Historia Santo Rosario
Historia Santo Rosario
Historia Santo Rosario
El rezo del santo Rosario ha tardado mucho en formarse tal y como ahora lo conocemos. No fue
ideado en un momento concreto, sino que es fruto de una larga evolución. Una evolución que
aún no ha concluido.
La Orden de Cluny es una reforma de la orden benedictina. Fue creada el 11 de
septiembre de 910. En 909 d. C. surge, dentro de la Iglesia católica, la voluntad de
reformar las órdenes monásticas. Esta restauración se produjo tomando como base la
regla de Benito de Nursia, un reglamento que rige la vida de los monjes detallando cómo
debe ser su vida. En este proceso, la abadía de Cluny decide imponerse agrupando un
gran número de conventos y convirtiéndose en la orden más importante de la Edad
Media, con monasterios por toda Europa.
Todo comenzó, probablemente, en el siglo X. En el año 910 se fundó la Orden Cluniacense. Ésta
le dio una gran importancia a la oración coral comunitaria. Quería que sus abadías fuesen un
anticipo de la Jerusalén celestial, en la que los santos y los ángeles están continuamente
cantando alabanzas a Dios e intercediendo por todos los seres humanos (Ap 5,9; 14,3; 15,3).
Por ello distinguieron entre dos tipos de monjas y monjes: los dedicados a la oración coral (que
rezaban al día 150 salmos, dependiendo de las circunstancias litúrgicas) y los dedicados al trabajo
manual. Éstos últimos solían ser personas sencillas e iletradas que se ocupaban de la cocina, la
portería, la huerta u otros oficios.
Pero era preciso que también orasen. Por ello algunos de estos monjes ‒y monjas‒ comenzaron a
rezar individualmente 150 Padrenuestros al día, en lugar de los 150 salmos que rezaban los que
asistían a la oración coral. Esta piadosa costumbre se fue difundiendo no sólo entre los
cluniacenses, sino también entre otras comunidades religiosas, y entre sacerdotes y laicos.
En el siglo XII, la Orden Cisterciense (fundada en 1098) le va a dar una gran importancia al culto a
la Virgen María. Tanto es así, que casi todas sus abadías fundadas por ellos llevan el nombre de
una advocación mariana.
Su principal teólogo, san Bernardo de Claraval (1090-1153), difundió mucho la devoción a María
como Madre, más que como Reina (que era lo normal desde el siglo V). Es él quien inventó el
título de «Nuestra Señora»: de tal forma que María va dejando de tener la imagen de «la Señora
feudal» y pasa a ser «Nuestra Señora», es decir, «Nuestra Madre». Pues bien, en este contexto,
las monjas y los monjes cistercienses van a reemplazar en el Rosario algunos Padrenuestros por
Salutaciones de la Virgen María.
Todavía no se había creado la oración del Avemaría, sino que se rezaba sólo su primera parte, la
Salutación del ángel, tomada de Lc 1,28- 33: «Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor
es contigo» y algunos le añadían la segunda parte del saludo: «Bendita tú eres entre todas las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre».
A lo largo del siglo XIII se va extendiendo la costumbre de rezar tres cincuentenas de
Salutaciones, es decir, 150 Salutaciones, en lugar de 150 Padrenuestros. Se crea así el «Salterio
de María». Y se va a añadir el nombre de «Jesús» al final de la Salutación del Ángel. Además, es
en esta época cuando comienza a generalizarse el uso de «contadores», es decir, de rosarios,
para poder llevar la cuenta de las Salutaciones que se van rezando.
En el siglo XIV las Órdenes mendicantes (Franciscanos, Dominicos, Carmelitas y Agustinos,
fundados, junto a sus ramas femeninas, en la primera mitad del siglo XIII), van a difundir el rezo
del Salterio de María en sus predicaciones y entre los laicos que ellos acompañaban
espiritualmente.
Sobre todo, lo difundieron en la zona ribereña del Rin, la zona renana, donde en el siglo XIII se
había desarrollado el movimiento espiritual de las beguinas, que eran mujeres piadosas que
vivían en comunidad, con una espiritualidad mística muy profunda, la cual fue el núcleo de donde
surge en la primera década del siglo XIV la mística renana del Maestro Eckhart (1260-ca. 1327) y
otros dos dominicos discípulos suyos: Juan Tauler (ca. 1300-1361) y el beato Enrique Susón
(1295-1365). Pero la espiritualidad de las beguinas cayó bajo la sospecha de herejía, por lo que
un medio de reconducir a aquellas mujeres fue inculcándoles el rezo del Salterio de María.
Dado que la mística renana fue también sospechosa de herejía, surgió hacia 1380 otra corriente
espiritual: la Devotio Moderna, que proponía, básicamente, una oración sencilla y metódica y la
meditación de los pasajes del Evangelio. En este contexto encajaba muy bien el sencillo y
metódico rezo del Salterio de María.
Pues bien, es entonces cuando en ciertas abadías cartujas de la zona renana, se van a añadir al
final de cada Salutación del Ángel una coletilla que ayude al orante a meditar un pasaje de la vida
de Jesús. Por ejemplo: «… y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, que nació en Belén». O «…
que murió en la Cruz». Y, así, se va extendiendo la costumbre de añadir a cada una de las 150
Salutaciones una terminación diferente sobre Jesús. Hubo diversos modos de hacerlo.
Parece que es a comienzos del siglo XV cuando se crea el Avemaría completo, añadiendo la
segunda parte: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora
de nuestra muerte. Amén» (1495). Y es así como poco a poco se va conformando el rezo del
Rosario que todos conocemos, en el que se combina el recitado de Avemarías y la meditación de
pasajes de la vida de Jesús y su Madre.
En 1470 el dominico fr. Alain de la Roche ‒o Alano de Rupe‒ (1428-1475), funda en Douai
(ciudad del norte de Francia, cercana a la zona renana) la Cofradía del Salterio de la Gloriosa
Virgen María. Sus principales objetivos eran: difundir la devoción al Rosario, crear un ambiente
de espiritualidad mariana entre sus cofrades y pedir la intercesión de la Virgen. Pues bien,
inspirado en Alain de la Roche, el prior de los dominicos de Colonia (ciudad situada en la zona
renana) creó en 1475 la primera Cofradía del Rosario. Ésta tuvo tanto éxito entre el pueblo fiel y
las autoridades civiles y eclesiásticas, que rápidamente comenzaron a fundarse Cofradías del
Rosario en otros conventos dominicos, pasando a ser responsabilidad de la Curia Generalicia de
la Orden de Predicadores (Roma) en 1485. Desde entonces serán los dominicos los grandes
difusores del Rosario, aunque también lo hicieron muchos otros religiosos, laicos y sacerdotes.
