Practicas Del Lenguaje 1
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Los guaraníes habitan en sus tierras ancestrales a lo largo del Paraná.
Anahi es ___________________________ y vive a su gusto porque su padre lo permite.
Anahi no aporta ________________: ni marido, ni hijos.
Llegan rumores inquietantes.
Atracan __________.
Descienden hombres extraños, armados.
Los españoles __________________________ durante un ritual.
Los guaraníes se defienden.
Los españoles destruyen, matan y queman.
Los guaraníes sobrevivientes _________________________.
Encuentran _______________ al cacique.
Los guerreros guaraníes ____________________________.
_________________ se presenta como __________: comunica su plan.
El pueblo acata sus órdenes: comienza la resistencia desde la selva.
_______________________ van cayendo en manos de los _________________.
Anahi mata _______________________.
Los españoles _________________________________.
_______________________ condena a muerte a Anahi.
Los españoles _____________________, atada a un árbol.
Desde las llamas, ____________________________.
___________________________ se alejan espantados.
El árbol aparece en pie, sin cenizas y con flores.
____________________ reciben el árbol como __________________________.
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La pieza ausente
de Pablo de Santis
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Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en
esta ciudad —dicen— más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y
obsesión.
Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería
llamado a declarar. Fabbri era director del Museo del Rompecabezas. Tuve razón: a las
doce de la noche la llamada de un policía me citó al amanecer en las puertas del museo.
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su
nombre en voz baja —Laínez— como si pronunciara una mala palabra. Le pregunté por la
causa de la muerte: “Veneno” — dijo entre dientes.
Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el
plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese
rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre
nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus
innumerables fragmentos. Noté que faltaba una pieza.
Laínez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas, un dado, y al final apareció
la pieza. “Aquí la tiene”. Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de
morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos una señal.
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se
leía, en letras diminutas, Pasaje La Piedad.
—Sabemos que Fabbri tenía enemigos —dijo Laínez. Coleccionistas resentidos, como
Santandrea, varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco,
constructor de juguetes, con el que se peleó una vez.
—Troyes— dije. Lo recuerdo bien.
— También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa.
¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza? —Dije que no.
— ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía
una buena coartada. También combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas.
Fue inútil. Por eso pensé en usted.
Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero
por primera vez sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era
un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Solo los hombres
incompletos podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin
interesarme) la solución.
—Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en
realidad con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la
pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco.
Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M.
Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un
pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre
descubro, al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la
inicial de mi nombre.
Actividades:
● ¿Por qué el narrador del cuento es llamado a declarar?
● ¿Quién mató a Fabbri y por qué?
● ¿Cómo descubre el narrador al culpable del crimen? Relacioná tu respuesta con
esta cita del cuento: “LLega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos
piezas. Jugamos en realidad con huecos, con espacios vacíos (...)”.
● »» Releé la cita anterior y el final del cuento. ¿Cómo se relacionan esos “espacios
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vacíos” de los rompecabezas con ese final?
● “La pieza ausente” es un cuento policial. En este subgénero se narra la investigación
de un crimen, generalmente llevada a cabo por un detective que recolecta pistas
para resolver un enigma. Releé tus notas y completá el siguiente cuadro:
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Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio.
El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio.
El sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.
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– ¿Qué hacían en esa esquina? –preguntó el comisario Jiménez.
–Esperábamos un taxi –dijo el primer portugués.
–Llovía muchísimo –dijo el segundo portugués.
– ¡Cómo llovía! –dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su grueso sobretodo.
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– ¿Quién vio lo que pasó? –preguntó Daniel Hernández.
–Yo miraba hacia el norte –dijo el primer portugués.
–Yo miraba hacia el este –dijo el segundo portugués.
–Yo miraba hacia el sur –dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando al oeste.
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– ¿Quién tenía el paraguas? –preguntó el comisario Jiménez.
–Yo tampoco –dijo el primer portugués.
–Yo soy bajo y gordo –dijo el segundo portugués.
–El paraguas era chico –dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la nuca.
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– ¿Quién oyó el tiro? –preguntó Daniel Hernández.
–Yo soy corto de vista –dijo el primer portugués.
–La noche era oscura –dijo el segundo portugués.
– Tronaba y tronaba –dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba borracho de muerte.
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– ¿Cuándo vieron al muerto? –preguntó el comisario Jiménez.
