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Orden Sacerdotal

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PRESENTACIÓN:

En esta presentación, exploraremos el sacramento del Orden Sacerdotal y el papel del sacerdote en
la comunidad. Comenzaremos con una mirada a la historia del sacerdocio en la Biblia y en la Iglesia,
antes de profundizar en los detalles del sacramento en sí. También discutiremos los deberes y
responsabilidades del sacerdote, así como su vida diaria y su importancia en la comunidad.

DEDICATORIA:

A los sacerdotes de Cristo:

Llamados por el Señor a continuar su misión redentora, reciban este humilde homenaje.

Ustedes que renunciaron a tener una familia terrenal para desposarse místicamente con la Iglesia.

Ustedes que entregaron sus vidas para apacentar el rebaño de Dios.

Ustedes que día a día se consumen en el altar ofreciendo el Santo Sacrificio.

Ustedes que proclaman con celo la Palabra que salva.

Ustedes que perdonan nuestras culpas en nombre de Cristo.

Ustedes que nos alimentan con el Pan de Vida eterna.

Ustedes que nos enseñan, consuelan y animan en nuestro caminar.

Reciban el agradecimiento de este pueblo que tanto les debe.

Y que el Buen Pastor los colme de bendiciones y gracias.

Porque ustedes lo dejaron todo para servirle solo a Él.

Marco teórico:

Naturaleza

El Sacramento del Orden es el que hace posible que la misión, que Cristo le dio a sus Apóstoles, siga
siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Es el Sacramento del ministerio apostólico.

De hecho este es el sacramento por el cual unos hombres quedan constituidos ministros sagrados, al
ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de
Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza, las funciones de
enseñar, gobernar y santificar”. (CIC. c. 1008)

Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, lo cual los capacita para colaborar en la
misión de la Iglesia. Pero, los que reciben el Orden quedan configurados de forma especial, quedan
marcados con carácter indeleble, que los distinguen de los demás fieles y los capacita para ejercer
funciones especiales. Por ello, se dice que el sacerdote tiene el sacerdocio ministerial, que es distinto
al sacerdocio real o común de todos los fieles, este sacerdocio lo confiere el Bautismo y la
Confirmación. Por el Bautismo nos hacemos partícipes del sacerdocio común de los fieles.

El sacerdote actúa en nombre y con el poder de Jesucristo. Su consagración y misión son una
identificación especial con Jesucristo, a quien representan. El sacerdocio ministerial está al servicio
del sacerdocio común de los fieles.

Los sacerdotes ejercen los tres poderes de Cristo. Son los encargados de transmitir el mensaje del
Evangelio, y de esa manera ejercen el poder de enseñar. Su poder de gobernar lo ejercen dirigiendo,
orientando a los fieles a alcanzar la santidad. Así mismo son los encargados de administrar los medios
de salvación –los sacramentos– cumpliendo así la misión de santificar. Si no hubiesen sacerdotes, no
sería posible que los fieles reciban ciertos sacramentos, de ahí la necesidad de fomentar las
vocaciones. De los sacerdotes depende, en gran parte, la vida sobrenatural de los fieles, pues
solamente ellos pueden consagrar, al hacer presente a Cristo, y otorgar el perdón de los pecados.
Aunque estas son las dos funciones más importantes de su ministerio, su participación en la
administración de los sacramentos no termina ahí.

El Sacramento del Orden consta de diversos grados y por ello se llama orden. En la antigüedad
romana, la palabra Orden se utilizaba para designar los cuerpos constituidos en sentido civil, en
especial aquellos que gobernaban. La Iglesia, tomando como fundamento la Sagrada Escritura, llama
desde los tiempos antiguos con el nombre de taxeis (en griego), de ordines (en latín) a diferentes
cuerpos constituidos en ella. En la actualidad se designa con la palabra ordinatio al acto sacramental
que incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, que confiere en don del
Espíritu Santo que les permite ejercer un poder sagrado que sólo viene de Cristo, por medio de su
Iglesia. La “ordenación” también es llamada consecratio.

En el Antiguo Testamento vemos como dentro del pueblo de Israel, Dios escogió una de las doce
tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico. Los sacerdotes de la Antigua Alianza fueron consagrados
con rito propio. (Cfr. Ex. 29, 1-30). Pero, este sacerdocio de la Antigua Alianza era incapaz de realizar la
salvación, motivo por el cual tenía la necesidad de repetir una y otra vez sacrificios en señal de
adoración, de gratitud, de súplica y de contrición.

La Liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de los levitas, así como en la


institución de los setenta “ancianos” (Nm. 11, 24-25), prefiguraciones del ministerio ordenado de la
Nueva Alianza. También el sacerdocio Melquisedec es considerado como una prefiguración del
sacerdocio de Cristo, único “Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hb. 5, 10; 6, 20).

Todas esta prefiguraciones encuentran su plenitud en Cristo, “único mediador entre Dios y los
hombres” (1Tim. 2, 5). Cristo es la fuente del ministerio de la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado la
autoridad, la misión, la orientación y la finalidad.

Institución

El Concilio de Trento definió como dogma de fe que el Sacramento del Orden es uno de los siete
sacramentos instituidos por Cristo. Los protestantes niegan este sacramento, para ellos no hay
diferencia entre sacerdotes y laicos.

Por la Sagrada Escritura, podemos conocer como Jesús escogió de manera muy especial a los Doce
Apóstoles (Cfr. Mc. 3, 13-15; Jn. 15, 16). Y es a ellos a quienes les otorga Sus poderes de perdonar los
pecados, de administrar los demás sacramentos, de enseñar y de renovar, de manera incruenta, el
sacrificio de la Cruz hasta el final de los tiempos. Les concedió estos poderes con la finalidad de
continuar Su misión redentora y para ello, Cristo les dio el mandato de transmitirlos a otros. Desde un
principio así lo hicieron, imponiendo las manos a algunos elegidos, nombrando presbíteros y obispos
en las diferentes localidades para gobernar las iglesias locales.

El Jueves Santo, en lo que se conoce como la Cena del Señor, se conmemora la institución de este
Sacramento.

Los Tres grados del Orden

Hemos mencionado que existen tres grados en el Sacramento del Orden: el episcopado, el
presbiterado, y el diaconado.

Ministerio de los Obispos:

Ocupa un lugar preponderante, pues por medio de una sucesión apostólica, que existe desde el
principio, son los que transmiten la semilla apostólica.

Los primeros apóstoles, después de recibir al Espíritu Santo en Pentecostés, comunicaron el don
espiritual que habían recibido a sus colaboradores, mediante la “imposición de manos”.

El Concilio Vaticano II, “enseña que por la consagración episcopal se recibe la ‘plenitud’ del sacramento
del Orden”. Se puede decir que es la “cumbre del ministerio sagrado”. Cfr. LG 20; Catec. n. 1555).
Su poder para consagrar no excede a la de los presbíteros, pero sí tienen otros poderes que los
sacerdotes no tienen, como son:

El poder de administrar el sacramento del Orden y de la Confirmación.


Son los que normalmente bendicen los óleos que se utilizan en los diferentes sacramentos.
También poseen el poder de predicar en cualquier lugar.
Normalmente, el Obispo tiene el gobierno de una diócesis o Iglesia local que le ha sido confiada,
siempre bajo la autoridad del Papa, pero al mismo tiempo, “tiene colegialmente con todos sus
hermanos en el episcopado la solicitud de todas las Iglesias”. (Cfr. Catec. n. 1566).
Es quien dicta las normas en su diócesis sobre los seminarios, la predicación, la liturgia, la
pastoral, etc.
Además, son los Obispos los encargados de otorgar a los presbíteros el poder de predicar la
palabra de Dios y de regir sobre los fieles.

Existen Obispos con territorio, que son los que están al frente de una diócesis y Obispos sin
territorio, que son, generalmente, todos aquellos que colaboran en el Vaticano, en una misión
específica.

Algunos Obispos son nombrados Cardenales, en virtud de su entrega y su labor especial a la Iglesia. El
Papa es quien los nombra y no se necesita de una celebración especial. En cuanto al poder del
sacramento, es igual que la de los Obispos, ambos tiene la plenitud del ministerio, por ser Obispo.

Los Arzobispos son aquellos Obispos encargados de una arquidiócesis, es decir, que dado lo extenso
del territorio se ve la necesidad de dividir una diócesis, en varias diócesis.

Ministerio de los Presbíteros:

Palabra que viene del griego y significa anciano –no poseen la plenitud del Orden y están sujetos a la
autoridad del Obispo del lugar para ejercer su potestad. Sin embargo, tienen los poderes de:

Consagrar el pan y el vino.


Perdonar los pecados.
Ayudar a los fieles, transmitiendo la doctrina de la Iglesia y con obras.
Pueden administrar cualquier sacramento en el cual el ministro no sea un Obispo.

Los sacerdotes o presbíteros son los que ayudan a los Obispos en diferentes funciones. Por ello,
cuando un sacerdote llega a una diócesis tiene que presentarse ante el Obispo, y éste será quien le
otorgue los permisos necesarios.
Los presbíteros, a pesar de no poseer la plenitud del Orden y dependan de los Obispos, están unidos
a ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del Sacramento del Orden, quedan consagrados como
verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote. (Cfr. Hb.5, 1-
10; 7,24; 11, 28). Además, por el Sacramento del Orden, los presbíteros participan en la universalidad de
la misión confiada por Cristo a los Apóstoles.