Hay cuatro factores que contribuyeron al éxito de esta oración: es muy sencilla, se puede rezar
individual o comunitariamente, anima a meditar los Evangelios y ayuda a pedir correctamente lo
que necesitamos. Gracias a esto último, la Iglesia cree que el rezo del Rosario contribuyó a que
sucedieran muchas acciones milagrosas, como curaciones, conversiones, la liberación de
ciudades sitiadas o el apaciguamiento de fenómenos naturales como terremotos, tempestades,
erupciones volcánicas o tsunamis.
Immaculée Ilibagiza cree que rezar el rosario la salvó de ser asesinada durante el horrible
genocidio de Ruanda de 1994, en el que su familia y más de un millón de hombres, mujeres y
niños inocentes fueron brutalmente asesinados.
Casi dos décadas después, Immaculée continúa rezando el rosario todos los días y se maravilla de
cómo se renueva constantemente y se ve recompensada con abundancia por esta gloriosa
oración. La ha ayudado de todas las formas posibles, desde fortalecer su fe hasta transformar la
angustia en felicidad y conseguirle el trabajo de sus sueños. . . y eso es solo para empezar. Ha
sido testigo y ha recibido la capacidad del rosario para crear milagros con tanta frecuencia que
prometió compartir sus bendiciones con tantas personas como pudiera.
En estas páginas, Immaculée revela cómo todos y cada uno de nosotros podemos cosechar los
abundantes beneficios del rosario, independientemente de nuestra afiliación religiosa. En este
conmovedor y edificante libro, la autora más vendida del New York Times relata su experiencia
personal de descubrir el poder y la belleza de las cuentas antiguas, y nos muestra a todos cómo
enriquecer nuestras propias vidas explorando y abrazando los misterios y secretos. y promesas
de la oración que de hecho le salvó la vida.
1- Los orígenes remotos del Rosario se pueden descubrir en la costumbre de recitar el saludo del
Ángel a la Virgen popularizado durante los siglos XI y XII en Occidente por influjo oriental. Ya era
conocido desde mucho antes, pues se registra desde el siglo VII como antífona del ofertorio del
IV domingo de Adviento; sin embargo, en forma litánica no se registra hasta el siglo XII. Esta
recitación respondía a la necesidad de que los legos, que no sabían leer, se unieran a la plegaria
del Oficio Divino cotidiano que los monjes cantaban en los monasterios. Y, de ahí que no resulte
extraño el número de ciento cincuenta avemarías que finalmente se fijó para el Rosario
completo, atendiendo al número de salmos que conforman el Salterio. No obstante, hasta llegar
a dicho número, existen abundantes ejemplos de fieles que rezan diferente número de
padrenuestros y/o avemarías
2 . Para llevar la cuenta surgió un instrumento muy sencillo consistente en una cuerda con nudos
o con todo tipo de pequeños frutos o semillas ensertados, que más tarde fueron adquiriendo
mayor riqueza de materiales. Posteriormente se unió por sus extremos rematándose con una
cruz o medalla. También era frecuente que el rezo estuviera acompañado de genuflexiones.
En cuanto a su denominación, el término que alcanzó mayor popularidad, y luego carácter oficial,
fue el de rosarium o salterio mariano; otros nombres primitivos fueron guirnalda, corona y
paternoster de la Virgen. A la hora de realizar la historia de esta oración vocal es imprescindible
atender a la influencia que en sus orígenes ejercieron la Orden Cisterciense y la Cartuja.
En relación con la primera, en su seno se fraguó la división del salterio mariano en tres
cincuentenas; más concretamente en Colonia donde ya lo practicaba el monje César de
Heisterbach a mediados del siglo XIII.
Por lo que se refiere a la influencia de la Cartuja hay que señalar varios aspectos: En primer lugar,
también a mediados del siglo XIII, Hugo de Balma recomendaba rezar «cuarenta o cincuenta
veces el Ave María, dividiendo estas plegarias al llegar a un determinado número, si parece
bien hacerlo de este modo o de otra manera parecida, y esto se ofrecerá diariamente a la
Virgen como tributo, en señal de amor y espiritual homenaje».
Un poco después, hacia 1366, Enrique Egher de Kalkar difundió desde la Cartuja de Colonia la
costumbre de intercalar el rezo de un padrenuestro al comienzo de cada decena de avemarías
que, atendiendo a las circunstancias, podían quedar reducidas a tan sólo cincuenta. Pero, el
elemento más característico aportado por los cartujos es la inclusión de una cláusula tras el
nombre de Jesús al final de la salutación angélica (todavía no se había añadido la segunda parte,
de carácter deprecatorio, cuya introducción data de finales del siglo XV).
En cada decena se añadían unas palabras referentes al misterio contemplado, y así, por ejemplo,
se decía: Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, que en ti se encarnó, que murió en la cruz, que
resucitó con gloria, etc.
Destacan de forma eminente los cartujos Adolfo de Essen (+1439) y Domingo de Prusia (+1460),
quien concibió la idea de dividir las ciento cincuenta avemarías en tres secciones
correspondientes a la infancia, a la vida pública y a la pasión del Señor. Se trata del llamado
rosario de las fórmulas: para cada avemaría compuso su correspondiente cláusula
Antes que nada es preciso señalar que no resulta del todo certero afirmar que santo Domingo de
Guzmán fundara propiamente el Rosario. Este asunto fue motivo de gran polémica a comienzos
del siglo XX. Por un lado, siguiendo la primera postura asumida por los bolandistas (luego
rectificada), Thurston4 y Boudinhon5 negaron tal posibilidad. Esta postura crítica frente a la
tradición más consolidada fue rebatida con ardor por varios dominicos, entre ellos los padres
Lescher 6 , Esser 7 , Etcheverry 8 y Mezard9 , que defendían tal honor para su fundador. A ellos
se podrían unir otros, como Mortier 10 o Alonso Getino 11, que apostaban por una conciliación a
partir de la transformación paulatina de la devoción.
Casi todos los autores se muestran favorables a la atribución del origen de los quince misterios a
fray Alano, a quien se debe también la iniciativa de crear cofradías que fomentaran el rezo del
avemaría, precedente inmediato de las primeras cofradías del Rosario. Con toda seguridad, «el
mérito del beato Alano consistió en organizar o coordinar y unificar los diversos elementos del
Rosario, dándole forma definitiva.
