hace sujetos?

"El hombre es un animal loco y radicalmente inepto para la vida" (Cornelius Castoriadis).
La pregunta por las condiciones de constitución subjetiva de un sujeto, por las condiciones
mínimas y necesarias que permiten que un niño piense, fantasee, represente o simbolice lleva implícita
la siguiente afirmación: no existe un sujeto dado desde los orígenes. El bebé deberá pasar por un
complejo proceso para constituir su psiquismo, es decir, para transformarse en un sujeto cognosciente.
La pregunta sobre lo que caracteriza a lo estrictamente humano, sobre lo que nos hace ser algo más
que un cuerpo biológico, es muy antigua y ha dado lugar a debates filosóficos tan controvertidos como
interesantes. Muchas veces la literatura nos enfrenta con este tipo de interrogantes; es así como la
producción literaria sobre los "niños ferales" u "hombres lobos" nos recuerda las preguntas clásicas de
la Ilustración: la naturaleza del hombre, su diferencia respecto del reino animal, los criterios que
permiten identificar a la especie humana.
Como se sabe, los "niños ferales" son aquellos encontrados en los bosques, sin lenguaje, sin
palabra y alejados de los seres humanos. Es el caso de Víctor, "el salvaje de Aveyron", encontrado en
1797 en los bosques de la Bassine francesa que, a principios del 1800, produjo uno de los debates
más interesantes sobre el tema. Las posiciones antagónicas fueron representadas, por un lado, por
Philippe Pinel, médico y filósofo reconocido como uno de los grandes renovadores de la psiquiatría, y
por el otro, por Jean Itard, también médico y especializado en la reeducación de sordomudos, quien
se dedicó durante casi diez años a trabajar con Víctor, nombre con el que él mismo lo bautizó. La
polémica sobre el diagnóstico de Víctor y las reflexiones que desencadenó ponen de relieve la
pregunta por las condiciones de constitución de un sujeto, el papel del lenguaje, el lugar de lo social y
las creencias en dicho proceso.[1]
En el momento en que Víctor fue capturado -uso esta palabra, que es la que está en la
bibliografía sobre el tema, ya que el adolescente fue expuesto en la plaza pública antes de que
volviera a escaparse al bosque, lugar donde después fue nuevamente capturado-, tenía entre 12 y
13 años. Algunos informes de la época llegan a afirmar que podría alcanzar los 15 años. Desde un
ser en estado de naturaleza pura hasta un desgraciado sin cuidados de la humanidad, desde un
salvaje hasta un sordomudo, el diagnóstico y las esperanzas puestas en Víctor sobrepasaron la
temática del diagnóstico para producir una discusión más filosófica. Pinel e Itard diferían en cuanto al
diagnóstico, que para el primero era de "idiotez". En un informe realizado para la Société des
Observateurs de I'Homme, Pinel advirtió acerca de las dificultades que podrían encontrar aquellos
que creían que el caso era propicio para estudiar el carácter primitivo del hombre y para conocer las
ideas y los sentimientos morales que son independientes del estado social. La privación absoluta de
palabra que sufrió el niño era uno de los obstáculos señalados por Pinel.
En este contexto, el término "palabra" no remitiría simplemente a determinada estructura de
fonemas o sonidos y significados, sino a la función constitutiva que tiene e/lenguaje como lugar de
significación, denominación del mundo que nos rodea. Podríamos adelantarnos a pensar que el
problema de Víctor no era que él no podía emitir palabras, sino que creció en un mundo sin palabras.
El informe de Pinel concluye así: "Conocemos todos los demás detalles sobre su vida desde
que comenzó a formar parte de la sociedad. Pero su discernimiento, siempre limitado a los objetos de
sus primeras necesidades, su atención, que sólo fija su vista en las sustancias alimenticias o en los medios
para conseguir un estado de independencia al que se encuentra muy acostumbrado, la ausencia total
de desarrollo adicional de las facultades morales en relación con cualquier otro objeto, ¿no muestran
que debe ser considerado como los niños que muestran idiotez y demencia, y que no existe ninguna
esperanza fundada de obtener éxito mediante una enseñanza metódica y duradera?" [2]
Con este diagnóstico, Pinel da su veredicto sobre el caso.
Para Itard las cosas eran distintas. Él rechazaba el diagnóstico de idiotez. Creía plenamente
en las posibilidades de "reeducar" a Víctor, pese a sus fracasos en esa empresa. Su tratamiento
"médico-pedagógico" no le dio grandes satisfacciones, aunque invirtió muchos años en él. A pesar del
empeño puesto en su reeducación -registrado en sus Memorias-, Víctor no llegó a adquirir el lenguaje
hablado.
Lo que Itard llamara su "terapia moral", o educación de "el salvaje de Aveyron", constaba de
cinco objetivos principales: vincularlo a la vida social, despertar su sensibilidad nerviosa mediante
estimulantes más enérgicos, ampliar su campo de ideas creándole nuevas necesidades y multiplicando
sus relaciones, inducirlo al uso de la palabra a partir de la imitación y bajo la ley de la necesidad, y
ejercitar las operaciones más simples del espíritu. Como señala Augusto Montanari, el nudo de la
cuestión estaba en la función simbólica, que parece inaccesible a las posibilidades de Víctor. Como
veremos más adelante, la escuela ocupa un lugar privilegiado en la vida de los niños para el
despliegue de esta función, en la medida en que oferta símbolos socialmente consensuados que
permiten relacionarlos con acciones, pensamientos o afectos que los niños tienen, de tal modo que
puedan representarlos para sí mismos y para los demás.