Ministerio de los diáconos:

Esta en el grado inferior de la jerarquía –del griego, igual a servidor– a los que se les imponen las
manos “para realizar un servicio, y no para ejercer el sacerdocio”. A ellos les corresponde:

Asistir al Obispo y a los presbíteros en diferentes celebraciones.


En la distribución de la Eucaristía, llevando la comunión a los moribundos.
Asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, cuando no haya sacerdote.
Proclamar el Evangelio.
Administrar el Bautismo solemne.
Dar la bendición con el Santísimo.

El diaconado, generalmente, se recibe un tiempo antes de ser ordenado presbítero, pero a partir del
Concilio Vaticano II, se ha restablecido el diaconado como un grado particular dentro de la jerarquía
de la Iglesia. Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados o solteros, ha
contribuido al enriquecimiento de la misión de la Iglesia. (Cfr. LG. N. 29).

Efectos

Con este sacramento se reciben varios efectos de orden sobrenatural que le ayudan al cumplimiento
de su misión.

El carácter indeleble, que se recibe en este sacramento, es diferente al del Bautismo y el de la


Confirmación, pues constituye al sujeto como sacerdote para siempre. Lo lleva a su plenitud
sacerdotal, perfecciona el poder sacerdotal y lo capacita para poder ejercer con facilidad el poder
sacerdotal.

Todo esto es posible porque el carácter configura a quien lo recibe con Cristo. Lo que hace que el
sacerdote se convierta en ministro autorizado de la palabra de Dios, y de ese modo ejercer la misión
de enseñar. Así mismo, se convierte en ministro de los sacramentos, en especial de la Eucaristía,
donde este ministerio encuentra su plenitud, su centro y su eficacia, y de este modo ejerce el poder
de santificar. Además, se convierte en ministro del pueblo, ejerciendo el poder de gobernar.
Otro efecto de este sacramento es la potestad espiritual. En virtud del sacramento, se entra a formar
parte de la jerarquía de la Iglesia, la cual podemos ver en dos planos. Una, la jerarquía del Orden,
formada por los obispos, sacerdotes y diáconos, que tiene como fin ofrecer el Santo Sacrificio y la
administración de los sacramentos. Otra es la jerarquía de jurisdicción, formada por el Papa y los
obispos unidos a él. En este caso, los sacerdotes y los diáconos entran a formar parte de ella,
mediante la colaboración que prestan al Obispo del lugar.

Por ser sacramento de vivos, aumenta la gracia santificante y concede la gracia sacramental propia,
que en este sacramento es una ayuda sobrenatural necesaria para poder ejercer las funciones
correspondientes al grado recibido.

Ministro y Sujeto

Cristo eligió a doce apóstoles, entre sus numerosos discípulos, haciéndoles partícipes de su misión y
de su autoridad. Desde entonces hasta hoy es Cristo quien otorga a unos el ser Apóstoles y a otros
ser pastores.

Por lo tanto, el ministro del Sacramento del Orden es el Obispo, descendiente directo de los
Apóstoles. Los obispos válidamente ordenados, es decir que están en la línea de la sucesión
apostólica, confieren válidamente los tres grados del sacramento del orden. Así consta en los
Concilios de Florencia y de Trento.

“Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a los obispos,
en cuanto sucesores de los Apóstoles, transmitir el don espiritual; la semilla apostólica”. (Catec. n. 1576).

Para que se administre válidamente, solamente se necesita que el obispo tenga la intención de
hacerlo y que cumpla con el rito externo de la ordenación. No importa la condición en que se
encuentre el obispo.

En cuanto a la licitud de la ordenación, para ordenar a un obispo se requiere ser obispo y poseer una
constancia del mandato del Su Santidad, el Papa. En la ordenación de obispos, además del ministro,
se necesita que estén presente otros dos obispos.

Para ordenar lícitamente a los presbíteros y los diáconos, el ministro es el propio Obispo o en su
defecto, cualquier otro Obispo autorizado por el Ordinario del lugar. Además debe de corroborar que
el candidato sea idóneo, de acuerdo a las normas del derecho. Cuando la ordenación es realizada por
un Obispo que no es el propio, debe de cerciorarse mediante Cartas Testimoniales. Además el
ministro debe de estar en estado de gracia.