Con santo Domingo y con Dom Enrique de Kalkar mantuvo el número de ciento cincuenta
avemarías; igual que este último, dividió las decenas por medio del Pater; con Domingo de
Treveris, añadió la meditación de los misterios; pero iniciativa suya (probablemente) fue el
reducirlos a quince» 14. Al limitarse el número ya era bastante más fácil retener las cláusulas en
la memoria; de ahí que el método se extendiera y popularizara muy rápidamente.
El precedente inmediato está constituido por la fundada por fray Alano en la ciudad holandesa de
Douai en 1470 con el título de Cofradía de la Virgen y santo Domingo, cuyos hermanos tenían la
obligación cotidiana del rezo del salterio mariano; podían formar parte de ella tanto hombres
como mujeres, y todos participaban de los bienes espirituales de la Congregación de Holanda de
la Orden Dominicana por concesión de su Vicario General, Juan Excuria, fechada el 15 de mayo
de 1470.
Fray Alano falleció en Zwolle, en la víspera de la institución de la primera Cofradía del Rosario,
con este título propiamente y aprobación pontificia, acaecida en Colonia el 8 de septiembre de
1475 por iniciativa del prior del convento dominico Jacobo Sprenger. Sus miembros adquirían la
obligación principal de rezar el rosario y ofrecerlo por las necesidades de los demás hermanos.
Pronto comenzaron a ingresar en la cofradía personalidades de alto rango, como el emperador
Federico III con su esposa e hijo en 1476, o el legado pontificio Alejandro Nanni Malatesta, que
concedió numerosas indulgencias.
En 1478 Sprenger recibía del papa Sixto IV la bula Pastor Aeterni a favor de la cofradía de Colonia,
gracias a la que alcanzaba una gran popularidad y comenzaba su rápida expansión, siempre bajo
la tutela de los dominicos, por toda Europa. En Roma se estableció en la iglesia de Santa María
sopra Minerva en 1481 la que luego llegaría a convertirse en Archicofradía de la que dependerían
todas las demás.
Por lo que respecta a España, podemos decir que también se conoce la devoción del salterio
mariano desde la segunda mitad del siglo XIV; concretamente en los territorios de la Corona de
Aragón proliferaron los gozos o goigs del Roser 17, atribuidos tanto a san Vicente Ferrer como a
su hermano Dom Bonifacio, General de los Cartujos de la obediencia de Avignon. Estos gozos se
difundieron muy tempranamente en el ámbito catalán y valenciano; los más antiguos que se
conservan datan de finales del siglo XV y, entre ellos, destaca el titulado La Virgen María y los
misterios del Rosario, datado en 1488 y obra del dominico catalán fray Francisco Domenech18.
Otros religiosos como fray Juan Amat en Valencia o el beato Juan Agustí en Lérida destacaron por
su labor de promoción del rosario, extendiéndola éste último por territorios de Aragón, Castilla y
Andalucía 19.
Sin duda alguna, influyó de modo notable en esta rápida expansión de la devoción y cofradía del
Rosario el apoyo explícito que recibió de los Sumos Pontífices. Sixto IV en 1479 aprobaba el rezo
del salterio mariano para toda la Iglesia universal; durante este pontificado comenzó la
concesión a los dominicos del privilegio de predicar e instituir en exclusiva las cofradías del
Rosario. En estas concesiones se menciona también la participación en las gracias concedidas a la
Orden para todos los miembros de las confraternidades del Rosario; Inocencio VIII en 1485
confirmaba y ampliaba por la bula Sacer Praedicatorum Ordo las indulgencias concedidas al rezo
del Rosario.
En los comienzos de la Edad Moderna la práctica devocional del rosario y su cofradía estaban
bien integradas en la piedad popular del pueblo cristiano europeo; de aquí pasarían al resto del
mundo, muy especialmente a América, gracias a la labor evangelizadora de los misioneros que,
como san Francisco Javier, llevaban la cruz y el rosario como signos distintivos de la verdadera fe
que proclamaban.
En cualquier caso, será la victoria de las tropas cristianas sobre los turcos en la batalla de
Lepanto en 1571, el hecho que contribuya de forma más notoria a extender y popularizar el
rezo del santo Rosario, hasta el punto de convertirse en devoción casi obligada para todo buen
católico en siglos posteriores.
El Rosario comenzó a rezarse en los conventos y en las iglesias, donde se tenía en forma de coros
como el Oficio Divino, pero, sobre todo, en las casas; era la familia el lugar donde se transmitía la
devoción como atestigua la propia santa Teresa de Jesús en su autobiografía: «Procuraba
soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era
muy devota, y así nos hacía serlo» 20.
Gracias a la imprenta pudieron difundirse numerosas obras de espiritualidad ya desde finales del
siglo XV, muchas de las cuales sirvieron para afianzar el rezo del Rosario mediante su explicación.
Entre estas se encuentran el libro del cartujo belga Santiago de Gruitroedes titulada Rosarium
Jesu et Mariae, publicada en 1470 21 o las obras del beato Alano, especialmente su De psalterio
B. Virginis Mariae, publicado en 1484. Con posterioridad sus seguidores fueron reeditando sus
obras en numerosas ocasiones con títulos diversos, destacando la edición preparada por el
dominico Jean-André Coppenstein y publicada en Friburgo en 1619 bajo el título de Beatus
Alanus de Rupe redivivus, de Psalterio seu Rosario Christi ac Mariae 22.
En España, la primera obra sobre el rosario que se conoce es la titulada Contemplaciones sobre el
Rosario de Nuestra Señora, historiadas con forma de institución del Salterio, escrita por Dom
Gaspar Gorricio de Novara, un cartujo de origen italiano, y publicada en Sevilla en 1495 con dos
añadidos, el Tratado de la Institución o Cofradía del sobredicho Rosario de Nuestra Señora fecha
y ordenada en Colonia y las Coplas del Psalterio syquier Rosal de la gloriosa Virgen Maria para
contemplar quince misterios de su Sagrada Vida 23. Una de las obras que alcanzó mayor difusión
en catalán es el Llibre dels Miracles del Roser i del modo de dir lo rosari, obra del dominico
Jerónimo Taix publicada en 1540 y luego traducida al castellano 24.
Mucha literatura devota está relacionada directamente con el establecimiento de la cofradía del
Rosario. Si durante los últimos años del siglo anterior se habían ido fundando cofradías en
diversos lugares, en el XVI se produce una auténtica floración de cofradías ya no sólo en Europa,
sino también en América y otros territorios de misión, a donde los dominicos trasplantan con
gran éxito la devoción.