–Cuando acabó de llover –dijo el primer portugués.
–Cuando acabó de tronar –dijo el segundo portugués.
–Cuando acabó de morir –dijo el tercer portugués.
Cuando acabó de morir.
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– ¿Qué hicieron entonces? –preguntó Daniel Hernández.
–Yo me saqué el sombrero –dijo el primer portugués.
–Yo me descubrí –dijo el segundo portugués.
–Mi homenaje al muerto –dijo el tercer portugués.
Los cuatro sombreros sobre la mesa.
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–Entonces ¿qué hicieron? –preguntó el comisario Jiménez.
–Uno maldijo la suerte –dijo el primer portugués.
–Uno cerró el paraguas –dijo el segundo portugués.
–Uno nos trajo corriendo –dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.
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–Usted lo mató –dijo Daniel Hernández.
– ¿Yo señor? –preguntó el primer portugués.
–No, señor –dijo Daniel Hernández.
– ¿Yo, señor? –preguntó el segundo portugués.
–Sí, señor –dijo Daniel Hernández.
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La tarjetita decía que a las cinco, pero Sarita llegó a las cuatro porque su mamá la
dejó de pasada cuando se fue a tomar el colectivo, así que nos sentamos abajo del
gomero para ver lo que hacía mi mamá, que iba y venía por el patio, con el vestido de
La tarjetita decía que a las cinco, pero mi mamá había salido en la bicicleta bien
temprano, a las ocho, para ir a lo del Gringo a comprar las cosas para la tarde, para
que esté todo listo antes de que mis amigos y mis primos llegaran.
Con Sarita mirábamos a mamá poner la mesa, que en realidad no era una mesa, sino
una tabla larga que mi papá pintó de blanco para salir del paso. Mirábamos a mamá
y mirábamos la mesa blanca, que se fue llenando de platitos de plástico rojo y chizitos
y gaseosa de pomelo y, cada tanto, también se llenaba de las flores que se caían de
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Sarita me hizo reír porque trajo la tarjetita que decía que la invitaba a mi cumpleaños
de cinco a ocho por si en la puerta no la dejaban pasar, pero ¡cómo no la iban a dejar
pasar, si era mi mejor amiga! Yo sé que Sarita es mi mejor amiga porque cuando se
dio cuenta de que la tarjetita en realidad era una fotocopia, no se rió como se habían
reído…
¡Los primos! avisó mi papá cuando escuchó el auto de la tía Nora. El auto o sus gritos,
no sé. La tía Nora habla más fuerte que los motores y enseguida se puso a gritar que
¡cuidado con la zanja, Lucrecia! ¡cuidado que hay barro, Augusto! ¡se van a ensuciar
Augusto y Lucrecia aparecieron en el frente de casa, saltando con cara de asco los
charquitos, que eran como espejos para yuyos, acostados sobre la tierra húmeda.
¿No te podías ir a vivir un poquito más lejos?, le dijo la tía Nora a mi mamá cuando
ella salió a recibirla, secándose las manos con un repasador. La tía tenía cara de
enojada y mi mamá le dijo hola, Nora, pasá, pasá, te sirvo un poco de gaseosa con
hielo.
Cuando vienen los primos, mamá se pone nerviosa porque nuestra casa es chiquita
y ellos miran para todos lados y preguntan por qué las paredes están mojadas y por
qué el techo es de chapas y por qué la puerta de mi cuarto es una sábana del Hombre
Araña, pero nunca se fijan en cómo crecen los tomates de la huerta, ni les importan
ni un poco las flores, como globos brillantes, que cuelgan de los árboles. Jamás
preguntan qué significan las canciones de los pajaritos ni saludan al Tom y a la Negrita
cuando les mueven la cola para darles la bienvenida. Al rato, se ponen chinchudos
Para las cinco y media ya habían llegado todos y nos paramos alrededor de la tabla
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para tomar una gaseosa de pomelo y comer lo que había en los platitos.