Para poder recibir válidamente este sacramento, el sujeto es “todo varón bautizado”. (Cfr. CIC c.
1024). El sujeto debe de tener la intención de recibirlo y haberla manifestado. Se le llama intención
habitual a la que tenía antes y de la cual no se retractó. En la práctica será intención actual, en el
momento de recibirlo, pues está dispuesto a recibirlo y a cambiar de estado de vida, adquiriendo
nuevas obligaciones. Debe recibirlo en total libertad, pues sino la intención no existe y la ordenación
es nula y las obligaciones dejan de existir.

En la actualidad, existe una corriente muy fuerte que propugna por la ordenación al sacerdocio de las
mujeres. La Iglesia siempre ha enseñado que Jesucristo escogió a hombres para continuar su misión
redentora. Todos los Apóstoles eran varones. La Iglesia no tiene ningún poder para cambiar la esencia
de los sacramentos que Cristo estableció.

En 1994, el Papa, San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica sobre la Ordenación Sacerdotal reservada
sólo a los hombres nos dice:

“Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma
constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a mis hermanos (cfr.
Lucas 22, 32), declaró que la Iglesia no tiene modo alguno la facultad de conferir la ordenación
sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la
Iglesia”. Con esto queda definitivamente aclarada la cuestión.

Por otro lado, sí el sacerdote tiene que representar a Cristo, tiene que tener una cierta semejanza
natural con Él para poder celebrar la Santa Misa y la Eucaristía. Cristo es hombre.

Quienes por este motivo dicen que la Iglesia rebaja la dignidad de la mujer, están equivocados, el
ejemplo lo tenemos en la Santísima Virgen María. Para la Iglesia el hombre y la mujer tienen la misma
dignidad.

Condiciones para recibirlo lícitamente

Existen unas cualidades necesarias por derecho divino, es decir por voluntad divina:

Que exista una vocación, un llamado específico de Dios, que posee unos signos tales como; la
recta intención que significa buscar siempre la gloria de Dios, el bien de las almas y la propia
santificación y una sólida vida de piedad y mortificación, afán de servicio. No olvidemos que el
sacerdote es el mediador entre Dios y el hombre.
Al ser sacramento de vivos, se necesita recibirlo en estado de gracia.

Por otro lado existen unas cualidades por derecho eclesiástico, es decir por disposición de la Iglesia:
Las llamadas Cartas o Letras dimisorias, que es el acto por el cual alguien que tiene la autoridad
necesaria autoriza la ordenación. Se llaman así porque casi siempre son por escrito.
El sujeto debe de conocer todo lo referente al sacramento y sus obligaciones. A esto se le llama
"Ciencia Suficiente". El ordenado debe de presentarlo por escrito de su puño y letra. En cuanto al
diaconado es necesario haber terminado el quinto año de estudios filosóficos – teológicos. Para
el episcopado, Doctorado, o cuando menos la licenciatura en Sagradas Escrituras, Derecho
Canónico o Teología.
La edad para recibir el episcopado, es decir para ser obispo es de 35 años. Para el presbiterado es
de 25 años. Los diáconos que van a recibir el presbiterado deben de tener cuando menos 23 años.
En el caso de diáconos permanentes han de tener 35 años y si están casados se necesita que su
esposa de su consentimiento. (Cfr. CIC 378; 1031).
Entre el diaconado y el presbiterado debe existir un intervalo de tiempo, de al menos seis meses.
A este espacio de tiempo que existe entre los dos primeros grados, se le llama intersticio.
El candidato debe haber recibido el sacramento de la Confirmación.
Para poder recibir el diaconado o el presbiterado el sujeto tiene que ser admitido como
candidato por la autoridad competente, después de haber hecho la solicitud de su puño y letra.
Esto se efectúa con un rito litúrgico establecido, llamado rito de admisión.
También se requiere la asistencia a Ejercicios Espirituales previos a la ordenación, de cinco días
cuando menos.
Estar libre de impedimentos o irregularidades. La irregularidad tiene carácter perpetuo. Los
impedimentos no son perpetuos.

Las irregularidades, impedimentos perpetuos, impiden recibir lícitamente el sacramento, y son:

Padecer de amnesia o de algún trastorno psíquico.


Haber cometido alguna apostasía, herejía o ser causante de un cisma.
Intento de recibir el sacramento del Matrimonio, teniendo algún impedimento como un vínculo
por orden sacerdotal o voto público perpetuo de castidad.
Homicidio voluntario.
Haber participado en un aborto.
Haberse mutilado gravemente a sí mismo.
Intento de suicidio.
Haber cometido un acto que solamente tiene el poder de realizar un obispo o un sacerdote.

