Tema 14
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TEMA 14
c.- Potestades que recaen sobre la propia esfera de su titular (la potestad
organizatoria) y Potestades que someten a terceros (la potestad de policía).
d.- Potestades regladas y Potestades discrecionales. Las primeras son
aquéllas en la que todos sus elementos resultan prefijados por la ley. Mientras que en las
segundas a la Administración se le remite a una estimación subjetiva con el fin de que opte
por cualquiera de las posibilidades que le brinda la ley, bien entendido que dentro del
sometimiento pleno a ésta, por cuanto discrecionalidad no es equiparable a arbitrariedad.
A.-/ En primer lugar a través del Principio de reserva de ley, ya que la Administración, en
primer lugar, se somete a las leyes formales. Distinción entre ley formal (dictada por el
Parlamento) y ley material o reglamento (dictada por el poder ejecutivo), que lleva a la
necesidad de que la Administración actúe en las cuestiones más importantes, sometida a las
leyes formales, por aplicación del Principio de reserva de ley.
Principio de reserva de ley por el que se afirma que determinadas materias por su
especial importancia han de ser objeto de regulación exclusiva mediante ley, sin que el
poder reglamentario pueda entrar a regularlas.
Encontrándose consagrado el Principio de reserva de ley en la Constitución,
distinguiendo entre reserva de ley orgánica y reserva de ley ordinaria.
B.-/ En segundo lugar a través del Principio de jerarquía normativa, que implica no solo la
sumisión a las leyes formales, de las leyes materiales, sino también el establecimiento de
una clasificación jerárquica entre éstas, en atención a la importancia del órgano del Poder
ejecutivo del que emanan. Y concretamente el artículo 24.2 de la ley 50/1997, de 27 de
noviembre, del Gobierno, señala que los reglamentos se ordenarán según la siguiente
jerarquía:
1.º Disposiciones aprobadas por Real Decreto del Presidente del Gobierno o
acordado en el Consejo de Ministros.
2.º Disposiciones aprobadas por Orden Ministerial.
Pronunciándose en términos similares el artículo 44.3 de la Ley 6/2006, de 24 de
octubre, del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Andalucía: “Los reglamentos se
ajustarán a las siguientes normas de competencia y de jerarquía normativa:
1. Disposiciones aprobadas por la Presidencia de la Junta de Andalucía o por el Consejo de
Gobierno.
2. Disposiciones aprobadas por las personas titulares de las Consejerías.”
reglamento, aunque hayan sido dictadas por órganos de igual o superior jerarquía que el
que lo haya aprobado.”
D.-/ Por último hay que decir que, en el supuesto que la Administración infrinja alguno de
los principios antes indicados, o actúe de cualquier forma o manera contraria al Derecho, el
acto por el que se cometa la infracción estará viciado con nulidad de pleno derecho o con
simple anulabilidad, en los términos regulados en los artículos 47 y siguientes de la LPAC.
Siendo, por tanto, el principal límite de esta potestad discrecional, la propia ley que la
confiere, como consecuencia del principio de legalidad, la sumisión de la Administración al
Derecho. Dado que la discrecionalidad no puede darse al margen de la ley, sólo puede
referirse a algunos elementos de tal potestad, nunca a todos.
Por lo que los actos discrecionales de la Administración están sujetos a una serie de
límites que ha hecho que la doctrina científica y el propio Tribunal Supremo elaboren una
serie de técnicas dirigidas al control de la discrecionalidad de la actuación administrativa:
B.- La técnica del control de los hechos determinantes. Ya que los hechos son
tal como la realidad los exterioriza. No le es dado a la Administración inventarlos o
desfigurarlos, aunque tenga facultades discrecionales para su valoración. La valoración de
esta realidad podrá acaso ser objeto de una facultad discrecional, pero la realidad como tal,
si se ha producido o no y cómo se ha producido, no puede ser objeto de dicha facultad.
C.- La sumisión a los Principios Generales del Derecho. Tales principios, por
imperativo del artículo 1.4 del Código Civil, informan todo el ordenamiento jurídico y, por
tanto, también la norma habilitante que atribuye la potestad discrecional, de donde deriva
que la actuación de esta potestad ha de ajustarse a las exigencias de aquéllos, dado que la
Administración no está sometida sólo a la Ley sino también al Derecho, como reconoce el
artículo 103.1 de la Constitución.
