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Guerras y Conflictos Actuales

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International Crisis Group

COMMENTARY / GLOBAL 01 ENERO 2024

10 conflictos para tener en la mira en 2024

“Cada vez más líderes persiguen sus objetivos militarmente. Más aún creen que podrán salirse
con la suya.”

El año 2024 comienza con guerras ardiendo en Gaza, Sudán y Ucrania, y las labores para el
restablecimiento de la paz en crisis. En todo el mundo, los esfuerzos diplomáticos para acabar
con los enfrentamientos están fracasando. Cada vez más líderes persiguen sus objetivos
militarmente y más aún creen que podrán salirse con la suya.
Desde aproximadamente el año 2012 el número de guerras ha ido creciendo, después de una
disminución en la década de 1990 y principios de la década de 2000. Primero surgieron
conflictos en Libia, Siria y Yemen, desencadenados por las revueltas árabes de 2011. La
inestabilidad en Libia se extendió hacia el sur, lo que contribuyó a una crisis prolongada en la
región del Sahel. Después vino una nueva ola de conflictos importantes: la guerra azerbaiyano-
armenia de 2020 sobre el enclave de Nagorno-Karabaj, semanas después comenzaron los
horribles enfrentamientos en la región de Tigray en el norte de Etiopía, el conflicto provocado
por el golpe de Estado del ejército de Birmania en 2021 y la invasión de Rusia a Ucrania en
2022. A estos se suman la devastación en Sudán y Gaza en 2023. Alrededor del mundo, a
diferencia de otras décadas, más personas están muriendo en combates, siendo desplazadas de
sus hogares o necesitando ayuda para salvar sus vidas.
En algunos conflictos, la construcción de la paz es inexistente o muestra escasos avances. La
junta militar en Birmania y los oficiales que han tomado el poder en el Sahel están decididos a
acabar con sus rivales. En Sudán, posiblemente la peor guerra en términos de número de
personas asesinadas y desplazadas en la actualidad, los esfuerzos diplomáticos liderados por EE.
UU. y Arabia Saudita fueron desordenados y poco entusiastas durante meses. El presidente ruso,
Vladimir Putin, considerando el menguante apoyo occidental a Kiev, busca forzar a Ucrania a
rendirse y desmilitarizarse, condiciones que son comprensiblemente inaceptables para los
ucranianos. En todos estos lugares, la diplomacia, como tal, se ha centrado en gestionar las
consecuencias: negociar el acceso humanitario o el intercambio de prisioneros, o llegar a
acuerdos como el que permitió que el grano ucraniano llegara a los mercados globales a través
del Mar Negro. Estos esfuerzos, aunque son vitales, no son un sustituto para las conversaciones
políticas.
Donde han terminado las hostilidades, la calma se debe menos a negociaciones que a victorias
en el campo de batalla. En Afganistán, los talibanes tomaron el poder mientras las tropas
estadounidenses se retiraban, sin negociar con los rivales afganos. El primer ministro etíope
Abiy Ahmed llegó a un acuerdo a finales de 2022 con líderes rebeldes que puso fin a la guerra
en Tigray, pero fue más una consolidación de la victoria de Abiy que un acuerdo sobre el futuro
de la región. El año pasado, Azerbaiyán recuperó el control de Nagorno-Karabaj; su ofensiva en
septiembre finalizó lo que la guerra de 2020 comenzó, poniendo fin a un enfrentamiento de 30
años sobre el enclave y forzando un éxodo de armenios.
Las guerras en Libia, Siria y Yemen también se han apagado, pero sin un acuerdo duradero entre
las partes o incluso, en Libia y Siria, una vía política que merezca ser llamada así. De hecho, en
realidad, las partes beligerantes están esperando una oportunidad para apoderarse de más tierras
o poder.
No es ninguna novedad que las partes beligerantes quieran vencer a sus rivales. Sin embargo, en
la década de 1990, una serie de acuerdos pusieron fin a conflictos en lugares como Camboya,
Bosnia, Mozambique y Liberia. Estos acuerdos eran imperfectos y a menudo implicaban
concesiones desagradables. Un período marcado por el genocidio en Ruanda y la violencia en
los Balcanes difícilmente puede ser romantizado como la era dorada de la construcción de paz.
Aun así, la sucesión de acuerdos parecía señalar un futuro en el cual una política más tranquila
después de la Guerra Fría daba mayor lugar para la diplomacia. Durante la última década, este
tipo de acuerdos han sido escasos y poco frecuentes. (El acuerdo de Colombia en 2016 para
poner fin a su larga guerra civil y el acuerdo de Filipinas en 2014 con los rebeldes en la región
de Bangsamoro son casos atípicos y, de alguna manera, legados de otra era).
El espantoso giro de los últimos meses en Israel-Palestina es quizás la ilustración más cruda de
esta tendencia. Los esfuerzos por lograr la paz allí se desvanecieron hace años, y los líderes
mundiales en gran medida apartaron la mirada del conflicto. Varios gobiernos árabes firmaron
acuerdos mediados por EE. UU. con Israel, los cuales en su mayoría ignoraron la difícil
situación de los palestinos. Israel continuó apropiándose de más territorio palestino, y los
colonos actuando de forma cada vez más brutal, a menudo en colaboración con el ejército
israelí. La ocupación se tornó aún más cruel. Las esperanzas de los palestinos de lograr la
autonomía estatal se desvanecieron, al igual que la credibilidad de sus líderes que habían
apostado por la cooperación con Israel. Nada puede justificar el violento ataque de los militantes
palestinos el 7 de octubre. Pero el conflicto israelí-palestino no comenzó ese día. Ahora, el
ataque liderado por Hamás y la represalia de Israel en Gaza, un ataque que ha arrasado gran
parte del territorio y que podría plausiblemente expulsar a muchos de sus habitantes, podría
eliminar la esperanza de paz para toda una generación.
El problema ... se centra en la política global.
Entonces, ¿qué está saliendo mal? El problema no radica en la práctica de la mediación o los
diplomáticos involucrados. Más bien, se centra en la política global. En un momento de cambio,
las limitantes sobre el uso de la fuerza, incluso para la anexión de territorios y la limpieza
étnica, se están desmoronando.
El colapso de las relaciones entre Occidente y Rusia, junto con la creciente competencia entre
China y EE. UU., tienen gran parte de la responsabilidad. Incluso en crisis en las que no están
directamente involucradas, las grandes potencias discuten sobre lo que debería implicar la
diplomacia y si (o cómo) respaldarla.
La incertidumbre sobre EE. UU. también contribuye. El poder estadounidense no va en caída
libre, y su declive relativo con respecto a otros países no necesariamente anuncia desorden. De
hecho, sería engañoso exagerar la influencia que EE. UU. alguna vez tuvo como hegemonía;
pasar por alto sus desaventuras desestabilizadoras en Irak, Libia y otros lugares, o restar
importancia a su fuerza militar actual. Los últimos dos años ofrecen suficiente evidencia del
poder de EE. UU., tanto para el bien, al ayudar a Ucrania a defenderse, como para el mal, al
brindar un apoyo casi incondicional a la destrucción de Gaza por parte de Israel. El problema
radica más en la disfunción política de EE. UU. y sus vaivenes, lo cual aporta volatilidad a su
papel global. Unas elecciones potencialmente divisivas en 2024 y el posible regreso del
expresidente de EE. UU., Donald Trump, cuya preferencia por líderes autoritarios y desdén por
los aliados tradicionales ya inquietan a gran parte de Europa y Asia, y hacen que el próximo año
sea especialmente inquietante.
Varios países no occidentales de media potencia se han vuelto más asertivos. Que Brasil, las
monarquías del Golfo, India, Indonesia y Turquía (por nombrar solo algunos) disfruten de más
influencia no es algo malo en sí. Hasta cierto punto, la negativa de los países de poder medio a
alinearse ordenadamente detrás de las grandes potencias competidoras sirve como una especie
de restricción sobre esos gobiernos. Pero especialmente en Oriente Medio y partes de África, las
potencias regionales se han vuelto más activas en guerras, argumentando que las grandes
potencias han hecho esto durante mucho tiempo, prolongando así los enfrentamientos. Las
partes que están en conflicto hoy tienen más opciones a las que recurrir en busca de respaldo
político, fondos y armas. Los pacificadores deben lidiar no solo con los beligerantes en el
terreno, sino también con patrocinadores externos que ven las luchas locales a través del prisma
de rivalidades más amplias.
Los peligros van más allá del costo humano de las guerras. Los líderes, fortalecidos por
victorias en casa, pueden no detenerse ahí. Los diplomáticos en la región del Cáucaso temen que
Azerbaiyán, al haber triunfado en Nagorno-Karabaj, ahora busque desafiar las fronteras de
Armenia en un intento de obtener concesiones de su gobierno sobre una ruta de tránsito a través
del sur del país. Los líderes del Cuerno de África temen que Abiy, habiendo recientemente
obtenido su triunfo en Tigray, pueda usar la fuerza para buscar una ruta renovada para su país
sin litoral, a través de Eritrea hasta el Mar Rojo. Las probabilidades de que cualquiera de estas
situaciones ocurra, aunque aún sean bajas, son lo suficientemente elevadas como para causar
incomodidad. La norma de no agresión que durante décadas sustentó el orden global está
desgarrándose en parte gracias al intento de Rusia de anexar más territorio de Ucrania. En 2024,
el riesgo de que los líderes vayan más allá de reprimir la disidencia en casa o intervenir en el
extranjero a través de intermediarios, llegando a invadir a sus vecinos es más grave de lo que ha
sido en años.