Los simples impedimentos son:

Estar casado.
Desempeñar un cargo público, prohibido a los clérigos.
Haber recibido el Bautismo recientemente, pues se considera que no está lo suficientemente
probado.

Obligaciones

El celibato sacerdotal, fundamentado en el misterio de Cristo, es obligatorio para los sacerdotes de la


Iglesia latina. (Cfr. CIC c. 227; Catec. N. 1579).
Este tema ha sido y es muy discutido. El Concilio Vaticano II, Paulo VI, el II Sínodo de Obispos en 1971
han tratado este tema en documentos, encíclica y lo han ratificado. San Juan Pablo II en 1979 reafirmó
la postura del magisterio de la Iglesia.

Todo esto nos demuestra, que a pesar de los ataques, la Iglesia posee una decidida voluntad por
mantener la praxis antiquísima, pues aunque el celibato no es una exigencia de la naturaleza misma
del sacerdocio, es muy conveniente.

De la Encíclica de Paulo VI, Sacerdotalis celibatus, podemos tomar algunas razones que demuestran
su conveniencia. Hay razones cristológicas y razones eclesiásticas.

De las razones cristológicas se muestra la conveniencia en que:

Mediante el celibato, los sacerdotes se pueden entregar de un modo más profundo a Cristo, pues
su corazón no está dividido en diferentes amores.
Por su vocación, el sacerdote lleva un vida de total continencia, a ejemplo de la virginidad de
Cristo.
Cristo no quiso para Sí otro vínculo nupcial que el de su Amor a los hombres en la Iglesia. Por lo
tanto, el celibato sacerdotal facilita la participación del ministro de Cristo en su Amor universal.

De las razones eclesiásticas, vemos su conveniencia en que:

Con el celibato, la dedicación de los sacerdotes al servicio de los hombres, es más libre, en Cristo
y por Cristo.
Toda la persona del sacerdote le pertenece a la Iglesia, la cual tiene a Cristo como esposo.
El celibato le facilita al sacerdote ejercer la paternidad de Cristo.

No debemos olvidar que el celibato es un don de Dios, otorgado por Él a ciertas personas. Por lo
tanto, la Iglesia aunque no se lo puede imponer a nadie, si puede exigirlo a aquellos que desean ser
sacerdotes.

Entre los derechos y deberes de los clérigos se encuentra el deber de buscar la santidad de vida, ya
que son los administradores de los misterios de Cristo, para ello, deben leer la Sagrada Escritura. Que
la celebración Eucarística sea el centro de su vida, por lo cual debe hacerlo diariamente. Rezar la
Liturgia de las Horas. Practicar la meditación diariamente. Es recomendable tener un director
espiritual y confesarse con mucha frecuencia. Asistir a Ejercicios Espirituales y tener una especial
veneración a la Santísima Virgen María, rezando frecuentemente el Rosario, el Angelus, etc. El
sacerdote tiene que luchar y esforzarse por ser santo.

Todos aquellos que han recibido el sacramento del Orden tienen la obligación de mostrar respeto y
obediencia al Papa y a su Ordinario propio, es decir, a su Obispo. Aceptando y desempeñando con
fidelidad las tareas encomendadas por el Ordinario del lugar.

Los sacerdotes deben de vestir el traje eclesiástico marcado por la Conferencia Episcopal donde sea
posible. Esto tiene como finalidad, no solamente el decoro externo, sino que con ello da testimonio
público de su pertenencia a Dios y su propia identidad. (Cfr. CIC c.284)

El Sacramento del Orden confiere a los que lo reciben una misión y una dignidad especial, causa por
la cual la Iglesia no permite que se ejerzan ciertas actividades, que podrían ser causa que obstaculice,
o de rebajar su ministerio. Por ello, no permite que participen en cargos públicos que suponen una
participación en los poderes civiles. No deben administrar bienes que son propiedades de laicos.
Tampoco es conveniente que sean fiadores. No está permitido ejercer el comercio, ni participar en
sindicatos o partidos políticos, ni presentarse voluntariamente al servicio militar.

Por todo lo que se ha dicho antes, podemos concluir que los sacerdotes necesitan una formación
especial que les permita desempeñar cabal y eficientemente la misión que les ha sido encomendada.
La cual debe estar centrada en lo fundamental de su misión: enseñar el Evangelio, administrar los
sacramentos y dirigir a los fieles. Con este motivo, la Iglesia fomenta el hecho que esta formación se
desarrolle en lugares e instituciones especiales.

Recordemos que Cristo pasó su vida pública enseñando a sus Apóstoles, de manera especial,
fomentando su piedad y su amor a Dios, los instruía sobre el contenido de su predicación, les
explicaba las parábolas y poco a poco fue instruyéndolos en la labor pastoral.

