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05 La Resurrección de La Carne

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4.

LO ESCATOLÓGICO CRISTIANO EN EL HOMBRE:


EL HOMBRE EN LA PARUSÍA DE CRISTO
ES UN RESUCITADO:la verdad
cristiana de la resurrección de la carne.

«Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas
en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la
resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a
toda expectativa, deseo, proyecto.
Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera
de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza
de la creación. El aleluya pascual, que resuena en la Iglesia peregrina en
el mundo, expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el
anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún,
agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad 'En tu resurrección,
Señor, se alegren los cielos y la tierra'».333

«La Iglesia cree en la resurrección de los muertos. La Iglesia entiende que


la resurrección se refiere a todo el hombre: para los elegidos no es sino la
extensión de la misma resurrección de Cristo a los hombres».

* Evocación bíblica
- AT: Notamos un movimiento progresivo de pensamiento
acerca d e la fe en la resurrección. Elementos de la preparación creyente
a la verdad de la resurrección:

* El clima espiritual de los tres salmos llamados místicos: Se va


madurando, dentro del sentido de fe en el Dios de la Alianza, la
búsqueda de una solución al problema de la muerte: la con1unión
con Yahvé es tan fuerte que vence el temor a la muerte.

* El salmo 49,16 dice así: «Pero Dios rescatará mi alma


del sheol, puesto que me recogerá». El término que se utiliza es
el de nefes, pero ahora nefes cobra un sentido de mayor
sustantividad e individualidad. Mientras que el término rafaim
hace referencia a un plural anónimo, aquí se habla de· mi alma,
acentuando la relación de intimidad con Dios. Notamos el verbo
laqaj, que describe la acción por la que Dios asume a sus
elegidos (Henoc y Elias), sustrayéndolos al común desenlace de
la existencia humana.
El padre Pozo ve en ello una evolución del término de. nefes que, de ser
usado en el mundo _de Ja antropología de los vivos, pasa ahora a significar
el alma que subsiste después de la muerte y viene a ser equivalente de
psiché. No obsta a ello el que, a veces, al alma en el sheol se le apliquen
propiedades corpóreas, pues eso mismo ocurre en la primera reflexión
griega sobre el alma que es calificada de inmortal, aun cuando no todavía
claramente espiritual. La reflexión filosófica sobre la espiritualidad del
alma comienza fundamentalmente con Platón. Esta mayor sustancialidad e
individualidad del alma permite frente al anonimato de los refaim, entender
que la suerte de los justos, de pues de la muerte, es diversa de la de los
impíos.
l •

* El salmo 73, 24: «me guiarás con tu consejo y tras la gloria me


llevarás». Se subraya también en el salmo 16,10: «pues no abandonarás
mi alma en el sheol, ni dejarás que tu siervo contemple la corrupción»,
subrayando a continuación la felicidad del alma con Dios. El justo es
liberado ya del sheol y llevado junto a Dios, de modo que el sheol queda
reservado ya para los impíos (cuando, en un primer momento, en el sheol
habitaban unos y otros aunque a diferente nivel). Se otorga a la vida con
Dios una exigencia de perennidad.

El salmo 16 introduce, pues, la esperanza en la resurrección


corporal. «Mi cuerpo descansa en seguridad» es una alusión a la paz
del sepulcro y la frase «no permitirás que tu siervo contemple la
corrupción» es una esperanza en la resurrección. Es una esperanza
aún imprecisa, confiesa la Biblia de Jerusalén, pero que preludia la
fe en la resurrección. Las versiones traducen fosa por corrupción.
Que aquí se refiera a una resurrección del sepulcro parece
incontrovertible por el hecho de que no se puede hablar propiamente
de corrupción en el sheol. En el sheol hay una pervivencia, pero no
sometida a la corrupción. De nuevo, pqes, la esperanza en la
resurrección del sepulcro implica que en el sheol hay un alma
(identificable ahora con la psiché) con una mayor sustancialidad e
individualidad.

 Esto es lo que vemos también en el libro de la Sabiduría.

De influjo helenístico, es testigo de la inmortalidad del alma. Quiere


ser un consuelo para los judíos piadosos, y sobre todo, para los
perseguidos a causa de la fe. El consuelo consiste en que el piadoso,
enseguida después de la muerte, no queda destruido, pues entra en
posesión de la inmortalidad.
El sujeto de esta inmortalidad es la psiché: «Pues las almas de los
justos están en manos de Dios y no les tocará tormento alguno».
Poco antes se ha hablado del juicio de las almas puras. La suerte de
los impíos es caer en el sheol y permanecer en él. El hombre, hecho
incorruptible por Dios, se ha hecho corruptible por la muerte que ha
entrado en el mundo por la envidia del diablo; pero claramente se
especifica que es el cuerpo el sujeto de la corruptibilidad. ·

No todo el hombre muere, por lo tanto, y las almas de los justos


están en manos de Dios. Y este es el consuelo que ofrece el libro;
no hay una destrucción completa del justo (como piensan los
impíos), de modo que sus almas gozan de Dios. Por ello,
si se afirma claramente que la muerte ha afectado al cuerpo (el
cuerpo es lo corruptible) se está hablando implícitamente de la
muerte con la separación de cuerpo y alma.

* Finalmente en Mateo encontramos las palabras de Cristo: «No temáis a los


que puede matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma (psiché); temed
más bien al que puede echar cuerpo y alma a la gehena».
G. DAUTZENBERG ha demostrado que aquí el término de psiché hay que
tomarlo como alma y no como vida. El cuerpo puede ser matado, pero e1
alma, no; lo cual corresponde a la dualidad cuerpo-alma Decir por ello que
aquí alma significa la persona entera es inaceptable, toda vez que va unida al
cuerpo como partes que se distinguen y contraponen. Este realismo de la fe
cristiana es el que hacía decir a San Ireneo:

«Que nos digan los que afirman lo contrario, es decir, los que
contradicen a su salvación.
¿en qué cuerpo resucitarán la hija muerta del gran sacerdote, y el hijo de
la viuda al que llevaban muerto cerca de la puerta de la ciudad, y Lázaro
que había estado ya en la tumba cuatro días? Evidentemente, en aquellos
mismos cuerpos en que habían muerto; porque s no hubiera sido en
aquellos mismos, no habrían sido ya estos muertos los mismos que
resucitaron». .

- las afirmaciones acerca del poder de Dios sobre el 'sheol'.


- la preparación literaria: la resurrección nacional.
- la resurrección personal:(el martirio de los siete hermanos y su
► madre, como una catequesis familiar sobre la resurrección) Judas
Macabeo y la colecta para el perdón de los pecados de los
difuntos.

-Nuevo Testamento.
Evocación cristológica.

Sabemos que el centro de la economía de la salvación es el Misterio


Pascual de Cristo. A comienzo se da, acontece la experiencia del
encuentro con Jesús que se 'deja ver', que aparece vivo a los 'suyos'.
Recordamos los 5 grupos de relatos referidos a la Resurrección:

El Papa emérito BENEDETTO XVI, proclamaba:

«La resurrección de Cristo es un hecho acontecido en la historia, de


la que los Apóstoles fueron testigos y ciertamente no creadores. Al
mismo tiempo, no se· trata de un simple regreso a nuestra vida
terrena; al contrario, es la mayor 'mutación' acontecida en la
historia, el 'salto' decisivo hacia una dimensión de vida
profundamente nueva, el ingreso en un orden totalmente diverso,
que atañe ante todo a Jesús de Nazaret, pero con él también a
nosotros, a toda la familia humana, a la historia y di universo
entero. Por eso la resurrección de Cristo es el centro de la
predicación y del testimonio cristiano, desde el inicio y hasta el fin
de los tiempos.
Se trata, ciertamente, de un gran misterio, el misterio de nuestra
salvación, que encuentra en la resurrección del Verbo encarnado su
coronación y a la vez la anticipación y la prenda de nuestra esperanza.
Pero la clave de este misterio es el amor y sólo en la lógica del amor se
puede acceder a él y comprenderlo de algún modo: Jesucristo resucita de
entre los muertos porque todo su ser es perfecta e íntima unión con Dios,
que es el amor realmente más fuerte que la muerte.