El peligro de una conflagración más amplia también eclipsa la lista de este año.
El peligro de una conflagración más amplia también eclipsa la lista de este año. Las principales
potencias tienen fuertes incentivos para no enfrentarse entre sí, pero más conflictos están
ocurriendo y las tensiones aumentan a lo largo de las fronteras más peligrosas del mundo,
incluyendo Ucrania, el Mar Rojo, Taiwán y el Mar del Sur de China. Las conversaciones
casuales sobre una guerra en Beijing, Moscú y Washington hacen que se corra el riesgo de
normalizar el costo casi incalculable de un enfrentamiento que involucre a EE. UU. y a China o
a Rusia.
Parece poco probable que los líderes mundiales, dadas sus divisiones, reconozcan cuán
peligrosas se han vuelto las cosas, reafirmen colectivamente su creencia en la no modificación
de fronteras por la fuerza y dediquen más energía a forjar acuerdos en lugares devastados por la
guerra, donde los beligerantes sean llevados ante la justicia y civiles, sin sangre en sus manos,
tomen el control.
Probablemente, lo mejor que podemos esperar este año son pequeños avances. La diplomacia
fuera de las zonas de guerra puede ayudar. Un punto positivo en 2023 fue el acercamiento entre
Irán y Arabia Saudita, resultado de la mediación iraquí, omaní y china, que reduce la rivalidad
que durante años ha alimentado guerras árabes. Los líderes turcos y griegos, recién salidos de
elecciones y asustados por la invasión de Rusia a Ucrania, han buscado reparar las tensas
relaciones debido a la disputa de largo recorrido entre ambos países sobre el Mar Egeo. Una
cumbre bien coordinada entre el presidente de EE. UU., Joe Biden, y el presidente chino, Xi
Jinping, a finales de 2023 redujo un poco la tensión en la relación bilateral más importante del
mundo. Incluso en medio del desorden, los líderes pueden ver beneficios en calmar las aguas y
fortalecer las barreras de seguridad en las áreas de mayor riesgo del mundo.
En los campos de batalla, sin embargo, es más difícil. Aquí más bien se trata de identificar
oportunidades para detener los combates y mitigar el sufrimiento a medida que surge, y redoblar
esfuerzos para evitar que los conflictos se propaguen. Eso, casi con certeza, implica aceptar
acuerdos defectuosos entre las partes en disputa como la mejor opción ante la prolongación de
la guerra y trabajar con aquellos involucrados para hacer que los acuerdos sean más propensos a
perdurar. Hoy en día, tiene poco sentido excluir a aquellos que, ya sea en el terreno o desde
lejos, están detrás de la violencia, pero también son esenciales para ponerle fin. Idealmente, los
líderes mundiales también prestarían la atención necesaria a los conflictos supuestamente
congelados antes de que sea demasiado tarde, como ilustra la tragedia en Gaza.
En otras palabras, cabe esperar lo mejor, pero hoy en día la construcción de la paz se trata
principalmente de evitar lo peor. Como muestra la lista de este año, eso, por sí mismo, no sería
algo insignificante.
10 conflictos para monitorear en 2024
Gaza
Guerra ampliada en el Medio Oriente
Sudán
Ucrania
Birmania&
Etiopía
El Sahel
Haití
Armenia-Azerbaiyán
EE. UU.-China

Gaza
El ataque liderado por Hamás el 7 de octubre y la posterior destrucción de Gaza por parte de
Israel han llevado el conflicto israelí-palestino, que dura ya décadas, a un terrible nuevo
capítulo. Casi tres meses después, está cada vez más claro que las operaciones militares de
Israel no acabarán con Hamás, como argumentan los líderes israelíes, y que intentar hacerlo
podría acabar con lo que queda de Gaza.
El horror y la magnitud del 7 de octubre, que vio a militantes palestinos masacrar en Israel a
más de 1.100 personas, en su mayoría civiles y tomar más de 200 rehenes, han dejado a los
israelíes traumatizados, con su sentido de seguridad destrozado. La desconfianza que muchos
sentían hacia el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, antes del ataque, se ha
profundizado debido al fracaso de su gobierno en prevenirlo. Aun así, los israelíes están
abrumadoramente de acuerdo con Netanyahu en que no pueden convivir con Hamás.
Consideran que la amenaza que representa es demasiado grave.
La campaña de Israel en Gaza, un enclave costero densamente poblado gobernado por Hamás y
bloqueado por Israel y Egipto durante dieciséis años, comenzó poco después del ataque del 7 de
octubre. Israel sitió la franja durante semanas antes de permitir una limitada entrada de ayuda.
El intenso bombardeo y las llamadas a los residentes del norte del enclave, incluida la Ciudad de
Gaza, para evacuar hacia el sur, labraron el camino para las operaciones terrestres que vieron a
las tropas rodear y luego entrar en la Ciudad de Gaza. A finales de noviembre, una breve pausa,
mediada por Catar con el apoyo de EE. UU. y Egipto, dio lugar a que Hamás liberara a 105
rehenes (81 israelíes y 24 de otros países) e Israel liberara a 240 palestinos detenidos en sus
cárceles. El 1 de diciembre se reanudó el ataque, con operaciones terrestres también en el sur de
Gaza. El intenso bombardeo y los enfrentamientos continúan en toda la franja.
Las operaciones israelíes han sido devastadoras, acabando con gran parte de la franja; matando
a más de 20 000 palestinos; exterminando generaciones enteras de familias, y dejando a un
número incalculable de niños muertos, mutilados o huérfanos. Israel ha lanzado cargas
explosivas masivas, incluidas bombas de 2000 libras, en áreas densamente pobladas. (Para
comparación, la coalición que luchaba contra el Estado Islámico en Irak y Siria dudaba antes de
arrojar bombas de un cuarto de ese tamaño en áreas menos pobladas). Los informes sugieren
que la destrucción es de un ritmo y escala sin precedentes en la historia reciente. Según la ONU,
más del 85 por ciento de los 2,3 millones de habitantes de Gaza han abandonado sus hogares, y
advierte también de un colapso del orden público, hambruna y enfermedades infecciosas, que
las agencias de ayuda dicen podrían cobrar más vidas que las operaciones militares. Muchos
palestinos, algunos ya desplazados varias veces, han huido más al sur hacia campamentos
improvisados a lo largo de la frontera egipcia. Algunos funcionarios israelís dicen abiertamente
que esperan que las condiciones en Gaza lleven a los palestinos a abandonar la región; mientras
Israel niega que esto sea una política oficial.
Los palestinos que huyen del norte de Gaza se dirigen hacia el sur mientras los tanques israelíes
se adentran más en el enclave, en medio del conflicto en curso entre Israel y Hamás, en la
Franja central de Gaza, 10 de noviembre de 2023. REUTERS / Ibraheem Abu Mustafa
Israel también ha impuesto un cierre sobre la ocupada Cisjordania. Ha intensificado el ritmo y la
agresividad de sus operaciones de seguridad allí, ya sea como represalia por el ataque de
octubre o para prevenir ataques palestinos, como argumentan los funcionarios israelíes. Los
israelíes allí asentados (respaldados y armados por el gobierno de Netanyahu, que cuenta con
varios ministros que son colonos) han intensificado la violencia contra los palestinos, forzando a
salir a los habitantes de varias aldeas, en lo que grupos israelíes e internacionales de derechos
humanos están llamando actos de desplazamiento forzado.
Hasta ahora, el gobierno de EE. UU. ha respaldado a Israel casi incondicionalmente. Los
funcionarios estadounidenses argumentan que Washington está empleando una estrategia de
“abrazo de oso” para ejercer influencia: apoyo en público para influir en los líderes israelíes en
privado. La diplomacia estadounidense ayudó a lograr la pausa en los combates de noviembre y
quizás ha moderado algunas tácticas israelíes, aunque el costo en Gaza sugiere que no mucho.
En las últimas semanas, los funcionarios estadounidenses han comenzado a cuestionar más
abiertamente el costo y la duración de la campaña. Sin embargo, Biden se ha negado a pedir un
alto el fuego, y a principios de diciembre, EE. UU. vetó una resolución del Consejo de
Seguridad de la ONU que lo exigía (dos semanas después, el consejo aprobó un texto opaco que
menciona un cese de hostilidades sin instar a las partes a buscar uno). Biden también rechaza
condicionar la ayuda militar de EE. UU. a Israel. La mayoría del mundo ve a Washington como
cómplice en la devastación de la Franja.