En Cádiz existía también en el siglo XVI una cofradía de esclavos negros, conocida
popularmente como «de los morenos», que rendía culto a la Virgen del Rosario; pasados los
siglos fue declarada patrona de la ciudad.
b) El Rosario en América
Como ha estudiado Alejandra González Leyva 27, la devoción del Rosario llegó a Nueva España de
la mano de los dominicos, si bien en sus comienzos sólo era practicada por los frailes, que con
gran sentido catequético y apologético se presentaban ante los indígenas con el rosario al cuello.
El rosario se convirtió así en uno de los símbolos de la evangelización de América; los
historiadores de la provincia dominica de México refieren que el rosario es el instrumento
celestial que la Virgen les ha dado, como en su día a santo Domingo, para alcanzar la conversión
de los indios.
La costumbre de llevar el rosario al cuello pasó de los frailes a los miembros de las cofradías del
Rosario y devotos en general, siendo así que «apenas se hallaba entre los indios quien dejase de
traer el rosario de Nuestra Señora al cuello». El rezo alcanzó tal popularidad que, por ejemplo, en
Juxthalamuca «todos han abrazado la devoción del Santísimo rosario con grande fervor, rezando
sus misterios a coro en su lengua los niños y niñas, que es muy para dar gracias a Nuestro Señor»
28.
La devoción del rosario se extendió de tal manera que a mediados del siglo XVII el jesuita Ruiz de
Montoya afirmaba que los indígenas de Uruguay y Paraguay lo llevaban al cuello como signo de
esclavitud mariana señalando también que «muchas veces los hemos visto por los caminos, por
los ríos habiendo remado todo el día, ponerse debajo de los árboles de rodillas rezando el
Rosario, y aún a media noche los hemos cogido en este santo ejercicio» 29.
El 7 de octubre de 1571, la Liga Santa, es decir, las fuerzas navales de España, Venecia y los
Estados Pontificios, al mando de don Juan de Austria, a pesar de su notoria inferioridad,
derrotaban a la armada turca en el golfo de Lepanto; de esta forma se conjuraba la temible
amenaza que suponía su imparable avance hacia la Europa occidental. Esta batalla, con el
tiempo, fue haciéndose memorable e, incluso, legendaria.
El enfrentamiento decisivo tuvo lugar el primer domingo de octubre, día en el que san Pío V
había ordenado que en toda la Cristiandad se implorara a Dios la victoria en tan decisiva batalla.
Las cofradías del Rosario, como era su costumbre todos los primeros domingos de mes,
realizaron también su procesión rezando fervientemente por el triunfo de la fe cristiana.
Parece ser que el triunfo fue debido a un cambio en la dirección del viento, que favoreció
decisivamente a las escuadras cristianas; no obstante, en él se vio la mano de la Virgen que una
vez más se manifestaba como auxilio de los cristianos. De hecho, en lo más alto de la vela de la
nao capitana se llevaba izado un estandarte de la Virgen que, luego, fue regalado por don Juan de
Austria a la cofradía del Rosario de Barcelona. Evidentemente, la noticia de esta victoria llenó de
alegría a toda la Cristiandad.
Pero los biógrafos de san Pío V incluyeron un pasaje relativo a esta memorable jornada que venía
a corroborar el carácter sacro de la batalla; relataron que en el mismo momento en que ésta se
produjo, el Papa, que se encontraba participando en la procesión que en Roma se había
organizado para implorar la victoria, misteriosamente tuvo conocimiento de ella y la proclamó de
forma pública, dando gracias a Dios por tan señalado favor.
En cualquier caso, resulta más comprensible esta relación del triunfo con el rosario si tenemos en
cuenta que ya con anterioridad se había establecido una íntima relación entre la Armada
española y la cofradía del Rosario. En efecto, el general don Luis de Requesens, lugarteniente de
don Juan de Austria, en 1562 conseguía del papa san Pío V la licencia necesaria para instituir una
cofradía del Rosario con todos los individuos de la Armada española, según ya existía en el
Hospital de Galeras de San Juan de Letrán en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María,
en cuya iglesia residía desde 1514, por bula de León X, la jurisdicción privativa de la Armada 30.
Continuación de esta devoción fue, sin duda, el patronato ejercido por la Virgen del Rosario
sobre los galeones que hacían la Carrera de Indias, al frente de los que iba siempre una imagen
de la Virgen, conocida popularmente como la Galeona, que se trasladaba de forma solemne al
galeón principal desde el convento dominico de Cádiz.
La victoria de Lepanto no fue, con todo, ni la primera ni la única ocasión en que se atribuyó al
rosario el triunfo en situaciones especialmente dramáticas. Al poco de fundarse la cofradía de
Colonia en 1475 se relacionó con el rezo del rosario la súbita liberación del castillo de Neuss
según señalaba Miguel François en su Determinatio quodlibetalis.
Más tarde, en 1589 la ciudad de La Coruña entendía que había sido la Virgen del Rosario quien
había ayudado a sus habitantes a liberarse del ataque de los piratas ingleses al mando de sir
Francis Drake, por lo que hacía voto anual de celebrar su fiesta declarándola su Patrona.
Posteriormente, también se atribuirían al Rosario la liberación de Viena en 1683 y el triunfo del
príncipe Eugenio de Saboya en la batalla de Peterwaradin el 5 de agosto de 1716 y luego en
Belgrado, así como la derrota del sultán Agmet III ante la plaza de Corfu el 22 de agosto de ese
mismo año.
a) La celebración de la fiesta
Fue precisamente el triunfo en Lepanto, acaecido el primer domingo de octubre, lo que movió a
san Pío V a fijar la fiesta en dicho día bajo el título de Nuestra Señora de las Victorias, en principio
sólo para las iglesias donde estaba establecida la cofradía del Rosario. Estas cofradías venían
celebrando su fiesta principal en diversas fechas a lo largo del año; así, por ejemplo, en Venecia,
México y otros muchos lugares se celebraba el 25 de marzo, fecha muy apropiada de acuerdo
con el origen del rosario en el anuncio del Angel a la Virgen; en Sicilia se celebraba el domingo in
albis y en Cataluña el segundo domingo de mayo.
La diversidad fue disminuyendo conforme la Santa Sede daba mayor rango a la fiesta del Santo
Rosario concentrándose en el primer domingo de octubre, como ya comunicaba san Pío V a la
cofradía del Rosario de Martorell (Barcelona) en una concesión de indulgencias otorgada el 5 de
marzo de 1572 a petición de D. Luis de Requesens. Pocos días después, el 17 de marzo, en
Consistorio el Papa anunciaba la decisión de celebrar la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias
en dicho día. Fue su sucesor, Gregorio XIII, quien el 1 de abril de 1573, por la bula Monet
Apostolus, establecía propiamente dicha la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el primer
domingo de octubre, «para conservar el recuerdo de tan gran victoria» en la que «la armada
turca, en número muy superior, y ufana por pasadas victorias, fuese totalmente vencida» 31.