Él era uno con la Vida indestructible y, por tanto, podía dar su vida
dejándose matar, pero no podía sucumbir definitivamente a la muerte: en
concreto, en la última Cena anticipó y aceptó por amor su propia
muerte en la cruz, transformándola de este modo en entrega de sí, en el
don que nos da la vida, nos libera y nos salva.
,
Así pues, su resurrección fue como una explosión de luz, una explosión
de amor que rompió las cadenas del pecado y de la muerte. Su
resurrección inauguró una nueva dimensión de la vida y de la realidad,
de la que brota un mundo nuevo, que penetra continuamente en nuestro
mundo, lo transforma y lo atrae a si».
Notamos que siempre nos encontramos con la iniciativa del Resucitado,
con el proceso de reconocimiento por parte de los discípulos, «que había
elegido», con la misión que los convierte en testigos de los que «oyeron
y vieron con sus propios ojos y tocaron con sus propias manos». La
experiencia pascual - objetiva y subjetiva al mismo tiempo, por la fuerza
del encuentro entre el Viviente y los 'suyos', se presenta co1no
experiencia transformante:

«Jesús muestra a los discípulos las llagas de las manos y del costado,
signos de lo que sucedió y que nunca se borrará: su humanidad gloriosa
permanece «herid,1». Este gesto tiene como finalidad confirmar la
nueva realidad de la Resurrección: el Cristo que ahora está entre los
suyos es una persona real, el mismo Jesús que tres días antes fue clavado
en la cruz.

Y así, en la luz deslumbrante de la Pascua, en el encuentro con el


Resucitado, los discípulos captan el sentido salvífico de su pasión y
muerte. Entonces, de la tristeza y el miedo pasan a la alegría plena. La
tristeza y las llagas mismas se convierten en fuente de alegría. La
alegría que nace en su corazón deriva de «ver al Señor».

Por tanto,

«La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una


experiencia mística. Es un acontecimiento() que sobrepasa ciertamente la
historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en
ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias
encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el
espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y
ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del
Bien».

En esta perspectiva, se reafirma que

«La Pascua de Cristo es el acto supremo ·e insuperable del poder de


Dios. Es un acontecimiento absolutamente extraordinario, el fruto
más hermoso y maduro del 'misterio de Dios'. Es tan
extraordinario, que resulta venerable en aquellas dimensiones que
escapan a nuestra capacidad humana de conocimiento e
investigación. Y, aun así, también es un hecho 'histórico', real,
testimoniado y documentado. Es el acontecimiento en el que se
funda toda nuestra fe. Es el contenido central en el que creemos
y el motivo principal por el que creemos».

«Así pues, para nuestra fe y para nuestro testimonio cristiano es


fundamental proclamar la resurrección de Jesús de Nazaret como
acontecimiento real, histórico, atestiguado por muchos y autorizados
testigos. Lo afirmamos con fuerza porque, también en nuestro
tiempo, no falta quien trata de negar su historicidad reduciendo el
relato evangélico a un mito, a una 'visión' de los Apóstoles,
retomando o presentando antiguas teorías, ya desgastadas, como
nuevas y científicas.

Ciertamente, la resurrección no fue para Jesús un simple retorno


a la vida anterior, pues en ese caso se trataría de algo del pasado:
hace dos mil años uno resucitó, volvió a su vida anterior, como por
ejemplo Lázaro. La Resurrección se sitúa en otra dimensión: es el
paso a una dimensión de vida profundamente nueva, que nos toca
también a nosotros, que afecta a toda la familia humana, a la historia
y al universo.

Este acontecimiento, que introdujo una nueva dimensión de vida,


una apertura de nuestro mundo hacia la vida eterna cambió la
existencia de los testigos oculares, como lo demuestran los relatos
evangélicos y los demás escritos del Nuevo Testamento. Es un
anuncio que generaciones enteras de hombres y mujeres a lo largo
de los siglos han acogido
con fe y han testimoniado a menudo al precio de su sangre.

Implicaciones escatológicas.

«Ustedes sí me verán, porque yo vivo y también Ustedes vivirán»,


dice Jesús en el Evangelio de San Juan a sus discípulos, es decir, a
nosotros. Viviremos mediante la comunión existencial con Él, por
estar insertos en Él, que es la vida misma. La vida eterna, la
inmortalidad beatifica, no la tenemos por nosotros mismos ni en
nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión
existencial con Aquél que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es
eterno, es Dios mismo.
La mera indestructibilidad del alma, por sí sola, no podría dar un
sentido a una vida eterna, no podría hacerla una vida verdadera. La vida
nos llega del ser amados por Aquél que es la Vida; nos viene del vivir con
Él y del amar con Él».

La resurrección 'de la carne' indica la situación o el destino definitivo


de los creyentes en Cristo en cuanto es solidaria con la situación de Jesús
Resucitado. 'Cristo Primicia', (referencia a la primera gavilla de trigo
cosechado del campo) y la temática joánica sobre la resurrección - vida
que viene de Cristo en Juan 5.
La esperanza de la resurrección hace necesaria referencia a Cristo:
en El, resucitado de los muertos, los justos viven eternamente: en una
perspectiva de comunión verdaderamente universal, resurrección universal
de buenos y malos polémica de Jesús con los saduceos.

San Pablo nos presenta a Cristo Resucitado como causa eficiente y


causa ejemplar de la resurrección del hombre; meditaba FRANCISCO:

«según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos


hermanos y hermanas. El Señor resucitado es el que fue primero, el que
resucitó primero, luego iremos nosotros: este es nuestro destino:
resucitar. Él se fue para preparar un lugar para todos nosotros, y
habiendo preparado un lugar vendrá. No sólo vendrá al final por todos,
sino que vendrá cada vez por cada uno de nosotros. Vendrá a buscarnos
para llevarnos a Él. En este. sentido, la muerte es un poco un peldaño
hacia el encuentro con Jesús que me está esperando para llevarme a Él.
El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay un lugar pura todos,
donde se está formando una nueva tierra y se está construyendo la ciudad
celestial, la morada definitiva del hombre. No podemos imaginar esta
transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de
que mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá seguir
siendo humanos en el cielo de Dios. Nos permitirá participar, con
sublime emoción, en la infinita y dichosa exuberancia del acto creador de
Dios, cuyas interminables aventuras vzv1remos en primera persona.

Cuando Jesús habla del Reino de Dios, lo describe como una comida de
bodas, como una fiesta con amigos, como el trabajo· que hace que la
casa esté perfecta: es la sorpresa que hace que la cosecha sea más rica
que la siembra. Tomar en serio las palabras evangélicas sobre el Reino
permite que nuestra sensibilidad disfrute del amor activo y creador de
Dios, y nos pone en sintonía con el destino inédito de la vida que
sembramos. (... )

Así como, en cuanto salimos del vientre de nuestra madre, seguimos


siendo nosotros, el mismo ser humano que estaba en el vientre, así, después
de la muerte, nacemos al cielo, al espacio .de Dios, y seguimos siendo
nosotros los que hemos caminado por esta tierra. De la misma manera
que le ocurrió a Jesús: el Resucitado sigue siendo Jesús: no pierde su
humanidad, su experiencia vivida, ni siquiera su corporeidad, no,
porque sin ella ya no sería Él, no sería Jesús: es decir, con su
humanidad, con su experiencia vivida».
«Todos resucitaremos».
Énfasis en la tensión entre:
* continuidad real del cuerpo: la Resurrección como Epifanía de lo
que somos a imagen de la somaticidad gloriosa de Cristo resucitado:
«nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como
Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable
cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del
poder que tiene de someter a sí todas las cosas», «en efecto, es
l

necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad,


y que este
ser mortal se revista de inmortalidad».

- Discontinuidad o la transformación gloriosa de este mismo


cuerpo: la analogía 'semilla - árbol': «¿con qué cuerpo los
muertos vuelven a la vida?» San Pablo responde usando la imagen
de la semilla que muere para abrirse a una nueva vida.
- «cuerpo incorruptible, potente, glorioso». «Cuando aparezca Cristo,
vida vuestra, entonces tambi1n vosotros apareceréis gloriosos con
él».

Jesús insistiendo con los apóstoles que él no es un espíritu, quiere


convencerlos de que tiene verdaderamente un cuerpo: «'mirad mis
manos y mis pies. Soy yo mismo. Palpadme y ved que Un espíritu no
tiene carne y hueso, como veis que yo tengo'. Y, diciendo esto, les
mostró las-manos y los pies».
«En Cristo resucitado la humanidad superó la muerte y completó la
última etapa de su crecimiento penetrando en los cielos. Ahora Jesús
puede libremente volver sobre sus pasos y encontrarse con sus
hermanos como, cuando y donde quiera (...)».

En efecto, Jesús vendrá: «de manera totalmente nueva y por encima


de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los
límites del espacio y del tiempo. Como Resucitado, recorre la
inmensidad del mundo y de la historia (...) Puesto que Jesús se
entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y
hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos (...) la
multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en
todos los tiempos».

* El pensamiento cristiano post-bíblico (el aporte Patrístico).


Confirmaba San Ignacio de Antioquía:
«(Jesucristo Hijo de Dios) se resucitó a sí mismo verdaderamente.
Yo sé y creo que después de su resurrección tuvo un cuerpo
verdadero, como sigue aun teniéndolo. Por esto, cuando se apareció
a Pedro y a sus compañeros (...) al punto lo tocaron y creyeron,
adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu (...).
Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como
cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente
estaba unido al Padre

Énfasis en la tensión entre:


* continuidad real del cuerpo: la Resurrección como Epifanía de lo
que somos a imagen de la somaticidad gloriosa de Cristo resucitado:
«nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como
Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable
cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del
poder que tiene de someter a sí todas las cosas»): «en efecto, es
l

necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad,


y que este
ser mortal se revista de inmortalidad>>.