Netanyahu ha proporcionado pocos detalles sobre su objetivo final para Gaza, excepto que
Israel retendrá el control de la seguridad sobre la Franja. Rechaza la idea, promovida por
Washington, de que la Autoridad Palestina, que gobierna parte de Cisjordania y está dominada
por Fatah, el principal rival palestino de Hamás, pueda desempeñar un papel en la
gobernabilidad de Gaza después de la guerra. Sostiene que Israel luchará hasta eliminar a
Hamás. (Una decisión del gabinete al comienzo de la guerra especificaba objetivos de guerra
menos amplios: destruir las capacidades militares y de gobierno de Hamás). Netanyahu afirma
que los avances militares ayudan a asegurar la liberación de rehenes. Sin embargo, su gobierno
evidentemente está priorizando los avances sobre los rehenes. El 15 de diciembre, soldados
israelíes dispararon a tres rehenes civiles retenidos por Hamás, que estaban medio desnudos y
levantando una bandera blanca, lo que llevó a sus familias y a las familias de otros rehenes a
intensificar las protestas en Tel Aviv.
En realidad, hasta ahora hay pocas señales de que Israel pueda acabar con Hamás. Incluso
destruir sus brigadas será una tarea difícil; y pase lo que pase, el movimiento político y social
más amplio sobrevivirá, y la resistencia armada continuará en alguna forma mientras persista la
ocupación. Las fuerzas israelíes afirman haber desmantelado la infraestructura militar, incluidos
muchos de los túneles subterráneos de Gaza, y haber matado quizás a 8000 combatientes de
Hamás y detenido a miles más. Si esa cifra es precisa, representa menos de la mitad del ala
armada del grupo. En la Ciudad de Gaza, que se supone está ahora bajo control israelí,
continúan las emboscadas por parte de militantes, lo que sugiere que Hamás sigue operativo. Al
parecer, Washington espera que instar a Israel a mejorar la protección civil resultará en una
campaña más precisa. Pero Gaza es demasiado pequeña y Hamás está muy entremezclada con la
población civil. No existe ningún argumento creíble que demuestre que las atrocidades que
sufrieron los israelíes el 7 de octubre justifican la destrucción causada en la Franja y su
sociedad, y mucho menos para un fin que parece cada vez más inalcanzable.
En su lugar, Washington debería presionar de manera más urgente por otra tregua, que lleve a la
liberación de todos los rehenes retenidos por Hamás a cambio de prisioneros palestinos.
Acuerdos provisionales para Gaza, que serían aún más difíciles de negociar, podrían llevar al
retiro de tropas israelíes, el levantamiento del bloqueo y garantías de potencias externas para un
cese al fuego prolongado. Hamás debería renunciar a cualquier papel en el gobierno en favor de
alguna forma de autoridad palestina temporal. Algunos funcionarios árabes sugieren la
posibilidad de que los líderes militares de Hamás o incluso los combatientes abandonen Gaza.
Idealmente, disposiciones provisionales para la Franja prepararían el camino hacía esfuerzos
renovados para reactivar alguna vía política más amplia entre israelíes y palestinos, aunque los
obstáculos son considerables. Más israelíes comparten ahora el rechazo de Netanyahu hacia el
establecimiento de un Estado palestino, o al menos piensan que no es el momento de volver a
plantear esa opción. Los líderes de la Autoridad Palestina son denigrados por los palestinos
como incompetentes y corruptos. Las negociaciones requerirían que los líderes mundiales
realicen esfuerzos mucho mayores de las que han hecho en los últimos años.
Dado el estado actual de las cosas, el escenario más probable incluye operaciones importantes
que duren semanas (quizás meses), seguidas por una campaña continua y menos intensa durante
la cual Gaza permanecerá en un limbo. Una ocupación militar prolongada parece probable,
incluso si Netanyahu niega que sea su intención. Las fuerzas israelíes mantendrán el control de
grandes áreas de la Franja y continuarán con las redadas, mientras los palestinos se amontonan
en zonas cada vez más pequeñas, llamadas supuestamente zonas seguras o campamentos,
sobreviviendo en la medida de lo posible por el apoyo de las agencias humanitarias.
La situación podría empeorar. A pesar de la determinación de Egipto de mantener a los
palestinos en el lado de Gaza de la frontera, no es descabellado imaginar a refugiados cruzando,
especialmente si la campaña se prolonga y el ataque de Israel se extiende a operaciones
terrestres y un bombardeo más intenso de la ciudad fronteriza de Rafah. Los palestinos y gran
parte del mundo árabe verían eso como una repetición de la Nakba de 1948, cuando cientos de
miles de palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares en lo que ahora es Israel, y
muchos de ellos terminaron en Gaza o países vecinos.
En general, es más probable que la continuación de la guerra no marque el comienzo de los
esfuerzos por revivir un proceso de paz, como afirman algunos líderes occidentales, sino el fin
de cualquier vía política reconocible. Nunca en la sombría historia del conflicto, la paz ha
parecido más lejana.
Guerra ampliada en el Medio Oriente
Ni Irán y sus aliados no estatales ni EE. UU. e Israel desean un enfrentamiento regional, pero
hay muchas maneras en que la guerra entre Israel y Hamás podría desencadenarlo.
En cierto sentido, la guerra juega a favor de Irán. Ha congelado, por ahora, un acuerdo mediado
por EE. UU. que a Irán no le gustaba y que habría llevado a Arabia Saudita a normalizar
relaciones con Israel, el enemigo jurado de Teherán. También ha revelado el alcance del llamado
eje de la resistencia, una coalición de grupos armados respaldados por Irán, como Hezbolá en
Líbano, varias milicias en Irak y Siria, los hutíes en Yemen, además de grupos militantes
palestinos como Hamás y la Yihad Islámica, sobre los cuales Teherán ejerce diferentes grados
de control. Estos grupos han elevado (cuando las tropas terrestres israelíes entraron en Gaza) y
reducido (durante la tregua de una semana en Gaza, cuando se llevaron a cabo intercambios de
rehenes) la tensión de una manera que demuestra que pueden actuar de forma coordinada.
Teherán recibe con agrado el aumento de la rabia dirigida hacia Israel y EE. UU. en todo
Oriente Medio.
Pero la guerra llega en un mal momento para Teherán. Sus relaciones con Washington se habían
calmado después de un período de furia occidental por la represión de las protestas a fines de
2022 y los envíos de armas a Rusia. En agosto, EE. UU. e Irán intercambiaron detenidos, en
paralelo a un entendimiento tácito que implicaba que Teherán disuadiría a las milicias iraquíes y
sirias de atacar a las fuerzas estadounidenses, ralentizando el desarrollo nuclear y cooperando
mejor con los inspectores, supuestamente a cambio de que el gobierno de EE. UU. aliviara la
aplicación de sanciones para ayudar a la golpeada economía de Irán. Ese arreglo ahora está
hecho trizas.
La guerra en Gaza también pone a Irán en una situación difícil. Teherán no quiere que Gaza
ponga en peligro a Hezbolá, un aliado que considera central para lo que llama su “defensa
avanzada”, la disuasión contra un ataque a la República Islámica por parte de Israel o EE. UU.
Sin embargo, al haber afirmado durante años respaldar la causa palestina, Irán y sus aliados
sienten la presión de actuar. Al parecer, Teherán está molesto con el hecho de que Hamás, a
quien financia y arma, haya lanzado el ataque del 7 de octubre en ese momento. A su vez,
Hamás parece frustrado porque Irán no los está ayudando más.
En cuanto a EE. UU., lo último que Biden quiere es una guerra más grande en el Medio Oriente
mientras intenta apoyar a Ucrania, contener a China y hacer campaña para su reelección. El
entendimiento tácito de Washington con Teherán para reducir la fricción el verano pasado tenía
como objetivo posponer una crisis nuclear u de otro tipo en la región, pero sin dar a Irán un
alivio formal de las sanciones y así parecer débil antes de las elecciones estadounidenses de
2024. Washington ha intentado evitar que la guerra se expanda, desplegando dos grupos de
portaaviones en el Mediterráneo e invirtiendo un capital diplomático enorme, aunque Biden
hasta ahora ha rechazado el paso clave, que sería presionar por un alto al fuego, que reduciría
los riesgos más rápidamente.
El punto más peligroso es la frontera entre Israel y Líbano. Desde el 7 de octubre, Hezbolá e
Israel han intercambiado disparos de misiles a un ritmo cada vez mayor, con Hezbolá buscando
mantener ocupadas a las fuerzas militares de Israel por debajo del umbral de la guerra total que
ambos lados combatieron, por un breve período, en 2006.
Esa tensión podría tomar vida propia. Los belicosos líderes de Israel sugieren que después del
ataque del 7 de octubre, Israel no puede arriesgarse a dejar una fuerza militante hostil,
especialmente una que es mucho más potente que Hamás, con un arsenal estimado de 150 000
cohetes, tan cerca de su frontera norte. También hay presión pública para enfrentar a Hezbolá;
más de 100 000 residentes del norte de Israel han sido obligados a evacuar indefinidamente.
En otros lugares, grupos respaldados por Irán han intercambiado disparos con las fuerzas
estadounidenses. En Siria e Irak, las milicias han atacado repetidamente bases e instalaciones
diplomáticas estadounidenses, provocando contraataques de EE. UU. que han matado a
milicianos.