Lucrecia le dijo a mi mamá que quería una chocolatada y Augusto se metía los chizitos
Sarita y se me fueron las ganas de pelear, porque me mostró cómo hacer un caballo
con palitos y chizitos y al final hicimos muchos porque los otros chicos se pusieron a
jugar con nosotros y después Sarita nos contó que cuando los búhos se juntan en
¿Cuánto falta para irnos, mami? dijo Augusto a los gritos, pero la tía Nora ni le
En eso llegó la Negrita. Venía de la calle, de jugar con los perros de la cuadra. Cuando
me vio, movió la cola y paró las orejas, como diciéndome feliz cumpleaños, y
enseguida se me vino encima, con tanta mala suerte que en el camino le pisó las
zapatillas a Lucrecia.
Nunca la había escuchado gritar con tanta rabia. Lloró y pataleó y dijo malas palabras
y después corrió hasta donde estaba la tía y le dijo que la perra le había embarrado
las zapatillas nuevas. Yo corrí atrás de ella. ¡Fue sin querer, prima!, le dije, asustado.
Lucrecia me miró con los ojos llenos de odio. Creo que del otro lado de sus pupilas
Vos porque no tenés ni zapatillas, me dijo, y la tía le gritó que si no se callaba la boca
le iba a dar una cachetada. Yo sé que a la tía le daba vergüenza que a los primos se
Mi papá, que no sabía pedir disculpas, no supo hacer otra cosa que agarrarla a
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manguerazos a la Negrita. Pobre Negra. Aulló finito, finito, como suplicando que la
perdonen. ¡Pegale más fuerte, tío!, le pidió Lucrecia y mi papá le hizo caso porque no
quería que nadie supiera que a él le daba mucha vergüenza no haber podido comprar
Mi mamá apareció con la torta en una bandeja y la canción del feliz cumpleaños en la
boca y papá y la tía y todos los demás (menos los primos) cantaron con ella.
Me hicieron pararme en la punta de la tabla con todos los chicos y pedir tres deseos
y soplar las velas y papá nos sacó fotos (después las mandaron a revelar y quedaron
re lindas porque eran más o menos las seis y media y a esa hora los árboles del fondo
La tía Nora vino con un paquete y mi mamá le dijo que muchas gracias, que no se
hubiera molestado, y ella dijo que feliz cumpleaños, sobrino, que no era nada. Que
era ropa que Augusto no quería usar, pero que estaba nuevita.
Mi papá me sacó una foto con la tía Nora, pero esa no salió tan linda.
Mi mamá agarró el cuchillo para cortar la torta y Sarita dijo ¡paren, que falta mi regalo!
¡Sorpresa!, me dijo, cuando saqué las zapatillas. Estaban buenísimas. Eran rojas, con
cordones blancos y unas tiritas de cuero marrón oscuro cosidas a los costados.
cuenta de que me quedaban un poquito chicas, pero eran tan cómodas que no me
importó. Me paré y era como estar parado arriba de la cama de mis papás.
La tía aprovechó que mi papá me sacaba una foto con las zapatillas nuevas para decir
que gracias por todo, que muy ricos los chizitos, que se les hacía tarde para la misa.
Nos tuvieron que obligar a darnos un beso con mis primos, que después se fueron
saltando atrás de la tía Nora, que gritaba ¡cuidado con el barro! ¡cuidado con la zanja!
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No se dieron cuenta, me dijo Sarita, muerta de risa, mostrándome los pies descalzos,
Hoy nos vimos en la escuela y le conté que apareció la Negrita y ella me contó que le
dijo a la mamá que se había olvidado las zapatillas en la puerta de su casa porque
volvió caminando y había pisado barro y me dijo que su mamá le creyó y yo le conté
que mi mamá dijo que ella era como mi ángel de la guarda y ella me contó que el
comprar un cuaderno para hacer historietas y ella me contó que si le sostenés la cola
a los canguros, no pueden saltar y yo le conté que hay una mariposa en África que es
tan venenosa que puede matar seis gatos y ella me contó que los pingüinos se quedan
con un solo compañero por el resto de su vida y yo pensé que ojalá Sarita y yo
fuéramos pingüinos.
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Frente al mar
Alfonsina Storni
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La vida mía debió ser horrible,
debió ser una arteria incontenible
y apenas es cicatriz que siempre duele.
Alfonsina y el mar
Por la blanda arena
Su pequeña huella
No vuelve más
Un sendero solo
Hasta el agua
Profunda
Hasta la espuma
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Caracolas marinas
La caracola
Pronto a tu lado
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Dile que Alfonsina no vuelve
Di que me he ido
Fuente: LyricFind
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