* Discontinuidad o la transformación gloriosa de este mismo


cuerpo: Cf la analogía 'semilla - árbol': «¿con qué cuerpo los
muertos vuelven a la vida?» San Pablo responde usando la imagen
de la semilla que muere para abrirse a una nueva vida.
- 44: «cuerpo incorruptible, potente, glorioso». «cuando aparezca
Cristo, vida vuestra, entonces tambi1n vosotros apareceréis gloriosos
con él».

Jesús insistiendo con los apóstoles que él no es un espíritu, quiere


convencerlos de que tiene verdaderamente un cuerpo: «mirad mis
manos y mis pies. Soy yo mismo. Palpadme y ved que Un espíritu no
tiene carne y hueso, como veis que yo tengo'. Y, diciendo esto, les
mostró las-manos y los pies».
«En Cristo resucitado la humanidad superó la muerte y completó la
última etapa de su crecimiento penetrando en los cielos. Ahora Jesús
puede libremente volver sobre sus pasos y encontrarse con sus
hermanos como, cuando y donde quiera (...)».

En efecto, Jesús vendrá: «de manera totalmente nueva y por encima


de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los
límites del espacio y del tiempo. Como Resucitado, recorre la
inmensidad del mundo y de la historia (...) Puesto que Jesús se
entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y
hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos (...) la
multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en
todos los tiempos».

En efecto, Jesús vendrá: «de manera totalmente nueva y por encima


de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los
límites del espacio y del tiempo. Como Resucitado, recorre la
inmensidad del mundo y de la historia (...) Puesto que Jesús se
entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y
hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos (...) la
multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en
todos los tiempos».

El pensamiento cristiano post-bíblico (el aporte Patrístico). Confirmaba


San Ignacio de Antioquía:

«(Jesucristo Hijo de Dios) se resucitó a sí mismo verdaderamente.


Yo sé y creo que después de su resurrección tuvo un cuerpo
verdadero, como sigue aun teniéndolo. Por esto, cuando se apareció
a Pedro y a sus compañeros (...) al punto lo tocaron y creyeron,
adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu (…).
Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como
cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente
estaba unido al Padre

Énfasis en la tensión entre continuidad real del cuerpo: la


Resurrección como Epifanía de lo que somos a imagen de la
somaticidad gloriosa de Cristo resucitado «nosotros somos
ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor
Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un
cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de
someter a sí todas las cosas»): «en efecto, es necesario que este ser
corruptible se revista de incorruptibilidad,· y que este ser mortal se
revista de inmortalidad».

y creyeron, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu


(...).
Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como
cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente
estaba unido al Padre

La conciencia de la Primitiva COMUNIDAD APOSTOLICA y


PRIMITIVA COMUNIDAD CRISTIANA de la novedad del discurso
cristiano de resurrección en relación a los ambientes culturales judío -
paganos acerca de la suerte del hombre 'post mortem'.

«¿No es todo un mundo el que e s inaugurado para ti por este día en


que actuó el Señor? (...) Cristo dice: subo a mi Padre y a vuestro Padre.
¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se
hizo hombre, siendo el Hijo Único, quiere hacernos hermanos suyos y,
para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad,
llevando en ella consigo a todos los de su misma raza».

«La Providencia de Dios se ocupó en demostrar, insinuándose en los


ojos y en el corazón de los suyos, que la resurrección del Señor
Jesucristo era tan real como su nacimiento, pasión y muerte (...).

Fue motivo de una inmensa e inefable alegría el hecho de que la


naturaleza humana, en presencia de una santa multitud, ascendiera por
encima de la dignidad de todas las criaturas celestiales, para ser elevada
más allá de todos los ángeles, por encima de los mismos arcángeles (...)
hasta ser recibida junto al Padre, entronizada y asociada a la gloria de
Aquel con cuya naturaleza-divina se había unido en la persona del Hijo».

La fe cristiana en la resurrección de la carne ya desde sus inicios encontró


incomprensiones y oposiciones (...) Esa dificultad se vuelve a presentar
también en nuestro tiempo, no sólo 'ad extra', sino 'ad intra' de la misma
Iglesia, ya que se habla poco de esta verdad fundamental de nuestra
fe...

En efecto,

- por una parte, incluso quienes creen en alguna forma de


supervivencia más allá de la muerte, reaccionan con escepticismo ante
la verdad de fe que esclarece este supremo interrogante de la existencia
a la luz de la resurrección de Jesucristo.
- Por otra, hay también quienes sienten el atractivo de una creencia como
la de la reencarnación, arraigada en el humus religioso de algunas.
culturas orientales; la reencarnación no garantiza la identidad única y
singular de cada criatura humana como objeto del amor personal de
Dios, ni la integridad del ser humano como 'espíritu encarnado'.

- La concepción cristiana del hombre, según la cual de Dios Creador viene


también la materia y en particular la corporeidad del hombre (que es por
lo tanto un hecho originario, no un hecho derivado o secundario)
conduce a subrayar que el destino 'post mortem'
concierne al hombre en su totalidad. El acento se pone
espontáneamente sobre el cuerpo-carne: y la resurrección de los muertos
tenderá a formarse como resurrección del cuerpo y de la carne.
- La defensa de la resurrección empeña por lo tanto polémicamente sobre
todo la primera Teología Cristiana en la dirección arriba mencionada.
También en contra de la reencarnación.

- La verdad de la resurrección en la tradición cristiana: los cementerios,


el culto de las reliquias, la liturgia o "lex orandi". En síntesis, recordamos
aquí:

a) La metáfora de la muerte como sueño: muy frecuente, tiene una


expresión feliz, en la obra de San Ireneo conocida como Epideixis,
«David trata así de la muerte y de la resurrección de Cristo: 'Yo me
acosté y dormí: me desperté, porque me tomó el Señor' (...) Define la
muerte 'sueño', porque resucitó». - Duermen los que despiertan. Y
como Cristo, «Sus muertos» están dormidos porque resucitarán.
De aquí la palabras 'dormición' aplicada a los cadáveres inhumados.
Acerca del modo de sepultar recordamos que la inhumación, frente a la
cremación, fue ciertamente elegida en los ambientes cristianos por respeto
al cuerpo, que espera la resurrección.

Quizás la preparación neotestamentaria más cercana del nuevo sentido es


la expresión de Jesús en Juan 11: «Lázaro, nuestro amigo, -se ha
dormido, pero voy a despertarle». (También «la niña no ha muerto, está
dormida»; en Mateo los encuentra 'dormidos'; 'y los encontró
'dormidos'. Jesús habla así «expresando con la metáfora del sueño el
punto de vista de Dios sobre la muerte física: Dios la considera
precisamente como un sueño, del que se puede despertar (...), en verdad,
es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos
puede despertar en cualquier momento».

En los escritos del Nuevo Testamento, la expresión «los que duermen»


está tomada del ámbito popular, es sinónima de los 'muertos' y no tiene
especial significación teológica. Tal significación teológica la adquiere en
el cristianismo primitivo cuando comienza a aplicarse a los cadáveres que
'duermen'. «Los que durmieron» indica la muerte, igualmente, la
resurrección es un «despertar». El cementerio (literalmente es el
'dormitorio').

* CONGREGACIÓN PARA E L C U L T O DIVINO Y LA


DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad
popular y la liturgia,

«Las reliquias de los Santos.

El Concilio Vaticano II recuerda que 'de acuerdo con la tradición, la


Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias
auténticas'. La expresión 'reliquias de los Santos' indica ante todo el
cuerpo - o partes notables del mismo - de aquellos que, viviendo ya en la
patria celestial, fueron en esta tierra, por la santidad heroica de su vida,
miembros insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del
Espíritu Santo. En segundo lugar, objetos que pertenecieron a los Santos:
utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto con
sus cuerpos o con sus sepulcros, como estampas, telas de lino, y también
imágenes veneradas.

El Misal Romano, renovado, confirma la validez del 'uso de colocar bajo el


altar, que se va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean
mártires'. Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio de los
miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son una
expresión simbólica de fa comunión en el único sacrificio de Cristo de toda la
Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad
a su esposo y Señor.
A esta expresión cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de
índole popular. A los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral
correcta sobre la veneración que se les debe no descuidará:

- asegurar su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias,


con la debida prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;

- impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se


corresponde con el respeto debido al cuerpo; las normas litúrgicas
advierten que las reliquias deben ser de 'un tamaño tal que se puedan
reconocer como partes del cuerpo humano';
- advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar
reliquias; esto en el pasado ha tenido consecuencias lamentables;
- vigilar para que se evite todo fraude, forma de comercio y
degeneración supersticiosa.
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como
el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con
las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a
los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas ·para obtener
la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un auténtico impulso
de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos
sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los
mártires».
Acerca de la relación entre el progreso humano temporal y Reino de Dios
cumplido destacamos la recuperación contemporánea de la continuidad en
la discontinuidad, con énfasis en la transformación por obra de Dios
(analogía con la resurrección de Cristo, causa eficiente y ejemplar de la
resurrección de los hombres).