Control a través de estos Principios Generales del Derecho que se reconducen a un
principio constitucional de orden más general: el principio de interdicción de la arbitrariedad
de los poderes públicos, que recoge el artículo 9.3 de la Constitución. Según el cual, toda
conducta arbitraria está formalmente prohibida a la Administración por la propia
Constitución.
Pudiéndose destacar un triple ámbito según el órgano que lo realiza: control del Gobierno,
control parlamentario y control jurisdiccional.
2.) El Tribunal de Cuentas que según el artículo 136 de la Constitución se define como el
supremo órgano fiscalizador de las cuentas y de la gestión económica del Estado, así como
del sector público. Que dependerá directamente de las Cortes Generales y ejercerá sus
funciones por delegación de ellas en el examen y comprobación de la Cuenta General del
Estado.
Regulándose el Tribunal de Cuentas por la Ley Orgánica 2/1982, de 12 de mayo.
Hay que destacar la existencia en nuestra Comunidad Autónoma de la Cámara de Cuentas
de Andalucía regulada por la ley 1/1988, de 17 de marzo.
b.- el control que sobre la actividad de los poderes públicos que vulnere los derechos y
libertades individuales se prevé que realice fundamentalmente el Tribunal Constitucional.
Por lo que se refiere al primer control, como consecuencia del Principio de legalidad
y de sometimiento de la Administración a la ley, señala el artículo 106.1 de la Constitución
que: “Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación
administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.”
Y concretamente como vienen a disponer el artículo 9.4 de la Ley Orgánica 6/1985,
de 1 de julio, del Poder Judicial, y el artículo 1.1 de la Ley 29/1998, de 13 de julio,
reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa, los Juzgados y Tribunales del
orden contencioso-administrativo conocerán de las pretensiones que se deduzcan en
relación con la actuación de las Administraciones Públicas sujeta al Derecho Administrativo,
con las disposiciones generales de rango inferior a la ley y con los Decretos-legislativos
cuando excedan los límites de la delegación.
El orden jurisdiccional contencioso-administrativo conocerá de las cuestiones que se
susciten en relación con:
a) La protección jurisdiccional de los derechos fundamentales, los elementos reglados y la
determinación de las indemnizaciones que fueran procedentes, todo ello en relación con los
actos del Gobierno o de los Consejos de Gobierno de las Comunidades Autónomas,
cualquiera que fuese la naturaleza de dichos actos.
b) Los contratos administrativos y los actos de preparación y adjudicación de los demás
contratos sujetos a la legislación de contratación de las Administraciones públicas.
c) Los actos y disposiciones de las Corporaciones de Derecho público, adoptados en el
ejercicio de funciones públicas.
d) Los actos administrativos de control o fiscalización dictados por la Administración
concedente, respecto de los dictados por los concesionarios de los servicios públicos que
impliquen el ejercicio de potestades administrativas conferidas a los mismos, así como los
actos de los propios concesionarios cuando puedan ser recurridos directamente ante este
orden jurisdiccional de conformidad con la legislación sectorial correspondiente.
e) La responsabilidad patrimonial de las Administraciones públicas, cualquiera que sea la
naturaleza de la actividad o el tipo de relación de que derive, no pudiendo ser demandadas
aquellas por este motivo ante los órdenes jurisdiccionales civil o social, aun cuando en la
producción del daño concurran con particulares o cuenten con un seguro de
responsabilidad.
f) Las restantes materias que le atribuya expresamente una Ley.
Y por lo que se refiere al control de las actividades administrativas que lesionen los
derechos y libertades fundamentales, el artículo 53.2 de la Constitución señala que:
“Cualquier ciudadano podrá recabar la tutela de las libertades y derechos reconocidos en el
artículo 14 y en la Sección 1ª del Capítulo II del Título I de la Constitución ante los
Tribunales ordinarios por un procedimiento basado en los principios de preferencia y
sumariedad y, en su caso, a través del recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional.