Buques de guerra participan en un ejercicio militar naval conjunto entre Irán, Rusia y China en
el Golfo de Omán, Irán, en esta imagen obtenida por Reuters el 17 de marzo de 2023. Ejército
iraní / WANA (West Asia News Agency)/Handout via REUTERS
Luego están los hutíes, más prescindibles para Irán que Hezbolá y un poco impredecibles. Los
militantes yemeníes han lanzado misiles y drones contra Israel y han atacado buques
comerciales en el Mar Rojo, citando el ataque de Israel a Gaza como su motivo. A mediados de
diciembre, los ataques a dos barcos cerca de Bab al-Mandab, un estrecho que conecta el Mar
Rojo con el Golfo de Adén, hizo que la gigante naviera Maersk y otras empresas detuvieran el
tránsito de sus buques. La formación por parte de EE. UU. y otros gobiernos occidentales de
una fuerza naval para proteger el tráfico marítimo parecía, a finales de diciembre, haber vuelto a
abrir parcialmente la ruta. En algún momento, Israel, EE. UU. o sus aliados podrían perder la
paciencia, atacando no solo a los hutíes sino también a objetivos iraníes, lo que también
complicaría la situación: un barco espía iraní que parezca estar transmitiendo inteligencia sería
un blanco obvio.
Al mismo tiempo, Irán se acerca a obtener la capacidad de construir armas nucleares. Ya puede
enriquecer suficiente uranio para producir un arsenal de cuatro cabezas nucleares en un mes
(aunque aún necesitaría algunas más para fabricar un arma real), y ha reducido la supervisión
del organismo de control de la ONU. Regresar a un acuerdo como el pacto nuclear de 2015 sería
difícil, dadas las mejoras nucleares de Irán desde entonces; sin embargo, a nadie se le ocurre qué
podría reemplazarlo.
Si bien ninguno de los lados quiere la guerra, hay mucho que podría salir mal, en especial
mientras continúa la campaña de Israel en Gaza. Cualquier ataque, ya sea en la frontera
libanesa, Irak, Siria, en el Mar Rojo o el Golfo Pérsico, que mate a grandes números de civiles o
a personal estadounidense, podría desencadenar una espiral de ataques recíprocos.
Si Israel actúa contra Hezbolá, una guerra similar a la de 2006 casi con seguridad
desencadenaría una confrontación más amplia dada la presencia de Irán en la región, y podría
terminar absorbiendo las capacidades de EE. UU. en toda la región.
Como los funcionarios estadounidenses consideran casi todos esfuerzos diplomáticos con
Teherán como tóxicos, que Irán esté acercándose al umbral nuclear presentaría a Washington
solo opciones desagradables: aceptar un amargo adversario con una capacidad nuclear que
sucesivas administraciones han buscado prevenir o intentar revertir, mediante la fuerza, lo que
casi con certeza desencadenaría una confrontación regional que la mayoría de Washington
quiere evitar.
Sudan
En abril, la fricción entre dos facciones militares sudanesas, el ejército y las paramilitares
Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por su sigla en inglés), estalló en una guerra total. Su lucha
desde entonces ha dejado miles de personas muertas, millones más desplazadas y ha llevado a
Sudán al borde del colapso. A medida que la sombra del genocidio vuelve a rondar la región
occidental de Darfur, las RSF, responsables de gran parte de los asesinatos, pueden estar listas
para tomar el control del país.
La guerra tiene sus raíces en las luchas dentro del ejército tras la destitución del dictador Omar
al-Bashir durante una revuelta popular en 2019. Bashir había empoderado a las RSF como una
guardia pretoriana no oficial, tratando de aislarse a sí mismo de amenazas de golpe de Estado.
El líder de las RSF, Mohamed Hamdan Dagalo, también conocido como Hemedti, se hizo
conocido por primera vez como comandante de las milicias Janjaweed que reprimieron
brutalmente las rebeliones en nombre de Bashir en Darfur a mediados de la década de 2000.
A medida que miles de sudaneses salieron a las calles en 2019, Hemedti y el general Abdel
Fattah al-Burhan de las Fuerzas Armadas Sudanesas se unieron para destituir a Bashir y luego
acordaron compartir el poder con un gobierno civil. En octubre de 2021, hicieron a un lado a los
civiles. Bajo la presión de restaurar el gobierno civil, la alianza entre las RSF y el ejército se
volvió más tensa, dando lugar a negociaciones difíciles sobre cómo y cuándo Hemedti integraría
a sus combatientes bajo el mando de Burhan.
A medida que las conversaciones llegaron a su punto culminante a mediados de abril, estallaron
combates en la ciudad capital de Jartum y luego se extendieron. No está claro quién disparó el
primer tiro.
Las primeras batallas destruyeron gran parte de la ciudad. Los combatientes de las RSF, en su
mayoría del oeste de Sudán, tomaron barrios, a menudo realizando saqueos en busca de algún
botín. El ejército, superado en el terreno, bombardeó desde el aire. En Darfur, la guerra se
convirtió en asesinatos étnicos, con las RSF masacrando civiles, en particular en el oeste de
Darfur. Las líneas del frente parecieron estabilizarse durante el verano.
Luego, en octubre y noviembre, las RSF tomaron las principales ciudades de Darfur y surgieron
nuevas historias que describían brutalidades contra los masalit, una comunidad no árabe que las
milicias han acosado durante años. A medida que las fuerzas indisciplinadas de Hemedti
capturaron la mayor parte del oeste, así como gran parte de Jartum y sus alrededores, el ejército
trasladó su centro de mando a Puerto Sudán en el Mar Rojo. En diciembre, las RSF llevaron a
cabo una ofensiva relámpago al este de la capital en el estado que sirve como despensa agrícola
de Sudán, El Gezira. La ciudad de Wad Madani, capital de El Gezira, a la que habían huido
cerca de medio millón de sudaneses, en su mayoría de Jartum, cayó casi sin poner resistencia,
dándole un golpe a la moral del ejército sudanés.
Muchos sudaneses de las regiones periféricas del país se identifican con la retórica de las RSF
que denuncia a las élites gobernantes del país.
La guerra ha desatado un resentimiento más profundo. A pesar de su historial atroz, muchos
sudaneses de las regiones periféricas del país se identifican con la retórica de las RSF que
denuncia a las élites gobernantes del país, aunque algunos también desprecian la depredación de
las fuerzas paramilitares. Por su parte, aquellos de los pueblos ribereños de Sudán que
históricamente han dirigido el Estado desprecian a las RSF.
También hay participación externa. Hay informes que sugieren que las RSF reciben armas de
los Emiratos Árabes Unidos; las fuerzas de Hemedti combatieron con los emiratíes en Yemen,
mientras que el ejército es respaldado principalmente por Egipto. A medida que las RSF
avanzan hacia el este, diplomáticos africanos, árabes y occidentales han expresado el temor de
que el deseo de los Emiratos Árabes Unidos de tener acceso al Mar Rojo pueda jugar un papel.
No está nada claro si el ejército puede reagruparse lo suficiente como para frenar el impulso de
las RSF.
Aunque los generales, y los islamistas aliados de la era de Bashir, a quienes el ejército ha
buscado para obtener apoyo y quienes sienten que tienen más que perder con un acuerdo, se han
resistido durante mucho tiempo a las conversaciones de paz, hay signos de que crece la
desesperación por encontrar una salida. Pero cuanto más débil se vuelva el ejército, menos
ofrecerá Hemedti.
En cuanto a los esfuerzos de mediación, los representantes de las partes se han reunido de
manera intermitente en Yeda, Arabia Saudita, pero ninguno ha negociado de buena fe. Riad y
Washington, que convocaron las conversaciones, han excluido a otros, incluyendo a Abu Dabi y
El Cairo, que son fundamentales para frenar a los beligerantes (aunque recientemente invitaron
a un emisario del bloque regional del Cuerno de África, la Autoridad Intergubernamental para el
Desarrollo).
Abdullah, de 54 años, es un sudanés de Geneina que huyó del conflicto en la región sudanesa de
Darfur con su familia, y construye su refugio temporal en Adre, Chad, el 19 de julio de 2023.
REUTERS / Zohra Bensemra
En diciembre, Washington apoyó el impulso de los jefes de Estado africanos para reunir a
Burhan y Hemedti con el fin de forjar un cese al fuego. Los dos líderes expresaron estar
dispuestos a reunirse, pero no está claro si están listos para hacerlo, y las conversaciones
previstas para el 28 de diciembre fracasaron. Otro desafío es que, durante meses, los
diplomáticos estadounidenses dudaron en forjar un acuerdo entre Hemedti y Burhan por temor a
enojar a los sudaneses que quieren ver que se le dé la espalda a líderes que han llevado al país a
la ruina.
Sin embargo, tal pacto es probablemente un primer paso necesario. Si bien cualquier cese al
fuego tendrá que ampliarse para incorporar a otros y volver al gobierno civil, las RSF y el
ejército no dejarán de luchar si no tienen voz sobre lo que suceda a continuación.
Se necesita una diplomacia mucho más urgente. El colapso de Sudán podría tener repercusiones
durante décadas en toda la región del Sahel, el Cuerno de África y el Mar Rojo. La ventana para
evitar ese resultado se está cerrando.