SANTO TOMAS DE AQUINO explica:

«Pudo Dios librarnos por otra vía que por la pasión y la resurrección de
Cristo; pero, una vez que decretó librarnos de ese modo, es evidente que
la resurrección de Cristo es causa de nuestra resurrección»; «La
resurrección no es propiamente hablando, causa meritoria de nuestra
resurrección, pero es causa eficiente y ejemplar.

- Es causa eficiente, por cuanto la humanidad de Cristo, en la cual


resucitó, es, en cierto modo instrumento de la misma divinidad. Obra por la
virtud de ésta (...) De manera que, así como las otras cosas que Cristo hizo o
padeció en su humanidad nos fueron saludables por la virtud de la divinidad
misma, así también la resurrección es causa eficiente de la resurrección
nuestra por la virtud divina, quien es propio dar vida a los muertos. Y esta
virtud alcanza con su presencia todos los lugares y tiempos, y este contacto
virtual basta para la razón de causa eficiente. Y porque la causa primordial
de la resurrección humana es la justicia divina, de la cual 'tiene Cristo el
poder de juzgar en cuanto es Hijo del hombre , su poder efectivo se extiende
no sólo a los buenos sino también a los malos, que están sometidos a juicio.
Y porque la resurrección del cuerpo de Cristo por cuanto este cuerpo está
unido personalmente al Verbo, es la 'primera en el tiempo', así lo es en la
dignidad y perfección (...) Además siempre lo que es más perfecto es
ejemplar que imitan a su modo las cosas menos perfectas.

- Por esto la resurrección de Cristo es ejemplar de la nuestra, lo cual no


es necesario por parte del Autor de la resurrección, que no necesita de
ejemplar, sino por parte de los resucitados, los cuales deben conformarse a
aquella resurrección, según las palabras de San Pablo a los Filipenses:
'reformará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su cuerpo glorioso'. Y
aunque la eficiencia de la resurrección de Cristo se extienda tanto a la de
los buenos como a la de los malos, pero

- la ejemplaridad sólo se "extiende a los buenos propiamente, que han sido


conformes con su filiación, según dice el Apóstol a los Romanos 8.

* El Magisterio

- Concilios Toledano IV: Toledano XI tiene presente la ejemplaridad


ofrecida por Cristo nuestra cabeza); Toledano XVI:
Importante: insisten sobre la corporeidad real de los cuerpos resucitados
y sobre la continuidad entre cuerpo muerto y cuerpo resucitado contra las
tendencias dualistas, que preocupan a las Iglesias españolas. También:
Toledano I; Concilio de Braga y el 'Examen de fide' para la consagración
episcopal de los «Estatutos Ecclesiae Antiquae».

Recordamos la rica reflexión desde la 'analogía con la resurrección de


Cristo' en el Concilio Toledano XI del 675:

«Por este ejemplo de nuestra Cabeza, confesamos que se da una


verdadera resurrección de la carne de todos los muertos (...)
realizado el modelo de esta santa resurrección, el mismo Señor y
Salvador nuestro volvió en la Ascensión al trono paterno, del que
nunca se había apartado en razón de la divinidad...».
\

También recordamos como ya en el siglo IV, contra el modalismo


trinitario atribuido a MARCELO DE ANClRA, el Magisterio afirma
que el Verbo 'volviendo' al Padre, no cesa su relación con la humanidad
de Cristo, y, por consiguiente, con el Cosmos, porque el cuerpo de
Cristo está compuesto de los elementos de la Creación. Con la
Ascensión no termina la 'Encamación'.

Más aún, el presente de Cristo, glorioso en su humanidad verdadera,


que llevó al seno mismo de la Santísima Trinidad, en cuanto se trata de
lo humano verdadero del Hijo eterno del Padre, es nuestro futuro, en
continuidad-discontinuidad con su cuerpo. (El Cordero degollado en
medio del trono: también las llagas del cuerpo de Cristo Resucitado: la
insistencia en el «subió a los cielos con su mismo cuerpo, y vendrá
con gloria en su mismo cuerpo a juzgar».
En la Edad Media la profesión de fe: la realidad de la carne de los
resucitados; profesión de fe del Concilio Lateranense IV. también la
Benedictus Deus: antes de reasumir sus cuerpos y del juicio general».

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, LG 48;

JUAN PABLO II, Catequesis de los Miércoles, 1981-1982:


«Resurrección significa restitución. a la verdadera vida de la
corporeidad humana que fue sometida a la muerte en su fase
temporal».

<<La resurrección de los muertos, esperada para el final de los


tiempos, recibe una primera y decisiva actuación ya ahora, en la
resurrección espiritual, objetivo principal de la obra de salvación.
Consiste en la nueva vida comunicada por Cristo resucitado, como
fruto de su obra redentora.
Es un misterio de renacimiento en el agua y en el Espíritu, que
marca profundamente el presente y el futuro de toda la humanidad, aunque
su eficacia se realiza ya desde ahora solo en los que aceptan plenamente
el don de Dios y lo irradian en el mundo».
«La esperanza cristiana nos asegura, además que nuestra felicidad en
compañía del Señor alcanzará su plenitud con la resurrección de los
cuerpos al fin del mundo. Jesús nos ofrece la certeza; la pone en relación
con la Eucaristía. Es una auténtica resurrección de los cuerpos, con la
plena reintegración de la persona en la nueva vida del cielo, y no una
reencarnación entendida como vuelta a la vida en la misma tierra, en
otros cuerpos(...) Si la Iglesia da testimonio de esta esperanza - esperanza
de la vida eterna, de la resurrección de los cuerpos, de la felicidad eterna
en Dios - lo hace como eco de la enseñanza de los Apóstoles (...) La
esperanza que deriva de Cristo, aun teniendo un término último que está
más allá de todo confín temporal, al mismo tiempo penetra la vida del
cristiano también el tiempo». , · .
«Como el Espíritu Santo transfigura el cuerpo de Jesucristo cuando el
Padre lo resucitó de entre los muertos, así el mismo Espíritu revestirá de
la gloria de Cristo nuestros cuerpos».

San JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucaristia: «Quien se alimenta de


Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la
vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura,
que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía
recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del
mundo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día» (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección
futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como
comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado».

Otros pronunciamientos pontificios:

A) San JUAN PABLO II, El Espíritu 'Dador de vida' y la victoria sobre la


muerte.

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». En estas palabras del
evangelio de san Juan el don de la vida eterna constituye el fin último del
plan de amor del Padre. Ese don nos permite tener acceso, por gracia, a la
inefable comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: «Ésta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú
has enviado, Jesucristo».

La vida eterna, que brota del Padre, nos la transmite en plenitud Jesús en
su Pascua por el don del Espíritu Santo. Al recibirlo, participamos en la
victoria definitiva que Jesús resucitado obtuvo sobre la muerte.
«Lucharon vida y muerte - nos invita a proclamar la liturgia - en
singular batalla y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta»
(Secuencia del domingo de Pascua). En ese evento decisivo de la
salvación Jesús da a los hombres la vida eterna en el Espíritu Santo.
·

Así, en la plenitud de los tiempos Cristo cumple, más allá de toda


expectativa, la promesa de vida eterna que, desde el origen del mundo,
había inscrito el Padre en la creación del hombre a su imagen y
semejanza.
Como canta el Salmo 104, el hombre experimenta que la vida en el
cosmos y, en particular, su propia vida tiene su principio en el aliento
que les comunica el Espíritu del Señor:
«Escondes tu rostro, y se espantan; les retiras el aliento y expiran, y vuelven
a ser polvo; envías tu Espíritu y los creas, y renuevas la faz de la tierra».
La comunión con Dios, don de su Espíritu, llega a ser cada vez más para
el pueblo elegido prenda de una vida que no se limita a la existencia
terrena, sino que misteriosamente la trasciende y la prolonga hasta el
infinito. En el duro período del destierro en Babilonia, el Señor devolvió
la esperanza a su pueblo, proclamando una nueva y definitiva alianza que
será sellada por una efusión sobreabundante del Espíritu: «Así dice el
Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros
sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra
vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que
soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis». Con estas palabras, Dios
anuncia la renovación mesiánica de Israel, después de los sufrimientos del
destierro. Los símbolos empleados evocan muy bien el camino que la fe
de Israel recorre lentamente, hasta intuir la verdad de la resurrección
de la carne, que realizará el Espíritu al final de los tiempos.