Esta concesión sólo tenía efecto para las iglesias donde estaba erigida la cofradía pero, poco a
poco, la celebración de la fiesta fue siendo concedida a diversas regiones y familias religiosas,
especialmente con motivo del primer centenario de la batalla de Lepanto, ocasión que aprovechó
la reina regente de España, doña Mariana de Austria, en nombre de su hijo el rey Carlos II, para
solicitar al Papa la celebración de la fiesta en todos los territorios de la Corona de España.
Clemente XI la extendió a la Iglesia universal en 1716, a raíz también de los triunfos obtenidos en
ese año sobre los turcos.
V. LA DEVOCIÓN EN LA ÉPOCA DEL BARROCO
El rosario a lo largo de los siglos XVII y XVIII se convirtió en la principal de las devociones
marianas. Su promoción no sólo se debía a la labor de los dominicos sino que los propios obispos
e, incluso, las autoridades civiles se implicaron en dicha tarea. Esto no resulta novedad en el caso
español puesto que, a partir del triunfo de Lepanto, el rosario adquirió un prestigio inigualable
estando presente en todos los órdenes de la vida española durante el Siglo de Oro. Felipe IV
ordenó en 1645 que se rezara al anochecer en los cuarteles, medida reiterada por Carlos III y
Fernando VII, y vigente todavía en 1854 32.
En sus curiosas memorias, la condesa D´Aulnoy señalaba en 1679 que «en todas las casas, a horas
fijas, el servicio femenino acompaña a la señora a la capilla, donde rezan el rosario en alta voz.
(...) Es de ver el uso constante que aquí se hace del rosario» 33. Por su parte, Juan Francisco
Peyron en 1773 refería que «los hombres no dejan de llevar uno colgado al cuello. En las
comedias, si encadenan al diablo es con un rosario» 34.
En Francia hacia 1700 el cura de Sennely señalaba que «toda la devoción de la gente humilde
que no sabe leer se reduce al rezo del rosario» 35. San Francisco de Sales creía que el Rosario
era la mejor devoción para el pueblo cristiano y así lo recomendaba en su famosa obra
Introducción a la vida devota explicando cómo rezarlo bien36. En esta misma línea, san Alfonso
Mª de Ligorio proclamaba que «al presente no hay devoción más practicada por los fieles que
ésta del sacratísimo Rosario» 37.
No es necesario indicar que el rosario era práctica común para clérigos y miembros de la vida
consagrada, tanto varones como mujeres. En los conventos se rezaba al menos una parte y no
era infrecuente que se rezara completo. De forma muy clara san Vicente de Paul, que llevaba
siempre su rosario colgado a la cintura, decía a las Hijas de la Caridad que «vuestro rosario... es
vuestro breviario».
No faltaban tampoco predicadores fervorosos que difundían las excelencias del rosario con el fin
de inculcar en los fieles esta devoción. Por especial privilegio, todos los dominicos eran
propagadores del Rosario pero no sólo ellos predicaban las excelencias de esta devoción; se
puede decir que los religiosos de todas las Ordenes y los miembros del clero secular contribuían
de forma unánime a la extensión del rosario.
Entre los grandes promotores del rosario hay que destacar por méritos propios a san Luis Mª
Grignion de Monfort (1676-1816) quien en los últimos años de su vida, llevado por su amor al
rosario, pidió ser admitido en la Tercera Orden de Santo Domingo solicitando al Maestro General
en 1712 la gracia «de predicar, dondequiera que le llamen, el santísimo rosario y admitir a su
cofradía a quienes lo soliciten». Escribió dos opúsculos titulados El secreto admirable del
Santísimo Rosario y Métodos para rezar el rosario.
Se cuentan por decenas e, incluso por centenas, las obras que fueron apareciendo a lo largo de
los siglos XVII y XVIII referidas al Rosario con el fin de fomentar la devoción e impulsar la
implantación de la cofradía; en ellas se referían los muchos privilegios e indulgencias que
comportaba así como la multitud de milagros obtenidos de Dios por medio del Rosario. Junto a
obras eruditas aparecieron también sencillos opúsculos para fomentar la vida de piedad de los
devotos y la popularidad alcanzada se manifestó también en la literatura culta y popular.
El apoyo de los papas y la infatigable labor de los dominicos hicieron que la cofradía del Rosario
se estableciera con profusión a lo largo y ancho de los países católicos, incluidas las tierras de
misión. En España hay pruebas de sobra para afirmar que la cofradía del Rosario durante este
periodo alcanzó su momento de máximo apogeo, situándose entre las más difundidas. Nazario
Pérez refiere que en los siglos XVII y XVIII se fundaron doscientas dieciocho cofradías, de las
cuales ochenta y cuatro se erigieron en Cataluña 40.
Era la cofradía mariana más extendida, como se ha puesto de manifiesto en los casos concretos
de La Rioja, Navarra, Cantabria o Galicia. Lo mismo ocurría en el sur de la Península: en la diócesis
de Granada la mayor parte fueron fundadas en la segunda mitad del siglo XVII; de forma similar
sucedía en la vecina diócesis de Almería, donde se propagaron con mayor rapidez ya en el siglo
XVIII.
Otro tanto ocurría en Latinoamérica y en otros lugares de misión como Filipinas, donde la
provincia de los dominicos era puesta bajo la advocación de la Virgen del Rosario, debido a la
gran devoción concitada por la imagen titular del convento de Manila. En China, Vietnam y Japón
arraigó con tal profundidad que, según narran las crónicas, los mártires que en 1622 y años
sucesivos regaron con su sangre aquellas tierras murieron alzando el rosario como señal de
victoria, siendo así que la mayor parte de ellos formaba parte de la cofradía del Santo Rosario,
según narraba el padre Francisco Carrero en su Triunfo del Santo Rosario 41.
En general, todas las cofradías promovieron la creación de obras artísticas: iglesias, ermitas,
capillas, altares, imágenes, ornamentos y estandartes, coronas y valiosos rosarios de filigrana. Ya
nos hemos referido a las suntuosas capillas construidas por las cofradías del Rosario de Puebla,
Oaxaca o Quito; en España son memorables las del convento de Santo Domingo de Antequera
(Málaga) o Granada. En cuanto a imágenes, podríamos decir que los mejores escultores del
barroco nos han legado preciosas tallas de la Virgen del Rosario; desde Martínez Montañés hasta
Salzillo o Salvador Carmona; la iconografía varía poco, mostrando a la Virgen con el Niño, sentada
o de pie, o en algunos casos, entregando el rosario a santo Domingo.