Este último recurso será aplicable a la objeción de conciencia reconocida en el artículo 30
de la Constitución.” Siendo por tanto dos los procedimientos establecidos:
1.- Procedimiento ante los Tribunales ordinarios regulado en los artículos 114 y
siguientes de la Ley reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa, dedicados a
regular el procedimiento especial para la protección de los derechos fundamentales de la
persona.
2.- Recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, que están legitimados
para interponerlo, según el artículo 162.1.b. de la Constitución, “toda persona natural o
jurídica que invoque un interés legítimo, así como el defensor del pueblo y el ministerio
fiscal”, y que se regula en los artículos 41 y siguientes de la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de
octubre, del Tribunal Constitucional. Pudiendo interponerse, siempre que se haya agotado la
vía judicial procedente, contra las disposiciones, actos jurídicos o simple vía de hecho del
gobierno, de los órganos ejecutivos colegiados de las Comunidades Autónomas o de sus
autoridades o funcionarios.
Siendo anulables los actos dictados en desviación de poder, según el artículo 48.1
de la LPAC y el señalado artículo 70 de la LJCA.
Si se trata de una disposición administrativa (Real Decreto, Orden Ministerial, etc.)
será nula de pleno Derecho (artículo 47.2 LPAC)
un principio al que puede llamarse de 'paz jurídica', y que de un modo muy simple puede
esquematizarse como sigue. Cualquier sujeto que pretenda alterar frente a otro la situación
de hecho existente (statu quo) no puede hacerlo por propia autoridad; si el otro sujeto no
aceptase de grado esa alteración, tiene la carga de someter su pretensión a un Tribunal, el
cual la valorará desde la perspectiva del Derecho y la declarará conforme o no con éste,
dándole en el primer caso fuerza ejecutoria, esto es, una virtud especial que la hace
indiscutible y de cumplimiento forzoso para la parte obligada. A su vez, si esta resolución
ejecutoria no fuese cumplida de grado, tampoco el sujeto beneficiado con la misma podrá
imponerla a la otra parte por su propia coacción privada, sino que deberá impetrar el
respaldo coactivo mediante una segunda pretensión dirigida al Tribunal, el cual dispondrá la
asistencia de la coacción pública (única legítima) si se acredita que, en efecto, la resolución
que trata de imponerse goza de fuerza ejecutoria. La primera carga de sometimiento a un
Tribunal es la carga de juicio declarativo; la segunda, la de un juicio ejecutivo.”
Pues bien, la situación de la Administración Pública, comparada con la de los
ciudadanos, es justamente la contraria, puesto que, como hemos dicho, no precisa del
concurso de la autoridad judicial para alterar las situaciones de hecho existentes, ni para
imponerlas. Así, podríamos distinguir dos tipos de autotutela: la declarativa, consistente en
el privilegio de la Administración de emitir decisiones (actos) capaces de crear, modificar o
extinguir derechos y deberes de los administrados sin el concurso de los Tribunales y sin el
consentimiento de los destinatarios; y la ejecutiva, por la cual estas decisiones pueden ser
impuestas por la Administración Pública, incluso coactivamente (ejecución forzosa), sin
precisar la aprobación judicial ni el consentimiento de los destinatarios. La autotutela tiene
sus límites, derivados del respeto a los derechos fundamentales, como, por ejemplo, la
necesaria autorización judicial de entrada en el domicilio para ejecutar decisiones
administrativas (art. 100.3 LPAC), que corresponde a los Juzgados de lo Contencioso-
Administrativo (art. 8.5 LJCA), así como los supuestos de suspensión de la ejecución de los
actos en vía de recurso administrativo o contencioso-administrativo.
A todo ello hace referencia la LPAC en el Capítulo VII del Título IV (artículos 97 a
105), señalando que “Los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho
Administrativo serán inmediatamente ejecutivos, salvo que:
a) Se produzca la suspensión de la ejecución del acto.
b) Se trate de una resolución de un procedimiento de naturaleza sancionadora contra la
que quepa algún recurso en vía administrativa, incluido el potestativo de reposición.
c) Una disposición establezca lo contrario.
GAEFYC
Agosto 2016