Ucrania
La guerra entre Rusia y Ucrania se ha convertido en un tema político en Washington, pero lo
que suceda en el campo de batalla definirá el futuro de la seguridad en Europa.
El frente de 600 millas casi no se está moviendo. La contraofensiva de Ucrania se ha reducido,
su ejército ha ganado poco terreno, y mucho menos ha penetrado las defensas rusas en el sur,
como aspiraba Kiev. Los generales ucranianos temen un ataque ruso en el este o norte, aunque
el intento de Rusia a fines de 2023 de tomar la ciudad oriental de Avdivka encontró una feroz
resistencia, lo que sugiere que cualquier avance ruso será una tarea ardua, siempre y cuando
Ucrania tenga suficientes armas.
El Kremlin calcula que el tiempo juega a su favor. Rusia está en pie de guerra, expandiendo su
ejército y gastando masivamente en armamento. A pesar de las sanciones occidentales, Moscú
ha exportado lo suficiente, gracias a las ganancias extraordinarias del petróleo y el gas, para
mantener lleno el cofre de guerra mientras importa lo necesario para que las fábricas de armas
sigan funcionando las 24 horas. El presidente Vladimir Putin ha vinculado el destino de la élite
rusa al suyo propio. Ha consolidado el poder dentro del ejército después del fallido motín en
junio liderado por Yevgeny Prigozhin, líder del Grupo Wagner. El gasto fresco ha recompensado
a una nueva clase de leales. La guerra es fundamental para una nueva narrativa rusa, arraigada
en los valores supuestamente tradicionales, que celebra la lucha como una búsqueda varonil.
El estado de ánimo del país podría cambiar, dado que más de un tercio del presupuesto estatal se
destina a la defensa y varios miles de rusos podrían estar muriendo cada mes en Ucrania. Sin
embargo, por ahora, Putin mantiene el ánimo en alto.
Ucrania enfrenta un sombrío invierno. Los ataques con misiles rusos buscarán cortar el
suministro de calor y vaciar las ciudades. El principal general de Kiev recientemente aludió a un
“estancamiento”, lo que le generó una reprimenda por parte del presidente ucraniano Volodymyr
Zelenskyy. Las municiones escasean, al igual que las reservas de personal. La discordia entre
los funcionarios ucranianos y occidentales es cada vez más evidente. Las altas expectativas para
la contraofensiva significan que Kiev ha pospuesto la preparación del público ucraniano para lo
que parece ser una larga lucha.
Miembros del servicio ucraniano de una primera brigada presidencial Bureviy (Huracán) de la
Guardia Nacional de Ucrania disparan un mortero durante un ejercicio, en medio del ataque de
Rusia contra Ucrania, en la región de Kiev, el 8 de noviembre 2023. REUTERS / Vladyslav
Musiienko
Lo más preocupante para Kiev es el apoyo vacilante en Occidente. Desde el inicio del ataque a
gran escala de Rusia a principios de 2022, las armas de EE. UU. han sido fundamentales para la
defensa de Ucrania. A pesar del apoyo bipartidista en el Congreso de EE. UU., un grupo de
legisladores republicanos está bloqueando un gran paquete de ayuda destinado a apoyar a Kiev
hasta las elecciones presidenciales de EE. UU. en 2024. El expresidente de EE. UU. y presunto
candidato republicano, Donald Trump, ha criticado la ayuda a Ucrania.
La administración Biden aún podría llegar a un acuerdo con los republicanos y, aún si no lo
hace, tiene opciones para suministrar armas a Ucrania sin el Congreso. Pero hacerlo será más
difícil a medida que se acerquen las elecciones. Europa, a pesar de su apoyo retórico, ha sido
lenta en aumentar el suministro, especialmente de municiones. La política también es un
problema ahí. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se opone a la ayuda a Kiev, cuya
votación tendrá lugar a principios de febrero de 2024, aunque a principios de diciembre
permitió, al salir de la sala de reuniones en lugar de votar, que la Unión Europea iniciara las
negociaciones de adhesión para Ucrania, en lo que fue, de hecho, una poderosa señal de apoyo
desde Bruselas.
Al mismo tiempo, hay pocas indicaciones de que las negociaciones con el Kremlin ofrezcan una
salida. Dejando de lado el lúgubre precedente de que Moscú ganó tierras mediante la conquista,
ninguno de los lados está listo para comprometerse. Mientras los funcionarios rusos dicen que
estarán dispuestos a dialogar, otras voces en Moscú y las declaraciones públicas del Kremlin
sugieren que sus objetivos siguen siendo los mismos que cuando lanzaron su guerra total. No
quieren sólo territorio, sino la rendición y desmilitarización de Ucrania bajo un gobierno
sumiso. En cuanto a los líderes ucranianos, están decididos a luchar con o sin el apoyo de EE.
UU. Cualquier acuerdo con Rusia, e incluso sentarse a hablar en estas condiciones, podría
costarle a Zelenskyy su trabajo. Además, el Kremlin tiene todo el incentivo para esperar y ver si
Trump triunfa y surgen mejores oportunidades. Según esto, es poco probable que Putin se
conforme con lo que tiene ahora.
Mantener los canales abiertos con Moscú sigue teniendo sentido, dado los costos y la trayectoria
de la guerra. Después de todo, Kiev y sus aliados occidentales no necesitan aceptar un acuerdo a
menos que le dé a Ucrania un futuro viable y vincule a Rusia en acuerdos de seguridad que la
disuadan de más aventurerismo.
Pero aún parece poco probable. Aunque a algunos estadounidenses les preocupa el costo de la
ayuda, ayudar a Ucrania a mantenerse al menos a salvo vale la pena. Por su parte, Europa,
muchos de cuyos líderes ven la guerra como existencial, debe asumir una mayor carga, pase lo
que pase en Washington.
Si Moscú conquista más territorio de Ucrania, no sería descabellado imaginar que partes de
otras antiguas repúblicas soviéticas estén en la lista de objetivos de Putin.
Birmania
Una ofensiva rebelde que expulsó al ejército de partes del noreste de Birmania y los combates
en otras áreas plantean la amenaza más seria hasta ahora para la junta que tomó el poder hace
casi tres años.
A lo largo de 2023, se estableció un patrón oscuro. Las fuerzas de resistencia, milicias dispersas
que surgieron de las protestas posteriores al golpe de Estado que fueron aplastadas por la junta,
lanzaron emboscadas en todo el país. El ejército de Birmania utilizó ataques aéreos, artillería y
unidades móviles para acabar con la revuelta y castigar a los civiles. Por primera vez en
décadas, la violencia incluyó los llanos de Birmania. El ejército atacó a personas de la mayoría
Bamar, utilizando tácticas salvajes que durante mucho tiempo ha empleado contra grupos
armados étnicos en las tierras altas.
Por su parte, los grupos armados étnicos reaccionaron al golpe de diferentes maneras. Algunos
entrenaron células de resistencia, les proporcionaron armas y refugio a sus líderes. Otros
forjaron alianzas más estrechas con el Gobierno de Unidad Nacional (NUG, por sus siglas en
inglés), un órgano opositor compuesto en su mayoría por legisladores destituidos, incluidos
muchos del partido de la líder civil depuesta Aung San Suu Kyi, a quien los militares tienen
encarcelada. Otros más se mantuvieron al margen o se apegaron a los ceses al fuego con los
militares.
La ofensiva del noreste ha sacudido las cosas. Una coalición preexistente de tres grupos
armados étnicos, la Alianza de los Tres Hermanos, junto con algunas fuerzas de resistencia, se
tomaron varias ciudades, conquistaron decenas de posiciones militares, capturaron tanques y
armas pesadas y cortaron rutas comerciales claves hacia China. Sintiendo la confusión del
ejército, los rebeldes étnicos en otras partes, a menudo uniéndose o incluso bajo la bandera de
grupos de resistencia, lanzaron ataques, se tomaron ciudades, parte de la capital de un estado y
puestos fronterizos en diversas áreas del país. Fuera del noreste, el ejército ha mostrado una
resistencia más fuerte, aunque aún parece estar disminuida.
China es parte de la historia. Beijing quiere combatir los centros de estafa en línea, dirigidos por
criminales transnacionales, que han proliferado en la región del Mekong. Tenía molestia porque
la junta y una fuerza paramilitar aliada no cerraron los centros en una zona fronteriza que
controlaban. Así que Beijing permaneció en silencio mientras un ejército de la Alianza de los
Tres Hermanos capturaba la zona, comprometiéndose a cerrar los centros de estafa. La
proximidad de la zona con China dificulta que la fuerza aérea de Birmania la bombardee.
A nivel más amplio, el presidente chino Xi Jinping todavía resiente el golpe militar de 2021. El
caos resultante ha frenado los megaproyectos planeados por China en Birmania. A Xi le gustaba
Aung San Suu Kyi, quien estableció buenas relaciones de trabajo con Beijing. Desconfía del
ejército de Birmania, especialmente del líder del golpe, Min Aung Hlaing, quien alberga un
fuerte sentimiento antichino, dado el apoyo de Beijing a los grupos armados étnicos en el
noreste de Birmania. Beijing ciertamente no respaldará una rebelión, ya que ve al NUG como
un títere occidental, y bien podría proporcionar un mayor respaldo al régimen si pareciera estar
tambaleándose. Pero ha tolerado los avances rebeldes en el noreste. Ayudó a negociar un cese al
fuego temporal entre el ejército y un grupo rebelde en diciembre, que probablemente
consolidará el control de este último sobre el territorio que ha tomado.