Los escritos de Itard son interesantes y conmovedores. El vínculo que estableció con Víctor
mereció un artículo del psicoanalista francés Octave Mannoni[3] en el que se trabaja la idea de que
Itard no podía advertir que cada paso de los hechos cuestionaba su saber, porque había tomado a
Víctor como una misión. Esto le daba la certeza de que con él se podían hacer aún muchas cosas.
Resulta interesante pensar la diferencia entre posicionarse, en el caso del docente, como representante
de un acervo cultural cuya tarea es la transmisión de contenidos y valores de un mundo público, y creer
en una "misión", con lo que se pierde el objetivo mismo de la relación docente-alumno.
Retomando el tema del lenguaje y su lugar en la constitución de Víctor, Mannoni plantea lo
siguiente: "En todo caso, Itard comprende perfectamente que el problema no es de ninguna manera el
mismo que el que plantean los sordos. Existe una diferencia radical entre un sujeto sordo de nacimiento,
que ha vivido en un universo organizado por las estructuras del lenguaje, aun cuando nunca haya oído,
y un sujeto no hablante por haber vivido siempre en el seno de la naturaleza muda. También se puede
decir: porque ha vivido en la soledad y no tan sólo en el silencio".[4] Es la "naturaleza muda" la que
no posibilita las condiciones de constitución subjetiva, la falta de una oferta de sentidos, de historia,
de representaciones. No hace falta encontrarse en el medio de la naturaleza para que esta oferta no
se produzca o se produzca con serias restricciones. Mientras que un niño sordo puede recibir de padres
mudos una oferta de sentidos fecunda y rica, es posible que padres "hablantes" se encuentren
inhabilitados para realizar esta oferta. Un docente también debe hacer un ofrecimiento de sentidos,
que no está dado por la cantidad de palabras sino por su capacidad de otorgarles significación a
éstas y permitir que los niños construyan sus propias significaciones. No es lo mismo, como veremos más
adelante, ofertar sentidos que imponerlos; un docente no debe desertar de este lugar específico de
transmisor de significaciones. Mannoni nos sitúa en el nudo de la cuestión. Un niño nace en un universo
poblado de palabras y de sentidos. En Víctor, la diferencia entre "soledad" y "silencio" apunta a la
imposibilidad de constitución subjetiva, de ser sujeto sin la asistencia de otro. Todos nacemos y nos
constituimos dentro de un universo habitado por otros, semejantes y prójimos, sin cuya asistencia no
sobreviviríamos. El caso de Víctor nos permite pensar las complejidades que plantea la constitución
subjetiva. Nadie más indefenso que un recién nacido, ni más desamparado e imposibilitado de
autoabastecerse en sus necesidades básicas. Sin embargo, como hemos visto, la supervivencia del
cuerpo biológico no es condición suficiente para las posibilidades de constitución subjetiva. Algo de
"otro orden" debe introducirse en ese psiquismo incipiente para que pueda devenir un sujeto. Son muy
interesantes los casos presentados por Spitz,[5] de "hospitalismos" y "marasmos", en los que pone de
manifiesto que, aun garantizada la asistencia alimentaria por suero, por ejemplo, hay niños que no
sobreviven o lo hacen con trastornos muy graves.
Por supuesto que la conservación del cuerpo biológico es condición necesaria para la
complejización psíquica, pero no es condición suficiente. El propio Spitz hace referencia al estado de
prematuración e indefensión del recién nacido del siguiente modo: "Una y otra vez nos recuerda Freud
que el lactante, durante este período de su vida, está desamparado, siendo incapaz de conservarse.
vivo por sus propios medios. Todo aquello de que carece el infante, lo compensa y lo proporciona la
madre".[6] Esta observación vuelve a hacer hincapié sobre la imposibilidad estructural del recién
nacido de sobrevivir sin la asistencia de Otro. Lo escribimos con mayúsculas porque se trata de Otro
peculiar, significativo, y no de cualquier otro; Otro que no garantiza el éxito de su función por el lazo
biológico con el bebé, sino por su posicionamiento con respecto a él. De allí que lo diferenciemos de
"otros" utilizando la mayúscula; para remarcar su carácter estructurante, único y singular.
Respecto de la prematuración del recién nacido, Silvia Bleichmar[7] sostiene: "Los
prerrequisitos estructurales del cerebro son entonces, en mi opinión, insuficientes para hacer sobrevivir
al ser humano. Estos prerrequisitos estructurales del cerebro sólo son soportes para la fabricación del
sujeto humano tal como los conocemos en el interior de los vínculos libidinales con el otro".[8] Veremos,
entonces, qué otras vicisitudes deberán producirse para que se constituya un sujeto humano.
Cuando hablamos de cachorro humano o de infans, como lo define Piera Aulagnier, es para
dar cuenta de su posibilidad de devenir sujeto, pero también de su incapacidad de estar dotado
desde el origen, "por la naturaleza", para serlo.

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