“Ninguno, sin embargo, de los motivos con los que a veces se intenta ‘convencernos’ de la inorportunidad
del celibato, corresponde la verdad que la Iglesia proclama y que trata de realizar en la vida a través de
un empeño concreto, al que se obligan los sacerdotes antes de la ordenación sagrada. Al contrario, el
motivo esencial, propio y adecuado está contenido en la verdad que Cristo declaró, hablando de la
renuncia al matrimonio por el Reino de los Cielos, y que San Pablo proclamaba, escribiendo que cada
uno en la iglesia tiene su propio don. El celibato es precisamente un ‘don del Espíritu’”. (San Juan Pablo II,
Carta Novo incipiente, n.63)

Cinco argumentos en contra del celibato y cómo refutarlos

1. Permitir el matrimonio a los sacerdotes acabará con la pedofilia.

Es completamente falso que los sacerdotes célibes sean más susceptibles de cometer actos de
pedofilia que cualquier otro grupo de hombres, ya sean casados o no. La pedofilia afecta solamente al
0.3% del total del clero católico; dentro de la población mundial de abusadores sexuales, en general,
menos del 2% corresponde a casos de sacerdotes católicos. Estas cifras son comparables a las
estadísticas, de hombres casados involucrados en actos similares, presentadas por el investigador y
académico no católico Philip Jenkins en su libro Pedofilia y sacerdocio. Algunas iglesias protestantes
han admitido tener problemas similares entre sus pastores (a quienes está permitido el matrimonio);
esto nos permite concluir claramente que el problema no es el celibato.

2. Un sacerdote casado inspirará sanamente a un grupo mayor de vocaciones sacerdotales,


resolviendo la actual escasez.

Actualmente hay un gran número de vocaciones, entre los hombres que se están incorporando a la
vida sacerdotal, en las fieles diócesis de: Denver, Virginia del Norte y Lincoln, Nebraska. Si otras
diócesis, tales como la de Milwaukee, quieren responderse la pregunta del por qué tienen tan pocas
vocaciones, la respuesta es simple: hay que retar a hombres jóvenes a llevar una vida religiosa
dispuesta a ir contracorriente, sacrificada y leal al Santo Padre y al Dogma Católico. Esta es la forma
más segura para garantizar un número mayor de vocaciones.

3. Los sacerdotes casados están más relacionados con los temas y problemáticas del matrimonio y la
familia.

Siendo honestos, no se necesita ser un adúltero para aconsejar a los adúlteros. Los sacerdotes
entienden perfectamente el sacrificio y la santidad propia del matrimonio, visión que otros no
contemplan. ¿Quién mejor que un sacerdote, que mantiene el voto de castidad, para aconsejar a
alguien sobre la forma de santificar el voto de fidelidad en el matrimonio?

4. Es antinatural, para los hombres, permanecer célibes

Esta idea reduce la condición humana a lo llanamente animal y nos hace ver como criaturas que no
pueden vivir sin que sus necesidades sexuales sean satisfechas. Afortunadamente los humanos no
somos animales. Los humanos podemos ejercer nuestra libertad al elegir cómo satisfacer nuestros
apetitos; podemos controlar y canalizar nuestros deseos de tal manera que esa facultad nos aparta
del resto del mundo animal. De nueva cuenta, surge la afirmación: la mayoría de los abusadores
sexuales no son célibes. Es el apetito sexual incontrolado el que lleva al abuso, no el celibato.

5. El celibato en el rito latino es injusto. Siendo que el rito Oriental permite el matrimonio en los
sacerdotes y el rito latino también entre los conversos del Episcopalismo y del Luteranismo, ¿por qué
no todos los sacerdotes se pueden casar?

La disciplina del celibato es uno de los sellos distintivos de la tradición Católica Romana. Todo aquel
que opta por ser un sacerdote, acepta esta disciplina. Por otro lado, el rito Oriental, el Luteranismo y
el Episcopalismo, cuentan con una larga tradición de sacerdotes casados y poseen una vasta
infraestructura y experiencia para manejarlo. De cualquier forma, hay que aclarar que los sacerdotes
del rito Oriental y los sacerdotes casados que se han convertido del Luteranismo o Episcopalismo no
tienen permitido casarse después de su ordenación o volverse a casar después de la muerte de su
esposa. Además, la Iglesia Oriental, solamente escoge a los obispos de entre los sacerdotes célibes;
una clara demostración de que ven un valor inherente en la naturaleza del celibato.
Cinco argumentos a favor del celibato