Esta verdad se consolida en un tiempo ya próximo a la venida de


Jesucristo, el cual la confirma vigorosamente, reprochando a los que la
negaban: «¿No estáis en un error precisamente por no entender las
Escrituras ni el poder de Dios?». En efecto, según Jesús, la fe en la
resurrección se funda en la fe en Dios, que «no es un Dios de muertos,
sino de vivos».
Además, Jesús vincula la fe en la resurrección a su misma persona:
«Yo soy la resurrección y la vida», pues en él, gracias al misterio de su
muerte y resurrección, se cumple la promesa divina del don de la vida
eterna, que implica una victoria total sobre la muerte: «Llega la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [del Hijo] y saldrán
los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida...». «Porque
ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él,
tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».

Esta promesa de Cristo se realizará, por tanto, misteriosamente al final de


los tiempos, cuando él vuelva glorioso «a juzgar a vivos y muertos».
Entonces nuestros cuerpos mortales revivirán por el poder del Espíritu,
que nos ha sido dado como «prenda de nuestra herencia, para redención
del pueblo». Con todo, no debemos pensar que la vida más allá de la
muerte comienza solo con la resurrección final, pues ésta se halla
precedida por la condición especial en que se encuentra, desde el
momento de la muerte física, cada ser humano. Se trata de una fase
intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo corresponde «la
supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento
espiritual, que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que
subsiste el mismo 'yo' humano, aunque mientras tanto le falte el
complemento de su cuerpo». ·

Los creyentes tienen, además, la certeza de que su relación vivificante con


Cristo no puede ser destruida por la muerte, sino que se mantiene más allá.
En efecto, Jesús declaró: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá». La
Iglesia siempre ha profesado esta fe y la ha expresado sobre todo en la
oración de alabanza que dirige a Dios en comunión con todos los santos y
en la invocación en favor de los difuntos que aún no se han purificado
plenamente.
Por otra parte, la Iglesia inculca el respeto a los restos mortales de todo ser
humano,

- tanto por la dignidad de la persona a la que pertenecieron,


- como por el honor que se debe al cuerpo de los que, con el bautismo, se
convirtieron en templo del Espíritu Santo.

Lo atestigua de forma específica la liturgia:

- en el rito de las exequias y

- en la veneración de las reliquias de los santos, que se desarrolló desde


los primeros siglos A los huesos de estos últimos - dice san Paulino de
Nola - «nunca les falta la presencia de Espíritu Santo, el cual concede
una viva gracia a través de los sagrados sepulcros».

- Así, el Espíritu Santo se nos presenta como Espíritu de la vida

- no sólo en todas las fases de la existencia terrena,

- sino tan1bién en la etapa que, después de la muerte, precede a la


vida plena que el Señor ha prometido a sí mismo para nuestros
cuerpos mortales.

Con mayor razón, gracias a él realizaremos, en Cristo, nuestro paso


final al Padre. San Basilio Magno advierte:

«Y si se reflexiona con rigor, se podría hallar que incluso con ocasión de la


esperada aparición del Señor desde el cielo, no sería inútil el Espíritu
Santo, como creen algunos, sino que estará-presente con él también el día
de su revelación, cuando el único y bienaventurado Soberano juzgue en
justicia a todo el mundo» (
San Juan PABLO II, El Espíritu y el 'cuerpo espiritual' resucitado.

«Nosotros - enseña el apóstol san Pablo - 'somos ciudadanos del cielo, de


donde esperamos como salvador al Señor Jesucristo, el cual
transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como
el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas».
Como el Espíritu Santo transfiguró el cuerpo de Jesucristo cuando el
Padre lo resucitó de entre los muertos, sí el mismo Espíritu revestirá de la
gloria de Cristo nuestros cuerpos. San Pablo escribe: «Y si el Espíritu de
Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros».

La fe cristiana en la resurrección de la carne ya desde sus inicios


encontró incomprensiones y oposiciones. Lo constata el mismo apóstol
san Pablo en el momento de anunciar el Evangelio en medio del Areópago
de Atenas: «Al oír hablar de resurrección de los muertos, unos se
burlaron y otros dijeron: 'Sobre esto ya te oiremos otra vez'».
Esa dificultad se vuelve a presentar también en nuestro tiempo. En efecto,
por una parte, incluso quienes creen en alguna forma de supervivencia
más allá de la muerte, reaccionan con escepticismo ante la verdad de fe
que esclarece este supremo interrogante de la existencia a la luz de la
resurrección de Jesucristo. Por otra, hay también quienes sienten el atractivo
de una creencia como la de la reencarnación, arraigada en el humus
religioso de algunas culturas orientales.
La revelación cristiana no se contenta con un vago sentimiento de
supervivencia, aun apreciando la intuición de inmortalidad que se expresa
en la doctrina de algunos grandes buscadores de Dios. Además, podemos
admitir q e la idea de una reencarnación brota
- del intenso deseo de inmortalidad y de la percepción de la
existencia humana como
«prueba» con miras a un fin último, así como
- de la necesidad de una purificación completa para llegar a la comunión
con Dios.
Sin embargo, la reencarnación no garantiza la identidad única y
singular de cada criatura humana como objeto del amor personal de
Dios, ni la integridad del ser humano como «espíritu encarnado».

C) El testimonio del Nuevo Testamento subraya, ante todo, el realismo


de la resurrección, también corporal, de Jesucristo. Los Apóstoles
atestiguan explícitamente, remitiéndose a la experiencia que vivieron
en las apariciones del Señor resucitado, que «Dios lo resucitó al
tercer día y le concedió la gracia de aparecerse (...) a los testigos
que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y
bebimos con él después que resucitó de entre los muertos» . También
el cuarto evangelio subraya este realismo, por ejemplo, cuando nos
narra el episodio del apóstol Tomás, a quien Jesús invitó a meter el
dedo en el lugar de los clavos y la mano en el costado atravesado
del Señor; y en la aparición que tuvo lugar a orillas del lago de
Tiberíades, cuando Jesús resucitado «tomó el pan y se lo dio; y de
igual modo el pez».
Ese realismo de las apariciones testimonia que Jesús resucitó con su
cuerpo y con ese mismo cuerpo vive ahora al lado del Padre. Ahora
bien, se trata de un cuerpo glorioso, a no sujeto a las leyes del espacio y
del tiempo, transfigurado en la gloria del Padre. En Cristo resucitado se
manifiesta el estadio escatológico al que, un día, están llamados a llegar
todos los que acogen su redención, precedidos por la Virgen santísima, que
«terminado el curso de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la
gloria celeste»

Remitiéndose al relato de la creación, recogido en el libro del Génesis, e


interpretando la resurrección de Jesús como la «nueva creación», el
apóstol san Pablo puede, por consiguiente, afirmar: «El primer hombre,
Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida». En
efecto, la realidad glorificada de Cristo, por la efusión del Espíritu Santo,
es participada de modo misterioso pero real también a todos los que creen
en él.

Así, en Cristo, «todos resucitarán con los cuerpos de que ahora están
revestidos», pero nuestro cuerpo se transfigurará en cuerpo glorioso, en
«cuerpo espiritual». San Pablo, en la primera carta a los Corintios, a los
que le preguntan: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo
vuelven a la vida?» responde usando la imagen de la semilla que muere
para abrirse a una nueva vida:

«Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el


cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de
alguna otra planta. (...) Así también en la resurrección de los muertos: se
siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita
gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo
natural, resucita un cuerpo espiritual. (...) En efecto, es necesario que
este cuerpo corruptible se revista_ de incorruptibilidad; y que este cuerpo
mortal se revista de inmortalidad».

Ciertamente - explica el Catecismo de la Iglesia católica -, el


«cómo» sucederá eso «sobrepasa nuestra imaginación y nuestro
entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra
participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración
de nuestro cuerpo por Cristo».

En la Eucaristía Jesús nos da, bajo las especies del pan y del vino, su
carne vivificada por el Espíritu Santo y vivificadora de nuestra can1e
con el fin de hacemos participar con todo nuestro ser, espíritu y cuerpo,
en su resurrección y en su condición de gloria. A este respecto,

san Ireneo de Lyon enseña: «Porque de la misma m a nera que el pan,


que proviene de la Eucaristía, constituida de dos cosas: una celeste, otra
terrestre, así nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía ya no son
corruptibles, Puesto que tienen la esperanza de la resurrección».

Todo lo que hemos dicho hasta aquí, sintetizando la enseñanza de la


sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia, nos explica por qué «el
credo cristiano (...) culmina en la proclamación de la resurrección de los
muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna». Con la encarnación el
Verbo de Dios asumió la carne humana, haciéndola partícipe, por su
muerte y resurrección, de su misma gloria de Unigénito del Padre.
Mediante los dones del Espíritu y de la carne de Cristo glorificada en la
Eucaristía, Dios Padre infunde en todo el ser del hombre y, en cierto
modo, en el cosmos mismo el deseo de ese destino. Como dice san
Pablo: «La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación
de los hijos de Dios (...), con la esperanza de ser también ella liberada
de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la
gloria de los hijos de Dios».