Existen cuadros magníficos cuyo motivo central es la Virgen del Rosario o, también, el triunfo del
Rosario, un tema iconográfico nuevo muy difundido a raíz de la batalla de Lepanto. Desde Durero
a Zurbarán o Murillo la evolución es evidente si bien los motivos no varían apenas, a no ser por la
introducción de un nuevo modelo iconográfico debido a Sassoferrato que plasmó en su famoso
cuadro de la Virgen del Rosario de la iglesia de Santa Sabina de Roma; por primera vez, junto a la
Virgen que entrega el rosario a santo Domingo aparece santa Catalina de Siena, en el lado
opuesto, recibiéndolo, a su vez, del Niño Jesús. Este modelo pronto gozó de un gran éxito y se
difundió ampliamente por todos los países católicos, con la lógica variación en los detalles, como
puede apreciarse, por ejemplo, en el que pintó Van Dyck para el Oratorio del Rosario de Palermo
42.
b) El Rosario de la Aurora
Procesiones en las que se iba rezando el rosario habían sido habituales desde que se fundaron las
primeras cofradías a finales del siglo XV. Sin embargo, en España se institucionalizó esta
costumbre a finales del siglo XVII por iniciativa del dominico gallego fray Pedro de Santa María y
Ulloa. Esta nueva costumbre nació en Sevilla iniciada, según ha estudiado Romero Mensaque 43,
en 1690 por la Hermandad de Nuestra Señora de la Alegría de la parroquia de San Bartolomé.
Alcanzaron tal auge los rosarios públicos que pueden considerarse la principal manifestación
sevillana de piedad del siglo XVIII; en 1758 se contaban, nada más y nada menos, que 81 rosarios
públicos de hombres y 47 de mujeres que todos los días recorrían las calles de la ciudad alabando
a la Virgen, existiendo también desde 1735 uno exclusivo para niños en el colegio de San Alberto
44.
En un paso posterior surgió ya propiamente el llamado Rosario de la Aurora, que es aquel que se
reza o canta en forma de procesión por las calles al alba y que generalmente cuenta con unas
coplas propias de gran sabor popular que se interpretan acompañadas por instrumentos
musicales. Esta nueva modalidad fue introducida por un renombrado misionero, el P. Antonio
Garcés, en la segunda mitad del siglo XVIII. Gracias a la labor de predicadores tan renombrados
como fray Pablo de Cádiz o fray Isidoro de Sevilla estos rosarios de la aurora se mantuvieron
florecientes, habiendo llegado algunos hasta nuestros días no sin altibajos.
En otras regiones como Murcia, Navarra y Aragón también se hicieron muy populares los rosarios
callejeros, destacando el rosario de la aurora de la Basílica del Pilar de Zaragoza iniciado al
amanecer del 3 de julio de 1756 por una humilde mujer, de nombre Mariana Velilla, acompañada
de otros siete devotos más; fue tal el éxito que a finales del mismo mes hubo días en que se
contaron más de mil personas. También en Hispanoamérica arraigó con fuerza esta práctica. El
arzobispo de Lima Liñán y Cisneros la recomendó vivamente en 1692 y, pocos años después, en la
capital del Virreinato eran quince los Rosarios que salían de diferentes templos. En Quito salían
todas las tardes de las diversas iglesias y conventos, participando en ocasiones los obispos y
presidentes de la Audiencia 47.
c) El Rosario Perpetuo
En 1629, el dominico Timoteo Ricci, fundaba en Bolonia la llamada Bussola della ora perpetua del
Rosario con el fin de asegurar que se rezara permanentemente. El origen de esta iniciativa se
enmarca en una epidemia de peste que asolaba la comarca; el fraile, deseoso de que el rezo del
Rosario fuera constante para alcanzar el fin de la epidemia, preparó 8.760 tarjetas, es decir,
tantas como horas tiene el año, que distribuyó por sorteo entre quienes estaban dispuestos a
dedicar una hora al año a rezar los quince misterios del Rosario. El éxito fue tal que rápidamente
se agotaron las tarjetas y fue preciso repetir la operación hasta seis veces más. La práctica se
difundió, primero por toda Italia, destacando Roma donde se inscribieron sesenta mil personas,
entre ellas varios cardenales y el propio Urbano VIII.
El movimiento, también llamado Guardia de Honor de María, relanzado de nuevo por el padre
Petronio Martín, pronto se extendió a Alemania y Francia. Algo debió decaer esta práctica porque
a mediados del siglo XIX fue necesaria la intervención del notable predicador francés Agustín
Chardón para reanimarla; con este fin incluyó algunas novedades siendo la principal el hacer la
hora mensual en lugar de anual; además precisó que las intenciones eran tres: la conversión de
los pecadores, la buena muerte de los agonizantes y el eterno descanso de las benditas ánimas
del Purgatorio. Esta renovación tuvo lugar en el convento dominico de Lyon en 1858 y pronto se
propagó por Francia, Italia y España.
En el siglo XIX el rosario formaba parte de la vida cotidiana de cualquier católico. Desde la
infancia el rosario se aprendía a recitar en familia y luego, con frecuencia, constituía un recurso
sencillo de oración en las más diversas circunstancias, incluso en momentos de persecución
como la desatada en Francia a raíz de la Revolución de 1789.
El último tercio del siglo XVIII deparó graves dificultades para las numerosas cofradías existentes
en Europa y América, incluidas por supuesto las del Rosario. En España la desamortización de
Mendizábal de 1835 dio al traste con buen número de cofradías y provocó la exclaustración de
gran cantidad de frailes que continuaron su labor apostólica como sacerdotes seculares; muchos
de ellos habían sido fervorosos dominicos y, por ello, siguieron predicando con entusiasmo la
devoción del Rosario formando parte de la legión de predicadores que recorrían los caminos de
todo el país animando a los fieles a ser buenos católicos, lo que suponía necesariamente ser
devotos de la Virgen y esto no se entendía sin el rezo del Rosario.
Entre los más afamados predicadores españoles del siglo XIX hay que citar a san Antonio María
Claret, gran devoto del Rosario, que lo propagó primero por Cataluña y luego por Canarias y
Cuba. Según refirió el fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, en más de
una ocasión se le había aparecido la Virgen incitándole a propagar la devoción del Rosario. Otro
de los más eminentes predicadores del momento, ferviente devoto de la Virgen y extraordinario
propagador del rosario, fue el capuchino fray Diego José de Cádiz, también beatificado. Recorrió
no sólo Andalucía sino España entera predicando. Otros muchos nombres podríamos añadir a
éstos dentro y fuera de España como Lacordaire y Chardon en Francia.