1. El celibato reafirma el matrimonio.

En una sociedad que está completamente saturada de sexualidad, los sacerdotes célibes son la
prueba viviente de que las necesidades sexuales pueden ser controladas y canalizadas de una manera
positiva. Lejos de la denigración del acto sexual, el celibato reconoce la bondad del sexo solamente
dentro del matrimonio, ofreciéndolo como sacrificio a Dios. La santidad del matrimonio se prostituye
si se ve como una simple válvula de escape del impulso sexual. Nosotros, como cristianos, estamos
llamados a entender el matrimonio como un compromiso inviolable entre un hombre y una mujer,
que se aman y honran mutuamente. De igual forma, un sacerdote ofrece un compromiso de amor a
la Iglesia; un vínculo que no puede romperse y que es tratado con el mismo respeto y gravedad que en
el matrimonio.

2. El celibato está en la Sagrada Escritura.

Los fundamentalistas suelen argumentar que el celibato no cuenta con bases bíblicas afirmando que,
según las Escrituras, los cristianos “están llamados a ser fructíferos y a multiplicarse” (Génesis 1,28).
Este mandato habla a la humanidad en general, pasando por alto numerosos pasajes bíblicos que
apoyan el celibato. Por ejemplo, en la Primera carta a los Corintios, Pablo apoya la vida célibe: “¿No
estás unido a mujer? No la busques... El no casado se preocupará de las cosas del Señor, de cómo
agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, está por
tanto dividido”. (1 Corintios 7, 27-34) Esto no implica que todos los hombres deban ser célibes; Pablo
explica que el celibato es un llamado para algunas personas y para otros no, al decir: “Mi deseo sería
que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular; unos de una
manera, otros de otra”. (1 Corintios 7, 7)

Jesús mismo habla del celibato en San Mateo 19, 11-12: “Pero él les dijo: No todos entienden este lenguaje,
sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos hechos por los hombres y hay eunucos
que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda”. Otra
vez, el énfasis está puesto en la naturaleza especial del celibato, para lo que muchos hombres no son
aptos, pero que de todas maneras da gloria al reino de Dios. Quizá la mejor evidencia que podemos
encontrar en la Sagrada Escritura sea que el mismo Jesús practicó el celibato.

3. El celibato es una práctica histórica

La mayoría de las personas asumen que el celibato es una conveniencia introducida por la Iglesia algo
tarde en la historia. Por el contrario, existe la evidencia que los primeros Padres de la Iglesia como San
Agustín, San Cirilo y San Jerónimo apoyaron el celibato. En el Concilio Español de Elvira (entre 295 y
302) y en el Primer Concilio de Aries (314), una especie de concilio general de Occidente, se presentó
la legislación prohibiendo a los obispos, sacerdotes y diáconos tener relaciones conyugales con sus
esposas, siendo penados con la exclusión del clero si esto sucedía. La redacción de estos documentos
sugiere que estos concilios no introdujeron una nueva regla, sino que se mantienen firmes ante una
tradición establecida con anterioridad. En el año 385, el Papa Siricio emitió el primer decreto papal
acerca del tema, diciendo que la continencia clerical era una tradición que se remontaba a los
tiempos apostólicos.

Mientras concilios y Papas posteriores proclamaron edictos similares, la promulgación definitiva del
celibato vino en el Segundo Concilio de Letrán en 1139 con el Papa Gregorio VII. Lejos de ser una ley
impuesta al sacerdocio medieval, fue la aceptación del celibato sacerdotal siglos antes y se llevó, en
carácter de universal, hasta el siglo XII.

4. El celibato enfatiza el único rol del sacerdocio.

El sacerdote es un representante de Cristo, un er Christuseste respecto, el sacerdote entiende su


identidad en el seguimiento del modelo impuesto por Jesús; un hombre que vivió su vida en perfecta
castidad y dedicación a Dios. El Arzobispo Crescenzio Sepe de Grado explica: “El ser y el actuar de un
sacerdote debe ser como Cristo: indivisible”. (The Relevance of Priestly Celibacy Today, 1993). De igual
forma, el sacerdocio sacramental es sagrado, algo separado del resto del mundo. Tal como Cristo
sacrificó su vida por su esposa, la Santa Iglesia, el sacerdote ofrece su vida por el bien del pueblo de
Cristo.

5. El celibato permite a los sacerdotes tener como prioridad a la Iglesia.

La imagen utilizada para describir el rol de los sacerdotes es la de un matrimonio con la Iglesia. Tal
como el matrimonio es la donación total de una persona al otro, el sacerdocio requiere la total
donación a la Iglesia. El primer deber de un sacerdote es hacia su rebaño, mientras que el primer
deber de un esposo es a su esposa. Obviamente estos dos roles están a menudo en conflicto, tal
como lo notó San Pablo y algunos sacerdotes lo dirán. Un sacerdote célibe puede dedicar su total
atención a sus feligreses sin la responsabilidad de atender a su familia. Está disponible para ir adonde
sea, siempre que sea necesario, aunque implique trasladarse a una nueva parroquia o respondiendo a
una crisis durante la noche. Los curas célibes están en la posibilidad de responder a estos frecuentes
cambios y demandas de su tiempo y atención.