Por ahora, parece probable que la junta se mantenga en el poder. Aunque muchos bamar
muestran una nueva simpatía por las minorías de Birmania, después de haber experimentado la
brutalidad del ejército, es poco probable que los numerosos grupos étnicos armados y las
fuerzas de resistencia posteriores al golpe se unan. Sin embargo, el régimen enfrenta enemigos
decididos en varios frentes. El golpe hizo retroceder décadas al país: los sistemas de salud y
educación se desmoronaron, las tasas de pobreza se dispararon y la moneda se desplomó. Más
de 2,5 millones de personas están desplazadas internamente (además de los cientos de miles de
rohinyás que el ejército expulsó en 2017). Es difícil pensar que la crisis termine en el corto
plazo.
Etiopía
Etiopía comenzó el 2023 con buenas noticias, pero termina con mucho que temer. A principios
de año, una brutal guerra centrada en su región más septentrional, Tigray, estaba llegando a su
fin. Los combates entre rebeldes tigrayanos y fuerzas federales, junto con milicias de la región
de Amhara, la cual limita con Tigray, y tropas eritreas, habían matado a cientos de miles de
personas, según algunas estimaciones, y dejado a muchas más sin alimentos y servicios. Las
fuerzas tigrayanas casi llegan a la capital, Adís Abeba, antes de retirarse precipitadamente. Las
fuerzas federales luego acorralaron gradualmente a los tigrayanos, y el primer ministro etíope,
Abiy Ahmed, llegó a un acuerdo con los líderes de la región para consolidar su victoria. Un
acuerdo en noviembre de 2022 llevó alivio a Tigray, pero preparó el escenario para nuevos
combates en otras partes del país.
En agosto, los rebeldes amharas tomaron brevemente partes de ciudades en esa región antes de
ser repelidos. Establecidos en el campo, realizaban incursiones para atacar a las fuerzas
federales. Las tensiones llevaban mucho tiempo acumulándose entre Abiy y los amharas,
quienes lo respaldaron cuando asumió el poder en 2018 antes de luchar junto a las fuerzas
federales en Tigray. Los amharas resienten el acuerdo de Abiy con Tigray, temiendo que les
devuelva un territorio disputado durante mucho tiempo, conocido como Welkait-Tsegede para
los amharas y Tigray occidental para los tigrayanos, el cual las milicias amharas tomaron
durante la guerra. También acusan al gobierno de Abiy de hacerse el de la vista gorda ante el
asesinato de civiles amharas por etnonacionalistas en la región de Oromía, la más poblada de
Etiopía y la región natal de Abiy, y por generalmente favorecer los intereses oromo frente a los
amharas. Grandes áreas de Amhara prácticamente carecen de gobierno, dado el rechazo popular
hacia los cuadros del partido en el poder alineados con Abiy que dirigen la región.
Personas desplazadas debido a los combates entre las fuerzas del frente de Liberación del
Pueblo de Tigray y la Fuerza de Defensa Nacional de Etiopía (ENDF), fuera de su refugio en el
campamento de Abi Adi, región de Tigray, Etiopía, 24 de junio de 2023. REUTERS / Tiksa
Negeri
Amhara no es la única preocupación de Abiy. También enfrenta una insurgencia arraigada de
rebeldes nacionalistas oromo en su estado natal. Las conversaciones en Tanzania han avanzado,
pero las partes no han logrado llegar a un acuerdo. A nivel más amplio, las élites locales temen
ceder autonomía a un centro tradicionalmente dominante, lo que explica en parte las revueltas
en las tres regiones más poderosas de Etiopía: Amhara, Oromía y Tigray. Abiy debe no sólo
poner fin a las guerras en Amhara y Oromía y mantener la paz en Tigray, sino también construir
consenso sobre el acuerdo más amplio que necesita Etiopía mientras las relaciones interétnicas
se desgastan. Para complicar aún más los desafíos, la economía de Etiopía está en apuros. Más
jóvenes alienados podrían alimentar más inestabilidad.
El deterioro de las relaciones entre Abiy y el presidente eritreo Isaias Afwerki plantea otro
peligro. Isaias también se molestó por el acuerdo de Abiy con Tigray. Había desplegado tropas
con la esperanza de dar un golpe mortal a sus antiguos enemigos; Eritrea libró una guerra
fronteriza de veinte años con Etiopía mientras los tigrayanos estaban a cargo en Adís Abeba.
Los soldados eritreos permanecen en suelo etíope, en violación del acuerdo de paz, y a su vez
Isaias tiene vínculos con fuerzas en Amhara, incluidas en los territorios en disputa.
Las tensiones aumentaron en octubre cuando Abiy afirmó el “derecho” de Etiopía al acceso al
mar, haciendo hincapié en sus reclamaciones históricas a la costa del Mar Rojo. Los líderes
regionales interpretaron sus comentarios, que Abiy había expresado durante mucho tiempo en
privado, como una amenaza implícita de apoderarse de parte de Eritrea, cuya secesión de
Etiopía en 1991 dejó a este último sin acceso al mar. Desde entonces, Abiy ha prometido
públicamente no invadir, aunque sin aliviar las tensiones. Etiopía puede no estar planeando una
acción militar inminente, pero con la desconfianza en aumento y ambas partes movilizando
fuerzas y acumulando armamento, los enfrentamientos accidentales corren el riesgo de
desencadenar una confrontación con costos asombrosos.
El Sahel
En 2023, el ejército de Níger derrocó a Mohamed Bazoum, un presidente reformista amistoso
con Occidente, consolidando el dominio militar en toda la región del Sahel, después de golpes
de Estado en Malí y Burkina Faso. Los oficiales en el poder han prometido frenar la violencia
que desgarra el campo, pero más allá de cambiar de socios extranjeros y comprar nuevas armas,
han ofrecido pocas ideas nuevas, y en lugar de eso, insisten en ofensivas que llevan años
fracasando.
La ola de golpes de Estado anuncia un nuevo capítulo en una crisis que se remonta al menos a
2012. En ese entonces, los rebeldes seminómadas tuareg, junto con yihadistas vinculados a Al-
Qaeda, tomaron el control del norte de Malí. Los yihadistas luego dejaron de lado a sus antiguos
socios, manteniendo el control del norte durante la mayor parte del año antes de ser repelidos
por una fuerza liderada por Francia. En 2015, varios grupos armados del norte de Malí,
incluidos rebeldes y elementos progubernamentales, firmaron un acuerdo de paz con Bamako.
Ese acuerdo preveía la descentralización del poder, el desarrollo del norte y la incorporación de
algunos de los grupos armados al ejército.
Desde entonces, la dilación de Bamako y las disputas entre los signatarios han obstaculizado los
esfuerzos para poner en práctica el acuerdo. Mientras tanto, los yihadistas, que no firmaron el
acuerdo, tomaron grandes extensiones del centro de Malí y gran parte de Burkina Faso,
extendiendo su alcance incluso a rincones del norte de la costa de África Occidental. Los
ejércitos del Sahel, las fuerzas contrainsurgentes francesas y los cascos azules de la ONU no
pudieron detener su avance. Las milicias locales, en algunos casos armadas por gobiernos
regionales, se multiplicaron, luchando contra los yihadistas y alimentando una violencia
creciente.
La exasperación popular por la inseguridad impulsó en parte los golpes y el apoyo a los líderes
de la junta. En 2020 y 2021, un grupo de coroneles liderados por Assimi Goïta llevaron a cabo
sucesivos golpes de Estado en Malí, consolidando el poder. Los golpes siguieron en Burkina
Faso, provocados por la indignación por las masacres yihadistas de soldados, y luego en Níger.
Los gobiernos militares han cambiado drásticamente las relaciones exteriores de la región. Las
relaciones de los tres países con algunas capitales de África Occidental son tensas. París retiró a
sus soldados debido al creciente sentimiento antifrancés. La junta militar de Malí se ha acercado
a Rusia, especialmente al grupo mercenario Wagner, y expulsó a las fuerzas de la ONU. En
Burkina Faso, la presencia rusa es menor, pero parece ir en aumento y podría implicar la
protección personal de los líderes militares. Las juntas han formado su propia alianza, con la
esperanza de disuadir la intervención extranjera. (La comunidad regional, ECOWAS, amenazó
con desplegar tropas en Níger para restablecer a Bazoum, aunque el esfuerzo no se materializó y
casi con seguridad habría tenido consecuencias negativas). No parecen estar dispuestos a ceder
el poder a civiles. En Malí, Goïta mismo podría postularse para el cargo; las autoridades de
Burkina Faso no especifican cuándo se celebrarán las elecciones; la junta de Níger ha
presentado vagos planes de transición, aunque eso también podría reflejar discordias internas.