San Juan PABLO II:

«Jesús quiso dar un signo y una profecía de su Resurrección gloriosa, en


la cual nosotros estamos llamados también a participar. Lo que se ha
realizado en Jesús, nuestra Cabeza, tiene que completarse también en
nosotros, que somos su Cuerpo.
Éste es un gran misterio para la vida de la Iglesia, pues no se ha de pensar
que la transfiguración se producirá solo en el más allá, después de la
muerte. La vida de los santos y el testimonio de los mártires nos enseñan
que, si la transfiguración del cuerpo ocurrirá al final de los tiempos
con la resurrección de a carne, la del corazón tiene lugar ya ahora en
esta tierra, con la ayuda de la gracia.

Podemos preguntamos: ¿Cómo son los hombres y mujeres


'transfigurados'?(... ) Son los que siguen a Cristo en su vida y en su
muerte, se inspiran en Él y se dejan inundar por la gracia que Él nos da;
son aquéllos cuyo alimento es cumplir la voluntad del Padre; los que se
dejan llevar por el Espíritu; los que nada anteponen al Reino de Cristo;
los que aman a los demás hasta derramar su sangre por ellos; los que
están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que - en pocas
palabras - viven amando y mueren perdonando".
BENEDICTO XVI Homilía:

«Cuando Jesús habló por primera vez a los discípulos sobre la cruz y la
resurrección, éstos, mientras bajaban del monte de la Transfiguración, se
preguntaban qué querría decir eso de
«resucitar de entre los muertos». En Pascua Cristo no ha quedado en el
sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción; pertenece al mundo de
los vivos, no al de los muertos; Él es Alfa y al mismo tiempo Omega; por
tanto, existe no solo ayer, sino también hoy y por la eternidad.
Pero, en cierto modo, vemos la resurrección tan fuera de nuestro
horizonte, tan fuera de todas nuestras experiencias, que, entrando en
nosotros mismos, continuamos con la discusión de los discípulos: ¿En
qué consiste propiamente eso de «resucitar»? ¿Qué significa para
nosotros? ¿Y para el mundo y la historia en su conjunto? (...)
Pero precisamente la resurrección de Cristo es algo más, algo distinto.
Si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la evolución, es la
mayor «mutación», el salto absolutamente más decisivo hacia una
dimensión totalmente nueva, que jamás se haya producido en la larga
historia de la vida y de su desarrollo: un salto a un orden completamente
nuevo.
Por tanto, la discusión que comenzamos con los discípulos comprendería
las siguientes preguntas: ¿Qué ·es lo que sucedió allí? ¿Qué significa eso
para nosotros, para el mundo en su conjunto y para mí personalmente?

En primer lugar: ¿Qué sucedió? Jesús ya no está en el sepulcro. Está en


una vida totalmente nueva. Pero, ¿cómo pudo ocurrir eso? ¿Qué fuerzas
intervinieron? Es decisivo que este hombre, Jesús, no fuera él solo, que no
fuera un Yo cerrado en sí mismo. Él era uno con el Dios vivo; estaba de
tal modo unido a Él que formaba con Él una sola persona. Se encontraba,
por así decir, en un abrazo con Aquél que es la vida misma, un abrazo no
solamente emotivo, sino que abarcaba y penetraba su ser. Su misma vida
no era solamente suya, era una comunión existencial y esencial con
Dios y un estar insertado en Dios, y por eso, en realidad nadie se le podía
quitar. Él se dejó matar por amor, pero precisamente así destruyó el
carácter definitivo de la muerte, porque en Él estaba presente el carácter
definitivo de la vida. Él era una cosa sola con la vida indestructible, de
manera que ésta brotó de nuevo a través de la muerte.
Expresemos una vez más lo m i s m o desde otro punto de vista. Su muerte
fue un acto de amor, un don de sí mismo. En la última Cena, Él anticipó
la muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial
con Dios-era concretamente una comunión existencial con el amor de
Dios, y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte
que la muerte.
La resurrección fue como un estallido de luz, una explosión del amor que
deshizo el vínculo hasta entonces indisoluble del «morir y devenir».
Inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha
sido. Integrada la materia, de manera transformada, y a través de la cual
surge un mundo nuevo.
Está claro que este acontecimiento no es un milagro cualquiera del
pasado, cuya realización podría ser en el fondo indiferente para nosotros.
Es un salto cualitativo en la historia de la «evolución» y de la vida en
general hacia una nueva vida futura, hacia un mm1do nuevo que,
partiendo de Cristo, penetra ya continuamente en nuestro mundo, lo
transforma y lo atrae hacia sí. Pero ¿cómo ocurre esto? ¿Cómo puede
llegar efectivamente este acontecimiento hasta mí y atraer mi vida hacia
Él y hacia lo alto?
La respuesta, en un prin1er momento quizás sorprendente pero
completamente real, es la siguiente: dicho acontecimiento me llega
mediante la fe y el bautismo. Por eso el Bautismo fom1a parte de la
Vigilia pascual, como se subraya también en esta celebración con la
administración de los sacramentos de la iniciación cristiana a algunos
adultos de diversos países.
El Bautismo significa precisan1ente que no se trata d -un acontecimiento
del pasado, sino de un salto cualitativo de la historia universal que llega
hasta nosotros, aferrándonos para atraerme.
El Bautismo es algo muy diverso de un acto de socialización·
eclesial, de un rito un poco pasado de moda y complicado para acoger
a las personas en la Iglesia. También es algo más que una simple
limpieza, una especie de purificación y embellecimiento del alma. Es
realmente muerte y resurrección, renacimiento, transformación en
una nueva vida.

¿Cómo podemos entender esto? Creo que lo que ocurre en el Bautismo


nos puede resultar más claro si nos fijamos en la parte final de la
pequeña autobiografía espiritual que san Pablo nos ha dejado en su
Carta a los Gálatas. Esta pequeña autobiografia concluye con las
palabras que contienen también el núcleo de dicha biografía: «ya no
vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Vivo, pero ya no soy yo. El yo
mismo, la identidad esencial del hombre -de este hombre, Pablo- ha
cambiado. Él todavía existe y ya no existe. Ha atravesado un «no» y
sigue encontrándose en este «no»: Yo, pero ya «no» yo. Con estas
palabras, Pablo no describe una experiencia mística cualquiera, que tal
vez podía habérsele concedido y que, si acaso, podría interesamos sólo
desde el punto de vista histórico. No, esta frase es la expresión de lo
que ha ocurrido en el Bautismo. Mi propio yo se me quita y es
insertado en un nuevo sujeto más grande.
San Pablo nos explica una vez más lo mismo bajo otro aspecto cuando,
en el tercer capítulo de la Carta a los Gálatas habla de la «promesa»
de Dios diciendo que ésta se dio en singular, a uno solo: a Cristo.
Solo él lleva en sí toda la «promesa». Pero entonces ¿qué sucede con
la humanidad, con nosotros? Vosotros habéis llegado a ser uno en
Cristo, responde san Pablo. No solo una cosa, sino uno, un único, un
único sujeto nuevo.

Esta liberación de nuestro yo de su aislamiento, este encontrarse en un


nuevo sujeto es un encontrarse en la inmensidad de Dios y ser
trasladados a una vida que ya ha salido del contexto del «morir y
devenir». El gran estallido de la resurrección nos ha aferrado en el
Bautismo para atraemos. Quedamos así asociados a una nueva
dimensión de la vida en la que, en medio de las tribulaciones de
nuestro tiempo, estamos ya inmersos de algún modo.
Vivir la propia vida como un continuo entrar en este espacio
abierto: éste es el sentido del ser bautizado, del ser cristiano. Ésta es
la alegría de la Vigilia pascual.

La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado y


aferrado. A ella, es decir, al Señor resucitado, nos agarramos, y
sabemos que él nos sostiene firmemente también cuando nuestras
manos se debilitan. Nos agarramos a su mano, y así. nos damos la
mano unos a otros, nos convertimos en un sujeto único y no solamente
en una sola cosa.
Yo, pero ya no yo: ésta es la fórmula de la existencia cristiana fundada
en el bautismo, la fórmula de la resurrección dentro del tiempo,
Yo, pero ya no yo: si vivimos de este modo transformamos el mundo.
Es la fórmula de contraste con todas las ideologías de la violencia y el
programa que se opone a la corrupción y a la aspiración al poder y al
poseer. -.·
«Viviréis, porque yo sigo viviendo», dice Jesús en el Evangelio de San
Juan a sus discípulos, es decir, a nosotros.
-- iremos mediante la comunión existencial con Él, por estar
insertados en Él, que es la da misma. La vida eterna, Ja inmortalidad
beatífica, no la tenemos por nosotros mismos ni nosotros mismos, sino
por una relación, mediante la comunión existencial con Aquél que
- la Verdad y el Amor y, por tanto, es eterno, es Dios mismo.
La mera indestructibilidad del alma, por sí sola, no podría dar un sentido
a una vida eterna, no podría hacerla una vida verdadera. La vida nos
viene del ser amados por Aquel que es la vida; nos viene del vivir con Él
y del amar con Él.
De este modo, llenos de gozo, podemos cantar con la Iglesia en el
Exultet: «Exulten los coros de los ángeles (...) Goce también la tierra».
La resurrección es un acontecimiento cósmico, que comprende cielo y
tierra, y asocia el uno con la otra...».