Las Ordenes Sagradas

Generalmente se enumeran siete órdenes sagradas; cuatro inferiores o «menores», que son:
ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado ; y tres superiores o «mayores», a saber: subdiaconado,
diaconado y sacerdocio; esta última comprende: presbiterado y episcopado; (cf. Dz 958, 962). Las
siete órdenes las encontramos reunidas por vez primera en una carta del papa Cornelio (251-253) a
Fabio, obispo de Antioquía (San Eusebio, Hist.eccl. vt 43, 11; Dz 45).

El Signo externo del Sacramento del Orden


Signo: Materia y Forma

El Papa Pío XII, después de una larga controversia, declaró que la materia de este sacramento era la
imposición de manos. (Cfr. Dz. 2301; CIC. c. 1009 &2). Como hemos visto, desde un principio la
práctica apostólica era la imposición de manos, el problema se suscitó al añadirse al rito en los siglos
X, XI, XII, la entrega de los instrumentos - cáliz, patena, Evangelios etc. – a la usanza de las costumbres
civiles romanas. Pero, en este sacramento, a diferencia de los otros, el efecto no depende de lo que
tenga el ministro, sino que se comunica una fuerza espiritual que viene de Dios. De ahí que la fuerza
de la materia está en el ministro y no en una cosa material. Pío XII aclaró -de manera rotunda- que
estos instrumentos no eran necesarios para la validez del sacramento.

La forma es la oración consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado. (CIC. c.
1009 & 2). Esta es diferente para cada grado del sacramento. Es decir, son diferentes para el
episcopado, para el presbiterado y para el diaconado.

Rito y Celebración

La celebración del Sacramento del Orden, ya sea, para un obispo, para el presbiterado o para el
diaconado, tendrá lugar, de preferencia en domingo y en la catedral del lugar. El lugar propio para ello
es dentro de la Eucaristía.

El rito esencial del sacramento está constituido, para los tres grados, por la “imposición de las manos”
del Obispo sobre la cabeza del ordenado, así como una “oración consagratoria específica” en la que
se le pide a Dios “la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados a cada ministerio, para el cual el
candidato es ordenado”.

Como todo sacramento, existen ritos complementarios en la celebración. Así, al obispo y al


presbítero se le unge con el Santo Crisma, como signo de la unción especial del Espíritu Santo que se
hace fecundo en su ministerio. Al obispo se le entrega el libro de los Evangelios, el anillo, la mitra y el
báculo. Al presbítero se le entregan la patena y el cáliz, los Evangelios. Al diácono se le entrega el libro
de los Evangelios.

En las tres consagraciones, la unción significa la consagración de la persona en su totalidad a Cristo y


a la Iglesia.

Citas Bíblicas referentes al Orden Sacerdotal

Mt. 18, 18 “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la
tierra quedará desatado en el cielo.”
Lc. 10, 16 “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y
quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.”

Lc. 22, 19 “Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Este es mi cuerpo que es
entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»”

Lc. 24, 47 “y se predicará en Su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones,
empezando desde Jerusalén.”

Jn. 12, 20-22 “Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el
de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés;
Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.”

Jn. 15, 5 “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto;
porque separados de mí no podéis hacer nada.”

Hch. 6, 6 “los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos.”

Hch. 15, 2-6 “Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra
ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y
presbíteros, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria,
contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos. Llegados a
Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y contaron cuanto Dios había
hecho juntamente con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se
levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés.
Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto.”

Hch. 20, 17 “Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso.”

Hch. 20, 28 “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo
como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio Hijo.”

Hch. 21, 18 “Al día siguiente Pablo, con todos nosotros, fue a casa de Santiago; se reunieron también todos
los presbíteros.”

1 Tim. 3, 1 “Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de epíscopo, desea una noble función.”
1 Tim. 4, 14 “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante
la imposición de las manos del colegio de presbíteros.”

1 Tim. 5, 17 “Los presbíteros que ejercen bien su cargo merecen doble remuneración, principalmente los que
se afanan en la predicación y en la enseñanza.”

2 Tim. 1, 6 “Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos.”

Tit. 1, 5 “El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y
establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené.”

1 Pe. 5, 1 “A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los
sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse.”

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