Entre los jóvenes en ciudades y pueblos, los líderes militares siguen siendo populares, pero esto
se debe menos a sus servicios públicos que a su retórica sobre la soberanía, que se basa en el
resentimiento persistente hacia Francia. Además, no se han cumplido los peores escenarios que
algunos funcionarios europeos pensaron que un retiro de sus fuerzas podía presagiar, como el
colapso estatal que podría culminar en avances yihadistas hacia Bamako o Uagadugú.
Sin embargo, las nuevas autoridades están recurriendo a un enfoque militar que, en muchos
aspectos, es similar a lo que ocurrió anteriormente. Pero, ahora aún más civiles están en la línea
de fuego. Todas las partes tienen las manos manchadas de sangre. Las fuerzas de Wagner están
implicadas en abusos particularmente crueles en Malí. La junta burkinesa ha intensificado su
armamento u organización de fuerzas irregulares, y ellos, el ejército y los yihadistas al parecer
han perpetrado asesinatos masivos. Además, como si luchar contra los islamistas no fuera
suficiente, los líderes de Malí han iniciado otra disputa con algunos de los firmantes del acuerdo
de paz de 2015. A finales de 2023, el ejército se trasladó a Kidal, la sede de los rebeldes tuareg
(aunque muchos tuaregs también se han unido a grupos progubernamentales y yihadistas, así
como a grupos separatistas), luchando contra los rebeldes en la marcha y ocupando bases de la
ONU recién desocupadas.
Lo que sucederá a continuación es incierto. Los jefes del ejército creen que su avance hacia
Kidal ha sido una victoria simbólica importante, al recuperar un territorio que durante años ha
estado fuera de los límites, y que ha aportado más que años de negociaciones. Piensan que el
nuevo equipo, incluidos drones de Turquía, les da ventaja. Los rebeldes se han retirado, pero,
con una amplia experiencia guerrillera, parece improbable que renuncien tranquilamente.
Algunos rebeldes tienen lazos familiares con el líder local de Al-Qaeda, Iyad ag-Ghali, un ex
separatista tuareg convertido en yihadista, que ahora dice ser un defensor contra el ejército y
Wagner. Una filial local del Estado Islámico, que combate tanto al ejército como a Al-Qaeda, ha
extendido su alcance al norte de Malí. La incursión de la junta en el norte podría terminar
reponiendo las filas de los yihadistas.
Al final, quien tenga el poder en el Sahel tendrá que hacer más que simplemente luchar.
Bamako debería utilizar sus avances en Kidal para forjar un nuevo acuerdo con los rebeldes.
Incluso con los yihadistas (a pesar de su determinación de imponer la estricta ley islámica) los
ceses al fuego locales han calmado la violencia en el pasado, y vale la pena intentar
negociaciones. Las ofensivas pueden lograr ganancias a corto plazo, pero la paz a largo plazo
depende del diálogo y la negociación.
Haití
Los haitianos esperan que las fuerzas extranjeras que llegarán a principios de 2024 controlen a
las pandillas hiperviolentas que han desgarrado al país en los últimos años. Pero la policía
keniana, encargada de liderar la misión que se ha planeado, tiene una tarea difícil frente a
grupos fuertemente armados en densos barrios marginales, especialmente dado el desorden en la
política haitiana.
Desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021, la violencia de pandillas en
Haití ha aumentado considerablemente. Los criminales controlan gran parte de la capital, Puerto
Príncipe, así como áreas del norte, especialmente el Valle del Artibonito. Guerras brutales por el
territorio, donde las pandillas luchan entre sí y atormentan a civiles, han llevado a decenas de
miles de personas a abandonar sus hogares, algunos buscando refugio en campamentos de
desplazados improvisados donde pueden enfrentar peligros similares de los que huyeron,
incluida la violencia sexual. Casi la mitad de la población de Haití, alrededor de 5,2 millones de
personas, necesita ayuda para subsistir. La depredación de las pandillas ha engendrado más
violencia: grupos de vigilantes conocidos como Bwa Kale, formados en respuesta a la violencia
de pandillas, han linchado a cientos de presuntos miembros de pandillas sin disminuir
significativamente la actividad de éstas. Las encuestas sugieren que los haitianos están tan
desesperados que respaldan la llegada de fuerzas extranjeras, a pesar de los desalentadores
resultados de misiones internacionales anteriores.
La fuerza dirigida por Kenia enfrenta desafíos importantes. El primer ministro interino de Haití,
Ariel Henry, solicitó ayuda externa en octubre de 2022. Nairobi aceptó liderar el esfuerzo en
julio de 2023 y desplegar al menos 1000 oficiales, y la ONU aprobó el plan en octubre. La
misión ahora espera la aprobación de los tribunales kenianos después de que políticos de la
oposición presentaran un recurso, argumentando que la constitución prohíbe a los oficiales de
policía desplegarse en el extranjero.
El mandato de la misión, que en principio es de un año, es ayudar a la policía haitiana a
“enfrentar a las pandillas y mejorar las condiciones de seguridad”, labrando así el camino para
las elecciones. Las operaciones agresivas contra las pandillas, que una delegación de la policía
keniana evaluó como necesarias después de visitar Haití, solo funcionarán si los países que
envían personal para trabajar con los kenianos están preparados para el combate urbano y
comprenden el terreno. La misión también debe evitar lastimar a los civiles y fortalecer la
recopilación de inteligencia por parte de la policía local. La fuerza policial haitiana deberá hacer
frente a sus propias filtraciones a través de informantes de pandillas infiltrados en sus filas. De
lo contrario, la lucha podría resultar en fuertes pérdidas tanto para la policía como para los
civiles, poniendo en peligro el apoyo a la misión.
La política haitiana es otro obstáculo. Un grupo de partidos políticos influyentes y grupos de la
sociedad civil sostiene que Henry, quien asumió el poder después del asesinato de Moïse y
desde entonces ha buscado consolidarse, no tiene mandato para ocupar el cargo, incluso hasta
que haya otra votación, y quieren una administración de transición más inclusiva. Las
conversaciones no han llegado a un acuerdo sobre cómo avanzar. Sin un consenso interpartidista
sobre la composición del gobierno haitiano o el papel de la fuerza dirigida por Kenia, la misión
corre el riesgo de verse envuelta en la diatriba política. En este escenario, el impopular Henry
podría fortalecer su control, dificultando aún más la formación de un gobierno de unidad que
probablemente sea esencial para cualquier elección creíble.
Armenia-Azerbaiyán
El año pasado, la ofensiva relámpago de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj provocó el éxodo de
casi todos los que vivían allí, más de 100 000 personas. La pregunta este año es si Azerbaiyán
irá más allá, o si con las conversaciones de finales de 2023, que parecían ofrecer ciertos
avances, Azerbaiyán y Armenia finalmente encontrarán una manera de lograr la paz.
Puesto de guardia fronterizo armenio junto al puesto de guardia fronterizo azerbaiyano en la
carretera que conduce de Armenia a la región de Nagorno-Karabaj en Azerbaiyán, visto desde
las afueras de la aldea de Tegh, Armenia, el 21 de septiembre de 2023. REUTERS / Irakli
Gedenidze
La operación de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj parece poner fin, al menos por ahora, a un
conflicto que ha durado décadas sobre el enclave disputado. En la década de 1990, la mayoría
étnica armenia del área, respaldada por Armenia, declaró su propia república y, en la
subsiguiente guerra, expulsó a los azerbaiyanos de Nagorno-Karabaj y áreas adyacentes.
Durante años, las conversaciones entre Bakú y Ereván no llevaron a ninguna parte. Mientras
tanto, Azerbaiyán fortaleció su ejército y, en 2020, con el respaldo de Turquía, recuperó distritos
circundantes a Nagorno-Karabaj y parte del enclave mismo. Después de seis semanas de
combates brutales, Rusia intervino para mediar un cese al fuego, enviando cascos azules para
supervisar la situación.
Pero con Moscú atrapado en Ucrania, Bakú parece haber sentido que podía concluir la tarea. A
lo largo de 2022, se apoderó de varias áreas estratégicas, incluidas las líneas del frente. Luego,
durante más de nueve meses, bloqueó el corredor de Lachin, el cual daba a Nagorno-Karabaj
acceso a Armenia y al mundo exterior. En septiembre, sus tropas entraron en el enclave,
recuperándolo en un solo día mientras los armenios étnicos abandonaban sus hogares.
Si bien Nagorno-Karabaj fue el hueso de la discordia más doloroso entre Armenia y Azerbaiyán,
no es el único. Los dos países disputan su frontera aún no demarcada, donde sus fuerzas
militares se enfrentan, a menudo a sólo metros de distancia. Entre el fin de la guerra en 2020 y
la ofensiva de Azerbaiyán en septiembre, los enfrentamientos en la frontera fueron más
mortíferos que los relacionados con Karabaj en sí.