En el último tercio del siglo XIX comienzan a aparecer también las primeras publicaciones
periódicas destinadas a la promoción del rosario; así en Inglaterra fundaba el padre Mackey en
1872 la revista The Rosary Magazine; en Alemania el padre Thomas-Maria Leiker comenzaba la
publicación del Marien Psalter en 1878; en Italia en 1883 aparecía la revista Il Rosario. Memorie
Domenicane, publicada por los dominicos de Florencia. Por lo que se refiere a España, en febrero
de 1886 aparecía la revista El Santísimo Rosario en Palencia 48.
En otro orden de cosas, el dominico español exclaustrado José Peralta y Marqués, rector de la
iglesia del antiguo convento dominico de Ecija (Sevilla) se propuso doblar la eficacia pastoral del
mes de mayo y para ello decidió celebrar un mes del Rosario en octubre. Solicitó del dominico
fray José Mª Morán que redactara una sencilla hoja preparatoria pero, éste, más allá de la
demanda, escribió un tratado titulado Mes del Rosario o mes de Octubre, cuya primera edición
es de 1866, que mandó a todos los obispos de España con el fin de que contribuyeran a
introducir en sus diócesis esta costumbre. La iniciativa tuvo una favorable acogida y, años
después, en 1883 fue extendida a toda la Iglesia por el papa León XIII.
A pesar de las leyes liberales, en España y buena parte de Hispanoamérica durante el siglo XIX se
siguieron manteniendo las prácticas devocionales públicas, en muchos casos todavía a cargo de
las cofradías del Rosario que consiguieron mantenerse más o menos florecientes llegando,
incluso, a aumentar su número en diócesis como la de Tuy, donde en una encuesta realizada a
mediados de siglo se pudo constatar que estaba presente en la mitad de las parroquias 49. En
conjunto se erigieron en España durante este siglo ochenta y nueve cofradías, con lo que su
presencia alcanzaba ya a todas las poblaciones de alguna importancia 50.
Por último, hay que señalar la labor desarrollada por el beato Bartolomé Longo para promover la
devoción del Rosario en torno al famoso santuario de Nuestra Señora de Pompeya cerca de
Nápoles comenzada hacia 1874 cuando el abogado Longo, miembro de la Tercera Orden
Dominicana, preocupado por la instrucción religiosa de los habitantes de Pompeya se decidió a
rezar el rosario con algunos de ellos; viendo que necesitaban un lugar de oración acudió al
dominico Alberto Radente quien le regaló un cuadro de la Virgen del Rosario con santo Domingo
y santa Catalina de Siena para que presidiera la capilla que Longo pretendía construir.
Las obras comenzaron el 8 de mayo de 1876 y al poco tiempo, debido a los prodigios allí obrados,
esta modesta iglesita se convirtió en lugar de peregrinación, difundiéndose la devoción a la ya
conocida como Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. Su promotor escribió en 1877 Los
quince sábados, dos años después la Novena para alcanzar de la Virgen las gracias en los casos
más desesperados, gracias a la cual él mismo sanó de una mortal dolencia, y en 1883 la famosa
Supplica alla Madonna di Pompei. Desde el año siguiente publicó la revista Il Rosario e la Nueva
Pompei. Hoy se cuenta este santuario entre los principales de Italia.
a) El Rosario Viviente
Sin duda, una de las iniciativas más felices del XIX en lo que se refiere al rezo del rosario fue la
que tuvo la joven Paulina Jericot (1799-1862), a quien se debe el relanzamiento de esta devoción
en Francia mediante la asociación del Rosario viviente. Está constituida por grupos de quince
personas que se comprometen a rezar diariamente un misterio del Rosario, que se les señala
cada mes; de esta forma, entre los quince rezan todos los días el rosario completo. Parece ser
que la fórmula la había puesto en práctica con anterioridad el dominico Juan Martínez del Prado
en San Sebastián ya en 1664 51. La iniciativa de la señorita Jaricot, obtuvo una magnífica
respuesta; en 1832, sobrepasaba ya el millón de asociados tan sólo en Francia; extendiéndose a
otros países europeos.
b) Lourdes
León XIII ha sido llamado, con razón, «el Papa del Rosario»; lo recomendó vivamente en un
total de dieciséis documentos, entre ellos doce encíclicas, la primera de las cuales fue la
Supremi Apostolatus del 1 de septiembre de 1883 53. Prácticamente cada año este Pontífice
escribió un documento referido al Rosario, animando a rezarlo individualmente, estableciendo
que se rece de forma pública en las iglesias durante el mes de octubre, fomentando sus cofradías
y ampliando las gracias e indulgencias que sus predecesores le habían ido concediendo. León XIII
confiaba en el Rosario como el medio más eficaz para la conservación de la fe y para atajar los
males de la sociedad de su tiempo. Ya hemos indicado que extendió a toda la Iglesia la
celebración del mes del Rosario en octubre; de igual modo, a petición del General de los
dominicos, en 1883 añadió a las letanías la invocación Regina Sacratisimi Rosarii.
El 13 de mayo de 1917 la Virgen María se aparecía en Cova de Iria (Portugal) a tres pastorcitos,
Lucía, Jacinta y Francisco; previamente habían recibido varias visitas de un Angel que, entre otras
cosas, les enseñó a rezar el rosario. Hasta el 13 de octubre de dicho año la Virgen se mostró a los
tres niños revelándoles varios «secretos» y declarándoles que Ella era la Virgen del Rosario. Les
encomendó, además, que rezaran e hicieran rezar el rosario por la paz del mundo. El mensaje de
Fátima, una apremiante llamada a la oración, especialmente del Rosario, y a la penitencia, ha
sido reconocido por la Iglesia y hasta aquel lugar han peregrinado Pablo VI y Juan Pablo II, quien
manifestó que había sido la Virgen la que le salvó del terrible atentado que sufrió, precisamente,
el 13 de mayo de 1981; allí renovó la consagración del mundo al inmaculado Corazón de María
54.
b) Panorama devocional
El siglo XX, en lo que se refiere a la vida de piedad de los fieles, manifiesta dos partes claramente
diferenciadas que vienen determinadas por el Concilio Vaticano II. En este epígrafe nos referimos
exclusivamente a la situación previa a su celebración.
A comienzos de siglo los movimientos relacionados con el rezo del rosario se hallaban muy
florecientes si hemos de atender a los datos aportados con motivo de la celebración del Congreso
Mariano Internacional de Zaragoza en 1908.