D) BENEDICTO XVI, comentando las palabras de San Agustín «La


resurrección del Señor es nuestra esperanza» afirmaba:
«...para que nosotros, aunque estando destinados a la muerte, no
desesperáramos pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida,
Cristo resucitó para darnos esperanza. En efecto, una de las preguntas que
más angustian la existencia del hombre es precisamente esta: ¿Qué hay
después de la muerte? (..) la muerte no tiene la última palabra, porque
al final es la Vida la que triunfa.
Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos hun1anos, sino en
un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, resucitó con
su cuerpo glorioso. Jesús resucitó para que también nosotros, creyendo
en Él, podamos tener la vida eterna (...) Desde el alba de la Pascua una
nueva primavera de esperanza llena el mundo; desde aquel día nuestra
resurrección ya ha comenzado, porque la Pascua (...) marca el inicio de una
condición nueva: Jesús resucitó no para que su recuerdo permanezca
vivo en el corazón de sus discípulos, sino para que Él mismo viva en
nosotros y en Él podamos gustar la alegría de la vida eterna.
Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica
revelada por el hombre Jesucristo mediante su ¡ascua', su 'paso', que
abrió un 'nuevo camino' entre la tierra y el cielo.
No es un mi o ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una
fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo
de María, que en el crepúsculo del viernes fue bajado de la cruz y
sepultado, salió vencedor de la tumba (...) Más aún, hasta el reino mismo
de la muerte ha sido liberado, porque también al 'abismo' ha llegado el
Verbo de la Vida, impulsado por el soplo del Espíritu (...) Si quitamos
a Cristo y su resurrección, el hombre no tiene salvación, y toda su
esperanza sería ilusoria».

También:

«Por su resurrección Jesús supera los límites del espacio y del tiempo.
Como Resucitado, recorre la universalidad del mundo y de la historia (...)
El Señor sufre nuestras angustias junto con nosotros, nos acompaña a
través de la última angustia hasta la luz (...) Vida, muerte y
resurrección de Jesús son para nosotros la garantía de que
verdaderamente podemos fiarnos de Dios. De este modo se realiza su
reino».
«Ahora, Jesús ya no está encerrado en un espacio y tiempo
determinados, sino que su Espíritu, el Espíritu Santo brota de Él y entra
en nuestros corazones, uniéndonos así a Jesús mismo y, con Él al Padre, al
Dios uno y trino (..) Al subir al cielo y entrar en la eternidad Jesucristo fue
constituido Señor de todos los tiempos. Por eso, se hace nuestro
compañero en el presente (..) dejándonos vislumbrar el alba más bella
de toda nuestra vida que de Él irradia, es decir, la resurrección en
Dios. El futuro de la humanidad nueva es Dios (...) El futuro es
Dios.

«El Resucitado mismo es luz, la luz del mundo. Con la resurrección el


día de Dios entra en la noche de la historia (...) A partir de la
resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo y en la historia (...)
Cristo es la gran luz de la que proviene toda vida (...)Eles el día de
Dios que ahora, avanzando, se difunde por toda la tierra».

Es fundamental proclamar «La resurrección de Jesús de Nazaret como


acontecimiento real, histórico, atestiguado por muchos y -autorizados
testigos (...). Ciertamente, la resurrección no fue para Jesús un simple
retorno a la vida anterior (...) como, por ejemplo, Lázaro».

La Teología

El Magisterio de la Iglesia, que tan fuertemente ha insistido en la


identidad del cuerpo resucitado con nuestro cuerpo actual (cf la Pides
Damasi, «creemos que en el último día hemos de ser resucitados por Él
en esta carne en la que ahora vivimos (' in hac carne, qua nunc
vivimus')», no ha explicado el cómo, es decir, qué es lo que se requiere
para que el cuerpo resucitado sea el mismo que ahora tenemos y
numéricamente el mismo.
A nivel teológico se dan tres posturas fundamentales acerca de la
explicación del 'cómo':

En la línea de una identidad material (modelo histórico-eclesiológico).


En la línea de una identidad formal (teoría hilemórfica),
En la línea de una identidad substancial (analogía eucarística).

Para un católico la discusión debe hacer referencia a distintos parámetros:


l

La eventual relevancia teológica de la afirmación del sepulcro vacío:


siendo la resurrección de Jesucristo normativa de la nuestra: ¿cuál es la
implicación ontológica y antropológica del 'signo' del sepulcro vacío?

La definición dogmática de la Asunción de María Santísima:

«La Iglesia, en su enseñanza sobre la condición del hombre después de la


muerte, excluye toda explicación que quite sentido a la Asunción de la
Virgen María en lo que tiene de único, o sea, el hecho de que la
glorificación corpórea de la Virgen es la anticipación de la glorificación
reservada a todos los elegidos»

«La Asunción de María la Madre de Jesús es primicia de nuestra


ascensión a la gloria».

La relación de unidad y dependencia de la resurrección de los hombres de


la de Jesús, obliga a buscar los 'contenidos' de la resurrección de los
r
hombres en la resurrección de Jesús, que manifiesta identidad, entre
quien muere y quien resucita, en la diferencia con insistencia en la
transformación, ya que la resurrección implica transformación en la
continuidad, del cuerpo 'glorioso'. 380

La Comisión Teológica Internacional nos ofrece una nueva


reflexión desde la comprensión del hombre como 'imago Dei' e 'imago
Christi'.

En los dogmas centrales de la fe cristiana está sobreentendido que el


cuerpo es parte intrínseca de la persona humana y que participa de su
creación a imagen de Dios. La doctrina cristiana de la creación excluye
completamente un dualismo metafísico o cósmico, puesto que enseña que
todo el universo, espiritual y material ha sido creado por Dios y proviene
del Bien perfecto.
-
En elcontexto de la doctrina de la Encamación también el cuerpo
aparece como parte intrínseca de la persona. El Evangelio de san' Juan
afirma que «el Verbo se hizo carne (sarx)», para subrayar, en
contraposición al docetismo, que Jesús tenía un cuerpo físico real y no un
cuerpo ilusivo. Además, Jesús nos redime a través de todo acto
realizado por él en su cuerpo.

Su cuerpo ofrecido por nosotros y su sangre derramada por nosotros


significan el don de su Persona para nuestra salvación. La obra de
redención de Cristo se realiza en la Iglesia, su cuerpo místico, y se hace
visible y tangible mediante los sacramentos. Los efectos de los
sacramentos, aunque son principalmente espirituales, se actualizan
mediante signos materiales perceptibles, que pueden ser recibidos solo
en o con el cuerpo. Esto demuestra que no solo la mente del hombre ha
sido redimida, sino también su cuerpo. El cuerpo se convierte en templo
del Espíritu Santo. Finalmente, que el cuerpo sea parte esencial de la
persona humana está incluido en la doctrina de la resurrección del
cuerpo al final de los tiempos, lo que nos hace comprender cómo el
hombre existirá en la eternidad como persona física y espiritual
completa.

Para mantener la unidad de cuerpo y alma enseñada en la


Revelación, el Magisterio adopta la definición del alma humana como
forma substantialis (cf. Concilio de Vienne y Quinto de Letrán). Aquí el
Magisterio se ha basado en la antropología tomista que, recurriendo a la
filosofía de Aristóteles, ve el cuerpo y el alma como los principios
materiales y espirituales de un único ser humano. Podemos notar que este
planteamiento no es incompatible con los más recientes descubrimientos
científicos.
La física moderna ha demostrado que la materia, en sus partículas más
elementales, es puramente potencial y no tiene tendencia alguna hacia la
organización. Pero el nivel de organización en el universo, en el que hay
formas altamente organizadas de entidades vivientes y no vivientes,
supone la presencia de una cierta «información». Un razonamiento de este
tipo hace pensar en una parcial analogía entre el concepto aristotélico de
forma sustancial y el concepto científico moderno de «información». Así,
por ejemplo, el ADN de los cromosomas contiene las informaciones
necesarias para que la materia pueda organizarse según el esquema
característico de una especie dada o un individuo singular.
De manera análoga, la forma sustancial proporciona a la materia prima
las informaciones que necesita para organizarse de una manera particular.
Esta analogía se debe tomar con la debida cautela, por cuanto no es posible
tina comparación directa de conceptos espirituales y metafísicos con datos
materiales y biológicos.