Más importante aún, Azerbaiyán desea un corredor terrestre hacia Najichevan, un exclave
azerbaiyano en el suroeste de Armenia que limita con Turquía e Irán. Bakú cree que el acuerdo
mediado por Moscú que puso fin a los combates de 2020, comprometía a Ereván a concederle el
paso a través del corredor. Esa ruta facilitaría el comercio con Turquía, pero pasaría por alto a
Irán, de ahí la oposición de Teherán (también podría ayudar a Rusia a eludir sanciones, aunque
es casi seguro que eso ya está sucediendo a través de puntos de tránsito existentes). Ya en
septiembre de 2022, las tropas azerbaiyanas avanzaron hacia Armenia, algunas quedándose en
lo profundo del país. Varias nuevas posiciones azerbaiyanas tienen vista a un desfiladero por el
cual pasa una carretera hacia el enclave.
Las conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán sí tienen posibilidades. Un acuerdo negociado
en diciembre, sin la presencia de terceros, produjo un intercambio de prisioneros de guerra,
estableció un compromiso para normalizar las relaciones e incluyó el respaldo armenio a la
candidatura de Azerbaiyán para albergar la cumbre mundial sobre el clima, COP29, en 2024.
Bakú y Ereván dicen que continuarán las conversaciones y esperan llegar a un acuerdo pronto,
aunque las cuestiones complejas de la frontera y el corredor siguen sin resolverse.
Si las negociaciones no dan frutos, Bakú podría perder la paciencia, como sucedió con
Nagorno-Karabaj. Lo más probable es que busque presionar a Ereván; que haya incursiones
adicionales en áreas fronterizas no es impensable. Una apropiación de tierras, como apoderarse
de la ruta de tránsito, por ejemplo, que aislaría del resto del país a cientos de miles de personas
en la punta sur de Armenia, provocaría la furia de los Estados occidentales, Irán y Rusia. Sería
un paso mucho más descarado que expulsar a las personas de Nagorno-Karabaj, que el mundo
ya reconoció como azerbaiyano, a pesar del trauma infligido a los armenios expulsados. Es
especialmente difícil imaginar que esto suceda en un año en el que Bakú podría ser anfitrión de
la cumbre mundial sobre el clima. De hecho, los funcionarios azerbaiyanos insisten en que no
tienen intenciones de apropiarse de tierras armenias e incluso han propuesto una ruta de tránsito
alterna a través de Irán.
Sin embargo, por mala idea que sea un ataque, en un entorno donde Bakú, al igual que muchas
capitales percibe que los controles globales sobre el uso de la fuerza se están desgastando, los
funcionarios armenios y occidentales no descartan completamente la posibilidad.
EE. UU.-China
La reunión de noviembre entre el presidente de EE. UU., Joe Biden, y el presidente de China,
Xi Jinping, buscaba enmendar lo que había sido un agudo deterioro en las relaciones entre
ambos países. Sin embargo, sus intereses fundamentales aún chocan en la región de Asia-
Pacífico, y las próximas elecciones en Taiwán y las tensiones en el Mar del Sur de China
podrían poner a prueba el reciente deshielo.
El presidente chino Xi Jinping en el “Evento de Altos Líderes Chinos” celebrado por el Comité
Nacional de Relaciones entre EE.UU. y China y el Consejo Empresarial entre EE. UU. y China,
en San Francisco, California, EE. UU., el 15 de noviembre de 2023. REUTERS / Carlos
Barría/Piscina
Beijing y Washington han estado buscando durante algún tiempo reducir las tensiones. Xi quiere
centrarse en la debilitada economía china y evitar más restricciones comerciales de EE. UU.
(Washington ha endurecido recientemente los límites a la venta de tecnología de alta gama a
China, sumándolo a una variedad de aranceles y restricciones adicionales). La administración
Biden busca cierta calma antes de las elecciones estadounidenses de 2024 y busca tranquilizar a
otras capitales preocupadas por la hostilidad entre las dos potencias, demostrando que puede
gestionar la competencia de manera responsable.
A principios de 2023, los esfuerzos diplomáticos se estancaron cuando un globo espía chino se
desvió sobre el territorio continental de EE. UU. y causó un frenesí mediático antes de que EE.
UU. lo derribara. Meses después, el secretario de Estado, Antony Blinken, quien canceló un
viaje después del “balloongate”, visitó Beijing, con el fin de preparar el escenario para la
cumbre Biden-Xi.
Esa reunión fue exitosa. Biden obtuvo promesas de que los dos países trabajarían juntos para
frenar la entrada de fentanilo a EE. UU. y, el día antes de la cumbre, ambos países se
comprometieron a colaborar para abordar el cambio climático. De manera importante, Beijing
también acordó reabrir canales de comunicación militar para ayudar a gestionar los riesgos de
choques no intencionados, ya que los dos ejércitos compiten en los mares y cielos alrededor de
China. Xi obtuvo una victoria interna al mostrar que tenía bajo control la relación bilateral más
importante de Beijing.
Sin embargo, a nivel general, los fundamentos de la rivalidad no muestran signos de
disminución. Los belicistas en ambas capitales ven la competencia como un juego de suma cero.
Hablar irresponsablemente sobre la guerra normaliza la idea. En el Asia Pacífico, la búsqueda
de Beijing de lo que considera un mayor poder como la potencia preeminente de la región choca
directamente con la determinación de Washington de mantener su propia dominancia militar.
Varias capitales asiáticas, preocupadas por la creciente asertividad de Beijing y viendo en la
agresión de Rusia en Ucrania un precedente, han fortalecido sus lazos de seguridad con
Washington, incluso a pesar de que valoran el comercio con China.
La situación en el Mar del Sur de China, donde las reclamaciones marítimas chinas se
sobreponen con las de otros Estados costeros, incluyendo Filipinas, un aliado de EE. UU, luce
cada vez más precaria.
La situación en el Mar del Sur de China, donde las reclamaciones marítimas chinas se
sobreponen con las de otros Estados costeros, incluyendo Filipinas, un aliado de EE. UU, luce
cada vez más precaria. Manila señala con frustración a las embarcaciones de la guardia costera
china y a los barcos de la milicia marítima que patrullan aguas que, en 2016, un tribunal
especial dictaminó que son filipinas. Los barcos chinos están utilizando tácticas más agresivas,
como cañones de agua y dispositivos acústicos. Siguen a los barcos filipinos de manera que
provocan incidentes, lo que llevó a colisiones entre embarcaciones de ambos países en octubre y
diciembre. Las garantías de seguridad de EE. UU. a Filipinas y el aumento de la presencia
militar en áreas disputadas en principio disuaden a Beijing, pero también traen riesgos. Para
China, las maniobras en el mar indican a la región la determinación de defender lo que
considera es su soberanía nacional. Es posible que las embarcaciones o aviones chinos incluso
comiencen a seguir a sus contrapartes estadounidenses.
Taiwán también es un punto conflictivo. Beijing cree que la isla debería reunificarse con el
continente chino, idealmente de manera pacífica, aunque no descarta la fuerza. La política de
“una sola China” de Washington busca una resolución pacífica del estatus de Taiwán sin
prejuzgar el resultado; su prolongada “ambigüedad estratégica” deja en duda si intervendría en
defensa de Taiwán. Pero voces más fuertes en Washington sugieren brindar un respaldo más
sólido a Taiwán. Aunque es poco probable que China invada en el corto plazo (de hecho,
superar las defensas de la isla sería difícil) cuanto más Xi perciba que la política de “una sola
China” se desgasta y que la ventana para la reunificación se cierra, más podría inclinarse hacia
la posibilidad de la guerra.
Las elecciones en Taiwán en enero podrían llevar al actual vicepresidente, William Lai, a quien
China tilda de separatista, a asumir el poder. Beijing podría aumentar la presión sobre Taipéi,
incrementando el ya gran número de buques de guerra y aviones chinos alrededor de la isla o
volviendo a imponer barreras a los productos taiwaneses, por ejemplo, en un esfuerzo por llevar
al nuevo gobierno hacia una mayor deferencia hacia Beijing. Taipéi se ha resistido a tales
tácticas anteriormente, y Lai ha señalado su intención de seguir con la política cautelosa de su
predecesor. Pero si se expresa equivocadamente bajo presión, como lo sugirió en una
declaración en julio pasado al indicar que podría buscar lazos diplomáticos formales con EE.
UU., por ejemplo, o adopta un tono que Beijing perciba como demasiado antagonista en su
discurso de investidura en mayo, China podría intensificar sus acciones. La administración
Biden, especialmente en un año electoral, podría hacer declaraciones que irriten a Beijing;
legisladores estadounidenses anti-China podrían presentar proyectos de ley que contradigan la
política de “una sola China”.
Por ahora, probablemente el mayor peligro sea que aviones o barcos chinos y estadounidenses
colisionen. Según el Pentágono, el número de encuentros riesgosos en los últimos dos años
supera a los de las dos décadas anteriores. El tono más cordial después de la reunión Biden-Xi y
con suerte el canal de comunicación militar, serán un amortiguador, pero solo llegarían hasta
cierto punto en caso de un percance, especialmente si hay víctimas. El último incidente de este
tipo, cuando dos aviones chocaron en 2001, matando a un piloto chino y obligando a un avión
estadounidense a aterrizar de emergencia en la isla china de Hainan, requirió delicadas
negociaciones para encontrar una solución que permitiera a ambas partes salir bien librados. Es
difícil ver espacio para ese tipo de diplomacia hoy en día.

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