Refiriéndonos concretamente a España, podemos decir que el culto parroquial mantenía vigente
la práctica del rezo cotidiano del rosario, contando la mayor parte de las parroquias de España
con una imagen de la Virgen del Rosario a la que se honraba de modo particular en el mes de
octubre. Por lo que respecta a la Asociación del Rosario Perpetuo, en 1908 estaba establecida en
numerosos lugares de España, como Ocaña, Oviedo, Salamanca o Segovia; abriéndose paso con
rapidez por las provincias de Zamora, Cuenca y Albacete. En conjunto se calculaba que habría en
torno a ciento sesenta y seis mil socios en todo el país.
En Italia la cofradía del Rosario existía en prácticamente todas las poblaciones; en Bélgica,
ocurría otro tanto, tras su restablecimiento en 1835 y, así, su número pasaba de las mil
trescientas, existiendo diócesis como la de Brujas en que estaba establecida en todas sus
parroquias. En Polonia también estaba muy extendida la cofradía del Rosario; por ejemplo, en la
diócesis de Cracovia estaba establecida en ciento treinta de las ciento ochenta y seis parroquias
existentes. En el Imperio Austro-Húngaro se habían erigido entre 1888 y 1908 trescientas quince
cofradías de la Virgen del Rosario. La cofradía existía incluso en Constantinopla erigida en la
iglesia del convento dominicano, contando con dos mil quinientos cofrades, «que celebran todos
los años su fiesta con una solemnidad inverosímil en una ciudad infiel»; también existía otra en
Esmirna. En Jerusalén la cofradía del Rosario estaba establecida en la basílica de San Esteban, con
cerca de cinco mil miembros, reseñándose que, en este caso, «a su fervor y aumento contribuye
sobremanera la presencia de los lugares donde se verificaron los misterios de que el mismo
Rosario se compone» 55.
En América las cofradías y la misma devoción del Rosario se mantenían pujantes, como
certificaban las Actas del Concilio Plenario Latinoamericano, mientras que en Filipinas a
comienzos de siglo se contaban ciento cincuenta y cinco cofradías y trescientos veintisiete
centros del Rosario Perpetuo 56. Por lo que se refiere a publicaciones periódicas, las europeas se
mantenían en general con buenas tiradas y magnífica acogida. También en América habían
surgido iniciativas editoriales semejantes alentadas por los dominicos. La más antigua de ellas es
la revista mensual El Mensajero del Rosario, publicada en Chile desde 1886. En los Estados
Unidos se publicaban varias, entre ellas, Dominicane a Montly Magazine en San Francisco y The
Rosary Magazine en New York.
Todos estos datos manifiestan lo difundida que estaba la devoción del rosario y la pujanza de las
cofradías y asociaciones que lo fomentan. En las décadas siguientes se mantuvieron dentro de
esta misma tónica salvo en aquellos lugares que fueron abatidos por guerras y persecuciones
religiosas, circunstancias en las que el Rosario fue apoyo indudable para la fe de los perseguidos
como es el caso, por poner tan sólo uno, de los mártires claretianos de Barbastro durante la
Guerra Civil española, aunque los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito.
No sólo los frailes de santo Domingo promovieron esta devoción; las grandes figuras de la Iglesia
del siglo XX lo han fomentado de forma incansable. ¿Cómo no recordar, a este propósito, la
devoción personal y la labor de difusión que realizó san Josemaría Escrivá de Balaguer, muy
especialmente a través de su librito Santo Rosario, traducido a numerosos idiomas? 57.
Diversas fueron las iniciativas que en este siglo tuvieron al Rosario como centro; entre ellas cabe
destacar dos: la Cruzada del Rosario y los equipos del Rosario.
La Cruzada del Rosario, que tomaba igual nombre que otro movimiento precedente, tuvo su
origen en Bélgica durante la II Guerra Mundial. Su finalidad era difundir el rezo del rosario por
todos los medios posibles: predicación, misiones populares, medios de comunicación, etc.
Dirigido por los dominicos, pronto se extendió por toda Europa y América.
Concretamente en los Estados Unidos destacó la campaña Cruzada del Rosario en Familia
desarrollada por el padre Peyton (famoso también por sus películas sobre los misterios del
Rosario) bajo el conocido lema de «familia que reza unida permanece unida». Otra iniciativa más
reciente son los equipos del rosario, fundados por el dominico francés Marie-Bertrand
Eyquem58.
Tras la celebración del Concilio Vaticano II el rezo del Rosario ha continuado entre las prácticas de
piedad más habituales para el pueblo cristiano. Debido a las circunstancias sociales y también
eclesiales muchas de las instituciones fundadas tiempo atrás para su promoción fueron
desapareciendo, entre ellas muchas cofradías y asociaciones; sin embargo no decayó la devoción
aún cuando atravesara momentos críticos en los que una defectuosa comprensión del mensaje
conciliar impulsó a un alocado desmantelamiento de las prácticas devocionales más
tradicionales, alentadas y amparadas desde siempre por la Iglesia.
Para remediar esta situación, en lo que se refiere a la piedad mariana, escribió Pablo VI la
Marialis cultus, en donde dejaba bien patente la actualidad y conveniencia del Rosario y otras
devociones señeras, aunque fuera preciso renovarlas para devolverles su auténtico brillo. En el
caso concreto del Rosario, destacaba sus muchos valores y animaba a su celebración
comunitaria, especialmente en familia.
El papa Juan Pablo II ha venido haciendo a lo largo de todo su pontificado una gran promoción
del rosario, mediante su rezo en los principales santuarios marianos y el sencillo gesto de regalar
uno a todo aquel que tiene la fortuna de acercársele. Destaca el rezo del Rosario que tuvo lugar
durante el Año Santo Mariano de 1988 y fue retransmitido por televisión a todo el mundo; el
propio Pontífice lo dirigió desde la basílica romana de Santa María la Mayor y en los cinco
misterios se unieron a él los fieles reunidos en cinco de los principales santuarios marianos.
Posteriormente ha presidido también el Rosario en forma semejante conectando con jóvenes
congregados en universidades católicas de todo el mundo.
Por el momento, el Magisterio de Juan Pablo II sobre el Rosario ha ofrecido la carta apostólica
Rosarium Virginis Mariae, firmada el 16 de octubre de 2002, por la que inauguraba un Año
Santo del Rosario hasta la misma fecha del 2003 con el fin de dar gracias a Dios por los
incontables beneficios obtenidos en el gran Jubileo del Año 2000 y para comenzar la celebración
de sus veinticinco años como sucesor de san Pedro.