30. Estas indicaciones bíblicas, doctrinales y filosóficas convergen en la


afirmación de que la corporeidad del hombre participa de la imago
Dei. Si el alma, creada a imagen de Dios, informa la materia para constituir
el cuerpo humano, entonces la persona humana en su conjunto es
portadora de la imagen divina en una dimensión tanto espiritual
como corporal. Esta conclusión queda ulteriormente reforzada si se
tienen plenamente en cuenta las implicaciones cristológicas de la imagen de
Dios. «En realidad solo en el misterio del Verbo encarnado encuentra
verdadera luz el misterio del hombre … Cristo … desvela plenamente el
hombre al hombre y le hace conocer su altísima vocación».
Unido espiritual y físicamente al Verbo encarnado y glorificado, sobre
todo en el sacramento de la Eucaristía, el hombre llega a su destino: la
resurrección de su mismo cuerpo y la gloria eterna, de la cual participa
como --persona humana completa, cuerpo y alma, en la comunión
trinitaria compartida con todos los bienaventurados en la
compañía del cielo.

2. Hombre y mujer
..
En la Familiaris consortio, San Juan Pablo II afirmó: « En cuanto e spíritu
encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo
informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en
su totalidad unificada. El amor abraza también el cuerpo humano y el
cuerpo es hecho partícipe del amor espiritual». Creados a in1agen de
Dios, los seres humanos están llamados al amor y a la comunión. Puesto
que esta vocación se realiza de manera peculiar en la unión procreadora
entre marido y mujer, la diferencia entre el hombre y la mujer es un
elemento esencial en la constitución de los seres humanos hechos a
imagen de Dios.

«Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; macho y


hembra lo creó». Según la Escritura, la imago Dei se manifiesta, desde el
principio, en la diferencia entre los sexos. Podemos decir que el ser
humano existe solo como masculino o femenino, puesto que la realidad
de la condición humana aparece en la diferencia y pluralidad de sexos. Así
pues, lejos de tratarse de un aspecto accidental o secundario de la
personalidad, este e s un elemento constitutivo de la identidad personal.
Todos nosotros tenemos un modo propio de existir en el mundo, de ver,
de pensar, de sentir, de establecer relaciones mutuas con otras personas,
que también están definidas por su identidad sexual.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica: «La sexualidad abraza todos


los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su
alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de
amar y de procrear y, d-e manera más general, a la aptitud para
establecer vínculos de comunión con otros». El papel que se atribuye a
uno y otro sexo puede variar en el tiempo y en el espacio, pero la
identidad sexual de la persona no es una construcción cultural o
social. Pertenece al modo específico en el que existe la imago Dei.

Esta especificidad queda reforzada por la Encarnación del Verbo. Ha


asumido la condición humana en su totalidad, asumiendo un sexo, pero
convirtiéndose en un hombre en los dos sentidos del término: como
miembro de la comunidad humana y como ser de sexo masculino. La
relación entre cada uno de nosotros y Cristo está determinada de dos
maneras: depende de la propia identidad sexual y de la de Cristo.

Además, la Encarnación y la Resurrección extienden también a la


eternidad la identidad sexual originaria de la imago Dei. El Señor
resucitado, sentado ahora a la derecha del Padre, continúa siendo un
hombre. También podemos notar que la persona santificada y glorificada
de la Madre de Dios, ahora después de su Asunción corporal a los cielos,
sigue siendo una mujer. Cuando en Gálatas 3 san Pablo anuncia que en
Cristo quedan anuladas todas las diferencias, incluida la que hay entre el
hombre y la mujer, está diciendo que ninguna diferencia humana puede
impedir nuestra participación en el misterio de Cristo. La Iglesia no ha
aceptado las tesis de san Gregorio de Nisa y de algún otro Padre de la
Iglesia que sostenían que las diferencias sexuales en cuanto tales serían
anulados por la resurrección. Las diferencias sexuales entre hombre y
mujer, aunque se manifiestan ciertamente con atributos físicos, de
hecho, trascienden lo puramente físico y alcanzan el misterio mismo de la
persona.»
36. La Biblia no ofrece ningún apoyo al concepto de una superioridad
natural del sexo masculino respecto al femenino. A pesar de sus
diferencias, ambos sexos poseen una igualdad implícita. Como ha escrito
Juan Pablo II en la Familiaris consortio:

«Ante todo hay que destacar la igual dignidad y responsabilidad de la


mujer respecto al hombre. Esta igualdad encuentra una forma singular
de realización en la mutua donación de sí al otro y de ambos a los hijos,
propia del matrimonio y de la familia [...] Creando al hombre macho y
hembra, Dios da la dignidad personal de igual manera al hombre y a la
mujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y las
responsabilidades propias de las personas humanas».

Hombre y mujer están igualmente creados a imagen de Dios. Ambos


son personas, dotadas de entendimiento y voluntad, capaces de orientar la
propia vida mediante el ejercicio de la libertad. Pero cada uno lo hace
según la manera propia y peculiar de su identidad sexual, de modo que la
tradición cristiana puede hablar de reciprocidad y complemcntaricdad.
Estos términos, que en tiempos recientes se han vuelto en cierto modo
controvertidos, resultan útiles en cualquier caso para afirmar que el hombre
y la mujer necesitan el uno de la otra para alcanzar una plenitud de vida».

Finalmente recordamos que «la vocación al amor es lo que hace que el


hombre sea la auténtica imagen de Dios.'. es semejante a Dios en la
medida en que ama. De esta conexión fundamental entre Dios y el
hombre deriva la conexión indisoluble entre espíritu y cuerpo; en efecto,
el hombre es alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo vivificado por un
espíritu inmortal.

Así pues, también el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por decirlo así,
un carácter teológico; no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el
hombre no es solamente biológico, sino también expresión y realización de
nuestra humanidad. Del mismo modo, la sexualidad humana no es algo
a11adido a nuestro ser persona, sino que pertenece a él. Sólo cuando la
sexualidad se h a integrado en la persona, logra dar un sentido a sí
misma».

Síntesis dogmática

Recordamos ·1a distinción entre- 'Dogma' y su explicación teológica,


pero una interpretación que no sea fiel no es exposición sino
falsificación. Resulta como dogma de fe que los resucitados tienen una
verdadera corporeidad humana, y que también bajo este aspecto hay
continuidad entre el hombre que muere y el que resucita. Una definición
adecuada no parece dada 'ex professo' por ningún documento del
magisterio eclesiástico.

BENEDICTO XVI, como hemos documentado anteriormente, afirmaba:


«La resurrección fue como un estallido de luz, una explosión del amor
(...). Inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, eh la que
también ha sido integrada la materia, de manera transformada, y a través de la
cual surge un mundo nuevo. Está claro que este acontecimiento no es un milagro
cualquiera del pasado (...) Es un salto cualitativo en la historia de la «evolución»
y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un mundo nuevo
que, partiendo de Cristo, penetra ya continuamente en nuestro mundo, lo
transforma y lo atrae hacia sí.

En todo caso, la indicación de la continuidad, más aún de la identidad entre


el hombre que muere y el hombre que resucita parece bien mostrar que
tal indicación no puede suponer una verdadera aniquilación del hombre y
una verdadera suya re-creación por parte de Dios, entendidas rigurosamente
como «reductio ad nihil» o al 'no ser' y como inicio radicalmente
originario: «ex nihilo ad esse».
Osear CULLMANN teólogo luterano aflffi1a: «¿en qué momento acontece
la transformación del cuerpo? No pude haber duda alguna al respecto.
Todo el Nuevo Testamento contesta: al final de los tiempos; y debemos
verdaderamente entenderlo en sentido temporal».

El Santo Papa Juan Pablo II meditaba:


«Su (del tiempo) continuo fluir no es un ir hacia la nada, sino un camino
hacia la eternidad. El verdadero peligro no es el pasar del tiempo, sino
el desperdiciarlo, rechazando la vida eterna que Cristo nos ofrece. Se
debe destratar incesantemente en el corazón humano el deseo de la vida
y de la felicidad eterna».

Y agregaba también:

«¿Cómo son los hombres y mujeres 'transfigurados'? La

respuesta es muy hermosa: son los que siguen a Cristo en su vida y en


su muerte (...) los que nada anteponen al Reino de Cristo (...) los que
están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que - en
pocas palabras - viven amando y mueren perdonando».

Nos exhortaba Papa Francisco: «Preguntémonos: ¿vivo lo que digo en el


Credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo
futuro»? ¿Y cómo va mi espera? ¿Soy capaz de ir a lo esencial o me
distraigo con tantas cosas superfluas? ¿Cultivo la esperanza o voy
adelante quejándome, porque le doy demasiado valor a tantas cosas
que no cuentan y que luego pasarán?»

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